Selecciones de la Nueva Revelación

El Renacimiento Espiritual

Selección temática de las obras recibidas por
Jakob Lorber al dictado de la Voz Interior

ÍNDICE

Abreviaturas de títulos

Prefacio

Prólogo

CAPÍTULO 1. El último y mayor testimonio de Juan el Bautista sobre el Señor (Juan 3:34—36); (GEJ 1.24/12—18)

CAPÍTULO 2. La conversación nocturna entre Jesús y Nicodemo sobre el renacimiento (Juan 3:1—21); (IJJ 25—26; GEJ 1.18/19/20/21/22)

CAPÍTULO 3. De la Escuela de la Vida del Señor

    Lema. (GEJ 9.155/9)
  1. La base fundamental de la enseñanza del Señor (GEJ 3.53/6—16)
  2. La autodeterminación y el amor activo (GEJ 3.241/2—10)
  3. El portal de la abnegación (GEJ 4.1/4—6, 9—12)
  4. La fe como condición preliminar (GEJ 5.213/8—9)
  5. El conocimiento de sí mismo y el conocimiento de Dios (GEJ 5.215/1—7)
  6. La conciencia y la influencia de los ángeles (GEJ 3.232/1—14)
  7. Advertencia sobre la reconciliación (GEJ 5.250/4; GEJ 4.78/1—5)
  8. Hay que respetar siempre el libre albedrío (GEJ 8.43/7)
  9. El amor al prójimo (GEJ 7.94/17; GEJ 7.140/1, 3, 11, 12; GEJ 4.39/1; GEJ 4.79/5—9; GEJ 5.126/9; GEJ 8.120/7, 6;)
  10. Sobre la oración (GEJ 9.87/4—6)
  11. Sobre la ciencia de las correspondencias (GEJ 9.93/4—7)
  12. La humildad y el respeto a sí mismo (GEJ 7.141/4—12) .
  13. La voluptuosidad impide la evolución espiritual (GEJ 8.41/8—13) .
  14. El saber y la sabiduría. El saber y la fe (GEJ 7.183/13—14; GEJ 9.132/11—13)
  15. Diferencia entre la bienaventuranza y la perdición (TL 58/10—12; SOLE 2.106,8)
  16. ¿Qué es el espíritu? (SOLE 2.79/12—13; SOLE 2.71/9—14, 8)

CAPÍTULO 4. De la enseñanza del Señor sobre el alma

    Lema (GEJ 6.133/3).
  1. La esencia y el objetivo de la materia en el proceso de la evolución de las almas (GEJ 6.133/3—6)
  2. Las etapas de evolución de las almas (GEJ 10.21)
  3. El proceso de formación de las almas (La transmigración de las almas) (GEJ 10.184)
  4. Ejemplo de la unión de un alma de un animal con un alma humana natural (GEJ 10.185/4—7)
  5. Guía del alma humana hacia la perfección (GEJ 9.171/4—10)
  6. Sobre la manera de llevar la vida en la Tierra y en el Más Allá (GEJ 7.156/7—12).
  7. El alma en el Más Allá (GEJ 8.17/5—7; GEJ 9.142/2; GEJ 9.143/8) .

CAPÍTULO 5. Las tres PARtes del hombre y el Reino de Dios en SU corazón

    Lema (GEJ 2.217/5)
  1. La visión de Oalim (GOBD 2.72/9—26; GOBD 2.74/2—3; GOBD 2.74/24—32)5
  2. Cuerpo, alma, y espíritu (GEJ 2.217/5; GEJ 9.174/9—12; GEJ 9.176/2—4, 7, 9;TL 51,5—7)
  3. La trinidad en Dios y en el hombre (GEJ 8.24/1, 4—14; GEJ 8.25/1—15; DADI 1.55/12—13)
  4. La resurrección de la carne (GEJ 5.238/1, 3, 6)
  5. El Reino de Dios en el corazón del hombre (GEJ 9.72/11—15; SOLE 2.10/14; TL 70/2—4, 13, 15, 21, 24, 25)
  6. Dios como Padre desde todas las eternidades (GEJ 3.225/6—9)

CAPÍTULO 6. La redención

CAPÍTULO 7. El camino al renacimiento espiritual

    Lema
  1. Reglas de comportamiento necesarias (texto no asociado)
  2. Éste es el camino más corto al renacimiento (texto no asociado)
  3. La introspección (meditación) (GEJ 1.224/8ss; GEJ 1.226/1—4; GEJ 2.166/18, 19; GOBD 2.242/3—13)
  4. La perfección de sí mismo (GEJ 2.75/7—9; EE 5; SOLE 2.44/16, 17)
  5. La contemplación espiritual del Sol naciente: sobre el verdadero descanso sabático en el corazón (GEJ 2.148/8—15)
  6. Pensar en el corazón (GEJ 2.62/1—10)
  7. La doble facultad del entendimiento (RB 1.35/2—6, 8)
  8. El renacimiento en el alma (GEJ 8.61/9—14; GEJ 8.57/12; RB 2.278/4, 6; IJJ 298/8—13)
  9. Esfuerzos vanos (GEJ 5.160/1—6)
  10. “Arrebatar el Reino de Dios” (GEJ 7.127/3—7, 9)
  11. El camino hacia la unión con el Espíritu (GEJ 8.150/14—16; GEJ 9.103/5—6)

CAPÍTULO 8. El renacimiento del Espíritu

    Lema (GOBD 1./Prólogo del Señor, pág. 8/1; GEJ 1.2/14—16; Juan 1:13)
  1. Más explicaciones (GEJ I7161/1—6; GEJ 1.214/10—11; GEJ 2.41/5; GEJ 4.220/6—8, 10; GEJ 4.225/5—6, 8; GEJ 7.54/11—13; GEJ 7.69/6—7; GEJ 9.102/8; GEJ 9.108/4—5; GEJ 9.141/3; SOLE 1.64/15)
  2. Únicamente el milagro de Pentecostés hizo posible el renacimiento espiritual (GOBD 1.144/2; GOBD 1.46/20—23; GEJ 3.171/4—8, 11—14; GEJ 3.180/3—8; GEJ 4.133/8—9; GEJ 4.217/9; GEJ 4.218/1; GEJ 6.142/8; GEJ 7.129/10;GEJ 9.56/6—7)
  3. Relación entre alma y espíritu (GEJ 7.66/5—8; GEJ 4.226/1—4; GEJ 4.228/2—5; GEJ 4.256/1—4; GEJ 5.211/3—7)
  4. El verdadero conocimiento de la Sabiduría de Dios (GEJ 7.55/3—12)
  5. La cámara interior de la vida en el corazón, y su correspondencia (GEJ 8.57/10—14)
  6. Los tres niveles del perfeccionamiento de la vida (GEJ 7.155/1—13; GEJ 1.3/1; Juan 1:16)

Epílogo (GEJ 3.224/12—14)

Anotaciones

Información

Abreviaturas de títulos de las obras citadas

  1. t. = Tomo, c/ = Capítulo, v = Versículo(s), p/ = Página
  2.  
  3. GEJ  t.c/v  = Gran Evangelio de Juan (10 tomos).
  4. TL   c/v    = La Tierra y la Luna.
  5. SOLE t.c/v  = El Sol Espiritual (2 tomos).
  6. IJJ   c/v    = La Infancia y Juventud de Jesús.
  7. GOBD t.c/v  = El Gobierno de Dios (3 tomos).
  8. DADI t.p/v  = Dádivas del Cielo (3 tomos).
  9. RB   t.c/v  = Robert Blum, — Del infierno hasta el Cielo (2 tomos).
  10. ACLA   c    = Aclaraciones de los Textos Bíblicos.
  11. Ejemplo: GEJ 9.123/12—13 =
    Gran Evangelio de Juan, tomo 9, capítulo 123, vers. 12 al 13

Prefacio

En todas las épocas ha habido hombres puros y devotos que han sido la voz del Espíritu divino en sus corazones.

Todos conocemos los diversos pasajes del Antiguo Testamento, cuando el profeta habla: «Y la Palabra de Jehová vino a...».

¿Sería imaginable que esta unión íntima entre Dios y el hombre, como nos fue relatado por Moisés, Samuel, Isaías, y otros profetas e iluminados, ya no fuese posible en nuestra época?

¿No es Dios, el Señor, el mismo desde los tiempos primordiales, y no son los hombres de hoy de la misma naturaleza que los de antaño?

Sería totalmente ilógico admitir que Dios sólo hubiese hablado con Moisés y los profetas y nunca, antes o después, con otros hijos suyos, y que la Biblia encerrase en forma integral todas las revelaciones.

Sabemos a través de fuentes antiguas y auténticas que la voz interior, como medio para la revelación divina, ya iluminaba, antes de Moisés, a los «Hijos de lo alto», como por ejemplo a Enoc, y que también, después de los apóstoles, la voz interior recreaba a aquellos que la buscaban con anhelo. El conocimiento de la voz interior se proyecta como un hilo luminoso de la cristiandad. Padres de la Iglesia como Jerónimo y Agustín ya confirmaron la importancia de la revelación interior para el hombre, al igual que los místicos de la Edad Media como Bernardo de Clairvaux, Tauler, Suso y Tomas Kempis. También muchos santos de la Iglesia católica, después Jakob Böhme y más tarde el visionario nórdico Emanuel Swedenborg, recibieron revelaciones por medio de la voz interior.

Jesús mismo, Verbo Vivo de Dios, prometió: «Quién tiene mis mandamientos y los guarda es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él». Y después, «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que Yo, como Jesús, os he dicho durante mis días en la Tierra» (Juan 14:21—26).

Este flujo espiritual de la voz interior no podía impedir que la gran dádiva de Luz enviada en Jesús a los hombres por el Padre fuese obscurecida en el curso de los siglos, y, por el amor propio de la humanidad, casi fuese exterminada poco a poco.

Como los hombres, en su mayoría, no se dejaban guiar por el espíritu divino, prefiriendo seguir sus tendencias egoístas y arbitrarias, cada vez se manifestaban más las sombras de una noche espiritual, tanto que la apostasía completa de la fe y del amor a Dios —a pesar de la Biblia y de la Iglesia— exigía para nuestra época una nueva y gran revelación de la Voluntad y del Amor divino.

Previniendo la evolución desastrosa del mundo, como consecuencia de las guerras mundiales, el Padre de la Luz transmitió esta gran Nueva Revelación en el curso del siglo último a diversos pueblos de la Tierra, a través de nuevos profetas e iluminados, predicando de nuevo la antigua y verdadera doctrina de Jesucristo: la Religión del Amor.

La revelación más extensa e importante fue transmitida durante los años 1840 a 1864, en el idioma alemán, a un hombre simple y de alma pura llamado Jakob Lorber, quien por la voz interior recibió comunicaciones inmensamente profundas sobre la Divinidad, la Creación, el Plan de la Salvación y el Camino para la Vida Eterna.

Jakob Lorber

Sobre la vida de este instrumento de la Gracia y del Amor divino existe una pequeña biografía escrita por un amigo y contemporáneo de Jakob Lorber: Karl Gottfried Ritter von Leitner.

Según esta biografía Jakob Lorber nació el 22 de julio de 1800 en el pequeño pueblo de Kanischa, cerca de Marburg, Austria. Su padre, Michael Lorber, era un pobre cultivador de viñas. Como su propiedad, dos viñas, no era bastante para alimentar a la familia, en el invierno se veía obligado a ganarse la vida como director de un pequeño conjunto de música en los pueblos de alrededor.

El joven Jakob pronto demostró un carácter despierto y aprendió a tocar algunos instrumentos de música. También se descubrieron en él otros dones, espirituales, de manera que su maestro y su madre piadosa dijeron: «Un día Jakob tendrá que ser maestro de escuela o sacerdote».

Sus padres ahorraban todo lo posible para los estudios de su hijo. Cursaba con grandes sacrificios la escuela, dando clases particulares de música a otros estudiantes más jóvenes. Sin embargo, vino el día en que se vio obligado a dejar sus estudios y se tuvo que ganar la vida como maestro particular en casa de una familia distinguida de Graz. Pasaron algunos años y, cuando Jakob cumplió los 30, tenía bastantes ahorros para seguir adelante con sus estudios para el profesorado.

Mientras tanto su afición por la música había aumentado y, cuando tuvo la oportunidad de conocer al famoso violinista Paganini, quién además le dio algunas clases, surgió en su alma el deseo de abandonar el profesorado para dedicarse a ella. Fue tan aventajado tocando el violín que hasta compuso algunas piezas que fueron alabadas por profesionales.

Pero tampoco esta profesión podía llenar el alma contemplativa de Jakob Lorber. Demasiadas preguntas le asediaban constantemente sobre la causa y la razón de la vida humana, sobre los misterios de la Divinidad y la Creación. Le interesaba mucho la astronomía. Se construyó él mismo un telescopio para abstraerse en las maravillas de las estrellas del cielo nocturno. En los libros de contemporáneos como Justinus Kerner, Jung—Stilling, Swedenborg, Tennhardt, Kerning y otros, y, especialmente en el libro de los libros, la Biblia, procuraba interesarse sobre el mundo invisible de los espíritus relacionados con nuestra vida en esta Tierra.

El llamamiento

Cuando tenía casi 40 años, un acontecimiento notable le mostró cuál era la misión que las fuerzas del Cielo le habían destinado.

Transcurría marzo de 1840, cuando Lorber recibió de Trieste una oferta para director de música, lo que representaba para él un empleo agradable con un buen sueldo. Sin embargo, el día 15 de marzo cuando Lorber se levantó de su cama después de sus rezos matinales lleno de esperanza, de repente oyó una voz dentro de sí mismo, en donde está el corazón: «¡Levántate, toma tu pluma y escribe!».

Perplejo, obedeció la voz, tomó su pluma y, para asombro suyo, escribió las palabras que percibía como un flujo de pensamientos, pronunciados con la mayor claridad dentro de su corazón:

«Así habla el Señor a cada cual, y esto es verdadero, fiel y cierto: quien quiera hablar conmigo que venga a Mí y Yo le daré la respuesta en su corazón. Pero solamente los puros, cuyos corazones están llenos de humildad, oirán el sonido de mi voz.

Y quien me prefiere a todo el mundo, quien me ama como una novia dedicada ama a su novio, con él andaré abrazado; él podrá verme como un hermano y como Yo le vi desde la eternidad, antes de que existiera».

Cuando Lorber oyó y escribió estas palabras, las lágrimas resbalaron por sus mejillas. ¿Sería posible que a él, un pecador, el Altísimo le hubiese considerado digno de dar un mensaje a la humanidad, como lo hizo con los profetas de la antigua y nueva alianza? Para un hombre tan modesto y humilde esto era casi increíble. La voz, mientras tanto, continuaba hablando con toda claridad y persistencia, tanto que Lorber se vio impulsado a seguir adelante escribiendo lo que le dictaba. Así surgió un capítulo entero, lleno de maravillosas enseñanzas de amor y sabiduría. Al día siguiente otro capítulo y así sucesivamente... Parecía que iba a ser un libro completo.

¿Acaso podía Lorber, con su nuevo y buen empleo, rehuir esta tarea misteriosa del Cielo que seguramente no le aportaría ni un céntimo sino con toda certeza rechazo, persecución y hasta la muerte, como a muchos profetas?

La voz interior del espíritu

Pero el convocado resistió a la tentación; su corazón no anhelaba fortunas ni posición. Abandonó la oportunidad de un empleo fabuloso y, desde entonces, durante 25 años de su vida, se dedicó a la voz maravillosa de su corazón. Todas las mañanas se sentaba en su pequeña mesa y escribía sin interrupción, sin descanso ni correcciones, como si alguien le estuviese dictando.

En cuanto a la manera de cómo oía aquella voz tan cierta y clara, un día lo escribió a un amigo:

«...Referente a la voz interior y como se percibe, sólo puedo decir, hablando de mí mismo, que oigo al Verbo santísimo del Señor como pensamientos extremadamente claros, igual que palabras claramente pronunciadas, por ahí donde el corazón. Nadie, aunque esté muy cerca de mí, puede oír nada. Para mí, sin embargo, esta voz de la Gracia suena más clara que cualquier sonido material, por fuerte que sea».

El 19 de junio de 1864 Jakob Lorber, recibiendo las comunicaciones del tomo 10 del Gran Evangelio de Juan, dejó de anotarlas en medio de una frase; el día 23 de julio el Señor le reclamó de su actividad terrenal.

Las obras de la Nueva Revelación

De este modo surgieron las siguientes obras: El Gobierno de Dios, El Sol Espiritual, Obispo Martín — El desarrollo de un alma en el Más Allá, Roberto Blum — Del Infierno al Cielo, La Tierra y Luna, El Sol Natural, Aclaraciones de los Textos Bíblicos, Saturno, Correspondencia entre Jesús y Abgaro, Cartas del Apóstol Pablo a la Comunidad de Laodicea, Dádivas del Cielo, La Infancia de Jesús, Los Tres Días del Niño Jesús en el Templo, Más Allá del Umbral, La mosca — los misterios de la creación, La fuerza curativa del Sol... La obra principal de Jakob Lorber y la coronación de toda la revelación es el Gran Evangelio de Juan en once volúmenes, donde nos habla con el espíritu de amor del apóstol Juan y de su Evangelio Bíblico.

Prólogo

El librito que tiene en sus manos reemplaza el folleto anterior, ya agotado, con el título “El camino al renacimiento” y contiene una selección de textos sacados de la literatura de Jakob Lorber notablemente ampliados y al mismo tiempo centrados sobre el tema principal.

Respecto al tema del renacimiento espiritual, su primer editor Johannes Busch publicó por primera vez y todavía en tiempos de vida de Jakob Lorber (1800—1864) en Dresden, en el año 1856, un pequeño tomo.

No hay que confundir el renacimiento espiritual con la reencarnación sobre la cual se dice en el Gran Evangelio de Juan VI/61/3—4: “Aún hoy día el lejano oriente cree firmemente en la transmigración de las almas; sin embargo, esta creencia está tergiversada entre ellos porque creen que el alma humana vuelve a encarnarse en un animal. Pero ningún alma, por imperfecta que sea, camina hacia atrás en su evolución”.

En el renacimiento espiritual se trata de la perfección del hombre, por lo tanto de la meta verdadera y más alta de todos los esfuerzos espirituales humanos. Sí, se trata incluso de la esencia del ser humano tal como es percibida en toda la literatura de Jakob Lorber, donde la misma se comenta en centenares de citas y también en la enseñanza directa, siempre bajo nuevos aspectos.

Así el propósito del presente breviario sobre el renacimiento espiritual es el de servir de guía al lector, desde el exterior, a través de la compleja materia subdividida en grupos. Es decir, guiarnos desde nuestra tan habitual y muy arraigada forma de pensar materialista (parecida a la de Nicodemo), con la ayuda de la “Escuela de la vida” del Señor y de muchos otros de sus maravillosos indicadores de ruta, para conducirnos poco a poco al centro de nuestro propio ser. Lo que significa salir fuera de las tinieblas de nuestra vida terrenal y entrar en la radiante luz misericordiosa de la Sabiduría del Amor de Dios de nuestro propio corazón.

Pero incluso el camino más breve al renacimiento espiritual no puede ser de hecho un camino corto, sino, salvo excepciones, largo y laborioso. De cualquier manera será el mejor que el hombre pueda elegir, y el Señor nos lo afirma en todo momento.

Ojalá que este breviario sobre el renacimiento del espíritu divino sea para el caminante hacia esta meta un fiel acompañante en su camino al Reino de la Luz.

H.E. Sponder.
Merano, otoño de 1979.


El Renacimiento Espiritual




El cuerpo del hombre no conoce de ninguna manera todo lo que está oculto en su interior; pues carece de visión para contemplar lo que hay dentro de él. Sin embargo el espíritu, que está en el interior del hombre, es el único que ve y sabe todo lo que hay adentro del mismo. Por eso que cada uno se esfuerce por alcanzar el verdadero renacimiento del espíritu; porque sin ello nadie podrá entrar en el Reino de Dios.
(GEJ 6.158—12)

CAPÍTULO 1. El último y mayor testimonio de Juan Bautista sobre el Señor

«Porque aquel a quien Dios ha enviado habla la Palabra de Dios. Pero Dios no da su Espíritu (a aquel que ha sido enviado por Él) con medida (como a un hombre, sino en toda su plenitud).

El Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas.

El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; pero el que rehusa creer en el Hijo no verá la vida, porque está sobre él la ira de Dios».

Juan 3:34—36

(GEJ 1.24,12—18)

Juan Bautista dirigiéndose a sus discípulos: «...Así sucede también con Aquel que vino de Dios para que diera testimonio de Él y hablara la Palabra pura de Él. Él mismo es el mar inmenso, es decir, es el Espíritu de Dios. Si Él transmite su Espíritu a alguien, entonces no se lo da en medida infinita, la que en toda su plenitud solamente puede existir en Dios, sino en la medida que existe en el hombre. Si este desea recibir el Espíritu, su propia medida no debe estar defectuosa ni abierta, sino bien atada y sellada.

Aquel a quien fuisteis para preguntarle si es el Cristo, es también, según su apariencia un hijo del hombre. Pero Él no ha recibido al Espíritu divino con la medida de los hombres sino con la infinita de Dios mismo, y esto ya desde toda la eternidad; pues Él mismo es el mar infinito del Espíritu divino en sí. Su Amor es su Padre desde la eternidad —no fuera del hombre visible, sino dentro de Él mismo— quien es el Fuego, la Llama y la Luz, desde la eternidad.

Este Padre ama sobremanera a su Hijo eterno en cuyas manos están todo el Poder y la Fuerza; y todo lo que poseemos en la medida justa lo hemos obtenido de su inmensa Plenitud. Por su propio Verbo Él mismo se volvió un hombre en carne y está ahora entre nosotros. Su Verbo es Dios, Espíritu y carne y lo llamamos “Hijo”. Por consiguiente, el Hijo es la Vida de toda Vida en sí, eternamente.

Quien, por tanto, acoge al Hijo y cree en Él, ya lleva en sí la vida eterna; pues, así como Dios mismo en cada Verbo suyo es su propia Vida eterna y perfecta, también lo es en cada hombre que asimila y guarda su Verbo vivificador. Pero quien no acepta la Palabra divina de la boca del Hijo, es decir, quien no cree en Él, no podrá recibir la vida, ni la verá ni podrá volverse consciente de una vida dentro de sí mismo, y la ira de Dios —que es el juicio en que se encuentran las cosas que no tienen otra vida que la de la ley de la obligación eternamente inmutable— será sobre él mientras no crea en el Hijo.

Yo, Juan, os dije esto y os di un testimonio irrecusable. Con mis propias manos os limpié del lodo de la tierra. Id y aceptad su Palabra para que recibáis también el bautismo con su Espíritu, porque sin éste todos mis esfuerzos por vosotros serán vanos. Me gustaría mucho ir con Él, pero Él mismo me reveló a través de mi espíritu que me quedara aquí donde estoy, pues ya recibí en espíritu lo que a vosotros todavía os hace falta»[1].

CAPÍTULO 2. conversación nocturna entre Jesús y Nicodemo sobre el renacimiento

(Como preludio: IJJ 25—26)

Cuando la sagrada familia después de la ceremonia de la circuncisión del niño Jesús salió del Templo, José no sabía qué hacer porque ya era de noche y a esas horas resultaba difícil encontrar alguna casa todavía abierta, aún más siendo víspera de sábado. Para dormir al aire libre hacía demasiado frío; pues había escarcha en los campos y soplaba un viento helado. Pero finalmente un joven y distinguido israelita se acercó y se apiadó de ellos, diciéndoles:

«Venid conmigo, os albergaré hasta mañana por una moneda». Cuando a la mañana siguiente José se preparaba para marcharse, el joven israelita se presentó con la intención de cobrar. Pero al entrar en la habitación se apoderó de él un miedo tan enorme que no podía pronunciar ni una palabra. A eso, José se le adelantó: «Amigo, mira, y si encuentras algo que yo posea que pueda tener el valor de la moneda que vienes a cobrarme, entonces tómalo, pues no tengo dinero». Al joven israelita le costó un poco recobrar su valor. «Hombre de Nazaret, ¡ahora te reconozco!», dijo al fin, con la voz algo temblorosa. «Tú eres José el carpintero, el mismo a quien hace nueve meses el templo entregó a María, la virgen del Señor. Aquí veo a la misma virgen. ¿Pero qué has hecho con ella para que haya sido madre a los quince años? ¿Qué es lo que ha ocurrido? Además, tú no puedes ser el padre, porque hombres de tu edad y con un temor de Dios como el tuyo nunca osarían hacer tal cosa. Pero tienes hijos adultos... ¿Puedes garantizar que no es culpa de alguno de ellos?

¿Estás seguro que nunca los perdiste de vista y que siempre estuviste al tanto de sus intenciones?». A esta altura de la conversación, José le cortó la palabra: «Ahora también te reconozco a ti: Eres Nicodemo, un hijo de Benjam de la tribu de Levi. ¿Con qué derecho te atreves a pedirme cuentas que están totalmente fuera de tu incumbencia? El Señor me las pidió en el santuario del Templo y en el monte maldito, y me justificó ante el Sanedrín. ¿Qué clase de culpa esperas todavía encontrar en mí y en mis hijos? Ve al templo y pregunta al Sanedrín y recibirás un testimonio justo sobre toda mi familia».

Estas palabras penetraron profundamente en el corazón de Nicodemo. «Pero, por el amor de Dios, si es así, ¿cómo el posible que ella haya dado a luz a un niño siendo virgen?», se preguntó en voz alta. «¿Es posible que se trate de un milagro? ¡Algo así no puede ser un hecho natural!». En esto la comadrona se dirigió a Nicodemo: «¡Por Dios!, ¡aquí tienes el dinero por este alojamiento que no ha podido ser más modesto! Pero no nos detengas inútilmente porque todavía tenemos que llegar hoy a Belén. Para que sepas a quién has dado alojamiento tan mezquino como este por un importe considerable, te digo que tus más espléndidas habitaciones ornamentadas con oro y piedras preciosas habrían sido demasiado pobres para la Magnificencia de Dios que ha entrado en esta celda, a lo sumo admisible para presos. Ahora acércate y toca al Niño, para que caiga la densa venda de tus ojos y veas quién te ha visitado. Yo, como comadrona de este Niño, tengo el derecho tradicional de permitirte que lo toques».

Nicodemo se acercó al Niño y lo tocó. A eso, le fue concedida por algunos momentos la visión espiritual, con lo que vio la Gloria de Dios. En seguida cayó de rodillas ante el Niño y exclamó: «Dios mío, ¡qué inmensa Gracia y Misericordia has de tener para que Tú, de este modo, visites a tu pueblo! ¿A qué castigo tendré ahora que someterme por haber ignorado la Gloria de Dios?». «Tú, continúa tal como eres», le aconsejó la comadrona. «Pero guarda un completo silencio acerca de todo lo que aquí has visto, de lo contrario te tocará un severo castigo de Dios». En eso Nicodemo devolvió la moneda y salió llorando del cuarto. Sin perder más tiempo, José se puso en camino. Y, acto seguido, Nicodemo mandó ornamentar este cuarto con oro y piedras preciosas.

Después de la expulsión de los vendedores del Templo...

(GEJ 1.18 y siguientes)

En la penúltima noche de mi estancia en las cercanías de Jerusalén me visitó cierto Nicodemo, un noble de Jerusalén. Fue fariseo y uno de los ciudadanos más ricos de esta ciudad.

(Juan 3:1—2) Había un hombre entre los fariseos de nombre Nicodemo, un principal entre los judíos, que vino de noche a Jesús y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido como maestro de parte de Dios, pues nadie puede hacer esos milagros que tú haces, si Dios no está con él».

Este hombre me visitó de noche y me dijo espontáneamente: «Maestro, perdóname que te moleste en tu descanso. Es que me dijeron que mañana te irás de aquí y no quería quedar sin demostrarte mi gran respeto hacia ti. Pues mira, yo y varios fariseos, después de haber observado tus hechos, sabemos que eres un gran profeta, mandado por Dios. Porque los milagros que hiciste no los puede hacer nadie, de modo que Jehová está contigo. Por ello debes conocer el mal que nos afecta. Pero tus antecesores nos prometían el Reino de Dios, dime, por favor, ¿cuándo llegará? Y ¿qué tenemos que hacer para poder formar parte de él?».

(Juan 3:3) Respondió Jesús y le dijo: «En verdad te digo que quien no naciese de nuevo no podrá ver el Reino de Dios».

A estas palabras de Nicodemo contesté Yo como dice el versículo: «En verdad te digo que quien no naciese de nuevo no podrá ver el Reino de Dios, ni tampoco podrá entrar en él». Lo que quiere decir: «A no ser que despiertes tu espíritu por los medios que Yo te muestro con palabra y acción, no podrías ni conocer la Vitalidad divina que se encuentra en mis Palabras, y aún menos penetrar su profundidad».

Nicodemo, un hombre por lo demás muy sincero, no había captado el sentido de mis Palabras, lo que se aprecia por su siguiente pregunta:

(Juan 3:4) Díjole Nicodemo: «¿Cómo puede el hombre volver a nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer?».

«Pero, querido Maestro, ¿qué cosas más raras me estás diciendo? ¿Cómo puede ser que un hombre, grande, viejo y rígido pueda volver a entrar en el seno de su madre, pasando por la portezuela tan estrecha, para después poder nacer una segunda vez? Tal vez no estás bien informado sobre el Reino de Dios que viene o lo sabes muy bien y no quieres decírmelo por miedo a que yo pudiese mandar que te arresten. No te preocupes, jamás privé a nadie de su libertad, a no ser que fuera un asesino o un ladrón. Tú, sin embargo, eres un gran bienhechor para la pobre humanidad y curaste a casi todos los enfermos de Jerusalén por la Omnipotencia divina dentro de ti; ¿cómo podría yo poner las manos en ti?

Querido Maestro, es preciso que sepas que estoy seriamente interesado en el Reino de Dios prometido. Si Tú sabes algo de él, por favor, dímelo de una manera comprensible para mí. Danos las cosas celestiales con palabras celestiales y las cosas terrenales con palabras terrenales, pero en imágenes comprensibles, de lo contrario tus enseñanzas no me servirán más que la escritura jeroglífica de los antiguos egipcios que no comprendo en absoluto. Por mis cálculos sé que el Reino de Dios ya debe de haber llegado. Lo que no sé es: ¿Dónde y de qué manera se puede llegar a participar en él? Ésta es la pregunta que te pido que me aclares bien».

(Juan 3:5) Respondió Jesús: «En verdad, en verdad, os digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los Cielos.

A la repetida pregunta de Nicodemo contesté con una respuesta poco diferente de la de antes, como se ve en el quinto versículo. La diferencia significativa es que ahora determiné los medios necesarios: que el renacimiento tiene que efectuarse del agua y del Espíritu, lo que significa lo siguiente:

El alma precisa primero de la purificación por el agua de la humildad[2] y abnegación, y luego por el espíritu de la Verdad.

Quien, por lo tanto, con su alma purificada asimila la Verdad y la reconoce como tal, esta misma Verdad liberará su espíritu. Esta transición del espíritu a tal libertad ya es la propia entrada del espíritu en Reino de Dios.

A Nicodemo, desde luego, no le di esta explicación, porque su esfera de conocimiento, en aquella época, no lo hubiese permitido. Por este motivo volvió a preguntarme cómo debía entender esto.

(Juan 3:6) Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu.

Y Yo le respondí conforme consta en Juan 3:6: «No te extrañes que Yo te hable de esta manera, pues lo que viene de la carne, es carne y nada más que materia muerta para envolver la vida; sin embargo, lo que viene del Espíritu también es espíritu y vida eterna».

Nicodemo, entre tanto, comprendía cada vez menos y se extrañaba que él como fariseo sabio que conocía bien la Escritura, no entendiera el sentido de mis Palabras. Era un hombre consciente de su sabiduría, motivo por el cual los judíos también le habían elegido representante suyo.

Por esta razón se asombraba aún más de haber encontrado quien le superara y le diese tales huesos que roer. Como no llegó a adentrarse en el sentido de mis Palabras, me preguntó de nuevo: «¿Pero cómo? ¿Puede un espíritu estar embarazado y parir sus semejantes?».

(Juan 3:7) No te maravilles de lo que te he dicho: Es preciso nacer de nuevo.

