3. Roberto supone que está narcotizado
4. Invocación desesperada a Dios. Referencia a la persona de Jesús. Deseos de no existencia
5. Intentos de andar y nadar en el espacio tenebroso. Monólogo
7. El respetuoso recuerdo de Jesús produce grandes relámpagos
9. Toda la sabiduría del mundo es vana. Por ello Jesús recomienda la fe
11. Añoranza de Jesús. La zona de luz se aproxima
13. Roberto pide socorro. Su alma descarnada encuentra suelo firme por primera vez
14. Roberto y Jesús. Cuestiones de importancia vital
15. Buena respuesta de Roberto
16. El Señor hace promesas con cierta precaución. Vehemente discurso de Roberto
17. El Señor hace objeciones. Naturaleza divina de Jesús
18. Necesidad de la autoridad terrena. No puede existir comunidad sin dirección. Orden y obediencia
19. La obediencia. Ejemplos en la naturaleza
20. Las cordilleras y su necesidad
21. Surgimiento de las montañas medianas y pequeñas, y su necesidad
22. Dependencia gradual entre los hombres
23. Roberto pregunta sobre el abuso de poder
24. Extensa y confortadora respuesta. El castigo es causado por la maldad del hombre y no por Dios
28. La propia muerte es un medio de salvación del Amor divino
29. El verdadero sentido de la frase “Alejaos de Mí, malditos”. El pecado contra el Espíritu santo
30. El rico y el pobre en el Más Allá. ¿Quién causa el infierno? Sólo la maldad de los espíritus
31. ¿Quién es la verdadera Divinidad?
32. Roberto duda de la Divinidad de Jesús; sin embargo, se apresura a creer en ella ciegamente
33. La verdadera fe y la fe errónea. Peligros de una vida principesca
34. Roberto exterioriza su concepto de la fe y de la veneración divina
35. Las dos fuentes del conocimiento del hombre. La verdadera fe proviene de la Luz del Espíritu
38. Roberto se admira de no haber sido suficientemente humillado. Recuerdo de su vida pasada
39. Cambio benéfico en Roberto. Explicación sobre Juan Bautista como precursor de Jesús
42. El verdadero hermano. En el amor a Jesús todo se organiza
43. El nuevo y maravilloso mundo de Roberto
44. Tareas de Roberto en su nuevo hogar. La primera visita
45. Roberto da testimonio de su fe
46. Estado psíquico de los antiguos compañeros de lucha
49. Un grupo de bailarinas pide humildemente hospitalidad
54. Jellinek prueba a sus amigos la existencia de Dios
57. Efecto del vino celestial. Pregunta sobre Cristo y sobre su Divinidad. Respuesta de Roberto
58. Primera prueba para los tres amigos de Roberto
59. El Señor habla de “el fin justifica los medios”
61. Lucha contra espíritus naturales impuros en el hombre. Perfección gradual
62. Los vieneses viciosos, en el jardín. Su cura amarga, sin embargo necesaria
63. Reacción de los huéspedes ante las bailarinas. La heroína del tablado. El orador patético
65. Los vieneses y el bohemio desabrido. La heroína se dirige a Jellinek, que le señala a Jesús
66. La heroína pide ayuda para todos al Señor que le aconseja confesión general
67. Importante observación del Señor acerca de esta comunicación, aparentemente chocante
68. La heroína ansiosa y el orgulloso patético. Amonestación del Señor. Milagro ocurrido con Helena
70. La vida conyugal del patético. El general servicial
71. Se nubla el horizonte matrimonial del patético. La verdadera naturaleza de Ema
72. Exigencias de Ema. Intentos de conciliación
73. Crisis de nervios y transformación de Ema
74. Sorpresas para el patético que encuentra muchos conocidos. Buen consejo de Olavo
75. Olavo intercede en favor de los amigos. Promesa del Señor. El terco patético
77. Olavo pide al Señor que sacie las pobres almas
78. Advertencia sobre los ignorantes. Revelación del Consejo Celestial en vista del destino del orbe
79. El venerable Consejo. ¿Qué es lo que debe pasar en la Tierra? Hablan Adán, Noé, Abraham y Jacob
80. Prosigue el Consejo. Hablan Moisés y David
81. Crítica de Pedro a Roma y contestación de Pablo
82. Roberto Blum y Jellinek manifiestan su opinión. Respuesta del Señor
84. Helena se niega a hablar aunque finalmente se presta a ello
86. Sabiduría de Olavo. Un brindis celestial. El nuevo puente de Luz y Amor de la Gracia divina
88. ¿Qué es lo que es un beso justo? Las nupcias divinas como premio del más puro amor a Dios
89. La Tierra y sus horrores. El espíritu del anticristo. Una alegoría en la mesa del Consejo
90. Sigue el cuadro sobre la mesa del Consejo. ¿Por qué Dios permite los horrores del mundo?
91. Los contrastes son necesarios para la libertad espiritual
92. Lucha de los seis animales. Efectos del espectáculo en los hombres-lobo y en el rey
93. Amor propio y orgullo, raíces de todo mal. La Voluntad inmutable de Dios como polo de equilibrio
94. Helena habla sobre el monstruo de siete cabezas. Sus propuestas de mejora
97. Voluptuosidad y orgullo. Difícil trabajo de Roberto Blum con el patético. Filosofía materialista
101. Terquedad insensata de Dismas. Críticas acerbas de sus verdaderos amigos
104. Dismas y sus amigos de antaño
105. Obras del intelecto y obras del corazón. Dismas conduce hacia el Señor a los obstinados
106. Controversia entre el Señor y Bruno. La humildad y prudencia de éste atraen la Gracia divina
113. Crítica sobre el desfiguramiento de la religión por el clero
115. Crítica a Roma. Explicación de Bruno sobre la utilidad de la noche
117. Parte de los convertidos temen aproximarse al Señor. Humor en el Más Allá
118. Egocentrismo de Bardo. Reprimenda de Nicolás
119. El alma de Bardo es curada. Los designios de Dios. Confraternización celestial
121. Consejos de los amigos. Dismas encuentra la solución acertada. La bendición del amor al prójimo
124. Alegría de Roberto por el reencuentro con el Señor que se ocupa del monje. Nupcias celestiales
127. Gratitud excesiva del monje. La simplicidad del amor
132. Aproximación de una falange de almas desesperadas. Filosofía sobre la falta de amor y de fe
133. El conde y el falto de escrúpulos. Historia de ambos
134. La venganza aparece como consuelo. El sufrimiento enseña a rezar
135. Advertencias espirituales hechas a los infelices. Situación política de aquella época
138. El conde continúa dudando en dirigirse al Señor. Un hombre del pueblo toma la delantera
140. Prosiguen las preguntas sobre Jesús y su paradero
141. El franciscano discursea sobre el amor y critica al conde por su título. Miklosch interviene
142. Enseñanza rigurosa del extraño contra la tendencia a la crítica
143. Últimas dudas del monje. Los pecados mortales
144. Estupefacción ante la maravilla y grandiosidad de la mencionada casa. Las almas ansían a Jesús
145. Encuentro con antiguos conocidos. Sorpresas
146. Momento supremo para el conde. El Señor habla sobre la relación entre el Padre y el Hijo
148. El franciscano cae en nuevas dudas. Su miedo al infierno es curado por el Señor
1. Este hombre, de origen alemán, vino al mundo en circunstancias muy precarias, y, salvo los últimos años de su vida, tuvo que luchar constantemente contra la miseria, por motivos bien fundados aunque todavía desconocidos para él. Su alma y su espíritu eran originarios del planeta Urano del que por la revelación del «Sol natural» sabéis que sus habitantes son capaces de remover montañas por su constancia, de manera que hacen, incluso como espíritus, lo que no les fue posible hacer vivos.
2. Fue preso y ejecutado por su audacia, inclinación que manifestó desde la infancia. Aunque muy pronto Yo mismo puse ante él obstáculos eficaces para que intentase enderezarse, esto tuvo poco éxito en este mundo. La constante insistencia de su espíritu abrió finalmente un camino por el que consiguió una acción más amplia.
3. Partiendo de este principio hizo mil planes y los realizó en la medida de lo posible. Su corazón vibraba ante todo por el bien de los pobres y no reparaba en sacrificios. Si hubiera dispuesto de todos los bienes de la Tierra los habría arriesgado, y también su vida, en el cumplimiento de tan hermoso ideal.
4. Este concepto de la vida se lo debía a la Escuela de Religión Mundana, de Ronge (escritor y fundador del catolicismo alemán independiente de Roma, 1813-1817) que no era propiamente una religión, ni una iglesia, ni jamás lo será, porque me niega a Mí, el Señor, reduciéndome a un hombre común, doctrinador de la antigüedad.
5. Esta sedicente “Iglesia Pura” rechaza el cimiento fundamental y construye su edificio sobre arena. Por tal motivo su existencia será incierta. En cuanto al bien de los pobres, la iglesia de Ronge concordaba con las ideas de Roberto Blum en que no tenía base: lo que viene del mundo es ínfimo y sin fuerza. El poder de destronar a todos los gobernantes sólo lo veía en su oratoria.
6. Era tan fuerte su convicción en este punto que le impedía cualquier reflexión. Incluso advirtiéndole Yo íntimamente cuando emprendía sus proyectos más audaces, no impedía que los realizase. Tenía un lema: un alemán podía sacrificarlo todo menos una idea que hubiera concebido.
7. Algunos sucesos fortalecieron todavía más su manera de pensar; así que porque la demolición de algunos montes políticos salió bien, se atrevía a “subir al Himalaya”, ganándose con ello la confianza de todo el país. Esta confianza fue su ruina.
8. En una Reunión Nacional celebrada en Frankfurt vio el poder de su oratoria. Compartiendo el espíritu creado se regocijó con la victoria. Confiado, se dirigió rápidamente a Viena cuyo pueblo seguía sus ideas. Allí pretendió dar muerte a treinta gobernantes de una sola vez sin pensar en que Yo, aunque nada representara para él, tenía derecho a manifestarme antes que consumara su intento.
9. Se basaba en mi doctrina de que la persona debe ser perfecta como lo es el Padre celestial, que solamente uno es el Señor, y todos los demás, sin distinción de clase ni sexo, hermanos. Sólo que no explicaba cuál era el modelo para la perfección. ¡A su parecer el Señor era él mismo, el poder de su retórica! Se olvidó que los gobernantes son criaturas que poseen mi poder, y que también está dicho en mi doctrina “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, “someteos a las autoridades, buenas o malas, pues no habría poder sin permiso del Cielo”. Sólo la plegaria y una conducta justa dentro de mi Verbo pueden luchar contra tal poder, nunca un usurpador político.
10. Este hombre fue preso en la ciudad donde quería concretar su ideal popular por el poder de las armas y de su palabrería. Tras un breve proceso fue fusilado como enemigo del Estado el 9 de noviembre de 1848. Así acabó su carrera en la Tierra.
1. Queda ahora por saber cómo su alma y su espíritu llegaron al Más Allá, cuál era su situación y qué es lo que hacían.
2. Es preciso subrayar que la mayoría de los condenados que pierden su vida de manera violenta, llegan al mundo de los espíritus como fugitivos llenos de ira y sed de venganza, y padecen alucinaciones durante cierto tiempo. Tales almas, criminales verdaderos contra los mandamientos de Dios, son atraídas al infierno para ablandar en su elemento su sed de venganza. Una vez conseguido, vuelven al mundo de los espíritus para empezar la prueba de su liberación, limitada condicionalmente.
3. Almas como Roberto, que llegan como criminales políticos y que aunque estaban ligados con las leyes de Dios infringieron las terrenales, son llevadas en principio a una situación tenebrosa, como si fueran ciegos, sin ver a otros seres, impedidos de vaciar su ira. Ya la rabia y las ansias de venganza producen ceguera en la Tierra, ¡cuánto más en el Más Allá! Permanecen en ese estado hasta que la sed de venganza se vuelve impotente, llevando al alma a derramar lágrimas. El llanto es todavía consecuencia de la rabia pero se ablanda al poco.
4. En la Tierra, una vez que llegó a la conclusión de que todo estaba perdido, Roberto sólo podía salvar la honra, razón por la que se mostró intrépido en el momento de la ejecución, despreciando la muerte. No era verdad pues, como neocatólico, no creía en la supervivencia del alma y por lo tanto sentía pavor ante la muerte.
5. Aproximadamente siete horas después de la ejecución, cuando su alma comenzó rápidamente a reflexionar, se convenció de la inanidad de sus creencias terrenales al ver que continuaba existiendo. La convicción de su continuidad individual le llevó a otro desmentido: pensó haber sido llevado a la plaza del suplicio y aparentemente fusilado para hacerle pasar por el pavor de la muerte. Con tal propósito los oficiales le habían vendado los ojos. Aturdido por el miedo había sido llevado sin sentido a una cárcel oscura de la que sería liberado por la protesta de sus paisanos.
6. Sólo le incomodaba la oscuridad. Se imaginaba en un calabozo maloliente sin humedad. Comprobó que no estaba maniatado e intentó explorar su celda pensando verificar la certeza de lo que pensaba.
7. Para gran estupefacción suya no solo no encontró las paredes, sino ni siquiera una red que le diese la sensación de estar colgado en una catacumba.
1. La situación le parece extraña y grave. Piensa en sus sentidos y considera que sus miembros están adormecidos. Mediante masajes y pellizcos se convence de que su cuerpo astral está bien vivo.
2. Tras asegurarse que no está encarcelado y que se encuentra en una noche de una oscuridad casi total, se pregunta a sí mismo: «¿Dónde estoy? ¿Qué diablos hicieron conmigo esos verdugos sanguinarios? ¡No me fusilaron, estoy vivo! ¡Tampoco me ataron, no veo nada, ni paredes, y mis pies y manos están libres de grilletes! Tampoco me faltan los sentidos; tengo ojos pero no distingo nada!
3. ¡Qué situación pavorosa! Ciertamente ese enemigo de la humanidad que me ha fusilado “pro-forma” me ha suministrado un narcótico desconocido que me ha puesto en este estado. ¡Ay de ti, verdugo, cuando me vea libre de esta torpeza! ¡Me vengaré en cuanto vuelva a Frankfurt!
4. Esta situación no puede durar eternamente. Toda Sajonia exigirá mi libertad. Cuando vuelva vengaré el ultraje infringido a un diputado del Reichstag. Yo, Alemania toda, e incluso Francia, no descansaremos hasta esta infamia sea castigada.
5. ¡Si al menos pudiera despertar de esta narcosis! ¡Exijo venganza y no puedo hacer nada! ¡Paciencia, esto es pasajero!».
1. Después de estas palabras se queda tranquilo algún tiempo. De vez en cuando se restriega los ojos para librarse del sopor. No logrando ver mejor se desespera.
2. «¿Qué pasa? ¿Qué maldita situación es esta? ¿Acaso no existe Dios, más poderoso y justo que los justos de la Tierra?
3. ¡Dios mío, si existes, extiende tu brazo y véngame! Yo luchaba por la justa causa de las criaturas, tus hijos, para conducirlos al destino anhelado por Jesús, el maestro incomprendido que por su esfuerzo y sacrificio por el bien de la humanidad fue preso por miserables esbirros y muerto en el más vergonzoso leño de aquella época.
4. ¡Dios, si existes, soy tan hijo Tuyo como él! Pero ¿y si no existes en ninguna parte sino únicamente en la mente de los hombres? Si tu Fuerza no es mayor de la que el hombre dispone, entonces, por supuesto, mis palabras son huecas y estériles. Fui torpemente engañado para siempre. ¿Por qué se me obligó a volverme un ser vivo consciente? ¿Por qué una idea amorfa del espacio infinito tuvo que transformarse en una entidad individual? ¿Acaso vine a la vida, con plena conciencia, para ser fusilado? ¡Maldito sea el azar que me proyectó al mundo! Si existen demonios cuya perversidad sobrepasa la imaginación humana, ¡que destruyan el poder que me hizo surgir!
5. ¡Pobres criaturas del mundo! ¡Dejad de procrear! ¡No traigáis más seres al orbe para que sufran de manera atroz! ¡Vosotros, los que aún tenéis hijos, matadlos para que todo quede vacío! ¡Poderosos, estrangulad a vuestros súbditos, dividid entre vosotros la Tierra maldecida para satisfacer vuestras ansias de dominio! ¡Vana es mi desesperación! ¿Qué podría conseguir una gota contra el mar revuelto? ¡Calla, manifestación estéril de mi mente! ¡A mí me toca acabar con mi miserable existencia!».
6. Roberto intenta estrangularse, ¡pero sus manos no encuentran apoyo y no siente asfixia! Perplejo con el fenómeno se desconcierta todavía más. Decide caminar. Concluye: «No es posible que haya aquí algo todavía más tenebroso e incierto, ni tampoco motivos para temer un abismo y menos aún un juicio secreto. ¡Tal vez alcance alguna luz o quizás la propia muerte!
7. ¡Que estado más feliz debe ser la muerte total! ¡Qué feliz era antes de tener conciencia que me comprometiera! ¡Ah, si fuera posible el aniquilamiento! ¡Sea! ¡El aniquilamiento total es una ganancia y la muerte un néctar; nada habrá ya que temer! Así que ¡adelante!».
1. Comienza a moverse para andar pero no encuentra suelo, tiene la impresión de balancear los pies como si estuviera sentado en un banco.
2. Piensa otra cosa y dice: «Trataré de nadar pues para moverme necesito un suelo firme: como no hay, me queda nadar o volar, aunque me faltan alas! ¡Cielos, que triste deportista! ¡Conviene almacenar energías para salir de aquí!».
3. Comienza a bracear, sin éxito. Sin embargo prosigue. Cuantos mayores esfuerzos realiza, mayor es su decepción.
4. Así que para, y dice: «¡Qué necio soy! ¿Por qué me canso? Estoy en la nada ¿para qué seguir? La nada contiene la mayor calma. ¡A la calma me entregaré para identificarme con ella! ¡Tal vez sea un camino seguro para destruirse totalmente! ¡Si al menos estuviera seguro de que fui fusilado! Me parece haber oído el estampido de los fusiles. ¡En tal caso estaría muerto!
5. ¿Existirá tal vez una vida después de la muerte? ¡Siento mi cuerpo y mi ropa! Si el alma tiene cuerpo, ¿tendrá mi abrigo alma? ¡Esto llevaría a un hombre como yo a ridiculizar el infinito! ¡Ah, ah! La inmortalidad de un abrigo sería peor que el poder milagroso de la túnica de Cristo expuesta en Tréveris por el obispo Arnoldi!
6. Pero... si soy un alma ¿me acompaña el abrigo? ¡Nunca! ¡No soy un alma! ¡Soy Roberto Blum! Diputado del Reich en Frankfurt, para crear la nueva Constitución a la que Austria no quiere someterse! En Viena conocí las intenciones de este país: ¡aspira al absolutismo! Contra eso luché como un jabato. Los cañones adversarios fueron más poderosos y tuve que desistir, hasta el punto de hacerme prender y, finalmente, fusilar ¡aparentemente! ¡Bonito premio para un corazón amante de la patria! ¡Maldita sea la vida y maldito quien me la dio!
7. Si Dios existe, ¿en su omnipotencia qué placer podrá encontrar cuando las criaturas que muestran verdadera fraternidad son abatidas cruelmente por un régimen y por meras discusiones políticas? Si en la Tierra suceden cosas tan horrorosas, no proceden de Dios, el Amor puro, y concluyo que no debe existir Divinidad, o que sólo puede ser mala, fatalidad que merece la maldición, ya que considera a sus criaturas muñecos para su capricho. Repito: ¡maldición para la entidad responsable de la desgracia de las criaturas!
8. Ahora calma. Si pretendo conseguir la destrucción en esta nada, me alejo del aniquilamiento despertando nuevas energías. ¡Calma, mucha calma!».
1. Cuanto más Roberto se entrega al silencio, tanto más vibra su corazón, lo que detesta; después siente una mayor sensación de vida y una conciencia más dilatada que aumentan su desesperación y rabia porque comprende que no puede librarse de una vida que le desagrada.
2. Empieza a hablar de nuevo: «¡Por todos los diablos!; ¡deseo saber qué es esta vida repugnante de la que una persona no puede librarse! ¡Vi a miles que murieron! ¿El final era la descomposición? ¿Tuvieron una vida idéntica a la mía?
3. ¡No consigo comprender la muerte! ¿Quién me conserva esta vida abyecta? Tú, responsable de mi ejecución, tus verdugos no saben su oficio.
4. ¡No me fusilaste para matarme sino, por el contrario, para hacerme vivir! ¡Si estos son los logros de tus ayudantes, ahórrate el esfuerzo! Desde mi noche tenebrosa te digo que si sólo usas pólvora y plomo no conseguirás sino vivificar a tus enemigos. ¡Me trataste con gran injusticia, intentando quitarme lo que nunca podrías devolverme! Pretendiste matarme, ¡estoy vivo! ¡Y tú que crees vivir estás más muerto que yo, tu víctima!
5. ¡Todo estaría bien si se viera un atisbo de luz! ¡Que el diablo cargue con esta oscuridad total!
6. ¡Qué horror, permanecer así durante toda la eternidad! ¡Tal vez sea ya un espíritu, lo que sería una sorpresa deplorable! ¡No, no creo en la vida eterna! ¡Pero mientras tanto... tengo la impresión de que he pasado muchos años en esta oscuridad! ¡Necesito luz, luz!
7. He de confesarme a mí mismo que preferiría ser un individuo bien necio que cree en el Hijo de Dios, en el Cielo y en la muerte eterna, en el diablo y en el infierno. Con tales supersticiones moriría con la conciencia tranquila. ¡Sin embargo me encuentro en huelga total y con la mente clara! ¿Qué culpa tengo? Siempre busqué la verdad, creo haberla encontrado. Si no recibo luz no adelanto nada. ¡Si es así, que así se quede!
8. Mi valentía y la ausencia total de miedo todavía me sirven. Si fuera miedoso como la mayoría de las criaturas, caería en la total desesperación.
9. Siento en mi corazón la tristeza y pena que por mi culpa pasan mi mujer y mis hijos. ¡Pobres! ¿Qué puedo hacer por ellos? ¡Nada!¡ Podría rezar por ellos, tengo tiempo de sobra! Pero ¿a quién rezar y qué podría pedir? El menor deseo de que sean felices ya es una buena y verdadera oración. ¡Si no les sirve tampoco les perjudicará! Salvo el Padrenuestro, el ave María y otros ejercicios lingüísticos, no sé ninguna oración. ¡Con tales necedades mi buena y culta familia quedaría muy agradecida y admirada si acaso percibiera que hago tales cosas para su bien! Pero ¿será posible saber qué es lo que hago aquí?».
1. Roberto prosigue: «Entre todas las oraciones el Padrenuestro es la mejor. Así fue como el sabio maestro Jesús enseñó a rezar a sus discípulos. Desgraciadamente esta oración nunca fue bien comprendida. Es un resumen de las principales necesidades de cada criatura y debe repetirse para que todas conozcan sus necesidades y condicionamientos. ¡Los católicos y los protestantes le atribuyen un poder mágico contra todos los males incluidas las molestias de los animales! ¡Todo esto me resulta insoportable!
2. ¡Oh buen maestro Jesús! Si tu destino es semejante al mío, ciertamente ya te habrás arrepentido de haber hecho tanto bien a la malvada humanidad! ¡Me imagino lo duro que ha debido resultar una holganza como esta de dos mil años!».
3. Cuando Roberto pronuncia dignamente y con sentimiento el nombre de Jesús, ve un gran rayo que lo asusta pero que al mismo tiempo le produce alegría, pues se da cuenta de que no estaba ciego.
4. Empieza a reflexionar sobre el origen del fenómeno y procura acordarse de las explicaciones sobre la electricidad. No llega a conclusión satisfactoria sobre el enigma. Piensa: «La electricidad necesita condiciones naturales, positivas y negativas. Aquí no hay absolutamente nada, esto no puede suceder. Como individuo consciente soy algo, ¡pero no puedo alterar la nada!
5. ¡Se me ocurre una idea! ¡Oh, maravillosa filosofía germánica, fuente inagotable de toda sabiduría! ¡Unica y completamente segura consejera y guía en las más extrañas situaciones! ¡Traes la luz a todos quienes te abrazan con amor y dedicación! ¡Si es posible que un individuo se encuentre en el reino de la nada, es lógico que halle otros!
6. ¡Por lo tanto es admisible la existencia de elementos productores de electricidad, sin que ello altere la nada! Estoy rodeado por vecinos de formas y clases diversas. No estoy sólo; esto me da gusto.
7. Si me hubiera dedicado a la filosofía estaría con seguridad en condiciones ventajosas. Me perdí en la crítica religiosa sobre el gran sabio y más noble maestro Jesús, entregándome a una compasión inútil».
8. De nuevo aparece el rayo, más fuerte todavía. Alarmado, Roberto no se queda en la intensidad de la luz, de corta duración. Le parece haber visto a larga distancia siluetas de objetos, aunque la luz no le permitió saber qué eran.
9. Tras un prolongado silencio consigue hilar sus pensamientos: «¡Ah, ya sé! ¡Es una tormenta que se extiende sobre Viena! Estoy despertando poco a poco de un aturdimiento provocado por el miedo mortal y vuelvo a la vida! Seguro que la atmósfera cargada de electricidad me hará bien. Volveré en mí en medio de una tormenta en condiciones! ¡No oigo truenos, seguro que los elementos aún no han comenzado a desencadenarse!
10. ¡Tal vez esté sordo! Oigo mis pensamientos como palabras lo que prueba que mis órganos auditivos no funcionan correctamente ¿Los recuperaré ahora? No consigo entender la extraña sensación de que nada me rodea.
11. ¿Qué importa? ¡Existo y veo relámpagos, no estoy ciego! Para no alterar mi situación, que parece durar hace ya cien años, lo mejor es esperar que pase la tormenta. ¿Será también un engaño? ¡Si al menos tronase para romper la monotonía!».
1. Roberto continua monologando: «¿Será que los relámpagos son sólo obra de mi imaginación y prueba de que mi existencia toca a su fin? Es muy probable porque como he empezado a interesarme por esta vida aislada... ya se sabe que quien aprecia la vida, la pierde. Quien invoca la muerte no es escuchado; quien la teme y desea prolongar su vida pronto la perderá. Conviene llamar a la muerte y desear enérgicamente mi destrucción. Así estaré seguro de no morir tan pronto.
2. Este es mi caso: desafié los mayores peligros por amor a mis paisanos para que finalmente me trajeran aquí la pólvora y el plomo. El príncipe Alfredo, jefe del estado mayor de Viena, pensó haber terminado con mi vida. ¡Resulta que estoy vivo! Yo, Roberto Blum, vivo para condenarte y arruinar tu dinastía Alfredo.
3. Está claro que me encuentro débil. Pero presiento que en breve estaré fuerte para vengar mi sangre, verdugos infames. En vida sólo contaba conmigo mismo, ahora vivo en miles de corazones, razón por la cual no me desanimo. Sería mejor que me volviesen las fuerzas cuando la ira y la sed de venganza estén en su apogeo; con la mayor calma podría asistir durante diez mil años al martirio de mis asesinos. Si mi indignación se ablandara en esta tregua preferiría seguir sin fuerzas y dejar que siga actuando el destino.
4. Es curioso no poder mantener en el mismo grado mi ira y mi sed de venganza. A veces se transforman en una especie de perdón, lo que mucho me contraría.
5. Reflexionando un poco, reconozco que es una tendencia muy germánica. Sólo los alemanes saben perdonar. El perdón es una virtud inherente de almas abnegadas.
6. ¿Que le diría al propio asesino? “¡Amigo, ¡me hiciste mucho mal pero te perdono de todo corazón!”. Sólo un alemán puede hacerlo y yo lo hago. ¡Roberto lo hará! Alfredo, criminalmente me mandaste fusilar; te perdono, no me vengaré y mil veces te perdonaría. ¡Toda Alemania debe saber que Roberto perdonó el crimen del príncipe Alfredo!
7. Me siento aliviado. Admiro mi nobleza, es un lenitivo interior. Lo mismo cuenta la leyenda sobre el gran maestro que perdonó en la cruz a todos sus enemigos. Con seguridad su alma era alemana, de lo contrario de otra manera se hubiera manifestado. Los orientales nunca lo hubieran hecho. Esto es, el gran maestro Jesús era alemán».
8. Al pronunciar el nombre de Jesús un rayo relampaguea de Oeste a Este, dejando una claridad peculiar que espanta a Roberto; la hipótesis de la tempestad se le desmorona.
1. Roberto mira pensativo la claridad y no sabe como explicarla. Al poco se rehace de la sorpresa y, más tranquilo, dice:
2. «Después del tercer rayo las nubes se han vuelto más claras. Ahora me doy cuenta que floto sin base alguna. En la total oscuridad de antes la sensación hubiera podido ser falsa, ahora no hay duda alguna.
3. Si es que he muerto físicamente no es admisible que un cuerpo pesado se mantenga tanto tiempo en el aire. No veo nada salvo a mí mismo. Debo estar lejos de cualquier planeta. ¡Todo esto es muy curioso!
4. ¡Vuestros conocimientos, sabios de hoy, parece que naufragan! ¿Dónde está el alma universal en la que según vuestras afirmaciones se integra la criatura tras su disolución corpórea? ¿Dónde la Divinidad que debiera surgir en el hombre y dónde su conciencia? He muerto y me encuentro en una soledad completa: ¡ni sombra de Divinidad ni de integración en el alma universal!
5. ¡Pretendidos sabios, pese a todo humanitarios! ¡Vuestras concepciones son muy turbias y todavía lo serán más!; nunca imaginasteis tan extrañas sensaciones tras la muerte. Os equivocasteis y os seguiréis equivocando en el futuro. Todo os será perdonado por ser alemanes. Si algo más supierais, no lo habríais ocultado a los que os siguen. Sois justos.
6. Vuestro celo no sirve para este mundo; mientras, habéis lanzado la idea de un orden. Lo que dice respecto a este Más-Allá-sepulcro, tan discutido, en la hipótesis de que todas las criaturas hayan de pasar por mi estado actual, omite cualquier norma. ¿Cuáles son mis actuales obligaciones? ¡Ciertamente las mismas que una nube empujada por el viento! De nada me servirían ni la sabiduría de Salomón ni la fuerza de un gigante!
7. Sería mejor vivir y morir en la superstición de Roma, en la fe ciega de que el alma continúa eternamente su existencia, buena o mala, que perder la sensación de cualquier clase de vida, lo que da pavor, como me ha pasado a mí, seguidor de Ronge. Prefiero mil veces esta oscuridad que pasar de nuevo por ese horrible sufrimiento.
8. Maestros: ¡enseñad a vuestros seguidores a tener fe; morirán más felices que yo con todos mis conocimientos intelectuales! Ahora comprendo por qué el gran maestro recomendó siempre la fe».
1. Roberto prosigue: «Oh sapientísimo maestro de los pueblos. Al igual que yo nació de padres pobres y se elevó a las más altas cimas de la sabiduría con grandes sacrificios. ¡Tuvo que soportar las mayores persecuciones por parte del sacerdocio judío! ¡Debió serle difícil alcanzar tales cumbres entre los seguidores de Moisés y Aarón!
2. Ciertamente tuvo la oportunidad de llegar a Egipto en compañía de sus progenitores, que pocos medios de vida habían encontrado en su propia patria, o con una caravana cualquiera, llamando la atención de algún sabio con su talento excepcional e innato. Debe haber frecuentado la escuela y haberse iniciado en todos los secretos y, aplicándolos sabiamente, debe haber causado la mayor sensación entre sus compatriotas. Tal vez incluso llegó a la escuela de los esenios, quinta esencia de la sabiduría mundana en aquella época, y con ello era natural presentarse como un dios ante los ignorantes judíos: un consuelo para la pobre humanidad, que, en buena hora, se atrajo el aborrecimiento del sacerdocio rico y orgulloso.
3. Todavía hoy me regocija recordar como amonestó a los sacerdotes, incapaces de contener su rabia. Por desgracia, finalmente fue víctima de su intrepidez y de la infamia de las fieras del Templo adornadas con plata, oro y piedras preciosas.
4. Pero ¿acaso tengo mala suerte? ¡Oh, no! También soy un mártir de mis más nobles aspiraciones. Intentaba liberar a la humanidad de las cadenas de la esclavitud y el premio consistió en una muerte estúpida en Brigittenau. La humanidad está perdida, pues mata a sus mayores amigos mientras que a sus más infames adversarios los aplaude y los pasea con banda de música.
5. Sea como fuere, soy enteramente libre, con la convicción aprendida en la Historia de que ningún benefactor de los pueblos tuvo mejor suerte que yo que, pese a mi buena voluntad, muy lejos estoy de ser un Jesús».
6. Al pronunciar este nombre, surge un fuerte rayo junto a Roberto, dejando una especie de luz crepuscular y una zona al norte que puede vislumbrar muy bien.
7. Aunque el rayo también lo sorprende, Roberto no se asusta y reflexiona de la siguiente manera: «¡Realmente muy extraño! Ahora el rayo me atravesó el cuerpo y por vez primera sentí una brisa agradable y confortante. Su mayor proyección de luz me causa sensación de bienestar en el corazón y en los ojos. A lo que me parece veo una zona nublada lo que me convence de que realmente estoy flotando en el aire. También siento pies y manos y hasta la misma ropa que llevaba en la hora de la ejecución.
8. ¡No soltarían pocas carcajadas en el mundo si alguien afirmara que tras la muerte se vuelven inmortales no solo el alma y la forma humana sino también la ropa!
9. Shakespeare tenía razón cuando decía: “Entre la Luna y el Sol ocurren hechos que jamás imaginó la inteligencia humana”. Oh, Shakespeare, de esos hechos forma parte la inmortalidad de la ropa terrenal. Y lo que más me intriga es que justamente mi uniforme, máximo vejamen a los ojos de mis enemigos, es el que ha sido llevado conmigo a la libertad. Esto sólo puede haber sido obra de un Dios amoroso y justo. Pese a la filosofía de Hegel y de Strauss creo ahora que existe un Dios verdadero que no necesita preguntarles si permiten su existencia.
10. Algo extraña es la constatación de que al pronunciar el nombre del gran oriental aparece un rayo. ¿Será verdad que es más que un Hijo de Dios? Si las mismas ropas son inmortales, por qué Jesús, hum, otro rayo, y esta vez más fuerte que antes... Extraño, muy extraño...
1. ¿Quizás se encuentre como yo en esta zona y, como reminiscencia terrena toma contacto conmigo, semejante suyo, de manera totalmente inofensiva? ¡Eso es! Pues conocía las fuerzas de la naturaleza, por lo que era experto en magia egipcia, lo que también explica sus milagros, desfigurados con el tiempo, una vez que los turcos quemaron la biblioteca de Alejandría.
2. Tal como sostiene la filosofía de Hegel y Ronge, conservó su gran tesoro de sabiduría y me comunica mediante rayos que está cerca de mí y que desea encontrar a alguien en este vacío. No debe ser cosa de broma contentarse con su propia persona, incluso siendo el espíritu más lúcido del mundo, en el transcurso de 1840 y pico de años. ¡Oh, supremo amigo de la humanidad! Ante tu grandeza no merezco ni desatar las correas de tus sandalias; aunque ¿de qué sirve aquí la grandeza mundana? La celebridad y el brillo terrenos se desvanecen.
3. Tu nombre, y en el futuro también el mío, serán alabados y admirados. ¿De qué nos sirve? Apenas podemos comunicarnos mutuamente mediante rayos.
4. Si fuera posible aproximarnos, tu compañía sería suficiente para toda la eternidad. A dos almas afines nunca le faltarían asuntos maravillosos, acortando así el tiempo o el infinito y haciéndolo más atractivo. ¿Qué vale sin embargo cualquier deseo? ¿Quién podrá realizarlo?
5. ¿Cuántos como nosotros estarán flotando? ¿Fueron en épocas remotas los cuerpos cósmicos lo que hoy somos nosotros? ¿Se agruparían después de trillones de años los átomos alrededor de los seres, originando los cuerpos cósmicos en cuyo centro todavía habitarían los mismos espíritus o almas?
6. ¿Tal vez, gran amigo mío, en el transcurso de casi dos mil años te transformaste en un pequeño cometa y así consigues emitir rayos desde tu propia esfera? Por cierto que yo precisaría mucha paciencia para conseguir proyectar una pequeña atmósfera. ¿Quizás estás donde veo una zona nublada? Y cuando te hayas transformado en un planeta, ¿seré yo tu satélite? Y cuando, en miríadas de años seas un Sol, ¿tal vez yo sea tu planeta más cercano como ahora Mercurio?
7. Tales esperanzas se proyectan en el infinito y conviene esperar pacientemente. Las esperanzas pasajeras de la Tierra levantan el ánimo de las criaturas que sufren; así que en este reino de la eternidad conviene servirse de métodos adecuados si no se quiere caer en la desesperación.
8. Pero ¿qué es esto? La zona turbia se está volviendo más clara y parece que se acerca. Sería excelente y tal como yo lo había pensado.
9. Mi gran amigo Jesús... hum, otro rayo. Pero no importa. ¿Qué es lo que iba diciendo? ¡Ah sí! Mi gran amigo ha escuchado mi más ardiente deseo e intenta venir aquí. Y, cuando lo haga, ciertamente me atraerá a su mundo, redoblando la fuerza de atracción de los átomos, lo que aumentará su proyección sideral. ¿Tal vez ya le rodearán una multitud de seres afines? Es muy posible pues ya hubo muchas personas semejantes a mí.
10. Si puede atraerme también habrá atraído a aquellos que pasaron por el camino de la cruz antes que yo. Así que encontraré a un gran número de personas alrededor suyo. ¡Cuánto me alegraría! A lo que me parece, el asunto se está haciendo realidad, la zona extraña viene aproximándose pero clara y nítida. Veo algo parecido a un pequeño otero rodeado de varias colinas. ¡Gracias a Dios! De esta forma conseguiré una base más sólida».
1. Roberto sigue: «¡Alégrate corazón mío pues la zona ya se encuentra muy próxima a ti! Y si la vista no me engaña, noto la presencia de alguien sobre el pequeño otero que parece que me hace señas.
2. ¿Será el buen Jesús mismo? ¿Él en persona? Ahora comprendo que, al pronunciar su nombre, se proyectaba un rayo hasta mí. Será maravilloso encontrarme en compañía de este espíritu cuya grandeza y sabiduría inigualables tantas veces admiré.
3. Oh, necias y pobres criaturas de la Tierra que os consideráis superiores a los necesitados, gracias a vuestros bienes terrenales o a un noble nacimiento. A todos os digo que no merecéis tener en el cerebro ni los desechos de un pobre, pues en tal caso sabríais algo de aquí.
4. Pero venid aquí, necios semimuertos. Sabréis lo que sois por el nacimiento, los antepasados y la fortuna. Ningún demonio os librará de vuestro castigo eterno y tenebroso, pues prendisteis y asesinasteis cruelmente a los salvadores que desde tiempos de Adán os envió la Divinidad.
5. Vuestro tiempo llega a su fin; pronto estaréis aquí y preguntaréis por vuestros orgullosos antepasados. Pero el eterno espacio vacío y tenebroso os rodeará para siempre. Dios no puede por cierto construir una casa con babosas, y mucho menos un mundo con vuestra atrasada naturaleza. Por mí que haga lo que quiera. Estoy muy contento porque mi caro amigo ya se encuentre tan cerca de mí que hasta le podría hablar. ¡Sean dadas gracias a Dios por esta sorpresa!».
1. Dice Roberto: «La zona extraña se aproxima cada vez más, el monte donde se encuentra el gran maestro de la más elevada moral es enorme. Tal vez mide cien pies y, por un lado, es empinado y escarpado. Los otros montículos pueden ser tomados por pequeñas elevaciones de arena, la mayor de las cuales medirá unos treinta pies. Apenas se ven iluminadas las cimas mientras que los valles de un verde oscuro están nublados; imposible saber su tamaño.
2. Pienso que así se parecen a los recién formados cuerpos cósmicos antes de que comenzaran su trayectoria alrededor del Sol como simples cometas.
3. Tales montes ciertamente han de tener una ligazón subterránea que el gran maestro de la más pura moral quizá sepa explicar. Ya está muy cerca y me oiría si lo llamara en voz alta. Lo voy a intentar pues si resulta será bueno para mí y tal vez para él; y si llamo en vano no será mi primer ni mi último grito en balde.
4. A continuación Roberto pone las manos en la boca y haciendo como un embudo, inspira profundamente y grita con toda su fuerza: ¡Jesús! ¡Gran maestro de todos los pueblos de la necia Tierra, si eres el que veo a lo lejos, ven aquí con tu pequeño planeta si te es posible. En mí encontrarás el mayor y más ardiente adorador. Te aprecio en primer lugar por tu sabiduría simple, pero elevada, por la que sobrepasas a todos tus predecesores y sucesores. Después porque nuestro destino en la Tierra ha sido idéntico. Tercero porque fuiste y sigues siendo, por azar o conscientemente, el primero en traer luz a esta quietud insoportable por lo que te estaré eternamente agradecido.
5. Si realmente eres mi tan estimado Jesús y puedes venir a mí, ven, ven y nos consolaremos mutuamente. Esto dicho, estoy plenamente convencido que me confortarás con tu enorme sabiduría. Ven pues, ven mi más querido amigo y compañero de desdicha.
6. ¡Oh, Maestro de Amor, que del Amor hiciste la única ley universal! Si tal sentimiento perdura de manera integra en ti como en mí, acuérdate de ello y ven junto a mí con el mismo Amor que enseñaste y que también te quiero devolver».
7. Después de tan vibrante exclamación, el pequeño mundo luminoso se movió rápidamente hasta los pies de Roberto, de manera que pisó suelo firme por primera vez tras su violenta desencarnación, precisamente al lado derecho de Jesús.
1. Así apoyado, Roberto me observó de pies a cabeza y encontró al indiscutible Jesús que esperaba encontrar, con el mismo traje precario y con los estigmas con los que me había imaginado tantas veces.
2. Viéndome así, silenciosos, las lágrimas le corrieron por la cara. Cuando se calmó un poco dijo lleno de compasión:
3. «Querido amigo, el mayor de la humanidad, cuyo corazón fue capaz de perdonar incluso el ultraje más infamante a los más crueles verdugos porque tu dignidad humana aceptaba la ceguera completa como justificación.
4. ¡Por el contrario qué inclemente debe ser la Divinidad, tu Padre tantas veces por ti honrado y alabado, si es que existe, que te dejó en este infierno vacío, a la más noble y perfecta criatura de la Tierra, en la misma pobreza que te acompañó desde la infancia!
5. Querido maestro Jesús, mereces el mayor amor. ¡Cómo te amo y cómo siento por Ti la mayor de las compasiones a causa de tu miseria que perdura! Si te hubieras presentado apenas un poco más dichoso, te habría aborrecido por no alcanzar un espíritu como el Tuyo la máxima distinción después de la muerte, si es que existe una Divinidad justa.
6. Como te encuentro tal como viviste en la Tierra, la situación de los seres parece bien distinta a la de nuestra imaginación. Así, sólo después de épocas dilatadas podemos realizar, dentro de nuestras capacidades y de nuestra voluntad, aquello que condiciona nuestros fundamentos de vida.
7. Si analizamos nuestra existencia aquí, es tanto más lamentable cuanto que la fuerza realizadora de aquello que proyectamos en función de los conocimientos adquiridos, está muy alejada del poder de nuestra voluntad. Para equilibrar las realizaciones pensadas con la deficiente fuerza de voluntad, poseemos por suerte cierta indiferencia a la que también podríamos llamar paciencia. Es la que hace que soportemos nuestro estado, sometido entretanto de vez en cuando a pruebas tales que también podríamos comentar durante toda la eternidad.
8. Queridísimo amigo, con lo que he dicho hice una confesión fiel y verdadera. Si me encuentras merecedor de ello te pido que expreses tu parecer sobre nuestro precario estado. Sólo con el intercambio de ideas podremos hacerlo más agradable. Abre pues, noble amigo de la humanidad, tu boca santificada».
9. Digo Yo, Jesús, tendiendo la mano a Roberto: «Sé bienvenido, querido compañero de desdicha, sé feliz por haberme encontrado, y no te preocupes del resto. Basta con que me ames y con que, según tus conocimientos, me juzgues el más noble y sabio. Deja todo lo demás de mi cuenta y te hago la promesa bendita de que todo irá bien pese a los acontecimientos venideros. En esta soledad reflexioné sobre todos las cosas y te digo que gracias a la fuerza de mi Voluntad conseguí hacer todo lo que pienso y quiero. Si pese a todo te doy la impresión de abandono y aislamiento, ello es debido a tu visión inadecuada para este mundo; si con el tiempo se hace más fuerte por amor a Mí, verás el poder de mi Voluntad.
10. Aparte de lo que hemos hablado te hago una pregunta seria e importante a la que me responderás sin restricciones, de acuerdo con tus sentimientos. Se trata de lo siguiente, querido amigo y hermano:
11. Cuando estabas en la Tierra, tu buena índole trataba de liberar a tus hermanos de la presión excesiva de los gobernantes tiranos, aunque sin escoger los medios adecuados. Por ahora no considero los medios, sino sólo el fin que no puede calificarse de cruel. Por lo que sea fuiste preso y ejecutado sin realizar tu ideal. También encuentro justo que este resultado deplorable haya hecho vibrar tu corazón de sentimientos vengativos. Si hubieras sin embargo capturado al mariscal austríaco que te condenó a muerte y a todos sus servidores ¿qué les habrías hecho? Respóndeme con sinceridad».
1. Dice Roberto: «Nobilísimo amigo. Cualquier espíritu justo perdonaría mi reacción cuando el tirano me trató como a un criminal despreciable. Sin embargo los tiempos cambian y ahora no le deseo a ese ciego nada más que la luz y que reconozca si su actitud conmigo fue justa o no.
2. Si hubiera conseguido matarme nunca habría podido pensar en vengarme. Pero fusilándome para la vida no podrá perjudicarme más y, además, como mi felicidad es mucho mayor que la suya de dominar, me es más fácil perdonarlo, tanto más cuanto que, aparentemente, tuvo mayor motivo para liquidarme como sujeto peligroso que el que tuvo en tu época el sumo sacerdote de Jerusalén para proceder de forma tan cruel contigo, pobre amigo mío.
3. Si te fue posible perdonar a tus verdugos sintiendo plenamente tus atroces dolores, cuánto más yo que, salvo unos instantes, no sentí nada físicamente.
4. Así que si se me apareciese mi enemigo número uno, sólo le diría lo que dijiste a Pedro cuando le cortó la oreja a Marco cuando iban a prenderte.
5. Si en el espacio infinito existe un Dios de justicia, Él hará que reciba lo que merece. Si tal existencia fuese un mito, lo que ahora no soy ya capaz de pensar, el tiempo y la historia le harán justicia sin que yo me vea obligado a desearlo.
6. Si me permites que te haga una pequeña súplica desde el corazón, y caso que pudieras realizarla, te encomiendo mi pobre familia y todas las personas buenas. Haz que los egoístas que creen haberlo hecho todo por comportarse celosamente con ellos mismos y con sus descendientes, a costa de los demás, sientan en vida el sufrimiento de quienes dependen de ellos. Míralo no como una exigencia por mi parte sino apenas como un ruego para bien suyo. Yo ya encuentro en ti la recompensa de todo lo que perdí y lo que sufrí».
1. Digo Yo: «Tu respuesta no podía ser mejor en asunto tan importante porque la diste desde lo más hondo de ti. Por mi parte te aseguro que satisfaré tus ruegos según mi Poder y Fuerza.
2. Pero apenas puedo conciliar tus pensamientos humanitarios con el placer que manifestabas cuando la plebe exterminaba a un aristócrata orgulloso.
3. Me acuerdo que en una asamblea de Viena dijiste, entre aplausos atronadores, que en Austria y en otros países las cosas no mejorarían hasta que fueran liquidadas unas cien cabezas preeminentes. ¿Lo dijiste porque estabas convencido o para dar más énfasis a tu discurso?».
4. Responde Roberto: «Cuando estaba en la Tierra dedicaba mi vida y mi felicidad al progreso de la humanidad pobre y oprimida. Y supe por experiencia cómo los ricos aristócratas se regalaban con el sudor y la sangre de los pobres que construían para ellos tronos, ciudades y palacios, cuando comprendí de todos los partidos de Austria que la dinastía lo hacía todo a fin de inducir al antiguo absolutismo para esquilmar al pueblo, fue demasiado para mis sentimientos de fraternidad. Si tuviese cien mil vidas, las daría en pro de mis hermanos; en cuanto a los potentados, estos no se inmutan por la muerte de millares de personas, si aumenta su propio prestigio.
5. Si un corazón henchido de amor al prójimo asiste a semejantes crueldades, no se le puede acusar de proferir en una revuelta justa determinadas expresiones que nunca hubiera dicho en situación normal.
6. Puede ser que todo ello pasara conforme al plan insondable de una eterna providencia, que desconozco, y que todo ocurriera tal y como estaba previsto. Pero ¿qué sabemos nosotros ni qué tenemos que ver con leyes secretas e incomprensibles que un Ser divino establece en el infinito?
7. ¡Apenas si conocemos tus elevadas leyes de Amor, que debemos cumplir aún a costa de nuestra vida! Lo que se salga de ahí no nos incumbe. Tal vez en un mundo solar existan otras más sabias, o más necias, de las que nos diste. Sin embargo sería una locura que tuviéramos que organizar nuestra vida según otras leyes que nos son eternamente desconocidas. Apenas tenemos y reconocemos una ley como divina y verdadera por la que, juzgando con lógica, pueden existir todas y cada una de las sociedades. ¡La cizaña arrojada en tu campo de trigo por criaturas egoístas debe ser arrancada!
8. Te digo con sinceridad que cuando el hombre es hombre dentro de tus leyes, merece todo el respeto humano; si se ensoberbece y pretende ser más que su prójimo, y a costa suya, él anula tu ley; deja de ser un hermano y se vuelve un amo que maneja la existencia ajena como si fuera propiedad suya. En esto siempre seré Roberto Blum y nunca cantaré alabanza a los soberanos.
9. Bien sé que hay muchos en las clases inferiores que actualmente sólo pueden ser sometidos al orden por el castigo. ¿Quién tiene la culpa? Precisamente quienes dominan al pueblo y aumentan su ceguera para defender su propia dominación. Amigo mío, nunca Roberto Blum, y menos todavía Jesús de Nazaret, entonarán hosannas a semejantes dictadores.
10. Hay algunos verdaderos amigos de sus súbditos cuyo régimen es justo y equilibrado. Los tiranos y asesinos de pueblos sólo pueden compararse con los demonios. Creo haberte respondido sin rodeos y te pido que te pronuncies. Soy de convicciones firmes, aunque no irreductibles si me puedes convencer de algo mejor».
1. Digo Yo: «Querido amigo y hermano, no puedo condenar en absoluto tu forma de pensar ni de actuar; donde las relaciones entre los gobernantes y los pueblos son como las has descrito, tienes toda la razón en hablar y actuar tal y como lo hiciste. Si las cosas fueran sin embargo diferentes de como las piensas ¿cuál sería tu criterio al respecto?
2. Has dicho que contemplabas las relaciones humanas con la óptica de mis leyes de Amor y que nada tenías que ver con determinaciones trascendentes. Por muchas razones no estoy de acuerdo en este punto.
3. Una es el mandamiento dado por Mí por el que Yo mismo me mostré sumiso al poder mundano, teniendo sin embargo fuerza de sobra sobre cualquiera de ellos. Otra es que en el Templo dije que se diera al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Además de ello dije a través de Pablo que había que obedecer a la autoridad, condescendiente o severa, porque ninguna tiene poder por sí misma sino recibido de lo Alto. ¿Qué me dices de estos mandamientos?».
4. Responde Roberto: «Amigo de la humanidad, examinado este caso con cierta ponderación, considero que fueron las exigencias de tu época las que te llevaron a formularlos para proteger tu doctrina, tu persona y la del propio Pablo. Pues si hubieras atacado a los reyes como hizo Jehová por boca de Samuel, difícilmente tu moral elevada e inmaculada habría sobrevivido durante casi dos mil años al dominio mundano de Roma, a no ser de modo sobrenatural. Ciertamente sabrás mejor que yo cuál es la verdad que contienen, pues no fui como Tú testigo de los horrores de esa nueva Babel.
5. Mi parecer es el siguiente: si tu intención hubiera sido respetar las autoridades mundanas, buenas o malas, este mandamiento te habría hecho abandonar tu doctrina excesivamente liberal y su difusión, y aceptar como necesario que las personas seguirían siendo siempre paganos atrasados si una autoridad gentil, aunque no fuera mala, obligase a un pueblo a aceptar la religión de los antepasados y a adorar a los dioses, sin tolerar en manera alguna que se escuchara tu nueva doctrina.
6. Dijiste: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Pero no señalaste los límites de lo que corresponde al César y lo que corresponde a Dios, con lo que le fue fácil al emperador atribuirse derechos propios de la Divinidad, desconsiderando sus propios deberes que fueron los que determinaron su gobierno.
7. Así y todo, tu antigua expresión adecuada a las necesidades de la época, se puede considerar más fácilmente que el mandamiento paulino como una clara demostración de temor a los poderosos, por la que incluso convendría renunciar a ser cristiano si un regente cualquiera considerase peligrosa y no conveniente tu doctrina pura, como a lo largo de varios siglos lo demostró la religión atea de Roma.
8. Tal vez hubo un motivo, desconocido hasta hoy, que llevó al bueno de Pablo a formular tal precepto; desde un punto de vista natural no deja de ser una tontería. Por un lado se dice: “Todos sois hermanos y Uno es vuestro Señor”. Por otro está el mandamiento que recomienda obedecer fielmente las leyes terrenales.
9. Amigo, ¡esto no es posible! ¡O una cosa u otra! Si es preciso seguir ambas, serviremos a dos señores, hecho condenado por ti. O las personas debieran aprender a exteriorizar una individualidad doble: exteriormente haciendo lo que exige el gobierno e internamente maldiciendo tal actitud, cumpliendo secretamente lo que exige la parte liberal de tu enseñanza. Esto es muy difícil, a veces imposible y, como mínimo, extremadamente peligroso.
10. Créeme, nobilísimo amigo, que he ponderado tal vez como pocos todos los puntos de tu doctrina y pienso que sigo la orientación de todo lo que enseñaste, libremente, y lo que Tú y tus discípulos enseñasteis a causa de las circunstancias amenazadoras de aquella época. Todavía te adoro, sé qué es lo que hay que deducir de tus enseñanzas y no cuestiono tus palabras respecto a la obediencia a las leyes terrenas por cuanto Tú mismo te dejaste clavar en la cruz por tal motivo.
11. Sobrepasa el horizonte de mis conocimientos saber si hubieras podido reaccionar sobrenaturalmente. Bien podría ser, y si tus hechos no se hubiesen incorporado a la doctrina como fábulas propias de semidioses, es incluso una certeza que el más grande sabio dispondría, como conocedor de la naturaleza, de fuerzas excepcionales. Tu pasión y crucifixión pusieron en duda tu Poder milagroso y provocaron gran aborrecimiento. Sin embargo yo y muchos otros conservamos precisamente la pureza de la doctrina y excluimos todo lo que se pareciera a mitos agregados posteriormente.
12. Si nuestra actitud fue acertada o no, espero saberlo de ti, autor de la doctrina, así como si hay algo cierto sobre tu Divinidad, enseñada por la Iglesia Católica y probada matemáticamente por Swendenborg en el siglo XVIII. Tal idea sería difícilmente aceptada por un filósofo porque tiene aspectos contradictorios.
13. Imagina Tú mismo un Ser supremo cuya Inteligencia, Sabiduría y Poder fueran incuestionablemente ilimitados, de manera que se volviera lógicamente imposible concentrar el infinito en una sola persona. Te pregunto después de reflexionar profundamente, ¿puede existir la convicción de que Tú y la Divinidad infinita e inmutable seáis idénticos? A que seas Hijo de Dios nada tengo que objetar, pues toda persona de buena índole podría afirmar tal cosa de sí mismo. ¡Dios y hombre al mismo tiempo supera cualquier posibilidad!
14. No me opondré si se me prueba pues ya dije antes que es posible que existan cosas entre el Sol y la Luna que nadie haya soñado jamás. ¿Por qué no admitir entre esas cosas extraordinarias que Tú fueras el Ser supremo? Tal vez la Divinidad, hasta entonces adormecida, despertó y pasó a una clara conciencia dentro de Ti.
15. ¿Quizás sintió en sí la necesidad de manifestarse como hombre entre los hombres, para así ser comprendida y vista, sin perder con ello en nada su Poder supremo y universal? Todo ello es admisible, mayormente aquí, donde la vida asume un carácter extremadamente misterioso.
16. Cómo y por qué la Divinidad manifiesta en Ti se dejó condenar a muerte por un grupo de judíos malvados y locos, y ello en uno de los planetas más ínfimos, es algo incomprensible.
17. Tú mismo no lo dijiste nunca pues conozco tu respuesta cuando te preguntaron si realmente eras el Hijo de Dios. Respondiste como corresponde a un sabio: “No soy Yo quien lo dice, sino tú”. Creo haber considerado tu respuesta desde un punto de vista humano, deduciendo que Tú como hombre perfecto eres un verdadero arcángel y nunca un semidiós pagano.
18. Comprendo perfectamente que se admitiera tu divinización como sabio número uno, hasta hoy sin igual, en una época en la que se creía en el oráculo de Delfos, en la que cualquier persona dotada de cualidades excepcionales era considerada un semidiós, en la que profetizaban Tumín y Urím, y en la que la vara de Aarón, vieja de más de mil años, verdeaba dentro del arca. Los propios romanos inteligentes, que no creían en sus dioses, afirmaban: “No existe persona excepcional sin aliento divino”. ¡Cuánto más no lo harían tus compatriotas ante cuyos ojos perplejos realizabas cosas nunca soñadas desde Abraham! ¿Qué hubieran dicho a la vista, por ejemplo, de una locomotora? Creo haberte respondido adecuadamente y ahora te toca a Ti hablar. Sabré oírte atenta y respetuosamente».
1. Digo Yo: «Mi querido hermano, si se considera el caso con óptica e inteligencia mundanas y uno se da por satisfecho con cualquier traducción de los cuatro Evangelios y de las cartas de Pablo que carece de todo sentido salutífero, y además se ha absorbido el espíritu de la filosofía de varios ateos alemanes, las conclusiones no pueden ser diferentes de las que acabas de enunciar.
2. Te digo que si te hubieras tomado el trabajo de profundizar en el Viejo y el Nuevo Testamento con una buena traducción de Lutero, de la Vulgata o de la Biblia griega original, habrías llegado a conclusiones distintas de a las que has llegado por el camino “radical”. Tus raíces son prácticamente nulas, porque tus filósofos sabihondos son apenas plantas parásitas del árbol del conocimiento. Tú, también agricultor terrestre, conocerás la estructura de las raíces de las plantas parásitas y con ello sabrás igualmente el valor que atribuyo a tus predecesores.
3. Cuando se traduce la Biblia de acuerdo con sus propios principios, buscando sólo aquellos pasajes que permiten una interpretación ambigua, no resulta difícil encontrar argumentos como los que has expuesto.
4. Todo eso es equivocado. Primero, los textos sobre el tributo al César, y los de Pablo en la Carta a los Romanos, capítulo 13, y a Tito, no son como los has expuesto. Además de esto, en absoluto se puede hablar de que Yo, o Pablo, manifestáramos temor a los gobernantes porque demostré ante Caifás, Pilato y Herodes, si realmente temía a los potentados de la época. ¡Quien no teme a la muerte, por ser eternamente su amo, muchos menos motivos tiene para atemorizarse ante quienes siembran la destrucción física!
5. Así como Yo no tuve el menor motivo para temer a los grandes de la Tierra, tampoco lo tuvo Pablo. Es sabido que Nerón fue el más cruel déspota romano, y sin embargo Pablo buscó precisamente en él protección contra los judíos malvados que lo perseguían, y siempre la encontró. ¿Sería esto una manifestación de miedo a los judíos? En absoluto, pues aun cuando conocía la enemistad que le profesaban, fue a Jerusalén contra las advertencias de amigos íntimos.
6. De ello podrás deducir que tanto él como Yo damos mandamientos idénticos, en cierto modo consejos, que no se fundamentan en el miedo, sino sólo en el orden imprescindible a las criaturas. Comprenderás que una comunidad no puede subsistir sin guía; por lo tanto urge demostrar como maestro la necesidad de obedecer a tus guías.
7. ¿Piensas acaso lo contrario? Sería imposible y contra el orden natural, no sólo de las criaturas sino de las cosas terrenas. Para que lo comprendas más a fondo te llevaré a través de los diversos reinos de la naturaleza».
1. Prosigo: «Todos los cuerpos cósmicos fluctúan en el espacio etéreo y están dotados de una cierta inteligencia y libre conocimiento, indispensables para su finalidad. ¿Por qué son tan tesoneros y giran hace muchos milenios alrededor de un Sol determinado, en las mismas órbitas que ninguno quiere o puede abandonar por nada del mundo?
2. Naturalmente algunas rotaciones son peores que otras, como lo demuestran los años buenos o malos de un planeta, mayormente en los períodos en los que se producen erupciones considerables en el sol. A veces hay rotaciones más problemáticas que otras -lo que se manifiesta en los años buenos y malos que tiene un planeta- sobre todo cuando en el Sol existe una actividad eruptiva mayor que la normal. Pese a ello, un astro como un planeta puede soportar ya algunos ligeros "empujones" conflictivos del Sol.
3. Si después de diez o más rotaciones conflictivas de este tipo, tal viajero sideral aborreciera semejante trato infame de su sol guía e intentara abandonarlo realmente para volar libremente por su cuenta a través del espacio, ¿cuál sería la consecuencia inevitable de tal actitud?
4. Primero un total endurecimiento por la falta de luz y calor; a continuación, un fuego interno por la fuerte presión del exterior; y, finalmente, la desintegración total de todas las partes planetarias, o sea, su destrucción.
5. Los planetas lo sienten íntimamente, su vida es para ellos una necesidad sensible. Por ello continúan el orden inmutable de su movimiento bajo el régimen de su Sol y no se inmutan cuando este los trata de vez en cuando mezquinamente.
6. En tales casos, un defensor imparcial como tú podría decir: “Sólo puedo elogiar a planetas tan obedientes; sin embargo, si yo fuese el Creador, castigaría a tan caprichoso Sol”.
7. El astro se levanta y responde: “¿Qué dices, necio cosmopolita? ¿No ves que tengo que ocuparme no sólo de uno, sino de muchos planetas, grandes y pequeños? ¿Ignoras cuáles son sus trayectorias diversas y que a veces se encuentran en mayor número en un lado, donde me ocupan más que en el opuesto, padeciendo entonces cierta carencia de mis dádivas, generalmente abundantes? Así y todo se les provee de tal manera que pueden subsistir y tengo pruebas que de los trillones de viajeros independientes de otro Sol inmenso jamás pereció ninguno que se sometiera a mi orden. Si algunos vagabundean libremente prefiriendo su independencia a un orden fijo, y con ello perecen en el espacio infinito, yo no tengo la culpa. Nada injusto le sucede a un ser que pretende determinar su propia conducta sin depender de una orientación más sabia: él mismo se juzga. Si tú, cosmopolita liberal, quieres castigarme como regente planetario por mi conducta mudable respecto a los que me está sujetos, quítame luz, brillo, grandeza y poder. Observa sin embargo cómo subsistirían sin mí los planetas”.
8. Amigo mío, así se manifiesta el orden natural en los primeros, mayores y más poderosos cuerpos cósmicos, pues sin él no se puede pensar en la subsistencia. Si estos seres enormes y completamente libres necesitan guía, ¡cuánto más los pequeños y tullidos como los animales y, en mayor medida, las criaturas dotadas de un espíritu enteramente libre! Algunos irracionales poseen un guía determinado y cuando este se pone en movimiento, todos son como tocados por una descarga eléctrica. El pastor de un rebaño sabe cuál de los animales es respetado por los otros, por eso le cuelga una esquila. Cuando por la tarde quiere llevar el rebaño al corral, basta con oír el sonido de la esquila para encontrarlo: guiándolo, los demás siguen automáticamente.
9. Lo mismo ocurre con los cerdos cuando viven al aire libre, al igual que con las cabras, carneros, caballos, burros, etc. Observarás también lo mismo entre los insectos, pájaros, peces y otros.
10. Para explicarte el asunto en su totalidad, te llevaré a la naturaleza aparentemente muda.
11. Observemos el agua, maleable porque puede dividirse en innumerables gotas. Este elemento sumamente importante que encierra en sí todos los gérmenes de la vida animal y vegetal, fecundado al mismo tiempo por fuerzas impensables para ti, obedece en estado libre a la ley del peso que reside en ella. En virtud de tal ley, que cumple por una capacidad perceptiva enteramente peculiar, siente la más ligera inclinación de un terreno y empieza a moverse en dirección al declive, no descansando hasta que alcanza el mar. Además de esto, tal elemento tiene la extraña tendencia de purificarse únicamente después de haber alcanzado las orillas marítimas, mostrando así que el hombre sólo alcanza la conciencia plena de su verdadera finalidad cuando en la vida no ansía honras, sino una posición simple, esto es, la verdadera humildad tan recomendada por Mí y que nunca podrá ser alcanzada por la autoridad, sino por la obediencia».
1. Prosigo: «Por la explicación que te he dado has recibido una prueba de que el agua, elemento pasivo, contiene una inteligencia propia por la que hasta su última gota, aunque lleve trillones de gérmenes, obedece una ley puramente divina.
2. No nos quedemos en la observación del agua y vayamos a los lugares donde nace, a las montañas, para analizar si manifiestan o no una inteligencia individual y con ellos respetan de modo milagroso las leyes que les son inherentes.
3. En la Tierra existen montañas diversas. Las enormes, o sea las de formación primaria; a continuación las de altura media, de formación secundaria y, finalmente, las menores que más bien que montañas son montes y se forman en tercer lugar. Sonríes de satisfacción porque descubres en Mí un geólogo moderno. ¿Cómo no? ¡Justamente de Geología y Cosmología superior estoy bien informado!
4. Tenemos pues tres clases de montañas y vamos a analizar primero las más altas.
5. Sus finalidades son diversas: primero regulan las corrientes electromagnéticas que, así, son adecuadamente distribuidas sobre el suelo terráqueo. Segundo evitan que el aire se estacione mientras se efectúa la rotación de la Tierra lo que provocaría una corriente contraria peor que cualquier huracán, la cual imposibilitaría la vida sobre la misma. Tercero, absorben las partículas de humedad formadas de oxígeno y de hidrógeno, razón por la cual sus cumbres generalmente están nubladas y no se ven. Tales partículas se unen a la electricidad abundante allí y caen sobre los peñascos como nieve e hielo. Después, como avalanchas poderosas, se precipitan acumulaciones mayores en las hendiduras y grutas en las que forman montones de hielo; estos montones absorben a su vez las partículas frías de la atmósfera, protegiendo las zonas cultivadas de las heladas destructoras. Al mismo tiempo suavizan la electricidad fuertemente acumulada; de lo contrario las llanuras tendrían que soportar fuertes aguaceros.
6. Ves la enorme utilidad de las montañas y conjeturas: “Así es, pues siempre que los hombres se atrevieron a modificar las formaciones montañosas, en breve fueron castigados por los elementos de forma nunca vista”.
7. Tienes toda la razón, amigo. Para que las montañas puedan cumplir su importante objetivo de mantener el orbe terráqueo y todo lo que hay en él, ya no es indiferente donde están situadas. Además de ello precisan, a través de los espíritus o elementos que habitan tanto en su centro como en su superficie, poseer una inteligencia peculiar que les permita realizar lo que les incumbe.
8. La esfera de la acción es para ellas, tanto como para nosotros, una ley positiva que perciben por la inteligencia. Todo esto lo puedes creer, puesto que has dicho que fui iniciado por la tradición egipcia en el conocimiento de las fuerzas de la naturaleza de modo más completo que todos los intelectuales contemporáneos.
9. Si aceptas mi explicación también admitirás que es muy posible conservar un planeta cumpliendo fielmente las leyes a cuya inteligencia están sujetas las montañas. ¿Qué pasaría si se revolviesen contra semejante determinismo y dijeran: “No queremos ser tan altas soberanas sino humillarnos en pequeños montes fructíferos”?
10. ¿Sería tal vez aconsejable destronar a tales gobernantes y transformarlos en llanuras productivas porque sus varios centenares de millas cuadradas no producen nada y parecen inútiles? Respondes negativamente.
11. ¡Por lo mismo añado que los gobernantes de la sociedad humana no pueden ser aniquilados! De lo contrario, la Tierra pronto presentaría el mismo aspecto que las montañas arrasadas.
12. Como los reyes de la Tierra tienen que cumplir su objetivo, este tiene que ser idéntico al de las montañas. ¿Comprendes? Dices: “Sí, y también veo que eres un verdadero sabio”. Pues bien, todavía no acabamos; quedan dos clases de montañas que vamos a analizar».
1. Prosigo: «Cuando el orbe terráqueo todavía estaba desierto y necesitaba alimentar plantas y animales, los tipos primarios de todas las formas posteriores, las cordilleras primarias eran suficientes para suministrar tales servicios al planeta todavía informe. Pero cuando tras innumerables siglos este se concentró más y más, se levantaron sobre la mar importantes grupos de islas y los gérmenes primitivos depositados en las aguas comenzaron a manifestarse en varias especies de vegetales. Entonces llegó el momento de que, mediante erupciones internas, se produjeran nuevas elevaciones que suministraran más terreno, alimento y protección para su desarrollo. Hubo un tremendo y furioso rugir. Las capas subacuáticas se rompieron y fueron elevadas a alturas inmensas por fuerzas poderosas.
2. Milenios pasaron hasta que se acabó esta tarea. Pero para Dios, amigo mío, poca diferencia hay. Mil años o millones de años son para Él un día. Bien, de este modo se formaron las montañas de segunda categoría.
3. Al principio eran más altas y escarpadas que hoy. El tiempo y las tempestades les bajaron el perfil, rellenando los enormes abismos y formando valles estrechos y largos. Como estos no facilitaban el libre paso de las aguas, las mismas se acumularon en las hendiduras más extensas, donde formaron lagos grandes y pequeños.
4. Los lagos recibían un constante aflujo de agua tanto por los poros de la tierra como del aire -como lluvia, nieve, granizo y rocío- y tenían forzosamente que desbordar sus márgenes. Al transcurrir el tiempo se soltaron pequeñas y grandes partes de tierra que llenaron las profundidades irregulares de los valles e incluso formaron, en épocas de inundaciones, verdaderos montes e hileras de colinas, lo que también hoy sigue pasando; y, además de ello también surgen tales montañas por el fuego.
5. La formación de colinas mediante inundaciones es terciaria, condicionada por la secundaria.
6. De esta explicación, si no perdemos de vista que para la futura producción, conservación y protección de los nuevos seres, y para la reproducción de los ya existentes, se precisa un suelo vasto y fértil, es fácil deducir como surgió, y todavía sigue apareciendo, la tercera categoría.
7. El suelo terráqueo está organizado de forma tal que en él puedan surgir, vivir y procrear toda clase de criaturas. Esta organización fue y sigue siendo facilitada por las tres categorías de montañas.
8. A primera vista las dos últimas formaciones parecen no tener semejanza con la primera por lo que respecta a su finalidad: tanto su origen como su destino son distintos. Cuando entraron en las filas de las montañas primitivas, esto es, de los gobernantes, tuvieron que someterse sin reaccionar a sus leyes, pese a sus propias finalidades. No basta con que montes y colinas llenen con lo superfluo valles y hondonadas produciendo en ellos tierra fértil y formando agradables bosques; es preciso que desde su comienzo asuman gran parte de la tarea de las montañas grandes y les ayuden en todo; de lo contrario no podrían cumplir su finalidad, pues su nacimiento requeriría un exceso de fuerza de las montañas grandes si estas tuvieran que hacerlo todo por sí mismas. Por esto montes y colinas actúan con el estímulo de la inteligencia en aquello que los gobernantes montañosos les encomiendan.
9. En realidad existen algunos que no están dispuestos a obedecer; entonces son castigados por poderosas tempestades hasta que se someten o son destruidos. Los antiguos sabios los llamaban “tercos” y a veces “malditos”. Ultimamente tales héroes son designados como “sueltos”, “inconstantes” y descompuestos. Hay muchos ejemplos de montes castigados, tanto en la antigüedad como en épocas recientes».
1. Prosigo: «Querido amigo: con este ejemplo tomado de la naturaleza habrás comprendido las condiciones de la dependencia, incluso en las cosas inertes y, según tú, sin inteligencia, al igual que comprendiste antes las relaciones de dependencia de animales, mares y planetas. Tendría cosas interesantes que contarte si te llevara a otros planetas cuyo orden es mucho más riguroso que en la Tierra, en la que intencionadamente existe el mayor desorden para que los espíritus libres que hay en ella puedan ser educados para hijos de Dios de modo independiente y beneficioso a su naturaleza.
2. Ya que admites que en la construcción de la naturaleza es indispensable un orden de dependencia gradual para garantizar la existencia de la misma, piensa en personas dotadas de espíritu absolutamente libre, con capacidades ilimitadas de pensar, juzgar y desear. Imagina cuál sería el resultado si cada una de ellas pudiera realizar todo lo que de la riqueza infinita y divina de sus ideas, proyecta su condición en su interior fantástico e irreductible.
3. Te digo que nadie estaría seguro junto a sus semejantes. Primero hay espíritus cuya fantasía o comportamiento son los de destruir con gusto todo lo que existe. Otros desean matar de formas variadas; los de más allá destruir montañas, agujerear la Tierra, llenarla de pólvora para hacerla explotar, secar el mundo, inundarlo, quemarlo; otros unir la Luna a la Tierra...
4. Además hay una infinidad de espíritus sensuales cuya fantasía consiste en las ideas de gozo. Si no fueran retenidos por las leyes, no habría protección para el sexo femenino, ni incluso para el masculino, ni para los mismos animales. Conozco muchos de estos amigos de la naturaleza, de la especie de Sodoma y Gomorra, que se entretenían divirtiéndose con mujeres de varias razas. Y cuando yacer con ellas ya no satisfacía su imaginación, se dedicaban a experimentos con los más diversos animales.
5. Piensa en una gran sociedad de personas semejantes no controladas por leyes morales y políticas. ¿Qué generaciones monstruosas no nacerían? El orbe quedaría inundado en pocos siglos de seres ante los que la vida humana no encontraría defensa. Por eso Moisés, que como hijo adoptivo del rey conocía las monstruosidades egipcias, instituyó una ley rigurosísima, con la muerte como castigo, para este tipo de obscenidades.
6. Hubo entre las almas pervertidas -y todavía los hay hoy- las que sólo se satisfacían cuando martirizaban a una mujer antes o durante el acto. ¡No quiero revelarte hechos singulares pues no serías capaz de oírlos! Basta con que conozcas las consecuencias de una sociedad en estado anárquico.
7. Tercero existen espíritus que se tienen en tan alto concepto que todo lo encuentran por debajo de su dignidad: son orgullosos y excesivamente dominantes; ante ellos todos deben prosternarse en el polvo y satisfacer apenas su voluntad. Imagina una comunidad formada por personas semejantes. Si no estuvieran refrenadas por leyes morales y políticas: tigres, leones y panteras vivirían en mayor armonía que ellas.
8. Y además de lo dicho, viven entre los hombres innumerables aberraciones de espíritus varios cuyas fantasías e inclinaciones están de tal manera pervertidas contra cualquier orden positivo y equilibrado, que no te haces ni la menor idea.
9. Si les fuera permitido usar una millonésima parte de su libertad, ¿cuál sería el aspecto del planeta? Respondes: “¡Sería un horror. Sería el infierno de todos los infiernos sobre la Tierra!”.
10. Coincido contigo y añado: ¿Qué es lo que se necesita mientras tanto para impedir el infierno total en la superficie terrestre? Ahora llegamos al punto de partida donde Yo quería llegar.
11. ¿Entiendes el motivo por el que Yo y Pablo recomendamos a los seguidores de mi doctrina obedecer a la autoridad mundana? ¿Acaso todavía encuentras un contrasentido en todo esto y consideras la obediencia justa y la humildad verdadera como indignas de un espíritu libre?».
1. Dice Roberto: «¿Qué puedo decir aún, querido amigo? Confieso que me sobrepasas en ciencia y sabiduría, así que tienes razón en todo lo que me has expuesto. Nada puedo oponer puesto que Tú, iniciado en las fuerzas ocultas de la naturaleza, tienes conocimientos más completos que yo.
2. Por lo tanto, y a causa de la libertad del espíritu, en verdad todo exige la necesidad férrea de una ley. Pero surge una pregunta: ¿Pueden los legisladores, en cierto modo nombrados por Dios, quedar exentos de respetar su propia ley volviéndose, sobre todo en esta época, déspotas y tiranos que permiten que miles y miles sean aniquilados por un trono cualquiera? ¿Acaso mi crimen era de tal naturaleza para que un príncipe Alfredo me fusilara junto con otros simpatizantes en nombre de su Emperador que le había conferido plenos poderes?
3. Si un regente tal se excluye de sus propias leyes, ¿quién lo dispensa de tu ley de Amor, válida en el mundo entero, sin excepciones de clase o carácter? ¿Por qué cientos de miles han de sufrir las mayores miserias y si cometen el menor desliz a causa de su pobreza han de sufrir el rigor de la ley, mientras que los grandes pueden hacer lo que les place, pues no habrá juez que les exija responsabilidades?
4. Estoy enteramente a favor de gobernantes sabios y buenos. Pero los que ignoran lo que son y más aún lo que deben ser, esto es, gobernantes, y ocupan tronos para satisfacer sus inclinaciones y chupar la sangre de sus súbditos como vampiros en vez de dirigirlos mediante leyes sabias, ¿se me dirá que ese pueblo oprimido no tiene derecho a derrocar ladrones y parásitos que ignoran el orden y a ocupar sus puestos con hombres inteligentes y con corazón? ¿Es preciso que sus tronos sean dorados, su morada un palacio suntuoso y sus ganancias millones? ¿Y todo a costa del sudor del pueblo? Los pobres desgraciados nada bueno encuentran en la Tierra. Desde que nacen hasta que mueren son juguete de los grandes, teniéndoles que entregar vida y bienes. Como compensación busca un padre para aliviar su conciencia y escucha dudosos consuelos sobre la eterna condenación. Así confortado vuelve a casa donde hace estudios sobre la desesperación. ¿Estará también esto positivado en la naturaleza? Yo, Roberto, digo: ¡El infierno es su constante tentativa por transformar a pobres ángeles en demonios miserables!
5. No deja de ser cierto -lo que confieso como alma viva tras la muerte- que la vida terrenal es una prueba para alcanzar perfecciones elevadas y puramente espirituales, por lo que no se pueden esperar de la misma felicidades maravillosas y deslumbrantes. Un estudiante es más o menos esclavo de su maestro; pero cuando el maestro está entre los tiranos crueles, limitándose su enseñanza a la dominación, la cual transforma a la criatura verdadera en animal o en demonio, ¿qué opina el Orden divino?
6. ¿Sigue siendo en este caso Dios el único señor y maestro, y hermanos sus devotos confesores? ¿Es esto amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo?
7. ¿O tal vez lo justo será dejar que los pueblos perezcan aplastados por malos gobernantes? Cuando los pueblos llegan a su mayor miseria física y moral reciben castigo de lo alto a causa de su depravación. Así aparecen la pobreza, el hambre, molestias horrorosas, peste, cólera y otras epidemias, ¡y todo como “Gracia divina”!
8. Tales dádivas producen una desesperación completa y como corona final la condenación eterna en el purgatorio. ¡Bravo, bravo! ¡La vida es una maravilla! El inventor debe congratularse de su obra.
9. No quiero criticar o recriminar al Ser supremo que, ciertamente, tendrá mejores cosas que hacer que ocuparse de gusanos en el polvo. Lo peor de todo es que tales gusanos tienen sentimientos y raciocinio y, finalmente, no pueden ser aniquilados, de lo que yo soy un ejemplo vivo.
10. ¿Deberán las criaturas de esta tierra -quizás por una deferencia especial- tener la honra y la felicidad de ser las más maldecidas por la Divinidad bondadosa, tu “santo Padre”, que dejó que te crucificasen, ciertamente por Amor? Cuanto más reflexiono, más dudoso me parece el asunto. ¿Puedes interpretarlo mejor?».
1. Digo Yo: «Querido amigo, tu criterio se desenvuelve en el marco de un razonamiento limitado y aparentemente justificable; si las cosas fueran como acabas de exponer, la situación de la humanidad sería bien precaria. Por suerte tus conjeturas están fundamentadas en bases flojas.
2. Primero, la Divinidad vela con tanto celo por las criaturas de esta Tierra como si no hubiera ningunas otras que la necesitasen, conduciéndolas en todas las circunstancias de su vida de prueba de manera tal que casi todas logran alcanzar el elevado destino para el que Dios las creó exclusivamente.
3. Naturalmente hay muchos espíritus que no quieren someterse a la Voluntad de Dios, pese a todos los medios aplicados. Se comprende que Él use medios más rigurosos y drásticos para llevarlos al camino justo, y pienso que tu juicio sobre la Divinidad es un tanto superficial cuando le atribuyes consecuencias que solamente lo son de la poderosa y orgullosa voluntad de la criatura.
4. Has mencionado la providencia divina en relación con los malos gobernantes; sin embargo no has dicho nada de los pueblos que se vuelven malos por culpa propia y no a causa de la mala política de sus gobernantes, lo que ejemplificaré más adelante.
5. Segundo, la supuesta condena de los hombres tras la muerte, como efecto de los regímenes que los obligaron a ser malos sin que ellos tuvieran culpa. Confieso sinceramente que nunca he reparado en tales hechos y eso que conozco bien el mundo espiritual: en toda la eternidad no existe un solo caso en el que Dios haya condenado a un espíritu. Puedo citarte innumerables otros de espíritus que, usando su independencia, detestan y maldicen a Dios y en manera alguna quieren depender de su Amor infinito, pues se consideran señores de la propia Divinidad.
6. Como Dios sólo puede favorecer con su pleno Amor a quienes lo desean, supongo que resultará claro para ti que los que odian a la Divinidad y a su Amor, despreciándolos y ridiculizándolos, tampoco pueden participar de ellos porque no quieren.
7. Estas criaturas se aman solamente a sí mismas y odian todo lo que se opone a su egoísmo. El amor a Dios y al prójimo les parece un horror, una maldición. Consideran que Dios es la insipidez del sentimiento de los beatos, la necedad de una inteligencia echada a perder y excesivamente necia, y el prójimo un vagabundo que no merece consideración.
8. Si los espíritus libres persisten en su terquedad y no pueden ser curados por medios libres, esto es, por sí mismos, y prefieren someterse a amarguras y sufrimientos en vez de aceptar los mandamientos suaves de Dios, ¿podremos pensar que Dios es responsable de esta auto condena?
9. Si la Divinidad, mediante su Omnipotencia, Amor y Sabiduría, aísla a estos rebeldes de sus amigos desencarnados, dejándolos sin embargo plenamente libres en zonas solitarias, ¿puede ser calificada por ellos de impía y cruel?
10. Afirmas que la maldad de criaturas y pueblos procede de una educación y enseñanza pésima, cuya responsabilidad hay que atribuir a los gobernantes y que Dios permite que sea así. No cuestiono tus ideas en lo que se refiere a la hipótesis de la culpabilidad de los gobernantes.
11. ¡Aunque no puedes negar que la justicia divina no haya castigado a los responsables! Examina la historia desde principios de la humanidad: encontrarás innumerables gobernantes castigados a causa de su pésima conducta.
12. Y también encontrarás el hecho de que el pueblo en general ha sido más obediente y comprensivo bajo un régimen tiránico que bajo uno suave. Razón por la cual la Divinidad permite malos gobernantes para que los pueblos tengan freno y castigo, obligándolos a la penitencia y a la transformación de su naturaleza, adquiriendo así el derecho a un régimen mejor que la Divinidad no dejará de proporcionarles».
1. Continúo: «Si un pueblo se vuelve voluptuoso o sensual bajo el régimen de personas bondadosas y blandas, dedicándose sólo a lo que le procura felicidad en la Tierra, Dios, que mira sólo por el bien espiritual de cada cual, no puede estar de acuerdo con situación semejante porque produce la muerte del espíritu según el Orden divino. Lo mismo que a un adolescente que desde la cuna llevó una vida principesca y se desinteresó por la vida espiritual, igual le ocurre al pueblo que lleva una vida harta.
2. Entra en los palacios de los ricos e infórmate sobre la educación exigida por Dios: verás que en la mayoría no existe. Busca a continuación al campesino en su choza y lo encontrarás en medio de su familia bendiciendo el pan escaso. ¿Cuál de los dos prefieres? Respondes que al pobre en su choza y estoy de acuerdo contigo. Pues este reza en espíritu, educando y elevando sus hijos a Dios. El dios del rico es su cuerpo, al que adora y venera con toda clase de placeres. Así educa también a sus hijos, y tal educación no puede agradar a Dios porque con ella nunca se podrá conseguir el sublime fin para el que Dios creó a los hombres.
3. Lo mismo sucede con un pueblo: cuanto más tiene, más sensual se vuelve. Provisto de todo, ya no necesita a Dios y finalmente le olvida, divinizándose a sí mismo en aquello que más agrada a sus sentidos. ¡Esta fue desde siempre la causa del paganismo!
4. Conjeturas: “¿Para qué sirven entonces la Omnipotencia y la Sabiduría divinas que no pueden impedir tales cosas?”. Te respondo que si la Divinidad condenase con su Omnipotencia a los espíritus dotados de libertad, ¡adiós libre albedrío! Si tal hiciera, formaría muñecos mecánicos en vez de espíritus completamente libres e independientes de Dios que deben volverse dioses cuando alcancen su perfección.
5. Respecto a la influencia de la Sabiduría divina, precisamente produce estas situaciones sobre criaturas pervertidas para permitir que sean llevadas de nuevo al destino fijado. No deja de ser un juicio y en cierto modo una constricción, pero que afecta apenas a la criatura exterior, para que cuanto antes pueda despertar y asumir su finalidad. La Omnipotencia juzgaría y mataría totalmente a la persona.
6. Reflexiona, pues, sobre si aún tienes derecho a culpar a la Divinidad como si nada hiciese en favor de sus hijos o de que cuando lo hace, apenas es sino una manifestación de inclemencia y falta de Amor, por lo tanto algo ruin.
7. ¿Todavía consideras despreciable la vida terrenal? ¿Y a su inventor un ser que carece de motivos para vanagloriarse de su obra?
8. Si poseyeras el menor atisbo de entendimiento, además del de Hegel, confirmarías a través de muchas experiencias que en la Tierra, donde todo ha de ser pasajero, nunca encontrarás una verdadera felicidad, porque, debido al orden natural de las cosas, con el tiempo se vuelve mutable y, finalmente, perecedera.
9. ¡Podrá hablar de verdadera bienaventuranza quien acumula tesoros según mi doctrina, que no los destruye el orín ni la polilla; porque lo que dura eternamente, en verdad es mejor que la materia sujeta al tiempo!
10. ¿Qué fue lo que conseguiste con tus aspiraciones a la felicidad puramente terrenal? Un poco de pólvora y de plomo acabaron con tus elevados proyectos. No hace al caso si fue o no merecido. Yo mismo pasé por esa desgracia aunque con la siguiente diferencia: Yo para Dios y el Espíritu; tú en pro de lo temporal.
11. Podrías repetir mis palabras: “Señor, perdónalos pues no saben lo que hacen y creen actuar por la justicia”. Sobre esto nada tengo que decir. Pero... ¿qué trajiste contigo a la eternidad? Amigo, esta es una pregunta muy diferente. ¿Acaso te podrá dar algo el perdido mundo? Medita sobre todo ello y dime que harás aquí».
1. Tras una cierta reflexión, dice Roberto: «Apreciado y muy querido hermano y amigo. Respecto a lo que dices en tu alegato contra mi crítica a la Divinidad y al Orden de vida firmado por ella, coincido contigo y confieso haber actuado injustamente contra Dios, en la hipótesis de que exista un Padre amoroso tal y como Tú y tus discípulos queréis enseñar, aunque nuca le vieron.
2. Cuando en cierta ocasión te pidieron que mostrases a tu Padre y no pudiste satisfacer tal exigencia sino valiéndote de la débil fe de los que te seguían, presentándote tú mismo como Padre, en mi opinión querías decir más o menos: “¡Oh judíos necios! ¿Ignoráis que no existe Dios más allá del hombre? Al verme, o al ver a algún otro, ya está cumplida vuestra petición. ¿No entendéis que el Padre está en nosotros y nosotros en Él? No hay Dios fuera del hombre”.
3. Esto es lo que comprendo, pero no soy enteramente irreductible y estoy dispuesto a aceptar una Divinidad cualquiera si es que puedes demostrármela. ¡Si fuera posible, apostaría contigo un mundo de riquezas a que no eres capaz de probar otra divinidad en Ti sino la que dice Hegel! Como no son admisibles tales objeciones, a no ser la de un dios dentro de nosotros, puedo aceptar tu refutación, tanto más fácilmente cuanto que se refiere a nuestro orden interno, que debe ser comprendido a fondo antes de ser sometido a un juicio sensato. En otras palabras: “Criatura, conócete primero a ti misma para poder juzgar tu existencia y todas las variadas condiciones que lleva en su vientre!”.
4. Sólo me cabe darte las gracias por enseñanzas tan complejas, pues en mi estéril y magro suelo tales frutos tardarán mucho en nacer.
5. Aunque en buena hora acepte las sabias restricciones a la libertad absoluta inherente al espíritu, al orden natural y a las condiciones imprescindibles para la vida, me veo obligado a decirte francamente que no puedo armonizar la doctrina por la que Dios es puro Amor y que debemos amarle sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, con lo que me has dicho hasta ahora; y mucho menos cuanto que no me has convencido de la verdadera existencia de Dios.
6. Ante todo es preciso que Dios exista realmente y que su Naturaleza y Voluntad sean conocidas; sólo entonces pueden elucidarse las obligaciones hacia Él. Si es una entidad aceptada por la fe ciega y no por la pura razón, tarde o temprano toda enseñanza relativa a Dios, por más metafísica o teosófica que sea, se disuelve en nada.
7. No contradigo tu explicación pues concibo su veracidad; pero sólo es aplicable si existe realmente una Divinidad que, como Ser supremo, imponga tal orden para educar a las criaturas. Si no hay Divinidad, mi objeción se vuelve inocua porque el asunto es contradictorio, al igual que los principios en los que se basa.