Le dije Yo: «Ya lo sabes: Os es necesario a todos nacer de nuevo.

(Juan 3:8) El viento de donde quiere sopla , y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo nacido del Espíritu».

Pues mira, así como no ves el viento, aunque lo oigas, no podrás ver al Espíritu, ni tampoco comprender a Aquel que viene del Él y habla contigo. Pero como eres un sabio leal, te será dado a saber en su tiempo oportuno lo que hoy todavía no comprendes».

(Juan 3:9) Respondió Nicodemo y dijo: «¿Cómo puede ser esto?».

Oyendo estas palabras, Nicodemo meneó la cabeza y, mostrando sobresalto en el semblante, dijo después de un rato: «Maestro, ¿cómo puede ser esto? Porque todo aquello que comprendo, lo comprendo en mi carne. Pero si la carne me fuese quitada, ya no podría percibir nada. Estando en la carne, ¿cómo me puedo volver un espíritu y luego, como espíritu, cómo me absorbería otro espíritu para después poder parirme de nuevo?».

(Juan 3:10) Jesús respondió: «¿Eres un maestro de Israel y no sabes esto?

Le dije Yo: «Pero, ¿qué me dices? ¿Tú eres el maestro más sabio de Israel y no lo sabes? Si tú no lo comprendes, ¿cómo, pues, lo podrían comprender aquellos que de la Escritura apenas saben que en otros tiempos hubo un Abraham, un Isaac y un Jacob?

(Juan 3:11) En verdad, en verdad te digo que nosotros (los espirituales) de lo que sabemos hablamos (de manera natural), y de lo que hemos visto damos testimonio; pero vosotros no recibís nuestro testimonio.

Te digo que nosotros, es decir, Yo y mis discípulos, venimos del Espíritu, pero no te estamos hablando espiritualmente sino de manera completamente natural, y te estamos comunicando lo que hemos visto en el espíritu, en imágenes enteramente terrenas.

(Juan 3:12) Si hablándoos de cosas terrenas no creéis, ¿cómo creeríais si os hablase de cosas celestiales?

Si no percibís lo sencillo, hablándoos de las cosas celestiales en palabras comprensibles, transformando de esta manera las cosas celestiales en terrenas, entonces quisiera saber cómo quedaría vuestra fe si os hablase de las cosas celestiales con palabras celestiales.

Solamente el Espíritu que en sí y por sí es espíritu, sabe lo que está en él. La carne, sin embargo, no es nada más que una envoltura externa y no sabe nada del espíritu, a no ser que este se lo revele. Tu espíritu está aún demasiado dominado y cubierto por la carne, por cuyo motivo la carne no sabe nada de él. Pero ya te he dicho que llegará un tiempo en que tu espíritu estará liberado; entonces comprenderás y aceptarás nuestro testimonio».

«Querido Maestro, sabio entre los sabios, ¿cuándo llegará ese tiempo?».

«Para decirte el día y la hora aún no estás bastante preparado. Mira, el vino nuevo, aún no bastante fermentado, es turbio. Y si fuese colocado en un vaso de cristal y lo levantases contra el Sol, su luz no penetraría el líquido turbio.

Lo mismo ocurre con el hombre: mientras no esté suficientemente fermentado y aún no estén eliminadas todas las impurezas, la Luz de los Cielos no podrá traspasar su sustancia. Pero aún te voy a decir algo más».

(Juan 3:13) Y nadie sube al Cielo sino El que bajó del Cielo: el Hijo del hombre que está en el Cielo.

(Juan 3:14) Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre.

(Juan 3:15) Para que todo el que creyere en Él tenga vida eterna.

El Señor: «Nadie sube al Cielo sino El que bajó del Cielo: el Hijo del hombre que está en el Cielo. Y de la misma manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todos que crean en Él tengan la vida eterna. Dime, ¿comprendes esto?».

«Querido Maestro, ¿cómo lo voy a comprender? Posees una sabiduría muy especial... Repito que más fácil comprendería la antigua escritura jeroglífica de los egipcios. Tengo que decirte que si no supiese de tus milagros, habría de tomarte por un insensato, porque hasta ahora no se ha oído hablar como hablas Tú a ninguna persona razonable. No obstante, tus hechos demuestran que vienes de parte de Dios y que debes de tener Poder y Sabiduría divina en abundancia, sin los cuales nadie podría realizar semejantes hechos.

Cuando un atributo es divino, su pareja tiene que ser divina también. Tus hechos, querido Maestro, son divinos; por consiguiente, tu Doctrina del Reino de Dios sobre la Tierra también tiene que serlo, la entienda yo o no. Dices que nadie sube al Cielo sino aquel que bajó del Cielo. Y ¡esto se refiere al Hijo del hombre que igualmente está en el Cielo! Si examino tu tesis de una manera un poco terrenal, estoy totalmente perdido. Querido maestro, después de Enoc y Elías nadie tuvo la felicidad de subir visiblemente al Cielo. ¿Tal vez seas Tú el tercero? Pero en tal caso, ¿cuál sería el beneficio para la humanidad que no puede subir al Cielo si no viene de allá?

Además, has dicho que aquél que descendió de los Cielos sólo se encuentra en la Tierra aparentemente, porque en verdad continúa en el Cielo... Por consiguiente, sólo Enoc, Elías y después quizás Tú, seríais partícipes del Reino de Dios venidero. Pero a todos los demás millones de millones de hombres sólo les quedará la oscura tumba para toda la eternidad y, por la Gracia de Dios, volverán a ser tierra y quedarán en nada.

¿Un Reino de Dios así? No gracias, ¡guárdatelo! Un garbanzo o dos no hacen olla. ¿Qué habrán hecho Enoc y Elías para ser elevados de la Tierra al Cielo? En realidad nada que no fuera propio de su naturaleza celestial. De modo que no fue por propio mérito y, según tu explicación, sólo fueron admitidos en los Cielos porque, igual que Tú, vinieron de allá...

En todo esto no existe esperanza ni consuelo para la pobre humanidad de esta Tierra tan dura. No obstante, como ya te dije, estoy convencido de que tu Doctrina es divina y sumamente sabia, aunque examinándola un poco de manera terrenal, la tendría que considerar insensata. ¡En esto me tendrás que dar toda la razón!

Tampoco comprendo lo que dices sobre la elevación de la serpiente de Moisés en el desierto, y que tendrán la vida eterna todos aquellos que crean en el Hijo del hombre elevado, elevado como una serpiente. ¿Quién es este Hijo del hombre? ¿Dónde está ahora y qué hace? ¿Proviene de los Cielos como Enoc y Elías? ¿O no ha nacido aún? ¿Qué clase de fe exige que tengamos en él? ¿Cómo puede bajar a esta Tierra mientras sigue estando en el Cielo? ¿Dónde y cuándo será elevado? Y por todo esto, ¿él será rey de los judíos, inalcanzable por su poder?

Querido Maestro, todo lo que me estás diciendo, suena muy extraño, dicho por un hombre que por sus hechos demuestra que dispone del Poder divino. Aun así, por mi parte, te considero como un gran profeta, mandado por Dios.

Ves, que no soy como aquellos que rechazan una doctrina porque no la comprenden. Te pido, sin embargo, que me des algunas explicaciones más fáciles, porque si yo mismo no comprendo tu Doctrina, ¿cómo la podría introducir en Jerusalén? Por esto, por favor, ¡ilumíname un poco más!».

«Has pronunciado muchas palabras como alguien que no entiende nada de asuntos espirituales —le respondí—, pero no puede ser de otra manera porque te encuentras todavía en las tinieblas del mundo y no puedes recibir la Luz que vino de los Cielos para iluminarlas. Apenas la vislumbras; entre tanto, no ves lo que se encuentra delante de tus narices».

(Juan 3:16) Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito , para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna.

El Señor: «Dios es el Amor y el Hijo es su Sabiduría. Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito, es decir, su Sabiduría que emana de Él desde toda la eternidad, para que todos aquellos que creen en Él no perezcan sino tengan la vida eterna. ¿Me comprendes ahora?».

«Tengo la impresión que debiera comprenderlo —le respondió Nicodemo— pero en el fondo no lo entiendo. ¡Si al menos supiera qué es lo que debo entender por Hijo del hombre! Luego hablaste también del Hijo unigénito de Dios, dado al mundo por el Amor de Dios. ¿Acaso el Hijo del hombre y el Hijo unigénito son una individualidad?».

«¡Mírame! Tengo una cabeza, un cuerpo, manos y pies. Todo esto es carne y es un hijo del hombre, porque lo que es carne viene de la carne. Pero en este Hijo del hombre, carne, reside la Sabiduría divina que es el Hijo unigénito de Dios. Sin embargo no es el Hijo unigénito de Dios sino el Hijo del hombre que será elevado como la serpiente de Moisés en el desierto, con lo que muchos se escandalizarán. Aquellos que no se escandalicen con esto, sino que crean en su nombre, recibirán la vida eterna.

(Juan 3:17) Porque no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvado por Él.

No esperes ahora juicio alguno de este mundo como guerras, diluvios o un fuego bajando de los cielos para devorar a todos los paganos de la Tierra; pues Dios no ha mandado a su Hijo unigénito (la Sabiduría divina) al mundo (en esta carne humana) para que juzgue al mundo sino para que lo salve; es decir, para que la carne no corra a su perdición sino resucite junto con el espíritu para la vida eterna (por carne aquí no se entiende la misma carne del cuerpo humano sino los deseos carnales del alma). Para llegar a esta meta es preciso que la fe destruya las tendencias materiales de la carne, por cierto, una fe en el Hijo del hombre nacido de Dios desde toda eternidad y venido al mundo para que todos aquellos que crean en su nombre y se acerquen a Él, tengan la vida eterna.

(Juan 3:18) El que cree en Él no es juzgado; más el que no cree ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Sean judíos o paganos, todos aquellos que creen en Él, jamás serán juzgados. Sin embargo, aquellos que se escandalizan con Él y no creen en Él, ya están juzgados. El mismo hecho de que un hombre no quiera o no pueda creer (por demasiado amor propio), ya es el juicio. ¿Me comprendes ahora?».

«Sí, más o menos comprendo ahora el sentido de tus Palabras místicas. Pero aún me parecen habladas al aire mientras el Hijo del hombre, en quien reside la Sabiduría divina, aún no esté aquí y aún no se sepa la hora y el lugar de su venida.

Que el juicio lo atribuyas únicamente a la incredulidad y a nada más, me resulta muy enigmático. Si el juicio no se da a conocer por diluvios, guerras y pestes o por un fuego devorador, sino sólo por la incredulidad en sí, he de confesarte francamente que todavía no alcanzo el sentido de tus palabras. Si de todo un discurso se me escapa el sentido de un solo término, en el fondo pierdo el sentido de todo el discurso. ¿Qué sentido le das Tú a la palabra “juicio”?».

«Amigo mío, con más razón pudiera Yo preguntarte a ti, qué te impide comprender el sentido tan claro de mis Palabras... ¿Cómo es posible que no comprendas la palabra “juicio”, habiéndotela explicado tan claramente?

(Juan 3:19) Y el juicio consiste en que vino la Luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la Luz, porque sus obras eran malas.

Mira, esto es el juicio: La Luz divina vino de los Cielos a este mundo; pero los hombres, salidos de las tinieblas y expuestos a la Luz divina, prefieren continuar en las tinieblas. Que los hombres no quieren la Luz, lo demuestran sobradamente con sus obras enteramente malas.

¿Dónde encuentras una fe íntegra? ¿Acaso existe alguien que ama al prójimo sin tener alguna ventaja a la vista? ¿Dónde está aquél que ama a su mujer por su fertilidad? ¡Sólo piensan en la satisfacción de sus placeres! ¿Dónde está el ladrón que se sirve de una luz para robar a la vista de todos?

(Juan 3:20) Porque todo el que obra mal, aborrece la luz y no viene a la Luz para que sus obras no sean reprendidas.

Mira, todo el que ama y hace tales obras es un enemigo de la luz; la aborrece y hará todo lo posible para que sus obras no salgan con él a la luz y para que estas malas obras, que sabe que son rechazadas y juzgadas por la luz, no sean reconocidas en su fealdad y reprendidas en la luz.

En esto, pues, consiste el verdadero juicio; pero lo que tú entiendes por juicio no es nada más que un castigo, consecuencia de un juicio ya existente.

Si prefieres salir por la noche, este hecho ya es un juicio para tu alma porque quieres a la noche más que el día; pero si chocas contra algo o si te caes en un pozo, esto, por cierto, no es el juicio sino una consecuencia del juicio en el que ya te encuentras.

(Juan 3:21) Pero el que obra en la Verdad viene a la Luz, para que sus obras sean manifiestas, pues son hechas en Dios».

Si eres amigo de la Luz, de la Verdad divina, también actuarás en conformidad con ella y sentirás un vivo deseo de manifestar tus obras en plena luz ante los ojos de todos, ya que sabes que tus obras, realizadas en la Luz de la Verdad divina, son buenas y justas, y tienen su mérito.

Esta Luz se manifiesta en la fe del corazón. El verdadero amigo de la Luz la reconoce en seguida porque procede de ella, y no andará en la noche sino en el día.

Por consiguiente, el que cree en el Hijo del hombre, ya tiene la Luz y la Vida dentro de sí. Pero quien no cree, tiene el juicio dentro de sí, el juicio que es la misma falta de fe.

Supongo que ahora me habrás comprendido».

«Ahora todo me resulta comprensible —reconoció Nicodemo—. No obstante, falta todavía el tan extraordinario Hijo del hombre sin el cual tus sabias interpretaciones no tendrían valor alguno. ¿Para qué me sirve la fe o la mejor voluntad para creer en un Hijo del hombre que no existe? No es posible creer en él sólo con la imaginación. Dime, pues, dónde le puedo encontrar y ten por seguro que me acercaré a él con plena fe».

«Si Yo no hubiese advertido este detalle, no te habría dado todas estas explicaciones. Viniste de noche a visitarme y no durante el día aunque sabías de mis milagros. No viniste sólo durante la noche terrenal sino también en la noche de tu alma, ello explica que lo del Hijo del hombre no lo hayas comprendido aún.

Por esto te digo: Si alguien va en busca del Hijo del hombre y le busca de noche porque tiene vergüenza de hacerlo de día para no caer en descrédito, jamás le encontrará. Y como sabio que eres, deberías saber que la noche terrenal, tanto como la espiritual, no se presta ni para buscar ni para encontrar nada.

Mi consejo es: Ve a Juan que ahora bautiza por el agua en Ainón, cerca de Salim. Él mismo te dirá si el Hijo del hombre unigénito ya ha venido o no. Allí llegarás a conocerle».

«Por desgracia, ¡me es totalmente imposible!, querido Maestro. Tengo mil obligaciones diarias de las cuales no me puedo separar tan fácilmente. Debes pensar que en la ciudad y sus cercanías habitan, incluyendo los extranjeros, unas 800.000 personas de las cuales tengo que ocuparme. Además, me esperan obligaciones diarias en el templo. Caso que no pueda tener el don de conocerle aquí en Jerusalén, me temo que tendré que renunciar a ello. Tal viaje me costaría por lo menos tres días.

Por tanto, tendrás que admitir mis disculpas por no poder seguir tu consejo. Sin embargo, siempre que vengas con tus discípulos a Jerusalén, ven a morar a mi casa, que fácilmente da alojamiento a más de mil personas. Está situada en la plaza de David. Cuando vengas, estaré exclusivamente a tu disposición. Si precisases de algo, avísame y lo tendrás.

Pues mira, ¡ha habido un gran cambio dentro de mí! Querido Maestro, te amo más que todo lo que antes me parecía precioso y es como si este amor me dijese que Tú mismo eres Aquel por quien me querías mandar a Ainón para que Juan me hable de Él. Aún es posible que mi sentimiento me engañe, pero sea como sea, te amo con todo mi corazón. Dímelo, por favor, ¿este sentimiento de mi corazón sobre Ti es cierto?».

Yo le dije: «Aún habrás de tener un poco de paciencia. Dentro de poco volveré y seré tu huésped. Entonces llegarás a saberlo todo.

Pero sigue a los impulsos de tu corazón porque en un solo momento este te dirá más que los cinco libros de Moisés y todos los profetas. Puesto que no hay nada verdadero en el hombre sino el amor, atente al amor y andarás en el día».

CAPÍTULO 3. De la Escuela de la Vida del Señor

(Lema: GEJ 9.155/9)

Todo aquel que aprende de Mí y viene a Mí, a la escuela de la vida, llevado por la fe en el único verdadero Dios y por amor a Él y a su prójimo, y que vive y actúa según esta enseñanza Mía, es un verdadero discípulo de Mi escuela. Esta es la única verdadera escuela de vida para cada hombre que quiere entrar y permanecer en ella sin vacilar hasta el final de su actual vida terrenal. Sólo en esta escuela encontrará la vida eterna para su alma en el Más Allá, y la muerte y el juicio de la materia se apartarán de él.

1) La base fundamental de la enseñanza del Señor

(GEJ 3.53/6—16)

El Señor a Suetal: «Tal como todo lo bueno ha de ser amado por ser bueno y por ello verdadero, también Dios quiere ser amado porque sólo Él es bueno y verdadero del todo. Y a tu prójimo tienes que amarle de la misma manera porque él, igual que tú, es una imagen a semejanza de Dios, y lleva, igual que tú, un espíritu divino en sí. Ve, esto es la base fundamental de la nueva enseñanza. Y, mediante el cumplimiento más exacto posible de ella, el espíritu del hombre que desde el principio está vigorosamente encarcelado en él, se volverá cada vez más libre. El espíritu, continuamente creciendo y finalmente penetrando todo el hombre, absorbe la vida de este hombre y la incorpora a la suya propia, que es una vida en Dios, una vida que durará eternamente, en suma bienaventuranza.

Y todo hombre que de esta manera nazca de nuevo en este espíritu, no verá, sentirá ni palpará nunca la muerte, y la liberación de su carne será para él la mayor delicia. Pues el espíritu del hombre, ya completamente uno con su alma, se parece a un hombre encarcelado en una fuerte prisión por cuyo pequeño tragaluz puede mirar a los maravillosos parajes de la Tierra y ver cómo los hombres libres se complacen allí con sus diferentes ocupaciones útiles, mientras que él ha de padecer todavía en la cárcel. Pero, ¡qué alegría cuando llegue el carcelero, diciéndole: “Amigo, estás liberado de cualquier otro castigo, ¡ve y disfruta de tu plena libertad!”.

El espíritu del hombre se parece también al fruto vital de un pájaro, al embrión en su huevo: En cuanto haya madurado por el calor de la incubación dentro de la envoltura que le encierra, romperá la cáscara y disfrutará su libertad.

El hombre sólo puede alcanzar esto si cumple exacta y sinceramente con la enseñanza que el Salvador de Nazaret está dando ahora a los hombres. Cuanto más progresa el espíritu del hombre en el proceso del renacimiento, tantas más nuevas facultades y perfecciones le serán concedidas, perfecciones cuya existencia el hombre material nunca hubiera podido imaginarse. El espíritu perfeccionado en el hombre es entonces una fuerza similar a la divina. Y lo que este desea sucederá, porque en todas las infinidades de Dios no pueden existir fuerzas o poderes fuera de la fuerza vital del espíritu. Pues, únicamente la verdadera Vida es el señor y creador, mantenedor, legislador y conductor de todas las criaturas, y por ello todo ha de someterse al poder del único Espíritu eternamente vivo».

2) La autodeterminación y el amor activo

(GEJ 3.241/2—10)

El Arcángel Rafael a Matael: «Vosotros sabéis que cualquier hombre ha de educarse y formarse con total independencia de la voluntad todopoderosa de Dios. Para poder convertirse en un hijo de Dios totalmente libre, el hombre debe formarse y perfeccionarse conforme al Orden divino reconocido, pero eso a base de su albedrío absolutamente libre... El medio más poderoso y eficaz para ello es el amor a Dios, y en la misma medida al prójimo, un amor acompañado por la verdadera humildad, la mansedumbre y la paciencia, porque el verdadero amor no puede existir sin estos tres atributos, pues sin ellos no sería verdadero ni puro.

Pero ¿cómo puede el hombre comprobar si realmente se encuentra en el ámbito de ese amor puro según el Orden divino?

Que el hombre se examine cuando ve a un hermano o una hermana pobre, o cuando estos se acercan a él, pidiendo ayuda, ¡a ver si su corazón le empuja a dar con gusto, olvidándose totalmente de sí mismo! Si siente esto vivamente dentro de sí, entonces ya ha madurado como verdadero hijo de Dios. Y las promesas hechas a todo aquel que es hijo de Dios, empezarán a realizarse y se manifestarán maravillosamente en palabras y hechos; y así justificados, os presentaréis ante vuestros discípulos como maestros.

Sin embargo, aquellos discípulos en los que las promesas no se manifiestan, han de atribuirlo a sí mismos, pues aún no han abierto suficientemente su corazón a favor del prójimo pobre.

El amor a Dios y el libre cumplimento de su Voluntad, son el verdadero elemento de los Cielos en el corazón del hombre. Ésta es la morada del Espíritu divino en cada corazón humano, y el amor al prójimo es el portal para esta cámara sagrada. Este portal ha de estar completamente abierto para que la plenitud de la Vida de Dios pueda entrar en ella; y la humildad, mansedumbre y paciencia son las tres ventanas bien abiertas, por las cuales la Luz poderosa de los Cielos ilumina la cámara sagrada de Dios en el corazón del hombre, y la calienta con toda la plenitud de la Vida procedente de los Cielos.

Por lo tanto, todo depende del amor al prójimo que ha de ser libre, alegre y abierto; la mayor abnegación posible es la manifestación de las promesas mismas. He aquí la respuesta correcta a la pregunta más importante sobre la vida. Reflexionad sobre ella y actuad en consecuencia; así quedareis justificados ante vosotros mismos, ante vuestros hermanos y ante Dios. Pues, lo que el Señor mismo hace, también los hombres tendrán que hacerlo; para volverse hijos suyos y para llegar a ser semejantes a Él».

3) El portal a la abnegación

(GEJ 4.1/4—6, 9—12)

El Señor a Matael: «En verdad, Yo os digo: Nadie llegará a Mí si no es el Padre quien le conduce. Si queréis llegar a Mí, debéis estar instruidos por el Padre, es decir, por el Amor eterno a Dios. Debéis ser perfectos como el Padre en el Cielo. Sabed que ni una gran cantidad de conocimientos ni tampoco la experiencia más amplia os llevarán a esta meta sino sólo el amor vivo a Dios y al prójimo; ello constituye el gran misterio del renacimiento de vuestro espíritu de Dios y en Dios.

Pero antes, cada cual tendrá que pasar, junto conmigo, por el estrecho portal de la abnegación total hasta que se vuelva lo que soy Yo. Cada cual tendrá que dejar de ser algo particular para poder ser todo en Mí.

Amar a Dios sobre todas las cosas significa entregarse y abandonarse totalmente a Dios. Y amar al prójimo significa igualmente acogerlo de manera total; de otra manera no se le podrá amar nunca de forma incondicional pues un amor a medias no sirve ni al que ama ni al que es amado.

La sabiduría óptima consiste en que lleguéis a sabios mediante el amor más vivo. Sin el amor todo saber es vano. Así que no os esforcéis tanto en acumular conocimientos, sino en amar mucho: el amor os dará lo que ningún conocimiento os podrá dar nunca.

Si os quedarais pasmando de admiración ante a mi Poder, Grandeza y Magnificencia, que son inescrutables, ¿de qué os serviría esto ante mis Ojos, si fuera de vuestra casa hubiera hermanos y hermanas pobres, llorando de hambre, sed y frío? ¡Pobre e inútil resultaría toda alabanza de júbilo, honrando y glorificando a Dios, si no se hiciera caso a la voz dolorida de un hermano menesteroso! ¿De qué sirven todos esos suntuosos y ricos sacrificios en el templo, si ante sus puertas está muriéndose de hambre un hermano pobre? Por eso, ¡es preciso que vuestras miradas se dirijan a la miseria de vuestros hermanos y hermanas pobres a los que debéis ayudar y consolar! Pues más encontraréis en un hermano al que habéis ayudado que si hubieseis viajado a todas las estrellas, alabándome con lengua de serafines.

En verdad os digo que todos los ángeles, Cielos y mundos con toda su sabiduría no os podrán dar en toda la eternidad lo que podéis alcanzar al haber ayudado verdaderamente con toda vuestras fuerzas y vuestros medios a un hermano que estaba en la miseria. ¡Nada llega más alto y más cerca de Mí que el verdadero amor activo!».

4) La fe como condición preliminar

(GEJ 5.213/8—9)

El Señor a Epifanio: «Al oír una nueva enseñanza, hay que escucharla con fe, por lo menos al principio. Y luego conviene examinar estas enseñanzas y sus motivos, para lo que es preciso aceptarlos como verdades de alto valor, aunque de momento aún no se haya comprendido su sentido profundo, tan sólo por la autoridad y autenticidad del instructor. A esta comprensión se llega después de cumplir las condiciones que la enseñanza establece. Si la comprensión no llega, entonces uno puede decirse: “O bien la enseñanza ha sido sin fundamento o no he cumplido correctamente con las condiciones que exige”. Entonces ha llegado el momento en que conviene hablar más detalladamente con el instructor para saber si el cumplimiento exacto de los principios de esta enseñanza ha producido el efecto esperado en otros casos. Y si en otros casos se han obtenido los resultados deseados pero en el tuyo no, entonces la culpa debe ser evidentemente tuya... Esto significa que para alcanzar lo mismo ya consiguió tu prójimo tendrás que volver a intentar hacer todo lo que no hiciste antes».

5) El conocimiento de sí mismo y el conocimiento de Dios

(GEJ 5.215/1—7)

El Señor a Epifanio: «Mi obra y mi Enseñanza consisten sólo en mostrar al hombre de dónde ha venido, qué es y a dónde ha de ir, a dónde irá realmente. Los sabios griegos ya dijeron: “El conocimiento más serio, importante y elevado es el mayor conocimiento posible de sí mismo”.

Y precisamente a esto voy. Porque sin ese conocimiento es imposible conocer al Ser divino más elevado como base de todo lo que existe y existirá. Y quien no reconoce esto y no orienta su vida, sus pensamientos y deseos hacia la única verdadera meta de vida —que es conocerse a sí mismo y al Ser divino más elevado como el fondo eterno primario de todo ser y desarrollo de la forma más perfecta— este, en principio, está perdido.

Pues todo lo que no lleva en su interior una consistencia que penetre todos los elementos y los sujete, y no se vuelva cada vez más inalterable, pronto se desmoronará, no quedando nada de lo que antes había. Lo mismo le pasa al hombre que en su interior no ha llegado a la consistencia necesaria, ni a la integración en Dios, ni tampoco a la unión con Él. El hombre sólo llegará ello cuando reconozca su propia identidad y, como consecuencia necesaria, a Dios mismo como fondo primario, y si a continuación actúa conforme a este conocimiento en todos los ámbitos de su vida.

Cuando un hombre alcanza esta madurez y firmeza interior, entonces se vuelve dueño de todas las fuerzas que emanan de Dios y, mediante ellas, también de todas las criaturas, espirituales y materiales. Nada podrá destruirlo, ha alcanzado la vida eterna...

Esto es la quintaesencia de toda mi nueva Enseñanza, aunque, en realidad, se trata de la Enseñanza más antigua desde que el hombre existe en la Tierra. Sólo que se ha ido perdiendo a causa de la indolencia de los hombres, por lo que ahora la restablezco como nueva, como el antiguo Edén perdido (Edén = Je dén = es de día), a los de buena voluntad».

6) La conciencia y la influencia de los ángeles

(GEJ 3.232/1—14)

Rafael a Matael: «¿Acaso te imaginas que nosotros, los innumerables espíritus angélicos y en particular yo mismo, estamos al servicio del Señor sólo en esta colina? Con tus ojos ves que aquí estamos dispuestos a prestar grandes servicios al Señor y a llevar Su Voluntad de un infinito a otro. Sabe que te encontraremos en tus provincias del Ponto para decirte todo que tengas que saber, según el Orden divino. Pase lo que pase, si tu voluntad se mantiene como hasta ahora, serás informado al momento de todo lo necesario, y no necesitarás más...

Pero si te dejas llevar por soberbia habitual del poder de un rey, apartándote así del Señor y, por consiguiente, también de nosotros, entonces, naturalmente, ya no sabrás nada más del Reino de Dios y de su Misericordia infinita. Por lo tanto ¡preocúpate sólo de mantenerte en la Gracia y en la plena Luz del Señor, y todo lo demás se te dará por añadidura!

Si tú mismo llegaras a convencerte de todo lo que el Señor realizará aún en esta Tierra, y después te dejas seducir de una manera u otra por el mundo, entonces todo lo que hayas visto y oído será para ti como si no hubieses visto ni oído nada.

Pero si te mantienes en la Gracia y el Amor del Señor, no permitiendo que el mundo te ciegue, sino amando al Señor sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo, entonces, aun estando en las partes del mundo más lejanas y desconocidas, se te comunicará todo lo que el Señor obre, siempre que sirva para la salvación de tu alma. ¿Te parece bien?».

Dice Matael: «¡Sublime amigo mío de los Cielos de Dios! Estoy enteramente satisfecho con ello y no necesito más. Sólo te ruego que me adviertas en cuanto me desvíe en lo más mínimo del Señor y de su Orden, debido a las más diversas circunstancias. Pues, un pequeño empujón a tiempo vale más que un mundo lleno de los tesoros más grandes».

Responde Rafael: «Lo que dices se hará siempre incluso sin que lo pidas. Pues mira, cada ser humano tiene en su corazón un órgano espiritual que está siempre abierto a nosotros, los ángeles de Dios, y al que podemos acceder en todo momento. Este órgano es sensible a los conceptos sencillos como bueno o malo, verdadero o falso, justo o injusto. Si siempre practicas lo bueno, lo verdadero y lo justo, entonces tocamos la parte afirmativa y buena, y en ti surge la sensación agradable de haber actuado y hablado de forma buena y justa. Pero si en algún momento no has actuado o hablado bien, entonces tocamos la parte negativa de ese órgano, y te sobrevendrá un temor que te indicará que has salido del Orden divino. Este órgano, en el lenguaje moral, se llama conciencia.

Puedes confiar totalmente en esta voz de la conciencia que nunca te engañará, a no ser que alguien deje que este órgano se embrutezca tanto que finalmente se vuelva tan materialista que ya no pueda percibir nuestro toque de atención. Ello significaría que la parte espiritual del hombre se ha perdido casi totalmente. Sin embargo, seguramente esto no ocurrirá nunca en tu caso porque has avanzado ya mucho en la Gracia y el Amor del Señor y el Señor ya os ha transformado y reorganizado completamente a ti y a tus compañeros. Tu alma todavía sigue siendo la antigua, sólo que el Amor del Señor, mediante su Espíritu, ya se ha vuelto muy activo en ella y ha transformado tu vieja carne maliciosa de manera que ya no oprime tu alma. En breve, tu amor por el Señor se concretará en esencia y forma, mediante la práctica del amor al prójimo, y se unirá del todo con el alma. Así llegará el momento en que renacerás en el espíritu y en la verdad, y te unirás en matrimonio espiritual con el Amor primario en Dios, haciéndote por lo tanto uno con Él.

El Amor de Dios tomará entonces una forma y existencia reales para ti y verás a Dios y hablarás con Él en todo momento. El Señor será corporalmente visible para ti y perceptible para tu corazón; Él será tu Guía y Maestro, eternamente. Entonces ya no habrá ninguna posibilidad de apartarte del Señor, pues serás totalmente uno con Él en tu querer y conocer, siendo un auténtico y verdadero hijo del Padre eterno».

7) Advertencia sobre la reconciliación

(GEJ 5.250/4)

El Señor a Pedro: «Se entiende por sí mismo que en este mundo tiene que haber juicios severos para purgar grandes crímenes contra los derechos humanos, de lo contrario nadie tendría seguridad en su vida diaria. Pero los pequeños delitos que los hombres cometen frecuentemente, deberían ser resueltos ante el juzgado de un corazón misericordioso y conciliador, así no se convertirán en crímenes mayores y más graves[3]. En verdad os digo que robos, asesinatos y homicidios, no son otra cosa a fin de cuentas sino consecuencias de delitos de menor importancia cometidos por el egoísmo y la presunción, que con el tiempo se han ido envileciendo».