8. A mi pregunta sobre por qué me hizo fusilar el príncipe Alfredo, apenas respondiste que no era tiempo de tratar el caso, pues Tú mismo tuviste un destino parecido, con diferencias en los fines: Tú para Dios y la eterna bienaventuranza de las criaturas, yo para el mundo y la felicidad perecedera. ¿Y tengo que decir ahora que bagaje he traído de allí? Amigo, ¡tal respuesta no me dará dolor de cabeza!
9. La experiencia milenaria nos enseña que cuando la Divinidad nos manda al mundo para que frecuentemos la escuela de la pretendida libertad, no nos proporciona sino una vida dura, desprotegida, y por lo tanto absurda. Así los hombres traen una completa nada de aquel mundo miserable. En cuanto a los bienes terrenos nada les pertenece porque los dejaron para siempre.
10. ¿Qué es lo que, si quisiera, podría traer conmigo además de mí mismo? Apenas hay una diferencia: a este mundo llegué como ser pensante y espiritualmente formado, mientras que a la Tierra lo hice extremadamente desprovisto. Así y todo prefiero mi vida pasada porque nada sentí cuando era criatura además de hambre y algún dolor inconsciente. En realidad no existían tales sensaciones, pues me faltaban conciencia y discernimiento. Si mi pobre madre no me hubiera cuidado tan celosamente, los ratones y las ratas me habrían liquidado con toda seguridad, pese a toda la atención divina.
11. La Divinidad en el corazón de mi madre cuidó de mí, la gran Madre omnipotente; en otra parte, encima de las estrellas, tal vez desconozcan hasta ahora la existencia del pobre diablo llamado Roberto Blum.
12. Si soy el producto miserable de esa gran Divinidad que, por Amor, me envió a un mundo de prueba, aprovisionado tan abundantemente, ¿acaso podrá exigir más de lo que me dio para tal viaje cósmico? Pienso que donde nada existe todo se extingue y también cualquier derecho. ¿O quién sabe si en el mundo de los espíritus existe una jurisprudencia por la cual una persona puede volverse deudora por la pura nada?
13. La existencia pura y dura no es mía porque no soy responsable de ella. La traje algo enriquecida con alguna inteligencia y cubierta con uniforme, y la pongo a disposición de quien me la dio, con la petición de que yo, Roberto Blum, deje de existir para toda la eternidad. Pues de tus objeciones, aunque muy sabias, ya he deducido que no es posible hablar de felicidad, mayormente en mi caso. ¡Así que será mejor no existir!
14. Para completar mi desdicha aquí, sólo falta que Tú, caro amigo, dijeras: “Apártate de mí, miserable, y húndete en el fuego eterno de la ira divina, donde arderás con dolores insoportables”. ¡Así la vida y la gloria serían coronadas por el Amor divino! Si tal sentencia inclemente y desprovista de todo amor te fuera insuflada por tu amoroso Padre, ¡nada bueno podrá esperarse del Amor infinito. Aunque pienso que una condena tan cruel nunca salió de tus labios y con toda seguridad fue incluida más tarde por los amables papas debido a que era fácil inferirla. Ahora habla, pues he terminado mi defensa».
1. Yo continúo: «Querido amigo, tendrás dificultades para alcanzar nociones espirituales más profundas, pues todavía estás muy preso en la materia, sus condiciones y apariencias; por ello es por lo que todo lo juzgas bajo esta óptica ficticia y perecedera, no pudiendo asimilar nociones espirituales.
2. Siendo filósofo, ¿no comprendes todavía que cuando la Divinidad quiso idear un ser libre, forzosamente tenía que construirlo con una independencia completa y no menguada, salvo en aquello que está sujeto a condena, por ejemplo la vida física, para que se positivara como receptáculo de la Chispa divina? Una vez que esta haya alcanzado la necesaria firmeza, cuando Dios quiere fortalecer a un espíritu todavía débil para la vida terrena, sin someterlo a encarnación, Él mismo le insufla espíritu y discernimiento para que así se vuelva enteramente libre y se concrete todo lo que desea. ¿Entiendes?
3. ¿Crees que Dios te manda bajar al infierno o subir al Cielo? No tienes que preocuparte con tales ideas. Te digo que eres completamente libre y que aquello que desea tu amor, o sea, tus inclinaciones, se realizará. Dios te ayudará en lo que hay de mejor sólo cuando tú lo desees. Si quieres rechazar esa ayuda, no la cargará sobre tus hombros porque eres dueño de una vida libre e independiente de Dios, que determinas tu propia voluntad y, por ello, también estás obligado a cuidar de tu sustento sin ayuda divina; de lo contrario tal existencia no sería independiente.
4. Si Dios permite que el hombre nazca enteramente desprotegido y desnudo, lo hace para liberar su existencia y acostumbrarlo desde el nacimiento a determinar sus propias resoluciones. La autonomía tiene que iniciarse desde muy pronto, cuando la criatura todavía es incapaz de comprensión, ideas y sufrimientos conscientes. Porque si esta separación se produjera en plena conciencia, la criatura no soportaría tamaño dolor y tristeza. Si ya se entristece cuando la muerte rompe lazos de amistad, ¡cuánto más no lo haría ante una separación consciente del Padre celestial, separación que sin embargo es inevitable porque si no, no sería posible la emancipación individual!
5. Si el Amor y Sabiduría más elevados del Señor provocan tal separación necesaria en un estado de casi insensibilidad, dando una existencia exterior que oculta la precedente unión con Él para que el espíritu se habitúe más fácilmente a tal aislamiento y encuentre absolutamente libre su vida del modo más sereno, ¿acaso la criatura puede flaquear o negar la Divinidad por hacer aquello que su Amor y Sabiduría le ordenan?
6. Créeme que si existiera otro camino posible, menos doloroso, para conseguir una vida libre, lo habría incluido en su Orden. En las condiciones de la existencia humana no hay otro medio mejor que éste; por lo tanto es bueno y útil. Siendo de esta manera, el caso en sí es ya la mayor prueba de la existencia visible y patente de Dios sin la que nada crece ni subsiste.
7. Si con ello se evidencia su existencia, ¿cómo es que merece ser insultada por personas inteligentes como pretendes ser? ¡Ve, amigo, que gran injusticia aplicada al Señor y Padre bondadoso!».
1. Prosigo: «La muerte de las criaturas de esta Tierra es, para los sentidos, un suceso triste, generalmente acompañado por dolor. La propia inteligencia la considera dura y cruel por parte de una Divinidad omnipotente que pretende estar llena de Amor y Misericordia. Por ello ¡cuántas veces no fue maldecida e incluso negada por completo!
2. Pero hay en este caso la misma necesidad que en el nacimiento. El espíritu libre del hombre sólo puede librarse del juicio que impide su libertad, alejándose de su envuelta temporal que le es dada mientras está aislado del Ser divino, momento que sólo conoce Dios, Creador de la vida. Cuando se produce esta maduración, llega la hora de sacar al espíritu del peso que le estorba su libertad.
3. Preguntas, como muchos: “¿Por qué no se realiza tal separación de modo indoloro?”. Y yo te respondo: Si cada cual viviera dentro de las enseñanzas de Dios, la muerte le sería un placer o, como mínimo, indolora. Como con su libertad las criaturas infringen el orden en la materia a la que el espíritu está atado con fuertes grilletes que lo atraen al amor mundano, el rompimiento es tanto más doloroso cuanto más se inclina el espíritu a la materia.
4. Así y todo, tal dolor no es inclemencia sino puro Amor divino. Pues si en casos tales la Divinidad dejara de emplear cierta violencia, que naturalmente no puede ser agradable, el espíritu se condenaría plenamente, o sea, sufriría la muerte horrenda y plena representada por el propio infierno. Actuando así para salvar el espíritu del hombre, ¿merece la Divinidad ser blasfemada e incluso negada? Por desgracia hay muchos espíritus que no quieren saber nada de Dios una vez que alcanzan su libertad; pero Dios sigue conduciéndolos a la perfección por los caminos adecuados.
5. En los tiempos primitivos, las criaturas por lo general alcanzaban edades avanzadas y morían dulcemente y sin sufrimiento. Y ello porque entonces Dios no podía separar su espíritu de la materia tan fácilmente como hoy, porque entonces el mundo no las sometía ni mucho menos a grandes tentaciones como hoy, por lo que vivían más introvertidas y en unión más íntima con Dios.
6. Cuando al correr de los tiempos los hombres descubrieron otras atracciones externas que originaron su alejamiento de Dios, su vida terrena se acortó gradualmente.
7. Al final olvidaron totalmente a su Creador, llegando al polo opuesto al Orden divino, donde los esperaba la muerte eterna. Con lo que se hizo necesario a Dios aproximarse y revelarse de cuando en cuando para salvarlos de la perdición eterna. Muchos se dejaron salvar; innumerables otros no lo quisieron libre y espontáneamente. ¿Acaso hubiera debido la Divinidad, porque no querían atender a su Amor, señorear en ellos mediante su Omnipotencia? ¡Hubiera sido lo mismo que destruirlos!
8. El Amor eterno, movido por la Sabiduría, solamente puede decir: “Os alejasteis de Mí, luego me negasteis, me maldijisteis y os integrasteis en otra escuela conservadora que os fue preparada para vuestra posible liberación: el fuego de la condena de la materia tendrá que separaros del mundo, de lo contrario estaréis perdidos”.
9. Si para impedir semejante desgracia la Divinidad hace que la Tierra sea castigada por plagas, ¿acaso no existe? O, si admitimos su existencia, ¿será inclemente e insensible porque hace lo que considera necesario? ¿Cómo puedes imaginar que Dios maldiga y condene sus criaturas? ¿Qué beneficio podrá conseguir con ello?
10. Siendo su Voluntad otorgar plena independencia a los seres, ¿no debe ser la mayor preocupación suya impedir que de nuevo vengan a caer en los brazos de su Omnipotencia, en los que su libertad sería anulada? Sería como apretar a tus hijitos con un abrazo tan fuerte que les costara la vida. Incluso si así hubieras hecho, ¿no irías a advertir a los demás de tu fuerza indómita, evitando con ello semejante experiencia nociva?
11. Dios no necesita experiencia porque posee Sabiduría infinita. Es el único y verdadero buen Pastor de todos los corderos y puede protegerlos de su Omnipotencia, que apenas usa para la formación de las cosas materiales, ¡pero nunca para crear espíritus libres! Estos deben surgir únicamente de su Amor y Sabiduría, de lo contrario no sería posible darles libertad, por lo tanto vida. La Omnipotencia divina sólo produce juicio tras juicio».
1. Prosigo: «Si hubieras analizado gramaticalmente, al menos como crítico, la sentencia del Evangelio que te resulta tan horrible, habrías visto rápidamente, por su estructura, que la Divinidad jamás querría o podría pronunciar condena semejante contra los contumaces pecadores mortales.
2. Dice: “Apartaos de Mí, malditos”. Así que va dirigida a los que están malditos. De lo contrario debería decir: “Porque habéis pecado de manera tan brutal e incorregible, Yo, Dios, os maldigo al fuego eterno del infierno”.
3. Como la Divinidad dirige su sentencia a los que ya se encuentran condenados, se deduce que no se manifiesta como juez, sino como Pastor que todo lo organiza. Por lo tanto tiene que indicar a los espíritus que se apartaron de la Divinidad, con rigor, otro camino, pues si no fuese así, una vez separados del Amor divino, caerían en los brazos de la Omnipotencia donde indudablemente estarían perdidos.
4. Queda por saber quién los ha maldecido. La Divinidad no es quien lo hace, pues en tal caso carecería de Amor y Sabiduría. Todo lo que existe, incluido el espíritu, es de Dios. Si Dios actuara contra sus propias obras, ¿no lo haría contra sí mismo para destruirse en vez de elevarse de eternidad en eternidad por la constante perfección de su obra, o sea, de sus hijos?
5. Si por lo tanto la Divinidad no se presenta como juez sino como Pastor que todo lo equilibra, ¡es evidente que tales espíritus tienen que haber sido condenados por otro! Pero... ¿por quién? Es fácil responder cuando se tiene el suficiente conocimiento individual para comprender que una entidad, por un lado poseedora de un espíritu y una voluntad libres surgidos del Amor y la Sabiduría divinas, y por otro con un cuerpo temporal condenado por la Omnipotencia a un mundo exterior con sus seducciones materiales -también juzgadas por lo tanto-, y todo ello para que dicha entidad pueda aislarse de la Omnipotencia y volverse un individuo completamente libre, sólo puede condenarse por sí misma y no puede serlo por otro. Esta condena es lo mismo que la maldición, o total alejamiento de Dios.
6. A Dios, que no quiere quitarle la vida a ningún espíritu, sólo le queda llamar a todo el que está desajustado y mostrarle con rigor amoroso, según sus inclinaciones, el camino que le permita la Salvación y la unión con el Amor y la Sabiduría divinos, con cuya unión perduran como manifestación de vida y la dirigen. Todos y cada uno de los seres separados de este origen perecerán porque es imposible reaccionar contra el peso infinito de Dios.
7. Por esto se dice: “Dios habita en una Luz eternamente intangible”. Lo que quiere decir: La Omnipotencia divina, o propio Espíritu de Dios, que llena por completo el infinito, es inalcanzable para la vida de los seres, si es que los mismos deben subsistir, pues todo conflicto con la Omnipotencia divina es la muerte del individuo. Por ello el pecado contra este Espíritu poderoso es llamado mortal. Una entidad que, tras haberse aislado del Amor divino, pretenda medirse con tal Potencia, es tragada por ella y nunca podrá librarse de su peso como gusano aplastado por el Himalaya. ¿Cómo lo librarías de semejante masa colosal?».
1. Prosigo: «Piensas para tus adentros: “Todo sería cierto si la Divinidad hablara de esta manera a quienes se separan de ella a causa de su libre albedrío. Si así fuera la sentencia condenatoria no llevaría aparejado el horror que inspira en el primer momento. Ahora bien: ¿Cuál es el sentido de la parábola del pobre y el rico, en la que este último no es escuchado aunque implora perdón, padece sufrimientos indecibles en el infierno y se le muestra un abismo infranqueable que le impide alcanzar el Amor y la Gracia divinos? ¿Cómo se pronuncian en este caso la Sabiduría y la Misericordia de Dios?”.
2. Querido amigo, sabía que me plantearías esta cuestión. Pero en vez de responder te pregunto: ¿Quién llevó al rico al infierno? ¿Acaso Dios?
3. Tendría que haberse dirigido aquel hombre en su desesperanza a la Divinidad, suplicando su Amor y su Gracia para librarse de la misma? ¡Apenas sé que imploró al espíritu de Abraham y no a Dios! Por muy perfecto que fuera el espíritu del patriarca no puede compararse con el de Dios; sólo Él puede socorrer y, en casos semejantes, es el único abismo infranqueable donde espíritus diversos ni pueden ni deben poner sus manos, porque ahí obran exclusivamente la Sabiduría y el Amor divinos más ocultos y profundos.
4. ¿Cabe atribuir culpa a la Divinidad por hallase presente ante la gran aflicción del rico, en la que se encuentra por su propia culpa? ¿Te parece que puede ser injusto dejar actuar a la voluntad libre?».
5. Dice Roberto: «¡Tienes toda la razón! Estando la Divinidad llena de Amor -cosa que cada vez comprendo mejor- se plantea la siguiente cuestión: ¿Cómo ha podido inventar un estado tal en el que un espíritu haya de sufrir hasta que se presente cualquier mejora que le proporcione un pequeño alivio? ¿Es necesario que exista el infierno? ¿Deben sufrir los espíritus? ¿No sería posible organizar todo esto de una forma menos cruel?».
6. Yo contesto: «¿Acaso piensas que Dios ha inventado el infierno? ¡Qué error capital! El infierno es obra de los espíritus primitivos y malos. Dios apenas lo permitió para no quitarles la libertad. La suposición de que el infierno sea obra divina no pasa por la cabeza de ningún ser en todos los Cielos pues, si fuera así, el pecado y la maldad serían parte integrante de Dios, cosa enteramente imposible, porque Él no puede actuar contra su Orden. Puede y tiene que permitirlo, si los espíritus crean estados de miseria en virtud de se determinación contraria.
7. No descubrirás en todo el infinito lugar alguno que Dios haya designado para infierno, pues el infierno sólo existe en el propio hombre. ¿Qué puede hacer la Divinidad cuando la criatura crea constantemente un estado infernal por el irrespeto a la Palabra de Dios?
8. Siendo únicamente Él la verdadera Vida y Luz de toda Luz, por lo tanto la felicidad completa de todos los seres, se entiende que no es agradable un estado alejado de Dios.
9. ¡Quien se aleja de Él y no se apresura a volver, forzosamente tendrá un infierno acabado y verdadero dentro de sí! Un estado semejante sólo puede acarrear sufrimientos, que aumentan según la terquedad de la criatura y, si Dios se apoderase de ella por la Omnipotencia, sería destruida instantáneamente por mucho que reaccionara con todas sus fuerzas, hecho contrario al Orden divino.
10. Si actuara así con un ser diminuto, sería el principio de la destrucción total de todos los seres. Como esta hipótesis es imposible, garantiza a todos la eterna existencia y también la posibilidad de volverse extremadamente felices o desgraciados, de acuerdo con su propia voluntad.
11. Si alguien tiene una viña llena de cepas de buena calidad, no las cuida e incluso las arranca y planta cardos y abrojos que le gustan más, ¿tiene Dios la culpa de que el necio dueño no consiga una buena cosecha y se vuelva pobre y desgraciado?
12. Lo mismo pasa con todos los espíritus que no se someten al orden de Dios por descuido de la viña maravillosa que hay dentro de su alma. Si apenas cosechan espinas en vez de sabrosas uvas, y se hacen desgraciados a sí mismos, ¿tiene la culpa la Divinidad?».
1. Dice Roberto: «Estimado amigo ¿que más puedo decir después de tus claras explicaciones? La Divinidad no puede actuar de otro modo porque dejaría de ser lo que es y a sus creaciones les llegaría el fin.
2. También comprendo que si el espíritu quiere ser verdaderamente feliz debe ser receptivo a las mayores venturas y bienaventuranzas y tener la más delicada sensibilidad y percepción para no perder las impresiones más sutiles. Sin embargo esa receptividad le faculta igualmente para las ideas malas, pues de lo contrario estaría semimuerto, hecho imposible debido a su fuerza de voluntad y a su capacidad de actuar, igualmente libres siempre.
3. Todo esto lo admito porque tuviste la bondad de explicarme las relaciones entre Dios y sus criaturas. Sin embargo se plantea la pregunta capital:
4. ¿Dónde está la Divinidad? ¿Dónde su territorio eterno? ¿Debe habitar otras partes en su plenitud? ¿Tiene forma? ¿Cuál? ¿Tal vez sea informe para ser el compendio de todas las formas? Aunque yo acepte la necesidad de un Ser supremo, ¡el “dónde” y el “cómo” son de la máxima importancia!
5. Confieso que preferiría que existiese en forma, digamos humana; pues a un ser infinito, de forma distinta a la nuestra, ni yo ni nadie podría amarle con todas sus fuerzas.
6. Una entidad invisible y nunca concebible, de forma más o menos inquietante, nunca puede ser amada. Matemáticamente la esfera es la forma más perfecta, pero moralmente es incompleta. Las esferas celestes son perfectas por su Luz. Pero ¿le será posible a alguien amar a tales cuerpos celestes? Ante tal pregunta mi sentimiento enmudece.
7. Por ello, querido amigo, ya que pareces estar más en contacto con la Divinidad que yo, déjate de rodeos y habla sinceramente. No necesitas utilizar razonamientos, pues estoy convencido de tu Sabiduría profunda y estoy presto a creer lo que me digas. Sácame de dudas porque recibí de Ti aclaraciones sobradas en otros asuntos referentes al tema principal».
1. Digo Yo: «Escucha, amigo mío, antes de que la uva madure no debe arrancarse del tronco porque, aún no en sazón, está ácida y su zumo produciría un vino sin aroma que, incluso conservado, sería de calidad inferior.
2. Así que, como a uva no enteramente madura, sería prematuro revelarte lo que pides. Dentro de poco sabrás por qué. Cuando hayas madurado, tu propio espíritu te dirá lo que quieres saber.
3. Antes de ello tenemos que resolver un asunto muy importante y, si nuestra discusión tiene un buen desenlace, tu maduración se hará más rápidamente de lo que piensas; si no se hace de acuerdo con el Orden divino tardarás mucho tiempo en conseguirla.
4. Ciertamente sabes que la uva, para madurar, necesita el calor del Sol. De la misma manera el espíritu humano sólo consigue llegar a sazón por el justo amor a Dios. No siéndote posible amarlo -porque lo desconoces- ámame a Mí con todas tus fuerzas una vez que no tengas dudas respecto a mi ser. Esto facilitará tu perfeccionamiento, pues el amor al prójimo es idéntico al amor a Dios y no cabe duda de que aquí tu prójimo soy yo.
5. Si así lo haces empezarás a aproximarte a Dios.
6. Volvamos a nuestro asunto. Ya que conoces las cartas de Pablo, dime, ¿cómo interpretas sus palabras: “En Cristo habita la plenitud divina”? ¿Llegó a la conclusión de que en Cristo, esto es, en Mí, se encuentra la Divinidad, o sólo pretendía señalar la extraordinaria excelsitud del espíritu contenido en mi doctrina, siguiendo la costumbre de aquella época de divinizar todo lo que fuese excepcional?».
7. Dice Roberto: «Querido amigo, ¡esa es una pregunta capciosa! ¿Cómo podría uno averiguar lo que Pablo quería decir con esto? Considero una pretensión desmedida la afirmación de ciertos intelectuales que dicen haber comprendido el verdadero sentido de un autor genial. En esto soy modesto y dejo a otros que juzguen. Si su criterio me satisface, estaré de acuerdo; si no, pediré la opinión de otros y actuaré según Pablo que dice: “Examínalo todo y conserva lo que sea bueno”. Y sólo reconozco y acepto como bueno lo que más se aproxima a mi convicción íntima. Si Pablo se refería a la primera tesis -lo que es muy posible- lógicamente no podía tener en mente la segunda, y viceversa.
8. Esta manera de pensar mía te hará comprender que me veo obligado a quedar debiéndote una respuesta y a pedirte que resuelvas la incógnita».
9. Digo Yo: «Sabía que hablarías así porque eres un hombre inteligente. Sin embargo existe una inteligencia sobrenatural -que viene del Espíritu- por la cual Pablo sólo podía referirse a una cosa determinada que no dejase duda alguna. Naturalmente ignoras cómo llegar a deducciones espirituales, pues Hegel y Strauss, Voltaire y Rosseau no saben nada de esto; tampoco lo han enseñado. Como adorador de estos sabios del mundo no te fue posible conocer caminos que a ellos les resultaban tan misteriosos como a los romanos los de América, Australia o Nueva Zelanda.
10. Si, como alemán, hubieras preferido el estudio de la Biblia, de Swedenborg y otros teósofos de raíz germánica, conocerías perfectamente el sentido de las palabras de Pablo. Como adepto de Hegel tardarás tiempo en llegar a la comprensión espiritual. Escucha: si aceptas lo que te digo, te aproximarás a la meta final.
11. Pablo consideró a Cristo, esto es a mi persona, como al Ser supremo, pese a que antes era enemigo mío declarado. ¿Cuál es tu opinión sobre la fe y la sabiduría del apóstol pagano?».
12. Dice Roberto: «Queridísimo amigo: esa es otra pregunta de difícil respuesta. Primero me falta la dicha inteligencia especial. Segundo no es posible aceptar sin pruebas concluyentes que Pablo haya demostrado lo que pretendía hacer creer a los demás. Todos los sabios antiguos, él incluido, verdaderamente demostraron el suelo inestable en el que se fundaban todas las teorías metafísicas y teosóficas, calculando el desgraciado estado en el que pronto habría de encontrarse el género humano si se le educaba sobre su naturaleza perecedera. Por este motivo intentaron conducir a las masas a una fe mística mediante sentencias y discursos imperativos con los que al menos fuese posible establecer y conservar la esperanza en una vida más allá de la muerte. Si así lo hicieron porque estaban convencidos firmemente de lo que profesaban, será cosa que dude hasta que me convenza de la verdad a través del intelecto espiritualizado, o mediante la confrontación con las almas que divulgaban esas cosas.
13. Puedo aceptarte como Dios hasta que encuentre otro. Entre nosotros dos te cabe a Ti semejante privilegio porque pese a toda mi sabiduría filosófica no siento nada divino dentro de mí. No debes preguntarme por qué pues no sabría responderte.
14. La persona que cree en algo lo hace sin pruebas, por lo que la fe no es en sí nada más que indolencia y, a veces, obediencia de la inteligencia. Si un raciocinio más exigente pide pruebas de su fe objetiva, una vez satisfecha tal exigencia, la fe deja de ser fe y se vuelve convicción.
15. No estoy convencido de tu Divinidad, pero creeré lo que me dices. Si en el futuro hubiera la posibilidad de llevar mi fe a la evidencia, dejaría de ser fe para volverse una verdad incuestionable. Que tal posibilidad exista es algo muy dudoso.
16. Soy como Tomás y exijo pruebas antes de aceptar cualquier cosa como verdadera.
17. Me has recomendado la lectura de la Biblia y de las obras de Swendenborg. ¿De qué me servirá la recomendación ahora que no puedo leerlas? Dicho esto, agrego que siempre hubiera habido pros y contras. Quedémonos pues en la fe y, si te es posible, haz que me vuelva un poco menos ignorante para aumentarla. Ya he dicho que así seré más feliz.
18. El ignorante lleva ventaja al espíritu ilustrado en lo que concierne a una vida feliz, porque el ilustrado indaga constantemente para aproximar a la gran y única verdad que podría hacer dichosas a miles de criaturas. El creyente reza el Padrenuestro y se queda tranquilo y feliz, libre de preocupaciones. En su última hora no se aflige si un cura le absuelve del infierno y le dispensa del purgatorio con unas misas bien pagadas. Su fe ciega lo acepta todo como verdadero y muere con la esperanza de subir directamente al Cielo ¡Feliz ignorancia!
19. Digo más: Ignorante y necio es quien dedica su vida a pensar y a investigar porque ni aumenta su felicidad en la tierra ni tampoco en el Cielo. Por el contrario se vuelve más desgraciado mientras más luz y verdad ansía.
20. Así que dejaré los caminos del entendimiento, entregándome a los brazos amorosos de la fe hueca y ociosa. ¡Tal vez así consiga lograr lo que se llama felicidad terrenal!
21. ¡Qué feliz es, por ejemplo, un canónigo! ¡No piensa nada, nada inventa! Vive en la fe católica, en el orden preestablecido de su convento y saborea los mejores manjares. Amigo mío, una vida feliz es la que propicia la fe ciega y necia. ¡Qué tonto fui yo!
22. Por ello entregarme a la fe quizá me haga feliz. Por lo tanto creo en tu Divinidad. ¿Hago bien?».
1. Digo Yo: «Mi querido amigo, hay una diferencia enorme entre lo que llamas fe y la fe verdadera. Tu fe apenas es una holgazanería mental que se satisface con cualquier superstición, sin finalmente saber discernir entre el bien el mal que pueda contener; la verdadera fe reclama todas las fuerzas físicas, psíquicas y espirituales.
2. ¿Cómo puedes decir que un canónigo es feliz engordando en su fe necia y, con la protección privilegiada de Roma, a costa de sus fieles? La felicidad terrenal de esa vida ¿garantizará otra igual en el mundo de los espíritus? En modo alguno.
3. Pues cuanto más alguien sirve al cuerpo -cárcel del espíritu- cuidándolo y alimentándolo, dándole todo lo que desea, tanto más se unirá a él.
4. Si al fin llega la liberación definitiva de esa cárcel, ¿que tal de dura, dolorosa y difícil será? Pasa igual que cuando en un parto complicado el feto está agarrado al útero. Hay que arrancar violentamente al alma y al espíritu de su prisión carnal para separar por todos lados esas entidades entrelazadas unas con otras. ¿Podrá tal operación producir una sensación agradable al cuerpo, al alma y al espíritu? ¡El martirio es tan fuerte que no puede ser comparado con ningún sufrimiento terrenal, lo que sé muy bien! Como ésta es la consecuencia de una vida feliz en la tierra, ¿podemos realmente llamarla venturosa?
5. Pero aún es peor para todos los desenfrenados, egoístas, pervertidos e impúdicos que, condenados por la propia carne, tendrán que soportar dolores atroces a la hora de la muerte.
6. ¡Con ellos empieza la verdadera “felicidad” de un creyente embotado! Si una criatura tal llega completamente lesionada al mundo de los espíritus, donde la sensibilidad se eleva al infinito porque el alma anteriormente protegida por el cuerpo aquí se encuentra desnuda, empieza la fase de dolor provocado por la fe necia.
7. Si suspiras por semejante felicidad, puedes obtenerla; te garantizo que pronto cambiarás de idea.
8. Si Yo mismo enseñé: “Volveos prefectos como vuestro Padre celestial”, y Pablo exigía que lo analizáramos todo y guardáramos lo que fuera bueno, dime ¿habría sido recomendada una fe absurda que no es fe, o una verdadera que sobrepasa todo conocimiento racional? Juzga tú mismo si lo que llamas fe merece tal nombre, después explícame su verdadero sentido».
1. Dice Roberto: «Me dejas realmente perplejo si dudas de mi idea de la fe, porque el puro saber no puede clasificarse como tal. Menos aún la vista, la percepción o el tacto.
2. Además del saber y de la percepción real procedente de nuestros sentidos, no conozco nada que el hombre pueda asimilar con las capacidades de conocimiento y criterio. Si conceptos que provienen de los cinco sentidos se llaman fe, ¿que es entonces aquello a lo que hasta entonces considerábamos como tal?
3. Para mí creer significa aceptar algo como verdadero aunque no coincida con las leyes de la pura razón ni los principios puedan ser probados con exactitud. Si pudieran ser demostrados la fe llegaría a su fin, así como acaba la esperanza, hija de la fe, cuando se consigue lo que se esperaba.
4. No pienso otra cosa de la fe sino que es la aceptación voluntaria de principios y fechas históricas que no se pueden demostrar. Si esto no es fe, tengo ganas de saberlo.
5. A veces dijiste algo a tus discípulos sobre el poder milagroso de la fe, cuando hablabas de que removía montañas, ¡pero seguramente ellos no lo entendieron mejor que yo! ¿Acaso te refieres a esa fe? Entonces la mía no vale nada porque no movería ni un grano de arena ¡mucho menos una montaña!
6. Si en la Tierra hubiera tenido tal creencia, ¡el bueno de Alfredo lo habría pasado mal conmigo! La idea de poder mover montañas es grandiosa, pero no deja de ser sólo una idea.
7. El lema de Pablo de analizarlo todo y guardar lo que sea bueno siempre fue mi divisa. Y la idea de hacerme igual a Dios, el móvil más poderoso de mis acciones. Pero ¿qué fue lo que conseguí con ello? Mi estado actual responde cabalmente.
8. Tú mismo no parece que estés pisando un Sol, en otras palabras: tu milagrosa fe no nos ha proporcionado montañas de oro. ¿Aunque quién sabe lo que todavía nos queda por ver?
9. Si, por ejemplo, yo acepto sin objeción alguna que Tú eres el hijo del Dios vivo, o el mismo Ser supremo, en la hipótesis que exista una cosa así, así creo que será, pues no tengo pruebas en contra. Y, por ello, sólo creo porque mi razón ilustrada no encuentra objeción lógica. Debido a tus explicaciones, acepto que la Divinidad pueda seguir siendo lo que es en todas sus manifestaciones, aunque revista ante sus criaturas una forma visible. Si, con el tiempo, llegara a tener pruebas convincentes y palpables de lo que creo que eres, mi fe dejará de ser fe, dando paso al conocimiento experimental.
10. Naturalmente podrás decir: “Todos los verdaderos creyentes se arrodillan al pronunciar mi nombre y me adoran. Si dices que crees que Yo soy la Divinidad, ¿por qué no haces como los demás?” .
11. Tal objeción merece ser tenida en cuenta, pero todavía considero esa adoración a la Divinidad como flaqueza intelectual. Pues lo que le falta a la inteligencia es suplantado por la afirmación fanática de la fe. Quien considera indudable una creencia antes de tener pruebas verídicas de la misma, a mi parecer es un necio.
12. Tú mismo, si fueses la Divinidad, deberías pensar así, de lo contrario serías un dios ambicioso y débil que merecería ser ridiculizado. Sé no obstante que una franqueza así nunca te importunó y por ello no me arrojo a tus pies, lo que ciertamente aborrecerías.
13. Tampoco lo haría incluso estando convencido de tu Divinidad, pues un servilismo semejante, si me fuera rendido a mí, hombre cuya inteligencia ha superado la estupidez, me parecería extremadamente ridículo.
14. Considero que el cumplimiento concienzudo de las leyes de Dios es la única y justa veneración exigida por el orden inmutable sin el que no habría criaturas. El resto pertenece al paganismo, por lo tanto es necedad.
15. Siempre respeté tus enseñanzas, mayormente las relacionadas con las oraciones judaicas; por el contrario hube de considerar el mandato de Pablo “Orad constantemente” como un desatino capital, si es que con él se refiere a las plegarias orales, suposición difícil en un hombre tan culto.
16. Sin embargo creo que eres Dios, o al menos su verdadero hijo, cualidad que extiendes a todos los que cumplen sus mandamientos y le aman. He decidido hacer todo lo que me pidas. Pero si lo que me pides es que me prosterne y rece con los labios, de antemano te digo que no lo haré nunca porque lo considero un escarnio y en manera alguna una muestra de respeto a tu nombre que mucho venero. Ten pues la bondad de decirme si mi explicación es satisfactoria».
1. Digo Yo: «Amigo mío, cuando la persona deduce intelectualmente no puede tener otro concepto de la fe y de la oración de los que tú tienes, pues desconoce otro camino que no sea el de la visión material y el del tacto. Una fe espiritual llena de vida echa tan pocas raíces en un carácter sensual como un grano de trigo en una roca de granito; como la roca no posee humedad que remoje el grano liberando así el germen, la semilla continúa siendo cierto tiempo lo que fue, para después secarse por falta de nutrición. ¿De qué te sirve todo tu saber y la obediencia de tu inteligencia, a la que llamas fe, si tu espíritu no participa en ello?
2. Toda persona tiene una capacidad de conocimiento doble: una externa que, en cierto modo, es el intelecto exterior del alma. Con esta capacidad de conocimiento nunca se podrá comprender ni asimilar la naturaleza divina, porque esta capacidad propia le fue dada al alma sólo para separar su espíritu del espíritu de la Divinidad, precisamente para que durante un cierto tiempo la Divinidad le quedara oculta. Si una criatura, o mejor un alma, pretende encontrar a Dios mediante esta capacidad negativa, se aleja de él proporcionalmente a su insistencia en este camino.
3. Sin embargo el alma tiene otro don que no reside en su cerebro, sino en su corazón. Se trata de una fuerza interior que consiste en una voluntad propia, en el amor y el poder imaginativo derivado de esos dos elementos psíquicos. Cuando asimila la noción de la existencia de Dios, tal conocimiento es abarcado repentinamente por el amor y retenido por la voluntad: la fe.
4. Esta fe viva despierta al espíritu que comienza a analizarla: tan pronto como la reconoce y la asimila, se eleva como Luz poderosa de Dios, penetra el alma y transforma en ella todo en Luz. Esta Luz es propiamente la fe por la que toda alma llega a la bienaventuranza.
5. ¿Acaso has oído ya hablar de esta verdadera fe? Respondes en tu interior: “No, porque considero imposible pensar con el corazón”. Realmente debes considerarlo irrealizable.
6. Para conseguir pensar con el corazón, es preciso cierto entrenamiento que consiste en despertar constantemente el amor a Dios. Este amor fortifica y dilata el corazón, soltando las ataduras del espíritu, de manera que su Luz -todo espíritu es una Luz de Dios- se desarrolla libremente poco a poco. Cuando la Luz del espíritu comienza a iluminar el recóndito sitio vital del corazón, surgen cada vez más nítidos en las paredes del corazón, los innumerables tipos primarios, procedentes de Dios, en formas espirituales para que el alma los perciba. Tal visión psíquica en el corazón produce una nueva calidad del pensamiento; el campo de visión del pensamiento se dilata según el anhelo y las piedras de escándalo desaparecen a medida que penetra la inteligencia. Ya no se necesitan pruebas, pues la Luz del espíritu ilumina las formas internas de manera que ya no proyecten sombras y, así, el menor atisbo de duda es barrido para siempre.
7. De esta manera es la fe verdadera y viva en el corazón. Verdadera porque se origina en la Luz inconfundible del espíritu, y viva porque en verdad sólo el espíritu es vivo en el hombre.
8. En esta fe reside la fuerza extraordinaria de la que se habla en los Evangelios.
9. Para alcanzar esta fe salvadora es necesario dedicarse con celo riguroso al referido entrenamiento para adquirir una buena práctica. Pues si el hombre se dedica excesivamente al desenvolvimiento intelectual, y por ello sólo cuida de las cosas terrenas, debe encontrar imposible pensar con el corazón, mayormente cuando trae en la cabeza a Hegel, a Strauss, a Ronge, etc.
10. Dicho esto, hay motivos de peso para alegrarse de una pureza evangélica. No se puede ser glotón y mucho menos impúdico, pues la lascivia y la impudicia matan el espíritu impidiendo para siempre el libre desarrollo de su Luz, razón por la que los obscenos, sobre todo en su madurez, se vuelven completamente imbéciles y sólo consiguen disfrutar de momentos de placer cuando ven mujeres jóvenes.
11. ¿Acaso no te ocurría a ti en los últimos tiempos, en los que considerabas al sexo femenino destinado sólo a la satisfacción carnal? No considerabas tales placeres impuros como la única felicidad terrena por la que luchaste y falleciste? Y ahora, obligado a entrar en una vida puramente espiritual, no tienes base para ninguna edificación. A tu alrededor todo está vacío; tan vacío como tu corazón y tan inerte como tu recóndito sitio vital. ¿Dónde buscaremos la materia para construir un nuevo hombre dentro de ti?».
1. Dice Roberto: «Querido y estimado amigo: Por lo que veo te vuelves mordaz e incluso injurioso. Esta tendencia es común a los maestros, grandes o pequeños. En determinadas circunstancias pecan de groseros y a veces dicen a los discípulos que forman parte de los rumiantes, de gran parecido a los intelectuales. La historia nunca ha registrado caso alguno de que estos animales hayan despedazado un cordero pues no están sedientos de sangre, sino de paja y de heno. Poco ayuda a la formación del cerebro ese alimento imperfecto; por eso es por lo que el cerebro de los burros tiene poca materia gris mientras que en el de Sócrates la había superabundantemente.
2. Ya que me has hecho comprender que tanto fuera como dentro de mí todo está tan vacío como el cerebro del cuadrúpedo que alimenta su ser vital con heno y paja, no puedo dejar de pedirte que me digas sin rodeos si soy un burro.
3. Reconozco que nunca he tenido la fe interior tal como me la has explicado de manera concluyente. Pero ¿qué culpa tengo si nunca me la enseñaron? Si en vez de Hegel me hubiera hablado como Tú cualquier otro, no me habría vuelto filósofo y sí me parecería a Pablo.
4. No existiendo por lo tanto tal posibilidad y no imaginando nadie, según creo, que se pueda pensar con el corazón -tal vez hasta piense la rodilla o con el talón- tuve que reducirme a lo esencial y dirigir mis pensamientos para donde la naturaleza los había determinado. Como ser vivo pensé lo siguiente: Cada órgano tiene su fin y función; los pies no pueden substituir a las manos ni el trasero a la cabeza; el contenido del estómago no sustituye el del cerebro, ni las orejas el trabajo de los ojos, ni el corazón el de la lengua. Si a causa de ello vengo aquí completamente vacío, ¿qué culpa tengo?
5. Si empiezas a exigirme cosas que nunca pude conseguir en el mundo, pese a tu Sabiduría eres más ignorante que yo y poco podrás hacer por mí.
6. Además es pueril por tu parte señalar aquí mis fortuitos desvíos carnales y considerarlos la razón para considerarme tan inepto ante Ti. Si crees que esos placeres son tan pecaminosos, ¿por qué la naturaleza los puso en el hombre como al germen en la semilla?
7. El león no caza mosquitos porque la conciencia de su fuerza se lo impide. Siendo Tú uno de los mayores sabios, si no la misma Divinidad en persona -según tus palabras-, como simple criatura no comprendo cómo puedes hacer memoria de tales niñerías que no me parece que merezcan que se piense en ellas, ni siquiera en el tiempo del placer.
8. Físicamente el hombre tiene necesidades idénticas a las de un animal, cuya satisfacción le dicta la naturaleza con mano férrea. Encontrando dentro de sí un deseo irresistible -contra el cual todos los preceptos espirituales son infructuosos- es deber imprescindible del espíritu, facilitar a la carne la satisfacción de sus deseos ardientes, y en seguida el hombre podrá moverse en su propia esfera espiritual de manera más libre.
9. Si el espíritu cede sin embargo a los imperativos de la carne y alimenta cuanto satisface el tan perturbador instinto sexual para conseguir unas horas de sosiego, ¿puede ello ser pecado? Mayormente aquí, donde felizmente nosotros dos no seremos perturbados por tal apetito grosero puesto que, sin cuerpo, no habrá exigencias futuras en ese sentido.
10. Hablemos de otras cosas y dejemos nuestras pasadas flaquezas donde están. Podríamos charlar algo sobre las estrellas, pues me animará más que semejantes recuerdos.
11. Mi querido y muy estimado amigo, Dios y todo lo que acabes siendo para mí. Realmente no puedo quejarme de mi estado actual. No siento hambre, sed, ni dolor, y tu compañía me satisfará eternamente. Aunque no nos vendría mal encontrar un sitio más agradable para nuestros debates, pues aquí prevalece la nada. Aparte de estos montículos no veo ninguna otra cosa. Si encontráramos un prado con una casita de campo donde pudiéramos vivir, sería más provechoso, al menos para mí.
12. Las explicaciones sobre el sol y otros cuerpos cósmicos serían muy interesantes. Nada sin embargo de las circunstancias terrenales, que me llenarían de repugnancia y odio, de manera que finalmente no podría discutir contigo».
1. Digo Yo: «Escucha, querido amigo y hermano, eso no es posible porque aquí en el mundo de los espíritus sólo puede surgir aquello que el alma trae en su corazón. Si se está espiritualmente vacío como te ocurre a ti pese a tus protestas, no puede surgir el menor prado.
2. Además prefieres que te hable de los astros en vez de sobre tus equivocaciones. No lo dudo pues el alma prefiere los elogios aunque merezca críticas.
3. Créeme que hasta el elogio merecido es veneno para el alma y dañino para el espíritu. Si fuera tu enemigo te alabaría para perderte. Siendo tu mejor amigo estoy obligado a hablarte abierta y sinceramente. Todo adulador se vuelve un enemigo peligroso porque oculta un lobo voraz tras su máscara de amistad. No habrá mayor peligro que lo que resalta al alabar tus cualidades, pues tal actitud es como una puñalada mortal en tu propio corazón.
4. Por eso recomiendo rigurosamente a todos mis discípulos que no se dejen alabar incluso habiendo hecho todo lo que Dios pide, pues lo que convendría decir es que sólo son siervos inútiles.
5. Digo esto porque sólo Yo sé lo que el alma necesita hacer para liberarse mediante la emancipación del espíritu. En todo el infinito sólo existe un medio eficaz para tal fin, que se llama “humildad de corazón” en la plena acepción de la palabra.
6. La justa y perfecta humildad, cosa única útil al alma, excluye el elogio más modesto, incluso mudo, porque a través de él se alimenta el amor propio, esto es, incentivos para la perdición del espíritu, o sea, la muerte psíquica.
7. Si, por lo tanto, Yo te elogiara a pesar de que tus flaquezas terrenas merecen mi justa censura y, además, tuvieras grandes deseos de alabanzas, señal de que todavía quieres elevarte ante Mí para que Yo reconozca tu saber y respete tu sagacidad intelectual, ¿qué sería de ti?
8. Si tu intento se viera coronado por el éxito, ¿cuál sería el resultado? Tendría que alejarme de ti como vencido por tu fuerza superior, lo que en el mundo espiritual significa ser tragado por el oponente. En consecuencia estarías nuevamente solo y sería difícil que encontraras otra compañía, pues si Yo abandonara a alguien, jamás podría contar con compañía ninguna y la muerte sería su eterno destino.
9. Sin embargo tal cosa es imposible. Nadie puede enfrentarse a mi Sabiduría. Incluso el mayor sabio de todos los astros ha de inclinarse ante ella en lo recóndito de su alma. El más sublime arcángel aprovecha este orden porque todos los que desean ser felices deben ser humildes, no sea que el brillo de su sabiduría pueda reducir cualquier Sol a una bola hueca si se aproximan a él.
10. ¡Cuánto más careces tú de una verdadera humildad porque estas lejos de todo lo que te pudiera capacitar para tener la visión de un ser real! Considera pues todas las amonestaciones en general, y cualquiera de ellas más directa, sin despreciarte; pero confiesa tu culpa delante de Mí y humíllate, que progresarás así en minutos mucho más que en milenios por otros caminos. Reflexiona y dime lo que harás, pues tomaré las medidas necesarias».
1. Dice Roberto: «Amigo, tus palabras rezuman rigor y pareces tener buenas intenciones hacia mí, por lo que te debo la mayor gratitud. ¡Pero no comprendo que creas que no he sido bastante humillado! ¿No fui rebajado desde el nacimiento por toda clase de experiencias dolorosas hasta la última gota de sangre?