(GEJ 4.78/1—5)

El Señor a Zorel: «Quien confiesa sus defectos, se arrepiente de ellos y hace penitencia con verdadera humildad viva de su corazón, Me es más grato que noventa y nueve justos que nunca han necesitado hacer penitencia. Por eso, ven a Mí, amigo mío, que estás dispuesto a arrepentirte; pues en ti reina el sentimiento correcto de la humildad que desde el principio de los tiempos me agrada más que él de los justos que claman en su corazón: “¡Hosanna, Dios en las alturas! ¡Nunca hemos profanado tu nombre santísimo a causa de un pecado cometido conscientemente!”. Eso es lo que dicen, y en justicia tienen derecho a hacerlo, pero no por ello lo tienen a mirar a un pecador con ojos de juez y a huirle como a la peste.

Por eso ven a Mí y Yo te enseñaré el único camino verdadero de la Vida, del Amor y de la verdadera Sabiduría que emana de él. Mira, amigo mío, el camino que lleva a la vida del espíritu, es estrecho y está lleno de espinas. Y esto significa que todo lo enojoso, amargo y desagradable que te pueda suceder en esta vida con los hombres, haz de combatirlo con toda tu paciencia y mansedumbre... Y al que te hace el mal, no se lo devuelvas sino haz lo contrario; así acumularás ascuas ardientes sobre su cabeza. Al que te golpea, no se lo pagues con lo mismo; es mejor recibir aún otro golpe suyo para que se mantengan la paz y la concordia entre vosotros. Pues únicamente en la paz puede prosperar el corazón y el espíritu desarrollarse en el alma».

8) Hay que respetar siempre el libre albedrío.

(GEJ 8.43/7)

El Señor: «Respetad el libre albedrío de todos y no forcéis a nadie. Sabed que cualquier opresión moral es totalmente contraria a mi Orden eterno. ¡Y lo que Yo no hago, no hacerlo vosotros tampoco!».

9) El amor al prójimo

(GEJ 7.94/17)

El verdadero amor al prójimo consiste en hacer a otro todo lo que uno quiere que te hagan a ti.

(GEJ 7.140/1, 3, 11—12)

El Señor a Agripa: «En los días de este tiempo tan oscuro, el Reino de Dios está sufriendo violencia y los que quieren poseerlo deben conquistarlo con violencia... Esto significa que resulta muy difícil deshacerse de las viejas costumbres arraigadas que, por la influencia de los estímulos y las tentaciones del mundo, han echado raíces en el hombre. Y hay que quitarse de encima el antiguo hombre como a un viejo ropaje, y vestir a un hombre totalmente nuevo con Mi enseñanza.

Mi enseñanza no exige del ser humano más que la fe en un Dios verdadero, que le ame sobre todas las cosas como a buen Padre y Creador, y que ame a su prójimo como a sí mismo. Sin embargo, no basta con que Me reconozcáis y creáis que Yo soy el Señor, sino que también tenéis que actuar conforme os enseño. Pues sólo mediante los hechos el hombre se asemejará a Dios. Y obrar según mi Enseñanza no será difícil para todo aquel que Me ha reconocido y Me ama más que a todo en el mundo. El que Me ama así, ya Me lleva espiritualmente en su corazón y ha conseguido con ello la perfección de la vida, es decir, la plena semejanza a Dios, y la vida eterna en toda su gloria».

(GEJ 4.39/1)

El Señor a Cirenio: «Esta es la explicación práctica de todos los Mandamientos de Moisés y de todas las profecías de los profetas: Amad a Dios como a vuestro Padre eterno sobre todas las cosas y, a vuestros hermanos y hermanas pobres y frecuentemente enfermos, amadlos en todas circunstancias como a vosotros mismos. Entonces seréis perfectos como Él mismo, y verdaderos hijos de alma sana del Padre eterno en los Cielos, que es a lo que estáis llamados. Quien no alcanza la perfección del Padre en los Cielos, no llegará a Él y nunca se sentará a su mesa».

(GEJ 4.79/5—9)

El Señor a Zorel y a otros: «Para quien de todo corazón es un amigo de los pobres, Yo también seré un amigo y un hermano verdadero, en la vida temporal y eternamente; y no necesitará que otro sabio le enseñe la sabiduría interna porque Yo la pondré plenamente en su corazón. El que ama a su hermano pobre, a su prójimo, como a sí mismo, y no echa afuera a una hermana pobre, no importa de qué clase ni de qué edad sea, con él estaré Yo mismo en todo momento y Me manifestaré a él con toda fidelidad. Le diré a su espíritu lo qué es el amor, y este llenará toda su alma y su boca. Entonces, lo que él hable o escriba, será hablado o escrito por Mí para todos los tiempos.

Pero el alma de los duros de corazón será poseída por los malos espíritus que la corromperán y la convertirán en un alma animal, forma con la que se manifestará en el Más Allá.

Dad de buen grado y abundantemente; pues tal como repartís, así se os dará a vosotros. Un corazón duro no podrá ser penetrado por mi Luz de Gracia, sino que en él habitarán las tinieblas y la muerte con todos sus terrores. Sin embargo, un corazón manso y tierno pronto y fácilmente será penetrado por mi Luz de Gracia que es sumamente sutil y suave. Entonces Yo mismo entraré en tal corazón con toda la plenitud de mi Amor y Sabiduría. Podéis creerlo, porque estas palabras son Vida, Luz, Verdad y Obra consumada, cuya realidad ha de reconocer cualquiera que se deje guiar por ellas».

(GEJ 5.126/9)

El Señor a Matael: «El amor verdadero, noble y razonable al prójimo es en esta vida terrenal la más fiable vara de medir para examinar hasta qué punto el alma es pura. Por lo tanto, ¡usadlo!, y podréis cosechar frutos plenos de bendiciones para los graneros de la vida eterna en la Luz de mi Espíritu».

(GEJ 8.120/7, 6)

El Señor a un posadero: «Un pobre que viene del extranjero es cien veces más pobre que un nativo, quien puede encontrar fácilmente ayuda de los que ya conocen su miseria; pero el forastero pobre es parecido a un niño pequeño que no puede expresar sus penas a nadie sino llorando. Por eso sed misericordiosos con los forasteros, y también vosotros seréis acogidos en el Cielo con misericordia. Porque para el Cielo todavía sois hasta ahora forasteros accidentados en vuestro camino terrenal hacia él. En verdad quien ayuda a un forastero sin provecho propio, por puro amor al prójimo, ya en esta Tierra es un gran amigo de Dios, parecido a los ángeles del Cielo, y tiene la plenitud del Reino de Dios en su corazón».

10) Sobre la oración

(GEJ 8.120/4, 6)

El Señor a sus discípulos: «Que los hombres practiquen en todo momento la verdadera oración y que no se cansen de ella; porque la confianza firme aumentará en el hombre mediante un ejercicio aplicado, que hasta ahora siempre ha ayudado al discípulo a llegar a la maestría. Un hombre provisto de todos los bienes de esta Tierra olvida fácilmente rezar con fe.

Si algún día le sobreviene una miseria, seguro que empezará a pedir ayuda a Dios. Pero falto de ejercitar la confianza viva en Dios, no tendrá evidentemente la suficiente para creer que Dios le escuchará. ¿De qué manera puede el hombre aumentar su confianza en Dios, sino mediante el ejercicio continuo de la oración y de las súplicas?».

11) Sobre la ciencia de las correspondencias

(GEJ 9.93/4—7)

El Señor a un fariseo: «El oír, ver, sentir, pensar, hablar y escribir del Espíritu son de otra naturaleza que los de los seres humanos del mundo natural, porque las condiciones de vida del espíritu y del alma son muy distintas a las del cuerpo físico. Por esto, para que un hombre natural pueda comprender lo que un espíritu hace y habla, hay que presentárselo mediante la antigua ciencia de la analogía.

Si los hombres han perdido esta ciencia por su propia culpa, ellos mismos son los que han interrumpido la comunicación con los espíritus de todas las regiones y todos los Cielos. Y ya no pueden comprender el Espíritu de la Escritura, ni se dan cuenta de que la letra es materia muerta que no puede revivir a nadie, sino que es sólo el sentido interno oculto el que, siendo él mismo vida, puede animarlo todo.

Si lo entendéis, entonces intentad sobre todo que el Reino de Dios se haga vivo y completamente activo en vosotros. Así volveréis a tener acceso a la ciencia de las analogías entre materia y espíritu sin la cual no podréis comprender en la profundidad de la verdad viva ni a Moisés ni a ningún profeta, y la falta de fe no os inducirá a toda clase de dudas y pecados.

Por eso, ¡esforzaos ante todo en renacer lo más pronto posible en el espíritu para que se os abra la vista! De lo contrario no escaparéis a los miles de peligros que os acechan y que amenazan hundiros».

12) La humildad y el respeto a sí mismo

(GEJ 7.141/4—12)

El Señor a Agripa: «Ya que todos los seres son verdaderamente obras de Dios, entonces también son obras de su Amor. Y vosotros mismos no sois sino Amor de Dios y en Dios, y vuestra existencia es Amor encarnado de Dios, por la Voluntad del Amor de Dios mismo. Dios os ama tanto que Él mismo ha venido a vosotros en un ser humano, y os está enseñando ahora los caminos hacia una vida libre e independiente, como si emanara de vosotros mismos, semejante a la de Dios.

Desde todas las eternidades Dios es el Maestro más perfecto, tanto de lo mayor como de lo más ínfimo. Nunca fue un chapucero y no tiene que avergonzarse de ninguna de sus obras. Y el hombre es la más perfecta de todas las innumerables y distintas criaturas, el punto culminante del Amor y la Sabiduría divinos, y está destinado a volverse él mismo un dios. ¿Qué motivos tendría Dios para avergonzarse de esta obra suya, la más perfecta, y para considerarla indigna de acercarse a ella? Amigo mío, debes dar de lado a estas ideas puramente terrenales sobre Dios, porque son equivocadas e impedirán que te puedas acercar a Él poco a poco. De lo contrario harán que te alejes cada vez más de Dios, hasta un punto tal que, a causa de un respeto desmedido, con el tiempo ya no te atreverás ni a amarle.

¡Mirad!, sólo Yo soy el Señor desde toda la eternidad y, ¿cómo Me presento a vosotros? Os llamo hijos míos, amigos y hermanos, y lo que vosotros sois para Mí, todo hombre lo es, sin distinciones. Pues todo hombre es mi Obra perfecta, y debe reconocerse y respetarse a sí misma como tal, no despreciándose como si fuera un gusano o un monstruo. Porque quien siendo en verdad mi Obra se desprecia a sí mismo, también Me desprecia inevitablemente a Mí, al Maestro.

Amigos, una de las virtudes más necesarias para poder llegar a la Luz interna de la Vida es la humildad en el corazón del hombre. Pero esta virtud consiste solamente en el verdadero Amor a Dios y al prójimo. Es la paciencia entregada del corazón del hombre que, aún reconociendo su propia preeminencia, nunca se levanta soberbiamente por encima de sus hermanos mucho más débiles, sino que los abraza por ello con tanto más amor y trata elevarlos, mediante enseñanzas, consejos y hechos, a la perfección superior reconocida en sí mismo.

Sólo en esto consiste la verdadera humildad, nunca en el desprecio a sí mismo. Quien no se considere a sí mismo una verdadera Obra de Dios, tampoco podrá respetar verdaderamente a su prójimo ni a Dios, salvo a base de razonamientos totalmente equivocados».

13) La voluptuosidad impide la evolución espiritual

(GEJ 8.41/8—13)

El Señor a Agrícola: «Un buen matrimonio dotado de razón, sabiduría y abnegación no impide el renacimiento espiritual; sin embargo, la lujuria y la voluptuosidad lo impiden por completo. Así que ¡huídlas como a la peste!

Los libertinos de ambos sexos, aunque luego vuelvan sobre sí y con gran abnegación empiecen entonces a llevar una vida casta, consiguiendo con una penitencia adecuada la plena remisión de sus pecados, difícilmente alcanzarán el renacimiento espiritual mientras todavía estén en esta Tierra. O no lo alcanzan en manera alguna o sólo lograrán alcanzarlo parcialmente. Y es que al alma de estas personas les cuesta un gran esfuerzo librarse del peso de la carne para poder captar las advertencias del Espíritu necesarias a su salvación. Pueden llegar a ser muy buenas y sabias en la Tierra, y a realizar muchas buenas obras. Pero difícilmente poseerán la energía milagrosa en su plenitud. Esto sólo lo podrá lograr su alma en el Más Allá.

Tales almas son semejantes a un hombre que durante muchos años ha estado muy enfermo y que finalmente se curó gracias a una medicina verdaderamente buena. Lo que le pasa a ese hombre, que por falta de educación y ejercicio de músculos, nervios y tendones no puede llegar tan fácilmente a la plena fuerza vital de otro que desde siempre estuvo completamente sano, lo mismo le sucede a un alma que estuvo enferma durante mucho tiempo. Si desde un principio le falta la educación en el puro y verdadero Amor a Dios y, consecuentemente, también en la fe y la voluntad, más todavía le faltará el necesario ejercicio de estas tres virtudes, por lo que siempre se quedará atrás, pese a que la enfermedad ya esté curada del todo. Aun así, más alegría reinará en los Cielos por la conversión plena de este pecador, que por noventa y nueve justos que nunca han precisado penitencia.

Para que el amor, la fe y la voluntad de un hombre lleguen a ser verdaderamente activos, han de ser formados desde la juventud y a continuación hay que practicarlos. El que tenga hijos, que les enseñe y les forme desde la tierna infancia en estas tres virtudes: el puro Amor a Dios, la fe y la voluntad. Y así no les resultará tan difícil vencer el mundo dentro de sí mismos».

14) El saber y la sabiduría. El saber y la fe

(GEJ 7.183/13—14)

El Señor a Lázaro: «Ya os he explicado muchas cosas y vosotros ya comprendéis mucho de ello. Sin embargo lo principal es y sigue siendo el anhelo continuo por llegar al renacimiento cabal del espíritu en el alma. Porque solamente así será elevado el hombre a toda la Verdad y Sabiduría, consiguiendo con ello una Luz completa y coherente, desde lo terrenal hasta lo celestial puramente espiritual, y junto con la Luz, también la Vida eterna, que será infinitamente más que todas las ciencias de todas las cosas naturales. ¿De qué le serviría a un hombre conocer todas las cosas y fenómenos y ser capaz de interpretarlas con una menta aguda, de forma verdadera y exacta, en todos los reinos naturales, desde lo más grande hasta lo más pequeño, si estuviese tan lejos del renacimiento del espíritu en el alma como la Tierra del Cielo?».

(GEJ 9.132/11—13)

El Señor a Sus discípulos: «Así como Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, de lo cual ya os he dado suficientes pruebas, el Reino de Dios que ha venido conmigo a este mundo es, al mismo tiempo, la verdad más pura y la más perfecta. Y considerad también que siempre es mucho más fácil enseñar conocimientos al hombre que elevar su ánimo a una fe firme y sin dudas. Por ello debéis prestar más atención al cultivo de una fe viva que a los meros conocimientos. Pues el solo saber no es vida y una fe pura y viva basada en las obras del amor sí es vida.

El saber, por puro que sea, no es sino reflejo de las cosas y de su orden en este mundo que, tal como es, es perecedero, al igual que todas las cosas que hay en, sobre y encima de él. En cambio, las cosas de la fe son una verdadera Luz de los Cielos, un elemento vivo del ánimo, del alma y de su espíritu, inmortales e imperecederos.

15) Diferencia entre la bienaventuranza y la perdición

(TL 58/10—12)

Existen multitud de artimañas que intentan llevar al alma cada vez más cerca de Satanás para que se vuelva parte idéntica a él, aunque esto no podrá ocurrir nunca porque cada alma lleva dentro de sí su propio espíritu, inseparable de ella, que es lo contrario al espíritu de Satanás.

Si tal alma se quiere acercar a Satanás, entonces se manifiesta su espíritu, siempre como juez vengador y castigador, haciendo sufrir mediante un fuego interior inextinguible. A consecuencia de este sufrimiento el alma vuelve a alejarse de Satanás y mejora tanto como sea posible. Si quiere continuar mejorando, tanto más fácil le resultará el intento cuanto más se acerque a la pureza del espíritu que habita en ella.

Y si este proceso de mejora continúa y el alma se vuelve igual a su espíritu, entonces podrá incluso alcanzar la bienaventuranza. Pues la diferencia entre la bienaventuranza y la perdición es la siguiente. En la bienaventuranza el alma se integra totalmente al espíritu, con lo que este se vuelve el verdadero ser. Sin embargo, en la perdición, el alma quiere deshacerse del espíritu puro para adoptar otro impuro, él de Satanás. En este caso el alma perderá toda semejanza con su espíritu, pues lo nuevo que adopta es de polaridad[4] totalmente opuesta al mismo. Esta diferencia de potencial produce una fuerza que rechaza a Satanás: cuanto más se acerque un alma a él, tanto más violenta es la reacción de su espíritu contra Satanás.

Esta reacción produce en el alma unos dolores extremadamente fuertes; precisamente de ahí viene el concepto de tormentos infernales, debido a que la reacción analizada se manifiesta como un fuego inextinguible

Este es también el gusano de la conciencia que nunca morirá y cuyo fuego nunca se apagará, el mismo fuego que en un ángel produce la suprema bienaventuranza y en un diablo la mayor desdicha.

(SOLE 2.106/8)

Cada acto acarrea como consecuencia una sanción que ha sido determinada por Dios. Esta consecuencia es el juicio inalterable que implica cada acto. Así lo ha establecido el Señor, de manera que cualquier acto, bueno o malo, al final será juzgado por sí mismo.

16) ¿Qué es el espíritu?

(SOLE 2.79/12—13)

¿Qué es el espíritu? El espíritu es el verdadero principio vital del alma. El alma sin espíritu no es sino un órgano sustancial etéreo. Es perfectamente apta para acoger la vida, pero sólo consiste en un pólipo espiritual etéreo que extiende continuamente sus tentáculos hacia la vida para absorber todo que corresponde a su propia naturaleza. Por lo tanto, el alma sin espíritu no es sino un potencial inerte movido por su instinto natural de saciarse, un alma que, además, no tiene criterio alguno para poder saber de qué se está alimentando y para qué le sirve la refacción.

(SOLE 2.71/9—14 ,8)

Para alcanzar el renacimiento del espíritu es precisa la observancia cabal de aquella escuela de Vida que el gran Maestro trajo a los humanos de la Tierra; hay que actuar conforme a esta santa enseñanza predicada con su santa boca y sellada con su propia sangre.

El que no actúa según enseña esta escuela, ha de culparse a sí mismo si con ello se juega la vida de su espíritu. Se puede asegurar que cualquier sencillo propietario de unos bienes sabe perfectamente que es propietario de ellos, y que también tendrá una idea de lo que valen.

Pero aquel que tiene la Vida eterna en el espíritu, decidme, ¿acaso puede todavía preguntar sí si su alma y su espíritu perecerán o no con la muerte del cuerpo físico?

Aquellos que son, o sea, quienes entonces fueron verdaderos discípulos de la escuela del Señor para la Vida eterna, despreciaron la muerte del cuerpo físico y esperaron con ilusión y gran alegría la disolución definitiva de las pesadas ataduras externas del mundo. Ellos dieron testimonio de la verdad de la escuela de Vida del Señor, y como mártires lo sellaron con su sangre.

El que no renace en su espíritu, no entrará en el Reino de los Cielos o de la Vida eterna.

CAPÍTULO 4. De la enseñanza del Señor sobre el alma

Lema GEJ 6.133/3

Todo aquel que aprende de Mí y viene a Mí, a la escuela de la vida, llevado por la fe en el único verdadero Dios y por amor a Él y a su prójimo, y que vive y actúa según esta enseñanza Mía, es un verdadero discípulo de Mi escuela. Esta es la única verdadera escuela de vida para cada hombre que quiere entrar y permanecer en ella sin vacilar hasta el final de su actual vida terrenal. Sólo en esta escuela encontrará la vida eterna para su alma en el Más Allá, y la muerte y el juicio de la materia se apartarán de él. Toda materia, desde la piedra más dura hasta el éter sobre las nubes, es sustancia anímica. Y su destino es volver a la existencia espiritual pura.

1) La esencia y el objetivo de la materia en el proceso de la evolución de las almas

(GEJ 6.133/3—6)

El Señor: «Toda materia de esta Tierra —desde la piedra más dura hasta el éter de más arriba de las nubes— es sustancia anímica que necesariamente se encuentra sometida a juicio[5], por lo cual está solidificada. Su destino es volver a su condición puramente espiritual y libre, una vez alcanzada una vida autónoma precisamente mediante esta solidificación. Pero para alcanzar dicha autonomía mediante una actividad propia cada vez más intensa, el alma liberada de la materia condensada ha de evolucionar durante incontables ciclos de vida[6], encarnándose cada vez en un nuevo cuerpo material y atrayendo nuevas sustancias vitales para absorberlas e iniciar actividades nuevas.

Cuando un alma encarnada, sea en una planta o en un animal, ya ha alcanzado la madurez necesaria para poder entrar en un ciclo de vida más elevado, su espíritu en el Más Allá, que continuamente la está formando, se encarga que le sea quitado el cuerpo, ya inservible puesto que no le permite un desarrollo mayor. Así el alma, ahora dotada de inteligencias superiores, puede formarse otro cuerpo para poder seguir trabajando en él durante cierto tiempo, hasta que de nuevo hayan aumentado sus facultades. Y así sucesivamente, hasta llegar a ser hombre. En este último cuerpo suyo y ya totalmente libre, el alma puede alcanzar la plena consciencia de sí misma, el conocimiento de Dios, el Amor hacia Él y, finalmente, la unión completa con su espíritu del Más Allá, cuya unión denominamos el renacimiento en el espíritu.

Una vez que un alma haya alcanzado este nivel de vida, será perfecta. Y como ser completamente autónomo con vida propia, su individualidad ya no podrá ser anulada o absorbida por el Ente universal divino.

La señal más segura de que el alma de un hombre ya ha alcanzado la autonomía de vida, consiste en que reconoce a Dios y le ama con todas sus fuerzas.

Porque si un alma no reconoce a Dios como ser exterior a ella, está todavía sin individualidad y sujeta a la fuerza de la Omnipotencia divina.

En tales condiciones tendrá que luchar aún mucho para librarse de esas ataduras. Pero cuando un alma empieza a reconocer al Dios verdadero como a un ser externo a ella y, mediante el amor hacia Él, empieza a percibirle claramente como a un ser individual real, entonces ya está libre de las ataduras de la Omnipotencia divina y pertenece cada vez más únicamente a sí misma, volviéndose así creadora de su propio ser y de su propia vida, y con ello una autónoma amiga de Dios para toda la eternidad».

2) Las etapas de evolución de las almas

(GEJ 10.21)

El Señor: «Todo lo que la Tierra contiene, desde su centro hasta más allá de las regiones dónde llega el aire, es sustancia anímica, aunque durante este período suyo de liberación[7] se encuentre todavía, durante cierto tiempo, en un estado más o menos condensado, un estado en que la vista y el tacto del hombre pueden percibirla como materia muerta, dura, o más o menos blanda. Ello incluye todas las clases de piedras, minerales, tierras, el agua, el aire, y todos los elementos aún sin combinar. Luego viene el reino vegetal en el agua, sobre la Tierra y su paso al reino animal. En este reino el juicio resulta más suave, y la sustancia anímica se encuentra ya en una fase de liberación más avanzada que antes, cuando todavía estaba bajo el duro juicio de la materia bruta, sustancia anímica cuyas partículas se encuentran aún mezcladas caóticamente.

Para formar inteligencias individuales a partir de esta mezcla, hace falta seleccionar partículas anímicas y separarlas de la mezcla. El resultado es que en este segundo reino, el vegetal, hay una gran diversidad de almas individuales.

Y si la sustancia anímica del segundo reino, el vegetal, hubo de pasar una selección estricta, en el tercer reino, el de los animales, que tiene aún mucha más variedad, las inteligencias ya más prósperas y libres tienen que ser sometidas a una selección aún mucho más minuciosa, con el fin de que las partículas de la sustancia anímica originalmente tan desunidas entre sí, entren por fin en una unión cada vez más intensa. Por eso se unen en este reino incontables partículas de sustancia anímica de animales minúsculos, de las especies más distintas, para formar juntas un alma de animal más grande, por ejemplo, un gusano o un insecto. Innumerables almas de tales insectos, también de una gran multitud de especies, tan pronto como dejan atrás la envoltura material que los ataba, se juntan a su vez en un alma animal mayor y más perfeccionada. Este proceso continúa hasta que las almas formadas animen los grandes animales ya perfectos, sean salvajes o dóciles. Y desde esta unión, la última tratándose de almas de animales, surgen las almas de los seres humanos, bien dotadas de toda clase de facultades inteligentes.

Cuando un ser humano nace a este mundo y recibe un cuerpo físico para la liberación definitiva de su alma, Dios ha dispuesto sabiamente que no pueda ni desee recordar todos esos ciclos preliminares transitorios necesarios para su desarrollo, ni que todas sus partículas tuvieron que desarrollarse por separado, parecido a un ojo que no puede ver ni distinguir las pequeñas gotas de agua que componen el mar. Porque si el alma humana fuese consciente de ello, no podría soportar la realidad de ser la unión de infinitas partículas de las más diversas sustancias anímicas e inteligentes, y trataría de disolverse lo antes posible como una gota de agua sobre un hierro incandescente.

Para que el alma humana se conserve es preciso eliminar cualquier recuerdo anterior, y eso precisamente dotándola de un cuerpo físico que la envuelva, hasta que llegue la hora de la completa unión interna del alma con su espíritu de Amor surgido de Dios; ya que este espíritu de Amor es como el pegamento que mantiene unidas las infinitamente diversas partículas anímicas e inteligentes, a las que da consistencia formando con ellas un ser completo eternamente indestructible.

Mediante este espíritu de Amor las partículas anímicas dejan de ser opacas unas para otras y se reconocen entre sí, concibiendo con toda claridad que forman un ser perfecto y semejante a Dios, un ser que alaba y glorifica su Amor, su Sabiduría y su Poder».

3) El proceso de formación de las almas (La transmigración de las almas)

(GEJ 10.184)

El Señor al juez mayor Tito: «Me preguntas por qué permito que haya tanta enemistad en la naturaleza de esta Tierra... Y Yo te digo: Porque el alma y el espíritu de los hombres de esta Tierra están concebidos de manera que les permite llegar a ser hijos de Dios, y eso les capacita para hacer lo mismo que Yo puedo hacer; ya en la antigüedad fue dicho por boca de los profetas: “Vosotros sois mis hijos, por lo que sois dioses, al igual que Yo, vuestro Padre, soy Dios”.

Pero para que un alma llegue a esta situación, ha de ser compuesta por infinitamente muchas partículas anímicas de la fauna de la Tierra; un proceso que le cuesta muchos años, y que ya era conocido a los antiguos sabios que lo llamaron “la transmigración de las almas”.

Se sabe que las formas materiales de las criaturas se consumen unas a otras, pero así se liberan las almas que las habitan. Las de la misma especie se unen para ser de nuevo engendradas en una forma material, de categoría cada vez superior, y así sucesivamente hasta llegar al ser humano.

Y lo mismo que le ocurre al alma, también le pasa a su espíritu en el Más Allá, espíritu que en realidad es el que despierta, conduce, forma y mantiene a las almas hasta que llegan a ser humanas. Sólo como tales podrán entrar en ámbito de plena libertad, donde serán capaces de continuar formándose a sí mismas en el aspecto moral.

Sólo cuando el alma se ha elevado por su propio esfuerzo a cierto grado de perfección espiritual, su espíritu de Luz y Amor del Más Allá se une con ella, y desde entonces todo el hombre empieza a parecerse cada vez más a Dios. El día en que el alma sea despojada de su cuerpo físico, ya se habrá convertido en un ser perfectamente semejante a Dios, un ser que puede crear cosas por sí mismo y también mantenerlas sabiamente.

Lo que te acabo de explicar sucede en tan gran abundancia sólo en esta Tierra, y en ningún otro planeta. El que tenga entendimiento que lo comprenda en toda su profundidad: es porque esta Tierra corresponde precisamente a mi Corazón. Y como Yo no tengo más que un solo corazón, tampoco puede haber más que un solo astro creado por Mí que pueda corresponder enteramente a mi Corazón en su punto vital más interno».

4) Ejemplo de la unión de un alma de animal con un alma humana natural

(GEJ 10.185/4—7)

Con motivo de una cacería en la que murieron una gacela, un chacal y un águila gigante, el Señor dice a Tito: «Y ahora te diré cuál es el resultado anímico de la caza que has observado. Ahí delante de la puerta ves una figura humana que parece un niño esperando su acogida en el seno de una madre en un próximo acto de procreación. Detrás ves una figura luminosa; se trata de su espíritu del Más Allá que cuida de ella para que a la próxima ocasión consiga acogida y cuidados en el seno de una madre. De modo que puedes ver cómo de los tres últimos niveles de animales ya perfectos ha surgido un alma humana, por supuesto sin nombrar las muchas miles de etapas de desarrollo preliminares necesarias.

De esta alma nacerá un niño que, si recibe una buena educación, podrá llegar a ser un gran hombre. Lo afectivo de la gacela estimulará su corazón, lo astuto del chacal su razón, y la fuerza del águila su mente, su valentía y su voluntad. La característica predominante de este hombre será la de guerrero, aunque controlable por la influencia de su mente y de su prudencia. De modo que podrá llegar a ser un hombre muy útil en cualquier situación. Si se vuelve un guerrero, podrá tener suerte a causa de su valentía, pero será víctima de las armas. Para que puedas observar a este niño desde su nacimiento, el año que viene tu vecino terrenal podrá presentarse como padre suyo.

5) Guía del alma humana hacia la perfección

(GEJ 9.171/4—10)

El Señor: «El hombre, tal como viene a este mundo, depende enteramente de la voluntad e intelecto propios, pues su alma está completamente separada de la Omnipotencia de Dios. Si mediante la enseñanza de sus padres u otros maestros sabios conoce a Dios y se diriGEJ a Él con fe, pidiéndole ayuda y apoyo, entonces empezará a fluir la energía divina desde todos los Cielos, y el alma del hombre logrará un entendimiento que aumentará cada vez más su amor a Dios. Entonces someterá su propia voluntad a la Voluntad de Dios que ha conocido, uniéndose así con su Espíritu y, poco a poco, gracias al Espíritu de Dios que está en ella, se vuelve tan perfecta como perfecto es el Espíritu divino. Aun así, seguirá siendo totalmente libre y autónoma. Cada alma perfecta está penetrada por una misma Verdad: la Luz del amor de las almas a Dios y al prójimo. Mientras entre los hombres haya disputas, peleas y guerras, se encontrarán muy lejos del Reino de Dios y no podrán entrar en él, hasta que maduren por completo en paciencia, humildad y mansedumbre, y en el verdadero amor al prójimo. Pero una vez que lo hayan logrado y hayan llegado así en su interior a la verdad procedente de Dios, entonces todas las disputas, peleas y guerras acabarán eternamente».

6) Sobre la manera de llevar la vida en la Tierra y en el Más Allá

(GEJ 7.156/7—12)

El Señor a los fariseos: «El hombre ha de actuar en el mundo y resistir voluntariamente las malas tentaciones mundanas. De esta manera su alma se fortalece y la fuerza del Espíritu de Dios la penetrará. Pero con una vida regalada nadie puede llegar a la verdadera vida eterna, que es en sí la máxima actividad fructuosa en todas las esferas y a todos los innumerables niveles de vida.

Los hombres que se retiran del mundo como los ermitaños de los montes Carmelo y Sión, no pecarán más de lo que pueda pecar una piedra. Pero, ¿qué mérito tiene la piedra por no pecar? El día que el alma tenga que desprenderse de su cuerpo, ¿qué hará en el Más Allá, debilitada por su gran inactividad? Porque allí tendrá que pasar por pruebas de todas clases que han de animarla para que entre en plena y verdadera actividad. Para el alma que llega allá dotada con sus capacidades terrenales, estas pruebas todavía seguirán siendo las mismas de aquí, sólo que allá, siendo sólo un alma, le resultarán inevitablemente más duras que aquí en cuerpo humano. Porque todo lo que un alma piensa y quiere, en el Más Allá se hace inmediatamente realidad. Aquí sólo tiene que tratar con sus pensamientos e ideas invisibles, más fáciles de combatir y desbaratar. Pero donde los pensamientos e ideas se vuelven inmediatamente una realidad visible, ¿cómo combatirá un alma débil el mundo creado por ella misma? Por eso las tentaciones en el Más Allá son mucho más fuertes que aquí.