2. Cuando conseguí elevarme del polvo pese a todos los obstáculos se presentó la revolución en mi estado, que yo abracé con buena voluntad, sin dejar que por eso el gobierno me enalteciese. Después de que el levantamiento se hubo extendido a otros países fui a Frankfurt como diputado y representé a mi estado con mis conocimientos y capacidades. Nunca fue intención mía perjudicar a nadie sin ser útil a los pueblos según mi comprensión de entonces. Si realmente habrían sido beneficiados en el caso de que mi proyecto hubiera triunfado, es otra cuestión. Sin embargo pienso que ningún Dios me condenaría por mis buenas intenciones.
3. Cuando también en Austria se produjo la revuelta, consideré que podía abrazarla como había hecho en mi patria y decidí dirigirme a Viena.
4. Al llegar allí encontré una situación muy diferente de la que pensaba: el pueblo estaba oprimido y se quejaba de la falta de honestidad de su regente. La más nefasta y voraz opresión se manifestaba en todos los príncipes, aristócratas, comerciantes y judíos. Quien procuraba defender los derechos de los pobres era encarcelado como revolucionario y fusilado, como yo tuve la “honra” de serlo. ¿Qué honra será ésta, por la que un hombre culto y respetado es conducido como si fuera un criminal despreciable hasta la plaza, delante de la multitud, y allí recibe una bala en “gratificación”? Por lo tanto creo que he sido bastante humillado.
5. ¿O tal vez me engaño? Resulta imposible en esta situación mía, pues dudo que haya alguien más rebajado y humillado que yo.
6. Nada tengo salvo a Ti, mi apreciado amigo. Eres todo: mi consuelo mi mayor riqueza, mi única recompensa por todos los sufrimientos y vejaciones. Y en vez de consolarme avivas en mí reflexiones dolorosas, sólo para aumentar mi miseria. Esto, amigo mío, es muy duro de tu parte.
7. Puede que tengas las mejores intenciones y, si me fuera posible hacer lo que aconsejas, tal vez sería mi mayor y eterna felicidad. Piensa sin embargo que soy una criatura excesivamente desgraciada, carente de todo lo que pudiera elevar el ánimo, y formularás tus enseñanzas de manera tal que no me asustes demasiado.
8. También dejaré de elogiarme, hasta en pensamiento. Todas mis acciones habrán de recibir el sello de la mayor torpeza y maldad y, si lo pides, seré lo más despreciable de todo el infinito.
9. Pero no me abandones para no aumentar mi desgracia. No amenaces con alejarte, sino fortaléceme con la seguridad de que nunca me abandonarás y te prometo hacer lo que exiges. Si pequé en la tierra castígame y humíllame en el mayor grado, pues nunca dejaré de amarte».
1. Digo Yo: «¡Está bien, querido amigo y hermano! Permaneceremos juntos, pero no en la situación actual, impracticable en el futuro, pues no sería útil para nosotros dos.
2. Dentro de ti descubro un cambio bueno, y te aseguro que mejorarás dentro de poco. Es preciso que asimiles lo que te revelo y que lo hagas con el corazón, lo que te permitirá tener ideas más claras sobre asuntos diversos.
3. En el Evangelio, por ejemplo, Juan Bautista dice lo siguiente: “No merezco desatar las correas de las sandalias del que viene; bautizo sólo con el agua: Él lo hará con el Espíritu de la Verdad, el Espíritu de Dios, para la Vida eterna. Este altísimo sucesor mío crecerá entre vosotros y dentro de vosotros, y yo disminuiré”. ¿Cuál sería el sentido de las palabras del mayor de los profetas?».
4. Dice Roberto: «Apreciado amigo, si lo supiese nunca habría llegado al estado actual.
5. Precisamente a esos textos que no comprendo se les culpa de dudar de tu Divinidad, razón por la cual me hice neocatólico.
6. ¡Así que ten la bondad de explicármelos!».
7. Digo Yo: «Pues bien, escúchame. Juan Bautista es en el organismo de la Iglesia lo que en el hombre representa la inteligencia mundana que debería ser en todas las criaturas como la de Juan. Así como él preparó el camino para Mí, una inteligencia exterior bien equilibrada debe marcar el itinerario hacia el razonamiento del corazón que es parte Mía, porque Yo mismo tomo este razonamiento del corazón de mi Espíritu y, como buen sembrador, lo pongo en el suelo del corazón, un suelo que es el amor, fertilizado por la humildad y la mansedumbre.
8. Juan es la voz que clama en el desierto, lo que representa a un intelecto exterior, porque el mundo del cual este saca sus primeros conocimientos es un desierto, condición imprescindible, porque de no ser así, ningún ser humano podría soltarse de Dios para entrar en una vida autónoma. De modo que tal intelecto externo -que en parte toma sus ideas y criterios de este desierto y en parte también de revelaciones más o menos directas de los Cielos- es también la voz de uno que clama en el desierto; pues asimila las verdades que le están reveladas. De esta manera, a través de la fe, el intelecto exterior marca el itinerario hacia el razonamiento del corazón.
9. Este intelecto exterior y justo bautiza al alma con el agua de la humildad y de la obediencia; pero el raciocinio del corazón, en el que habita el Espíritu eterno de Dios, incuestionablemente bautiza despertando a este Espíritu, que es la verdadera Luz, la Verdad plena y más consciente, el Amor, y que lleva la Vida eterna.
10. Se sobreentiende que es preciso que el raciocinio exterior disminuya y finalmente sea preso y crucificado, en tanto que el verdadero raciocinio del corazón, representado por mi persona, crezca en el corazón de cada individuo hasta hacerse un árbol maravilloso de Vida verdadera y eterna en el que se encuentra el conocimiento perfecto. Claro es que el raciocinio exterior no merece desatar las correas del raciocinio del corazón, al igual que la luz de una lamparilla es insignificante comparada con la del sol a mediodía.
11. No mencionaré más tus actos terrenos, justos o injustos. Derivaban de tu intelecto exterior en el que no podía penetrar la voz del que clamaba porque el fuerte vocerío del desierto por fuerza tenía que asfixiar al propio Juan, o sea a mi doctrina revelada. Pues si un gran huracán se levanta en el desierto, rugiendo y desencadenando tormentas poderosas, la voz del que clama fácilmente es ahogada, y el juicio y la muerte festejan su cosecha.
12. Sin embargo para allá iré a fin de salvar lo que sea posible, no por el camino preparado por Juan, sino como rayo como en tu caso. Quien acepte la Luz del rayo será salvo; quien no lo haga perecerá; se ha dirigido a una senda por la que difícilmente alcanzará la meta que Dios le ha impuesto.
13. Tú aceptaste la Luz de rayo, por eso el Salvador, personalmente, se acercó a ti, conduciéndote por el camino justo. Es necesario que le sigas y no le pongas dificultades mediante tu raciocinio exterior, de lo contrario retrasarás la conquista final de tu destino, impuesto por el propio Salvador.
14. ¿Qué harás ahora tras la explicación de esos textos que, según tu propia confesión, ocultaban a aquel al que deberías reconocer de manera integral?».
15. Tras reflexionar, Roberto dice: «¡Oh, amigo, infinitamente más que amigo, la Luz comienza a hacerse en mí! ¡Señor, Señor, Señor! ¿Cómo puedes permanecer junto a mí que soy pecador?
16. ¿Qué fue lo que cegó mi mirada impidiéndome reconocerte, aunque ahora mi amor hacia Ti me diga que eres más de lo que mi inteligencia miserable podía comprender? Un demonio, o lo que fuere, siempre me puso una venda en los ojos. Sólo ahora reconozco el infinito abismo que hay entre yo y Tú. Sólo puedo decir: ¡Señor y Dios mío, sé misericordioso con este pecador miserable y necio!».
1. Digo Yo: «Querido hermano y amigo, tus pecados te son perdonados por haberte humillado hasta el punto de renunciar al valor de tu intelecto exterior, aceptando el raciocinio del corazón. Por ello jamás removeremos tus faltas terrenales.
2. Acabas de iniciar una nueva época en tu vida y habrás de pasar por otras pruebas de libertad. Tendrás ocasión para despedirte de tu antiguo y mundanal “yo”, haciendo surgir el interior, procedente de Mí.
3. Hasta entonces no tendrás compañía, tampoco base donde asentar tus pies. El suelo que ahora pisamos nosotros dos corresponde estrictamente a los principios que absorbiste de mi Evangelio en tanto que neocatólico. Yo mismo me presenté como me habías imaginado con la ayuda de tu inteligencia, esto es, sólo como un sabio maestro de la antigüedad. No era posible continuar de esta forma y tuve que llevarte con enseñanzas diversas al punto que te llevó a reconocer lo que fui y lo que seré por toda la eternidad.
4. Para entrar en el verdadero Reino de los Cielos debes vivificar este conocimiento por el verdadero amor al prójimo y, de ahí, por al amor a Mí.
5. Por tal razón te llevaré a cierto local en el que convivirás con otros. Serás propietario de un vasto terreno, con una casa confortable, en una de las calles principales y en zona apacible. También tendrás servidumbre que ejecutará todas tus órdenes.
6. En tu casa se presentarán muchos viajeros de la Tierra. Encontrarás amigos y enemigos. Procura recibirlos con amor justo facilitándoles lo que necesitan por ser mis hijos y tus hermanos. Así anularás los yerros cometidos en la Tierra, no debidos a tu voluntad sino a la ignorancia espiritual. Yo mismo volveré para decirte: Como supiste cuidar bien de esta pequeña organización doméstica, te será confiado algo mucho mayor.
7. Ante todo, guárdate de la ira, de la venganza y de sentimientos impuros, para lo que no te faltará ocasión; así cumplirás tus nuevas tareas de vida, dando principio a la verdadera y eterna felicidad.
8. Además, abstente de la curiosidad, que no mejora el espíritu sino que lleva a la maldad y la ignorancia. Siempre que flaqueen tus fuerzas, entrégame el problema, que recibirás auxilio. Ahora lo sabes todo. ¿Estás contento con mi plan? Entretanto podemos encaminarnos hacia tu futuro hogar».
1. Dice Roberto: «¡Oh Señor, mi amor eterno y único! Estaré de acuerdo con todo lo que decidas para mí, pobre pecador, pues sólo será Gracia y Misericordia. ¿Qué soy ante Ti? ¿Qué es el polvo ante aquel que extiende su poder por el espacio infinito y lo llena con innumerables milagros de su Amor y Sabiduría? ¿Cómo, pues, no estar de acuerdo con lo que decidas? Señor, mi vida, tu nombre será santificado y se hará tu Voluntad.
2. Haré todo lo que me sea posible pues Tú, mi Dios y mi Señor, me lo mandas personalmente.
3. Sin embargo tu posible alejamiento me será doloroso. Pero siendo Voluntad tuya, vuelve cuando mi corazón sea más digno de lo que ahora es y tenga ocasión de librarse de vergüenza por la gran ceguera de no haberte reconocido, incluso de haberse enfrentado a Ti con interpelaciones espurias.
4. ¡Oh Señor, mi gran necedad paraliza mi necia lengua, pues mal puedo hablarte. Hágase pues tu Voluntad santísima».
5. Digo Yo: «Está bien mi querido hermano».
6. Interrumpe Roberto: «¡Oh Señor, trátame de polvo, pero nunca de hermano! ¿Cómo podrían el polvo y la nada ser hermanos tuyos?».
7. Yo respondo: «No te inquietes, pues sé muy bien la manera por la que eres mi hermano verdadero. Veo que algo se acaba de formar en tu corazón; así no estaremos alejados el uno del otro durante tu próxima prueba. Cuando el Amor se proyecta en la persona, como ahora ocurre contigo, pocas piedras de escándalo encontrará en su camino.
8. Mira, querido Roberto, todos tus pecados han sido revocados y Yo te amo sobremanera porque me dedicas todo tu amor. ¿Cómo podría abandonarte? ¡Nunca!
9. Tu amor sincero me obliga a morar contigo para, juntos, trabajar. Y quedarás exento de muchas cosas que tendrías que sufrir: a quien mucho ama, mucho le será perdonado. Harás frente a la prueba que te dije, pero estaré a tu lado. ¿Te agrada esta proposición más que la primera?».
1. Insiste Roberto: «Señor, no me trates de hermano, ¡no merezco Gracia semejante!».
2. Yo respondo: «Déjalo ya, pues dentro de ti vive mi semejanza y por tu amor estás en Mí y Yo en ti, unidos por el Amor. Esta unión es como un hermano justo. Aunque cada cual sea un individuo cabal, ello no es obstáculo al más íntimo hermanamiento, o sea, a la unión por el Amor. Sólo existen un verdadero Amor y un verdadero Bien; ambos son idénticos en todos los ángeles y espíritus bienaventurados, por lo tanto también en Mí. Esta semejanza completa se llama “hermano”.
3. A causa de tu amor sincero hacia Mí, eres mi hermano verdadero. Así traté en la Tierra a todos los que me seguían activamente, no por mera cortesía, sino por su auténtico fundamento. Así que no te impresiones porque te llame de esta manera, ya sabes por qué.
4. Dime sólo si prefieres mi segunda proposición».
5. Dice Roberto: «Oh Señor, Padre santísimo y bondadoso de todas las criaturas y ángeles, nada más hay que decir. Sea lo que fuere aquello que decidas, siempre será lo mejor porque eres la Bondad infinita en persona. Va de sí que me gusta más la segunda propuesta que la primera, pues sentir tu ausencia, aunque sólo sea temporalmente, no puede agradar a una criatura que te ama tan intensamente.
6. Ya que eres infinitamente misericordioso, te pido desde lo más hondo de mi corazón que me digas lo que debo hacer para volverme más digno de tu Amor».
7. Digo Yo: «Escucha, querido hermano, seguro que en la Tierra oirías hablar del deporte llamado “tiro al blanco”. Dices que sí; y hasta es posible que ganaras un premio. Bien, si todos tuvieron que depositar una cierta cantidad para competir, ¿por qué fuiste tú el vencedor?
8. Respondes en tu interior: “¡Porque acerté el blanco! El propio organizador no sacó beneficio alguno porque las cuantías sólo revertían a su favor si no hubiera habido vencedor. De todas formas se alegró de mi victoria”.
9. Bien, mi querido hermano, lo mismo pasa conmigo. Soy el eterno benefactor de todas las criaturas, mayormente de mis hijos. El blanco es mi Corazón paternal; los tiradores son mis hijos; sus armas sus propios corazones y el premio soy Yo mismo y la Vida perfecta y eterna surgida de Mí.
10. Respecto a los hijos, ¿qué es lo que tienen que hacer para conseguir el premio final? Sólo cargar sus corazones de amor y hacer blanco en el centro de Mí. Es fácil porque ya tienen el mejor avituallamiento en su interior recóndito vital. Y todavía es más fácil participar en esta competición conmigo porque no necesito que se depositen monedas y facilito a todos el acceso libre.
11. Según tus afirmaciones, en el mundo fuiste tirador de primera, de manera que también en esto lograste alcanzar el centro de mi Corazón con el tuyo y por lo tanto tienes todo lo que exijo de ti, esto es, verdadero amor. Sólo él te dignifica en mi Amor recíproco porque es el único mérito que tomo en consideración para tanto. Además de éste, ¿qué méritos pudieran aún ser necesarios para conquistar mi Gracia? ¡Tranquilízate! Si estoy satisfecho contigo, ¿qué más podrías aún hacer digno de Mí?
12. La manera como habrás de transmitir mi Amor a tus semejantes será asunto tuyo en lo que, sin embargo, no te cabe mérito alguno. Semejante perfeccionamiento de tu naturaleza te es posibilitado para que te vuelvas más feliz, por lo tanto, en tu propio beneficio. Nunca podrás pensar sin embargo en volverte más digno de mi Gracia, porque no es posible hacer algo mayor que amarme sobre todas las cosas, única exigencia que te pido, como a todos.
13. Queda pues tranquilo y no pienses en méritos mayores, pues no los necesito; y ahora presta atención a lo que aparecerá ante tus ojos.
14. Todavía nos encontramos en este pequeño mundo y no ves nada aparte de este punto de partida. Pensabas que era un pequeño cometa del que en trillones de años surgiría un planeta por la fuerza de atracción de mi Naturaleza, acumulándose átomos venidos del éter a mi alrededor. Sin embargo, este no es el caso.
15. Este mundo pequeño y estéril ha surgido de ti y corresponde a tu estado íntimo en el que todavía Yo soy lo mejor. Tu suelo psíquico es pequeño y débil y Yo en él apenas soy mera criatura.
16. Ahora que tu corazón me reconoce y se inflama de amor por Mí, este pequeño mundo se transformará inmediatamente en uno mayor, más sólido y rico.
17. Todavía mantengo tu venda interna para impedir que la fuerte Luz de tu espíritu se proyecte en el alma. Sin embargo cuando eso acabe, al igual a como se rasgó el velo del Templo, liberando al santísimo, de repente verás un mundo diferente, extasiándote en todo. Presta atención».
1. Roberto miró con gran atención alrededor suyo buscando una zona mejor; no apareció nada todavía. Forzando aún más la vista, miró hacia arriba, esperando que algo pudiera surgir del Cielo. ¡Pero ni aún así apareció nada!
2. Pasado algún tiempo se vuelve hacia Mí y dice: «¡Maestro eterno y creador del infinito, mi santo y querido Padre! Mis ojos casi se me saltan de las órbitas, pero nada veo. ¿Cuál será el motivo?
3. Si fuera tu Voluntad, ilumíname; ¡quítame la venda de los ojos!».
4. Digo Yo: «Pues bien, hermano mío, ¡que se abra tu vista! ¿Qué me dices ahora? ¿De dónde viene una zona semejante? ¿Te alegras con ella?».
5. Conteniendo apenas su alegría, Roberto ve con toda nitidez llanuras maravillosas: cordilleras deslumbrantes rodean el horizonte: en medio de los valles divisa colinas a cuyos pies se extienden pequeñas casas de aspecto agradable. En las cercanías hay una gran mansión ubicada en un extenso jardín florido y una huerta exuberante. Esta región admirable está abovedada por un cielo azul clarísimo en el que todavía no se ve el Sol. En contrapartida se halla tachonado por innumerables estrellas, la menor de las cuales brilla más que Venus en su época de mayor resplandor, razón por la cual el paisaje, a la luz de millares de estrellas, se ve mejor que uno de la Tierra al mediodía.
6. Roberto no para de extasiarse y sólo después de un rato cae de rodillas y, embebido de amor, dice con ardor intenso: «¡Señor, Dios mío!, ¡Creador omnipotente de maravillas jamás pensadas! ¿Cómo empezar y dónde terminar mi alabanza y gratitud eternas? ¡Qué inmensas deben ser tu Sabiduría y Fuerza que hiciste surgir tal creación con una simple señal! Y sin embargo continúas a mi lado con la mayor simplicidad! Justamente no aparentar más que un simple hombre te hace más querido, amable y adorable. ¡Y sin embargo, cuando hablas, innumerables mundos, soles, ángeles y miríadas de otros seres se proyectan de tu boca en una gloria sin par!
7. Señor, ¿quién podrá asimilar y comprender tu Amor, Sabiduría y Omnipotencia? Dios mío, sólo soy un pobre pecador y sólo puedo amarte con toda mi alma. Malamente sé lo que hacer ante el gran Amor que me inspiras. Mi querido Jesús, ¿quién, en el mundo, podría comprender que Tú eres justamente el Ser supremo y eterno?
8. Y estás junto a mí, pobre pecador, maldito y juzgado por causa del mundo. ¡Amor de todo amor! ¡Señor, Padre y Dios! ¡Y me llamas hermano!
9. Tu Amor es demasiado grande. ¿Cómo puede un condenado permanecer junto a Ti?
10. Dame fuerzas para poder amarte por esta Bondad y simplicidad infinitas como el fuego de todos los Soles que abarca el espacio eterno».
11. Digo Yo: «Mi querido hermano. Mi Corazón se alegra de que me alabes de esta manera porque he quitado la venda de tus ojos, lo que te permite contemplar un paisaje más maravilloso que el más precioso del orbe terráqueo y más claro que el sol de la tierra prometida.
12. Tu amor intenso es la alabanza más agradable para Mí, pues solamente a través de este amor soy accesible como Padre de mis hijos, ¡por el saber, nunca!
13. Todo el saber de los incontables ángeles y espíritus es ante mi Sabiduría menos que una gota de lluvia comparada con el eterno mar de éter que llena el espacio infinito.
14. Amarme según mi Orden y expresar tus alabanzas es justo pero innecesario. Todo lo que aquí ves es obra tuya. Sólo es mía también porque tú eres mi criatura. Aisladamente considerado es tan obra tuya como todo lo que hiciste en la Tierra.
15. Te preguntas en tu interior: “Señor ¿cómo es posible? Si esto fuera obra mía, debería tener conciencia sobre el cómo, pero no tengo ni la menor idea”.
16. Es justo que no comprendas semejante hecho, sin embargo no importa. Lo mismo hiciste en la Tierra mediante la procreación, cada una más maravillosa que todo lo que aquí ves. ¿Sabías acaso que, con los simples actos, realizabas milagros cuya grandiosidad estás lejos de comprender, y cuáles eran los designios que abarcaban en sí?
17. ¡No mientras fuiste tú y no Yo el creador de tus hijos!¡ Soy la Causa única del plan y del Orden por el que surge una criatura; sin embargo todavía la voluntad de los hombres tiene que realizar el acto. Por ello no te admires cuando afirmo que ésta es tu propia obra, y que, por lo tanto, todo es tuyo. Si aún no eres capaz de comprenderlo, el tiempo espiritual te ayudará a ello. Ahora a otro asunto».
1. Prosigo: «¿Ves aquí la gran y rica vivienda en la que morarás? Temporalmente viviré contigo, cosa que no debe impresionarte, pues siempre estaré presente en cuanto me llames en tu corazón, lo que significa que no me alejaré de ti.
2. Además, no estarás solo aun cuando no me veas junto a ti; en tu casa encontrarás una asamblea tan grande como nunca podrías imaginarla. Igualmente toda esta zona está habitada.
3. Te advierto que hay grupos formados por personas radicales y será incumbencia tuya llevarlos al mismo camino por el que yo te he conducido. Si tienes un éxito completo, descubrirás maravillas ignoradas por ti y entrarás en tu propio interior recóndito de tesoros y milagros.
4. Antes que todo, ten cuidado en no descubrirme ante los que aquí lleguen dentro de poco. Ninguno me conoce porque su fe es menor que la tuya de antes. Y si me descubrieras sufrirían perjuicio en vez de beneficio.
5. Sígueme pues por el jardín; a la puerta de tu casa encontrarás lo que te he dicho».
6. Tomo la delantera a Roberto, que me sigue lleno de amor, veneración y humildad.
7. Cuando llegamos a la puerta que da a un vestíbulo ricamente adornado, está invadida por innumerables personas de ambos sexos que gritan «¡Viva nuestro querido Roberto Blum, el mayor amigo de los pueblos de Europa! ¡El primer y mayor alemán del siglo XIX! ¡Mil veces bienvenido, guía valeroso de millones de amigos contra los enemigos de la libertad humana! ¡Cuánto tiempo hace que te esperábamos y no aparecías, aunque sabíamos que nos habías precedido! Ansiamos vengar tu sangre y la nuestra en aquellos bárbaros déspotas que nos hicieron fusilar como perros. Hasta ahora carecíamos de jefe. Ahora eres el adecuado porque conoces las leyes de la naturaleza y del mundo espiritual. Organízanos según nuestras capacidades y condúcenos a donde podamos saciar nuestra venganza».
8. Dice Roberto: «Amigos, tiempo al tiempo. Ante todo mi agradecimiento por semejante recibimiento y gracias al Señor que me ha permitido encontraros aquí. Para empezar sólo os digo que también aquí todo tiene su tiempo. ¿Para qué abalanzarnos sobre quienes se consideran señores del mundo? Dejémosles tal ilusión algunos meses más Cuando lleguen aquí será oportuno discutir. ¿Comprendisteis?».
9. Ellos gritan: «Sea, pues en este mundo que para nosotros es enigmático y al que no sabemos como llegamos, continúas siendo el mismo hombre inteligente.
10. El lugar es realmente maravilloso, un verdadero paraíso, y sabemos porque algunos hombres amables nos informaron, que esta casa, con todo lo que vemos, es propiedad tuya. Preguntamos si las estrellas eran tuyas y respondieron afirmativamente. A continuación nos aconsejaron que esperáramos tu llegada en compañía de un gran amigo. Vosotros dos determinaréis nuestra actitud futura.
11. En absoluto silencio esperamos este momento en los vastos recintos de tu casa; cuando vimos que te aproximabas, interrumpimos la calma reinante.
12. Ten pues la bondad de indicarnos nuestra futura manera de actuar».
13. Dice Roberto: «Muy bien, se hará como decís. Me alegra mucho que tengáis buenas intenciones, cosa que os acarreará mayores beneficios que en la Tierra. Primeramente, permitidme entrar en mi casa, para, como dueño, inspeccionaría.
14. También tengo que pediros que no me saludéis con un “viva”, cosa absurda aquí donde iniciamos una vida eterna, nunca acompañada por la muerte. ¿Para qué semejante aclamación si ya recibimos la propia vida por la Gracia y Misericordia de Dios?
15. Vuestro futuro saludo será “Alabado y amado sea Dios, nuestro Señor en Jesucristo, que hasta ahora considerábamos una simple criatura, siendo sin embargo, desde eternidades, Dios único y Creador del infinito”. Si así lo hacéis, tendréis motivos para sentiros felices por una vida perfecta; porque las honras mundanas que me rindáis no os mejorarán en nada.
16. Acordaros de ello, sabiendo que Roberto no es un necio, por lo tanto sin fundamento para revelaros aquello mismo de lo que él dudó en vida. Soy, tanto aquí como en la Tierra, vuestro amigo sincero y por ello será más fácil para vosotros comprender mis palabras. ¿No es así? Creed lo que os transmito; pues sabéis que yo no acepto nada fácilmente, mayormente tratándose de religión y de fe».
17. Dicen ellos: «Aceptamos incondicionalmente todo lo que nos enseñes; también nos dijiste la verdad en Viena al aconsejarnos desistir de la lucha porque el enemigo era demasiado poderoso y flaca la defensa.
18. No te creímos y te lanzamos a la cara que eras un cobarde. No te alteraste y dijiste: “Blum nunca consideró la vida como un don sublime, no teme a diez mil demonios, mucho menos a esos mercenarios. A las armas quienes tengan el valor de morir a mi lado”. Tarde reconocemos, por desgracia, que lo que habías hablado era verdad. Ahora todo te lo creeremos y te pedimos que seas nuestro jefe y nuestro guía».
1. Dice Roberto: «Mucho me alegro que aceptéis con tan buena voluntad lo que os aconsejo. Por mi parte os aseguro que os daré las órdenes más equilibradas con las que alcanzaréis infaliblemente la vida eterna e indestructible si soy asistido por este amigo, que también lo es vuestro.
2. Naturalmente tendréis que pasar varias pruebas antes de volveros aptos al sublime destino fijado por el santo y eterno Creador de todas las cosas y seres para que os volváis hijos suyos.
3. Tened valor, constancia y un amor verdadero y perfecto hacia Él, nuestro Padre eterno. Así venceremos fácilmente todas las vicisitudes futuras y alcanzaremos el grado necesario que nos permita acercarnos a Dios, en Espíritu y en Verdad.
4. Hermanos míos, yo, vuestro sincero amigo, os digo: Lo que no me fue posible imaginar en la Tierra, se manifiesta aquí ante mis ojos y los vuestros de forma tan maravillosa que impide a la persona más locuaz transmitir lo que Dios reserva a quienes le aman. Todo lo que ahora veis no es sino una gota de lluvia en medio del océano.
5. Un sabio de la Tierra, con profunda veneración exclamó conmovido: “¡Qué riqueza! ¡Qué fuente inagotable de Cielos infinitos está depositada en el diminuto corazón de a quien en la Tierra se llama hombre. Si le fuese posible realizar sus ideas mediante el divino ‘Hágase’, ¡qué grandiosa sería la criatura! Sin embargo no existe en esa riqueza fantástica ni la menor vislumbre de la plenitud, profundidad y nitidez que el conocimiento humano podría pensar de Dios”.
6. Si aquel sabio pagano tenía un concepto tan grandioso del hombre y de ahí deducía la sublimidad divina, ¡cuánto más derecho tenemos nosotros a entregarnos a tales ideas! Primero porque por la Gracia divina nos encontramos fuera del miedo a la descomposición; segundo porque somos cristianos, destinados a entrar en el Reino de Dios.
7. Por desgracia no merecemos tal nombre y muchos de nosotros se avergonzarían de él, de lo que cabe atribuir la culpa a Roma y a nuestra propia ignorancia. Esto cambiará. Para nuestros corazones será la mayor honra pertenecer enteramente a Cristo.
8. Os digo que Cristo es todo en todo. Es el eterno alfa y omega, lo primero y lo último, el principio y el fin. Sólo Él es la Verdad, el Camino y la Vida de todos los seres, criaturas, espíritus y ángeles. En sus manos están todos los Cielos, los mundos y lo que vive en ellos. Por Él y por su Verbo santo y eterno podemos volvernos hijos de su infinito Corazón paternal. Sin Él no existe vida ni por lo tanto bienaventuranza. ¿Creéis en esto?».
9. Todos respondieron: «Sí; aunque no lo comprendamos, lo creemos; pues sabemos que no nos enseñarías algo que no fuera aceptado por ti íntegramente. Por ello, alabado sea Dios en las alturas por haberte proporcionado tanta comprensión y entendimiento.
10. Sobre todo nos ha agradado lo que has dicho de Cristo, pues sabes que lo venerábamos mucho. Era vergonzosa la manera como los curas católicos lo desvirtuaban, reduciendo sus acciones a su manera de entenderlas. No puede imaginarse Dios tan caprichoso, porfiado y airado que el Cristo presentado por esos monjes. Decían que exige rezar el rosario, las fatigantes letanías, las oraciones de los santos, los ejercicios espirituales, adorar las reliquias, confesiones sin fin, misas pagadas y otras tantas necedades para alcanzar el reino de los Cielos. En el siglo XIX no era posible aceptar todo esto, máxime si, como pobres obreros, teníamos ocasiones sobradas para ver cómo esos siervos de Dios no conseguían a causa de tantas privaciones volverse de frente al altar por lo gordos que estaban.
11. Aceptamos con gran alegría el Cristo que nos has descrito. Pudiera ser hasta Dios en persona pues, a nuestro parecer, es bueno, sabio y lo bastante poderoso para ello, especialmente si sus milagros no son cuentos de hadas.
12. ¿Cuál sería tu parecer y el de tu tan simpático amigo, que hasta ahora nada ha dicho, si un día mereciéramos ver al Cristo verdadero, por lo menos de lejos? Hermano, si ello fuera posible, tal y como sucede con la Magdalena y con los discípulos en el camino de Emaús, nuestra felicidad sería inmensa. ¡No podemos pedir que se presente a nosotros, tan impuros que somos!».
13. Dice Roberto: «Queridos amigos, ¡os digo que Cristo es el Ser supremo y el santísimo, lo mismo que lo fue en la Tierra! Pensad sólo que en el mundo fue sencillo y despreciado, y los perseguidos fueron sus amigos y hermanos. Todos aquellos a los que el mundo considera grandes e importantes siempre fueron para Él un horror.
14. Así que alegraos pues le veréis no sólo una vez sino durante toda la eternidad, gracias al amor que le tenéis. Creedme que se encuentra mucho más cerca de vosotros de lo que podéis imaginaros y, si me fuera permitido, os diría donde se encuentra. Pero todavía sería prematuro y podría perjudicaros. Esperad pues hasta que seáis más aptos para tanto. ¿Estáis satisfechos?».
15. Todos exclaman: «Perfectamente. Tampoco por ahora desearíamos encontrarlo sabiendo que no merecemos tamaña Gracia. Sin embargo lo haremos todo para conseguirlo. Acuérdate de nuestra condenable actitud en Viena y, si los curas católicos predicasen sólo la centésima parte del infierno real, no mereceríamos sino la eterna condenación. Siendo la Gracia divina, o sea la de Cristo, mayor de lo que se ha dicho, tenemos esperanza de alcanzarla. De modo que os damos las gracias a ti y a tu amigo por tal promesa».
1. Dice Roberto: «Sabía que era fácil tratar con vosotros, lo que me produce verdadera alegría. Continuad así, sed sencillos y mansos de corazón y pocas dificultades os presentará la meta determinada por Dios.
2. Ahora otro asunto. ¿Dónde se encuentran los tres compañeros de lucha Messenhauser, Jellinek y el Dr. Becher? Miré vuestro grupo, uno a uno, encontrando muchos amigos queridos; sin embargo a estos no los veo. ¿Sabéis si están en otra parte? Informarme al respecto para poder entrar en mi casa en compañía de estos amigos queridos».
3. Algunos responden: «¿Cómo puedes preguntar por esos canallas? No se encuentran en nuestra compañía y tampoco les aconsejamos que vengan pues serían mal recibidos.
4. ¿Crees que ellos tuvieron tu buena intención? Esos tres, que tanta importancia se daban como si pudieran dominar al mundo con el meñique, traicionaron apenas vieron dinero. Cuando consiguieron llenar la bolsa quisieron escapar a Suiza, dejándonos entregados a la ley marcial. Pero su plan fue frustrado y tuvieron el mismo destino que nosotros.
5. Sobre todo Messenhauser que fue el mayor traidor. Nos negó munición e indicó los puntos más vulnerables de las defensas de Viena dejando paso libre al enemigo. Por cierto que quiso representar el papel de salvador de los vieneses, cuando lo que hizo fue entregarlos al príncipe Alfredo del que esperaba una buena recompensa. Sin embargo otros fueron más aprisa al encuentro del mariscal, que no dudó en despachar para acá a Messenhauser. No sabemos por donde anda, afortunadamente no se encuentra en nuestro grupo.
6. Tampoco tenemos noticias de Jellinek ni del Dr. Becher, expertos oradores, a los que les cabe la culpa de que muchos otros tuvieran la misma suerte que ellos.
7. No, no nos preocupa su suerte; continuamos viviendo después de la muerte y no tenemos motivo para quejarnos. Nuestra existencia en la Tierra, que está llena de corrupción, afortunadamente se acabó. Pero si tuviésemos ocasión de encontrar a esos tres, les predicaríamos un buen sermón en dialecto vienés, pues su traición fue demasiado infame.
8. Es todo lo que sabemos; personalmente tú los conoces mejor que nosotros, dado que tuviste la oportunidad de hablarles varias veces, sobre todo a Messenhauser».
9. Dice Roberto: «Queridos amigos, siento muchísimo que no estén con vosotros. Además, absteneos aquí -el Reino de la Paz eterna, del Amor y la Bondad- de juicio alguno, sea el que fuere. Nunca podríamos dar nada que no hubiéramos recibido. Si todos damos lo que hemos recibido, o sea bienes y vida, no es posible que tildemos a otros de ladrones porque solamente recibieron un préstamo de lo que nos fue concedido. Si su actitud fue justa o no, dejémoslo a criterio del gran Dador, único y verdadero juez sobre sus bienes.
10. Por nuestra parte procuremos actuar como Cristo, el Señor, nos enseñó: hacer el bien a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen y recibir con amor a quien nos odia. Así seremos hijos de Dios y su Gracia nos acompañará para siempre.
11. ¿No decimos en nuestra plegaria: “Señor, perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”? Si actuamos así, Él nos perdonará los pecados. En cuanto hayamos perdonado, seremos redimidos de todo. ¿Estáis satisfechos?».
12. Todos dicen: «¡Perfectamente!».
13. Roberto dice: «Entonces dejadnos entrar».
1. En seguida Roberto entra en mi compañía en la majestuosa casa de tres pisos, además del bajo, todos en colores diferentes: el piso bajo verde claro con un friso blanco y rojo; el primero completamente blanco con decoraciones en amarillo claro y azul; el segundo, azul claro y adornos violetas y rosas. Y el tercero bermellón como la aurora, sin decoración ninguna.
2. Admirado, Roberto me pregunta en sordina: «Señor, ¿cuál es el motivo de esta variedad de colores? ¿Sólo expresan el gusto especial de los constructores del Más Allá? En Viena, Dresde, Berlín o Frankfurt, este estilo que aquí es deslumbrante sería tachado de chino o cosa parecida. Si es de tu agrado, desearía una explicación por tu parte».
3. Digo Yo: «Primero, hermano mío, en presencia de tus amigos huéspedes, debes hablarme solamente en tu corazón para no descubrirme antes de tiempo; pues si me reconociesen tendría que alejarme porque todavía son débiles para soportar mi presencia. Si deseas hablarme para proporcionarles conocimientos mayores, trátame de amigo y hermano, pero nunca de Señor, y, en breve, progresarás como ellos, lo que también es mi mayor deseo.
4. Referente a tu segunda pregunta, eres entendido en la interpretación de colores y flores y sabes lo que representan. Así que tu pregunta ha sido fútil, mayormente en presencia de todos.
5. Ten cuidado cuando en el futuro la conversación se refiera a mi persona; de lo contrario en vez de beneficios tendrían perjuicios. No debes basarte en sus afirmaciones como si estuviesen cerca de la perfección, sólo porque coinciden con las tuyas. Sucede justamente lo contrario.
6. Escucha, sé de muchos, aquí y en la Tierra, que están mejor informados sobre mi persona que tú. Sin embargo les soy tan indiferente como un viejo abrigo, y su amor hacia Mí es tan quebradizo que una tunanta con atractivos sensuales en seguida acabaría con él. No es poco mi trabajo para evitar ser completamente olvidado por semejantes partidarios.
7. Lo mismo sucede con tus amigos: todos son vieneses, es decir, sensuales y desordenados. Si les presentásemos una serie de pequeños milagros como los que hacen los prestidigitadores, si les proporcionamos una buena mesa, mozas voluptuosas en cuya compañía pudieran divertirse de acuerdo con su fuerte sensualidad, seríamos sus amigos excelentes, e incluso indispensables. Sin embargo nada de asuntos más serios o verás como nos abandonarán uno a uno. Entre las criaturas las hay tan licenciosas que renunciarían fácilmente a los Cielos si pudieran conquistar a una joven. En este punto tendremos ocasión de conocerlos más de cerca y nos darán mucho trabajo. Será preciso administrarles el primer grado del infierno para que se libren de la voluptuosidad. Antes, sin embargo todo se hará en el marco de su libre albedrío; si tal medida no surte efecto, tendremos que aplicar medios más drásticos. Por lo tanto sé prudente y no me descubras, ni siquiera con gestos; para que obtengamos los resultados indispensables trata ante todo de llamarles la atención sobre la sensualidad y sus consecuencias. También Yo los trataré pero durante mucho tiempo no deben saber quien soy.
8. Vayamos ahora a la explicación del colorido de los diversos pisos de tu casa: el bajo, de un verde lujurioso, representa el estado espiritual de la naturaleza, cuyo significado principal es la esperanza, revestida de fe y de amor. El primer piso corresponde a la fe pura y verdadera, envuelta en la serenidad y la constancia. El segundo, a la actividad amorosa surgida de la fe pura, idéntica al corazón celestial, por la cual se manifiesta la acción constante del Amor sobre los corazones comprensivos. Por eso es el piso mejor adornado y está cubierto por una profunda sabiduría celestial -violeta- y por el amor desinteresado al prójimo, color rosa. El tercero manifiesta el bermellón, virgen, o cielo de amor y de inocencia, en cierto modo el verdadero Cielo, donde habito con los que me aman sobre todas las cosas. Por tal razón carece de adornos, porque la naturaleza de su color contiene todas las perfecciones imaginables, siendo Yo la única decoración.
9. Ahí tienes la interpretación de los colores de tu casa. No preguntes nada más pues a medida que subas los pisos te será revelado todo aquello que no comprendas.
10. Entremos pues en el piso bajo a fin de prepararnos para el primero. Podrá acompañarnos quien quiera. ¿Has comprendido?».
11. Dice Roberto: «Sí, hermano, y todo será respetado por mí. Todavía me extraña que entre esas simpáticas criaturas las haya tan contumaces y volubles».
12. Digo Yo: «Amigo mío, motivos sobrados tendrás para admirarte de la índole de las almas de este mundo. A las más atractivas las encontrarás vestidas de hábitos blanquísimos, mientras que en su interior son lobos, leones, hienas, osos y tigres. Pero ¿qué me dices de la entrada en el piso bajo?».
1. Dice Roberto: « Oh, amigo y hermano! ¡Qué maravilla! El exterior de la casa no da la impresión de que contenga salas tan vastas y deslumbrantes. Y que vista tan magnífica se tiene desde las enormes ventanas. ¿Y el jardín? En el horizonte montañas majestuosas. ¡Y las casitas que circundan los valles!
2. Pero ¿qué veo desde la primera ventana? ¡No es posible! ¡Qué falta de compostura! Un grupo de muchachas se solazan con los hombres. ¡Es demasiado! Tenemos que expulsarlos».
3. Digo Yo: «Son tus vieneses que antes coincidieron con tus palabras. Prefirieron quedarse fuera para divertirse a su gusto. Ves que ninguno nos acompañó pues esas meretrices les agradaban más que nosotros y que tus consejos, y así continuarán durante mucho tiempo.
4. Si les echas un sermón, de nuevo te prestarán atención, aparentemente. No existen pecadores más difíciles de convertirse que los impúdicos, porque son accesibles siempre y cuando no sean estorbados en sus tendencias. En cuanto les prohibes tales indecencias quedarás aturdido por sus reacciones. Dejémosles satisfacer sus bestialidades para preguntarles a continuación el motivo por el que no nos han seguido. ¡Verás las disculpas que presentarán!
5. Pero antes permitiremos la aproximación de algunas mujeres depravadas y te asegurarás hasta que punto llega la impudicia».
6. En el mismo instante entraron doce cortesanas por el jardín. Inmediatamente hubo un fuerte griterío de regocijo y los hombres se abalanzaron sobre ellas como tigres sobre sus presas.
7. Roberto casi explota de irritación y quiere intervenir. Precavido, consigo detenerlo y con ello se queda a mi lado, echando de vez en cuando una ojeada por la ventana.
8. Transcurrido algún tiempo se vuelve hacia Mí y dice: «Señor, ¡basta! No soporto más esta escena. Con todo, no mejoro a esos canallas con mi aborrecimiento y reconozco que he actuado neciamente.
9. Ciertamente podrías modificar esta situación si tu Sabiduría lo considerase justo y bueno. Como eres la máxima Paciencia, Amor y Bondad en persona, contemplas semejantes escándalos con una calma tal como si jamás pudiesen aborrecerte. ¿Por qué debo alterarme entonces? En adelante no haré nada, incluso si actúan mil veces peor.
10. Pero apenas comprendo como semejantes indecencias pueden hacerse pasiones en personas educadas. También fui hombre con inclinaciones sexuales, y las satisfacía de vez en cuando. Sin embargo nunca mis actos llegaron hasta un extremo tal de pasión. Siempre me avergonzaba, recriminándome de la siguiente manera: “Roberto ¿qué haces? En todo debes ser un hombre íntegro y, entretanto, lo que eres es un animal. Basta con que veas una cara bonita y seas provocado por miradas seductoras, y ahí se va tu dignidad”.
11. Así eran mis autoreprimendas, generalmente motivadas después de abusar del alcohol. Pero estos de aquí actúan con verdadera voluptuosidad, avergonzando a los mismos animales.
12. Lo que más me intriga es que los viejos son los más lanzados. Mira aquellos tres debajo de la higuera. ¿No terminarán esas obscenidades?».
13. Digo Yo: «¡Un poco de paciencia! Voy a mandarles algunas mozas, físicamente provocadoras pero más melindrosas, y verás la actitud de tus paisanos».
14. Dice Roberto: «No hay que ser omnisciente para adivinarlo. Pues sus acciones serán peores que hasta ahora. No miraré más cuando empiece la caza. Señor, ¿a dónde llevará eso? ¿Acaso no se cansarán nunca? ¿O se transformarán en verdaderos animales?».
15. Digo Yo: «¡Calma! Sobre todo ello recibirás orientaciones. Sólo debes comportarte como un espectador sereno. A medida que vaya abriendo tu visión, comprenderás cómo debe actuarse aquí para transformar en criaturas a tales cerdos. Lo que el Amor no consigue, será incumbencia del infierno, o sea, de la condena propia de cada alma. Silencio, que ahí vienen ellas».
16. Volviéndose hacia la ventana, Roberto observa el grupo de muchachas recién llegadas y, tras una corta pausa, dice: «Esas veinte representantes del sexo femenino no dejan nada que desear, hablando mundanamente. Las tres de delante van vestidas de bailarinas y quizás ejecuten un “paso a tres” para aumentar la voluptuosidad de esos hombres. Tengo ganas de avisarlas de que esto no es preciso pues ellos no necesitan estímulos.
17. Mejor sería a mi parecer que una caterva de leones ocupara el lugar de esas danzarinas, pues su aparición produciría otros efectos en mis amigos. Es extraño como se contienen ante esas estrellas de teatro que parecen imponerles respeto».
1. Apenas Roberto acaba de hablar, entran en nuestra sala veinticuatro bellezas femeninas, hacen una graciosa reverencia y preguntan si en este palacio hay un teatro en el que puedan dar algunas representaciones.
2. Roberto dice señalándome: «Él es el dueño, dirigiros a Él. Hace pocos minutos que me ha hecho morador de esta casa, de la que sólo conozco el presente recinto. Es realmente curioso que os ocupéis en artes inmorales en este mundo de los espíritus, en el que solamente deberíamos preocuparnos de Dios, el Señor, practicando el amor hacia Él para volvernos espíritus perfectos. ¡A mí me da lo mismo! Si es del agrado del propietario de esta casa, ¡haced lo que queráis!».
3. Dicen las tres primeras: «¿Pero... cómo? Ahí fuera alguien nos ha dicho que tú eres el dueño, por lo tanto el señor del palacio. Ahora dices que esto es de tu amigo».
4. Roberto responde: «Ya dije que Él es el dueño. Y quien haya dicho lo contrario es un completo ignorante. ¡Dirigíos a Él o desapareced!».
5. En seguida las mujeres me hacen la misma pregunta.
6. Y Yo respondo: «En el mundo de los espíritus todos son señores, esto es, propietarios de sus bienes. Como él es mi amigo y hermano, es posesión mía y Yo señor suyo y de todo que es suyo. Lo mismo puede él decir de Mí.
7. El que Yo conozca esta casa mejor que él tiene sus motivos; además estoy aquí hace mucho más tiempo que mi amigo.
8. Así es y os digo que en este caserón no hay teatro ni sala de baile ni de gimnasia. Sólo hay una sala de conferencias en el ala extrema del norte, provista de una trampilla por la que se pueden hacer desaparecer a los espíritus impuros que no quieren someterse al Orden divino. Si queréis bailar para los huéspedes que están en el jardín, podéis disponer de ese recinto. Tened cuidado de no ser atraídas a la trampilla de la que será difícil salir. ¿Habéis comprendido?».
9. Ellas responden: «Querido amigo, no podemos arriesgarnos a un peligro semejante; ¿no podrías aceptar que representemos nuestro sublime arte en el jardín?».
10. Digo Yo: «Ahí podéis contorsionaros a voluntad que no nos opondremos. Pero aquí dentro eso no sería posible».
11. Un de ellas se adelanta: «Amigo, cuando estábamos vivas lo pasamos muy bien como verdaderas diosas de las metrópolis. Todos los que tuvieron ocasión de vernos quedaron extasiados. Además de los favores de los reyes, reunimos grandes fortunas que fácilmente nos habrían bastado durante mucho tiempo. Pero nos retiramos para saborear el fruto de nuestros esfuerzos y fuimos acometidas por una dolencia fatal que acabó matándonos.
12. Hace treinta años que estamos en este miserable mundo espiritual, en el que padecemos mucho. No hay medios de vida y siempre recibimos la misma repuesta que nos dais. Amigos, el hambre es dolorosa. No queremos ganarnos el sustento de forma inmoral, somos cosa mejor. Sobre todo no queremos nada con gente como la que está ahí fuera, pues nunca satisficimos los deseos de los príncipes por mucho que nos asediaran. Nadie quiere ayudarnos ni tan sólo con un poco de agua; con ello te puedes hacer una idea del estado de miseria en el que nos encontramos.
13. ¿No te sería posible acogernos y darnos pan para, por lo menos, saciar nuestra hambre devoradora a cambio de algún servicio? Te lo pedimos con todo fervor».
14. Yo digo: «Mis queridas actrices, no depende de Mí. El verdadero propietario de esta casa y de todo lo que veis extenderse por los alrededores, es mi amigo y hermano. Si acepta vuestra petición, no me opondré, al contrario, mucho me alegraría con ello. Sin embargo no lo convenceré ni lo obligaré. Dirigíos a él».
15. La oradora se vuelve hacia Roberto, el cual se adelanta y dice: «Amigas mías, hasta hoy sólo sabía que vuestros pies eran más elásticos que los de otros. Sin embargo vuestro olfato supera a vuestros pies. Si por mí fuese, os pondría en la calle. Pero si puedo alegrar a mi amigo, os atenderé, haciéndolo en nombre de Dios. En el lateral de esta sala hay una pequeña mesa con pan y vino. Id y saciaos; después veremos que trabajo se os puede dar». Las bailarinas obedecieron inmediatamente la orden.
1. Insatisfechos con la demora de las bailarinas, los amigos de Roberto llegan a la puerta reclamando: «¿Cuánto tiempo esas bailarinas de París y Londres pretenden estar con vosotros? ¿Tal vez quieres reservarlas para ti y para tu amigo? Sería excelente que guardaras lo mejor, porque nosotros podemos satisfacernos ahí fuera con las púas de las tapias. Como eres Blum, llegaremos a un acuerdo. Una docena se queda contigo, la otra tienes que entregárnosla inmediatamente, de lo contrario armaremos un barullo infernal y si ni con ella no satisfaces nuestros deseos, lo destrozaremos todo aquí».
2. Roberto reacciona: «Os digo que tan ciertamente como que existe un Dios eterno y como que me llamo Roberto que ninguna de estas mujeres saldrá de esta casa en la que mora Dios, quien a todo el mundo da su merecido.
3. Fueron acogidas por mí hambrientas y miserables. Por lo tanto son mis huéspedes y como tales disfrutan de seguridad y de respeto, el cual exijo a cada espíritu honesto. Si realmente pretendéis infringir esta prerrogativa, podéis intentarlo y ya veremos quien lleva ventaja.
4. Por lo que he visto por la ventana creo que satisficisteis vuestra voluptuosidad. No conozco animal que hubiera mostrado instintos tan pervertidos como vosotros, humanos dotados de inteligencia, habéis mostrado en el Reino de Dios. No basta con que hayáis pecado hasta el centro del último infierno, identificándoos con los demonios; no ha bastado con que vuestra voluptuosidad miserable haya hecho todavía más desgraciadas de lo que ya eran a esas mujeres en vez de socorrerlas. No ha bastado, repito, que hayáis ultrajado este suelo divino y puro con una impudicia pervertida y sañuda y con perversidades infernales. No, todo esto es poco todavía para vuestra voluptuosidad insaciable.
5. También a estas pobres criaturas, que durante treinta años padecieron hambre, sed y otras miserias por designio del Altísimo, aceptadas por Él personalmente, y que ahora están saboreando el primer pedazo de pan y agradeciéndoselo con lágrimas a un Padre que desconocen, también a ellas queréis atraerlas al infierno. ¡Qué atrocidad sin mesura!
6. ¿Sabéis quiénes son esas pobres criaturas ultrajadas por vosotros de manera inclemente, que ahora gimen y lloran casi medio muertas? ¡Son vuestras propias hijas! Algunas llegaron aquí víctimas de las dolencias que corren habitualmente por la Viena alegre, y otras por los tiroteos de la revolución. Faltas de cualquier clase de educación espiritual no sabían a dónde dirigirse. Por Misericordia de Dios fueron informadas que vosotros, sus progenitores en vida, os encontrabais en esta región. Llenas de esperanza por mejorar su suerte, vinieron aquí. Cuando os reconocieron y quisieron abrazaros como hijas, os arrojasteis sobre ellas como hienas, practicando el incesto. En vano gritaron: “Por el Amor de Dios. ¿Qué hacéis con nosotras? Somos vuestras hijas. Jesús, ¡socorro!”. Nada oísteis. Yo miraba por la ventana. ¿Cómo podría llamar a vuestra degradante acción? Verdaderamente no encuentro palabras.
7. Cuando llegué aquí en compañía de mi amigo, me alegré mucho de encontraros a todos en la entrada de mi casa, sobre todo por vuestro deseo de ver a Cristo, el Señor, al menos de lejos. Os aseguré que no sólo lo veríais una vez, sino que tan pronto que le hubierais aceptado por el amor, sentimiento que purificaría vuestro corazón, le veríais siempre. Esto os tocó de cerca y dijisteis que carecíais de méritos para tanto, a lo que fui muy sensible.
8. Increíble es, pero mi amigo me previno de lo contrario, diciendo: “No tengas mucha confianza en sus palabras; son puramente sensuales. Será difícil mejorarlos y algunos tendrán que bajar al infierno”. Y yo añado: No necesitáis ir allí pues ya estáis en pleno infierno. Vuestra voluptuosidad insaciable, que procede de sentimientos inmundos, no podrá ser exterminada ni por Dios, a no ser mediante el juicio del infierno, porque sois completamente diabólicos.
9. Os hablo inspirado por Dios. Conoce vuestra horrorosa acción y lo que pretendéis, así que podéis imaginaros las consecuencias. ¡Haced lo que os parezca! Todavía sois libres. Dentro de poco os alcanzará el juicio de Dios que os dará lo que merecéis. Y esto no será sólo con vosotros, sino con todos los que aún viven en la Tierra y no quieren aceptar las innumerables advertencias de Dios.
10. Si en vida yo mismo hubiese abierto corazón y oídos a las inconfundibles llamadas de Dios, no habría caído en la condenación. Como seguí lo que me inspiraba mi inteligencia altiva y orgullosa, tuve que sufrir un juicio penoso. Apenas me ocupé sino del bien, e incluso así fui condenado. ¿Qué será de vosotros que conscientemente queréis hacer el mal?».
11. Ante este sermón incisivo, los vieneses, perplejos, se retiran uno a uno. Ninguno tiene el valor de responder; entre ellos consideran extraña la actitud de Roberto, pues su severidad es como un trueno impetuoso.
12. Sin embargo algunos comienzan a reflexionar y los invade un tremendo pavor, hasta el punto de que se arrepienten de lo que habían hecho.
13. A continuación Roberto se dirige a Mí y dice: «¡Señor, mi santo y eterno Padre! Perdona que me dirija a mis amigos de manera tan fuerte. Conoces mi interior y sabes que sólo les deseo el bien, y que mi reprimenda sólo trataba de impedir que fueran condenados al infierno. Por cierto que es un sermón severo incalculablemente más suave que la menor chispa del infierno.
14. Bendice mis palabras pues quizás consigan producir el efecto deseado».
15. Digo Yo: «¡Mi querido amigo, hermano y también hijo! No dijiste ni una sola palabra de más ni de menos de las que yo mismo te insuflé en el corazón. Por ello no necesitas arrepentirte como si hubieras sido severo en demasía con personas carentes de cualquier educación espiritual.
16. Pues unas almas tales, cercanas al abismo y que se inclinan para caer en el mismo, tienen que ser sacadas de ahí con violencia; sólo así será posible llevarlas a un camino mejor sin utilizar medidas infernales.
17. En breve verás los buenos efectos de tu sermón, pese a que intentarán evadirse y mostrarse mejores de lo que en verdad son. ¡No importa! Una vez que la mayor parte se convierta, la minoría habrá de someterse porque no habrá otra solución.
18. Dejémoslos descansar y que fermenten un poco, de manera parecida a como se procede con el espíritu del vino antes de ser vaciado en la vasija de destilación. Cuando sean aptos para ser llevados a la destilación, cuyo receptáculo calienta el fuego constante de nuestro amor, será fácil separar el espíritu de la materia. Pero cambiemos de tema».
1. Prosigo: «Hace poco mencionaste a tus amigos Messenhauser, Jellinek y Becher. La información que recibiste fue un tanto grosera aunque tiene algo de verdad: ellos estaban motivados por razones distintas a la tuya que tratabas de conseguir un buen fin como el que obtuviste en tu país. Sin embargo ellos sólo actuaron para conquistar el absolutismo o, si fracasaban, querían por lo menos llenar los bolsillos para evadirse a un país extranjero cuando la ocasión fuera propicia.
2. La diosa Fortuna no les sonrió. Al primero, a Messenhauser, le presentó durante un cierto tiempo el cuerno de la abundancia que no le pudo sustraer a la bala que tan agudamente advierte de la inconsistencia de la felicidad humana. Así pues, Messenhauser fue liquidado.
3. Evidentemente la diosa no tenía mucha simpatía a los otros dos, pese a que lo hicieron todo por merecerla, atacando sin piedad mediante la pluma a los mencionados filisteos reaccionarios. Pero ninguno moría a causa de las heridas provocadas por esta arma, así que empezaron a pedir otras a Marte, intentando realizar acciones aniquiladoras con la esperanza de conquistar la simpatía de la diosa. Sin embargo consiguieron lo contrario, porque atrajeron tantas balas bajo los pies que el suelo se les volvió escurridizo de manera tal que perdieron la estabilidad. Así acabó su conquista de la diosa.
4. Como tú, los tres héroes ingresaron en este mundo eterno bajo innumerables maldiciones de los que los despacharon hacia acá, de modo que también se encuentran por aquí, en el mundo de los espíritus, y cerca de nosotros.
5. Te dices en tu interior: “No lo dudo, pero ¿dónde están? ¿Acaso todavía deambulan entre la Tierra y el Cielo, o se ocultan en otro lado?”.
6. Respondo: No en el éter, tampoco cerca de tu casa, idéntica al interior de tu corazón. Realmente se encuentran presentes en tu hogar, al igual que en tu corazón, por los pensamientos de cariño que les dedicas. Apenas estás separado de ellos por una puerta.
7. Tan pronto como la abramos los encontrarás como dejaron la Tierra. Cuando llegue ese momento no debes dirigirte a ellos sin oír, junto a Mí, lo que resuelven entre ellos; sólo después será oportuno hablarles.
8. Antes sin embargo cambiaremos algunas palabras con las bailarinas a fin de prepararlas para las necesidades futuras. No imaginas lo útiles que nos serán todavía. Vamos pues».
9. Inmediatamente nos dirigimos a las mujeres que nos reciben con amabilidad, agradeciendo el buen trato que les ha sido dado y la protección contra quienes tenían intenciones condenables hacia ellas. Además piden perdón a Roberto por suponerlo hombre intransigente, cuando lo que demostró ser fue justo y cariñoso.
10. Roberto, aunque no estaba disgustado con el elogio, se controló y dijo con su seriedad habitual: «Escuchadme, pobres hermanas mías. Nos os precipitéis en alabanzas tales, pues estáis lejos de saber quien sea el verdadero donante.
11. Yo apenas soy un siervo rudo aunque honrado. Pero no importa a quien manifestéis vuestra gratitud, pues no acepto lo que no me corresponde y lo transmito fielmente a mi Señor.
12. Cambiemos de tema. ¿Todavía queréis representar vuestras obras artísticas o habéis desistido de esa idea disparatada?».
13. Dicen ellas: «¡Amigos de la pobre humanidad! Semejante pretensión sería una inmensa necedad, pues sólo queríamos ganar lo suficiente para saciar nuestra hambre voraz. Habiendo sido acogidas con independencia de nuestro arte -convencidas estamos que resulta un horror a vuestros ojos puros- os damos las gracias de todo corazón».
14. Responde Roberto: «Muy bien, mas si acaso os pedimos más adelante que ejecutéis una danza para un buen fin, ¿seguiréis siendo fieles a la loable decisión de no querer bailar nunca?».
15. Responden ellas: «Amigo, haremos todo lo que desees pues sabemos que sólo quieres el bien».
16. Dice Roberto: «¡Preparaos, porque ahí llega la oportunidad!».
1. Yo digo a Roberto: «Querido amigo, hermano e hijo: tienes un corazón bondadoso, lo que me alegra mucho. Hablas como si fueses tú mismo, cuando soy Yo quien habla por ti, y esto es algo bueno en el reino de los espíritus, cuando el amigo transmite lo que de justo y verdadero pasa en el corazón del prójimo. Tu corazón percibe nítidamente mis pensamientos y mi Voluntad no le es extraña. Eres la obra de mi Espíritu despierto en ti.
2. Tu espíritu, procedente de Mí, puede penetrar en mis profundidades, ver y escudriñar mis pensamientos y mi Voluntad. Esto ya sucede contigo de modo evidente; por ello oyes en el corazón lo que pienso y quiero como si hiciera mil años que fueras entendido en este arte bendita. Continúa así y en breve serás un instrumento hábil.
3. Una vez que las bailarinas estén instruidas sobre lo que tienen que hacer, podremos abrir la puerta y encontraremos charlando al heroico trío de Viena.
4. Antes quiero preguntarte si encuentras hermosas a las mujeres o si convendría que aumentáramos su belleza».
5. Roberto sonríe: «Señor, ¡qué bueno, afable y solícito eres! Hablas conmigo no como el Señor eterno del infinito, sino como amigo y como si realmente necesitases mi consejo. Esto te eleva ante mí infinitamente más que si creases legiones de nuevos mundos y Cielos.
6. Respecto al embellecimiento de las bailarinas, me someto a tu criterio. Las primeras no dejan nada que desear: sus vestimenta es selecta y su físico atractivo. Las otras, especialmente la que se encuentra allí atrás, están delgadas y su ropa me recuerda a los saltimbanquis que hacen sus piruetas en la calle. No vendría mal que las pudieses favorecer un poco, a condición que no se vuelvan más vanidosas de lo que son».
7. Digo Yo: «Querido Roberto: se hará según tu deseo. Precisamente al lado de donde están las más delgadas hay un armario lleno de ropa. Ábrelo y llama a las mujeres para que se cambien de vestidos».
8. Roberto obedeció mi orden y ellas se vistieron con rapidez.
9. Él quedó extasiado con la transformación y me dice: «¡Qué cosa extraordinaria! ¡Cómo modifican los vestidos su físico! ¡Y el aspecto, los rostros, los brazos! ¡Nunca vi tanta perfección en la Tierra! Y mejor así, pues me habría dejado seducir. Aquí a tu lado no me impresionan.
10. Pero ocurre que todavía se diferencian, y con mucho, de las primeras bailarinas y tendrás que mejorarlas un poco».
11. Digo Yo: «¿Por qué no? Abre el armario en el que todavía hay vestidos en abundancia».
12. Roberto repite su faena y las bailarinas saltan de alegría y se vuelven todavía más maravillosas con el cambio de ropa.
13. Dice Roberto: «Señor, no habría espíritu capaz de imaginar tu Poder. ¡Qué simpatía, belleza y gracia manifiestan estas jóvenes! Realmente, si fueran tan amables como bonitas, podrían seducir... ¡No! ¡Como si nada! Roberto Blum no se deja tentar. Señor, ¿podemos buscar a los tres héroes?».
14. Digo Yo: «Sí, sígueme».
1. Al llegar a la puerta, se abre y vemos a los tres amigos sentados en una mesa redonda, ocupados en buscar un documento importante.
2. Tras un tiempo de pesquisas infructuosas, dice Messenhauser:
3. «Es como os digo, el documento más importante para probar nuestra inocencia se ha extraviado durante los últimos acontecimientos. ¿De qué nos sirve buscarlo? Si un genio bueno no nos salva de esta prisión, estamos perdidos. Pues esperar justicia humana sería mayor locura que suponer que un tropel de tigres no atacará a un hombre indefenso. Nos encontramos en manos de verdaderos demonios que no flaquean de misericordia. Veréis como dentro de poco entrará el juez militar y el carcelero para comunicarnos la pena de muerte con una indiferencia estoica, como si fuéramos simples gusanos. ¡Os digo que seremos fusilados!».
4. Dice Jellinek: «Amigo Messenhauser, te aseguro que lo que temes ya ha sucedido. Parece una pesadilla pero no lo es. Todavía veo como me llevan a aquella valla horrorosa donde fui fusilado, aunque inmediatamente después me hallé aquí en esta cárcel, parecida a la otra, encontrándoos a vosotros de manera parecida. Lo único que no puedo precisar es si el amigo Becher vino antes o después que yo. Tras la muerte continuamos una vida psíquica y nuestro miedo al fusilamiento es inútil.
5. Lo que me impresiona de esta extraña situación es la incertidumbre sobre dónde estamos y acerca de lo que nos espera. Si finalmente hubiera algo cierto en las prédicas de los liguristas, secta que difunde el culto a María, nuestro destino no sería envidiable. Para completar nuestra desgracia sólo falta la condena del Ser supremo. Me consuelo sin embargo con la certeza de que si Dios existe debe ser mejor que todas las personas buenas juntas. Al menos debe ser más condescendiente que el mariscal Windischgrätz que mandó fusilarnos con la mayor calma. Si existiera un medio de vengarnos de ese tigre, sería la mayor satisfacción que puedo imaginar. ¿Estáis de acuerdo?».
6. Responde Becher: «Sí, parece que tienes razón en todo. El amigo Messenhauser cree que está prisionero y padeciendo en una cárcel de Viena. En ese punto coincido contigo; pues no se trata de un sueño, sino de la pura verdad: hemos sido fusilados, si no me engaño, en noviembre o diciembre. El día no lo puedo precisar porque perdí la noción del tiempo porque aquí no existe ni día ni noche. Tampoco importa, pues estamos muertos definitivamente.
7. Pero, en la hipótesis de que Dios exista, no creo en el infierno. El concepto de Dios es demasiado sublime, puro, santo y sabio, para permitirnos la idea del infierno como expresión de la imperfección total. Si sin embargo no existiera Dios, sino sólo fuerzas mecánicas inconscientes, ¿cómo podrían crear un infierno?».
8. Dice Jellinek: «Muy fácil, pues si Dios existe ¿cómo podría crear, por ejemplo, un tal Alfredo Windischgrätz. ¡Ese hombre-tigre representa el infierno completo y es, como la víbora, obra divina! Si excluimos la existencia de Dios, surge la pregunta de cómo las fuerzas de la naturaleza se dejan tentar por el mal hasta el punto de crear este mariscal. Vemos pues que, con Dios o sin Dios, existen el bien y el mal, siendo fácil que la persona sea atraída por el infierno, como ocurre con nosotros».
9. Dice Messenhauser: «Tienes razón y siento que he sido fusilado inmediatamente después del buen amigo Blum. He hecho unas cuantas observaciones que os comento, ya que terminasteis la discusión.
10. Mirad la mesa donde estaban nuestros documentos. ¿Quién los hizo desaparecer? Además, veo de repente una puerta abierta donde antes no veíamos sino una pared lisa. Nuestra cárcel se ha transformado en una habitación agradable, con varias ventanas que parecen proporcionar mayor claridad y permiten vislumbrar algunos objetos.
11. Todo esto me convence de que realmente estamos en un mundo de fantasía o espiritual. Será, pues, difícil prever nuestro destino.
12. Dijiste, hermano Jellinek que sería una inmensa felicidad poder vengarse del mariscal. No estoy de acuerdo en eso, porque soy fatalista. El destino siembra en la Tierra, en las mismas proporciones, veneno y bálsamo. ¿Qué culpa tiene el tigre de ser feroz? ¿Y la serpiente de cascabel? Lo mismo podría decirse de Windischgrätz: sólo ha sido un instrumento del destino que lo hizo así, de modo que merece igual compasión que nosotros, sus víctimas.
13. Nosotros, gracias a Dios, ya pasamos por la muerte, en tanto que el mariscal todavía tiene que enfrentarse a ella y ¿quién puede decir que su destino será mejor? Al final todo se nivela y no cuenta el tiempo que se pisó el polvo de la Tierra, ni si el cuerpo fue entregado a los gusanos en la horca o en una cama muelle.
14. Estoy vivo y sigo siendo Messenhauser. No siento dolores, ni hambre ni sed. Me acompañan mis buenos amigos y la habitación cada vez se vuelve más clara y bonita. ¿Qué más queremos? Si esto continúa, sólo tenemos motivos para alegrarnos. Pienso que todo mejorará e, incluso si empeora, no será una desgracia.
15. Todo lo que vea lo aceptaré pues no puedo modificar nada. Conviene colgar nuestros deseos en un clavo porque nunca nos trajeron ventajas. ¿No es así?».
1. Dice Jellinek: «Estoy de acuerdo contigo en todo, menos en lo de la fatalidad».
2. Dice Messenhauser: «¿Por qué? Explícate mejor».
3. Responde el otro: «¡Poco a poco, hermano mío! Sabes que tales cosas no se explican con pocas palabras, pero intentaré sacar de tu cabeza semejante idea.
4. Durante tu vida nunca te interesaste por las ciencias, contentándote con la enseñanza secundaria. En suma, tus estudios son superficiales, sin profundización en su base científica, razón por la que te era vedada la naturaleza de las cosas. Así que nunca pudiste concebir la idea de un orden maravillosamente equilibrado de las cosas, sus efectos y reacciones. Permaneciste agarrado sólo a la cáscara externa que, a primera vista, da la impresión de ser obra del azar. Sin embargo no ocurre así.
5. ¿Por ventura viste aparecer al azar una habitación con todos sus pertrechos? ¿Cómo el azar podría crear un planeta donde encontramos innumerables cosas maravillosas, la más ínfima de las cuales está tan sabiamente construida? El azar nunca lo haría.
6. Mira sólo la organización maravillosa de las plantas: ¡qué rigurosamente iguales en sus clases y fines se presentan durante milenios! ¡Qué infinitamente artística debe ser la forma sistemática de una semilla que absorbe de la tierra los elementos necesarios para multiplicarse! No quiero mencionar la naturaleza trascendental en el grano, pues no es posible comprender el cálculo divino por el que el grano comporta miríadas de otros granos, no sólo en su forma sino también en la planta que produce.
7. Observa por ejemplo la semilla de la encina: una vez plantada producirá un árbol que dará durante años innumerable bellotas. Si las sembraras todas tendrías un bosque de millones de encinas que producirían la misma especie».
8. Dice Messenhauser: «Realmente, hermano Jellinek, admito que eres un verdadero teósofo y tus sencillas explicaciones sobre la bellota me enseñan más que todos los sofismas intelectuales que abarrotaban mi cerebro.
9. Debe existir un Dios lleno de Sabiduría y Poder, ¡ni mi alma ni mi razón lo pueden negar! Pero ¿dónde está y quién es? ¿Podrá ser visto y comprendido por la criatura? Me acuerdo que cuando estaba en el quinto año de la escuela, tuve que estudiar Historia Sagrada y encontré el siguiente texto: Nadie podrá ver a Dios y continuar vivo. Escrito está que esto lo oyó Moisés a través de una nube de fuego cuando pidió que Dios se le apareciese. Confieso que gracias a ese pasaje he conservado una cierta fe en la Divinidad. Sobre la creencia de que Jesús encierra en sí la plenitud divina, he de confesar que soy un verdadero ateo.
10. La doctrina pura de Jesús, libre de fábulas, contiene los más perfectos principios inherentes a la naturaleza humana y exige un verdadero antropólogo para elaborarlos de modo práctico. Pero que el inventor de principios tales sea Dios, supera el marco de mi razón y de mi fe.
11. Su doctrina solo puede tener origen humano sin que haga falta un Ser divino, pues si cada autor de una enseñanza fuera un dios, el mundo estaría lleno de ellos. Euclides que inventó las figuras geométricas, el inventor de los instrumentos de trabajo, de los números, de los barcos, etc., todos serían dioses. Como ese ejército de inventores de cosas importantes nunca reclamó que se les considerara dioses, me parece que el inventor de la moral más discreta bien podría desistir de cosa semejante. Por lo que sé, Jesús nunca hizo de esto un problema. Si en aquella época personas supersticiosas y necias quisieron divinizarle por ser mil veces más inteligente que ellas, esto no nos debe llevar a la misma equivocación. Pienso que la humanidad actual debería reconocer por fin que, siendo Dios eternamente Dios y el hombre limitado, no es posible que el infinito se vuelva finito.
12. Dejemos sin embargo tales controversias; lo que me interesa es saber quién es la Divinidad y dónde está».
13. Dice Jellinek: «Querido hermano Messenhauser, es un asunto capcioso que resolveremos tan poco como lo que dijiste sobre la Divinidad. Para poder comprender su naturaleza infinita tendríamos primero que limitarla, cosa enteramente imposible. Sugiero que dediquemos nuestra atención a otro asunto».
14. Becher dice: «¡Tienes toda la razón! Querer comprender la naturaleza divina sería lo mismo que querer encerrar el mar en una cáscara de nuez. Cambiemos de conversación. ¿Cual será, por ejemplo, el destino de nuestro amigo Blum en este mundo y qué estará haciendo nuestro enemigo Windischgrätz en la Tierra? ¿Quien sabe si pronto llegará aquí y será debidamente recibido por nosotros?».
15. Responde Jellinek: «En cuanto a Blum, de acuerdo. Pero dejemos en paz al otro porque no deseo hablar de él. Pero ¡atención! Me parece que oigo voces detrás de la puerta abierta. Veamos qué es lo que pasa ahí».
1. Finalmente los tres se levantan y se encaminan a pasos lentos hacia la puerta. Al llegar a ella descubren, como despertando de un sueño, que hay otra sala mucho mayor y más confortable. Recelosos, comienzan a mirar por la puerta, sin atravesarla sin embargo.
2. Como no descubren nada de mayor importancia -porque tanto Yo como Roberto nos encontramos apartados de su vista y las bailarinas están más atrás- Jellinek dice en voz bajita:
3. «Queridos amigos, no veo nada peligroso en la sala; por el contrario veo en aquel lado una mesa con una botella de cristal conteniendo un vino de buen aspecto y algunos trozos de pan. Si en el reino de los espíritus podemos saciarnos con pan y vino, me parece que no hace falta tanta cautela porque parece que están destinados a proporcionarnos mejores ideas y pensamientos. ¿Qué me decís?».
4. Responde Messenhauser: «Hermano Jellinek ¡estoy contigo! Sólo debo deciros a ti y a Becher que, aun si fuera el primero, en lances semejantes prefiero ser el último por si se precisa hacer una retirada estratégica».
5. Dice Jellinek: «¿Será posible, hermano mío? Por lo que veo eres miedoso. ¿Cómo pudiste ser comandante del ejército? ¡Ahora comprendo muchas cosas! ¡Quién sabe si Viena no habría resultado victoriosa si semejante entusiasmo bélico te hubiera llevado a combatir en campo abierto en vez de haber permanecido en el despacho! Pero dejemos eso. Sólo te pido, por tu propia honra, que no huyas».
6. Dice el otro: «Como tú tienes el valor de un verdadero Napoleón: ¿qué tal si te pones al frente? No me molesta tu crítica, pues nunca fui animado por un heroísmo, sin embargo no temía a la muerte. Lo mismo pasa ahora. No temo a peligro ninguno, pero siento un explicable recelo ante esta sala, como los niños a los que sus amas les señalan lugares supuestamente lóbregos. Tengo la impresión de que nos sucederán acontecimientos importantes y podréis atestiguar si me equivoqué cuando atravesemos el umbral. ¿No me lo echarás en cara, hermano Jellinek?».
7. Este responde: «¡Claro que no, amigo mío! Eso es muy diferente y, en realidad, tengo el mismo presentimiento. Cuanto más miro al vino y al pan -y mi estómago espiritual empieza a manifestar una fuerte voluntad de saciarse-, más deseo estar en esa mesa en vez de en vuestra medrosa compañía. ¡Adelante pues!».
8. En el mismo momento en que Jellinek pretende dirigirse hacia la mesa, es abordado por Mí y por Roberto, que le dice bruscamente: «¡Alto ahí! ¡Ni un paso más antes de identificaros convenientemente!».
9. Jellinek retrocede asustado; sin embargo reconoce al antiguo amigo y dice admirado: «¡Oh, Blum, Roberto! ¿Por dónde andabas? ¡Déjame abrazarte y besarte! ¿No te acuerdas de nosotros?».
10. Responde Roberto: «¡Cómo no! Sois mis compañeros de lucha, como en la Tierra. Hace mucho que sabía que erais mis huéspedes; vosotros lo ignorabais. Viendo vuestro temor ridículo me he encarado enérgicamente a vosotros para ahuyentar vuestra debilidad. Animaos y vamos a la mesa que ya atrae muchas miradas de Jellinek».
11. Llenos de alegría los tres pasan a la otra sala, abrazan efusivamente a Roberto y, en seguida, se dirigen a la mesa.
1. Mirándome amablemente, Jellinek dice: «Querido amigo de nuestro amigo y hermano Roberto Blum, ¿no te quieres dar a conocer? Debes ser bondadoso y noble, de lo contrario no estarías junto a él».
2. Yo digo: «Dentro de poco te será revelado lo que no comprendes todavía. Acompáñame a la mesa del Señor y fortalécete para desentrañar el enigma. Ven pues, querido amigo y hermano Jellinek».
3. Este responde: «¡Oh amigo! Tu voz es extremadamente amable y cada palabra tuya inflama mi corazón como nunca antes experimenté, ¡Debes ser un ángel celestial! ¿Sabes? Me quedaré a tu lado porque aunque aprecio mucho a Blum, te quiero mucho más desde que me hablaste. Tomemos una copa para sellar nuestra amistad eterna. Supongo que aquí no habrá gente como Windischgrätz y Radetzky, capaces de formarnos un consejo de guerra».
4. Yo digo: «¡En modo alguno! Abandona ese temor. Mira, los otros ya están brindando a nuestra salud. ¡Vamos!».
5. Messenhauser se dirige hacia Jellinek con una copa de cristal llena del mejor vino y dice: «Hermano, es la verdadera esencia de los mejores vinos que hemos probado en vida. Bebe a la salud de amigos y enemigos, incluso de Windischsgrätz, pues quizás ese instrumento ciego de los tiranos terrenales consiga algún día llegar a tener ideas mejores».
6. Alegre, Jellinek coge la copa y dice: «¡Queridos amigos! Así me alegro más en vuestra compañía que con nuestros infructuosos debates anteriores, en los que Messenhauser todavía aguardaba desesperado la pena de muerte.
7. Ocurre que he escogido al amigo de Blum como amigo del alma y tendréis que perdonarme si no tomo una gota de este néctar en tanto él no se sirva de esta copa».
8. Todos están solemnemente de acuerdo con el deseo de Jellinek, que me dice con visible simpatía: «¡Querido y distinguido amigo! No rechaces esta copa de las manos de un pobre pecador y político traidor. Qué placer sería darte algo mejor como prueba de mi devoción. Así que te doy lo que tengo, o sea, esta copa y un corazón afectuoso que te saluda y te abraza. Acéptalos pues. Por cierto, es un atrevimiento mío actuar de esta manera porque a los ojos de un ángel merezco el infierno. Sin embargo te amo con este corazón malvado, porque me hiciste mucho bien con las pocas palabras que me has dirigido. Como soy un espíritu impuro, cierra un poco tus ojos y piensa: “Él no lo entiende mejor”. ¿Sabes? Todavía soy muy terrenal y no sé tratar con espíritus como tú. Te aseguro que sólo expreso lo que siento y te pido que no tomes a mal mi atrevimiento».
9. Amablemente tomo un trago de la copa de Jellinek y a continuación digo a Roberto: «Hermano, en la despensa hay una botella de mi vino particular; tráelo aquí que Yo demuestre a este nuevo amigo como aprecio su amistad».
10. Solícito, Roberto coge una botella de brillo diamantino llena del vino más delicioso y me la da con visible emoción.
11. Lleno la misma copa y le digo a Jellinek: «Toma, querido amigo y hermano, y convéncete de cuánto me agrada tu amistad. ¿Por qué hablas de pecados? ¿Quién pudiera calificar de pecaminoso a un corazón tan lleno de amor desinteresado? Te digo que ante Mí eres puro, pues tu devoción anula tus errores terrenales. Sería Yo un mal amigo si no te aliviase y asumiese la redención de tu culpa. ¡Bebe pues a nuestra salud, a nuestra amistad eterna!».
12. Con los ojos arrasados por las lágrimas, Jellinek dice: «¡Amigo divino! ¡Qué bondadoso eres! Si me fuera posible, me sacaría el corazón para depositarlo en tu pecho». Y después de beber el vino exclama: «Hermano celestial, si tu amistad corresponde a este néctar, entonces no eres un ángel sino el mismo Dios. El infinito entero no podría presentar cosa más divina que su aroma. Probad, hermanos, y decidme si tengo razón».
1. Roberto, Becher y Messenhauser prueban el vino y se extasían ante su aroma realmente celestial, y el último toma la palabra:
2. «Tu observación está justificada. ¡Qué vino! Roberto, pienso que debiéramos establecernos en tu casa pues cuidas magníficamente de tus huéspedes. Si se presentara un pobre pecador igual que nosotros, lo recibiríamos igual aunque fuera uno de nuestros peores enemigos. ¿Cuál es vuestro parecer?».
3. Dice Roberto: «Amigo Messenhauser, has hablado muy bien porque has permitido que se manifieste tu corazón y no tu intelecto. Yo mismo manifiesto: si se presentase aquí como alma sufrida el propio mariscal Alfredo Windischgrätz, encontraría mejor trato que el que nos dio en vida».
4. Los tres amigos exclaman: «¡Bravo! Para volverse un verdadero cristiano hay que pagar el mal con el bien; pues quien aún siente el espíritu de la venganza está lejos de la perfección espiritual, y sufre un gran retraso en la liberación de su alma. Quien sin embargo pueda decir, como lo dijo el más sabio maestro de los judíos: “Señor, perdónales porque no saben lo que hacen”, habrá alcanzado la mayor libertad en su vida. Puede incluso decirse que tal persona es un Dios, que da el mayor testimonio de la Divinidad de Cristo, todavía aceptada por pocos.
5. Pero ¿dónde estará Jesús, cuya existencia terrenal no ofrece dudas? ¡Realmente fue el mayor amigo de la humanidad! Amigo Blum, ¿no has tenido oportunidad de informarte sobre ese hombre extraordinario?».
6. Responde Roberto: «Amigos, os aseguro que Él fue mi primer contacto en este mundo».
7. Los tres exclaman: «¿Cómo? ¿Dónde fue? ¿Qué dijo? ¡Cuéntanos algo!».
8. Roberto contesta: «Dejemos este asunto para ocasión más propicia porque tenemos otra cosa que hacer. Aunque puedo adelantaros que espero en breve su visita y entonces podréis conocerle de cerca».
9. Jellinek insiste: «Sólo dinos si abordaste la tesis de su Divinidad, aceptada por muchos flacos en la fe. ¿Aprobó él tal creencia?».
10. Responde Roberto: «Justamente fue el asunto que discutimos y os confirmo una verdad que aún no comprendéis: Cristo es el único Dios verdadero de todo, eternamente. Él es el Creador de los Cielos y de los mundos. Esto es lo único que os puedo decir; los detalles los sabréis por Él mismo».
11. Dice Jellinek: «No necesito pruebas, pues confieso que si ahora me llamase, os abandonaría de inmediato. Le amo por sobre todas las criaturas como al hombre más perfecto. ¡Cuánto más le amaré, y ya lo estoy haciendo, si realmente fuera el Creador! No me preocupa la manera como lo es. Hace tiempo leí lo siguiente: “Dios es Amor”. Si algún día tu corazón es conmovido por un gran afecto, piensa que Dios está en ese sentimiento. Es mi barómetro de la existencia divina en el hombre y en el polvo. Por ello también amo a este hermano celestial, porque debe tener mucho amor a Dios. ¿Tengo razón?».
12. Responde Roberto: «¡Claro que sí! Sólo el corazón, y nunca la inteligencia, comprende a Dios. Hablemos, pues, de otra cosa. Como estamos hablando de amor, vamos a analizarlo.
13. Aunque el amor sea la única prueba palpable de la existencia de Dios, sabemos también que existe el sexo femenino, que muchas veces nos enciende el corazón hasta el punto de incapacitarnos para el amor a Dios, más puro y elevado. ¿Os parece posible que Dios también se encuentre en las manifestaciones del amor sensual?».
14. Dice Jellinek: «Claro. Si la bondad divina no estuviera en la mujer, ¿quién podría amarla? No cabe duda que tal amor también existe en ella en alto grado».
15. Roberto añade: «Si, por ejemplo, ahora apareciesen varias beldades vestidas con maravillosos trajes de bailarinas, manifestando la mayor bondad hacia vosotros y, al mismo tiempo, el simple, severo pero bondadoso Jesús, ¿cuáles serían, Jellinek, tus sentimientos? Recuerdo que fuiste un peligro para las bailarinas».
16. Responde Jellinek: «Hermano, mencionaste mi mayor debilidad. Pero incluso así puedo asegurarte que no cambiaría ni diez mil bailarinas por un solo cabello de Cristo. Seguro que el Amor de Dios será más fuerte que la atracción de una artista de teatro. La atracción por las mujeres sólo podrá debilitar el amor a Dios si no se cree en Él o si lo imaginamos dentro de una hostia. Pero si está en la persona de Jesús, y yo puedo verle, reconocerle y hablarle, ¡déjame en paz con tus bailarinas! Sin Cristo, naturalmente que un grupo de mujeres atrevidas produciría ciertas vibraciones en mi interior».
17. Dice Roberto: «¿Quieres ver algunas?». Dice el otro: «Si las tienes a tu disposición tráelas para que veamos el peligro que representan. La experiencia enseña».
1. Inmediatamente Roberto se dirige a la puerta más alejada del recinto, en donde se encontraban las veinticuatro bailarinas ocultas detrás de un repostero. Abriendo la cortina, Roberto dice a las mozas: «¡Rápido!, llegó la hora de demostrar vuestro arte a los tres huéspedes. ¡Precaución en todo lo que hagáis!».
2. Antes de realizar sus piruetas, la primera bailarina dice a Roberto: «Te pedimos que no nos acuses si nos volvemos peligrosas a causa de nuestro físico atractivo. Si prevés tal posibilidad, preferimos no bailar; pues sería lamentable que actuáramos para el mal cuando pretendemos lo contrario».
3. Dice Roberto: «Queridas hermanas, mucho me alegra vuestro temor por el que deduzco que sois todas de buena índole. No os preocupéis porque este amigo cuidará de todo para que no se produzca daño alguno, ni para vosotras ni para ellos. Presentad vuestra danza con la que sólo se pretende un beneficio».
4. Al oír esta promesa, las bailarinas se dirigen rápidamente al frontal de la sala y comienzan sus gestos graciosos y decentes. Roberto, que se había reunido con los demás, dice a Jellinek: «Así pues, amigo mío ¿qué tal esta compañía? ¿Acaso viste en vida cosa tan perfecta?».
5. Durante un rato Jellinek miró a las bailarinas atentamente y, tras un profundo suspiro, dice: «¡Ay, hermano!, no sé explicarlo: mi reacción en ocasiones como ésta es siempre la misma. Confieso que, en verdad, nunca quedé impresionado; por el contrario siempre sentía tristeza al dejar el teatro. Mucho medité sobre ello sin poder comprender mi estado anímico. Ahora empiezo a recibir conceptos verdaderos, alegrándome más que con este número tan bien representado. La razón consiste en reconocer la total inutilidad de semejante descoyuntamiento artístico de piernas y brazos. ¿Cuál es la utilidad de este arte? Otros como la música, la poesía, la pintura o la escultura, bien pueden producir beneficios al alma cuando se realizan con altura, porque ennoblecen y apaciguan el corazón y, lo que no es extraño, despertando el amor transforman a una persona ruda en otra agradable y bondadosa. Dejemos que la danza interprete actitudes puras y nobles y no que despierte los sentimientos más impuros del alma, dejando a la naturaleza humana más sensual y apasionada. El rico no duda en gastar mucho para conseguir lo que deseó ardientemente durante la representación. El menos provisto, cuyo bolsillo no le permite añadir el gozo al estímulo, vuelve a casa y filosofa. Si no es esto lo que hace, busca a la primera meretriz y, por algunos centavos, practica lo que desearía hacer por millones con la primera bailarina.
6. Creo que mi punto de vista merece ser considerado, por mucho que no sea la razón de mi tristeza en tales ocasiones. La verdadera causa era el pensamiento humano por el que barruntaba que la tal bailarina voluptuosa era un ángel caído.
7. Cuántas veces pensé lo siguiente: “¡Oh criatura! ¡Qué no serías para mi corazón si comprendieses lo que te deseo! Eres un ángel caído y nunca reconoces el valor de un corazón que tanta voluntad tiene de alzarte del barro de la perdición hasta el verdadero ángel! El dinero del mundo es tu dios. Como ciega pisas tu propio corazón con pies que deberían habitar un templo solar si reconocieses el valor de tu alma. Con ellos estimulas la voluptuosidad y castigas al pobre inconsciente con muchas noches en claro, y con cosas peores aún. ¿Qué te importan los necios que te admiran y aplauden? ¡Tu corazón es de piedra! Ni los conoces, ni quieres conocerlos. ¿Qué te importan los corazones heridos por las flechas venenosas que con desprecio lanzan tus pies de hada?”.
8. Amigo Blum, pensamientos parecidos me acompañaban siempre y me dejaban lleno de melancolía. Siendo esta la verdad, ¿crees que estas bailarinas, que afortunadamente acabaron su representación y parece que escuchan lo que hablamos, pueden ser peligrosas para mí? ¿O para los amigos Messenhauser y Becher? ¡No creo! No veo peligro para mí, ni tampoco para este queridísimo amigo que ha oído mi relato con visible emoción. Así que te digo, Blum, que estas mujeres encantadoras no alterarán mi afecto por Jesús. Al contrario, este amor bendito se engrandeció, pues siento verdadera compasión hacia esos pobres ángeles caídos y, si fuera posible, daría mi vida por levantarlos de su ínfima condición. Dejemos, pues, este asunto. En vida se desvanecieron muchos de mis deseos. ¿Por qué no habría de ocurrir lo mismo aquí? ¡Becher y Messenhauser, hablad!».
9. Ambos responden: «Bien, así, la representación no fue tan mala. Aunque todavía esto tiene un aspecto un tanto ridículo. La excentricidades de la necedad humana son soportables en la Tierra; pero aquí en el reino de los espíritus -nos disculparás, Blum- esas aberraciones de la actividad humana revisten un aspecto ridículo. Piensa si volviéramos a la Tierra y contáramos a nuestros amigos que hemos asistido a un ballet celestial. ¡Me gustaría oír las carcajadas! ¿Cómo llegaste a la pésima idea de mantener aquí un verdadero harén con algunas docenas de bailarinas? ¿Las contrataste? ¿O es que éste es el celo de los nuevos católicos? ¡Vete en buena hora con tus angelitos y a ver si consigues otra botella del ultimo vino. Una gota del mismo vale más que todas estas graciosas». Sonriendo, Roberto obedece.