¿Qué podrá hacer el alma para liberarse de la dura cárcel creada por sus propias malas pasiones? En estas condiciones tendrá que volverse mucho más activa para librarse de las aberraciones de sus propios pensamientos, ideas e imágenes. Pues si ella misma no pone primero manos a la obra, no le llegará ayuda alguna mediante un acto misericordioso, sea directamente de Dios o de cualquier otro ser espiritual, como frecuentemente sucede aquí en la Tierra.

Pues quien no busca a Dios con ahínco, sino que se deja llevar por las apetencias mundanas, le pierde. Y Dios no le hará señal ninguna por la que pueda darse cuenta de lo lejos que se halla de Él. Sólo cuando vuelva a buscar a Dios por deseo e impulso propio, Él comenzará también a acercársele. Dios se dejará encontrar por el buscador en la medida en que este tome en serio su búsqueda».

7) El alma en el Más Allá

(GEJ 8.17/5—7)

El Señor: «Cada alma tendrá en el Más Allá lo que quiere. Si se trata de algo malo, entonces se le advierte previamente de las consecuencias que ello acarreará necesariamente. Si hace caso, se le podrá ayudar rápida y fácilmente; de lo contrario, se le dejará libre para conseguir y disfrutar lo que tanto desea.

Esta apetencia, buena o mala, es la vida propia del alma de cada ser humano, ángel o diablo. Si se la quitáramos al alma, le quitaríamos también la vida y la existencia. Sin embargo, esto no cabe en el Orden de Dios; porque si se pudiera destruir tan sólo el átomo más pequeño de la Creación, entonces Dios mismo tendría que perderlo de su ser, lo que es simplemente inimaginable.

Todavía menos puede el alma de un ser humano perder su existencia; sin embargo, puede llegar a ser muy infeliz y desventurada a causa de su propia voluntad. Pero, con tal que lo desee seriamente, logrará de nuevo volver a ser feliz y dichosa, también por su propia y libre voluntad».

(GEJ 9.142/2; GEJ 9.143/8)

El Señor, en una enseñanza a los pescadores en el Lago Blanco: «La verdadera bienaventuranza de la vida no consiste en una visión clara y un entendimiento lúcido, sino sólo en una actividad amorosa cada vez mayor. Por ello, ante todo, cada alma ha de adoptar la actividad amorosa como único elemento básico de la vida; de lo contrario nunca alcanzará la claridad interior. Porque la actividad amorosa es un fuego interno viviente que, mediante el constante estímulo, producirá una llama más y más luminosa.

Una vez que este elemento básico de la vida del alma se haya despertado totalmente hasta que al fin la misma alma se convierta en él, lo que significa que todo el hombre ha renacido en el espíritu, el alma continuará siempre en máxima actividad, pese a la claridad interior ya obtenida como consecuencia de la actividad amorosa aumentada al máximo posible. Y su dicha y su claridad aumentarán según esta actividad amorosa, y no según su claridad la cual no es sino una consecuencia de la misma actividad amorosa. Porque Dios ya dispuso hace eternidades que ningún espíritu ni alma humana pueda llegar a la Luz sin una actividad amorosa adecuada.

¿Cómo producen la luz los hombres en este mundo material ? Frotan un palo de madera con otro o una piedra con otra hasta que saltan chispas. Cuando estas caen sobre un material fácilmente inflamable, como madera, paja, cierta resina mezclada con azufre y naftalina, pronto arderá una llama que irradia su luz en todas direcciones.

¡Hasta en el mundo de la materia muerta resulta que para obtener fuego y luz hace falta una cierta actividad previa! Tanta más actividad previa requiere Luz de la Vida en el alma, una actividad que despierta el Amor, elemento básico de la Vida. Y mediante una actividad amorosa cada vez mayor, se enciende en el alma la Luz, la Sabiduría que conoce, estima y manda en sí misma y en todas las cosas que surgen de ella.

Estas son las relaciones referentes a la vida del alma y a la claridad de su conocimiento interior. De modo que la sabiduría de un alma, aquí y más aún en el Más Allá, siempre es consecuencia de su actividad. Si fuera posible que esta actividad se acabara algún día, entonces terminarían también la sabiduría y la claridad interior vital del alma. ¿Lo has comprendido?».

Responde uno de los pescadores:

«Sí, Señor y Maestro. Pero me gustaría aún saber cual será la actividad principal de un alma perfecta en el gran Más Allá... En esta Tierra tan dura hay miles de cosas que el hombre debe hacer si quiere sobrevivir. ¿Qué habrá que hacer en el gran Más Allá espiritual? ¿Acaso ahí también se ara, se siembra y se cosecha para mantener la vida?».

Responde el Señor:

«Sí, amigo mío, se ara, se siembra y se cosecha, pero naturalmente de una manera distinta y en otro sentido que en este mundo material. Sin la gran actividad de los espíritus, sobre todo de los perfectos, nada podría realizarse en ninguna Tierra. Y más aún: No sólo no crecería nada en ella ni ser vivo alguno se movería sobre su suelo, sino que ni siquiera habría ningún Sol ni tampoco ninguna Tierra...

Los hombres aran la tierra y siembran la semilla en los surcos. Pero es tarea de los espíritus llevar a cabo la germinación, el crecimiento y la maduración de los frutos. Especialmente los espíritus perfectos tienen mucho que hacer, tanto en esta Tierra como también en todos los demás astros. Pero más aún tienen que hacer para formar adecuadamente a las almas y perfeccionar a los hombres, ya aquí en la Tierra y mucho más todavía en el Más Allá. Pues al Más Allá siempre llegan incomparablemente más almas imperfectas que perfectas, sobre todo de las que vienen de esta Tierra. Las imperfectas y maliciosas, con ayuda de espíritus naturales inmaduros, pronto deteriorarían toda la Tierra, de manera que ya no crecería en ella ninguna hierba, ningún arbusto, ni árbol ninguno. Y tampoco podrían seguir existiendo los animales ni los hombres.

Sólo se lo impide el amor, la sabiduría y el poder de los espíritus perfectos que, poco a poco, las van educando, para que se vayan acercando al Reino de Dios.

La manera como estos espíritus perfectos logran todo esto no puede describirse con palabras. Pero en cuanto hayas renacido en el espíritu, todo cuanto los espíritus obran y actúan en el gran Más Allá será para vosotros mucho más claro y comprensible. ¿Has entendido esto también?».

Responde el mismo pescador:

«Sí, mi querido Señor y Maestro, y te agradezco tu infinita paciencia con nosotros que somos débiles e ignorantes. Seguramente pasará todavía mucho tiempo hasta que entendamos completamente tantos misterios entre los que vivimos. Vemos el agua y la disfrutamos, pero no sabemos nada sobre su esencia. También vemos el fuego y su luz, sentimos su ardor y calor, pero ignoramos por completo en qué consiste realmente y cuál es su razón de ser. Pero sea como fuere, estamos muy felices y contentos de que gracias a tu inmensa Misericordia y Amor hayamos llegado ahora al camino inequívoco hacia la completa y viva Verdad. ¡Oh, querido Señor y Maestro! ¡Asístenos también con tu Gracia para que no nos cansemos o debilitemos, ni caigamos en la pereza nunca para seguir este camino hasta llegar a la luminosa meta!».

Responde el Señor: «El que tenga fe y vaya sobre el camino correcto, ese también conseguirá aquello por lo que se está esforzando seriamente».

CAPÍTULO 5. Las tres Partes del hombre, y el Reino de Dios en SU corazón

(GEJ 2.217/5)

Con el nacimiento del cuerpo físico, el germen eterno de vida es colocado como una chispa del purísimo Espíritu de Dios en el corazón del alma.

1) La visión de Oalim

(GOBD 2.72/9—26; GOBD 2.74/2—3,24—32)

Oalim: «Al principio, la posibilidad de visualizar mi corazón me pareció cosa muy extraña. Sin embargo, cuando reflexionaba sobre la posibilidad o imposibilidad de dirigir mis ojos hacia el interior de mi cuerpo, perdí la vista de pronto; y casi en el mismo instante todo se iluminó dentro de mí, de modo que me vi internamente, tal como me veo normalmente a la luz del Sol.

No podía comprender cómo era posible; al instante, mi corazón comenzó a hacerse transparente y empecé a ver tres corazones metidos uno dentro de otro, tal como la castaña en la que hay tres huesos: el de la cáscara marrón, dentro el de la pulpa del fruto, y en su interior el pequeño núcleo del germen, en el que mora la vida con su abundancia y multiciplidad infinitas.

Poco después vi que el corazón externo, el del cuerpo físico, reventó y se soltó, perdiéndose en la profundidad infinita. Sin embargo, el corazón interior sustancial permanecía y se fue ensanchando, estimulado por el corazón—germen que resplandecía fuertemente y lo empujaba; iba creciendo más y más, parecido al germen de una semilla puesta en la tierra que va aumentando y creciendo hasta formar un árbol poderoso.

Así ocurrió también con mi corazón—germen en mi interior más profundo. Al principio parecía efectivamente un corazón; pero a medida que fue agrandándose, iba adoptando cada vez más una forma humana en la que pronto me reconocí a mí mismo: como un hombre nuevo que hubiera nacido desde lo más recóndito de mi corazón—germen luminoso...

Al mirar a este hombre pensé: “¿Acaso este nuevo hombre—corazón interno tiene también un corazón propio?”. Entonces me di cuenta que también llevaba uno. Ese corazón, sin embargo, lucía como el Sol y su luz era miles de veces más fuerte que la de nuestro Sol de cada día.

Al observar este corazón—sol más detenidamente, pronto descubrí en su centro una pequeña imagen viva, totalmente parecida a Ti, oh santo Padre. Y no podía imaginarme cómo esto era posible.

Pero al reflexionar sobre ello, me invadió un gozo indescriptible y tu imagen viva me habló desde el corazón—sol del nuevo hombre interno, y me dijo: “¡Dirige tus ojos hacia arriba y pronto verás de dónde vengo y cómo habito en ti, totalmente vivo!”. Y cuando miré hacia arriba percibí al instante otro gran Sol inmenso, resplandeciendo desde las profundidades inconmensurables del infinito, y en el centro de este Sol también te vi a Ti, ¡oh santo Padre!

Desde Ti surgieron innumerables rayos resplandecientes, y uno de ellos cayó en el corazón—sol del nuevo hombre interno, formando una imagen viva de ti. Pero poco después el nuevo hombre surgido del corazón—germen extendió su brazo para cogerme, es decir, para coger mi hombre exterior.

Entonces me asusté, y este susto hizo que volviera a entrar de repente en mi antiguo estado. El corazón—carne que antes se había perdido en las profundidades, volvió a surgir, envolviendo instantáneamente los dos corazones internos. Todo lo interior desapareció y después de esto volví a ver el mundo exterior. Y esto es todo lo que he visto, sentido y oído en mí».

El gran Abedam se dirige a Oalim y al mismo tiempo a todos los demás:

«¡Escuchad y reflexionad, cada uno por sí mismo, sobre lo que Yo os voy a decir! Ya os habéis vuelto bastante débiles, pese a que todos vuestros primeros maestros todavía están vivos. ¿Qué pasará más tarde con aquellos que lleguen a iniciar una fuerte disputa sobre vuestra existencia actual? Por ello os repito: ninguna enseñanza sirve para nada si sus principios no son confirmados por mi testimonio vivo en el corazón de cada hombre.

En el mismo Oalim habéis podido ver este testimonio vivo de forma perfecta. Por eso debéis tener siempre presente no conformaros con la mera enseñanza sino preocuparos por que en los instruidos se transforme en plena y viva acción. Os aseguro que cualquiera que acepte esta enseñanza de forma seria y activa, experimentará muy pronto el gran testimonio vivo y sagrado de Oalim dentro sí mismo, lo que a su vez manifestará con gran claridad la autenticidad viva de mi Palabra, la que os he dirigido a todos.

Después que el corazón—germen hubo adoptado la forma humana, Oalim encontró en él un corazón—sol, y en su centro finalmente a Mí mismo, de la misma manera que en cada gota de rocío veis la imagen del Sol que la calienta. Esta imagen Mía en él le hablaba como Yo hablo contigo, y su palabra le mostró mi Ser como el eterno y santo Padre en las alturas de mi sagrada Divinidad infinita.

Este hombre interior de Oalim deseaba ya unirse con su cuerpo exterior sustancial y en parte también con el hombre físico. Sin embargo, Oalim aún no estaba maduro para tanto. A vosotros os pasará sólo cuando estéis plenamente maduros para ello; y entonces para siempre.

Instruid así también a vuestros descendientes que, de esta manera, recibirán un testimonio permanente de la autenticidad de mi enseñanza. Aquel que lleva este testimonio dentro de sí, ya ha recibido de Mí la vida eterna que ya no le será quitada nunca. Todo esto significa la visión de Oalim».

2) Cuerpo, alma, y espíritu

(GEJ 2.217/5)

El Señor: «Cuando la madre da a luz al pequeño cuerpo de su hijo, el germen eterno de la vida es colocado en el corazón del alma, en forma de una chispa del purísimo Espíritu de Dios, tal como sucede con el fruto de una planta cuando ha soltado la flor y empieza a fortalecerse y consolidarse. Una vez formado el cuerpo, empieza la formación del espíritu en el corazón del alma. Este es el momento en que el alma ha de esforzarse mucho para que empiece a germinar el espíritu en ella; en efecto, ha de poner todo de su parte para ayudarle».

(GEJ 9.174/9—12)

El arcángel Rafael, dirigiéndose a un médico: «La luz de la lámpara de vida que ha sido bien llenada en esta vida terrenal, es una fe total y viva que ilumina las cosas del Reino de Dios. Quien permanece en esta luz y no se preocupa de las cosas de este mundo más de lo necesario, alcanzará pronto, en sí mismo, la Luz de la vida eterna y así llegará también, ya en esta existencia terrenal, a la Esencia visible del Reino de Dios y a su Fuerza y Poder. Pues el que es uno con la Voluntad del Señor, también lo es con su perfecta y eterna Sabiduría, con su Poder y su Fuerza, en toda libertad y autonomía, con lo que es un verdadero hijo de Dios, eternamente.

Mira, yo soy este hijo de Dios. Pero no he llegado a serlo en el mundo de los espíritus sino durante mi existencia terrenal, de modo que el poder del Espíritu divino en mí pudo llevar a cabo todo lo que ahora puede hacer. Por eso tampoco sufrí muerte física como todos los seres humanos, sino que el poder del Espíritu divino en mí disolvió todo el cuerpo repentinamente, de manera que no quedó ni un átomo de él en esta Tierra. Todo lo que formaba mi cuerpo físico se transmutó integralmente en una vestidura eterna e indestructible, y ahora me ves hecho de cuerpo, alma y espíritu. Si te resulta difícil de comprender, ¡tócame!, mientras yo lo quiera, me palparás como a un hombre de carne y hueso. Si quiero volver a convertirlo todo en un cuerpo espiritual, seguirás todavía viéndome como ahora, pero no con tus ojos físicos sino únicamente con los ojos de tu alma que puedo abrir cuándo y por cuánto tiempo quiera. ¡Acércate y tócame! Porque la experiencia de que me toques con tus manos forma parte de la explicación que te doy sobre la Esencia y existencia del Reino de Dios».

(GEJ 9.176/2—4,7,9)

Rafael, todavía dirigiéndose al médico: «La existencia es una; de modo que en todo el espacio infinito de la Creación no puede haber una no—existencia. La existencia temporal de la materia no es sino un periodo de ensayo para alcanzar la existencia verdadera e indestructible; pero aun así, todo lo que tiene existencia temporal, siempre acaba reduciéndose a una existencia totalmente espiritual, pues en toda el infinito no puede haber otra existencia real y verdadera sino la espiritual.

Mira, amigo mío, tú que sabes tanto de los griegos, ¡ahí está sentado el Señor entre nosotros! Sólo Él es el verdadero Ser eternamente real en sí mismo. Entre lo más ínfimo y lo más inmenso, nosotros no somos más que sus Ideas y Pensamientos lúcidos, realizados por su Voluntad, el fruto de su Amor eterno e infinito que es su Esencia y su Ser. Sus Ideas y Pensamientos lúcidos son eternamente imperecederos e indestructibles como Él mismo, de modo que nuestra existencia espiritual real, al igual que la suya, también es eternamente indestructible. Por lo tanto es imposible que tan sólo un grano de lo que existe pueda ser destruido, porque todo tiene su origen en la plenitud infinita de los Pensamientos e Ideas del Señor y Maestro eterno, y forma parte de su realidad indestructible. Si el Señor pudiera exterminar tan sólo la más pequeña de sus divinas ideas creadoras, entonces Él mismo tendría que perder algo de su perfección infinita, lo que obviamente es totalmente imposible».

(TL 51/5,7)

El Señor: «Cuando el feto lleva ya unos tres meses de vida física en el seno materno, su alma está relajada y su corazón anímico presenta ya cierta solidez para admitir la chispa del Espíritu eterno que un espíritu angélico insertará en él, envuelto en siete capas. Naturalmente, no se debe pensar en envolturas materiales sino en envolturas espirituales que son mucho más fuertes y duraderas que las materiales. Esto ya se puede ver en muchas cosas del mundo, en donde, por ejemplo, es más fácil romper una cárcel material que una espiritual. Con la inserción de la chispa del Espíritu en el corazón del alma, lo que conforme la naturaleza de los niños puede suceder unos días antes o después, aunque frecuentemente tres días antes del nacimiento, el cuerpo se desarrolla más rápidamente y con ello se inicia el parto».

3) La trinidad en Dios y en el hombre

(GEJ 8.24/1,4—14; GEJ 7.25/1—15)

Un fariseo al Señor: «Nos dijiste que aquellos discípulos tuyos que divulgarán tu verdadera doctrina, bautizarán a todos aquellos que realmente han aceptado tu Enseñanza mediante la imposición de manos. Es decir, los fortificarán en el nombre del Padre que es el Amor, en el nombre de la Palabra, que es el Hijo o la Sabiduría del Padre, y en el nombre del Espíritu santo, que es la Voluntad todopoderosa del Padre y del Hijo»...

El Señor al fariseo:

«Con estos tres términos he explicado a los hombres la Esencia de Dios tal como es. Es cierto que un hombre de miras estrechas fácilmente puede imaginarse una especie de trinidad divina. Pero, para mantenerse fiel en todo a la verdad interna y más profunda, no se puede explicar de otra manera.

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y quien quiere conocerse perfectamente, debe saber y reconocer en su interior que, siendo hombre, también consiste en tres personalidades. Tenéis por un lado un cuerpo provisto de sentidos, miembros, órganos y otros elementos necesarios para llevar una vida libre y autónoma. Este cuerpo tiene una vida propia natural que es precisa para la formación del alma espiritual que habita en él y que se distingue bien claramente de la vida espiritual del alma. El cuerpo vive del alimento natural del que se produce la sangre y demás fluidos nutritivos para los diversos componentes del mismo. El corazón tiene un mecanismo particularmente animado, de modo que se dilata y se contrae para que la sangre, junto con los demás fluidos, pueda fluir a todas las partes del cuerpo y para que con la contracción pueda volver a ser recogida y alimentada con nuevas partículas nutritivas que, impulsadas de nuevo a través de las arterias, sirvan de alimento a los distintos componentes del cuerpo. Sin esta actividad constante del corazón, el hombre no podría vivir físicamente ni una hora.

El alma no tiene que ver nada con esta actividad vital del corazón, ni tampoco con la actividad propia de los pulmones, hígado, bazo, estómago, intestinos, riñones y demás componentes corporales. Aun así, el cuerpo, que es una individualidad completa, es del mismo hombre y actúa como si ambos, cuerpo y alma, fuesen la misma personalidad.

Pero si observamos el alma por sí sola, veremos que también es una individualidad completa que, en sustancia espiritual, contiene los mismos componentes que el cuerpo físico, y que en su correspondencia espiritual más elevada se sirve de ellos como el cuerpo se sirve de los suyos materiales.

Aunque el cuerpo y el alma representen dos entidades completamente distintas, y cada una lleve una actividad muy específica sobre las que finalmente ninguna de las dos puede indicar ni el cómo ni el por qué, en el fondo del verdadero objeto de la vida constituyen un solo hombre, hasta tal punto que nadie puede negar que se trate de un hombre individual y pretender que es uno doble. El cuerpo ha de servir al alma y esta, con su entendimiento y voluntad, ha de servir al cuerpo. Por eso, el alma es responsable tanto de las actuaciones para las que ha utilizado al cuerpo como de las suyas propias que consisten en toda clase de pensamientos, deseos, ansias y pasiones.

Si observamos todavía más de cerca la vida y la naturaleza del alma, veremos que ella, con su cuerpo humano sustancial, no está en un nivel más elevado que, por ejemplo, el alma de un mono. Aunque tenga un entendimiento racional un poco más elevado que el instinto de un animal común, nunca podría atribuírsele un entendimiento o enjuiciamiento de las cosas y sus condiciones, libre y más elevado.

La facultad más desarrollada del alma, o mejor suprema por su semejanza a Dios, está constituida por un tercer cuerpo de esencia puramente espiritual que habita en ella. Mediante éste, el alma puede distinguir entre lo verdadero y lo falso, y entre lo bueno y lo malo; y puede pensar y amar libremente todo lo que quiera, llevada por su libre albedrío estrictamente respetado por dicho cuerpo. A medida que el alma con su libre albedrío se decide por lo puramente verdadero y bueno, poco a poco se vuelve semejante al espíritu que habita en ella: fuerte, poderosa, sabia. Y, por haber renacido en él, se vuelve idéntica a él.

En tal caso, el alma llega a ser prácticamente una con su espíritu. De la misma manera las partes corporales más nobles de un alma perfecta también van integrándose completamente al cuerpo sustancial espiritual —al que podéis llamar la carne del alma— y por eso, finalmente, también al cuerpo esencial del espíritu. Así hay que entender también la verdadera resurrección de la carne en el verdadero y más significativo día de la vida del alma —llamado el día “del juicio”— que llega cuando un hombre renace completamente en el espíritu, bien aquí en esta vida terrenal o, de manera mucho más penosa y lenta, en el Más Allá.

Un hombre completamente renacido en el espíritu es realmente un solo ser perfecto, aunque aun así su ser está constituido eternamente por una trinidad bien distinguible.

Habréis notado que cada cosa presenta tres características bien diferenciadas: lo primero que llama la atención es la forma exterior, sin la cual ninguna cosa sería concebible ni podría tener existencia. Lo segundo es el contenido de las cosas, sin el cual tampoco existirían ni tendrían forma exterior alguna. Lo tercero, igualmente necesario para la existencia de una cosa, es una fuerza interior que habita en ella y que mantiene su contenido unido, una fuerza que constituye la verdadera naturaleza de las cosas. Como esta fuerza constituye el contenido de las cosas, y mediante este contenido también su forma exterior, ella es también la identidad básica de todo lo que existe bajo la forma que fuere. Sin esta fuerza no se podría percibir ser o cosa alguna, al igual que no se podría percibir nada si careciera de contenido o de forma exterior. Así veis que las tres partes discutidas son bien diferentes, pues la forma exterior no representa su contenido ni el contenido la fuerza que le penetra; no obstante, son completamente uno...

Volvamos ahora de nuevo al alma. Para su existencia segura y determinada, el alma necesita tener una forma exterior, a saber, la del ser humano. La forma exterior es, por lo tanto, lo que llamamos cuerpo físico o también carne, y no importa si es de materia o de sustancia espiritual. Ya que el alma tiene forma humana, también su contenido habrá de corresponder a esta forma. Este contenido o cuerpo interior del alma es su propio ser mismo, es decir, el alma en sí. Si todo esto está presente, también tiene que estar presente la fuerza que condiciona toda alma; y esta fuerza es el espíritu que, finalmente, es todo en todo. Porque sin el espíritu es imposible que exista una sustancia concreta, y sin esta tampoco puede existir cuerpo o forma exterior alguna. Aunque estas tres entidades bien diferentes son un solo ser en su conjunto, deben, no obstante, ser denominadas y reconocidas como individualmente distintas.

En el espíritu o la esencia eterna habita el Amor que es la fuerza motriz de todo, la inteligencia suprema y la firme voluntad viva. Todo este conjunto constituye la sustancia del alma que le da la forma, o sea, la naturaleza de su cuerpo. Una vez que el alma y el hombre hayan tomado forma conforme a la voluntad e inteligencia del espíritu, el espíritu se retira al interior, dándole al alma una voluntad libre —como independiente de él— y también una inteligencia libre y autónoma. El alma se apropia de ellos y en parte por los sentidos de percepción exteriores y en parte por una intuición interior, los perfecciona después como si la inteligencia libre, perfeccionada, fuera obra propia suya.

A consecuencia de este estado necesariamente configurado así —en el cual el alma se siente como separada de su espíritu— ella es capaz de recibir cualquier revelación exterior o interior. Si la recibe, acepta y obra según ella, comenzará a unirse con su espíritu, con lo que respecto a la inteligencia y el libre albedrío entrará más y más en la libertad ilimitada del mismo; y respecto a la fuerza y el poder, podrá realizar todo lo que reconozca y quiera.

De esto podéis deducir que el alma —siendo el pensamiento del espíritu transformado en sustancia viva, en el fondo el Espíritu mismo— ha de ser considerada como un segundo cuerpo, surgido del espíritu, sin que por ello sea otra cosa que el espíritu mismo.

La experiencia diaria os muestra que el alma aparece finalmente como un individuo vestido con un cuerpo externo, como si fuese una tercera personalidad. El cuerpo sirve al alma como manifestación exterior de su espíritu interior, y tiene como objetivo exteriorizar la inteligencia y el libre albedrío del alma, para allí moderarlos. Luego el cuerpo, o sea, el hombre, debe aspirar por la inteligencia y la voluntad interior ilimitadas, y por la verdadera fuerza que de ellas resulta, a volverse una unidad gloriosa y totalmente autónoma con el espíritu más interior, que siempre seguirá siendo el único ser ejecutivo del hombre.

Al final de esta instrucción sumamente importante queremos también enfocar la Trinidad de Dios mismo, para que podáis entender claramente por qué os mandé bautizar, o sea, fortalecer en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo a los hombres que creen en Mí y que verdaderamente han aceptado mi Enseñanza.

Las escrituras de los profetas explican que Yo, Jesucristo, también llamado el Hijo del hombre, soy el Dios verdadero, a pesar de que le dan nombres distintos, como Padre, Hijo y Espíritu. No obstante, Dios es una sola Magnificencia en la forma más perfecta de un hombre.

Así como el alma, su cuerpo exterior y su espíritu interior están unidos de manera tal que constituyen un solo ser y una sola sustancia individual —siendo sin embargo entre sí una trinidad diferenciada— así también están unidos el Padre, el Hijo y el Espíritu, tal como lo enseñan las escrituras de los patriarcas y los profetas».

(DADI 1.55/12—13)

El Señor: «No tiene ninguna importancia el cómo están las cosas en el ámbito del tiempo y del espacio. Pero vuestra vida fuera de ellos, es decir, en la existencia eterna, es de la máxima importancia. Con los ojos físicos percibís las cosas que están fuera de vosotros, con los del alma las de vuestro interior, y con los del espíritu miráis desde del centro de las cosas, o sea, desde el centro de vuestro ser. No obstante, únicamente con la ayuda de mi Espíritu todas las cosas empiezan a hablar y a vivir.

Ved, Yo, vuestro Padre santo, os enseño muchas cosas. Por eso ¡sed activos en el amor, para que mi Misericordia pueda corresponder! Amén».

4) La resurrección de la carne

(GEJ 5.238/1,3,6)

El Señor a sus discípulos: «¡Por resurrección de la carne entended las buenas obras del verdadero amor al prójimo! Porque éstas serán la carne del alma que, después que suenen las trompetas verdaderas de esta enseñanza Mía, el día del juicio final resucitarán con ella a la vida eterna como cuerpo etéreo.

Aunque en la Tierra hayáis llevado cientos de cuerpos, en el Más Allá tendréis solamente este único cuerpo, de sustancia sutil, ya descrito.

“En tu carne verás a Dios” significa: En tus buenas obras según la Voluntad de Dios que has percibido, le verás a Él, porque las únicas obras que valen son aquellas que el alma realiza a través de su cuerpo físico, que le sirve de herramienta, y que honran al alma ante Dios... Obras puras producen lo puro y obras impuras lo impuro.

Sin obras de amor al prójimo, o con muy pocas, ni la forma de pensar más pura ni el comportamiento más puro o casto pueden proporcionar al alma un cuerpo espiritual, ni tampoco la percepción de Dios. Queridos amigos, el conocimiento y la fe, por puros que sean, no tienen muros consistentes que os puedan proteger contra las tormentas, pero sí las obras del verdadero amor al prójimo. Ellas son el verdadero cuerpo permanente del alma, su hogar, su país y su mundo. ¡Recordadlo siempre!, y no sólo en vuestro propio bien, sino sobre todo en el de aquellos a quienes vais a predicar el Evangelio, después de Mí. Una vez que conozcan la Palabra de salvación y crean en ella, ¡exhortarles a que realicen las verdaderas obras del amor al prójimo que tantas veces he mandado!».

5) El Reino de Dios en el corazón del hombre

(GEJ 9.72/11—15)

El Señor: «Una vez que el hombre haya empezado a creer verdaderamente, y mediante sus obras según las enseñanzas haya vivificado la fe, entonces el Reino de Dios comenzará a desarrollarse en él, al igual que la vida comienza a desarrollarse en la planta, desde dentro hacia fuera, cuando la luz del Sol la ilumina y calienta en primavera, estimulándola a la actividad interior. Cierto es que toda vida es despertada y estimulada desde fuera; sin embargo, la germinación, el desarrollo, el crecimiento, la formación y la consolidación se realizan siempre desde dentro. Igualmente los animales y los hombres tienen que tomar primero el alimento desde fuera. Pero la ingestión de la comida y de la bebida aún no son la verdadera nutrición del cuerpo, ni mucho menos, porque esta se realiza únicamente desde el estómago a todas las partes del cuerpo. Así como el estómago es en cierto sentido el centro alimentador del cuerpo, de la misma manera el corazón del hombre es el estómago alimentador del alma, para que se despierte en ella el Espíritu de Dios. Mi Enseñanza es el verdadero alimento y la verdadera bebida de vida para este estómago del alma.

De modo que Yo, con mi Enseñanza dirigida a la humanidad, soy el verdadero Pan de Vida procedente de los Cielos; y obrar según ella es una verdadera bebida vital, el mejor y más reconfortante vino, que mediante su espíritu vitaliza todo el hombre y le ilumina con la llama viva del fuego de su amor. Quien come de este pan y bebe de este vino, no verá ni palpará la muerte, jamás en toda la eternidad. ¡Obrad según esto!, y mis Palabras se volverán la Verdad más viva para vosotros».

(SOLE 2.10/14)

En la esfera del espíritu del apóstol Juan, este dice: «Ya sabéis que el espíritu del hombre es una imagen viva y perfecta del Señor que lleva en sí la chispa del Ser divino. Cuando el hombre abarque todo esto en su interior, entonces también abarcará... Y llevará dentro de sí lo infinito, desde lo más ínfimo a lo más inmenso, de manera totalmente divina, o sea, que ha unido en sí la totalidad del Señor, como concentrada en un punto, mediante el poderoso amor hacia Él»...

(TL 70/2—4,13,15,21,24—25)

El Señor: «El Reino de Dios está dentro del hombre. Su piedra fundamental es Cristo, el Dios único y Señor del Cielo y de la Tierra, temporal y eternamente, tanto en el espacio como en la infinitud. El corazón ha de creer en Él y amarle sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo. Cuando el hombre cumple enteramente en su corazón con este sencillo requisito, entonces ya ha encontrado el Reino de Dios. Ya no tendrá que preocuparse de nada más; todo le será dado cuando lo necesite.

El que ha renacido ya vive permanentemente en su espíritu, y no considera el fallecimiento de su cuerpo como una muerte, sino que para él es lo mismo que para una persona que se quita la ropa en la noche, o para un cargador que al final del camino puede liberarse de su pesada carga.