1. Jellinek se vuelve hacia Mí y pregunta si me gustó el ballet.
2. Yo le digo: «Querido hermano, debo aclararte que en ocasiones como ésta sólo dirijo mi atención hacia la finalidad. Puede ocurrir que los medios sean extraños; no importa si es que se consigue plenamente un fin bueno y noble. Aquí, en el reino de los espíritus, el buen fin bendice todos los medios. Esta representación artística carece de la menor importancia; pero para conseguir un resultado útil y bueno tiene gran valor.
3. Quiero aclarar el proverbio de sabor jesuítico “el fin justifica los medios”, para que comprendáis su sentido espiritual. Veamos si es cierto a través de varios ejemplos.
4. Supongamos que un trabajador tuviera la desgracia de romperse una pierna, haciéndose necesaria una intervención inmediata muy laboriosa para no perjudicar su estado general. ¿Cuál sería sin embargo la actitud de un hijo que ama a su padre si viera que una persona malvada, llena de ira, le extirpase el pie con un hacha? Con seguridad se pelearía con el malhechor para vengar la crueldad hecha a su padre. Aun así, con semejante intervención instantánea, su padre habría sufrido menos que con una operación laboriosa. El medio por si sólo, sin relación con un fin determinado, sería una crueldad. Pero si pretende conseguir un fin útil, es beneficioso. Ciertamente que ante la operación que el cirujano le hizo a su padre, sin la cual hubiera muerto de gangrena, el hijo estará agradecido al médico.
5. Veamos otro ejemplo: ¿Qué le harías a la persona que te saltase un diente de un puñetazo? Llamarías a la justicia, exigiendo una indemnización considerable. Pero si tuvieras un diente infectado que te causa fuertes dolores, buscarías un dentista y le pagarías para que te lo extraiga con el mayor cuidado. ¿Quién podría alabar a un dentista que intentase arrancar dientes por mero gusto? Pero si lo hace para aliviar el sufrimiento de las personas, la extracción, incluso dolorosa, tiene un fin útil.
6. Así lo vemos en otros casos. El asesinato es el peor pecado de los hombres. Supongamos que un padre y un hijo caminan por un bosque. Un salteador que piensa que el viejo lleva mucho dinero, se arroja sobre él, tratando de matarlo. Viendo el gran peligro, el hijo coge la escopeta y mata al salteador. ¿Será pecado su acción? No, pues tu propia razón te dice que semejante hecho sólo sería pecado si su fin fuera malo; pero siendo en legítima defensa, se justifica.
7. Todas las acciones humanas o espirituales pueden enmarcarse en los ejemplos anteriores. Si la acción resulta tras una sabia reflexión el único medio para conseguir una finalidad justa, se justifica por el fin que logra.
8. Así, querido amigo, tendrás que hacer la vista gorda respecto a las bailarinas que bailaron para alcanzar un fin útil y, pronto, te convencerás de los resultados. ¿Debemos aborrecerlas o convendría ofrecerles un vasito de la segunda remesa?».
9. Dice Jellinek: «¡Naturalmente! ¡Está claro! ¡Acercaos, queridas! ¡Seréis recompensadas!».
1. Las bailarinas se inclinan respetuosas, y las tres primeras dicen: «Queridos amigos, sois muy buenos y condescendientes con nosotras, pues nuestro arte vano y miserable es el peor de todos y no merece el respeto de espíritus como vosotros. Si estuviéramos en la Tierra y encontráramos personas tan bondadosas, tendrían gran ascendiente sobre nosotros, pues a una amistad verdadera y a un amor desinteresado se le hacen los mayores sacrificios. Pero somos pobres, tanto psíquica como espiritualmente y no poseemos nada salvo lo que vuestra bondad nos proporciona. Así que no nos queda sino respetaros y amaros de todo corazón. Si esta devoción fuera un pecado por no ser dignas de ella, dejadnos continuar y lloraremos nuestros pecados terrenales que nos hicieron indignas de vuestro afecto».
2. Dice Jellinek: «Queridas mías, os pido que no seáis tan negativas. ¿Dónde habrá un dios que califique al amor como crimen? Incluso digo que si un demonio me amase de verdad, yo también lo amaría. ¿Cómo podríamos despreciaros porque nos tengáis consideración? No nos temáis, decimos lo que sentimos, sin subterfugio ninguno. Así pues espero saber vuestras intenciones; sólo deseamos vuestro amor puro y vuestra amistad».
3. Animadas así, las bailarinas se inclinan de nuevo y, con el rostro radiante, dicen: «Somos vuestra siervas. En el mundo tuvimos poca ocasión -ni la buscamos tampoco- de conocer al Ser supremo, y llegamos aquí completamente ciegas en tan importante asunto de saber y de fe como este.
4. Pese a que éramos bailarinas, cumplimos todo lo que la Iglesia católica manda. ¿De qué nos sirvió para la vida actual? El ayuno, la confesión y la comunión no llevan al verdadero conocimiento de Dios. Fallecimos entre los diez y los quince años y nos volvimos a encontrar aquí por casualidad. No nos fue posible en modo alguno adquirir conocimientos sobre el Ser supremo, pese a saber que Él fue el Dador bondadoso, sabio y omnipotente de nuestra existencia.
5. Quedaríamos inmensamente agradecidas si nos encontrarais dignas de una comprensión mayor.
6. El concepto de Dios que recibimos en la Tierra nos incapacitó para una comprensión verdadera; está formado por tres personas, cada una de las cuales es un Dios perfecto, de lo que se deduce que son tres dioses. Sin embargo esos tres dioses son solamente un único Dios, cada cual con sus competencias. El Dios Hijo depende del Dios Padre y sólo puede hacer y enseñar lo que este le permite. Pero sin embargo el Padre y el Hijo son uno. La actividad del Espíritu santo es más complicada todavía: aunque surge de ambos se presenta como paloma. Además existen en innumerables hostias, cada una un dios perfecto. Amigos, ¿puede alguien hacerse así una idea del Ser divino? Enseñadnos pues esto será para nosotras más útil que el vino».
7. Roberto, ofreciendo una copa llena, dice: «Queridas hermanas, tomad este vino en el nombre de Dios, Señor y Creador del infinito, pues no es igual a la bebida terrenal en la que, como dice Pablo, apóstol de los paganos, moran los espíritus de la impudicia. En éste habita el Espíritu del Amor puro y eterno de Dios, semejante a la llama de la Luz por la que pronto encontraréis dentro de vosotras lo que ahora pedís.
8. Vuestro deseo es noble y ni un ángel de Dios podría encontrar mancha en él. Pero no busquéis su realización fuera sino dentro de vosotras y obtendréis un beneficio eterno. Si nosotros cumplimos vuestros deseos, entonces tendréis un bien extraño en vosotras que os puede proporcionar ventajas exteriores y temporales, pero que con el tiempo os habrá de causar perjuicios difíciles de remediar.
9. Porque una enseñanza puramente exterior de momento sólo puede transmitirse a los espíritus exteriores cuya orientación es puramente material. En ellos vuestro deseo fácilmente causa una revolución, obligando a los unos o a los otros a que acepten tal enseñanza. El espíritu interior pronto se da cuenta de esto, sale al exterior y, en medio de los espíritus naturales que constituyen el alma natural de cada hombre, percibe la buena siembra que le causa una gran alegría. Pero, en general, a esta altura se produce una fatalidad. Mientras el espíritu vital interior contempla fuera de su santuario recóndito la buena siembra exterior, los peores y más impuros de los espíritus naturales todavía presentes en el alma se organizan para invadir el santuario recóndito del verdadero espíritu e impedirle su vuelta. Si pierde de esta manera la verdadera morada de su vida, al principio procura erigir otra entre los mejores de sus espíritus naturales anímicos, instalándose entre ellos como un inquilino en la casa de otro propietario. Pero, despojado de todos sus bienes, pronto ya no puede pagar el alquiler y el propietario usurpador lo convierte en un esclavo de sus ambiciones. En estas condiciones, el verdadero espíritu vital interior -junto con los espíritus naturales más impuros- está sometido al mismo yugo vergonzoso del vicio en que tiene que tirar... Y de ahí falta poco para la muerte espiritual definitiva del hombre. Porque en tal hombre Satanás ya ha establecido su trono y ha transformado al verdadero señor de la vida en el hombre en esclavo de vicios y tendencias infernales.
10. Por ello no os dejéis tentar por una enseñanza exterior, que de nada vale si el espíritu no la acepta con la mayor humildad, organizando inmediatamente su vida en este orden, tarea difícil para todos. Salomón, el más sabio rey de Israel, falló pese a su sabiduría porque su espíritu, sintiéndose bastante fuerte, se arriesgó un día a abandonar su morada interior para organizar sus elementos psíquicos. Haciéndolo antes de su madurez espiritual, que siempre debe transcurrir de dentro afuera y no al revés, fue preso por espíritus naturales, que ya no lo dejaron volver a su santuario recóndito, volviéndose su morada en poco tiempo una caverna de vicio, prevaricación, impudicia e idolatría. Lo mismo pasó con Judas que traicionó al Señor y Maestro, porque admitió la doctrina de la Salvación sólo en el fuero de sus espíritus exteriores que moran en la mente, llena de toda clase de avideces. Así atrajo al verdadero espíritu vital interior hacia fuera de su sede, facilitando a Satanás su ocupación. Las consecuencias son más que conocidas, con lo que no hace falta que las explique.
11. Tomad pues el vino que despertará el verdadero Amor de Dios, fortificando y desenvolviendo vuestro espíritu. Cuando mediante esta evolución el espíritu interior penetra todos sus espíritus naturales exteriores sin abandonar su morada original, encontrará dentro de sí mismo todo aquello que pretendía recibir exteriormente. ¿Me comprendéis?».
1. Dicen las bailarinas: «Sabio amigo, experto en las calidades del vino, te entendemos perfectamente porque has ejemplificado lo que muchas veces sólo presentíamos. ¿Cómo agradecértelo?
2. En la Tierra conocíamos personas de educación primorosa que, sobre todo las religiosas, tenían fama de santidad y eran honradas por todos; criaturas que, con la palabra y la actitud, mostraban firmes rasgos de elevada inspiración. Pero a veces se nos presentó precisamente gente como esta que nos quería incitar a vicios asquerosos... Con lo que nos decimos que si estos son los frutos de las virtudes cristianas, entonces ya no queremos tener nada que ver con ellas. En aquel tiempo estos hechos nos resultaban incomprensibles, pero ahora comprendemos la razón de ello y te lo agradecemos de todo corazón. Danos, pues, la copa de la humildad que beberemos el vino de vida hasta la última gota».
3. Con gran satisfacción Roberto les da el vino que las llena de alegría.
4. Los tres amigos se admiran mucho de los conocimientos de Roberto y Jellinek le dice: «Francamente, nunca dudé de tu sabiduría pero no suponía que conocieras cosas tan profundas y me inclino a pensar que tus explicaciones a las mozas no son de tu propia cosecha. Pero no importa: hasta yo mismo recibí una comprensión peculiar que me lleva a interpretar los hechos de otra manera. Tengo la impresión de que todos los actuales acontecimientos políticos y otros males de la Tierra están basados en la misma causa.
5. Empiezo a entender cuál fue el motivo por el que las bailarinas danzaron ante nosotros. ¿Acaso no consiguieron atraer nuestros espíritus impuros de la morada usurpada de nuestro verdadero yo, ayudándole a volver a ella?».
6. Dice Roberto: «Casi acertaste el punto neurálgico, Jellinek. Pero tu introspección ha sido muy superficial. ¿Cómo puedes pensar una cosa así de ti y de todos nosotros?
7. Te digo que en nuestro caso ocurre precisamente lo contrario. Nuestros y especialmente vuestros espíritus se encuentran en su justo santuario interior, de lo contrario no estaríais en esta casa sino en una donde nunca entran la luz y el calor de la vida.
8. Vuestros espíritus interiores sólo fueron sitiados demasiado por los espíritus naturales anímicos que les impidieron movimiento y visión, cosa que os sucedió antes en vuestra habitación. Solamente por la ayuda extraordinaria de lo alto los sitiadores de vuestro espíritu fueron expulsados hacia fuera. De este modo, vuestro espíritu consiguió moverse y desarrollar una luz mayor, dilatando su estrecho ámbito. Así fue como descubristeis la puerta abierta y esa mesa con el vino de la vida.
9. Pero aun así han quedado tal cantidad de espíritus naturales sitiando la verdadera sede de vuestro espíritu, que este no conseguía ver con claridad, sino en una suave niebla; pues estos espíritus naturales siempre sitian al verdadero espíritu con la mayor obstinación para atraerle a la esfera de ellos. Como los espíritus naturales están animados sobre todo por el amor sensual, en cierto modo también tienen el mayor parecido con el verdadero espíritu del Amor puro de Dios en nuestro corazón, de donde son alejados con dificultad, porque aprecian mucho la vida, la cual temen perder por los placeres que les otorga.
10. Esos espíritus naturales persistentes sólo pueden ser alejados de la morada del propio espíritu mediante una tentación externa extraordinaria, y el espíritu consigue mientras tanto ampliar su territorio y con ello alcanzar más luz y libertad. Tal tentación se produjo con la representación artística de las bailarinas porque vuestro yo se liberó algo más y se volvió más lúcido. Por eso es por lo que este amigo mío te dice cuando te has extrañado del ballet, que convendría más que no consideraras los medios sino el buen resultado.
11. No necesito aclarar que esas mozas no son todavía ángeles puros sólo por cooperar en un buen propósito en beneficio vuestro. Sin embargo haremos todo lo necesario para que se transformen en aquello que nosotros tampoco somos todavía.
12. Mi ventaja ante vosotros consiste en que adelanté apenas un escalón. La escala de nuestra evolución es infinita y fácilmente puede ocurrir que se nivelen nuestras diferencias actuales, salvo con este amigo y hermano que tan lejos está de nosotros espiritualmente, que nunca le alcanzaremos. El por qué os será demostrado cuando le conozcáis».
1. Prosigue Roberto: «Mirad por la ventana el jardín maravilloso que rodea la casa hasta bastante distancia. Decidme lo que veis».
2. Los tres amigos echan un vistazo por la ventana, retroceden horrorizados, y Jellinek dice: «¡Por el amor de Dios! ¿Qué es esto? ¿Son criaturas, animales o diablos? Parecen una mezcla de todo. Nunca habría supuesto que cosas semejantes pudieran existir cerca de esta casa, pues esas obscenidades recuerdan los horrores de la mitología. Te pido, Roberto, que cierres las puertas, de lo contrario corremos el riesgo de ser despedazados por esas furias».
3. Dice Roberto: «No os preocupéis. No son tan temibles como parecen a primera vista. La impresión terrorífica viene de la ira que sienten contra Messenhauser, porque piensan que él los traicionó ante el mariscal. En cuanto se convenzan de lo contrario, la impresión que darán será distinta. Son vieneses que cayeron en la lucha por la libertad contra las armas del imperio. Si algunos no se dejan convertir, el Señor sabrá separarlos para impedir que los malos acaben perjudicando a los buenos.
4. Por este motivo, y ya que mucha culpa de las causas de su actual miseria les corresponde a nuestros discursos y órdenes, permitiremos su entrada y procuraremos, con la ayuda del Señor, llevarlos a un camino mejor. Vamos pues, en nombre del Señor».
5. Acompañado por Messenhauser y Becher, Roberto se dirige al jardín donde todavía se encuentran los vieneses con sus hijas ultrajadas. Yo y Jellinek les seguimos.
6. Cuando Roberto les pregunta sobre su estado actual, casi todos gritan: «¡Estamos muy mal! ¡Ayúdanos a terminar con esta vida abyecta! ¡Imagina las experiencias extrañas que hemos hecho aquí, en este reino de los espíritus! Reconocemos que hemos sido excesivamente sensuales, pero siempre fuimos así porque no tuvimos otra educación, lo que cabe achacar exclusivamente al régimen. Así que nos divertimos como Adán y Eva, los cuales dieron nacimiento al fratricida Caín, cuyo ejemplo ha tenido innumerables seguidores. Sin embargo lo que más nos revuelve es que todos fuimos contaminados. ¡Y esto como espíritus! ¡Bonito paraíso éste! Mira si puedes ayudarnos, o acaba con nuestra existencia si ello te es posible.
7. Pero ¿quiénes son tus compañeros? Uno de ellos sabemos que es el anfitrión de esta casa y un justo hombre de Dios. A los otros no los conocemos».
8. Dice Roberto: «¡Pobres amigos míos! ¿Acaso estáis tan ciegos que no reconocéis a Messenhauser, Jellinek y Becher?».
9. Algunos exclaman: «¿Cómo? ¿Esos canallas? ¡Lo podíamos esperar todo, pero esto nunca! Sobre todo Messenhauser. Suerte la suya que nos encuentra tan agotados, de lo contrario le mostraríamos nuestra gratitud por su alto mando en Viena. Como estamos incapacitados para eso, puede irse conformando mientras tanto con los nombres que le damos de mayor traidor y embustero, y con nuestro deseo de que le suceda aquello que él mismo nunca querría que le pasase».
10. Dice Roberto: «Decidme: ¿estáis aliviados por haber insultado a estos amigos míos?». Ellos responden: «No exactamente, pero lo merecen y bien sabes por qué».
11. Roberto continúa: «¡Olvidémonos de ello! Lo que pasó, pasado está. Ninguno de nosotros, salvo mi gran amigo que ahora está hablando con Jellinek, puede afirmar que no ha pecado. Incluso creo que todos nosotros rebasamos la escala de todos los pecados mortales, y no una sino varias veces, cada cual con primacía de sus flaquezas individuales. Sería estúpido por mi parte tratar de exculpar a los que acusáis. Tienen grandes culpas que expiar; ¿y nosotros? El eterno Maestro de vida no tendría muchos problemas en ver quien de nosotros merece el infierno. Ya que ante Dios no tenemos el menor valor, sería mejor no acusarnos y sí extender la mano del perdón, fundando en este mundo de vida reciente una nueva colonia de amigos y hermanos. Así obtendremos mejores resultados que con acusaciones recíprocas constantes, más cuanto que nuestros hombros cargan la medida completa de culpas. ¿Qué os parece?».
12. Todos exclamaron: «Tienes toda la razón y tu propuesta nos agrada mucho. Pero ¿y la salud? ¡Necesitamos nuestra salud! Pues sabes que un hombre o un espíritu doliente no puede llegar a conclusiones saludables, mucho menos un vienés!».
13. Roberto dice: «¡Está bien, está bien! Venid conmigo a casa; allí encontraremos remedios para curarse. Aquí en el reino de los espíritus nada se consigue por medios externos, porque todos los males deben ser curados en lo íntimo. Venid, pues, a mi casa, en la que hay de todo».
14. Todos se levantan, incluidas las jóvenes, y se dirigen hacia la sala, la cual puede acoger a miles de personas.
1. Cuando llegamos a la sala, uno de los vieneses ve a las bailarinas y dice: «¡Lo que nos faltaba para nuestra salud actual!». Dice otro: «¡Papagayo! ¡Mira que piernas! ¡Son como el postre de un Domingo de Pascua! Si tuviera fuerzas me dirigiría a la del centro de aquel grupo».
2. El vecino le advierte: «¡Frank, sé juicioso! ¿Acaso ignoras que no estamos en la Tierra?». Responde el primero: «¡Claro! Lo que no impide que sean muy bonitas. Sería menester no tener sentimientos para permanecer indiferentes».
3. Dice un tercero: «Pero ¿y si Frank va al infierno por su temperamento?». Este responde: «¿Acaso estamos en el Cielo? ¿Has visto ya el infierno para saber que no formas parte suya?». Otro remacha: «En ese caso debiéramos haber sido condenados y podríamos ver el fuego infernal, lo que, evidentemente, no es el caso. Sin embargo creo que si no dejamos nuestra inclinación por el sexo opuesto, será más fácil que vayamos al infierno aquí en el Más Allá que en vida».
4. Añade el primero: «Tienes razón; pero aunque pretenda no pecar, ¡todavía estará permitido pensar con la cabeza que me está dando para tanto!». Otro distinto dice: «¡Esos es! ¿No sabes que primero surgen los pensamientos, después los deseos, continúan los actos, y, al final, el infierno? Pienso lo siguiente: como estamos en el Más Allá, debemos permanecer serenos y obedecer a todo lo que Blum diga; sólo así podremos mejorar». Dice Frank: «Está bien, no eres tan tonto como pareces».
5. Al lado comenta una heroína del tablado: «¡Esa es buena! ¡Estos dos diabluchos pretenden analizar las situaciones del infierno! ¡Ah, ah, ah! ¡Cómo si no estuviesen ya condenados!». Dice Frank: «¡Cállate ya, puta mayor de todos los estudiantes de Viena! ¡Espera, te voy a dar una bofetada delante del Cielo, que la propia Virgen santísima dirá ay! ¡Pues no que quiere vernos condenados al infierno! Ten cuidado en no ser tú la primera que vueles para allá».
6. Viene otro y dice en tono patético: «¡Amigos! Pensad en dónde estamos. Esto de aquí no es el Prater donde el vulgo vienés se vuelve más rudo que en cualquier otra parte. Estamos en el mundo espiritual y conviene asumir una actitud seria y equilibrada para evitar una condenación eterna». La heroína dice: «¡Oh, oh! ¿A qué viene ese exceso de celo, so tonto? Está claro que Dios no puede ser misericordioso con un borrachuzo de tu categoría». El orador patético responde desorbitando sus ojos: «¿Qué? ¿Qué dice esta bruja? ¿No habrá aquí un vil sujeto dispuesto a retorcer el pescuezo de esta criatura inmunda?». Ella dice: «¡Cuánta gentileza! Si se necesita un hombre depravado, no se encontrará otro mejor que el señor mismo. ¿Quién se imagina que es? Ya sé qué es lo que el señor echa de menos en este mundo espiritual: un cubo de cerveza y su bien plantada Mariandl, ¿no es así? Entonces, ciertamente, Dios le resultará más benigno de lo que hasta ahora se ha mostrado aquí...».
7. Dice el patético: «¡Amigos! Dejemos a esta criatura repugnante que contamina todo el ambiente». La heroína responde: «Sería una vergüenza que el señor no estuviera más limpio que yo, puesto que en vida se lavó con miles de cubos de cerveza. Si yo fuera Dios sabría cómo hacer feliz al señor: transformaría el Danubio en cerveza negra y rubia, mezcladas, y haría que se sentara en el lugar donde el río desemboca en el Mar Negro, con su querida Mariandl al lado».
1. El patético deja el grupo, va junto a Roberto y le informa respetuosamente de que en su casa hay espíritus viles y que conviene alejarlos.
2. Responde Roberto: «Apreciado amigo, ¡eso no es posible! Cuando estábamos encarnados defendíamos la igualdad entre todas las criaturas, y eso en todo, de derecho pleno. Lo que allí no conseguimos nos es facilitado aquí de modo completo, lo que es una verdadera dádiva por parte del Ser supremo. Si el señor pretende ser verdaderamente feliz en esta constitución liberal, no debe sobrestimar su propio valor, y debe pensar que todas las criaturas de ambos sexos que se encuentran aquí tienen como Padre y Creador al mismo Dios. Sólo así conseguirá el señor amarlos de verdad, recibiendo a cambio el mismo afecto, única felicidad de todos. De esta manera el señor no necesitará en el futuro recurrir a juicios para quejarse de quienes le ofenden; su propio corazón le facilitará la mejor y más valiosa justificación en los corazones de sus hermanos. Además, el señor no necesita preocuparse ante la posibilidad de que mi casa esté contaminada por esas pobres criaturas. ¡Confieso que me agrada esa heroína mordaz! Es vienesa y tiene buen corazón. ¿El señor es uno de esos que se dejan tratar de “señor” sin tener en cuenta que todos somos hermanos? Respóndame quién para mí resulta más decoroso, ¿el señor o ella?».
3. Inclinándose ante Roberto, el patético dice: «Si ésta es aquí el habla moral ante hombres de honor, pido licencia para retirarme, pues el ambiente exhala mal olor, rudeza y plebe».
4. Dice Roberto: «Amigo, esta casa no tiene calabozos, ni rejas, a no ser las ataduras del amor. Si no quiere quedarse, nadie lo retiene aquí dentro. Sólo añado que será difícil volver a este hogar de amor caso que lo desee. Incluso puede suceder que desaparezca tan pronto como el señor dé el primer paso al aire libre. Habiendo sido aconsejado, el señor sabrá lo que hacer».
5. El patético duda sin decidirse. La heroína se acerca y dice: «¡Ea, deja de ser necio y quédate! ¡Vuelve a las buenas! Me aborrece porque el señor pretendía cuestionar el Amor y la Misericordia de Dios y yo exterioricé mi opinión. Si hubiera sido posible, el señor me habría destrozado con su odio. ¡Pero dejemos eso! ¡Hagamos las paces! Los dos estamos llenos de defectos y conviene que tengamos un poco de paciencia unos con otros. Venga aquí pues el viejo Frank, su limpiabotas, nos espera ya. ¿Está el señor enfadado conmigo?».
6. El patético dice: «¡En manera alguna! Eso me desdoraría pues, a decir verdad, nada de ello me concierne. No puedo volver a vuestro medio en el que existen las mayores bajezas. Permaneceré en círculos honorables ¡Fuera!». La heroína responde: «Tenga cuidado, no vayan a darles náuseas cerca del señor. ¿Qué ideas son esas? Soy una vienesa alegre, pero no mala. Si al señor le resulto muy despreciable, basta con que escoja otra. Ahí hay algunas. Pruebe suerte y ellas le dirán cuanto vale». La heroína vuelve a su grupo y el patético la ignora.
1. Cuando regresa hacia su grupo, Frank se vuelve hacia la heroína y le dice: «Así pues le dijiste, en dialecto, tu opinión a ese presuntuoso?». Ella dice: «¡Claro! Pero se imagina que es un caballero. Lástima que no hayas oído a Blum cuando aquel presumido fue a quejarse de mí. A nadie le deseo mal, tampoco a él; pero habría que bajarle los humos». Responde Frank: «Así me gustas, ¡pero si vuelves a atacarme no me voy a plantear la convivencia!».
2. La heroína dice: «No somos bohemios para pelearnos durante siete años. A uno conocí que, después de tres, me habría destrozado si hubiera podido». Frank responde: «Oye, no hables tan alto. Nunca se sabe si alguien nos escucha y los bohemios tienen las orejas y los dedos muy largos, razón por la que sirven bien para policías».
3. A estas palabras se levanta un bohemio rudo, que respira profundamente y dice a Frank: «¡Camarada! ¿Quién tiene largos los dedos y las orejas? Soy un espíritu, pero ya nos aclararemos sobre este particular». Dice la heroína: «¡Vaya por Dios! Frank, vámonos fuera, pues hablando del rey de Roma, por la puerta asoma. Este parece que es amigo de los rusos». Dice el bohemio: «¡Calla tu boca inmunda! Tú eres una ramera, pero mi gente es buena». Ella se defiende: «Queridos vieneses, si no nos encontráramos en una casa tan respetable, haría lo necesario para despachar a este sujeto. Vayámonos en buena hora, si no habrá barullo».
4. Rápidamente, junto con algunos vieneses, se dirige hacia Mí y Jellinek al que dice: «Hola señor doctor, casi no le reconozco. ¿Cómo está y qué es lo que hace por aquí?».
5. Responde Jellinek: «Estoy bien, mucho mejor que en la Tierra. Mi deseo más ardiente sería veros tan contentos como yo, de esta manera dejaríais de discutir. ¡No podéis continuar así! Aprended en nuestra compañía como se debe tener paciencia con las flaquezas del prójimo para que os entendáis mejor. Si continuáis con las críticas, los insultos y las amenazas recíprocas, entonces el amor cristiano, única felicidad de las criaturas y de los espíritus, no reinará entre vosotros.
6. Por lo tanto volveos razonables y bondadosos y dejad de discutir; de lo contrario, todavía tendréis que sufrir mucho. Y si fuerais socorridos, la ayuda correspondería a vuestra amistad y amor recíprocos. Recordad que ante Dios todos somos iguales y ninguno tiene privilegios, a no ser la mayor humildad y el mayor amor a Dios y a sus hermanos. ¿Has comprendido?».
7. Dice la heroína: «¿Cómo no? Pero nuestra lengua es un desastre; pues no se calla ante nada. ¿No sería posible curarse este mal aquí, en el reino de los espíritus? No somos malos, pero nuestra lengua es de trapo».
8. Responde Jellinek: «Veremos lo que se puede hacer. En cualquier caso conviene esforzarse en dominar la lengua, que todo mejorará. Pide a este Señor que está junto a mí; pues Él puede mucho y dará ayuda verdadera».
9. Dice ella: «¿Comprenderá el dialecto vienés? ¡Me atrevo a hablarle porque es muy simpático!».
10. Dice Jellinek: «Habla todos los idiomas y todos los entiende, especialmente la lengua del corazón, y hasta lo que piensan las personas en su interior. Prueba y verás como tengo razón».
11. La heroína responde: «¿Será verdad? En tal caso debe ser medio pariente de nuestro Señor. Debe ser chistoso discutir con alguien que sabe de antemano lo que se quiere decir. Sin embargo lo haré, sólo necesito saber como se llama».
12. Jellinek añade: «Querida amiga, no llamas a la buena puerta; supongo que es un poderoso arcángel de Dios destinado a adoctrinarnos y dirigirnos. Es todo lo que sé. Pero un cosa hay segura: es el único que nos puede socorrer porque tiene fuerzas para ello».
13. Ella dice: «¡Ay, ya! ¿Quién sabe si no será un apóstol, quizás Pedro o Pablo? ¿Qué me dices?».
14. Responde Jellinek: «Querida, es muy posible. Dirígete a Él y sabrás quién es. Para mí es algo más que Pedro o Pablo».
1. A esa indicación de Jellinek, la heroína me contempla un tiempo, y me dice: «Perdona, Señor, si te importuno con una petición. El Doctor Jellinek me mandó hablarte porque eres poderoso y puedes ayudar, sea en lo que fuere. Estos vieneses y yo estamos muy necesitados. Fuimos criados como animales y llegamos aquí muy enfermos. Nuestra necedad moral es igual. Sé gentil y ayúdanos para que obremos mejor».
2. Yo digo: «Podría ayudaros, especialmente a ti. Sin embargo es necesario que confieses abiertamente lo que necesitas. Si estás enferma, conviene aclarar dónde, cómo y por qué contrajiste la enfermedad. Dando por buena tu necedad, debes decirme por qué te consideras ignorante. Haz un examen de conciencia de todos tus actos, expónlo, y el resto corre de mi cuenta».
3. Ella responde: «¡Qué pesadez! El señor es peor que un liguriano que pidiera que le contase todo. Una vez me confesé con un padre de esa secta ¡no quieras saber las preguntas que me hizo! El peor de los pecadores enrojecería hasta los cabellos. Si le contara lo que hice en vida, le causaría escalofríos. Además, delante de tantas personas no sabría qué hacer de tanta vergüenza como me daría. ¿Qué le parece si puede averiguar simplemente lo que necesito sin someterme a una afrenta semejante? Hágame el favor de intentarlo».
4. Yo digo: «Querida mía, ¿cómo no te dio vergüenza cuando pecaste? Acostumbrabas a estar en sociedad y no tenías el menor pudor cuando, en una orgía, te desnudabas y hacías gestos obscenos ante los hombres que te miraban arrebatados, y después hacías lo que fuera. Sé que en una ocasión, tras haber bebido en exceso, te comportaste tan indecentemente que hasta a tus lascivos compañeros les dio asco. También conozco otros trabajillos tuyos en que exageraste aún más, y eso sin la menor vergüenza. Con lo que supongo que tu reputación de mujer casta tampoco sufrirá mucho aquí si me cuentas de qué manera llegaste a ese estado de miseria e impudicia».
5. La heroína responde perpleja: «¡Esto no me lo esperaba! El señor es capaz de avergonzar a alguien de manera tal que no pueda rehabilitarse hasta el fin de su vida. Si no fuese tan simpático, podría aborrecerme. Hablando sinceramente, sólo me da vergüenza con el señor. Esa gente de Viena no me incomoda y, si me fuera permitido hablar en voz baja, podría contarle algunas peripecias!».
6. Digo Yo: «¡Pues bien! Pero no debes ocultar nada. ¿Has comprendido?».
7. Ella responde carraspeando: «¡Pues, en nombre de Dios, únceme ya que es preciso! A los catorce años perdí mi virginidad, precisamente en la Feria de Pentecostés, y, si no me equivoco, fue un tal Toni. Era un muchacho depravado, y como me dejó finalmente indefensa, me dije a mí misma: “De todos modos no puedes seguir siendo eternamente virgen y algún día tendrás que pasar por esa experiencia”. ¡Como no fue desagradable, repetimos la dosis! Si me hubiese quedado embarazada no me habría perjudicado; pues Toni me había prometido casamiento. Juzgando que yo era estéril, el bellaco me abandonó y se casó con otra. Desesperada proseguí el camino iniciado y pensé: “De todas maneras iré al infierno”. ¡Y viví a más no poder! Nunca vi a mi padre, y mi madre ¡Dios la tenga en su Gloria!, no fue mejor que yo. Así fui contaminada muchas veces, y otros por mí. Entonces apareció un médico homeópata que me curó. A cambio tuve que trabajar para él y se comprende fácilmente que no rezaba letanías conmigo.
8. Cuando la revolución irrumpió en Viena, mi doctor tomó parte en ella. Y yo, valiente como soy, también ayudé y me alcanzó una bala. Ahora estoy aquí como una pobre alma porque en la Tierra fui demasiado alegre. Ya he contado todo lo que he hecho. Sabiendo pues lo que necesito, te pido que me ayudes en nombre de Jesús».
9. Digo Yo: «Estoy satisfecho con tu sinceridad y veré cómo puedo ayudarte. Además, con la misma honestidad, te digo que sólo tu buen corazón y la pésima educación que tuviste -en lo que no te cabe culpa- podrán salvarte del infierno. Si fueses de peor naturaleza o tu educación hubiera sido más cuidadosa, estarías padeciendo sufrimientos atroces en el infierno. Pues dicho está: “Los impúdicos y los adúlteros no entrarán en el Reino de los Cielos”. Por los motivos dichos no seré muy riguroso. Di sin embargo, ¿qué es lo que piensas de Jesús, el Salvador?».
10. Responde la heroína: «¡Le quiero mucho! Pues salvó a la adúltera y no condenó a Magdalena aunque era una gran pecadora. Tampoco atemorizó a la samaritana. Por eso creo que, si se lo pidiese, ciertamente no me retorcería el pescuezo».
11. Yo digo: «¡Muy bien, querida! Hablaré secretamente con Él, pues está cerca de aquí. Tal vez haga contigo lo que hizo con la Magdalena. Espera un poco, con calma».
1. ¡Atención! La razón por la que se comunica esta escena tal como sucede en el Más Allá -y no puede ser de otra manera a causa de las costumbres, lenguajes, pasiones y variados grados de educación de un pueblo- tiene como base facilitar al lector y partidario de la Nueva Revelación la prueba de que el hombre, tras la muerte, es el mismo que fue en vida respecto a su modo de hablar y pensar, sus costumbres, hábitos e inclinaciones, pasiones y actitudes; esto en tanto aún no haya alcanzado el pleno renacimiento del espíritu.
2. Por eso se llama “espiritualidad natural” el primer estado que sigue al desenlace, ya que el espíritu renacido se encuentra en la “pura espiritualidad”.
3. En el caso de los espíritus naturales -sobre todo cuando son de naturaleza simple- la diferencia entre la vida terrena y la del Más Allá consiste apenas en el entorno conveniente que se le presenta, un entorno que siempre manifiesta el fuero interior de los espíritus. Cuando la cuestión del renacimiento del espíritu estuvo demasiado abandonada durante la vida en la Tierra, este entorno del Más Allá solo resulta verdaderamente ventajoso para aquellos pobres espíritus que en vida sufrieron una auténtica miseria material y espiritual. Los espíritus de los beneficiados con bienes terrenales, cuyo corazón se aferra a ellos como pólipo al fondo del mar, encuentran todo lo que dejaron en la Tierra, pudiendo permanecer durante siglos en tal estado de atraso, del que no serán apartados hasta que sientan deseos de algo más perfecto y elevado.
4. Ahora sabéis sin embargo por qué esta importante escena es revelada palabra por palabra. Vamos a seguir, pues nuestra heroína ya se inquieta y aguarda, esperanzada, la orientación de Jesucristo que le prometí. Entretanto debéis considerar que esta escena muy significativa ocurre en el mundo espiritual precisamente ahora, ejerciendo gran influencia sobre acontecimientos de la época actual. De todas esas discusiones aparentemente triviales podéis deducir con algo de perspicacia la situación y los sucesos de la Tierra, que se destacan claramente en la secuencia. ¡No os escandalicéis de las mismas! ¡Todo tiene que suceder como ocurre!
1. La heroína, impaciente, se aproxima a Mí con timidez y pregunta si ya hablé de ella secretamente con Jesús.
2. El patético, habiendo encontrado en el grupo a varios como él, se enfada con el hecho de que esa vienesa miserable sea tan atrevida y me moleste a Mí, el anfitrión. Así que se acerca con varios más y dice: «¡Oh criatura repugnante! ¿Durante cuánto tiempo pretendes molestar con tus graznidos a este respetable señor? ¿Acaso no tienes educación?».
3. Responde la heroína: «¡Vamos, idiota! ¿Esto es asunto suyo? Comience a andar si no quiere que le diga su nombre en genuino alemán. ¡Hay que ver! ¿No le agrada que gente como yo hable con ese señor? ¿Acaso piensa que es mejor que nosotros sólo porque usó el sable, socialista y anarquista jubilado? Suerte que Cristo, el Señor, no está entre nosotros, pues quedaría escandalizado con su actitud presuntuosa. ¡Salga de aquí con sus ojos de cocodrilo y pies de chivo, si no, algo le va a pasar!».
4. El patético se vuelve hacia Mí y dice: «Queridísimo amigo, por el amor de Dios le pido que prohiba a esa criatura usar expresiones tan bajas contra hombres de reputación y honra. ¡Pone a los demás como a barrenderos! Cierto es que en el mundo de los espíritus no hay diferencias de clase. Sin embargo, la diferencia de inteligencia y educación no puede acabarse hasta que las capacidades humanas, descuidadas en la Tierra, hayan alcanzado la humanización y la educación con las que podrán volverse agradables e interesantes en una buena sociedad. Le pido pues, que informe de todo ello a esa vienesa deslenguada».
5. Respondo: «Querido amigo, siento no poder atenderlo, por el simple motivo de que ante Dios es un horror todo aquello que la burguesía considera y aprecia como elevado, ilustre y hermoso. Dios siempre es el mismo y nunca siente placer en esos hombres honrados que valoran al prójimo por el número de antepasados, por su posición en el gobierno o por la fortuna que tienen, tildando de canallas a quienes no hagan por merecer tales prerrogativas. El Padre sólo aprecia a aquel que en el mundo es simple, sin importancia y despreciado, de manera que, como el amigo más íntimo de Dios, declaro que precisamente esta vienesa a la que descalificáis, le es mucho más agradable que vosotros, amigos nobles. Sin embargo habéis sido muy útiles a esa pobre criatura pues desde ahora la acercaré a Mí. Le daré una educación tan elevada que impondrá respecto a los propios ángeles. El futuro dirá donde estaréis vosotros, hombres respetables. Por el bien de vuestra salvación os pido que no importunéis más a esa pobre cuitada, pues es mía». Volviéndome a la heroína, digo: «Así, querida Magdalena, ¿estás satisfecha?».
6. Ella responde: «¡Jesús! ¿Y cómo no? Le prefiero millones de veces a esos orgullosos que consideran a los pobres como animales. Los aborrezco cuando nos tratan como a parias. ¡Que nuestro Señor les perdone pues no saben lo que hacen!».
7. Interviene el patético: «¡Óptimo! ¿Oís, camaradas? Que después de la vida tan amarga que pasamos, las cosas sean tan sin altura en el mundo de los espíritus, resulta una sorpresa desagradable. Por lo menos en la Tierra el hombre educado todavía podía defenderse de los ataques de esta ralea gracias a su posición, función gubernativa o recursos. Aquí se elevan sobre los demás y, a la postre, hay que considerar una gracia especial que tales criaturas nos hayan mirado. Para completar semejante desabrimiento social es preciso que ese hombre, aparentemente honrado, se interese por ese alambre de púas, llevándola derecha al Cielo. Dice que es amigo íntimo de Dios. A juzgar por la atracción que manifiesta por la ordinaria vienesa, la tal divinidad debe ser un superlativo de inmoralidad. Esa prostituta exhala impudicia y él pretende educarla para joya de esta casa. ¡Ah, ah, ah!».
8. La heroína me dice: «Escucha como maldice. Convendría cantarle cuatro verdades».
9. Yo respondo: «No te molestes. El futuro demostrará las ventajas de semejantes insultos. Para que su orgullo encuentre una piedra de escándalo en nosotros debes, como amada mía, tratarme de tú e intentar cambiar tu manera de hablar. Inténtalo si es que puedes».
10. La heroína siente una extraña sensación de bienestar que produce un efecto muy favorable en su físico. Admirada y feliz ante tal metamorfosis sin el menor dolor, me dice alegremente: «¡Oh, alto amigo celestial, qué felicidad siento a tu lado! ¡Mi rudeza se ha desprendido de mí como una escama! ¡Mi modo de hablar y de pensar se ha transformado como la mariposa que sale del capullo! Mis molestias desaparecieron como la nieve ante el Sol. ¡Qué feliz me siento! ¿Y a quién le debo esto? Únicamente a Ti, amigo bendecido por el Altísimo.
11. Ya que otorgaste tamaña Gracia a una pobre pecadora que jamás podrá corresponder, dime cómo deberé actuar para manifestar mi eterna gratitud».
12. Respondo: «Mi queridísima Helena -este es tu nombre celeste-, estamos en paz. Me agradas mucho y tienes un corazón que me ama, como Yo te amo a ti. ¿Qué más necesitamos? Dame tu mano como señal de tu afecto y dame un beso fervoroso en la cabeza. El resto déjalo de mi cuenta».
13. Ante esa invitación, Helena se inflama de amor, me da su mano, y me besa con un cariño indescriptible. La escena conmueve hasta las lágrimas a Roberto, Messenhauser y Becher, y en mayor medida a Jellinek. Mientras tanto ella mantiene la expresión transfigurada y todo su cuerpo se vuelve esbelto y noble, cual criatura celestial, salvo sus vestidos que todavía son modestos y limpios. En seguida Roberto pregunta si debe buscar ropa nueva para esa flor deslumbrante y Yo respondo: «Dentro de poco, cuando Yo lo pida».
1. La transformación de Helena también es observada por el patético y por su grupo. Uno de ellos le dice: «Amigo, ¿no ves nada? La ramera de Viena se ha transformado de manera tal que extasía al observador. ¿Será el amigo de Blum una especie de mago de Egipto?».
2. Responde el patético: «¡Realmente tienes razón! Sin embargo es un hecho conocido que las personas apasionadas cambian. Recuerdo haber visto en la Tierra a personas que vistas en sus ocupaciones caseras incluso daban miedo; pero cuando los domingos iban a pasear con su enamorado, se volvían irreconocibles. En una ocasión yo mismo tuve una cocinera que los días laborables era tan sucia que causaba irritación. Pero cuando acababa el trabajo, se transformaba en una belleza los días de salida. Ciertamente con esta criatura ocurre lo mismo: el amor produce, tanto aquí como en la Tierra, esos hermoseamientos sorprendentes. Quítale el amor y volverá a ser lo que era».
3. El otro discrepa: «Hasta cierto punto tienes razón. Sin embargo hemos de considerar que se ha vuelto hermosa de repente y, además, habla un idioma perfecto, sin sombra de modismos. Debe haber una influencia más importante e incomprensible para nosotros. Observa la piel rosada, la linda delicadeza de los brazos y de la nuca, el cabello dorado de oro, los pies tan finos apareciendo por debajo del vestido! Estarás de acuerdo en que no es una belleza corriente».
4. El patético queda perplejo porque ve que el otro tiene razón. Un tercero se levanta y dice: «¡Queridos amigos, todos estáis equivocados! Esa transformación tiene una base natural; pues todos nosotros estamos en el mundo de los espíritus. Nuestra vida es un juego de nuestra fantasía, la cual crea ciertas escenas que se presentan a los sentidos del alma como realidades objetivas. ¿Entendéis?».
5. El primero responde: «Amigo, si fuera así, también tu explicación sería un sueño sin fundamento. ¿Acaso pretendes ser una excepción? Todavía existe una gran diferencia entre el sueño y la realidad. ¡Cuántas veces soñé mientras vivía!
6. En el sueño siempre era pasivo, aquí soy consciente y activo. Nunca recordaba los sueños a no ser confusa e imperfectamente. Aquí la percepción es tan clara que ante mis ojos pasan los hechos más triviales de mi vida. ¿Esto es un sueño?
7. Durante el sueño nunca sentí dolor, hambre ni sed; y las personas que aparecían en él tenían siempre formas imprecisas y cambiaban tan rápidamente que no dejaban rastros de la aparición anterior, sin que por lo tanto hubiera secuencia lógica. Aquí todo ocurre de manera determinada, milagrosa sin embargo, que lleva a extasiarse al espectador más sereno.
8. ¡Qué lógica profunda manifiesta cualquier palabra dicha por Blum y sus amigos! ¡Y qué arquitectura perfecta la de esta sala!