Los signos del renacimiento del hombre se manifiestan interna y externamente sólo cuando hace falta. Hasta incluso este detalle es un signo del renacimiento... No hay que esperar que el renacimiento se manifieste con milagros pueriles, porque se presentará en forma de frutos totalmente naturales de un espíritu sano y de un alma curada gracias a él.

El Amor por Mí, una gran bondad de corazón y el amor a todos los hombres son, en conjunto, los verdaderos signos del renacimiento. Pero cuando falten y la humildad no se haya fortalecido todavía lo bastante para aguantar cualquier golpe, no servirán ni aureolas de santidad, ni hábitos, ni visiones de espíritus, porque estos hombres están muchas veces más lejos del Reino de Dios que otros con un aspecto muy mundano. Pues el Reino de Dios nunca se presenta con esplendor exterior sino únicamente en el interior, en el corazón del hombre, en toda quietud y desapercibimiento.

Es preciso que grabéis esto profundamente en vuestra alma y que siempre os acordéis de ello; así os resultará más fácil encontrar el Reino de Dios».

6) Dios como Padre desde todas las eternidades

(GEJ 3.225/6—9)

El Señor a Murel: «En mi Espíritu eterno soy vuestro Padre, ya desde la eternidad. Pero en esta mi Carne, soy también para vosotros como un novio y vosotros sois mi novia amada, porque habéis aceptado mi Palabra y Enseñanza, y porque sentís de manera viva en vuestro corazón que Yo soy el Mesías prometido para redimir a todos los hombres del antiguo pecado, engendro del diablo, y para abrirles el camino hacia la vida eterna y la verdadera filiación divina.

En verdad os digo: El que cree en Mí y cumple efectivamente con mi Palabra, es para Mí como la novia de los Cielos y Yo soy para él como el verdadero Novio de la Vida eterna. Y quien esté en Mí y Yo en él, no verá, ni sentirá, ni palpará la muerte.

Aquel que cree en Mí y me ama, y que por ello cumple con mi mandamiento del puro Amor que es tan fácil, me reconoce en la plena luz de su corazón como el Padre. A él me acercaré y me manifestaré siempre, le instruiré y le guiaré, y fortaleceré su voluntad para que en caso de verdadera necesidad le obedezcan todos los elementos.

Los Míos no celebrarán grandes triunfos en el mundo. Pues pocos hombres de esta Tierra son hijos míos, la mayoría son hijos del príncipe de la mentira, de la noche y de las tinieblas. Estos no aman mi Luz ni tampoco a aquellos que se la traen. Pero ¡que los Míos no padezcan por esto, porque para ellos está preparado el triunfo en mi Reino!».

CAPÍTULO 6. La Redención

(Dado por el Señor el 14 de junio de 1840)

¿Qué es la redención?

Esta es una pregunta dirigida a mis hijos que, una vez que se hayan adentrado en las moradas interiores de su amor para que se les abra una puertecilla, deben contestarla con toda la tranquilidad de su corazón, para que se reconozcan a sí mismos y a mi Amor, y para que, llevados por este Amor, en él se enciendan por Mí como una llama viva. Pues sólo Yo puedo redimir al alma mediante el renacimiento del espíritu y, a través de él, a toda la Creación.

Unas preguntas cardinales: ¿Cómo la ley de Moisés lleva del amor al libre albedrío, del amor al renacimiento, y del renacimiento a la vida eterna?

¿Por qué fue necesaria la redención como condición previa para la ley de Moisés, si para el renacimiento no hace falta más que cumplir la ley por puro amor a Mí?

Por lo tanto, ¿qué es la redención, cómo afecta al hombre y cómo puede participar en ella?

La respuesta a esta pregunta será muy difícil para todo aquel que quiera probar la agudeza de su mente con ella. Pero el que arda en amor y humildad por Mí, encontrará la respuesta cabal en la pequeña cámara de su corazón. Sin embargo, daré una contestación exhaustiva a mi pobre y débil siervo Jakob Lorber, para que luego podáis compararla con la vuestra, examinando vuestro corazón y la profundidad a la que llega vuestro amor. Yo, el gran Maestro en todas las cosas. ¡Amén!

Esta es la contestación completa a la pregunta cardinal que os he planteado, cuya importancia se manifestará plenamente en la misma respuesta. Pero para comprenderla bien hace falta dar una explicación sobre la naturaleza del hombre en sus aspectos natural y espiritual. Sin estos conocimientos previos sería inútil predicar, puesto que todo se dirige únicamente al espíritu, y eso para hacerle revivir en el amor, que es su madre. Y para estimularle, os hice esta pregunta inicial.

El hombre está compuesto por un cuerpo físico que es un recipiente cuyos diversos órganos permiten que en él se vaya formando un alma viva, pues mediante la procreación no se forma sino el cuerpo físico. Sólo en el séptimo mes, cuando mediante la vida vegetativa de la madre ya se hayan formado todos los órganos del feto, aunque su forma aun no esté desarrollada del todo, en el hueco epigastrio del feto se abre un glóbulo procedente del procreador, que contiene la sustancia del alma, invisible para vosotros. Esta sustancia se transmite a todo el organismo a través del sistema nervioso y, sirviéndose de un fluido magnético existente en todos los nervios al que transforma en sustancia propia, penetra a la velocidad del rayo en todos los demás órganos, menos en los miocardios, en los que penetrará normalmente siete días después o, a veces, algo más tarde.

Entonces, poco a poco, el corazón empieza a dilatarse a medida que la sustancia anímica lo va llenando paulatinamente. Cuando el corazón se ha cargado convenientemente, de manera similar a un condensador eléctrico, descarga el fluido en las arterias por un ventrículo superior. El fluido descargado penetra en los líquidos en ellas presentes y los obliga a entrar en todos los tejidos, donde se mezcla con los líquidos que hay en ellos. Desde allí, los líquidos caminan por las venas para volver al corazón que, mientras tanto, ha recibido una nueva carga de fluido anímico y encamina en un nuevo ciclo los líquidos que volvieron.

Así empieza el latir del pulso, la circulación de los líquidos y, algo más tarde, de la sangre procedente de estos. Gracias a la circulación y al intercambio continuo de la sangre se va desarrollando la masa del cuerpo, y gracias a la sustancia anímica contenida en los líquidos sutiles, se refuerza, de manera electromagnética, la solidez del alma.

Cuando posteriormente, con ayuda de los líquidos y de la sangre del cuerpo de la madre destinados a este fin, el estómago se ha desarrollado suficientemente para poder admitir líquidos alimenticios algo más pesados, el hombre se va separando de los lazos alimentarios de la madre para nacer al mundo externo, dotado de cinco sentidos naturales para poder percibir el mundo físico, es decir, las diversas sustancias de la luz, del sonido, del gusto, del olfato y, finalmente, la percepción de sentimientos en general... Todos estos sentidos están destinados a impulsar el alma, la cual deja crecer al cuerpo según sus necesidades, lo que sucede durante los siguientes años de vida. He aquí dos hombres en uno, es decir, uno material y, dentro de él, uno sustancial (y más tarde todavía habrá uno esencial).

¡Y ahora escuchad!... Aproximadamente tres días antes del nacimiento se forma otro glóbulo extremadamente sutil, en la región del corazón, un glóbulo de la sustancia anímica más fina y al mismo tiempo más sólida. En este glóbulo se va incorporando un espíritu que, en sus tiempos, se volvió maligno pero que según su esencia es una chispa del Amor divino. No importa que el cuerpo sea masculino o femenino, pues el espíritu en él no tiene un sexo definido, y sólo con el tiempo adquirirá alguna tendencia sexual, lo que se manifestará en sus apetencias.

Resulta que este espíritu está todavía muerto, tan muerto como estuvo desde los inimaginables tiempos que pasó encerrado en la materia. Pero el alma es un ente sustancial imponderable y por ello indestructible, como también sus sentidos ya totalmente desarrollados: las orejas equivalente al razonamiento, los ojos al entendimiento, el gusto al gozo de las impresiones procedentes de los sonidos y de la luz, el olfato a la percepción de lo bueno y lo malo, y finalmente, el tacto a la existencia de sentimientos en general, a la consciencia de una vida natural en el alma activada por la evolución continua de las sustancias sutiles en sus órganos correspondientes a los del cuerpo. Así como los líquidos del cuerpo, gracias a su circulación a través del mismo, han formado la esencia del alma mediante las sustancias aportadas desde el mundo exterior, así también se nutre el espíritu encerrado en el glóbulo: mediante la circulación de las sustancias más sutiles a través de los órganos del alma, hasta que él mismo espíritu madure lo suficientemente para poder romper el glóbulo y, poco a poco, penetrar en todos los órganos del alma como esta, antes, en el cuerpo. De esta manera el espíritu llegará a formar un tercer cuerpo, gracias al alimento que recibe: la forma de pensar del alma. Esto sucede de la forma siguiente:

Al igual que el cuerpo y el alma, también el espíritu tiene sus órganos, espirituales, correspondientes. El oído del cuerpo y el razonamiento del alma corresponden a la sensación o a la percepción del espíritu; la luz y el entendimiento a la voluntad; el gusto y el gozo de las impresiones procedentes de los sonidos y de la luz a la capacidad de asimilación de todo lo mundano en sus formas respectivas; el olfato y la percepción de lo bueno y lo malo corresponden a la facultad de distinguir entre lo verdadero y lo falso, y finalmente, la existencia de sentimientos en general y la consciencia de una vida natural corresponden al amor que surge de todo ello.

Al igual que el alimento del cuerpo está determinado por sus sentidos, también los alimentos para el alma y para el espíritu están constituidos por sus sentidos respectivos. Si el alimento es malo como regla general, finalmente todo será malo y por eso reprensible. Pero si el alimento en general es bueno y aceptable, al final todo será bueno y aceptable. Estas son las relaciones naturales entre cuerpo, alma y espíritu... Ahora habrá que preguntarse, ¿qué es un alimento malo y qué es uno bueno?

Todo lo mundano es fatal porque vuelve a encaminar al espíritu hacia la noche del mundo de cuya celda mortal, la materia, Yo le arranqué, colocándolo en el corazón del alma para que allí pueda revivir y purificarse de todo lo sensual natural y mundano material, y para que finalmente se vuelva capaz de acoger la Vida que surge de Mí. Pero si no se le ofrece sino un alimento malo, de nuevo se volverá mundano y sensual. Finalmente se volverá material del todo, con lo que quedará muerto como antes de nacer. Lo mismo sucederá con el alma en el cuerpo, la cual, así, también se habrá vuelto carnal. Pero si el espíritu recibe un buen alimento —mi Voluntad manifestada y mi intervención por la obra de la redención, o sea, mi Amor—, y si hay una fe profunda y viva, entonces en el corazón del espíritu se va formando un nuevo glóbulo en el cual se encierra una chispa pura de mi Amor. Lo que sucedió anteriormente cuando se formo el alma y a partir de ella el espíritu, lo mismo sucede con esta nueva formación del santuario. Cuando el glóbulo ha madurado y este santo amor rompe la estructura delicada de su recipiente, entonces —parecido a la sangre del cuerpo, a las finas sustancias del alma o al Amor del Espíritu— este santo amor se vierte en todos los órganos del cuerpo espiritual. Este proceso es el renacimiento.

Pero al mismo tiempo, ya en el momento de la procreación, sobre todo cuando fue realizada para la mera satisfacción de instintos sensuales, el infierno coloca una gran cantidad de glóbulos de amor satánico en la región del bajo vientre y de los órganos sexuales. Estos glóbulos de amor satánico maduran casi a la vez que el de mi Amor. Y, así como los gusanos nacen al calor del Sol natural de la primavera, también su engendro satánico nacerá y se desarrollará con el calor naciente de mi Sol divino en el espíritu del hombre.

De ahí vienen las tentaciones, pues cada uno de estos seres del engendro satánico intenta continuamente intervenir en la vida del alma donde y cuando sea posible. Si el hombre no hace entonces frente a estas bestias voluntaria y enérgicamente, armado con el Amor de Dios renacido en él, ellas penetrarán en todos los órganos del alma y, como pólipos, se adherirán firmemente a aquellos lugares donde el espíritu penetra en el alma, evitando así que pueda absorber la Vida del espíritu y con ella el Amor divino. Cuando el espíritu nota que no puede expandirse para acoger una nueva vida procedente de Dios en la mayor abundancia posible, entonces vuelve a retirarse discretamente a su glóbulo y, junto con él y con más razón aún, mi Amor que es Dios en el hombre.

Si esto ocurre, el hombre se volverá entonces de nuevo material y sensual, lo que es su perdición porque ignora lo que le ha pasado. Pues, desde el principio, este engendro satánico seduce sus sentidos inadvertidamente, de manera suave y agradable, poco a poco, capturándole del todo, con lo que el hombre ya no percibe nada que tenga que ver con lo espiritual.

Entonces sufrirá tribulaciones como no hubo desde los principios hasta el presente ni habrá en un futuro, y tendrá grandes deseos de ser liberado y el hombre empezará a refugiarse en Dios, primero mediante las oraciones, sobre todo las dirigidas al Padre, y luego mediante el ayuno y la lectura de la sagrada Escritura.

Si el hombre toma su estado en serio y ve que está lleno de dudas tenebrosas, entonces Yo empezaré a actuar externamente hasta vencer la muerte y del infierno mediante las Obras de la Redención, haciendo llegar mi Misericordia en forma de cruz y de sufrimiento, según mi Sabiduría. Con esto el mundo y sus placeres le resultarán tan amargos que le darán asco, y empezará a anhelar la salvación de esta vida de sufrimientos. Como entonces los engendros satánicos en el alma ya no reciben el alimento pecaminoso del mundo exterior, se volverán débiles hasta que casi se secarán, cayendo así en un estado inconsciencia de su existencia.

Pero como entonces el Amor misericordioso de Jesucristo, actuando en el plan exterior, empieza a fluir tanto en los órganos enfermos del cuerpo como a los del alma, iluminándolos y manifestándose al alma mediante una conciencia que le advierte del engendro satánico pecaminoso, entonces el alma se angustia, lo que se manifiesta por una opresión del corazón y un sofoco del pecho en la región del estómago. Si el alma en este dolor que produce un arrepentimiento verdadero, pide a Dios su Gracia y Misericordia con toda humildad y por el amor del Crucificado, el espíritu lo percibe y de nuevo empieza a moverse en el glóbulo al que se había retirado. Ello hace que el hombre vuelva a acordarse de las leyes de Moisés, desde la primera a la última, gracias al Amor misericordioso de Dios que le insta a cumplirlas seriamente en humildad y abnegación, hasta el fondo de su alma. Se trata de idéntico proceso al de una lavandera que tuerce y escurre su ropa una y otra vez hasta que salgan de ella todas las suciedades con el agua, hasta que la misma agua salga totalmente limpia; sólo entonces colocará la ropa al sol.

Ved, estas son las leyes de Moisés, en número de diez, que es un número divino. Estas leyes señalan que el hombre, cuando ha caído en tal tribulación, ante todo tiene que creer que Yo soy, teniéndome el máximo respeto e incluso convenciéndose que él mismo es el culpable de su situación. Luego, entre los siete días, el hombre debe santificar el sábado[12], recomendado como día de verdadero descanso en el Señor, empleando este día para aprender a ensimismarse cada vez más profundamente, conociendo así los parásitos que han invadido los órganos de su alma, y dirigiéndose a Mí, para que Yo, de la manera indicada, acabe con ellos y los eche fuera.

Cuanto el hombre haya logrado humillarse profundamente ante mi Grandeza, Poder y Fuerza, entonces hay que “torcer y escurrir la ropa”, es decir, tiene que cumplir los otros siete mandamientos de forma que también se humille profundamente ante sus semejantes, refrenando ante ellos todas sus bajas tendencias. Romperá su voluntad propia y la someterá enteramente a la Mía, absteniéndose de todas sus apetencias, incluso subordinando a mi Voluntad hasta los menores deseos de su corazón. Entonces llegaré Yo con mi Amor para calentar la morada de su espíritu como una gallina que cubre a sus pollitos que aún no han salido del cascarón. Entonces, gracias al calor del Amor divino, renacerá el espíritu que antes ya había empezado a reanimarse, y penetrará de nuevo en todas las partes del alma purificada, absorbiendo ansiosamente el Amor misericordioso que desde fuera ha entrado en los órganos purificados del alma, con lo que el espíritu se fortalece...

En cuanto el Amor de mi Misericordia haya así penetrado profundamente en su corazón, donde todavía yace el glóbulo del Amor divino primario, entonces, estimulado por el Amor del Hijo que ha purificado el alma, este glóbulo puramente divino en el que estaba encerrado el gran santuario del Amor del Padre eterno y santo, se abre de nuevo. A continuación, uniéndose íntimamente con el alma, el Amor de mi Misericordia penetra con la claridad del Sol naciente en la totalidad del espíritu, y de esta manera también en el alma, y a través de ella finalmente también en la carne mortecina.

Esto hace que el hombre vuelva a revivir totalmente, y esta nueva vida recobrada es la resurrección de la carne.

Y cuando de esta manera todo esté penetrado por el Padre, el hijo será acogido por Él en el Cielo, es decir, en el Corazón del Padre. El hijo, por su parte, lleva consigo el espíritu del hombre; el espíritu del hombre lleva consigo al alma y esta, del cuerpo, lleva consigo al espíritu de los nervios que ya conocéis[13], porque el resto del cuerpo no es sino basura.

A partir del momento en que el Padre con su Amor se active en el hombre, se hace Luz en este, pues la Sabiduría del Padre nunca está separada de su Amor. Así el hombre se llenará también de amor, sabiduría y poder, renaciendo totalmente en este Amor y esta Sabiduría. Os podéis imaginar cuánto esfuerzo, indulgencia y paciencia me cuesta cada vez salvar apenas a uno solo entre miles. Y cuántas veces hasta este uno malinterpreta mis esfuerzos y los desprecia, los maldice y los pisotea. Aun así, nunca dejo ni dejaré de llamaros: “Venid a Mí todos los que estáis afligidos y cargados, Yo os aliviaré”.

Resulta fatigoso predicar a los sordos y a los ciegos que se han arrojado en los tormentos de este mundo, ensuciando así su materia, su carne, con la maldición del infierno pestilente cuyo hedor fétido es una auténtica fatalidad para el alma. Por eso es necesario que Yo haga venir de nuevo un diluvio desde los cielos, lo que quiere decir amargas obras de redención. Una vez que el suelo del alma embadurnado de maldiciones se haya limpiado y los vientos de la Gracia hayan vuelto a secar los pantanos y lodos, sólo entonces existirá otra posibilidad de predicar los caminos hacia la Vida en Mí.

Como ya vengo predicándoos durante mucho tiempo, os invito seguir mi Voz para que volváis al rebaño de mis ovejas amadas. Entonces, como el único buen Pastor, os conduciré a los pastos de la Vida y vosotros me daréis lana tan blanca como la nieve, de la cual os prepararé un vestido que os adornará para toda la eternidad.

Cuando un campesino que tiene una pequeña huerta ve que sus árboles no dan fruto sino sólo hojas, pensará: “¿Qué debo hacer?... Si los arranco del suelo, mi huerta se convertirá en un desierto, y si planto otros nuevos, al principio serán más débiles que los anteriores y tampoco traerán fruto. Así que los limpiaré cuidadosamente de todas las plagas para después buscar, en el momento apropiado, ramas nobles de árboles buenos e injertarlas en aquellos que estén más fuertes y sanos. Así, con la ayuda de arriba, un buen día traerán muchos frutos buenos y dulces”. Si el sabio campesino actúa como se lo ha propuesto, dentro de pocos años tendrá una cosecha abundante y satisfactoria.

De modo que, vosotros los padres, sois como esos campesinos en cuyos campos terrenales o corporales sólo se han creado engendros del infierno a causa de la impudicia y de la lascivia, como fue el caso en Sodoma y Babilonia. Por ello debéis limpiar los arbustos de todas estas plagas con afán redoblado, lo que significa que tenéis que acechar todos los deseos y apetencias que provienen del engendro infernal interior. Debéis destruirlo como ya os he indicado, podando también desde el principio los retoños inútiles de la voluntad propia que frecuentemente parece ser buena, pero que sin embargo siempre debilita la vida del tronco. Así tendréis pronto un árbol sano y fuerte. Cuando llegue el tiempo de preparar los injertos —lo que corresponde a la introducción de mi ley surgida de mi gran Amor y dada por Moisés— podréis esperar que vuestros infructuosos árboles, bien limpios y cuidados, absorberán ansiosamente mi Voluntad, después que la suya propia les haya sido quitada al podarlos y que, gracias a mi colaboración eficaz, en breve darán abundantemente los mejores y más bellos frutos, sobre todo si los regáis copiosamente con el agua de la Vida para que sus copas crezcan con rapidez muy alto hacia el cielo.

Así se ampliará su horizonte espiritual y cada vez absorberán más Luz misericordiosa, que fluye continuamente desde el Sol de mi Gracia, nacida por la Obra de la Redención. Sólo por esta Luz y su calor podrá renacer a la Vida eterna toda criatura.

La redención es que el Padre santo y el Amor sean reconocidos, ese Amor que sangraba en la cruz, redimiendo al mundo y santificándolo de nuevo, y que con el último golpe de lanza en el Corazón del Amor eterno abrió, hasta para los mismos criminales, el portal sagrado hacia la Luz y la Vida eterna. Tal como uno[14] obtuvo la visión, y su fe y amor se volvieron vivos, así todos podrán obtener la visión, y su fe podrá volverse viva para que los rayos del Sol de la Gracia puedan fecundar de nuevo el glóbulo del Amor eterno, y para que mediante las Obras del Hijo, el antiguo Amor del Padre, con toda la Fuerza y el Poder del Espíritu santo de ambos, pueda brotar en vosotros, en el amor puro de vuestro corazón renacido.

Os diré lo que representa la Obra de mi Redención. En primer lugar es la Obra mayor del Amor eterno; porque de esta manera Yo mismo, el Altísimo, en toda la plenitud de mi Amor y de mi Divinidad, me he vuelto hombre, hasta incluso hermano vuestro, tomando sobre mi espalda toda la carga de los pecados del mundo, salvando así la Tierra de la antigua sentencia emitida por la Santidad divina intocable. En segundo lugar, es la subordinación del infierno a la Fuerza de mi Amor, pues antiguamente sólo estaba sometido al Poder de la Divinidad encolerizada y, por lo tanto, lejos de toda influencia de mi Amor, que es el arma más eficaz contra el infierno, por ser justamente lo opuesto a lo infernal: basta con solo pronunciar mi nombre con amor y devoción, y el infierno es rechazado a otra dimensión del infinito. En tercer lugar, la Obra de mi Redención es también el portal del Cielo y de la vida eterna, y al mismo tiempo la señal hacia ella, puesto que no sólo os reconcilia de nuevo con la Santidad divina, sino que también os muestra cómo habéis de humillaros ante el mundo si queréis que Dios os eleve. Además, os enseña a soportar la cruz de las burlas y sufrimientos y todo tipo por Amor a Mí y a vuestros hermanos, con toda paciencia, mansedumbre y subordinación de vuestra voluntad humana e incluso os enseña bendecir a vuestros enemigos con el Amor divino de vuestro corazón.

Como el mundo no es otra cosa sino la mera forma exterior del infierno y como la Tierra, bendita de nuevo por la redención, se volvió otra vez portadora del infierno, el mundo impera en la Tierra y vive en altos edificios, en el resplandor del egoísmo, del engaño a sí mismo; y reinan el amor propio, la lujuria y la lascivia, el bienestar y la riqueza, la avaricia y la usura y, en general, la ambición egoísta del poder. Pero para que la Tierra no sea nuevamente profanada, la sangre del Amor Eterno la ha santificado. Y dondequiera que la serpiente descargue sus inmundicias —guerras o negocios sucios, robos o impudicias, prostitución, negación de Dios y adulterio en el sentido natural o espiritual— al instante empezará a actuar el diluvio redentor del Amor crucificado: surgirán hombres y videntes divinos que eliminarán de la Tierra las inmundicias de la serpiente, recogiéndola y echándola a los almacenes de los grandes del mundo. Sus corazones mundanos se regocijarán con semejantes tesoros; aunque mis hijos tendrán que sufrir miserias durante cierto tiempo porque la tierra se volverá estéril durante ese lapso. Aun así, en cuanto se refugien bajo mi cruz y escuchen mi Voz que les hablará a través de la boca de mis videntes, y ansiosamente empiecen a regar la tierra árida con abundante agua del pozo de Jacob, la tierra será santificada de nuevo para poder traer los mejores frutos de toda clase. Estos frutos serán a su vez la participación en la gran Obra de la Redención, que ha sido consumada en la cruz.

CAPÍTULO 7. El camino al renacimiento espiritual

La obediencia y la humildad son el alimento para poder renacer en el Espíritu. (Desde el 15 hasta el 18 de agosto de 1840)

1) Reglas de comportamiento necesarias

Aquí os doy unas breves reglas de conducta que habréis de observar cuidadosamente si queréis estar seguros ante la persecución del mundo y si queréis coger el camino más corto para llegar lo antes posible a mi Gracia y, a partir de ella, al renacimiento integral.

(Dado por el Señor el 15 de agosto de 1840)

Estas reglas, puestas en orden, son las siguientes:

Primero:

Ante todo debéis observar estrictamente cualquier ley política en lo que se refiere a su obligatoriedad exterior, y tenéis que aguantar cualquier presión con la que pudieran probaros, siendo conscientes que en ninguna parte existe poder algún sino en Mí y a través de Mí. Todo está sometido a Mí, seáis conscientes de ello o no. Hay soberanos buenos y otros severos, siempre según requiera la índole de los súbditos, y todo ello depende de Mí. Pero cuando entre el pueblo son cosa habitual toda clase de vicios, como es vuestro caso, ¿cómo voy a proporcionaros soberanos altruistas?

Por eso, ¡ay de cada agitador! No sólo será castigado con la muerte temporal sino también con la eterna... Porque los soberanos tienen una posición demasiado elevada ante el pueblo para que la ocupen por su propio mérito... Nadie es nada si no lo es por mi justa Voluntad. Si el soberano resulta bueno y manso, entonces es un consuelo de mi parte; pero si resulta duro y codicioso, es un látigo justiciero en mi mano... Quien se opone a él, se opone a mi látigo y dará coces contra el aguijón... Pero quien vive en mi Amor y en la Gracia que surge de él, su espalda nunca habrá sangrará bajo los fuertes golpes de mi látigo sino que se fortalecerá como un roble frecuentemente sacudido por vientos fuertes; y bienaventurado será el renacido y purificado porque gozará del gran caudal de mi Amor.

Mi Reino no es de este mundo. Por ello dad al César, lo que es del César, y a Mí lo que es Mío, es decir, vuestro corazón en humildad pura y obediente. No os preocupéis por lo demás, porque Yo, vuestro Padre, estoy en medio de vosotros. Por eso, ¡obedeced a vuestras autoridades, llevad vuestra ligera cruz con toda abnegación y seguidme con todo amor y mansedumbre! Así viviréis en mi Gracia, y en ella vivificaréis todo lo que miréis en mi nombre. Amén.

Segundo:

En lo que se refiere a la autoridad de la iglesia, cada uno de sus miembros que sigue la fe externa y los reglamentos de la misma, tiene con a ella la misma relación que cualquier súbdito con su soberano; con la única diferencia que una oposición a la iglesia no puede ser objeto de castigo como en el caso del estado, sino que será tolerada sin consecuencias. Y aún añado que miraré con ira a todo aquel que abandone a su madre de fe terrenal, y llegará el día en que su suerte apenas será mejor que la de un suicida. Puesto que tenéis un cuerpo por el cual llegan las primeras impresiones al alma y la alimentan, también tiene que haber una despensa exterior, la iglesia exterior como madre de fe, para que mediante ella vuestro cuerpo maligno sea trabajado y preparado igual que un niño en el seno de su madre. Quien abandone el seno de su madre demasiado pronto, decidme, ¿qué será de él después?

Obediencia y humildad son el alimento para poder renacer en el Espíritu. Si esto os lo enseña la Iglesia romana, y lo hace excelentemente, ¿qué es entonces lo que os aparta de la madre de fe de vuestro cuerpo exterior? Por ello, manteneos fieles a vuestra Iglesia, porque un creyente de la Iglesia romana —si hace caso a su Iglesia— me resulta noventa y nueve veces mejor que una persona egocéntrica que demuestra poco amor y aún menos humildad. Respecto a las ceremonias, ¡que nadie se escandalice por ellas! Pues para el vivo todo está vivo, para el puro todo es puro, para el obediente todo es bienvenido y para el humilde todo resulta santificado. Quien cree estar en mi Luz, ¿cómo puede juzgar las prácticas de la Iglesia y del estado? ¿Acaso cree que Yo no tengo bastante habilidad para cambiar las condiciones según mi Voluntad? Si semejantes jueces estiman que Yo pudiera necesitar su asistencia pericial, entonces demuestran que se encuentran en un nivel aún mucho más bajo que el creyente más ingenuo. En verdad os digo, ¡estas cosas son una atrocidad para Mí! Todo sucede en su momento justo y sólo Yo soy el juez de todas las cosas y condiciones. Porque sólo Yo soy santo y justo en el Amor. Por eso, ¡seguid a vuestra Iglesia según sus conceptos y permitid que Yo conduzca vuestros corazones! ¡Entonces alcanzaréis pronto una vida en la Gracia y con ella el renacimiento del Espíritu, vivificando vuestra Iglesia exterior en vuestro cuerpo! Amén.

Tercero:

En cuanto a las ceremonias, no hay nada en ellas que sea ni constructivo ni destructivo. Pero como todo en el mundo está asociado a ceremonias, con el mismo derecho la Iglesia exterior puede servirse de ellas. Pero que nadie crea que las ceremonias tienen algún mérito que sirve para llegar a la vida eterna; porque esta se alcanza únicamente con un corazón devoto y humilde, lleno de mi Amor y mi Gracia. Ahí se encuentra la Iglesia viva, ¡dentro de vosotros!, la que finalmente da vida y un sentido profundo a la Iglesia exterior muerta. Dos opciones hay: resucitar desde la muerte a la vida o desde la vida recaer en la muerte... Es decir, obedeciendo a la Iglesia podéis fomentar vuestra humildad, con ella entrar en la Gracia, y a partir de ahí llegar al renacimiento. Como alternativa, os podéis enterrar en las ceremonias muertas, al igual que los paganos, y perecer en su vano fulgor.

Así como un árbol crece echando ramas y tallos, y luego hojas, capullos y flores con sus filamentos femeninos y masculinos —algo que con el tiempo ya no servirá y se irá cayendo para que el fruto pueda desarrollarse según su especie— lo mismo sucede con la Iglesia repleta de ceremonias. Si alguien comiera de todo lo que todavía está creciendo, se pondría enfermo por tomar tanto alimento sin madurar. Porque, aunque frecuentemente hasta la flor contiene fuerzas curativas que en diversas enfermedades ya os han dado buenos resultados, sólo el fruto maduro es beneficioso. Ya veis cómo estos procesos vegetativos se parecen a las ceremonias muertas... Pero diréis: “Estos procesos vegetativos son necesarios porque su naturaleza así lo requiere; porque si los árboles se quedaran sin flor, ¿de dónde saldrían entonces los frutos?”

La Iglesia judía fue una Iglesia puramente ceremonial para la formación previa... Fue lo que las hojas y los capullos son al fruto vivo de la Palabra del Amor eterno. Y ahora pregunto Yo: “¿No fue justa si ha sido lo que tenía que ser? Si tenéis hijos, ¿cómo vais a conseguir que me conozcan a Mí y a mi Voluntad sino precisamente a través de procedimientos ceremoniales?”.

Al principio todos vosotros sois judíos y niños, y mientras todavía seáis niños, precisaréis efectivamente las ceremonias eclesiásticas. Sólo que no debéis permanecer en ellas, sino que, una vez que hayáis pasado el nivel elemental, debéis entrar en la clase siguiente para aprender en ella la lectura, la escritura y las matemáticas, y eso en el ámbito de mi Amor y en la Gracia de mi Sabiduría. Aquel cuyo corazón ha llegado a purificarse a través del amor, que venga a mi Escuela porque en ella, a través del renacimiento, llegará a la vida eterna. Pero aquel que, descuidando su propio interior, se apega a ceremonias que están muertas, a él le tocará la muerte por cometer la insensatez de tomar como fin los medios que los sentidos exteriores le proporcionaban. El que tira el agua de la palangana sin haber sacado antes al niño, no puede ser sino un loco perdido. Pero el que se desentiende del niño y no guarda sino la palangana con su agua, ese ya es víctima de su obstinación fanática, está muerto a causa de su maldad.