9. Todo tiene un sello especial. Esto no es ni un sueño ni una fantasía, sino una bendita realidad sublime. Haremos bien en considerar más profundamente lo que nos rodea. Así pues, tengo la impresión de que la transformación de la vienesa es mucho más importante de lo que parece. ¿Qué me decís?».
10. El patético responde: «¡Estoy completamente de acuerdo! No comprendo cómo es posible que aquí una persona pueda entusiasmarse a favor o en contra de algo. Todavía estoy molesto por la manera que esta descarada -ahora tan increíblemente guapa- me puso por los suelos. Cuando busqué protección y justificaciones junto a su amigo y amado, recibí de él lo que no esperaba. Estaba dolido y ofendido hasta el alma, cosa que un hombre de honor no puede sufrir de manera indiferente. Pienso que es un enigma que en el reino de los espíritus sea posible que una persona se ofenda y se enfurezca. ¿Puedes explicármelo?».
11. El otro, llamado Olavo, responde: «Amigo mío, el asunto es muy sencillo y evidente. ¿En qué consiste un insulto o una ofensa? Sólo en una tendencia psíquica por la que un alma se considera la única privilegiada, y a todo lo demás sin valor alguno. Cuando esa idea querida es contrariada bruscamente, el alma, intentando equilibrarse en su posición, siente un dolor que la oprime y la aflige, porque ve que otros no la consideran de la forma que se considera ella misma. Tal estado psíquico es ilógico y ha de cambiar, si es que para el alma tiene que existir un estado de felicidad verdadera.
12. En el mundo hay personas que se consideran mejores que otras, y utilizan los medios más diversos para hacer valer su presunción. Sin embargo aquí, donde no existen fortuna, nobleza, ejército ni cañones, semejante debilidad psíquica no se justifica, pues es injusto que una criatura quiera elevarse por encima de otra y, además, ese deseo es una necedad.
13. Si la lógica y la experiencia me dicen que es más feliz quien menos exige del prójimo, resulta un contrasentido buscar la felicidad del alma donde nunca se podrá encontrar. Dime qué es a tu parecer mejor o más útil: ¿el celo por satisfacer las innumerables necesidades que vician el alma como la hierba dañina, o reducirlas al mínimo?».
14. Responde el patético: «Lo segundo, evidentemente. Mientras menos se necesita para ser feliz, tanto más fácil resulta».
15. Dice Olavo: «Así es y así será siempre. ¿De qué le sirve a un pretendiente pedir la mano de una joven cuyos padres se tienen en un concepto muy elevado? Difícilmente será aceptado. Incluso si lo consigue, habrá llegado al fin de sus sueños de felicidad. Mientras que cortejando a la hija de personas que se consideran inferiores a él, será feliz fácilmente. Hagamos lo mismo y no habrá vienesa desbocada que nos perturbe».
1. Dice el patético: «¡Has hablado bien y tal como la vida nos enseña! En la Tierra apenas fui hidalgo de nacimiento. Mis padres nunca formaron parte de los ricos y sólo me pudieron dar la educación que ellos mismos tuvieron. El destino quiso que yo ingresara en la escuela militar, donde tuve la suerte de cautivar la simpatía del coronel. Me hizo entrar en la escuela del regimiento, en la que en poco tiempo me volví uno de los más capaces, por lo que la carrera militar fue mía. Pasados siete años llegué a oficial. Era joven, alegre, ágil, y podéis figuraros mis innumerables conquistas con el sexo opuesto.
2. Por desgracia conocí en un baile a una de las hijas de un aristócrata: él, inmensamente rico, y ella, baronesa de nacimiento. Me gustó la moza y yo, con fama de ser el hombre más vistoso del regimiento, me di cuenta de su enorme entusiasmo por mí. Imagina: pobre como ratón de iglesia y disfrutando del cargo de oficial no por méritos sino por el físico, yo, el pobre criador de cerdos al lado del barón. Sin embargo, el verdadero amor no pregunta por títulos ni por dinero.
3. Locamente apasionados, nuestro único deseo era casarnos. ¿Pero cómo? ¿Cómo conseguir el consentimiento del padre aristócrata que siempre presumía de veinticuatro antepasados? ¿Cómo inducirlo a depositar la dote prevista? En ese sentido lo hice todo, y el resultado fue la prohibición, hecha gentilmente, de visitar la casa. ¿Qué hacer? La pregunta nos perseguía día y noche.
4. El coronel, que me quería como a un hijo, estaba harto y me aconsejó pedir la excedencia del cargo de oficial; a continuación debía pedir el pasaporte y viajar a Inglaterra y comprar un cargo militar importante, para lo que él me adelantaría el dinero. Comprendí sus intenciones y obedecí. En medio año fui capitán de un navío de guerra y me tocó zarpar para la India. No me faltaba valor y en poco tiempo logré aprender los conocimientos náuticos necesarios, e incluso el arte de volverme un héroe.
5. Pasó el tiempo y tuve mil oportunidades para destacarme como general: todas las operaciones fueron realizadas por mí con brillantez, proporcionándome condecoraciones valiosas. Pasados cuatro años volví a Inglaterra inmensamente rico y con títulos de nobleza. Intenté jubilarme, pero no me lo concedieron; en compensación me dieron seis meses de permiso, que aproveché para tratar de mi casamiento.
6. Al volver a la patria encontré a padres y hermanos en buena salud. Después de haberlos abrazado fui a la ciudad donde mi viejo amigo coronel era ahora general. ¡Qué felicidad poder estrecharle en mis brazos! Mis preocupaciones giraban en torno a la deuda, pero no quiso aceptar el pago; después, cuando puse sobre la mesa su importante cuantía, dijo: “Amigo mío, soy soltero y te considero como heredero de mi fortuna. Acepta esa bagatela como un pequeño adelanto y no se hable más del asunto”.
7. Quedé conmovido hasta las lágrimas. Acto seguido me preguntó si me había escrito con la baronesa. Le respondí que le había escrito tres veces, sin tener respuesta, razón por la que no insistí. Mi visita a la patria tenía por objeto presentarme como futuro yerno del barón.
8. Satisfecho ante mi firmeza de carácter, el general me contó que el barón todavía estaba más orgulloso de su hija, pese a que esta ya era mayor de edad. No le impresionaría una gran fortuna, y mucho menos los méritos de un plebeyo, sino sólo la alta nobleza. Esta fue la razón por la que desestimó el título de conde que le otorgó el emperador, porque hubiera sido el último conde, en tanto que como barón, su antigüedad era mayor.
9. A mí, que tanto me había arriesgado para conquistar la benevolencia de esa familia, no podía agradarme el relato. Me haría noble. Pero ¿dónde estaban los antepasados? Porque la línea de la nobleza se iniciaría conmigo. Pese a todo el general opinaba que debía visitar al barón y contarle mis aventuras en la India, con lo que quizás conquistaría el corazón del extravagante viejo.
10. Seguí el consejo de mi amigo, que me acompañó. Consideré un buen augurio haber sido recibido con deferencia, pero el futuro me convenció de lo contrario.
11. Lo mejor de todo era que Ema me tenía el mismo afecto. Había recibido mis cartas, pero no le fue posible responderlas. Utilicé todos los medios para convencer a su padre de nuestro amor, pero todo fue en vano. Después de tres meses me encontraba en el mismo punto que en mi primera visita.
12. Indeciso, pedí consejo al general. Tras reflexionar, me dijo: “No quiero darte malos consejos, pero si quieres alcanzar tu objetivo, cosa que yo también deseo, tienes que usar una estratagema. La joven ya tiene veinticinco años, por lo tanto es mayor de edad y puede disponer libremente de su persona. Si quiere casarse sin consentimiento de su padre, conviene no dar rodeos. Ciertamente será desheredada y le acompañará la maldición aristocrática; queda por saber si aguantará un golpe semejante. Como ella misma incluso ha hablado de fuga, quizás acepte. Si el asunto fracasa a causa de la astucia del viejo que podría convencer a los curas para que no se celebre la ceremonia, lo mejor es huir y casarse en Inglaterra. El asunto no está contemplado en la ley y es la única manera de que se realice su sueño. Ciertamente serás perseguido. Déjalo de mi cuenta que sabré orientar a los perseguidores. Una vez en la fragata, ¡adiós barón!”.
13. El consejo me gustó sobremanera y escogí la segunda modalidad, quince días más tarde, porque se habían presentado dificultades insuperables en la ejecución de la primera. Fui perseguido, pero mi amigo supo manejar el asunto. Apenas embarcamos conseguí que el capellán del barco procediera a la ceremonia y, por lo que respecta al matrimonio, todo transcurrió bien».
1. El patético prosigue: «Una vez casado, suponía que me iba a encontrar en el paraíso, pero pronto surgieron las nubes conyugales.
2. Mi esposa comenzó a sufrir por haber abandonado a su progenitor. Día y noche se arrepentía del paso dado, haciéndose tan grande su nostalgia, que temí una crisis de su salud. Lo hice todo para proporcionar a su vida otras motivaciones, pero sin éxito. Así pues, después de un año, decidí licenciarme del servicio y volver a Viena, retirándome a la vida privada.
3. En cuanto llegamos, fuimos a casa de mi suegro para pedirle perdón. Sin embargo había muerto, tal vez por el disgusto.
4. El choque fue demasiado para Ema. Sus orgullosos hermanos le dirigieron los más duros reproches, acusándola de criminal. Ella enfermó, obligándome a gastar una fortuna. Tras recuperar la salud, tenía exigencias que sólo podían satisfacerse con sacrificio y acudiendo yo a auxiliarla económicamente. Quiso el destino que sus hermanos fallecieran de tifus, siendo ella heredera universal de la gran fortuna. Era de suponer que esta situación la alegrara, ya que antes estaba triste porque, como hija del barón más rico, se volvía pobre por ser mi esposa, lo que sin embargo no le impedía servirse de mis recursos cuando quería aparecer como baronesa.
5. Sólo conocí su verdadera naturaleza después que heredó. Su antigua psicosis se transformó en una incansable lujuria.
6. Un día, con delicadeza, quería hacerle ver que una vida semejante era caótica y que, en realidad, ella me había hecho más desgraciado que yo a ella. Y que en Inglaterra seguramente yo habría llegado a ser almirante si, por amor a ella, no hubiera abandonado mi carrera allí para irme a Viena. Yo lloraba a lágrima viva, pero ella explotó. Bruscamente fue a su habitación y trayendo papeles por valor de doscientos mil florines, me dijo: “Recibe, marido mío, criador de cerdos, lo que por ventura te costé. Abandona mi casa y llévate contigo esa sarta de hijos. No puedo ocuparme de criaturas engendradas por un campesino. ¡Se acabó!”.
7. Con tales palabras dio un portazo, y yo esperé una hora con mis dos hijas, seguro de que volvería a las buenas. Sin embargo su camarero me informó que era deseo de la baronesa que dejara inmediatamente la casa. Y yo le indiqué que informase a la baronesa que no precisaba ni su dinero ni su casa y que, con mi fortuna legalmente ganada, viviría mi vida junto con las dos niñas.
8. Fui deprisa a mi habitación y llamé a mi servidumbre: “Recoged en seguida mis efectos particulares porque hoy mismo tenemos que abandonar esta casa”. Todos estaban desconcertados pero cumplieron inmediatamente mi voluntad.
9. Cuando estaba arreglando mis maletas, apareció mi amigo el general.
10. Informado de mi situación no sabía si reír o escandalizarse. A continuación me consoló y consiguió convencerme de que había tenido suerte de librarme tan decentemente de una esposa, por lo demás incomprensible. Sin embargo convendría guardar los valores ofrecidos por ella, en beneficio de mis hijas.
11. Cuando estábamos hablando apareció de repente el camarero de la ilustre, transmitiéndome el recado de que no aceptaría devolución alguna y que si la cantidad era pequeña, estaba dispuesta a darme todavía más. La indignación me impidió responder. El general tomó la palabra: “Dígale a la ilustre señora que esos doscientos mil florines no son más que una calamidad ridícula en comparación con los sacrificios que este hombre hizo por ella. La honra ultrajada de un oficial ejemplar como fue éste, no puede compensarla semejante importe ridículo, con lo que a la ilustre señora le tocará meter la mano más profundamente en la gran caja para indemnizar a este hombre de honor ejemplar, cuyo honra ha pisoteado. Y ahora diga a su ilustre señora que yo, príncipe y padre de este mi hijo predilecto, lo exijo de ella. Y dígale también que no tenga la audacia de llevar el nombre de él. ¿Está comprendido?”. “¡Sí, Alteza!”. “¡Entonces lárguese ya!”, le dijo con voz de trueno. Y el ayuda de cámara se fue corriendo.
12. Casi no había acabado de irse el camarero cuando la baronesa llegó junto al general, pidiéndonos que le perdonáramos, balbuciendo como en desvarío, que había sido víctima de la precipitación.
13. El general la dejó acabar y dijo con calma: “De tal padre, tal hija. La señora hace justicia a su progenitor. Mi hijo y yo somos condes, pero no pesamos en enorgullecernos por ello como lo hace su familia con el simple título de barón y baronesa. Como no tengo hijos conseguí el consentimiento del emperador para reconocer como hijo adoptivo a este amigo mío y, si muero, será príncipe. ¿Me comprende? Y si algunos aristócratas consiguieran intervenir ante el emperador para que no consiguiera el título, todavía seguiría siendo mi hijo y heredero único de todos mis bienes. Pero usted, baronesa, ha ultrajado su honra; y yo como padre exijo una indemnización de medio millón de florines. ¿Me ha comprendido, baronesa?”. La baronesa intervino: “Queridísimo suegro: le doy toda mi fortuna con la esperanza de que me perdone y no me quite mi querido esposo”.
14. El general contestó: “Pues sí, noble hija, como sólo ahora se ha enterado que este porquero, como ha tenido el atrevimiento de llamarle, es mi hijo, de repente la señora pretende volver a sentir amor por él. Eso no se arreglará tan fácilmente como Vd. se imagina. Tenga la bondad de retirarse a sus aposentos, pues necesito revelar a mi hijo asuntos importantes”. Ema pidió disculpas de manera más insistente aún, afirmando que prefería vivir toda la vida al lado de un campesino que perderme. Mi amigo respondió: “Muy bien, veremos cómo pasará tal prueba. Sólo dije lo anterior para observar su reacción y convencerme de lo miserable de su orgullo aristocrático. Cuando he afirmado que su marido es conde, la señora cambió de táctica. ¿Qué hará si revoco mis palabras y su esposo sólo sigue siendo un cuidador de puercos?”.
15. Al oír tales palabras, Ema saltó, exclamando: “¡Qué! ¿De esta manera es tratada la hija del rico barón? Así que mi esposo no es conde sino simplemente un destripaterrones, y yo sigo siendo baronesa de primera. Será indemnizado dignamente como cuidador de cerdos”. El general respondió: “No es necesario, carísima. La prueba no le ha beneficiado a Vd. La señora es lo que es; mi hijo también es lo que antes dije”.
16. A esas palabras, Ema, volviéndose, dijo: “Alteza, puede ser que, al menos en su opinión, no haya salido bien de la prueba. Pero le digo que todo lo que hice, sólo fue una estratagema para saber si mi esposo me ama realmente. Le digo con toda sinceridad que hace año y medio manifiesta tal indiferencia que me vuelve desgraciada. ¡Todo lo hice para agradarle, sin ser correspondida sin embargo! Reflexionando con tranquilidad constaté lo injusto de su actitud, habida cuenta de que yo abandoné la casa paterna movida por el gran amor que le profesaba. Su indiferencia debía tener una causa y yo tenía que descubrirla.
17. Como dispongo de una gran fortuna puedo hacer mucho para examinar el corazón de mi marido, con lo que comencé a frecuentar la sociedad, a dar bailes, fiestas, y a dejarme cortejar. Me equivoqué al pensar que así despertaría sus celos, pues parecía que esa situación le agradaba. Soporté semejante humillación casi dos años y resolví montar todo esto para comprobar si realmente todavía le gustaba.
18. Hasta este intento resultó infructuoso. Nada más haré en ese sentido. Le digo la verdad, Alteza.
19. Cuando no era rica, él me amaba de todo corazón. En cuanto me volví heredera de una fortuna considerable, suponiendo que eso estrecharía nuestra unión porque me daría la posibilidad de premiar sus grandes sacrificios, ocurrió precisamente lo contrario. Despreciaba mis bienes, alegando que había sido una maldición para nuestro hogar. Para poder juzgar con justicia, considere mi situación, y si realmente merezco su actitud y la de mi esposo”.
1. Quedamos admirados ante tales explicaciones y apenas pude exclamar: “¡Mea culpa, mea maxima culpa!”. Mi amigo dijo a Ema: “Si las cosas andan así, me veo obligado a pedirles disculpas y a reprender a mi hijo”. Ella respondió: “Alteza, sólo pido el amor de mi esposo, y todo le será perdonado”.
2. Yo interrumpí: “Querido padre, mi cariño hacia ella nunca ha cambiado desde que la conocí. Si ve fantasmas donde no los hay, no tengo la culpa. No manifesté celos al verla cortejada porque no quise pecar de falta de delicadeza. ¡Sólo yo sé lo que sufrí! En cuanto a su fortuna, confieso que no le presté atención porque sé que una vida lujuriosa es un horror para Dios. Si Ema hubiera distribuido entre los pobres las importantes cantidades que gastó en fiestas, me habría dado una felicidad doble. Ella sólo pensaba en castigarme, con lo que no puedo estar de acuerdo”.
3. Desarmada con mis palabras, Ema no sabía qué responder. Irritada, fue a la habitación contigua y cogió un enorme paquete de papeles de valor. Al preguntarle su intención, ya que creía haber hecho las paces con ella, sonrió malvadamente y dijo: “Ante de nada, tendré que indemnizarte por la ofensa infringida”. Respondí: “Querida, mi gran amor no me permite guardarte rencor. Además, yo no exigí ninguna indemnización, sino mi padre adoptivo, el cual pienso que te perdonará. Guarda esos papeles y sé la misma que años atrás”.
4. Perpleja, Ema no sabía qué responder. Tras algunos instantes, continuó: “Si me amas como dices, a ver si consientes en guardar estos papeles, pues las mujeres no saben administrarlos”. A lo que respondí: “Con mucho gusto. A cambio, dame tu mano en prueba de tu amistad, que puede ser sellada con un beso”. Ella dijo: “Para eso todavía tenemos tiempo. Antes debo llamarte la atención sobre un pequeño olvido. Varias veces te dije que no me llamaras Ema, sino Kunigunde. ¿Por qué no usar ese nombre de la vieja nobleza, también adoptado por mi madre y mi abuela? Si realmente me amaras, me llamarías por el nombre que me corresponde”.
5. Ante esa necia exigencia, mi padre adoptivo y yo nos echamos a reír, a causa de una pieza de teatro en la que una tal Kunigunde y su amado eran ridiculizados.
6. Por eso le dije: “Querida, si no lo hice fue por respeto a tu persona. Cada vez que pronunciaba ese nombre, me acordaba de la irrespetuosa canción de la obra teatral. En ocasiones hablamos sobre el asunto y estuviste de acuerdo conmigo. Si de ellos haces un punto de honor, volveré a llamarte Kunigunde. Pienso que no existe motivo alguno que nos impida hacer las paces”.
7. Dando una patada en el suelo, ella respondió en tono estridente: “¡No quiero!”, derramando un mar de lágrimas. A continuación hizo una pausa y, llena de rabia, soltó una retahíla de imprecaciones en contra mía. Al terminar la serie, todavía gritó: “¡Estamos en paz! No quiero saber ni oír nada más. Estás pagado y no tienes nada que reclamar. ¡Lo que me faltaba! ¡Que me ridiculices! ¡Vete!”.
8. El general se volvió a mí, diciendo: “Déjala, hijo mío. Está completamente loca. Tal vez el tiempo la cure. Guarda los papeles pues podrá venir un tiempo en que sirvan para ella misma, habida cuenta de la manera que vive y despilfarra su fortuna. Ya vienen los que mandaste a buscar una pensión para ti y tus hijas”.
1. Mi criado me dijo que había encontrado una casa óptima, con todas las dependencias necesarias y a un precio razonable. Le preguntó el general: “¿Dónde está y en qué piso?”. Dijo el criado: “Está en una segunda planta, pero no voy a nombrar el barrio. Pues, cuando uno se retira del enemigo, no se le debe indicar a donde...”. Dijo el general: “Parece que usted ya ha servido ante el enemigo dado que está tan experimentado”. “Sí, excelencia, en dos ocasiones. Una vez ante un enemigo real donde llovían bombas y granadas, y poco después ante uno irreal, pues se trataba de mi mujer. Tras aguantar cinco años decidí retirame de este enemigo, me busqué un empleo y llegué aquí. La señora todavía podría aprender algo de mi mujer...”.
3. A mi Ema le faltaba poco para darle una bofetada y, rabiando, le gritó: “¡Fuera, canalla, lárguese!”.
4. A eso, el criado respondió: “No hace falta porque dentro de media hora felizmente ya nos habremos ido”. Y yo añadí: “Sí, daos prisa porque yo mismo más quisiera volar que andar...”.
5. No bien acabé mis órdenes y, con un sobresalto, Ema se colocó frente a mí: “¡No, oh no! ¿Acaso merezco que realmente quieras ahora abandonarme y ponerme en ridículo ante tu servidumbre deslenguada? Mira, tuve un ataque de mal humor, y sólo Dios sabrá el cómo y el por qué; he tenido una recaída y sé que me he portado mal contigo. Pero ahora noto cómo se me está cayendo la venda de los ojos... Me doy cuenta que he debido insultaros profundamente a ti y al señor general... Y tú no has caído en que todo ello sólo fue una reacción de tu pobre Ema enferma, ni mucho menos en su sano juicio... Oh, mi querido marido, castígame si me lo he merecido, ¡pero no me abandones!”. Abrazándome impulsivamente, lloró a lágrima viva sin soltarse de mí.
6. Ante esto, la servidumbre ya no sabía a qué atenerse, si mudarse o no. Con lo que Ema les dijo: “¡Todo atrás, y el piso alquilado por mi cuenta!”.
7. El general dijo: “Si las cosas están así, tu esposa parece que realmente tiene un problema de salud. En estas circunstancias tú -como caballero- en manera alguna puedes abandonar a tu Ema...”. Y se despidió.
8. Y mi Ema quedó completamente cambiada. ¡Hace poco todavía un demonio y ahora se volvió un ángel!».
1. Olavo se manifiesta diciendo: «Querido amigo, tu relato conyugal se está alargando mucho. Dejemos la continuación porque la conozco tanto como tú. Has de saber que soy el mismo general y amigo que te protegió en la Tierra. Y aquél que hace poco todavía consideraba mera fantasía los acontecimientos ocurridos con la heroína del tablado, es precisamente el barón con cuya hija te casaste contra su voluntad. Si también quieres conocer a tu propia esposa con la que bregaste en vida cerca de veinte años, observa aquella criatura medio desnuda y mortificadísima que te está mirando detrás del barón, y con ello tienes ante ti el conjunto de tu historia familiar. ¿Te agrada la solución de tu caso?».
2. Contesta el patético: «¡Caramba! ¿Cómo podría imaginarme una cosa así? Tengo la impresión de que mi vida conyugal va a iniciar el segundo acto de su drama. ¿Qué me dices?».
3. Olavo replica: «Por mi parte creo que, si queremos mejorar algo, debemos dejarnos guiar sólo por aquel hombre. Durante tu relato observé silenciosamente y nada pasó desapercibido a mis ojos. Helena recibió nuevos vestidos y se parece a un verdadero ángel; y cuanto más afecto manifiesta hacia ese personaje singular, tanto más hermosa y sabia se vuelve. Y esto no ocurre sólo con ella. Veo que muchos cambian de aspecto y de índole cuando se aproximan a él.
4. Son verdaderos milagros en la plena acepción de la palabra.
5. Allá al fondo, en un palco espacioso, ves a unas veinte bailarinas de aspecto deslumbrante. Junto a la mesa, provista de pan y vino, se encuentra el conocido demócrata Blum, en compañía de Messenhauser, el Dr. Becher y el periodista Jellinek. Expresan una serenidad casi celestial y sus palabras están llenas de sabiduría.
6. El causante de todo esto es aquel hombre sencillo que ahora conversa con Helena y parece hablar sólo de amor. Le preguntan algo y él lo dispone todo, continuando tan modesto y amable que consigue que yo lo quiera como al mejor amigo.
7. Tengo incluso ganas de abrazarle y estar con él constantemente, ¿No sientes tú lo mismo? ¿Y tú, amigo barón, y tu hija Kunigunde?».
8. El patético responde: «Confieso que tengo la misma sensación. Respecto a los sentimientos de mi suegro y de Ema no puedo responder. Ella tal vez lo haga: pues últimamente percibí algunos indicios de inclinación religiosa. Sobre él sólo puedo decir que sus concepciones acerca de la nobleza serán un impedimento, si es que las ha traído hasta aquí».
9. El barón salta: «¿Por qué no procura barrer la puerta de su propia casa? Si quisiera discutir con el señor, le llevaría ventaja, pero le perdoné lo que me hizo en vida, pese a haber raptado a mi hija que lo era todo para mí. Transformé en amistad el mal que me hizo en la Tierra. En lo referente a esta contrariedad estamos en paz. Pero si aquí en esta vida quimérica me aventaja en algo útil, entonces compénseme aquí con su amistad aquello que me robó en la Tierra: mi vida. Porque allí mi Ema era mi vida que usted me robó. Puesto que ya se lo perdoné, no me pregunte ahora por mi orientación en esta esfera, sino ayúdenos, si le es posible, a mí y a mi pobre Ema».
10. Olavo contesta: «Precisamente tengo la convicción de que su yerno estará de acuerdo, pues siempre manifestó buena voluntad. Lo que a todos nosotros nos falta es la aplicación de la misma. Espero en Dios que al menos uno de nosotros sea socorrido, pudiendo ayudar con ello a los amigos».
11. Dice el barón: «Lo agradezco sinceramente. Hace veinte años -que me parecen dos mil- que padezco en el mayor de los abandonos. Ni ayuda, ni consuelo, ni luz. El señor es el primero que me ayuda a acabar con esa pesadilla. Le ruego que termine su obra, y mi corazón le estará eternamente agradecido».
12. Responde Olavo: «Queridos amigos, y también tú, querida Ema, seguidme junto a aquel hombre extraordinario que ahora está hablando con Jellinek. Prosternémonos ante Él para que nos ayude. Conviene ser muy sinceros pues, además de bondadoso, es tan sabio que no se le puede ocultar ningún pensamiento. Vamos».
13. El patético interviene: «Hermano Olavo, ¿y qué si solamente tú fueras a Él como intermediario nuestro? Realmente le tengo un miedo especial. Y, a lo que veo, también el barón y su hija están esperando ansiosamente que vayas tú solo».
14. Entonces el general dice: «Está bien, iré solo. Pero reflexionad sobre lo que he dicho, pues presiento que estaré pronto de vuelta».
1. Con tales palabras Olavo se dirige a Mí y se inclina respetuosamente: «¡Amable y sabio amigo! Siento que eres la causa de todos los acontecimientos aquí sucedidos; la ventura de que alguien sea feliz en esta casa me parece que depende de Ti. Quien pueda conquistarte lo habrá ganado todo. Basándome en estas observaciones y confiando en tu bondad, me tomo la libertad, pese a que soy indigno, de pedirte de corazón que otorgues tu Gracia, tu Amor y tu amistad a aquellos tres. Como yo, están en el mundo de los espíritus aún presos de la materia. Sin embargo nos anima la mejor voluntad y lo haremos todo para volvernos dignos de tu atención».
2. Yo digo: «Puedes traerlos junto a Mí, pues, ¿dónde habría un padre capaz de cerrar sus oídos y su corazón a los hijos que le piden socorro? Ni un padre severo lo haría en la Tierra, mucho menos Yo que encierro la plenitud del Amor del Padre celestial. Por eso, ve a buscarlos».
3. Olavo responde con gran alegría: «¡Oh amigo! Sabía que mis pasos junto a Ti no serían infructuosos. Te doy las gracias ya, pues veo como lloran de satisfacción».
4. Interrumpiéndole digo: «Amigo y hermano, esperaba alguna petición en tu propio beneficio. ¿No deseas ser un poco más feliz?».
5. Olavo replica: «Amigo celestial, ya me siento feliz observando la dicha ajena. Siempre fue así. Por eso no conseguí mi felicidad, pues todo lo que hacía y tenía era en beneficio del prójimo. No interpretes mi actitud como si no necesitase ayuda. Espero para más tarde, cuando los otros estén satisfechos».
6. Yo digo: «No pregunté por pura casualidad, pues sabía de tu corazón y de su armonía con el Mío. Pero no te pregunté como si no lo hubiera sabido, sino sólo deseaba prepararte para algo que por ahora no serías capaz de soportar. Pero Yo mismo te prepararé. Ve y trae a los que aprecias, dejando que otros más sean tocados por tu sentimiento, pues te aseguro que todos serán aceptados por Mí».
7. Tras inclinarse ante Mí, Olavo vuelve a su grupo y el barón pregunta: ¿Cómo te han recibido?
8. Olavo responde: «¡De la mejor manera posible; no sólo seréis aceptados vosotros sino todos los que se unan a nuestro grupo! Averigüemos si se nos quieren juntar otros».
9. Dice el barón: «Querido amigo, junto a Ema se encuentran mis dos hijas mayores con sus maridos y algunos criados; quizás ellos también sean admitidos». Olavo responde: «Que vengan, pues tengo su promesa divina. Vamos a ver todavía a más».
10. El patético aduce: «Conozco un medio eficaz: haremos un llamamiento general y quien quiera podrá venir; pues no debemos obligar a nadie».
11. Dice Olavo: «Nadie habla de obligación; pero es necesario explicarles por qué deseamos su adhesión, explicación que no puede ser calificada de imposición». El patético opone: «Depende de cada caso. Una imposición calculada y firme es una obligación como la de cualquier otro poder, y la voluntad de la persona deja de ser libre».
12. Dice Olavo: «El señor se está excediendo, pues si fuese obligación, todo lo que lleva a las criaturas a otras ideas, conceptos o resoluciones, debería ser eliminada toda clase de enseñanza. Si la imposición derivada de la enseñanza por medio de la cual se alcanza la libertad de espíritu sólo puede ser útil al hombre, no veo en qué una explicación puede perjudicar al libre albedrío en el reino espiritual. No se preocupe. Si estuviera equivocado respondería del error ante aquél que me dio su autorización divina. Quede tranquilo en cuanto al hecho de que extienda mis redes entre esos peces. Sea cual fuere el resultado, todo saldrá bien».
13. Hablando así, Olavo se dirige a la multitud con un discurso bien fundamentado. Veinte personas se adhieren, en tanto que otros murmuran que no es preciso que se haga el importante; pues también encontrarían el camino solos.
14. Escuchando tal observación, Olavo vuelve al grupo anterior con el producto de su pesca y dice lleno de alegría: «¿Veis los buenos resultados de mi esfuerzo? Vayamos inmediatamente junto a Él, único que podrá ayudarnos, pues me dio su Palabra divina».
15. Interviene el patético: «No comprendo por qué siempre habla de su “palabra divina”. ¿Cómo puede un espíritu humano, incluso perfecto, proferir tal palabra? ¿Acaso le toma por algún ser divino?».
16. Olavo responde: «Sí, lo digo con sinceridad: ¡Él o ninguno! ¡Sus palabras infinitamente sabias calaron hondo en mi alma y ella me asegura que Él es el único! Mi corazón pregunta si comprendo su poder, y mi espíritu me responde: “¡Sí, es Él... a quien tú amas... y fuera de Él no hay nadie!”. ¡Pero basta de palabras y vamos hacia Él!».
17. Constata el patético: «Poco pierdo con no acompañarlo. ¿Tomar a un hombre por el Dios único? ¡Sería el colmo! Nada tengo que objetar contra su Sabiduría, Poder y Amabilidad, pues, bajo su influjo, la heroína se volvió preciosa. En cuanto a su Divinidad ¡protesto! Moisés dice: “Debes creer sólo en un Dios; nadie puede ver a Dios y continuar vivo”. Y el sabio judío Jesús, considerado Dios por muchos, dice en el Evangelio de Juan: “Nadie ha visto a la Divinidad. Pero quien oye, acepta y actúa según su Verbo, habrá aceptado al Espíritu divino que, entonces, habitará en él”. Conozco la Biblia como se ve y en ella no consta que ningún hombre o su espíritu, incluso siendo de Dios y manifestando sus atributos divinos, deba ser el Ser supremo que habita en la Luz eterna. Si quiero asumir esta idea sobre ese personaje no puedo acompañaros».
18. Olavo dice: «Puede hacer lo que le agrade; hace poco protestó contra toda clase de obligación, así que no quiero coaccionarle».
1. A esto se acerca Frank, el fiel limpiabotas del patético y dice: «Doctor, aquí todos somos iguales, pero el señor sigue siendo lo que fue en vida y eso no me parece justo. En la Tierra fue muy rico, gracias a la fortuna de su dignísima. Aquí eso no sirve, pues estamos en el Más Allá, ¿comprende el señor? Conviene ser humilde; me parece que aquel Señor tan amable tiene la buena voluntad de ayudarnos. Venga con nosotros. El señor no será perjudicado. Y fíjese: Mariandl también está aquí, la que el señor mantenía junto con su esposa. Estando ella, tampoco el señor debiera faltar».
2. El patético responde indignado: «¡Caramba! El purgatorio y el infierno llegarán con seguridad. Preciso es que Mariandl y mi mujer estén aquí. ¡Optimo! Habiéndose vuelto Ema muy beata en sus últimos años y habiendo desencarnado algunos años antes que yo, pensaba que estaría sobre alguna nube celeste. ¡Pero no! Está aquí, y mil veces más desgraciada que antes de su muerte. Y ahora me aparece también Mariandl, cuya lengua es tremenda. A la compañía de ambas sólo me faltaba añadir la de este hombre que me aconseja mucha humildad. Sabré sortear tal situación. ¿Quién iba a decirme que una persona tendría que enfrentar tales situaciones odiosas en el Más Allá? Olavo se presentó como mi amigo terrenal, sabedor de todos mis secretos. Además, mi suegro y toda su familia. ¡Es probable que incluso aparezcan algunas de las jovencitas que me acompañaban en ciertas ocasiones!».
3. Estas son las conjeturas que se hace el patético a si mismo. Los otros lo oyen y su esposa se adelanta y dice afablemente: «Johann, sabía la vida que llevabas y ese fue el motivo de nuestra falta de armonía. Todo te lo perdono. Sin embargo, procura recompensarme aquí ante Dios de lo que hice por amor a ti. No temas mis reprimendas pues nada haré. Sigue a Aquél a quien en la Tierra pretendías ser fiel. ¡Cuántas veces nos acusaste a mí y a mi familia por el orgullo aristocrático! Y aquí en el reino de la humildad lo eres mucho más que nosotros. ¿Cómo se explica esto?».
4. Johann, perplejo, musitó algo sin responder nada definitivo.
5. Y hete aquí que Mariandl se aproxima y dice a Ema: «Le pido perdón por la relación que mantuve con su esposo. Siempre fui una mujer discreta. Lo conocí en una fiesta y me dejé seducir pues me prometió, solemnemente, casarse conmigo. Sin embargo, me engañó año tras año sin confesarme que era casado. La señora puede alegrarse por las palabras que pretendo decirle a ese bergante».
6. Volviéndose hacia el patético, Mariandl empieza: «Granuja medio anglófilo, ¿quién se cree que es? ¡Hable si se atreve! ¿Se está acordando de sus conversaciones sobre su estado civil y del mucho dinero que tenía? Si hubiera sido un señor honrado como deseaba aparentar, nunca habría podido actuar de aquella manera. ¡Vaya cochinadas que el señor practicó conmigo! ¡Ya se lo diría a su señora si no me diera tanta vergüenza! Pero espere, ¡aún se lo diré! Me pongo furiosa al ver que su mujer es tan buena y honesta».
7. Al oír tales acusaciones, Olavo interrumpe a Mariandl y dice al patético: «Amigo, ¿qué historias son esas? Oh, ¡canalla de hombre honrado! Ahora comprendo el motivo por el que tanto recelaba esa heroína. No pocas veces habrá participado en esas “fiestas”. Está claro que no le resultará agradable acompañarme junto a personas que le conocen mejor que yo. Y, pese a todo esto, todavía pretende ser un hombre de bien. Ahora tengo que rogarle que no nos acompañe junto a aquel amigo de los hombres. Puede hacer lo que quiera. Sabré evitar su convivencia.
8. ¡Pobre Ema! Si hubiera sabido en la Tierra con qué clase de esposo lidiabas, mi actitud habría sido diferente. Vamos a intentar acercarnos a aquel gran benefactor de la humanidad. Junto a Él obtendremos compensación por las injusticias padecidas!».
9. Se presenta el barón: «¡Nunca hubiera esperado esto de ese hombre! Y sin embargo es cierto que se dice que el malvado continuará siendo así y tarde o nunca se levantará del barro de su innata bajeza! No lo juzguemos, pero no sirve para acompañarnos». Y volviéndose hacia el patético: «¡Aléjese de nuestro grupo! Váyase ahí, a la escoria, donde quizá encuentre alguna de las divas de sus orgías».
10. El otro reacciona furioso: «¡Les prohibo semejantes insinuaciones! ¿No daba mi esposa sus fiestas los sábados? No es de esperar que en ellas se dedicara a rezar. Además, nadie puede organizar mi vida. No necesito tutor. Sé perfectamente lo que tengo que hacer. Y es innecesario alegar que soy despreciable para llegar a ser miembro de una familia tan noble. Agradezco a Dios haberme librado de semejante pandilla de indeseables. Por suerte veo allá atrás a algunos conocidos que me honrarán más que vosotros, orgullosos».
11. Inmediatamente se dirige hacia allí. Ema procura retenerlo, pero él la rechaza.
12. Dice Olavo: «Dejadlo en paz. Tal vez camine hacia su salvación o hacia su caída. Rogaremos al Señor que sea misericordioso con él y dirijámonos ahora al Salvador de la humanidad».
1. Algunos vienen con Olavo hacia Mí y él, inclinándose, dice: «Señor mío y amigo: cumpliendo tu Voluntad traje a este grupo al que conseguí convencer.
2. Uno no quiso venir por tener vergüenza ante personas conocedoras de su vida anterior. Pienso que no está perdido. Tú eres el Señor de esta casa y quien ha entrado en ella no se perderá. Él no es propiamente malo; su principal debilidad fue la sensualidad y, como disponía de medios, se dejó tentar por toda clase de deseos que sació de inmediato. Reconozco que no estoy de acuerdo con eso, pues no honra su espíritu. Pero ¿qué hacer? Lo hecho, hecho está. Así ha sido; creo que pasará por estados que le llevarán a mejorar y a humillarse, pero por ello tal vez no debiera ser condenado y castigado.
3. Aunque no hago sino sólo apenas expresar mis ideas y opiniones. En modo alguno pretendo ponerme delante. Y ante Ti digo: Señor, hágase tu Voluntad».
4. Respondo: «Tu opinión es buena y útil. Ese espíritu tendrá todavía que pasar por diversas vicisitudes hasta conseguir alguna comprensión y la consiguiente mejora. No quiero mencionar su vida excesivamente impúdica, que podría hacerle perder la vida eterna. Y además está lleno del orgullo más abyecto y de la osadía más perniciosa. Esas tendencias son mucho más peligrosas para su espíritu de lo que crees. A la sensualidad se le puede poner un freno. Es mucho más difícil, y casi imposible, conseguirlo mediante el libre albedrío con el orgullo y la osadía.
5. ¿Cómo debiera actuarse con tales personas? Dímelo sinceramente».
6. Responde Olavo: «Señor: Todo lo que hagas con tu Bondad ilimitada estará bien. Tu Sabiduría se encuentra por encima de todo. Tu Amor no conoce límites y ante tu Voluntad los mundos se reducen a polvo».
7. Digo Yo: «Tras oír tus palabras supongo que me consideras el Ser supremo. ¿Cuándo adquiriste tal fe? ¿Acaso ignoras que no es posible que alguien vea a Dios y continúe vivo?».
8. Responde Olavo: «Señor, tu propia Palabra santa y divina me llevó esa comprensión. No es posible que exista un espíritu creado capaz de proferir palabras llenas de Verdad, Poder, Sabiduría y Amor. Bien sé que nadie puede ni vislumbrar a la Divinidad en su Ser intrínseco. Pero ella nos ha enseñado hablando a través de Moisés, y después de varios siglos por medio del hombre-Dios Jesús, que dijo: “El Padre y Yo somos uno, quien me ve, ve también al Padre”. Si esto lo enseñó Él y sus discípulos le vieron y le escucharon sin perder sus vidas, no veo por qué hay que imaginarse a Dios en una Luz eternamente inimaginable. A ello añade la certeza de que eres el mismo Jesús que nos transmitió tan elevadas enseñanzas. Así que cuanto más te miro, con los ojos y con el corazón, en vez de sentir que pierdo la vida, me siento más y más lleno de ella. ¿No es así?».
9. Respondo: «Veo que eres firme e inquebrantable en tus afirmaciones. Por ello tengo que tomarlas en consideración. El futuro te aclarará algunas dudas. Te aseguro mi Amor y mi amistad eternos.
10. ¿Y vosotros no tenéis hambre y sed?».
11. Todos exclaman: «¡Oh querido amigo, mucha más de la que se precisa en la Tierra para morirse! ¡Si fuera conforme a tu Voluntad que pudiéramos tener un refrigerio, esto confortaría nuestras mentes!».
12. A una señal mía, Blum, Jellinek, Messenhauser y Becher distribuyen pan entre los demás.
13. Así confortado, Olavo se vuelve agradecido hacia Mí y dice: «Oh, Señor. No hay duda de que eres el único que merece nuestra veneración y nuestro amor».
14. Estas palabras son repetidas por los recién llegados. Roberto y su grupo sonríen de alegría por la rápida conversión de Olavo. Helena, a su vez, cae a mis pies.
1. Por motivos bien fundados les advierto que no revelen nada sobre lo que acaban de percibir por una Gracia especial. Ellos me escuchan y callan, aun cuando sus corazones se conmueven cada vez más.
2. Sobre todo a Helena le cuesta contenerse. Jellinek le dice: «Hermana mía, puedes entusiasmarte en tu interior; sin embargo modérate para que el juicio no alcance aquí a los ignorantes que aún existen. Formaremos un gran Consejo como el Señor me lo anunció confidencialmente. Necesitamos mantenernos serenos para que los demás no se den cuenta de que el Señor de toda vida está tan próximo».
3. Helena pregunta: «¿Qué va a ser tal Consejo secreto y cuál es su objetivo? ¡Dios mío! Presiento algo de gran importancia».
4. Jellinek responde: «Pues sí. Más digo: ¡Ay de todos los orgullosos, dominadores, asesinos, verdugos y de los que ocupan tronos! Hace poco vi a innumerables ángeles indignados abalanzarse con espadas en dirección a la Tierra, acompañados por una voz tronante que decía así: “Se agotó mi paciencia. Ya no pienso en la piedad pues los poderosos no buscan la salvación en Dios sino en sus armas. Y los pueblos que lloran y rechinan los dientes no se dirigen a Él, único que puede socorrerles. A causa de semejantes hechos será convocado un Gran Consejo para el que se moverán todas las fuerzas celestiales”. Calma, mucha calma».
5. Dice Helena: «Ya estoy tranquila. Pero ¡qué horror! ¿Qué pasará?».
6. Jellinek responde: «Aquí las cosas son muy distintas que en Viena, cuando nos encontrábamos entre los revolucionarios. Aquí se trata de la verdad inextinguible. Vida o muerte, Cielo o infierno. El Señor del infinito, el omnipotente creador de cielos y mundos se encuentra entre nosotros, y miríadas de siervos celestiales esperan su Palabra divina. De eso deducirás la importancia de esta gran sala en la que Él tomará entre nosotros, sus amigos más recientes, resoluciones tan importantes que de ellas dependerán las épocas futuras».
7. Helena dice: «No puedo concebir la importancia trascendental de este lugar. No entiendo cómo puede existir en Él una Omnipotencia que abarque de un vistazo el espacio infinito, si no presenta la menor señal de tanto. Está en medio de nosotros como si fuéramos los únicos que dependemos de Él. Amigo ¡que inmensa afabilidad!
8. Qué diferencia entre Él, Señor del infinito, y los poderosos de nuestra Tierra. Mientras Él está lleno de humildad, en todo, y nunca se eleva ante sus criaturas, los poderosos de la Tierra quieren serlo y poseerlo todo sin pensar en las sutilezas del corazón. En circunstancias tales se comprende que la Tierra, tan hermosa, se transforme en un verdadero infierno, en el que nadie podrá ser salvado para la vida eterna».
9. Responde Jellinek: «Piensas acertadamente. Considera sin embargo que para Dios todo es posible y así estarás más serena ante lo venidero. Su Poder infinito se equilibra en la infinidad de su Amor. No hay que temer nada a causa de sus determinaciones».
10. Dice Helena: «Te agradezco esta enseñanza. Me quitaste un peso de encima. Dime ¿cuándo empezará el Consejo?».
11. Jellinek responde: «Dentro de poco. Mira, en este momento Roberto lleva la multitud de proletarios de Viena, todavía ignorantes, al recinto de al lado. Estarán presentes en el Consejo las veinticuatro bailarinas, Blum, Messenhauser, Becher, yo, usted, Olavo con el grupo de los veinte, el tal anglófilo y algunos aristócratas.