El sabio, sin embargo, cuida del niño y guarda su bañera: el niño por ser el fruto vivo, y la bañera para poder bañarlo en ella todavía muchas más; de modo que sólo tira el agua... Por lo tanto, si queréis llegar a ser verdaderos hijos de mi Amor y Gracia, ¡no os escandalicéis con la flor, tenga la presencia que tuviere! ¿Qué veis en ella? ¡Pensad en el fruto! Así la flor os parecerá también sagrada porque sabéis que no os quedaréis únicamente en la verdura. Pero al que haya madurado y sea ya un buen fruto, le conviene volver de vez en cuando la vista atrás y observar con atención la evolución de su vida espiritual. Y sabed que quien en su orgullo desprecia el calzado de su infancia y se eleva como un buitre que observa con intenciones nefastas los modestos palomares desde las alturas, esperando ávidamente que se derrumben para quedarse con alguna presa, éste no me resulta agradable.

Sabed que sin mi permiso no sucede ni sucederá nada en toda la eternidad, e inmediatamente lo veréis todo de manera diferente. Aunque la propia voluntad de cada ser humano tiene plena libertad, la conducción de los pueblos es asunto mío. Esto os lo digo para que tengáis el corazón tranquilo, porque sin esta tranquilidad no seréis capaces de realizar cosas más sublimes. ¡Que la tranquilidad del día del Señor[15] sea el mayor beneficio para vosotros! Pues, el verdadero amor es como una mujer embarazada que precisa la tranquilidad para dar a luz. También os lo digo para que tengáis plena tranquilidad en Mí, vuestro Padre, que es santo, santo, santo de eternidad a eternidad. Amén.

Cuarto:

Otro tema es el de la lectura de los llamados libros prohibidos. Caso que lleguen a vuestras manos, ni siquiera digo que no los leáis, al igual que no prohibo a nadie pronunciar el nombre del príncipe de las mentiras o, cuando haga falta, mencionarlo en plan de advertencia. Pero ¡preguntaos a vosotros mismos para qué os sirve todo lo que habéis leído en ellos! ¿Qué pueden enseñar libros que no son más que un producto de la soberbia razón humana? Os lo digo: nada más que disparates y desatinos inútiles que llenan vuestra cabeza de ideas confusas y vuestro corazón de toda clase de escorias, con el resultado de que vuestro espíritu se retira. Preguntaos también si hace bien quien me hace caso cuando le llamo: “Ven a mí si estás agobiado y cargado, Yo te aliviaré. Pide y se te dará; busca y hallarás; llama y se te abrirá”. Y cuando además le digo: “Todo lo que pidas al Padre en mi nombre, Él te lo dará; pero primero busca mi Reino, todo lo demás te llegará por añadidura”.

Pero, ¿en qué quedamos, si lo sabéis y aun así no venís a Mí para que podáis aprender de Mí los caminos de mi Gracia y recibir de mi mano la vida eterna? ¿No será que me tomáis por mentiroso o por sordo y demasiado duro de corazón para daros mi Palabra viva? ¿Acaso preferís que el mundo os engañe con mentiras y perecer en esa locura, en vez de venir a Mí en la confianza de vuestro verdadero amor y recibir la Verdad de toda vida y existencia, directamente desde la Fuente primaria, en vez de buscar la vida en lo que está muerto? ¡Oh necios! Yo os doy el pan de la vida, pero vosotros queréis morder las piedras duras y muertas. Yo os llamo con mi fuerte voz para que vengáis a Mí, y vosotros corréis detrás de los perros rabiosos y os comportáis como ellos. Yo grito a vuestros oídos, día y noche, más fuerte que el sereno, y para no oír mi Voz ocupáis vuestros sentidos en montones de libros vanos y, como sonámbulos, buscáis la vida en papel ennegrecido con tinta de imprenta. ¿Qué nombre se podría dar a semejante necedad? Os digo que lloraréis lágrimas eternas sobre vuestro disparate de elegir el plomo y despreciar el oro, pese a que se os han ofrecido tantas cosas nobles.

¡Más conviene rezar que leer!. Pues vendré a vosotros para daros en un instante más de lo os puedan ofrecer todas las bibliotecas del mundo. Así que no os preocupéis por la censura, porque aquél a quien he abierto el gran libro de mi eterna Gracia, podrá prescindir perfectamente de leer libros prohibidos. Porque mi Libro no está sujeto a censura ninguna del mundo, y siempre estará abierto en el corazón de los fieles, fuera del alcance de la mirada de cualquier censor mundano y donde no se podrá levantar tampoco barrera alguna, en toda la eternidad. Amén.

Quinto:

En lo que se refiere a la Sagrada Escritura: ¡que en ella lean los de corazón sencillo y ánimo obediente, pero que no la lean con prejuicios ni por curiosidad, porque la letra es muerta! Quien la lea ha de considerarla como un indicador para la Palabra viva, y actuar de acuerdo con ella. ¡No rumiéis ni escudriñéis sus textos, sino vivid sus enseñanzas y así creceréis en el Amor hacia Mí! Porque de esta manera, en el momento oportuno se manifestará en vosotros el misterio de la revelación del conocimiento, y en vuestros corazones quedará patente el sentido celestial del Espíritu y de la vida eterna, como en tu caso, mi siervo[16], que sin haber leído nunca entero este libro sagrado, has llegado por mi Gracia a ser maestro de maestros sobre su contenido. Y lo que tú eres y entiendes está al alcance de todos que no aspiran a la mera sabiduría sino que, en la sencillez humilde de su corazón, ansían conocer mi Amor y la Gracia que emana de él.

Igual ocurre con los escritos místicos cuya lectura os sirve tan poco como una novela cualquiera, salvo que lleguéis a una convicción fructífera de lo leído; de lo contrario sólo cargaréis con ellos vuestra memoria, que es la boca de vuestra mente soberbia. En vez de hacerla tener hambre y sed de Amor y Sabiduría, la cebáis con los más diversos conocimientos intelectuales, quitándole así el apetito para el alimento de la Vida. ¡Qué necios sois!

YO soy la Sagrada Escritura, viva y dadora de Vida. ¡YO soy el mejor intérprete de ella y al mismo tiempo el místico más experto! Por ello ¡no leáis tanto sino actuad según ella! Así lo recibiréis todo por añadidura. La semilla de la mostaza es pequeña, sin embargo, puede nacer de ella una gran planta en cuyas ramas anidarán hasta incluso los pájaros del cielo. ¡Amén!

Sexto:

En lo que se refiere a los sacerdotes Yo os digo: Los hay de muchas clases. Hay los que lo son por el prestigio y el poder, que desprecian mi gran pobreza e indiferencia ante las cosas mundanas; porque Yo no quería ser un príncipe del mundo sino un salvador suyo. También están los que son sacerdotes para ser dignatarios de la casta sacerdotal; estos, por su arbitrariedad interesada, condenan todo lo que surge de Mí, el pobre pescador. Y, contra mi Voluntad, enseñan que Yo no me manifiesto sino a la Iglesia, la cual ellos pretenden ser, cerrando así la puerta a mi Palabra viva a miles y miles de personas. Nunca escucharán de Mí otra cosa sino: “¡Apartaos de Mí, porque no os he conocido nunca! Pues, siempre despreciasteis mi Palabra viva, descalificándome como mentiroso”. Y escrito está: “Aquel que cumple con mis mandamientos es el que me ama. Y aquel que me ama a Mí, también ama a Aquel que me ha enviado, que es el Padre santo, y Nosotros vendremos a él, para tomar morada en él y manifestarnos a él”.

Pero también hay sacerdotes que merecen este nombre bendito. Son amables y llenos de amor hacia todos. Lo que tienen, lo dan a los pobres. No condenan a nadie sino que procuran salvar con el mayor cuidado lo que está perdido. Consuelan a los afligidos y dan cobijo a los exiliados, ofreciéndoles un lecho blando mientras que ellos mismos, por verdadero amor al prójimo, reposan su cabeza santificada sobre una piedra. No hacen ofrendas por dinero y a quienes los piden, le dicen: “Hermano, las ofrendas son sagradas y de un valor inestimable, pues, representan de forma viva la gran Obra de la Redención en la fe y en el Amor. De modo que no se pueden pagar ni ofrecerlas por el bien de un individuo particular. Pues así como todos pueden y deben renacer a la vida eterna mediante el Poder de la gran Redención, así también actúa la fuerza del Sacrificio realizado para este fin por Cristo mismo. Por eso, ayuda primero con tu donativo a un hermano pobre; y si después te sobra algo, tráelo y colócalo sobre el altar del Señor, orando por tus enemigos. Entonces, en el marco de mi Sacrificio santísimo, el Señor mirará el tuyo con benevolencia y te concederá lo que necesitas”.

Este es un verdadero sacerdote para Mí y su sacrificio es agradable a Mis ojos. Os digo: ¡Id y escuchad sus palabras, porque ni una sola de ellas es suya sino que todas provienen de Mí! Por eso, pronto experimentará la magnitud de la recompensa que le espera. Él habitará conmigo, su Padre santo, eternamente. No os tengo que decir más... Los reconoceréis por sus obras como a un árbol por su fruto. Así que no aborrezcáis a la Iglesia a causa de los sacerdotes, y menos aún por algún obispo. Como por presidir una comunidad el obispo ocupa un puesto más destacado, os podéis imaginar que no estará sólo, sino que en cada paso, palabra y acto suyo es observado muy de cerca por Mí, porque a través suya ha de ser mantenido el estado exterior de las cosas en buen orden.

Y en lo que se refiere a vuestro interior, sabéis de sobra que todo depende siempre de vosotros mismos, y luego de mi Gracia, la cual no os puede ser dada por ningún ángel del Cielo ni obispo alguno, sino que primero tenéis que actuar vosotros mismos, mediante el verdadero amor a Mí y al prójimo, el cumplimiento cabal de los mandamientos y, si sois pecadores, una penitencia seria.

¡Que en todo lo que hacéis se manifieste el amor a Mí y al prójimo! ¡Mantened la comunidad fraternal en todo lo bueno, y vendré a vosotros vivificándoos del todo! ¡Amad a los que os odian y persiguen, bendiciendo mediante oraciones a los que os maldicen y condenan! Entonces empezaréis a percibir la actuación viva de mi Luz en vuestros corazones oscuros. ¡Amén!

Séptimo:

Finalmente, respecto a la confesión oral y los siete sacramentos sagrados, Yo os digo y os insto: ¡No os molestéis por ello, servíos de todo de forma adecuada y en el sentido vivo y justo, y viviréis! Porque nada conviene al egoísta, mientras que al justo todo le resulta justo y sagrado. Hasta incluso conmoverá su corazón y alabará el nido de un pájaro, pese a que no es más que un simple nido muerto. ¡Cuánto más las cosas que han sido creadas para vuestra santificación no son simples caprichos! De vosotros mismos depende cómo las utilizaréis.

El que confiesa sus pecados ante el sacerdote, los reconoce abiertamente ante el mundo, lo que en su día le será tenido en cuenta si ya no vuelve a pecar. Pero el que después de la confesión sigue pecando como antes, ha convertido la confesión en una cuenta de pecados que en su día le producirá altos intereses para el infierno. Quien se confiesa y hace verdadera penitencia sin pecar más, está en buen camino. Pero quien todo eso lo considera vano, día llegará en que quedará sorprendido por encontrarse ante un abismo extremadamente difícil de saltar .

Os he dado las reglas, el orden y el sistema, ahora tenedlas en cuenta y servíos de ellas piadosamente, porque, como ya he dicho, lo exterior carece de valor. Según las apliquéis, así será el resultado. Pero todo esto depende enteramente de vosotros mismos. Si bajo el Sol crecen hierbas beneficiosas y otras venenosas, su naturaleza no depende del Sol, sino siempre de la constitución interna de las plantas. Igualmente los resultados, buenos o malos, siempre dependen de vosotros. ¡Amén! Yo, vuestro Padre que os ama. ¡Amén!

2) Éste es camino más corto al renacimiento...

(Dado por el Señor el 18 de agosto de 1840)

Con el hombre justo pasa lo mismo que con un árbol cuyo fruto no madura de golpe, sino poco a poco. Si ha habido una primavera templada y un verano caluroso con lluvias de vez en cuando, entonces decís: “Este año tendremos una cosecha temprana”. Y lo mismo ocurre con vosotros. Cuando vuestra juventud ha sido animada con un suave amor hacia Mí, entonces el verano de vuestra vida también será cálido, bendecido por los chubascos celestiales de mi Gracia, y podéis estar seguros que el otoño dorado no tardará, trayendo la madurez eterna de los frutos inmortales. Pues quien quiera renacer de Mí, tendrá que reconocer sus pecados y confesarlos abiertamente para su propia humillación, es decir, exteriormente mediante una confesión oral, e interiormente a Mí, pidiéndome perdón, tal como está indicado en mi Oración[17]. Y como Pedro, tiene que sentir un verdadero arrepentimiento, tristeza y temor, vertiendo lágrimas a causa de la pérdida inestimable de mi Gracia, proponerse firmemente no volver a pecar nunca, querer romper con el mundo y entregarse totalmente a Mí, y permitir que en su amor crezca una gran ansia por Mí.

Con este gran anhelo, deberá retirarse del mundo y de sus quehaceres a una habitación con las puertas y las ventanas cerradas y, durante por lo menos siete cuartos de hora cada día, con un silencio total en su interior, dedicarse únicamente a Mí. Entonces, en estos ratos de silencio, deberá hablarme fervorosamente en su corazón:

“Señor, ¡aquí estoy! Desde hace mucho tiempo te hice esperar, oh amoroso santo Padre que me has llamado continuamente desde mi infancia, diciéndome: —¡Ven hacia Mí, Yo te consolaré!. Ahora, oh Padre, ha llegado el momento en que se ha abierto mi oído. Mi voluntad propia, hasta ahora tan terca, se ha entregado en humildad y obediencia a la tuya, y, tal como Tú lo deseas, también a la de todos mis hermanos mejores que yo. Por ello, ¡ven a mí, mi amado Jesús, y fortalece mi alma enferma con el bálsamo de tu infinito Amor! ¡Haz que ante tu amargo sufrimiento y muerte descubra mi gran iniquidad! ¡Permíteme que vea tus cinco estigmas sagrados y que reconozca en ellos mi gran pecado! Oh Jesús, vencedor de la muerte y del infierno, ¡ven a mí y enséñame a entender tu Voluntad... Y enséñame mi nulidad total ante tu grandeza!

Oh, mi dulce amoroso Jesús, Señor de todos los ejércitos celestiales, ¡ven a mí, que soy pobre, débil, ciego y mudo! ¡Ven a mí que soy leproso, paralítico, abatido y poseído! Oh, mi amado Jesús, ¡ven a mí que estoy muerto, déjame tocar tu sagrado vestido, y viviré! Señor, ¡no tardes, porque tengo gran necesidad de ti! No puedo continuar sin ti, porque Tú eres todo para mí y todo lo demás se ha desvanecido por amor hacia ti. Sin ti no puedo seguir viviendo. Por eso, Jesús, ¡ven pronto! Pero ahora como siempre, ¡hágase sólo tu Voluntad! Amén”.

Después de esta oración, id a descansar para que crezca vuestro amor y ansia por Mí. Si hacéis lo que os digo tan sólo durante un corto tiempo, pronto veréis y oiréis rayos y truenos. Pero ¡entonces no os asustéis ni tengáis miedo! Porque primero llegaré a cada cual como juez con tormenta, rayos y truenos, pero después como Padre, en un soplo suave y sagrado.

Quien quiera someterse a una así llamada confesión general verdadera, se propone realmente mucho, porque para ello hace falta más humildad y abnegación todavía. Esto significa que ha de tener el firme propósito de no volver a pecar, y ha de recibir después la Comunión con fe viva y amor puro hacia Mí. Pues, sólo entonces notaréis instantáneamente esos efectos maravillosos en vosotros, que se manifestarán pronto en una alegría y un deleite celestial inimaginables.

Y sabed que este es el camino más corto y más eficaz que lleva al renacimiento, único mediante el cual se puede ganar la vida eterna. Cualquier otro camino tarda más y es más inseguro, porque hay muchas sendas donde acechan salteadores de caminos, ladrones y asesinos. El que no va bien acorazado y armado hasta los dientes, difícilmente llegará a su meta. ¡Recordad siempre quién es El que os lo dijo!

Por eso pienso que en vez de acudir a distracciones y diversiones mundanas y frecuentar ambientes indecentes, os interesa más bien elegir la comunión gratis conmigo, en el marco del día del Señor, sin pagar entrada, y utilizar el dinero en algo mejor. ¿Qué creéis que será mejor y más agradable a mis ojos? Recordad lo que ya he dicho a los Apóstoles: ¡Nadie puede servir a dos señores a la vez! ¡Pensad bien quién os lo recuerda! Amén. Yo, vuestro santo Padre de eternidad a eternidad... ¡YO soy! Amén.

3) La introspección (meditación)

(GEJ 1.224/8 y siguientes)

El Señor: «No hay nada más beneficioso para el ser humano que, de vez en cuando, la propia contemplación interna. El que quiera examinarse a sí mismo y a sus fuerzas, deberá escrutar frecuentemente su interior.

Relajaos en silencio y meditad vivamente sobre vuestras actividades y sobre la Voluntad de Dios, que os es bien conocida, y ved si la cumplisteis en las diversas fases de vuestra vida. Si penetráis en vosotros y os contempláis de esta manera, entonces dificultáis cada vez más a Satanás su influencia en vosotros. Pues no hay nada que este busque con más empeño que alejar al hombre de su contemplación interna mediante diversas fantasmagorías triviales.

Cuando, tras alguna práctica, el hombre haya alcanzado cierta habilidad en contemplar su fuero interno, reconocerá allí con mucha facilidad las trampas que Satanás le ha puesto, pudiendo así desarmarlas y destruirlas fácilmente y tomar precauciones enérgicas contra todos los futuros ardides del enemigo. Satanás lo sabe muy bien y por esto se dedica con empeño a distraer y ocupar el alma mediante diversas fantasmagorías externas y, estando al acecho y sin ser visto, le resulta muy fácil organizar una gran variedad de trampas para el alma, las cuales finalmente la enmarañarán de tal manera que ya no llegará a la introspección, con gran perjuicio para ella.

Así el alma queda cada vez más separada de su espíritu, al que ya no podrá despertar. Y esto es el inicio de la segunda muerte del hombre.

Ahora sabéis en qué consiste la introspección interna. Dedicaos a ella en silencio y no os dejéis perturbar por nada externo. Pues, Satanás no cejará en apartaros de ella mediante estímulos externos. Recordad entonces que Yo os lo predije y volved en seguida a vuestra introspección interior».

(GEJ 1.226/1—4)

El Señor: «Ahora habéis aprendido una manera nueva mediante la cual el hombre puede convertirse poco a poco de lo material a lo puramente espiritual, y cómo en este camino se puede volver dueño de sí mismo y, en consecuencia, también de toda la naturaleza mundana y exterior. Por esto, de vez en cuando, practicadlo en mi nombre: alcanzaréis un gran dominio sobre vuestras pasiones y, como consecuencia, sobre toda la naturaleza mundana y, en el Más Allá, sobre toda criatura.

Pero no os penséis que así ya desbaratasteis a Satanás y su malicia. Siempre que os dediquéis a tales ejercicios, él os atormentará hasta que llegue el día en que hayáis renacido por completo.

Una vez renacidos por el espíritu, Satanás habrá perdido para siempre todo poder sobre vosotros. Y seréis sus jueces, así como también de todos aquellos que él arrebató para sí y que vosotros le volveréis a arrancar para siempre».

(GEJ 2.166/18,19)

«Pues bien, guardemos ahora silencio para practicar una vez más la contemplación interior, que es la verdadera celebración del día del Señor». Después de estas palabras pronunciadas por Mí, todo quedó silencioso en la casa, y así estuvimos meditando durante tres horas. Al cabo de este tiempo continué: «Ya se ha consumado el descanso del día del Señor, y ahora también podemos dar a nuestro cuerpo el descanso merecido».

(GOBD 2.242/3—13)

Enoc al rey Lamec: «No vayas al templo antes de la tarde y quédate en él por lo menos la décima parte de un día. No utilices ni tu lengua ni tus manos, sino permanece quieto y silencioso, esperando al Espíritu divino en toda humildad y en el amor de tu corazón. Con una sensación viva dentro de ti, medita las siguientes palabras siguientes ante Dios: “Oh Padre santo y amoroso, ¡ten misericordia de mí, pobre pecador, y perdóname que me atreva a amarte con mi corazón impuro y a llamarte Padre, pues que soy un pecador empedernido!”

Si lo haces de forma viva en tu interior, entonces siéntate en silencio y espera la Palabra del Señor y su Voluntad. Cuanto Él llegue, ¡préstale toda tu atención y anótala en las tablas para anunciarla después al pueblo! Y si no llega, entonces honra también a Dios en tu corazón, sal respetuosamente del templo y vuelve a cerrarlo durante noventa y un días».

4) La perfección de sí mismo

(GEJ 2.75/7—9)

El Señor a Judas: «He aquí el gran misterio de la formación del ser humano por sí mismo: Puedo hacer mucho en el hombre y él seguirá siendo hombre; pero el corazón es propiedad suya, y él mismo tiene que perfeccionarlo si quiere ganar la vida eterna. Porque si Yo empezara primero moldeando el corazón del hombre, el hombre se convertiría en un autómata y no llegaría nunca a una autonomía libre. Pero cuando el hombre recibe la enseñanza adecuada que le hace saber lo que ha de hacer para formar su corazón para Dios, entonces puede cumplirla voluntariamente y moldear su corazón según ella.

Sólo cuando ha llevado a cabo todo esto y limpia su corazón, entonces Yo, en espíritu, tomo morada en él. Así, todo el hombre renace en el espíritu y ya no puede perecer nunca. Pues ha llegado a ser uno conmigo, como Yo Mismo Soy uno con el Padre del cual procedo y del que he venido a este mundo para enseñar y allanar a todos los hijos humanos, el camino que deben andar en el espíritu para llegar a Dios en la plenitud de la verdad. Por lo tanto, debes poner mano a la obra, como todos vosotros, para formar tu corazón, de lo contrario estarás perdido, aunque Yo te haya llamado miles de veces a que resucites de la tumba a la vida en la carne».

(ACLA 5)

“¡Todo está consumado!”. —¿Qué es lo que en realidad está consumado? Mi propia lucha por vosotros; porque Yo, como Creador vuestro, Dios y Señor y la misma vida eterna, no puedo hacer más para vosotros que cargarme Yo mismo con vuestra muerte. Consumado está todo lo que Yo mismo, desde el ámbito de mi incumbencia divina, podía realizar por vosotros. Pero vosotros mismos, ¿acaso hacéis algo para que se realice esta Obra dentro de vosotros? ¡Ya lo sé...! Sois aplicados en leer, escribir y conversar gustosamente sobre Mí. Yo os digo: En vez de perder vuestro tiempo con tantas diversiones mundanas, ¡dedicadme tan sólo una hora cada día, y santificadla consagrándola en vuestro corazón únicamente a Mí! Pero seguro que tendréis mil asuntos más importantes en los que ocuparos, y cientos de pensamientos mundanos revolotearán alrededor de un solo pensamiento espiritual muy débil.

Aduciréis las más diversas excusas mundanas y, si alguien realmente se ha decidido a dedicarme una hora, seguro que no estará muy a gusto, sino que se sentirá un poco incómodo y mirará continuamente el reloj, esperando impacientemente que pase. Y si en esos momentos se presenta un asunto mundano, aunque sea insignificante, la hora prevista para Mí será aplazada en el mejor de los casos para más tarde, para cuando el sueño se apodera habitualmente de los mortales.

¡Todo esto es como vinagre y hiel! Pues así no conseguiréis nada dentro de vosotros, nada de todo lo inimaginable que en mi Amor infinito Yo hago para llevaros al verdadero camino de la Vida. Porque para que se realice mi Obra en vosotros, es preciso que cada cual cargue su cruz y que con toda abnegación y por verdadero amor hacia Mí, me siga fielmente.

(SOLE 2.44/16, 17)

Todo ser humano que quiere entrar en la vida de su espíritu, ha de retirarse diariamente al silencio durante un buen rato, evitando que sus pensamientos revoloteen en su mente, y contemplando uno sólo sin distraerse y concretándolo cada vez más, ¡por supuesto, el mejor pensamiento es el Señor mismo! Y si el hombre lo hace frecuentemente, con celo y la mayor abnegación posible, la agudeza de la vista y del oído de su espíritu aumentarán cada vez más.

5) La contemplación espiritual del Sol naciente: Sobre el verdadero sosiego en el corazón, el día del Señor.

(GEJ 2.148/8—15)

El Señor a sus discípulos: «Imaginaos el Sol espiritual de la manera siguiente: La luz que emana de él es recibida por la superficie ondulante del mar de vida creada. Este mar juega con la luz, la cual produce unas imágenes deformadas que, aunque todavía reflejen un resplandor amortiguado, destruyen todos los rastros de la forma original divina. Esto es lo que pasa con el paganismo y ahora también con el judaísmo, pues, son desfiguraciones de lo puramente divino. Pero cuando veis una superficie de agua totalmente quieta y el Sol brilla en ella, lo reflejará en toda su majestuosidad y verdad, tal como lo veis en el cielo. Por ello, para que el Semblante de Dios se refleje en el espíritu del hombre tan auténtica y limpiamente como el Sol físico sobre una superficie de agua tranquila, hace falta un ánimo tranquilo, exento de pasiones, que sólo se puede obtener mediante una abnegación total, y la humildad, paciencia y amor puros.

Si esto es el caso de un ser humano, entonces todo en él se ha vuelto verdad y su alma es capaz de dirigir su mirada a las profundidades de la Creación de Dios, para percibir la verdad más pura en toda plenitud. Pero si en el alma empiezan a levantarse olas, entonces las imágenes originales se alterarán porque nuevamente se encuentra entre patrañas y engaños de toda clase, sin poder volver a ver nítidamente el Semblante de Dios hasta que no se haya restablecido en el alma la tranquilidad total en Dios. Este es el verdadero descanso en el día del Señor, y por eso es por lo que Dios ha mandado santificarlo como día festivo. Ese día el hombre debe evitar cualquier trabajo duro porque este obliga al alma a prestar sus fuerzas al cuerpo físico. Con ello el alma se excita también, lo que causa un fuerte oleaje en la superficie de su mar de vida que le impide reconocer claramente la pura Verdad divina en ella. El verdadero descanso del día del Señor consiste por lo tanto en un descanso razonable, exento de todo trabajo duro, que no se debe llevar a cabo sin necesidad. Sin embargo todo ser humano está obligado a ayudar al hermano necesitado...

Y mejor que abstenerse de cualquier trabajo duro es alejar cualquier pasión del alma. Pues las pasiones son tormentas del alma que agitan su mar de vida, destruyendo también el Semblante de Dios en ella, tal como la imagen del Sol se deforma en las olas del mar. Cierto es que el reflejo del Sol todavía envía una imagen desde las olas, ¡pero totalmente deformada! Y si la tormenta dura más tiempo, pronto subirán desde el mar los pesados vapores del agua, llenando el cielo del alma con nubes negras. Y estas impedirán por completo que la luz del Sol espiritual llegue a las aguas de vida del alma, que se oscurecerá sin poder distinguir ya lo verdadero de lo falso, y tomará la luz fantasmagórica del infierno por una luz celestial.

Un alma así está ya prácticamente perdida. Tendrían que soplar vientos muy fuertes, es decir, tendrían que venir desde arriba pruebas muy duras, para que rompan las nubes negras del alma y esta se retire rápidamente a la tranquilidad, procurando así tranquilizar las olas de su mar de vida. De lo contrario ya no habrá salvación para ella...

Este es el sentido espiritual, válido para todos, que nos enseña el maravilloso Sol naciente en su manifestación natural. Quien quiera observarlo en sí mismo, permanecerá en la Verdad y en la plena Luz, y tendrá la vida eterna. Pero el que desecha esta enseñanza sin tenerla en consideración, sufrirá la muerte espiritual, eternamente».

6) Pensar con el corazón

(GEJ 2.62/1—10)

Cirenio: «Señor, no consigo pensar con el corazón, porque desde mi juventud me han acostumbrado a pensar con la cabeza. Me parece casi imposible pensar con el corazón. ¿Qué tenemos que hacer para lograrlo?». Responde el Señor: «Es fácil y muy natural. Todo lo que puedas o quieras pensar con tu cerebro, viene primero del corazón. Pues cada pensamiento, por ínfimo que sea, ha de tener primero un estímulo que lo haya provocado. Una vez que el pensamiento ha sido estimulado y producido en el corazón por alguna causa, entonces sube al cerebro para que el alma lo pueda contemplar y pueda mover adecuadamente los miembros del cuerpo. De esta manera el pensamiento puede manifestarse en seguida como palabra o acción. Es totalmente imposible que el hombre pueda pensar únicamente con la cabeza... Pues un pensamiento es una creación puramente espiritual; por lo tanto no puede formarse sino en el espíritu del hombre que mora en el corazón del alma, desde donde vivifica a toda la persona. Entonces, ¿cómo podría desarrollarse nunca una creación a partir de la materia que, por sutil que sea, siempre seguirá siendo materia, incluso el cerebro del hombre? Por lo tanto la materia nunca puede ser creadora sino únicamente creada... ¿Comprendes ahora, y quizá incluso sientes ya, que ningún ser humano puede pensar únicamente con la cabeza?».

Responde Cirenio: «Señor, ¡ya lo siento vivamente en mí! Pero ¿cómo sucede esto? Ahora tengo la sensación que siempre he pensando sólo con el corazón... ¡Cosa más extraña! ¿Cómo es eso? Ahora tengo la impresión que siento las palabras en el corazón, y además como palabras pronunciadas... Ya ni me puedo imaginar que sea posible construir un pensamiento en la cabeza».

Responde el Señor: «Es la consecuencia absolutamente natural de tu espíritu en el corazón que se está despertando más y más, y que al fin y al cabo es el amor hacia Mí, y a través de Mí hacia todos los hombres.

En el caso de las personas en las que este amor no se ha despertado todavía, los pensamientos también se forman en el corazón, pero como este es aun demasiado materialista, no son percibidos; sí lo son en el cerebro, donde los pensamientos del corazón toman forma de imágenes. Es decir, se vuelven más materiales, preparando el impulso para iniciar la acción pendiente. En el cerebro los pensamientos se mezclan con las imágenes provenientes del mundo exterior que, a través de los sentidos exteriores del cuerpo, se han grabado en su memoria. Influidos de esta manera, los pensamientos se vuelven materialistas a los ojos del alma y degeneran, de modo que hay que considerarlos necesariamente como el motivo de las acciones malvadas de los seres humanos. Por eso es por lo que todo hombre ante todo debe renacer en el corazón y desde ahí, en el espíritu, ¡de lo contrario no podrá entrar en el Reino de Dios!».

Pregunta Cirenio a Pedro: «¿Entiendes tú lo del renacimiento del espíritu en el corazón, y qué es y dónde está realmente el Reino de Dios del que el Señor y los dos ángeles nos están hablando continuamente, anunciándonoslo como venidero?».

Dice Pedro: «Por supuesto; porque si no lo entendiera, no estaría aquí sino en mi casa, cuidando los asuntos domésticos. Búscalo en tu propio corazón, ¡ahí encontrarás más de lo que yo pudiera explicarte en cien años! ¡Fíjate a nosotros, los que fuimos sus primeros discípulos y testigos, a ver si nos ves hablar mucho con Él mediante la voz exterior! Te digo que hablamos mucho más con Él que tú y muchos otros que hablan con palabras formadas por la boca. Pues, nosotros hablamos con Él desde nuestro corazón, preguntándole muchas cosas con pensamientos claros y nítidos. Él pone la respuesta en nuestro corazón, de manera que aprovechamos doble. Porque una respuesta del Señor en el corazón del hombre es para este una parte de la Vida ya lograda, mientras que la palabra exteriormente recibida, antes que pueda convertirse en una parte de la Vida ya lograda, tiene que pasar por el proceso de una actividad correspondiente y continua del alma. De modo que sobre el asunto de Satanás que te preocupa, puedes preguntar al Señor en tu corazón, en el que también pondrá la respuesta correcta, silenciosa y secretamente, de manera que Satanás, pese a tantos oídos como tiene, no podrá escuchar nada en absoluto. De la misma manera podrás preguntar al Señor acerca del renacimiento del espíritu en el corazón y acerca del Reino de Dios, y Él no tardará en darte una respuesta adecuada».

7) La doble facultad del entendimiento

(RB 1.35/2—6, 8)

El Señor a Robert Blum: «Toda persona tiene una facultad cognoscitiva doble: una externa que se manifiesta en la cabeza — en la mente — que de por sí es la morada del intelecto exterior del alma. Con ésta facultad nunca se podrá comprender ni asimilar la naturaleza divina porque fue dada al alma precisamente para que el espíritu dentro del alma estuviera separado de ella temporalmente. Si un alma pretende buscar y encontrar a Dios únicamente mediante esta facultad negativa, entonces, cuanto más insiste por este camino, tanto más se alejará de Él.

Pero el alma dispone aún de otra facultad cognoscitiva que no mora en el cerebro sino en el corazón: se trata de la psique que consiste en una voluntad absolutamente autónoma, en el amor y en una fuerza imaginativa que corresponde a estos dos elementos psíquicos. Una vez que ésta haya recibido y asimilado una noción de la existencia de Dios, en seguida tal conocimiento es abarcado por el amor y agarrado por la voluntad. Este proceso de “ser agarrado” ya es una primera manifestación de la fe. Gracias a esta fe viva, el verdadero espíritu se despierta y la examina, la reconoce y la acoge inmediatamente. En seguida se manifiesta como una luz poderosa proveniente de Dios, penetra en el alma y la envuelve completamente en su luz. Y esta luz es la verdadera fe mediante la cual toda alma puede volverse bienaventurada. ¿Has oído alguna vez algo acerca de esta única verdadera fe?».

«No, esta clase de fe me es totalmente desconocida. Además, eso de pensar con el corazón me parece totalmente imposible».

«Se comprende. Para poder pensar con el corazón, hay que practicarlo. Este ejercicio consiste en despertar el amor a Dios siempre de nuevo. De esta manera se fortalece y amplia el corazón, y los lazos del espíritu se van aflojando poco a poco, con el resultado que su luz[18] podrá desarrollarse libremente, y cada vez más. Cuando la luz del espíritu comienza a iluminar el recóndito sitio vital del corazón, en el contorno infinito de su fuero interno surgen y se acentúan cada vez más nítidos los tipos primarios[19] puramente espirituales, para que el alma los pueda contemplar. Y mira, esta contemplación del alma dentro de su corazón es una nueva forma de pensar. En este fuero interno el alma percibe nuevas nociones y nuevos conceptos inimaginables. El horizonte de su visión se ensancha con cada latido del corazón. Las piedras de escándalo desaparecen a medida que el intelecto mundano se retira. Entonces ya no pedirá pruebas, porque la luz del espíritu ilumina las formas internas de tal manera que ya no proyectan sombra alguna por ningún lado. De manera que todo lo que pudiera suscitar la menor duda, será eliminado para siempre.

En esta fe encuentra también aquella fuerza extraordinaria de la que hablan los Evangelios dos veces».

8) El renacimiento en el alma

(GEJ 8.61/9—14)

El Señor: «Preguntaros vosotros mismos y reflexionad sobre ello: Si un comerciante tiene ocasión de comprar a buen precio una de las perlas más grandes, de valor incalculable, pero no dispone de bastante dinero, ¿no sería un gran necio si no vendiera todos sus bienes poco valiosos para comprarla? Lo mismo ocurre con el renacimiento del alma del hombre en su Espíritu primario surgido de Mí. ¿No merece este renacimiento que un hombre justo renuncie a todos los tesoros del mundo para aspirar con todas sus fuerzas a la perla más preciosa de vida, al renacimiento del alma en el Espíritu primario? ¿No es acaso mucho mejor cuidar la vida eterna del alma que preocuparse por los tesoros perecederos del mundo, que se pudren y que nunca serán provechosos para su vida luminosa?

Cierto que durante la vida en esta Tierra el alma absorbe de la carne todo lo que es afín a ella, lo transforma en su propia esencia y, después de abandonar el cuerpo físico, absorbe también del éter de la descomposición todo lo que le es análogo, utilizándolo para su envoltura. Pero no se trata de un tesoro vital de la misma alma, sino sólo de una particularidad suya, que es conforme a mi Orden... Así que este tesoro vital no es mérito suyo, sino mío, porque resulta de mi propio interés.

Podéis estar seguros que en el caso de un alma pura que ha vivido según mi Voluntad, pasará a ella más sustancia de su cuerpo terrenal que en el de un alma impura y pecadora. Pues si un cuerpo casto ya ha sido aquí un ornato para el alma, tanto más lo será en el estado espiritual transfigurado. Hasta aquí esto no representa un mérito del alma, sino también de mi Orden, ventajoso para ella. Sería una gran necedad por parte del alma preocuparse por aquella parte del tesoro terrenal que pertenece a su yo y que de todos modos conservará en el Más Allá. Esta inquietud sería tan vana como la de unos padres cuya mayor preocupación fuera que sus hijos tuviesen un cuerpo bonito y grácil, y que cavilaran sobre qué hacer para lograr el cumplimiento su deseo insensato, sin considerar que el crecimiento y la formación del cuerpo sólo dependen de la Voluntad de Dios, y que el hombre no puede interferir en ella.

Por eso, toda alma no debe tener sino una sola preocupación: buscar y encontrar dentro de sí misma mi Reino de Vida en la pequeña cámara de su corazón, donde se encuentra la base de toda vida. Todo lo demás se lo daré por añadidura».

(GEJ 8.57/12)

El Señor: «En esta pequeña cámara habita el verdadero Espíritu que surGEJ de Dios. Si el alma del hombre entra en ella mediante la humildad y la obediencia, el alma, de manera parecida a como el amor de un hombre justo entra en el Amor eterno de Dios, se unirá con el Espíritu eterno de Dios y Él se une con el alma creada. Esto es el renacimiento del alma en el espíritu proveniente de Dios».

(RB 2.278/4, 6)

El Señor: «Mi Reino, por lo tanto, está colocado en el pequeño corazón de cada hombre. De modo que el que quiera entrar en mi Reino, debe entrar en su propio corazón, preparándose allí un lugar tranquilo, lo que significa humildad, amor y sosiego. Si este lugar está bien arreglado, entonces será feliz para siempre. El camino es muy corto, sólo suma tres cuartas desde la cabeza hasta el centro del corazón. En cuanto hayáis superado este pequeño trecho, ya habéis llegado al Cielo. ¡Así que no creéis que emprenderemos un ascenso por encima de las estrellas!, no, ¡sólo descenderemos a nuestro corazón! Ahí encontraremos los Cielos y la verdadera vida eterna».

(IJJ 298/8—13)

Cada hombre tiene ciertas flaquezas que son las ataduras del espíritu, ataduras que mantienen al espíritu sujeto como si se encontrase atado a una envoltura. Sólo cuando el alma, que está mezclada con la carne, se ha fortificado mediante una adecuada abnegación de tal manera que es capaz de acoger al espíritu liberado y mantenerle con ella, sólo entonces pueden ser suprimidas las ataduras del espíritu. De ello resulta que únicamente por medio de diversas tentaciones puede el hombre volverse consciente de sus flaquezas y darse cuenta de cómo y en qué su espíritu está encadenado. Si luego renuncia precisamente a esos puntos con todo su corazón, entonces desata las ataduras del espíritu y en la misma medida fortifica al alma. Una vez fortificada el alma con todas las antiguas ataduras del espíritu, este fluirá libremente en ella y así la misma alcanzará toda la celeste Plenipotencia del Espíritu, volviéndose eternamente uno con él.

9) Esfuerzos vanos

(GEJ 5.160/1—6)

Hay quienes se están esforzando durante veinte años y no llegan a la perfección. ¿Cómo es posible que una persona no llegue al renacimiento en el Espíritu tras tanto empeño ? Es porque todo lo bueno que hizo fue para alcanzar un fin personal... Quien ama a Dios y al prójimo por otro motivo distinto al puro amor a Dios y al prójimo, nunca llegará al renacimiento en el Espíritu, porque este es una unión directa de Dios con el hombre. Motivos de esta naturaleza levantan un muro entre el hombre y Dios: mientras exista esta separación, aunque sea mínima, el hombre no podrá unirse con el Espíritu de Dios. Y mientras esta unión no se haya realizado, no se puede hablar de un renacimiento en el Espíritu.

10) “Arrebatar el Reino de Dios”

(GEJ 7.127/3—7, 9)

El Señor: «El cumplimiento cabal de la Voluntad de Dios, una vez que la hayáis conocido, es el verdadero Reino de Dios en vosotros. Sin embargo, cumplir su Voluntad no resulta tan fácil porque los hombres mundanos se oponen enérgicamente a ella y, además, persiguen a los verdaderos aspirantes al Reino de Dios. Por eso, quien quiera participar en él, no debe temer a los que, en el peor de los casos, pueden matar al cuerpo físico pero no pueden dañar al alma. ¡Que el hombre tema más bien a Dios quien, dentro de su Orden eternamente invariable, puede expulsar el alma al infierno!

El Reino de Dios lo arrebata quien teme a Dios más que a los hombres y cumple su Voluntad pese a la persecución a la que se expone. Y quien procede así lo conseguirá sin duda; aunque todavía hace falta que el hombre se niegue el máximo posible en todas las cosas mundanas, que perdone de todo corazón a los que le insultan, que no tenga rencor ni ira contra nadie y rece por los que le maldicen, que haga el bien a los que le hacen mal y no se alce sobre nadie, que resista pacientemente las tentaciones que de vez en cuando le asaltan, y que se abstenga de la gula, la lujuria y el adulterio. Quien practica esta abnegación cabal, también arrebata el Reino de Dios para sí mismo.

Quien reconoce a Dios, le honra y le ama sobre todas las cosas y al prójimo tanto como a sí mismo, pero al mismo tiempo también considera y teme el mundo, hasta no atreverse a confesar abiertamente mi nombre por creer que esto le puede causar perjuicios materiales, éste no arrebatará el Reino de Dios ni tampoco formará parte de él: en el Más Allá todavía le esperan muchas luchas hasta poder llegar a la perfección.

Quien ahora sabe y tiene fe en que Yo soy el Mesías prometido, tendrá que cumplir lo que Yo enseño, he enseñado y enseñaré en el futuro; de lo contrario no me merece y no puede contar conmigo para que Yo le ayude mucho en la educación de su vida interior. Yo soy la vida del alma por mi Espíritu en ella, que es el amor a Dios. Así que el alma de quien ama a Dios sobre todas las cosas y por ello cumple su Voluntad, está llena de mi Espíritu.

Quien defiende mi nombre ante el mundo si hace falta, a él le defenderé también ante el Padre en el Cielo. Pero a quien no me defiende ante el mundo, a él tampoco le defenderé ante el Padre en el Cielo, aunque le haga mucha falta».

11) El camino hacia la unión con el espíritu

(GEJ 8.150/14—16)

El Señor: «Procurad sobre todo desarrollar, fortalecer y vivificar vuestros sentimientos ante la vida, según mi Enseñanza... Sentid con el pobre su miseria y aliviad sus necesidades conforme vuestras posibilidades... Consolad a los que estén tristes y vestid a los desnudos... Alimentad a los hambrientos y saciad a los que tengan hambre y sed... Ayudad al máximo a los enfermos... Liberad a los prisioneros y predicad mi Evangelio a los espiritualmente pobres...

Todo esto elevará vuestros sentimientos y vuestro ánimo hasta a los Cielos. Vuestra alma, por medio de este verdadero camino de vida, podrá unirse pronto y fácilmente con su espíritu procedente de Dios, participando también de toda su Sabiduría y su Poder...

Todo esto tiene mucho más valor que saber muchas cosas del mundo y ser al mismo tiempo una persona insensible ante sus semejantes, una persona que por la falta de sentimientos más vivos manifiesta que todavía está muy lejos de la verdadera vida en el espíritu.

Yo os digo: El espíritu, lo único vivo en el hombre, es amor puro y el sentimiento más tierno y eternamente benévolo. Por lo tanto, quien procura integrar y cultivar cada vez más en su alma egocéntrica este amor y estos sentimientos, se vuelve más fuerte, valiente y dócil, y desarrolla la unión cabal del espíritu con el alma. Y cuando el alma se ha convertido en puro amor y sabiduría conforme a su sentimiento más tierno y benévolo, entonces ya se ha unido completamente con su espíritu y posee todas las maravillosas facultades de vida y existencia del espíritu. Esto es, de hecho, algo que vale más que haber cursado todas las escuelas de los sabios del mundo manteniendo la rigidez y falta de sentimientos.

Por eso, olvidaos ya de vuestras inútiles investigaciones sobre la diversidad de las apariencias, sus relaciones, y sus causas y efectos en el mundo. Con ellas vuestra alma no adelantará un solo palmo hacia la verdadera meta de la vida ni en cien años; así no podrá llegar a un verdadero conocimiento interior, sino sólo a uno exterior, fragmentado en conocimientos superficiales e hipótesis ciegas de las que nunca saldrá un conocimiento y una iluminación ordenada y coherente. En consecuencia, el alma buscará ansiosamente de manera continua, de lo cual poco provecho habrá para la verdadera salvación de la vida».

(GEJ 9.103/5—6)

El Señor: «Si el hombre por su entendimiento comprende claramente todo lo que es bueno y verdadero, pero su corazón está todavía apegado a muchas cosas mundanas, entonces tendrá que sostener muchas luchas bastante fuertes aún dentro de su propio mundo, hasta arrancar estas tendencias de su corazón y de la voluntad del mismo. Después amará y querrá únicamente lo que según su entendimiento es bueno y verdadero.

Cuando el amor, la voluntad y el entendimiento penetrado de toda verdad se hayan unido en una actividad concertada, entonces el hombre habrá llegado al renacimiento del espíritu procedente de Dios en su alma. Y habrá entrado en el primer nivel del Poder de Dios en él, lo que ya le permitirá hacer milagros».

CAPÍTULO 8. El renacimiento del Espíritu

(GOBD 1./Prólogo del Señor, Pág. 8/1)

El escritor de la presente obra (Jakob Lorber) buscó seriamente y encontró lo que buscaba. Pidió y se le dio; y como llamó a la puerta correcta, se le abrió... Y a través de él también a todos los que son de buen corazón y de buena voluntad. Pero a quienes no buscan con el corazón, los que examinan y critican todo exclusivamente con su razonamiento puramente mundano, que sólo roen en la cáscara dura y muerta de la materia en vez de dirigirse al nombre vivo del Dador eterno de todas las buenas dádivas, a ellos no se les dará ni se les abrirá. Pues el Espíritu del Señor nunca se manifiesta a través del razonamiento de los intelectuales mundanos sino únicamente en la simplicidad del corazón de aquellos que el mundo de los intelectuales considera necios. Pero dentro de poco la razón de los sabios del mundo se desplomará ante la simplicidad de los “necios”.

(GEJ 1.2/14—16)

El Bautismo de los Cielos es la completa sumisión del espíritu y del alma y todos sus deseos al espíritu vivo del amor a Dios y al Amor en Dios mismo. Una vez conseguida esta sumisión por voluntad propia del hombre, y cuando todo el amor del hombre ya está en Dios, entonces, por este amor santificado, también todo el hombre está ya en Dios. Madurado apropiadamente, surge un nuevo ser fortificado, renacido de Dios. Únicamente con este segundo nacimiento, que no es ocasionado por apetencias carnales ni tampoco por el instinto sexual del hombre, el ser humano llega a ser un verdadero hijo de Dios... Un hijo de Dios por la Gracia, que es un poder a la libre disposición del amor hacia Dios en el corazón del hombre. Esta Gracia es una poderosa atracción de Dios en el espíritu del hombre, por la cual este, es atraído por el Padre hacia el Hijo y alcanza la verdadera y viva sabiduría.

Mas a cuantos le recibieron dioles poder de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre;

que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios, son nacidos...

(Juan 1:12—13)

1) Más explicaciones

(GEJ 1.161/1—6)

El Señor: «Mientras el hombre sea criatura, es temporal, perecedero y no puede perdurar. Porque todo hombre, conforme su naturaleza de criatura, no es sino un recipiente adecuado para que en él, con la continua cooperación divina, se pueda desarrollar un hombre justo y verdadero. En cuanto este recipiente exterior haya adquirido la perfección suficiente, a cuyo fin Dios lo ha provisto con todas las facilidades y cualidades necesarias en abundancia, entonces Él despierta en el corazón del hombre, o más bien desarrolla, su Espíritu eterno no creado.

Esta Luz no creada y eternamente viva en el firmamento del cielo en el hombre, es el verdadero dirigente del verdadero día en él, y enseña al antiguo recipiente a transformarse completamente en su ser divino, para convertir así a todo el hombre en un verdadero hijo de Dios.

Todo hombre creado posee un alma viva que es espiritual y tiene la capacidad necesaria de distinguir entre lo bueno y verdadero y lo malo y falso, de admitir lo bueno y verdadero, y de rechazar de su interior todo lo que sea malo o falso. El alma, sin embargo, no es un espíritu no creado, pues es creada y, como tal, jamás puede alcanzar la filiación de Dios.

Pero cuando el alma, conforme a la ley establecida en ella, ha admitido lo bueno y lo verdadero con toda la humildad y modestia de su corazón y con la libre voluntad dada por Dios, entonces tal voluntad humilde, modesta y obediente se vuelve un verdadero firmamento celeste, con lo que es apta para adoptar lo puramente Divino no creado. Pues se ha formado en armonía con lo Divino proyectado en el alma del hombre.

El alma del hombre, por sí sola, jamás podría ver a Dios en su Ente espiritual purísimo. Igualmente en el caso opuesto, tampoco el Espíritu divino no creado podría percibir lo natural, porque para él la naturaleza material no existe. Pero por la íntima unión del Espíritu absolutamente puro con ella el alma puede ver ahora a Dios en su Existencia espiritual primaria, y el Espíritu también puede ver ahora lo natural a través del alma».

(GEJ 1.214/10—11)

El ángel a Filopoldo: «En todos los demás mundos los seres humanos están formados en su interior y su exterior según leyes necesarias, mientras que en este, Dios adjudica la formación exterior al alma, la cual construye su cuerpo ella misma dentro del orden en que fue creada. Pero, sobre todo, cada espíritu agregado a un alma, tiene que formarla antes cumpliendo las leyes externas que le son dadas. Una vez que el alma haya llegado así a un grado adecuado de formación y madurez, el espíritu se integra enteramente en ella. De esta manera el hombre se vuelve perfecto, se vuelve un nuevo ser, aunque, en última instancia, siempre seguirá siendo un ser surgido de Dios. Porque el espíritu en el hombre es en realidad un Dios en miniatura que tiene su origen en el Corazón de Dios. Pero el hombre que de esta manera se ha vuelto perfecto no ha llegado a ser perfecto por la intervención de Dios sino por su propia acción y precisamente por esto es por lo que es un verdadero hijo de Dios».

(GEJ 2.41/5)

El Señor a Sara: «Quien despierta el amor hacia Mí, despierta también al Espíritu que le he dado, porque este Espíritu soy Yo y debo ser Yo, pues fuera de Mí nunca habrá otro Espíritu de la vida. De modo que él me despierta a Mí dentro de sí mismo, con lo que ha nacido a la vida eterna, y en adelante ya no podrá morir ni ser destruido, ni siquiera por mi Omnipotencia, porque es uno conmigo. Por eso, ¡no pienses nunca que tu amor hacia Mí sea absurdo, porque es precisamente tal como debe ser! ¡Permanece en él y nunca verás, ni sentirás ni gustarás la muerte!».

(GEJ 4.220/6—8, 10)

El Señor: «He venido al mundo para mostraros el retorno correcto a mi Orden y cómo debéis continuar dentro de él para alcanzar el cercano renacimiento del espíritu en el alma. Después ya no será pensable ni posible una recaída.

Esto es lo que debéis empezar ahora, porque al alma de los que se han extraviado de poco le serviría un simple arreglo improvisado de lo pasado. El alma ha de convertirse totalmente antes de que se pueda realizar el renacimiento del espíritu en ella; pero aun así, el estado remendado del alma no es duradero, pues el poder del mundo y sus ventajas temporales harán recaer demasiado fácilmente en sus antiguos errores a un alma simplemente remendada: tan pronto como se le presente la primera tentación.

Para evitarlo en lo posible, he preparado el nuevo camino de manera tal que mi Espíritu en vuestra alma[22] crezca según vuestro amor hacia Mí, y que este amor hacia Mí también alimente vuestro amor al prójimo de manera viva y activa...

Una vez que el Espíritu en vuestra alma haya alcanzado la dimensión y fuerza adecuada, podrá entrar en unión completa con el alma ya perfeccionada, proceso al que se llama renacimiento del espíritu.

La chispa de mi Amor sólo será colocada en el corazón de un alma humana cuando el hombre ha escuchado mi Palabra y, con toda su fe y su amor, la ha aceptado en su mente como verdad. Mientras este no sea el caso, ningún hombre, por perfecta que sea su alma, podrá llegar al renacimiento del espíritu. Sin mi Palabra que ahora os dirijo a vosotros, la chispa de mi Amor no entrará en el corazón de vuestra alma. Y si la chispa de mi Amor no ha sido sembrada, no podrá crecer ni fructificar en esa alma, ni tampoco renacer en ella».

(GEJ 4.225/5,6,8)

El Señor: «Si utilizáis según mi Orden las grandes ventajas que mi Espíritu os proporcionará con el tiempo, será para vosotros una gran bendición. Pero si luego las volvéis a utilizar de forma egoísta en contra de mi Orden, entonces se convertirán para los hombres en incubadoras de toda clase de males terrenales.

Lo que ahora os digo, es también para los que os seguirán en mil y otros mil años, más o menos. Después habrá otra capa que cubrirá la Tierra para la fermentación y preparación, sea con o sin hombres. La Tierra es grande y hay muchos espíritus en ella que están en el juicio, esperando la salvación.

Con el renacimiento del espíritu en el alma, ni se le quitará su libre albedrío, ni tampoco su comprensión externa sobre las grandes creaciones que surgirán una tras otra de mi Amor, Sabiduría, Orden, Poder y Fuerza».

(GEJ 7.54/11—13)

El Señor a Nicodemo: «En los mandamientos se encuentra toda la Sabiduría de Dios, por lo tanto, también todo la Fuerza y el Poder divino. Esto es porque en los mandamientos está contenida la Voluntad sabia y todopoderosa y, a través de esta, la máxima libertad.

Quien ha adoptado la Voluntad de Dios mediante el cumplimiento de los mandamientos, también ha adoptado la Libertad y el Poder divino, con lo que ha alcanzado la condición del verdadero renacimiento del espíritu y, como un verdadero hijo de Dios, ha llegado a ser perfecto como el Padre en el Cielo.

Por eso os advierto que os esforcéis mediante el cumplimiento de los Mandamientos, para llegar a ser perfectos ya aquí en la Tierra tal como es perfecto el Padre en el Cielo. Entonces seréis capaces de realizar incluso cosas más grandes que las que Yo mismo estoy haciendo ahora, y seréis de antemano ciudadanos de la Nueva Jerusalén».

(GEJ 7.69/6—7)

El ángel: «Aunque el espíritu interno esté trabajando incesantemente para que el alma madure lo más pronto posible y se libere del todo, no puede ni debe ejercer la más mínima presión sobre ella, porque de esa manera el alma se volvería aún mucho más materialista y atada de lo que se podría volver a causa de todas las posibles influencias del mundo exterior. Por eso se le dio al alma encarnada una voluntad propia y un entendimiento individual: para que ella, mediante la instrucción desde el exterior, pueda ser incitada a distanciarse cada vez más de las cosas mundanas pero, interiorizada y por propia voluntad, tome caminos espirituales cada vez más puros. Y en la misma medida en que el alma camina vivamente por senderos espirituales cada vez más puros, también su espíritu interior, procedente de Dios, va uniéndose con ella. Cuando el alma haya renunciado totalmente al mundo, entonces, gracias a su entendimiento más puro y su voluntad más libre, se vuelve igual a su espíritu y se integra del todo en él, una unión que se llama renacimiento espiritual».

(GEJ 9.102/8)

El Señor: «¿En qué consiste este Poder de Dios en el hombre? Consiste en el verdadero y puro amor a Dios, en la sabiduría que origina este amor y que sobrepasa todo, y en el amor al prójimo que surge de ambos. Consiste después en la mansedumbre y la humildad, y en la abnegación frente a las tentaciones del mundo. Aquel que se ha vuelto fuerte en todas estas cualidades, ya tiene el Poder de Dios dentro de sí. Por la unión del Espíritu omnipotente de Dios con el alma, se ha vuelto uno con Dios mismo, con lo que ha superado las restricciones del tiempo y del espacio y, por consiguiente, queda exento de todo juicio y de toda muerte. Dentro de Dios y surgiendo de Él, se ha vuelto un soberano, y ya no tiene que temer la ira de Dios, o sea su Voluntad todopoderosa que todo lo abarca, al igual como Dios no tiene que temer su propia Voluntad».

(GEJ 9.108/4—5)

El Señor: «Siempre es el mismo Espíritu, y únicamente él es capaz de actuar de una u otra manera porque, desde los principios, es el fundamento de todo y lo será eternamente. Pues todo lo que existe, en el fondo del fondo es Poder, Fuerza, Amor, Sabiduría y Voluntad del Espíritu.

También cada ser humano está en posesión de este Espíritu, que sólo empieza a actuar en el hombre cuando este ha reconocido la Voluntad divina y actúa totalmente según ella; el espíritu se une con el alma en el hombre a través del camino del amor puro a Dios y por él al prójimo. Cuando esto sucede, entonces el hombre ya se ha vuelto semejante a Dios y puede realizar cosas de las que ningún intelecto humano exterior tiene la menor idea».

(GEJ 9.141/3)

El Señor: «Un alma perfecta que ha renacido en mi Espíritu del Amor y de la Verdad, cuando deje atrás su cuerpo físico no perderá sino la pesada carga que la ata a este mundo material y ganará indeciblemente mucho. En verdad te digo que ningún ojo físico ha visto, ni oído escuchado ni los sentidos de nadie percibido las maravillas que esperan en el Más Allá a aquellos que me aman, viven y actúan según mi Enseñanza».

(SOLE 1.64/15)

El Señor: «Esperarás en vano tu “juicio final”, porque todo ser humano lo tiene a diario y dura continuamente. Para los justos que viven en el amor es todo día después de su resurrección a la vida eterna, que es el renacimiento perfecto del espíritu. Sin embargo, estos días serán días de juicio para todos aquellos que no quisieron acogerme en el espíritu y la verdad, ni tampoco en el amor».

2) Únicamente el milagro de Pentecostés hizo posible el renacimiento espiritual

(DADI 1.144/2)

(Dice el Señor: ) A mí, Emanuel Abba, en realidad no me agrada el sacrificio por el fuego, sino únicamente quien me lo ha preparado con corazón puro; pero se lo bendigo en vistas a un sacrificio que será hecho en su día para vivificar a todos los vivos y muertos. De modo que en adelante, y hasta el fin de los tiempos (de este mundo), ¡debe continuarse con el cordero y el pan! Amén.

(DADI 1.46/20—23)

El Señor: «Ved, Yo ya estuve una vez aquí, en los principios del mundo, para crear todas las cosas para vosotros, y para crearos a vosotros para Mí. Pronto volveré con diluvios para lavar la Tierra de la peste, porque sus profundidades, llenas del lodo producido por vuestra desobediencia, se han vuelto un horror para Mí. Entonces vendré por vuestra causa, para que el mundo no se hunda y para que haya un linaje cuyo último vástago seré Yo.

Y por tercera vez vendré de diversas maneras, a veces de forma visible como ahora y a veces invisiblemente en la Palabra del Espíritu, para preparar mis caminos. La cuarta vez, en los tiempos de los tiempos, cuando hay una gran aflicción, vendré corporalmente. Luego vendré la quinta vez en el Espíritu del Amor y de la santificación. La sexta vez vendré al interior de todo el que lleve en su corazón un verdadero anhelo por Mí. Entonces seré guía para todo aquel que, lleno de amor y fe en Mí, se deje atraer por Mí hacia la vida eterna. Estaré entonces lejos del mundo. Pero el que sea acogido vivirá y estará en mi Reino, eternamente.

Finalmente volveré una vez más, como ya he dicho. Pero esta última venida será, de una u otra manera, una llegada continua para todos.

Escuchad y entended bien: ¡Permaneced en el Amor, porque este será vuestra salvación! ¡Amadme a Mí sobre todas las cosas, porque esto será vuestra vida, eternamente! ¡Y amaos también los unos a los otros! Así os libraréis del juicio. ¡Mi Misericordia y mi Amor primario estén con vosotros hasta el fin de los tiempos! Amén».

(GEJ 3.171/4—8, 11—14)

El Señor a Jara: «Cuanto Yo haya ascendido a los Cielos como Hijo del hombre, y eso ante vuestros ojos tal como Elías, todos comprenderéis verdaderamente qué es el renacimiento por el Espíritu y en él. Sólo entonces, desde los Cielos, verteré sobre todos los Míos mi Espíritu lleno de Verdad y Fuerza, indispensable para el renacimiento en el espíritu; y sólo entonces lo comprenderéis y asimilaréis perfectamente.

Antes nadie, incluso Adán, Moisés y los profetas, podía renacer completamente en el Espíritu. Pero a través de mi acto que ahora os anuncio, todos los que en la Tierra nacieron después de Adán y que han manifestado durante su vida al menos una buena voluntad, participarán del pleno renacimiento en el Espíritu. Pues todavía hay muchos que tienen la mayor voluntad de hacer el bien, pero les faltan los medios materiales, las fuerzas físicas o las habilidades para ello... Pues, para ver se necesita los ojos...

Te pondré un ejemplo: Supongamos que tienes la mejor voluntad de ayudar a un pobre que se acerca a ti. Pero como careces de medios económicos, vas a ver a una persona que los tiene, pidiéndole con todo tu corazón una ayuda apropiada para este pobre, aunque por la dureza del rico, el pobre tiene que irse sin la ayuda. Ante eso tú sufres por él y le encomiendas a Dios, el Señor. ¡En este caso tu buena voluntad tiene el mismo valor que la acción misma!

Antes de nosotros había muchas personas como esta. También las hay ahora y las habrá en adelante, y todas ellas podrán participar en el renacimiento del Espíritu en sus almas...

Se ve que no entiendes bien, al igual que los demás, en qué consiste el verdadero renacimiento del Espíritu, aunque ya te lo he explicado dentro de lo posible. Confórmate de momento sabiendo que cuando pronto llegue el tiempo en que renazcas en el Espíritu, entenderás por qué ahora no lo comprendes».

(GEJ 3.180/3—8)

El Angel a Filopoldo: «Aunque Dios, el Señor, dentro de su Sabiduría, su Verdad y su Poder majestuoso sea infinito, también está aquí, por el Amor del Padre, como un hombre limitado entre vosotros. Y precisamente este Amor es el que ha hecho que Él sea un hombre entre vosotros; también a nosotros los ángeles nos hace hombres delante de vosotros. De otra manera no seríamos sino luz y fuego, proyectándonos por todos los espacios infinitos como grandes pensamientos creadores, colmados de la Palabra, del Poder y de la Voluntad, de eternidad a eternidad.

Ahora es cuando recibís este Espíritu y más aún la misma llama de Amor del Corazón de Dios, gracias a la cual vosotros, los hombres de esta Tierra, podéis convertiros en auténticos hijos de Dios... Sois increíblemente privilegiados comparados con nosotros que, para volvernos semejantes vuestros, tendremos que andar el mismo camino que vosotros.

Mientras continuemos siendo ángeles, no somos nada más que brazos y dedos del Señor, moviéndonos y actuando únicamente cuando el Señor nos incita a ello, de manera semejante a cuando decidís que vuestras manos y dedos deben entrar en acción. Todo lo que somos, pertenece al Señor. Ninguna cosa particular es nuestra, con lo que todo en nosotros es el Señor mismo.

Vosotros estáis destinados a volveros, de manera enteramente libre, aquello que el Señor mismo es. En este sentido, el Señor aún os dirá: “Tenéis que volveros perfectos en todo, infinitamente perfecto, como lo es vuestro Padre en el Cielo”.

En cuanto el Señor os diga esto a vosotros, los hombres, os daréis cuenta de la magnificencia de todo aquello a lo que estáis llamados y destinados, y lo infinitamente grande que es la diferencia entre vosotros y nosotros.

Ahora, por supuesto, no sois sino embriones en el seno maternal, que con su escasa fuerza vital no pueden construir edificios. Pero cuando hayáis renacido del verdadero seno materno del Espíritu, ¡entonces seréis también capaces de actuar tal como actúa el Señor!».

(GEJ 4.133/8—9)

El Señor a Matael: «Para percibir el misterio del Reino de Dios en toda su profundidad, deberéis renacer primero en el Espíritu, lo que en estos momentos es todavía imposible. Sólo cuando el Hijo del hombre haya retornado al lugar de dónde ha venido, os enviará el Espíritu santo de toda la Verdad. Ese es el que os despertará totalmente, perfeccionará vuestros corazones y hará surgir el Espíritu de la Verdad en vosotros, es decir, en el corazón de vuestra alma. Mediante este proceso renaceréis en el Espíritu y veréis y entenderéis en la luz más clara lo que los sinfines de Cielos abarcan.

Lo que ahora os muestro y explico es solamente un anticipo de lo que el Espíritu aún os dará en toda plenitud. Todavía habrá de deciros muchas cosas que ahora aún no podéis comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la Verdad, os conducirá la Sabiduría plena».

(GEJ 4.217/9; GEJ 4.218/1)

El Señor: «Cuando un hombre ha renacido completamente en el Espíritu, entonces se ha vuelto semejante a Mí y, en su suma libertad, puede querer todo que está dentro mi Orden. Pues él mismo se ha convertido en mi Orden, y todo se realizará conforme su libre voluntad.

En este estado perfecto de vida, el hombre, totalmente igual a Mí, no es sólo señor de las criaturas y de los elementos en la Tierra, sino que su esplendor, igual que el mío, se extiende sobre toda la creación en el universo infinito. Es evidente que antes de mi Encarnación nadie habrá podido alcanzar este grado de la máxima perfección de vida. Por eso Yo he venido a la Tierra para convertiros en mis verdaderos hijos mediante el renacimiento del Espíritu en vuestra alma».

(GEJ 6.142/8)

El Señor: «En cuanto Yo haya dejado esta Tierra atrás, verteré sobre todos mis fieles discípulos y hermanos el Espíritu santo de la Verdad. Este os guiará y conducirá a la Verdad y Sabiduría plenas, llenándoos con poder y fuerza. Unirá vuestras almas con el Espíritu celestial del Amor procedente de Dios, llevando a cabo así el renacimiento del Espíritu en vosotros, sin el cual no puede haber una verdadera vida libre y eterna, sino solamente una vida atada y juzgada que, frente a la verdadera vida libre del espíritu, equivale a la propia muerte».

(GEJ 7.129/10)

El Señor a Juan: «Yo mismo he de ser penetrado enteramente por la Divinidad eterna, antes de que os pueda dar mi Espíritu. En cuanto este llegue, os introducirá en todas las Verdades ahora todavía incomprensibles para vosotros, y podréis hacer lo que Yo mismo estoy haciendo ahora y cosas todavía más grandes».

(GEJ 9.56/6—7)

El Señor a un posadero de Samaria: «Mi Palabra ya es la Vida en sí y vivifica a todo el que la percibe con buen corazón, porque, siendo la base de toda vida, pasa directamente a la vida del hombre. Sin embargo, la palabra del profeta es sólo un indicador fiel del camino que muestra al hombre cómo podrá alcanzar la Palabra viva de mi boca y, a través de ella, la Vida del Espíritu.

Os digo a todos: Al fin y al cabo todo hombre ha de ser instruido en su corazón por Dios. Quien no se deja instruir por el Padre o por el Espíritu divino en Mí en el camino del amor puro a Mí y al prójimo, no llegará a Mí, que soy el Hijo del Amor eterno, Yo, que soy la Luz eterna, el Camino, la Verdad y la Vida misma; pues Yo soy la Sabiduría del Padre en Mí mismo. Aunque ahora aún no lo entendéis, lo comprenderéis perfectamente cuando hayáis renacido en el Espíritu después de mi ascensión. Pues el Espíritu de la Verdad, eterno, pleno y vivo en sí mismo, es quien os conducirá a la Sabiduría plena».

3) Relación entre alma y espíritu

(GEJ 7.66/5—8)

El Señor a Agrícola: «El alma del hombre consiste en una sustancia puramente etérea, es decir, está compuesta de muchos átomos de luz o partículas minúsculas que, gracias a la Sabiduría y la Voluntad todopoderosa de Dios, constituyen al hombre. El espíritu puro es la Voluntad procedente de Dios, Voluntad que es el Fuego del Amor más puro en Dios.

El espíritu puro es un pensamiento de Dios proveniente de su Amor y Sabiduría que, por su Voluntad, se convierte en existencia verdadera. Pero al igual que Dios es un Fuego de su Amor y su Sabiduría, así lo es también el Pensamiento proyectado desde su Ente en una existencia individual propia. Así como el fuego es una fuerza, también lo es un Pensamiento proyectado de Dios, que tiene consciencia de sí mismo y que sabe que puede actuar en una claridad igual a la que hay en donde ha surgido. Igualmente, el espíritu puro del hombre es una fuerza que penetra todo lo que tú llamas materia; sin embargo, no puede ser penetrado por la materia porque esta no es más que una manifestación exterior del Espíritu de Dios.

El alma es, en cierto modo, materia disuelta que, obligada por la fuerza de su espíritu, traspasa la forma primaria original del Espíritu. Luego, unida con el espíritu, constituye el cuerpo etéreo sustancial del mismo. De manera parecida, una vez que el cuerpo físico del alma se ha descompuesto y disuelto del todo, ella, mediante la fuerza de voluntad espiritual, se forma su propio vestido con las sustancias etéreas de su antigua envoltura carnal.

Aquí tienes una explicación corta, pero cierta, sobre lo que son el alma y el espíritu puro».

(GEJ 4.226/1—4)

El Señor a Cirenio: «El alma se comporta frente al espíritu como el cuerpo físico frente al alma. El cuerpo de un alma, por perfecta que sea, tiene una voluntad propia con inclinaciones al placer, lo que puede seducir al alma si consiente esta voluntad. Un alma bien educada permanecerá siempre dueña del cuerpo y nunca se dejará arrastrar por sus instintos. Sin embargo, esto puede ocurrir fácilmente en el caso de almas deformadas.

Y entre el alma y el espíritu existe la misma relación que entre un alma totalmente perfeccionada y su cuerpo. Este puede tener las tendencias perversas que quiera y puede apremiar al alma, con sus aguijones frecuentemente muy aguzados, a que las consienta y le satisfaga; pero un alma perfecta siempre pronunciará un ¡No! categórico. Y exactamente lo mismo hace también mi Espíritu con el alma, cuando se ha fusionado completamente con ella.

Mientras el alma se entregue totalmente a la voluntad de su espíritu, todo se realizará exactamente conforme esa voluntad que también es mi Voluntad. Pero si, debido a su reminiscencia, el alma desea otra vez cosas sensuales, en tales momentos su espíritu se aparta, dejando la decisión al criterio de la misma. Habitualmente, ese deseo no conduce a nada bueno, sobre todo cuando la intención de consumarlo carece de la menor tendencia espiritual benéfica.

El alma pronto se dará cuenta de su debilidad egoísta y de su torpeza. Abandonará estos ensueños y de nuevo se unirá íntimamente con su espíritu, permitiéndole que él actúe conforme su voluntad. De esta manera el orden se restablece y de nuevo vuelve el poder y la fuerza, en toda plenitud».

(GEJ 4.228/2—5)

El Señor a Cirenio: «Cuando, durante su vida terrenal, el alma ve o percibe algo en la que su cerebro no participa, al alma no le queda la menor reminiscencia, a no ser, a lo sumo, una ligera huella. Porque el alma no tiene visión alguna para todo aquello que capta en su propio cerebro, al igual que el cuerpo no la tiene para poder apreciar, desde el interior, lo que ha percibido mediante sus ojos y oídos y ha grabado, en forma de imágenes, en las numerosas células cerebrales. Eso sólo lo puede apreciar el alma, debido a que se encuentra en el interior de todo lo carnal.

E igualmente el alma no podrá percibir con sus ojos ni con sus oídos lo que queda grabado en el cerebro anímico, porque estos, al igual que los del cuerpo físico, están dirigidos sólo hacia el exterior... Únicamente podrá percibirlo el espíritu en ella. Por eso, para que un hombre pueda conocer algo puramente espiritual, el espíritu en su alma tiene que estar despierto del todo y haberse integrado del todo en ella.

Lo que está dentro del espíritu lo reconozco Yo, y a partir de Mí, lo reconoce el espíritu del hombre que es idéntico al Mí o; pues es la imagen de Mí en el alma, parecido a como el Sol produce su imagen en un espejo.

Mientras un alma habita un cuerpo, le es absolutamente necesario disponer de un cerebro físico bien formado para una visión clara y veraz, porque un cerebro deformado no le sirve de nada para su visión espiritual».

(GEJ 4.256/1—4)

El Señor: «La esfera de la vida exterior del alma se parece a la irradiación de una luz terrenal: cuanto más se aleja uno de la llama, tanto más débil se vuelve su luz, hasta que al final ya no se percibe nada de ella.

Pero el caso de la esfera de la vida exterior del espíritu es distinto; pues esta esfera se parece al éter que llena todo el espacio infinito con la misma densidad. Cuando el espíritu se excita alguna vez, manifestando de esta manera su libertad en el alma, en el mismo momento la esfera de su vida exterior resuena hasta distancias infinitamente lejanas. Esto le facilita extender correspondientemente su visión, su sensibilidad y su actividad, sin la menor restricción, hasta donde el éter llene el espacio entre las Creaciones y dentro de ellas... Pues este éter, en el sentido propio, es idéntico al eterno espíritu vital en el alma. De modo que la diferencia entre la esfera de la vida exterior de un alma, por perfecta que sea, y el éter de la vida exterior del espíritu, es inmensa e indeciblemente grande.

Aunque parezca que partes de la entidad del espíritu universal se hayan separado de él al instalarse en las almas, una vez que las almas están enteramente colmadas tras el renacimiento del espíritu, vuelven a formar una unidad perfecta con él.

Pero aun así no pierden su individualidad, ni mucho menos... Al ser focos de concentración de vida en las almas, tienen también su misma forma individual, y perciben con la mayor claridad todo aquello que contienen las almas, que, en realidad, forman su cuerpo. De esta manera, como espíritus alertas, conocen inmediatamente todas las particularidades individuales de las mismas. Por idéntica razón un alma, una vez que su espíritu la haya colmado por completo, es capaz de ver, sentir, oír, pensar y quererlo todo como su espíritu, pues está en íntima unión con él».

(GEJ 5.211/3—7)

El Señor a Epifanio: «¿Has visto ya alguna vez los límites hasta los que un alma renacida puede elevar sus pensamientos? Si el alma ya tiene una cantidad infinita de pensamientos, ¿qué se podrá decir entonces del Espíritu divino eterno que está en ella, y que es en sí mismo la Fuerza, la Luz y la Vida misma?

Yo te lo diré: Este Espíritu es el que lo arregla y ordena todo en el hombre. El alma, sin embargo, no es sino el cuerpo de sustancia fina del espíritu, al igual que el cuerpo físico es un recipiente del alma, hasta que esta llega en él a cierta solidez. Una vez que la consigue, el alma podrá integrarse más y más en el Espíritu y de esta manera también en la auténtica Vida que es Fuerza y Luz verdadera. Esta Vida crea y anima el espacio, las formas, y el tiempo, y determina la duración de las formas, vivificando todo y haciéndolo autónomo. Como estas formas surgen de la infinitud de la Vida auténtica y de la eternidad, también contienen dentro de ellas lo infinito y lo eterno, por todos los tiempos.

Por lo tanto, nadie puede aventurar que el hombre sea un ser limitado. Hasta en sus partículas más pequeñas existe todavía algo infinito y eterno, y por eso también es capaz de percibir lo infinito y lo eterno. El que crea que sólo vive un tiempo muy limitado, está muy equivocado. Nada en el hombre es perecedero, aunque el cuerpo físico tenga que sufrir cambios al igual que todo el resto de materia de la Tierra. Pues ya a su tiempo, los Poderes de la Vida más pura determinaron el destino de la materia: que ella misma pase a la Vida pura sin que haya más transmutaciones[26].

Aunque las diversas clases de materia se vayan transmutando, y por lo tanto también el cuerpo humano, no dejarán de existir sino que seguirán existiendo siempre en formas y especies cada vez más espirituales y, por lo tanto, más nobles».

4) El verdadero conocimiento de la Sabiduría de Dios

(GEJ 7.55/3—12)

El Señor a Nicodemo: «Mi Palabra y mi Enseñanza no os pueden ser presentados con retórica racional y sabiduría intelectual mundana, sino que consisten en daros testimonio del Espíritu y su Fuerza, desconocidos para vosotros, para que vuestra fe y vuestros conocimientos futuros no se basen en la sabiduría de los hombres espiritualmente ciegos sino en la maravillosa Fuerza del Espíritu procedente de Dios.

Aunque ante los ojos de los intelectuales del mundo esta forma mía de enseñar y hablar parezca un disparate porque no saben nada del Espíritu y su Fuerza ni nada perciben con sus toscos sentidos, aun así mi Enseñanza es la Sabiduría más profunda y más elevada, aunque únicamente ante los ojos, oídos y corazones de los hombres perfectos que son de buena voluntad y siempre cumplen con los Mandamientos de Dios. Pero mi Sabiduría más profunda no llega a los sabios y soberanos de este mundo, pasajeros ellos al igual que su sabiduría.

Os estoy hablando de la Sabiduría oculta de Dios que Él, ya antes de la creación de este mundo material, os ha reservado para la magnificencia eterna de vuestra vida. Lo que ahora os revelo, es lo que el Espíritu de Dios manifiesta a vuestro espíritu para que este pueda examinar y reconocer las profundidades de Dios. Pues únicamente el espíritu penetra todas las cosas y las explora y, cuanto más puro es, tanto más profundamente penetra en las honduras de Dios. Por eso ahora no recibiréis de Mí el espíritu del mundo que ya no os hará falta nunca, sino el Espíritu que surge de Dios, para que través de este podáis percibir y comprender verdaderamente qué es lo que os transmito, recibido de Dios.

Por eso no puedo hablar con vosotros a la manera intelectual humana, ni tampoco podréis comprenderme totalmente ya que vuestro espíritu aún no ha penetrado por entero vuestra alma. Pero una vez que esta, con todo su amor y su buena y libre voluntad se encuentre en el Espíritu procedente de Dios que recibiréis ahora, entonces vosotros mismos podréis apreciar todas las cosas de manera espiritual y sabréis y entenderéis todo lo que ahora todavía os parece oscuro e incomprensible.

Ya estáis comprendiendo algo acerca del eterno y verdadero Espíritu de Dios y ya podéis apreciar espiritualmente alguna que otra cosa. Pero el hombre natural no percibe nada del Espíritu de Dios que mora en él; y todo lo que se le habla sobre él le parece un disparate porque en su interior no hay nada que faculte a su alma para emitir un juicio de manera espiritual. Pues antes que el alma de un hombre pueda percibir y entender lo espiritual, tiene que ser orientada totalmente hacia el espíritu. Porque toda verdadera vida, luz y fuerza se encuentra únicamente en el espíritu, que todo lo determina y a quien nada ni nadie puede juzgar.

El hombre natural cuyo espíritu no se ha desarrollado, no es sino materia que se encuentra en el juicio[27]. Pues su vida natural le fue concedida por el Espíritu de Dios, únicamente para que, mientras quiera, pueda con ella despertar en sí la verdadera vida espiritual. Por eso ya es capaz de comprender los Mandamientos de Dios con su entendimiento natural y de tomar la libre decisión de observarlos, viviendo y actuando de acuerdo con ellos. Si lo hace, entonces el Espíritu de Dios penetra en su alma en la medida en que la misma progrese en el cumplimiento de los Mandamientos de Dios, en la fe en Él y en el amor a Dios y a su prójimo.

Cuando el alma ha alcanzado mediante sus aspiraciones una consistencia firme que no permite ya una recaída, ello será un indicio cierto que el Espíritu de Dios la ha penetrado del todo y que toda su facultad de entender y saber está orientada de manera espiritual. Por consiguiente, tal alma ha superado toda su antigua materia muerta y se ha vuelto una con el Espíritu de Dios, que la ha traspasado totalmente, convirtiéndose con Él en un espíritu, una fuerza, una luz y una verdadera vida indestructible que nada ni nadie podrá juzgar jamás.

Por eso, buscad ante todo el verdadero Reino de Dios y su justicia. Pues, todo lo demás os lo dará por añadidura el Espíritu de Dios en vosotros.

Os digo tal como está escrito: “¡Ningún ojo físico ha visto, ningún oído ha escuchado y ningún corazón humano ha percibido las maravillas que esperan a aquellos que le aman y que viven y actúan según sus Mandamientos!”».

5) La cámara interior de la vida en el corazón, y su correspondencia

(GEJ 8.57/10—14)

El Señor: «La pequeña cámara positiva de vida en el corazón, en su aspecto físico, es, por cierto, la parte menos llamativa de todo el cuerpo pues está en una gran oscuridad y nunca le llegan los rayos del Sol. Hasta los mismos hombres, pese a que les da la vida y es el origen de ella, ni la conocen ni la tienen en consideración.

Incluso si se hablara de ella a los intelectuales del mundo, seguro que dirían: “¿Cómo es posible que la firme naturaleza de la vida de un hombre pueda depender de tal partícula apenas perceptible?”. De lo que se deduce claramente que incluso los intelectuales más renombrados del mundo desconocen por completo su propia fuente de vida... ¡Cuánto más aún un hombre menos culto!

Sin embargo, todo hombre que quiera conocerse verdaderamente a sí mismo y a Dios, ha de introducirse mediante la mayor humildad y docilidad en esa pequeña cámara, devolviendo espiritualmente purificada la vida que ha recibido de ella. De esta manera el hombre va ampliando la cámara de vida de su corazón y la ilumina por completo. Una vez que lo haya hecho, también el corazón entero se va iluminando y, desde él, todo el hombre. Este se reconoce a sí mismo y por ello también a Dios, porque sólo entonces puede percibir y observar cómo la vida, emanando de Dios, fluye a esa cámara y ahí se va acumulando, formando una vida totalmente libre y autónoma.

De modo que en esta pequeña cámara mora el Espíritu de Dios. Y cuando el alma del hombre entra en ella mediante la verdadera humildad y obediencia, tal como el amor de un hombre justo entra en el Amor eterno, no creado, de Dios, entonces el alma se une con el Espíritu eterno de Él y este con el alma creada; y en ello consiste el renacimiento del alma en el Espíritu procedente de Dios.

Y para que supierais cómo tiene que proceder un hombre recto para que la magnificencia de la plenitud de la vida pueda entrar en su interior, Yo mismo lo he hecho para vosotros, como ejemplo claro y como indicación del camino en el marco del gran hombre de la Creación[28]. He venido a esta Tierra porque, según mi Orden eterno, ella corresponde precisamente a esa pequeña cámara positiva de vida en el corazón, y para entrar, por mi Magnificencia y mediante ella también la vuestra, en todo el Poder del Cielo y de la Tierra.

Escrito está que ya desde la eternidad estuve dentro de mi pleno Poder y de toda Gloria. Pero aun así, no fui un Dios visible y palpable para ningún ser creado, ni siquiera para el ángel más perfecto. Cuando quise volverme visible, por ejemplo para Abraham, Isaac y Jacob, entonces, excepcionalmente para este fin, llené a un ángel con el Espíritu de mi Voluntad, de manera que representara mi personalidad durante un cierto tiempo. Pero a partir de ahora, Yo soy un Dios visible para todos los hombres y ángeles, habiendo preparado para ellos una vida verdaderamente perfecta, eterna y totalmente libre. En esto consiste pues mi gran Magnificencia y, por consiguiente, también la vuestra».

6) Los tres grados del perfeccionamiento de la vida

(GEJ 7.155/1—13)

El Señor: «Todavía estáis demasiado atados al mundo y a vuestras riquezas manchadas con sangre de viudas y huérfanos... Un gran abismo muy difícil de salvar para los hombres mundanos.

Al igual que para Dios todas las cosas son posibles, también el hombre mundano y pecador más empedernido puede corregirse y mejorarse pronto y eficazmente, con tan sólo tener plena fe y confianza en Dios y poner en práctica lo que la Sabiduría divina le aconseja. Para ello tiene que hacer un verdadero milagro: cambiar radicalmente su voluntad y negar todas sus antiguas debilidades, costumbres, apetencias y pasiones que, procedentes de los espíritus naturales muy impuros y aún no fermentados[29] de su carne, invaden el alma para contaminarla e incluso desfigurarla. ¡Observaos a vosotros mismos para ver cuántas pasiones de esta clase os han afectado! Y ahora, ¡animaos a tomar la firme decisión de dejarlo todo para seguirme! Si sois capaces de hacerlo, pronto llegaréis al perfeccionamiento de la vida interior. De lo contrario, el camino os resultará muy pesado y laborioso.

La voluntad del hombre para pecar encuentra siempre un gran apoyo en los estímulos y pasiones de la carne. Pero la carne no presta apoyo alguno a la voluntad de hacer el bien... Sólo lo presta la fe en el Dios verdadero y, sobre todo, el amor hacia Él y la esperanza en que las promesas de Dios serán cumplidas sin falta.

De modo que aquel que es capaz de luchar contra las malas pasiones de su carne mediante una fe viva y firme, el amor a Dios y al prójimo y la esperanza irrenunciable en llegar a ser dueño de sí mismo, pronto será también señor de toda la naturaleza exterior y, por haberse superado a sí mismo, ya ha llegado al primer grado del verdadero perfeccionamiento de su vida interior. Aun así, no dejarán de presentársele frecuentemente las más diversas tentaciones que le incitarán a uno u otro pecado menor.

Si después consigue pactar firmemente con sus sentidos para que estos se nieguen a todos los estímulos mundanos y se orienten sólo hacia el ámbito puramente espiritual, ello ya es señal cierta y luminosa que el Espíritu de Dios ha colmado al alma enteramente. Y con esto el hombre alcanza el segundo grado del verdadero perfeccionamiento de la vida interior.

Al llegar a este nivel, el hombre ha adquirido una fuerza y libertad de vida, que, por estar su alma colmada de la Voluntad de Dios, ya no le permite actuar sino conforme a Su Voluntad, por lo que ya no puede cometer pecado alguno. Pues, como él mismo se ha vuelto puro, todo le resultará puro.

Aunque el hombre haya llegado a ser de esta manera verdadero señor de toda la naturaleza y sea claramente consciente de que de ninguna manera puede ya faltar, porque toda su actividad se orienta en la Sabiduría verdadera de Dios, aun así continúa perteneciendo sólo a ese segundo grado de perfección de la vida interior.

Pero todavía existe un tercer grado, el más elevado... Consiste en que el hombre perfeccionado, consciente de que siendo un verdadero dueño de toda la naturaleza puede hacer todo lo que quiera sin poder pecar, a pesar de ello, domina su fuerza de voluntad y poder con toda humildad y mansedumbre, y por amor puro hacia Dios en todo lo que hace, no emprende nada antes que Dios le haya avisado explícitamente. Para ese verdadero dueño de toda la naturaleza todavía resulta un desafío considerable, porque dentro de su suma sabiduría es perfectamente consciente de que, conforme la Voluntad de Dios de la cual esta penetrado, no puede actuar sino de manera perfecta. Pero un espíritu aún más profundamente consciente, también reconoce que entre la Voluntad de Dios que se refleja en él y la Voluntad libre e infinita en Dios, existe todavía una gran diferencia, por lo que siempre someterá su voluntad particular a la Voluntad divina, libre e infinita. Y actuará por su propia fuerza, siempre que la Voluntad en Dios le haya avisado explícitamente para ello. El que procede de esta manera, ya ha llegado a la mayor perfección de su vida interior, lo que representa el tercer grado de la perfección».

(GEJ 1.3/1)

Cuando el hombre consigue así, por el renacimiento, la verdadera filiación de Dios, gracias al Amor de Dios, su Padre, que le ha hecho renacer, entonces llega también a la Magnificencia de la Luz primaria en Dios, la cual, en sentido propio, es el divino Ser primario mismo. Este Ser, en el fondo, es el Hijo primogénito del Padre, análogo a la luz que permanece sumergida en el calor del amor hasta que el amor la vivifica y le permite fluir. Esta santa Luz es, por lo tanto, la real Magnificencia del Hijo del Padre. Cada renacido la alcanza y se vuelve igual a ella. Y esta Magnificencia es la pura Realidad o el Verbo encarnado y está eternamente llena de Gracia y de Verdad.

(S. Juan 1,16)

Pues de su Plenitud recibimos todos Gracia por Gracia.

Epílogo

(GEJ 3.224/12—14)

Murel: «¡Oh, Llamada de las llamadas, Voz de las voces, Palabra de las palabras! ¿Quién te resistirá, una vez que te haya oído en su corazón? ¡Oh, sonido muy sublime, santo, grande y dulce que suenas tan familiar de la boca sagrada del Padre para tu hijo débil, desterrado de tu Corazón! ¡Cuántas miles de bendiciones me llegan con el aliento de la boca de Aquél que en sus tiempos dijo con voz de trueno a todos los espacios del infinito la Palabra “¡Hágase!”, después de la cual empezó a haber movimiento y actividad en todos los espacios infinitos e inconmensurables, eternamente!

¡Que ahora tiemble en mí todo lo que alguna vez me haya incitado a pecar! Pero tú, mi corazón renacido, ¡alégrate y canta de júbilo! ¡Porque tu Creador, tu Dios y Padre te ha llamado!... Por eso, ¡sigue la llamada de esta Voz que ha insuflado la vida en tus fibras! Oh, Voz de mi Padre, ¡qué armonía para el oído de la criatura cuya alma acaba de despertarse de su agonía en el amor a Ti!».

— Fin del libro —

Anotaciones

[1] Anotación del Señor: Este es el último y mayor testimonio de Juan acerca de Mí que no precisa de ninguna aclaración suplementaria, porque se explica por sí mismo. La razón por qué en el mismo Evangelio que no es dado tan completo, es y sigue siendo siempre la misma: porque en aquellos tiempos esa fue la manera de escribir, según la cual sólo se marcaron los puntos principales y todo lo demás se omitió, dado que un espíritu despierto de todas formas lo encontraría fácilmente, él mismo. Por otro lado los textos fueron presentados reducidos para que lo sagrado vivo en la Palabra no fuera profanado. Por lo tanto, cada enunciación es como un grano de semilla bien protegido en el cual el germen descansa ocultamente para una vida eterna en la plenitud de su sabiduría inconmensurable.

[2] Se conoce que el agua es un símbolo antiguo de la humildad, dado que acepta todo lo que se le hace; pues, siempre se busca los lugares más bajos del mundo y rehuye las alturas.

[3] Penas demasiado severas endurecen a los hombres, y les inducen a volverse cada vez más crueles.

[4] En la obra «La Mosca» de Jakob Lorber leemos que todo lo puramente espiritual es de polaridad positiva y todo lo material es de polaridad negativa. Todo lo que existe, según sus tendencias, tiene una polaridad entre estos dos extremos. De modo que el espíritu en el alma es positivo. Cuando el alma quiere adoptar tendencias negativas de Satanás, se produce un conflicto en el alma que se vuelve negativa, mientras que su espíritu sigue siendo inalterablemente positivo.

[5] El término “juicio” requiere una explicación más amplia: Antes de toda creación, en las esferas infinitas no existía nada más que Dios, de modo que todo lo que existía era sustancia infinitamente sublime de Dios, compenetrada de su amor. Por consiguiente, para su primera creación que fue el Angel de la Luz, al igual que para sus creaciones subsecuentes, Dios siempre tenía que servirse de su propia substancia divina. — El Angel de la Luz, como a continuación se había sublevado contra Dios, cayó en el juicio: Para parar su malvada actividad, Dios comprimió su sustancia sublime de tal manera que esta se solidificó. — El resultado fue el conjunto de toda la materia que existe en el infinito cosmos; por supuesto, también la de la Tierra y todo lo que en ella existe. Es indispensable para el desarrollo espiritual del hombre que todas medidas que tome tienen que ser el resultado de su propia y libre decisión, llevada por el estado de desarrollo en que se encuentra su alma. Pero las evidencias de un milagro siempre obligarán a la mente a reaccionar de una manera impuesta por un milagro. De modo que por un milagro la mente se aparta del alma aún no preparada para ello, en vez de alimentar sus tendencias positivas: El alma deja de ser la fuerza motriz y queda aislada; pues, está condenada por el milagro que es un juicio para ella.

[6] Jakob Lorber «La Mosca».

[7] La liberación del espíritu que se encuentra en el juicio de la materia — un proceso muy lento.

[12] El sábado de los hebreos que corresponde al domingo de los cristianos.

[13] Se trata del mismo fluido magnético en todos los nervios del sistema nervioso existente (en el mismo capítulo ya nombrado).

[14] El Hijo del hombre.

[15] El domingo.

[16] Jakob Lorber.

[17] El Padrenuestro.

[18] Todo espíritu es una luz emanada de Dios

[19] En la obra “Obispo Martín” (capítulo 42) este está contemplando el mundo milagroso de Júpiter y Jesús le explica: “Todo lo que aquí ves no se encuentra fuera sino dentro de ti mismo. Es sólo por tu vista espiritual que ahora lo ves fuera de ti. Algo parecido pasa en los sueños cuando ves un paisaje como si estuviera fuera de ti, a pesar de que realmente lo viste dentro de ti por medio de la visión del alma”. (Si la visión espiritual del alma perfecta puede abarcar los “tipos primarios” dentro del fuero interno, es porque la chispa del mismo espíritu de Dios dentro de nosotros los abarca. De modo que Martín, contemplando el mundo milagroso del Júpiter, vio el tipo primario de él — primario, porque en el concepto de Dios habrá ya existido antes de su creación física.) En el capítulo 44 Jesús le explica: “Este planeta, por supuesto, también se encuentra en alguna parte fuera de ti. Cuando llegues a la madurez espiritual, llegarás a la contemplación de la gran creación, fuera de ti. Pero para verlo tal como es, todavía te falta mucho”. (De ello se deduce que el cosmos físico es un tipo secundario.)

[20] Jesús.

[21] El delirio.

[22] La chispa del Amor, o sea, del Espíritu del Padre.

[26] Véase «La Mosca», Jakob Lorber

[28] La primera creación espiritual de Dios fue el Angel de la Luz que, al sublevarse contra Él, había caído en el juicio de la materia, reducido en el personaje de Satanás que constituye la Creación material: el gran hombre de la Creación, o sea, el gran hombre cósmico... El microcosmo de su cuerpo es idéntico con el inmenso macrocosmo del universo cuyos infinitamente muchos sistemas solares corresponden a los “átomos” de él.

[29] Para la elaboración del vino la fruta debe pasar por la fermentación; un proceso en el cual los espíritus naturales en el zumo se purifican y las sustancias impuras se desprenden con el gas.

Información

El Renacimiento Espiritual
Título original: Weg zur geistigen Wiedergeburt - Ein Brevier
Editorial Jakob Lorber, Bietigheim—Bisingen, Alemania
Esta selección incluye únicamente textos bíblicos y los recibidos por Jakob Lorber.
Traducción del alemán: Meinhard Füssel
Audiolibro © by LMC — Edición: 16.03.2020

Contacto

Vídeos: youtube.com/jakoblorber
Web: jakoblorber.webcindario.com
Blog: jakoblorberperu.blogspot.pe
Email: cienciayespiritualidad@gmail.com
Facebook: fb.me/cienciayespiritualidadperu