12. De otro recinto salen doce hombres de aspecto muy sabio, acompañados por siete más: con certeza formarán parte del Consejo. Además veo también una gran mesa en el centro de esta sala que parece estar aumentando. Alégrate que la reunión sagrada va a empezar».
13. Ante la información, Helena se vuelve hacia Mí, contrita, sin conseguir pronunciar una palabra, tanto era su miedo. Tomándola del brazo le digo: «Hija querida, ¿qué expresión es esa? ¿Por qué estás atemorizada? Estoy a tu lado».
14. Ella responde: «Señor mío y mi Dios. Realmente no tengo motivo para asustarme sabiendo que estás a bien conmigo. Pero si me acuerdo de tu Divinidad eterna y santa a la que ningún pecador puede aproximarse, tengo la impresión de que es posible que condenes a personas como yo, sobre todo si te enojas. Antes no te temía tanto pues ignoraba quien eres en verdad. Te consideraba un santo cualquiera y eso porque tu mismo decías ser amigo íntimo de Dios, capaz de interceder a mi favor junto a Él. Pero ahora ¡qué horrible decepción! ¡Eres el Altísimo en persona! ¿Quién no tendría miedo ante Ti? Además convocarás un Consejo, ciertamente para el día del juicio final. Dios mío ¿acaso, como gran pecadora que soy, no habría de temerte?».
15. Respondo con entonación cariñosa: «¿Y esto te inquieta? Si alimentas tal terror ante Mí no serás capaz de amarme. ¿Qué haré si abandonas mi Amor porque soy el Altísimo? Ahora, Helenita, dime si todavía me amas como antes, cuando me tomabas por San José o San Pedro».
16. Responde ella, más serena: «¡Qué pregunta! Tratándose de mi amor hacia ti puedes escrutar mi corazón y verás si en él hay alguien además de Ti. Sólo te amo a Ti, y al supuesto José o Pedro los quería a causa tuya. No dudo de mi afecto hacia Ti, pero sí del Tuyo hacia mí».
17. Yo digo: «Entonces, Helenita, estamos en paz. ¿Qué tal si me abrazas y me besas?».
18. Confusa ella se restriega los ojos y dice con voz trémula: «Hum, ¿cómo no habría de quererlo? Pero eres tan santo y poderoso».
19. Yo respondo: «Eso no viene al caso. Haz lo que te manda tu corazón y te convencerás que mi Santidad y Omnipotencia no arrastraría ni la puntita de tu nariz».
20. Viendo mi simplicidad, Helena pierde el temor, se arroja en mis brazos y me besa. En seguida dice: «¡Dios mío! ¡Cómo me hace bien esto! ¡Si fuera posible quedarme así para toda la eternidad!». Finalmente levanta la cabeza y dice: «¿Cómo es posible que seas tan afable? Nunca me hubiera atrevido a pensar en esto. ¡Eres tan bueno, humilde y amoroso! No es posible que haya alguien que no se derrita con tu Amor».
21. Digo Yo: «Mira, así estamos en mejor orden y esto me alegra. Ven conmigo a la mesa del Consejo, donde permanecerás a mi lado, dándonos tu parecer sobre el destino de la Tierra».
22. Helena se opone: «¡Eso sí que no! ¿Yo? ¿Y para opinar? ¡Sería buena cosa!».
23. Respondo: «Helenita, nuestras exigencias no serán muy severas. Cuando pienses algo razonable hablarás conmigo y Yo, si tú no te atreves, transmitiré tu parecer».
24. Ella exclama: «Al oírte y verte tan sencillo no tengo la impresión de que seas nuestro querido Señor y Dios. Pero mi afecto hacia Ti es mucho más poderoso. No se qué hacer. ¡Me gustaría encontrar a una persona que no te amase con toda su alma en cuanto te conociera! Perdona mi expansión que Tú mismo has provocado».
25. Respondo: «Puedes amarme con todas tus fuerzas. Aunque mi afecto hacia ti es mucho más poderoso. Pero no importa. Yo, como Dios, debo poder amar mucho más fuertemente que tú. ¿Lo crees?».
26. Ella se defiende: «Te pido que no seas tan magnánimo, de lo contrario no resistiré tanto cariño».
27. Digo Yo: «No te preocupes, querida. Incluso si a veces te vuelves un poco débil, tengo innumerables recursos para fortalecerte. Vamos a la mesa del Consejo y siéntate a mi lado».
28. Helena me acompaña con modestia y se ruboriza al ver que los otros toman también asiento. En poco tiempo comienza a ambientarse y presta atención a los hechos.
1. Tras un tiempo de silencio general Helena pregunta: «¿Señor, quién comenzará a hablar? ¿Y quién es el hombre tan respetable que está a mi lado?».
2. Respondo, también en sordina: «Yo mismo seré el primero en hablar en cuanto las almas de los presentes se hayan calmado. Junto a ti se encuentra el mismo Adán, tal como vivió hace unos seis mil años como primer habitante de la Tierra. A continuación ves a Noé, Abraham, Isaac y Jacob. Más allá, Moisés y David. Los doce que siguen son los conocidos apóstoles. Más atrás hay otros dos, el primero Pablo y tras él Judas, el que me traicionó. A los demás ya los conoces.
3. Al final de la reunión sabrás la tarea de cada cual. Ya están bastante calmados y podré tomar la palabra. No debes asustarte si, de vez en cuando, uso términos duros y hago surgir apariciones desagradables. Agárrate a mí que serás confortada».
4. A continuación digo a la asamblea: «Como verdadero Padre vuestro, Dios, Señor y creador de todo el universo, pregunto: ¿Os agrada la Tierra en su estado actual? ¿Qué destino queréis que le dé?».
5. Responde Adán: «Señor, la Tierra nunca fue tan malvada, pero nunca tu Amor fue también tan poderoso como ahora. El mar, que es su ojo poderoso, se volvió ciego. Deposita en él un fuego fuerte y deja que se haga luz en los abismos a través de su llama impetuosa para asustar y diezmar a todos los monstruos que recibirán el premio final a sus obras nefastas. Como primer hombre de la Tierra es lo que pienso».
6. A continuación dice Noé: «Señor, siempre te oré y mantuve mi fe y mi amor en tu promesa. Cuando hace cuatro mil años mi hermano Mahal se dejó tentar y dirigió su atención a los valles profundos, abandonando las montañas para hacer un viaje a la ciudad de Hanoc, donde Drohuit y Funghar Hellan reinaban en medio de la mayor de las confusiones y una hija de Mahal se volvió reina, me llamaste y me enseñaste como construir una gran arca para salvar a mi familia y a innumerables animales que tu poder atrajo de todas las regiones de la Tierra.
7. Obedecí tus órdenes y el futuro me mostró a mí y a los míos que hice bien en seguirte. En aquella época la humanidad era mala y perversa, ultrajando la obra de tus manos; pero los acontecimientos obedecían a un orden cierto y limitado. La mentira, el orgullo y el dominio satánico no impulsaban a los hombres como hoy en día.
8. También eran crueles y algunas acciones suyas, inéditas. Ahora, las criaturas se vuelven hienas y tigres, realizando crueldades que hacen estremecerse al universo. En aquel tiempo mandaste el diluvio sobre los mortales, ahogando a los malhechores. ¿Qué harás ahora, Señor? Sé de la inmensidad de tu Amor y no ignoro tu arrepentimiento por haber dejado perecer a las criaturas en el diluvio, pues entre ellas había muchos niños de tierna edad. ¿No te arrepentirás de purificar mediante un fuego abrasador a una Tierra mil veces más inmunda, para que se vuelva digna de recibirte?».
9. Noé se calla y el viejo Abraham pide la palabra. Y Yo le digo: «Habla, porque a ti te fue dada la Promesa que tiene que ser cumplida».
10. El viejo Abraham se levanta y dice: «A tus ojos, mil o diez mil años son como un solo día. Tiempo y espacio surgieron de Ti, pero Tú estás encima de ambos y tanto el pasado como el futuro más alejado son lo mismo que el transcurrir de un día. El Amor es tu naturaleza y la máxima bondad tu Sabiduría. Suave como lana es tu Alma y dulce como la brisa nocturna de primavera tu Corazón. Tus caminos están llenos de misericordia y tus designios de justicia eterna.
11. Cuando, en Canaán, discutí con mi hermano observaste mi corazón pronto para la renuncia. Mi alma fue tocada por Ti y dije a Lot: “Hermano, debes escoger libremente. Inmensa es la Tierra. ¿Por qué habríamos de disputarnos su posesión pasajera? Marcha o quédate. Si vas hacia la tarde, iré hacia la mañana; para que la paz reine entre nosotros y nuestros descendientes. Si quieres quedarte, basta que apuntes con la vara la región que he de habitar. No podemos vivir juntos porque no quieres caminar por la senda de la paz”.
12. Aceptando mis palabras en el corazón, Lot dijo: “Hermano, escojo la región de la tarde y puedes decidir si quieres vivir en la región de la media noche, del mediodía o de la mañana. Sea cual fuere tu decisión, no te olvides de Lot”. Nos abrazamos y partimos: él para la tarde, yo para la mañana.
13. En poco tiempo el pueblo de Lot se tornó poderoso en aquella región. Construyó Sodoma y Gomorra, cayendo de locura en locura. Envié varios mensajeros sin conseguir nada. Algunos fueron asesinados y los pocos que volvieron trajeron informaciones inquietantes. De nuevo tocaste mi corazón y lo encontraste justo ante de Ti. Por eso me mandaste mensajeros de las Alturas que me informaron de tus designios sobre Sodoma y Gomorra. Asustado, pedí clemencia para los justos. Sólo descubriste uno: Lot. Éste fue salvo, Señor. Sodoma y Gomorra fueron destruidas por el fuego del Cielo.
14. Cuando ambas ciudades, incluyendo hombres y animales, estuvieron enterradas, tu corazón se volvió a ellas. Y nuevamente sentiste arrepentimiento del severo juicio y realizaste un pacto conmigo, haciéndome una gran promesa como garantía de tu inmensa Misericordia.
15. Todo lo cumpliste, hasta hoy. Sin embargo tu Indulgencia se excede, Señor. Acuérdate de tu pacto porque los pueblos se encuentran en la mayor de las convulsiones. Conoces a los enemigos de tus hijos, su lucro y su voluntad indómita. ¿No ves los innumerables lobos, tigres e hienas que roen y destrozan sin piedad el pellejo y las entrañas de tus corderos? Si castigaste a Sodoma y Gomorra, abalánzate sobre esas fieras y abátelas como expiación de los males hechos a tus hijos. Protege solamente la sangre de los justos».
16. A continuación se levanta Isaac y dice: «¡Oh, Señor! Soy la primera hoja que brotó del inmenso árbol de la vida de tu promesa hecha a mi padre Abraham. En aquella época se encontraba el árbol completamente seco en el edén del amor porque la serpiente llenaba la Tierra con su raza. Viendo la esterilidad del árbol de la vida de tus hijos, Tú lo vivificaste desde la raíz hasta la copa, inyectándole savia bendita. Y yo fui la primera hoja que brotó.
17. Abraham se alegró, esperanzado con su vástago. Tuviste a bien turbar su alegría y probar su fe. Le mandaste que me matara como holocausto en el altar. Así lo hiciste para mostrar a la serpiente cuan fuerte era la fe de tu hijo Abraham. Cuando probó con su obediencia la fuerza de su fe, trajiste por la arboleda del monte a un macho cabrío, efigie de Satanás y de su tendencia al dominio. La zarza, símbolo de la vida mundana, rodeó sus cuernos, prueba de su obstinación, desobediencia, orgullo y ganancia. Aquel animal fue sacrificado en mi lugar.
18. Señor, si en aquel tiempo empujaste dentro de la zarza al macho cabrío del mundo, permitiendo que fuera sacrificado como testimonio de justa penitencia, hazlo ahora en realidad. Allí apenas era un símbolo -al igual que yo soy el precursor de tu venida al mundo y de la segunda creación a través de tu gran obra de Salvación- que ha crecido en verdad hasta una altura que eleva sus cuernos al cielo. Por esto conviene que levantes sobre la Tierra el gran altar del sacrificio. Coge a ese animal perverso que se ha enredado con sus cuernos en la zarza del mundo. Aniquílalo y arrójalo al fuego poderoso.
19. No vaciles más, Señor, y no permitas que las innumerables hojas del árbol de la vida sean comidas por la voracidad del animal sino cumple tu promesa. Terminó la oportunidad y tus hijos gritan con gran clamor: “¡Padre, levántate! Enarbola el arma de tu justicia y destruye el macho cabrío cuyos cuernos ya tocan el firmamento”. Amén».
20. A continuación se pronuncia Jacob: «Señor, luchaste conmigo y no me dejaste proseguir el camino y, cuando te agarré, me diste un golpe que me hizo cojear la vida entera. El golpe no dolió porque luché por amor. Ha quedado como herencia para todos los descendientes que, a su vez, sentirán el dolor. Pero ahora, el golpe y el dolor alcanzarán el máximo grado. Por lo tanto, debieras liberar a tus hijos.
21. Servía a la divina Raquel durante catorce años, y tú me diste a Lía, carente de hermosura. La acepté sin murmurar. Y trabajé y sufrí persecución durante otros catorce años a causa de Raquel. Entonces me la diste, sin embargo estéril, de manera que finalmente me vi obligado a recurrir a otra. ¡Oh, Señor, qué severo fuiste conmigo!
22. Contén tu rigor. Toma la fecundidad de Lía y transfiérela a Raquel, para que la Tierra se libere de la raza de las víboras, permitiendo que sólo sea pisada por los hijos de Raquel, y que José y Benjamín se vuelvan hijos verdaderos de la misma, haciendo que se seque la fuente de Lía».
1. A esa altura, Helena dice en sordina: «Mi querido Jesús, hace poco afirmaste que Tú serías el primero en hablar y que no me asustase ante apariciones terroríficas. Hasta ahora sólo han hablado los demás, y tampoco vi nada. ¿Cómo se explica esto?».
2. Respondo: «Querida Helena, ten paciencia pues todo te será aclarado. Ya fui el primero en manifestarme cuando hice una importante pregunta. Ellos tienen que expresarse para que después Yo tome la palabra.
3. Puedo hablar cuando quiera, que siempre seré el primero, al igual que mi discurso. Presta atención a lo que va a decir Moisés. Las visiones aparecerán cuando Yo me pronuncie».
4. Helena se tranquiliza y Moisés comienza a hablar: «Señor: cuando tu pueblo padecía bajo el yugo de la tiranía egipcia, me despertaste para salvarlo. Vivía en la corte del faraón y conocía las maldades y planes que aquel hombre malvado engendraba. Su perversidad no se satisfacía ahogando a los primogénitos de tu pueblo. Muchas veces oré para que lo liberaras del yugo tan horroroso, pero en aquella época todavía escuchabas menos que hoy.
5. Cuando vi que la ira del rey aumentaba de hora en hora y viendo como un cortesano azotaba a un pobre israelita, me enfurecí de tal manera que maté al miserable, enterrándolo en la arena. Al conocer el hecho, el faraón mandó que me apresaran y me estrangulasen, lo que no ocurrió porque huí hacia Midian. Allí di de beber a los carneros del sacerdote Reguel, padre de siete hijas. Más tarde me casé con una de ellas, Zipora, y me hice pastor de Jetro, hermano del sacerdote.
6. Cuando lavaba los animales al pie del Monte Horeb, apareció un ángel y me mandó que le siguiese a una zarza ardiendo que allí había. Entonces tu voz ordenó que me quitase los zapatos porque el lugar era sagrado. En seguida debería salir hacia Egipto y salvar a tu pueblo, y me diste una vara para golpear siete veces al faraón cuyo corazón se había endurecido por no querer confirmarte.
7. Ahora, Señor, hay más dureza en los corazones de los regentes, pequeños y grandes, que en el del faraón. No sólo sacrifican a los primogénitos por sus tronos, sino que envían millones de soldados a los campos de batalla, permitiendo que se despedacen de una manera mucho más horrenda que los paganos. Todos están bautizados en tu nombre y tienen tu ley: ¡No matarás! Pero asesinan continuamente y están ciegos y sordos a la voz de los afligidos y a las miserias del pobre.
8. Señor, ¿cuánto tiempo asistirás al horror de una devastación semejante? Dame de nuevo la vara con la que castigaste al faraón para salvar a tu pueblo. Yo, tu viejo y fiel Moisés, estoy presto a la menor Palabra Tuya para descender a la Tierra a abatir a los obstinados y a socorrer a tus hijos. Escucha el ruego de tu viejo siervo y de tus hijos. Santificado sea tu nombre y hágase tu Voluntad, hoy y siempre, así en la Tierra como en los Cielos».
9. Después de Moisés, se levanta David y dice: «Señor, en épocas remotas, tu Espíritu se dirigió a mí diciendo: “Siéntate a mi diestra hasta que Yo haya puesto tus enemigos a tus pies”. Y todo lo que me reveló, se cumplió. Sólo la completa victoria sobre tus enemigos y la destrucción final del orgullo y de todo lo que de él sale -lo que también me reveló tu Espíritu- no se cumple. Las criaturas todavía son iguales: Nueve décimas partes de ellas son malas y una décima parte más o menos buenas.
10. Llevado por la ira, Señor, diste un rey a tu pueblo que, sobrecargado de pecados, aumentó más esta prevaricación. Y esta ira tuya perdura; pues todos los pueblos tienen sus reyes e incluso emperadores, según la comprensión pagana, que sirven a la multitud como símbolo de orgullo y altivez.
11. ¿Cuándo sacarás de los hombres la mayor plaga de la Tierra, instituyendo tu institución patriarcal, antigua y santa? Ves perfectamente cómo rodean a los regentes cobardes aduladores sin escrúpulos que en su propio provecho los inciensan con un incienso adulador, condenando a muerte al honrado que se atreve a decir al soberano verdades más útiles que la luz de sus ojos.
12. Cuando yo reinaba, las cosas estaban mal pero no eran tan pésimas como hoy. Elogiaba a todo sabio que me transmitía la Verdad, desterraba a los aduladores y castigaba con la muerte a los mentirosos. Ahora es todo al revés. El sabio es perseguido como una fiera, en cambio los mentirosos y los aduladores son condecorados.
13. Esto no puede continuar así. El infierno sólo debe existir donde tiene sus bases. Nunca le debiera estar permitido establecer sus legiones en la Tierra. Por ello te pedimos que acabes con su reinado. Que haya reyes si es necesario, pero que sean como fui yo, para que las criaturas no se vuelvan demonios y tu nombre no sea tan horriblemente ultrajado. ¿Quién te alabará en el infierno, Señor? Levántate y destruye a nuestros adversarios. Hágase tu Voluntad. Amén».
14. Impresionada con las palabras de David, Helena no se contiene y le dice: «¡Bravo, Sr. David! Si todos los reyes fuesen como fue el señor, sus súbditos serían felices. Últimamente dejaron de ser hombres y perdieron la noción del género humano, considerándose a sí mismos como “dioses” que, además de extorsionar al pueblo con impuestos exorbitantes, le exigen una verdadera adoración. Es fácil imaginar la situación de estos pueblos, pues hasta los perros tienen una vida más independiente. Si de mí dependiese pediría a nuestro Señor Jesucristo que mostrase a esos dirigentes las consecuencias de sus acciones egoístas. ¿Está de acuerdo el señor?».
15. Él le responde amable: «Querida Helena, joven descendiente de mi pueblo; elogio tu inteligencia, pues sólo deseas lo que es justo y razonable.
16. Los monarcas ya ungidos deben permanecer. Sin embargo es preciso que bajen de sus tronos hasta al pueblo demostrando su igualdad. Igualmente las naciones sólo deberían exigir lo que puede cumplirse. Pero cuando por ambas partes se estira la cuerda más de la medida, forzosamente tendrá que partirse: los reyes castigarán al pueblo y este se vengará.
17. Sin embargo, entre los reyes y los pueblos, todavía existe nuestro Señor Jehová Sebaot que bien puede cambiarlo todo para mejor. Sólo podemos opinar, la obra es enteramente suya. Así es como están las cosas».
18. Helena dice: «El señor es realmente un rey sabio».
1. A continuación se levanta Pedro y habla en nombre de todos los apóstoles: «Señor, en Roma, la antigua capital de los paganos, reina una jerarquía más bien entre pagana, judaica y, limitadamente, también cristiana, cuya cabeza pretende ser el representante de Dios en la Tierra, mi sucesor, y ocupar mi silla como trono. En realidad no es sino el regente pagano de un pequeño país. Pese a afirmar que es el señor del poder y la fuerza de tu Espíritu santo, cuando se ve perturbado por las inquietudes mundanas, nunca busca protección junto a Ti, y sí en los poderosos de la Tierra. Este Papa se encuentra ahora en apuros y pide públicamente auxilio a la Virgen María, a su parecer única auxiliadora, en la breve reconstrucción de su poderío. Pero como no cree en tal auxilio, hace venir otro, contra el que protesta levemente para mostrar al mundo que goza de la protección de lo Alto. Si los poderosos de la Tierra insisten tanto en ayudarle, es claro que han sido inspirados secretamente por la Iglesia romana para proteger la Iglesia de Dios en la Tierra, porque el infierno amenaza dominarla. Señor, ¿qué opinas Tú de esa comunidad eclesiástica?
2. Pablo la organizó verdadera y pura, y así se mantuvo durante algunos siglos. Sin embargo hace mil años se hundió en un paganismo abyecto y malvado, codiciando oro, plata, grandeza y dominio absoluto sobre todos los pueblos, enviando con tal fin misioneros astutos a todos sitios. ¿Cuándo terminarán tales maquinaciones, Señor?
3. Los pueblos, que durante mucho tiempo se dejaron conducir pacientemente por esa pretendida “hija del Cielo”, al fin se atreven a arrancarle su disfraz esplendoroso. ¡Y cómo es su revuelta al verle su verdadera cara! Sin embargo ella se sirve de todos los medios para recomponer los rasgos de ese disfraz. Señor, hágase tu Voluntad. Pero convendría borrarla de la lista de los vivos.
4. Si permites que se rehaga, no mejorará ni hará penitencia, sino que aumentará sus maquinaciones ultrajantes, de manera que también los que ahora creen en Ti serán cortejados y atraídos por ella. Finalmente no te quedará más remedio que hacer con ella lo que hiciste con Sodoma y Gomorra.
5. Cierto es que la Iglesia ha engendrado muchos hijos buenos, motivo por el que durante casi mil años ha merecido tu gran paciencia e indulgencia. Mis hermanos y yo nos alegramos por eso.
6. Pero ahora se ha vuelto estéril a causa de su perversidad. Por este motivo considero que ha llegado la hora de darle el premio que merece».
7. Digo Yo a Pablo: «Hermano, como doctrinador de los paganos, dime si estás de acuerdo con esas propuestas pues, respecto a los gentiles, tienes derecho a intervenir y, como profeticé, de ti depende juzgar a los pueblos de la Tierra».
8. Pablo se inclina y dice: «Señor, observé a los paganos y les transmití tu Palabra, que aceptaron con gran ansia y alegría, haciéndolos merecedores de tu Gracia; aun así eran hijos del padre de la mentira y el orgullo. Los descendientes de Abraham crucificaron sin embargo al enviado de Dios y no le reconocieron. Por ello pregunto: ¿Cuáles de ambos tiene mayor responsabilidad, un pagano o un descendiente de Abraham? ¿Cuál es el privilegio del judío frente al pagano? Los judíos afirman que son importantes porque pueden demostrar que Dios se ha dirigido únicamente a su pueblo. ¿Es eso un privilegio o una Gracia de Dios? ¿Acaso creen todos los judíos que la Divinidad sólo se ha dirigido a sus antepasados? Nada veo ni entre los judíos ni entre los paganos que pueda ser considerado justicia o mérito. Por esto es mejor afirmar que únicamente Dios, nuestro Señor y Padre, es verdadero y justo. Todas las criaturas, judíos, paganos y cristianos de la época actual, están erradas y no tienen méritos ante Dios.
9. Si los gentiles dentro de su injusticia aún alaban la justicia divina, ¿qué es lo que pretendemos juzgar? ¿Acaso te enfadas por ello, Señor? Creo que no. Si así hicieras, serías injusto. ¿Quién conservaría el mundo si Dios pensase como un hombre de la Tierra?
10. Cuando decimos: “Señor, mira los actos criminales de tus pueblos”, ¿cuál es nuestro mérito? Os digo que ninguno. Sabemos perfectamente que ante Dios todas las criaturas son pecadoras y no existe una que sea justa ante el Señor. Siendo así, ¿cómo nos atrevemos a pedirle un juicio como si estuviéramos libres de pecado?
11. Decidme ¿cual es el mérito de una deslumbrante criatura que pueda justificar estar al lado del Señor? Sólo que su Gracia lo permite. ¿Cuál era mi justificación cuando perseguía a quienes creían en Él? Fui un malhechor y la injusticia personificada. Dios no se polarizó ante mis pecados, sino que me llamó como si fuera un justo. Seguí su voz y, de repente, fui justificado por su Gracia. ¿Acaso pretenderéis acusar a Dios de injusto por haber sido misericordioso con un pecador?
12. ¿Quién de vosotros podría afirmar ante Él que es comprensivo y sabio? Nadie. ¿E incluso así intentamos forzarle a un juicio? ¿Quién de nosotros puede decir: “Nunca me he apartado de Dios o nunca he sido un inútil ante Él”? Entre nosotros no hay uno mejor que otro; sin embargo exigimos: “¡Señor, castiga la maldad humana!”
13. ¿Qué ocurriría si Él se levantase y repitiese las palabras dirigidas a los judíos cuando, en Jerusalén, le presentaron a la adúltera? ¿No nos veríamos obligados a apartarnos llenos de vergüenza? No hay ni uno entre nosotros con derecho a decir: “Señor, sólo he hecho el bien y no me acuerdo de haber pecado”. Sólo un necio podría repetir la frase del fariseo que alababa a Dios por haberle permitido ser tan justo. Sabemos que el Señor no aceptó su justificación y que escogió al publicano.
14. Si sabemos todo esto, ¿cómo es que le pedimos que actúe según nuestra comprensión, como si fuéramos más sabios que Él? Esto no es justo de nuestra parte. Si todo lo que poseemos nos ha sido dado por Él, ¿por qué nos vanagloriamos y ensordecemos sus oídos como si fuese sordo y ciego, ignorante y débil? Amigos: ¿cuáles caminos no fueron trazados por Él?
15. Si todo lo tenemos por Él, y todo lo que fuimos y somos sólo depende de su Voluntad, cómo es que decimos: “Señor, cumple finalmente lo que prometiste y aniquila a los malhechores de la Tierra”. Pienso que es mucha presunción por parte nuestra.
16. Los labios de los humanos siempre fueron sepulcros abiertos: profieren mentiras y el veneno de las víboras está en sus palabras. Sus pies están prontos a llevar rápidamente la muerte al prójimo, y todos sus caminos están llenos de desgracias, tristeza, sufrimiento y tribulaciones. El verdadero camino de paz en su plenitud todavía no ha sido descubierto por los mortales, pues el temor de Dios es para ellos una fábula.
17. Sabemos que existe una ley para los que están sujetos a ella; no para los que están por encima o los que nunca han oído hablar de la misma, para que el mundo se vea finalmente obligado a callarse y reconozca que todos somos y seremos eternos deudores de Dios. Comprendedlo bien: No existe criatura que la ley pueda justificar ante Dios, incluso si la cumpliese hasta la última coma. Por la ley surge el conocimiento del pecado y quien conoce el pecado se encuentra dentro de él.
18. Recibimos una nueva Revelación que nos enseña, como antes ya nos fue indicado por los profetas y sus leyes, que también sin la promulgación de leyes a las criaturas es posible alcanzar la única verdadera justicia antes Dios. ¿Por qué exclamáis: “Señor, júzgalos y dales su merecido, apaga sus nombres del Libro de la Vida y entrégalos a la muerte”? Amigos, esto no es justo por vuestra parte. Aunque digáis ¡Hágase tu Voluntad!, eso no disculpa a vuestros malvados corazones. Realmente preferiría morir antes que pedir a Dios que haga esto o aquello. ¿Acaso fuisteis vosotros quienes le disteis alguna facultad, o no fuimos formados, con todos los sentidos, por la mano del Padre? Sin embargo hablamos como si Él necesitase nuestros consejos. Si quienes obraran así fueran hijos inmaduros, podrían ser perdonados: pero los viejos ciudadanos del Cielo, supongo, ya deberían conocer quién es Dios y lo que sabe.
19. Quien pretende condenar el pecado, tendrá que estar libre de cualquier falta, pues no es posible que un pecador juzgue a otro. Si lo hiciera, sería injusto, pues no existe justicia en el pecado. Si ante Dios todas las criaturas son pecadoras, y comparten el error y la injusticia, ¿qué derecho tienen para juzgar?
20. Tenemos, sí, una justicia válida ante Dios. Pero no derivada de nuestro conocimiento del pecado, de la ley y de sus efectos, sino de la fe en Él y del puro amor hacia Él. Tal justicia se llama “Gracia y Misericordia divinas”.
21. Ante Dios no hay diferencia entre las criaturas, de todas maneras contaminadas por el pecado y alejadas del mérito que deberían intentar merecer. Si, por la fe, fueron aceptadas por Dios, se volvieron justas sin mérito, sólo por la Gracia que emana de su obra de Redención. Si no ayudamos a Dios en la creación del universo, mucho menos podemos serle útiles en la realización de la Salvación. Si nosotros mismos no hicimos nada por ser liberados, ¿cómo pretendemos compartir la función de juez que únicamente compete a Dios?
22. ¿Conocéis acaso el verdadero trono de la justicia divina? Es Cristo. En Él habita encarnada la eterna plenitud de la Divinidad. Sin embargo el trono de Dios se volvió un trono de justicia, a través de sus propias obras, pudiendo transmitir Gracia y Misericordia a quien quisiera.
23. ¿Dónde está pues nuestra gloria? ¡En ninguna parte! ¿Qué ley la garantizaría si no existe ley sin pecado y viceversa?
24. Pero mientras, tenemos una gloria y una justicia que, todavía, no provienen de la ley de sus obras, sino de su Gracia, la cual compartimos a través de la fe que depositamos en Él y de las obras de Salvación. Tal justicia no nos otorga el derecho de asistirle en el juicio, porque continuamos siendo los mismos pecadores, en buena hora agraciados de modo sublime.
25. Si nuestra justicia se hace a través de la fe en Dios, y no por el cumplimiento de la ley, ¿debería la fe suspender la ley? En manera alguna. Pues la fe edifica y da vida a la ley, pero la ley aniquila la fe si antes no es vivificada por ella.
26. La manifestación de la fe es el amor y la ley viva es el orden de ese amor. Cuando la fe es justa, todo resulta justo. Siendo la fe falsa, también lo será el amor, que se vuelve un sentimiento desordenado.
27. Pero ¿quién tiene culpa cuando alguien recibe una fe errónea a través de una doctrina falsa? Os digo que quien cree conforme fue enseñado posee una fe sin engaño y recibirá la Gracia. Pero ¡ay de los responsables de una falsa doctrina! Son malhechores y perturban el Orden divino. Aunque sólo al Señor le corresponde juzgarlos.
28. Cuando el mayor y más puro de los ángeles luchó contra Satanás en el monte Sinaí por el cuerpo de Moisés -hecho del que tú, Moisés, debes acordarte- el Espíritu poderoso no le condenó, sino que dijo: “El Señor te juzgará”. Si el arcángel Miguel no se arrogó tal derecho, ¿cómo es que queremos juzgar a nuestros hermanos o convencer al Señor para que lo haga?
29. Digo más: Él actúa y juzga sin esperar nuestro parecer. Pero si Él os dice haz esto o aquello, vuestra naturaleza debe ser pura acción, pues la Palabra del Señor es acción plena en vuestro corazón.
30. Te agradezco, Señor, que hayas puesto tales palabras en mi boca y permite que las mismas consigan los mejores resultados tanto en la Tierra como en todos tus Cielos. ¡Toda gloria y honra sean eternamente tuyas! Amén».
31. Digo Yo: «Pablo, eres mi brazo derecho y mi ojo derecho. Fuiste escogido por Mí como instrumento, y lo serás eternamente. En todo hablaste verdad.
32. Ahora preguntaremos a esos recién llegados cuál es su parecer, y después adoptaremos una solución acertada.
33. Habla, Roberto Blum, ¿qué haremos con la Tierra, empapada de tanta sangre injustamente derramada? ¿Cuál debe ser la penitencia que merecen ella y los poderosos que te ajusticiaron?».
1. Dice Roberto: «Señor, en lo que me concierne, no tengo cuentas que ajustar con la Tierra, portadora de criaturas más bien ciegas que malvadas. Si puedo hacer una petición, apenas será: Señor, perdónales pues no saben lo que hacen. Deposita en sus corazones paz, humildad y amor y, así, la Tierra maravillosa besará nuevamente a sus hijos, sustentándolos mediante tu Gracia y Misericordia. Es todo lo que podría pedirte.
2. Sin embargo ni formulo esta petición mía ni deseo una exigencia determinada porque supongo que no estoy sazonado, al igual que tampoco estoy maduro. Pienso de corazón que malo es quien pretende hacer más de lo que puede; peor quien entierra su talento. Sin embargo, si alguien desea lo que su corazón considera bueno para el prójimo, e incluso procura realizarlo, sólo puede considerársele bueno y justo pues lo motiva el amor puro a su semejante.
3. Puede suceder que de una buena intención, en vez de beneficio resulte perjuicio. Por ejemplo, tengo para un enfermo un remedio que ya curó a muchos; así que, seguro de su efecto y movido por el amor, le doy el remedio el cual, sin embargo, empeora su estado. ¿Acaso no debería haber actuado así? ¡Cómo no! Pues no debo abstenerme de deseos ni de hacer lo que juzgo bueno y justo, de acuerdo con mi conciencia, pues el éxito no está en mí, sino en tu poder. Esa fue mi intención en Viena: conseguir lo mejor para los oprimidos. El resultado de mi esfuerzo fue negativo; todavía creo no haberme equivocado porque quería sólo lo que consideraba cierto.
4. Así habrá muchos. ¿Deberán ser juzgados por ello? Trasmíteles Señor, una comprensión justa y apacigua sus corazones que quedarán libres de todo mal.
5. Existen criaturas obstinadas que prefieren arrasar el mundo antes que desistir de sus principios, en su opinión justos. Tú, Señor, tendrás medios para derretir como cera la roca más dura, y una chispa de ese fuego, depositada en los corazones de esos desgraciados, los hará más blandos y comprensivos.
6. Hasta que puedan ser buenas ante tus ojos, no tengo medida segura en mi corazón. ¡Por eso te lo entrego todo, Señor!».
7. Digo Yo: «Querido amigo y hermano, también tocaste el punto neurálgico, pues la verdad plena y fiel brotó de tu boca, y, en el futuro, serás un buen instrumento de lucha para Mí. Tu petición fue buena y noble, y te aseguro de antemano que adoptaré tus medidas y siempre las aplicaré. Pero mi amigo Jellinek debe expresarse para que veamos si coincide contigo. Habla, Jellinek».
8. Este responde: «Tanto Roberto Blum como el gran Pablo han hablado como mi alma lo siente. ¿Que más diré? Hágase tu Voluntad, Señor, y el más maravilloso de los órdenes bendecirá la Tierra. Lo que anteriormente fue dicho por los patriarcas sobrepasó en cierto modo el horizonte de mis conocimientos. Naturalmente son bienintencionados, pero, sin embargo, de otra forma. Sólo me parece extraño que te hayan exigido el cumplimiento de ciertas promesas, acusándote de indecisión. Pero como ya he dicho, no lo entiendo. Además, siento una inmensa alegría por conocer personalmente a aquellos de cuya existencia dudaba. Sus palabras son de veras impresionantes».
9. Digo Yo: «Aquí en el Reino de la bienaventuranza todos vosotros podéis decir fácilmente “Señor, hágase tu Voluntad”. Pero en la Tierra las cosas presentan un aspecto diferente. En la materia humana habitan los mismos espíritus y almas inmortales que aquí, y también anhelan desarrollarse libremente; sin embargo no soportan la esclavitud bajo el férreo cetro de los monarcas. Por ello se rebelan en todas partes, en un esfuerzo supremo por quebrar el poderío monárquico. Los regentes, a su vez, alistan a sus súbditos militarmente, amenazando de muerte a los rebeldes y mandando matar sin piedad a miles de ellos. Los oprimidos me piden venganza contra los reyes, y estos me piden socorro para vencer a los rebeldes.
10. ¿Qué debo hacer? A ambas partes les asiste un derecho con poco fundamento, supuestas las actuales circunstancias en las que tanto unos como otros quieren dominar, y ninguno se somete a obediencia.
11. La cuestión es la siguiente: Si ayudo a los monarcas, extenderán sobre los pueblos la antigua ceguera en la que ningún espíritu se desarrollará libremente, y el odio contra los opresores aumentará. Si socorro al pueblo, este se vengará de los superiores, y, finalmente, proscribirá mi doctrina debido a la actitud de Roma, y creará una puramente mundana, de hecho la de Ronge (neocatólico).
12. Ved, amigos míos; las cosas están en la Tierra de una manera que me imposibilita cualquier medida. Si lo dejo todo conforme está, ambos enemigos nunca llegarán a un acuerdo debido a la ira recíproca. Tanto si ayudo como si no, estaré equivocado. ¿Qué hacer?
13. Jellinek puede muy bien decir: “Señor, hágase tu Voluntad” . ¿Pero en una situación como ésta? Roberto me aconseja depositar una chispa de fuego celestial en el corazón de los monarcas, que los volvería más mansos, mejores y sabios. Cierto es. ¿Pero es que los pueblos, rebeldes y excitados en demasía, confiarían en ellos? En modo alguno. Nada es tan difícil de reconquistar como la confianza desaparecida.
14. Opinas que es necesario lanzar tal chispa también a los corazones de los individuos. Sería realmente una solución fácil, pero en tal caso, tanto los regentes como los pueblos dejarían de ser criaturas libres. Caerían en el juicio, transformados en animales nobles de apariencia humana y no habría posibilidades de actividad espiritualmente libre. En tanto que queramos conservar a los hombres como tales, no debemos imponer un rigor determinado pues, si actuáramos así, la humanidad dejaría de existir, cayendo en el poder eternamente invencible como esclavos y animales. Ves que, por ello, tal medida no se justifica. ¿Qué te parece razonable, amigo Becher, para socorrer a los pueblos oprimidos de la Tierra?».
1. Meneando la cabeza y encogiéndose de hombros, Becher dice: «Señor, omnipotente y sabio, si no ves salida a la actual confusión terráquea, ¿cómo podemos encontrar solución? Si no hay medios internos, conviene emplear los externos, tales como hambre, peste y algunos fenómenos en el firmamento, que todas las criaturas se someterán. Si tales medidas no fueran aplicables en virtud de la libertad del espíritu, entonces que se despedacen hasta decir ¡basta! Considero que nuestra preocupación por la raza humana es excesiva, pues no vale ni una bala de cañón. Mejor sería acabar con ella y poner en el mundo una mejor. Tanto los grandes como los pequeños son del diablo. Y ¿cómo será dominada la perversión satánica? No veo medio adecuado. Por ello conviene acabar de una sola vez con todo. Me limito a expresar mi opinión, sin pretensiones».
2. Yo respondo: «Claro, amigo Becher, sería una cosa muy cómoda, si fuera posible, aplicar tus medidas que no pueden ser adoptadas de manera general en forma alguna, pues redundarían en una mayor desgracia, no sólo para la Tierra sino también para todo el universo.
3. El género humano deriva de la Tierra y tiene la calidad de su naturaleza. Por lo tanto daría poco resultado la extinción completa de todas las criaturas terrenas, y estaríamos obligados a hacer surgir otras de materia telúrica las cuales, en breve, se parecerían a las actuales, como los frutos de un árbol.
4. Si procediéramos así, tendríamos que eliminar todo el mundo y colocar otro en su lugar, lo que sería un golpe todavía mayor contra mi Orden. De un árbol que produce frutos malos puede sacarse la corteza y algunos brotes y ramas, y nuevamente producirá frutos frescos. La médula y las raíces no deben ser destruidas sin embargo. La Tierra es justamente la médula del Arbol de la Vida y la principal raíz de la Creación. Si empezáramos en ella una obra de destrucción, entregaríamos a la desintegración final no sólo a la Tierra sino a toda la Creación, lo que sería prematuro en algunos decillones de años terráqueos.
5. En modo alguno puedo aceptar tu propuesta, Becher. Veamos si al amigo Messenhauser se le ocurre algo provechoso. ¿Qué me dices, amigo?».
6. Este responde: «¡Oh, Señor! Me pones en un gran embarazo. ¿Qué podría aconsejar cuando los primeros espíritus de la Tierra se hicieron oír sin resolver el problema? Ciertamente diría una tontería aún mayor que lo de la dinastía austríaca, que no aceptó la corona imperial de Alemania porque algunos esclavos ignorantes vieron en tal acto una degradación de la soberanía. ¿Y qué aceptación tendría un mayor envilecimiento? Porque o habrá de someterse al dominio ruso si quiere conseguir algo o será destruida por el cáncer que ya empezó su devastación en sus propias entrañas.
7. Idéntico sería mi parecer, Señor, si quisiera aconsejarte sobre cómo equilibrar las confusiones de la Tierra. Bien sé que dispones de los mejores y más eficaces recursos, más que estrellas existen en el espacio. Usa el menor que, por tu Voluntad, todo mejorará de la noche al día. Proporciona a los monarcas la Luz verdadera y a los súbditos bondad y paciencia para llevar la cruz, y algún terreno bendito, y todos estarán satisfechos. En caso de que los cuernos de Satanás hayan crecido en demasía, córtalos con algunos rayos bien dirigidos. En mi opinión, esto disminuirá el orgullo de los grandes de la Tierra, incluido el del príncipe Alfredo Windischgrätz, lo que le será muy saludable.
8. Existiendo en el mundo muchas personas de buena índole e intenciones, ¿por qué castigarlos si puedes reducir los cuernos de los orgullosos y, como veo, ya lo haces? Es una humillación para aquellos cuya clasificación comienza con la nobleza. A nadie deseo mal, sólo que los grandes reconozcan que también son criaturas aquellas a las que consideran carne de cañón.
9. Sin regentes y leyes sabias no puede subsistir una sociedad; los responsables debieran comprender que existen para servir al pueblo y no para que el pueblo sea manejado a su antojo como una mercancía. También deben tener la espada de la justicia, pero usarla sólo en defensa de ese pueblo contra sus enemigos, pero nunca contra su propio pueblo, porque conseguirían de él mucho más con las armas del amor. Sabes, Señor, que esto es un mero deseo de mi parte. Eres el Señor, cuyos designios y caminos ocultos son insondables. Estoy seguro que encontrarás la solución justa.
10. Tendrá que haber una gran confusión y aumentar la tensión de las cuerdas para que se revienten en el momento preciso. Tendrá que haber un corte porque así lo quieres. Pues dicho está que sin un corte drástico, las cosas en la Tierra no mejorarán. Sin embargo, hágase tu Voluntad, Señor».
11. Digo Yo: «Tus deseos no carecen de valor y podrán ser aprovechados. Por eso la transmisión de la Luz a los regentes y la bondad que ha de ser dada a los pueblos, no resultará tan fácil. Porque para tal fin ya les fue predicado el Evangelio a todos los pueblos de la Tierra y en él tienen el agua viva del antiguo Pozo de Jacob. Si quieren Luz, conocimiento y Verdad plena, basta con que los beban en esa fuente. Si no quieren es imposible obligarlos a ello usando mi Poder, pues tal medida los perjudicaría en vez de beneficiarlos. No nos es posible hacerlo, incluso por amor a toda vida.
12. Otra cosa sería con los reyes y las naciones. Si me hicieran tal petición, a continuación lo recibirían todo en mi nombre. Sin embargo, mis oídos no oyen nada parecido. De vez en cuando oigo que gritan: “¡Señor, protege nuestro trono, cetro y corona, y permítenos vencer a todos quienes se levantan contra nosotros!”. De parte del pueblo no se oye nada por lo general, y algunas personas aisladas nada representan.
13. Cada individuo recibe lo que pide; pero a los pueblos no les puede ser dado lo que ruegan pocos.
14. Por ello, amigo Messenhauser, nos veremos obligados a tomar otras medidas para conseguir la armonía entre las naciones. Las cuerdas están tensas, sin embargo, como ya te habrás dado cuenta, no de modo suficiente. Ya han sido despertados medios nuevos que harán lo que les corresponde. De hecho, se hará una gran limpieza, hasta que se consiga separar el grano de la cizaña.
15. Pero falta que oigamos a nuestra amiga Helena. Así pues, hija mía, ¿qué sugieres que se haga para mejorar la Tierra? ¿Tal vez tus consejos serán mejores?».
1. Dice Helena: «¡Oh, Señor, flor deslumbrante de mi alma y de mi vida! Examina mi corazón que te ama por sobre todas las cosas y tu Omnipresencia verá lo que pienso y siento. ¡Mi querido, más sabio, poderoso y amable Jesús! De tanto amarte no puedo hablar. Allí atrás hay muchas personas: el general Olavo, el barón, su esposa e hijas, Ema, en vida casada con un infiel, varios criados, el limpiabotas, y la célebre Mariandl. Quizás consigan decir algo mejor que yo, que me siento incompetente para hacerlo. ¡Piensa que he sido una plebeya vienesa que ahora se encuentra a tu lado, Señor de los Cielos y la Tierra! Además, todos los patriarcas y los apóstoles. Esto no es una broma. Te pido que dejes hablar antes a los otros, quizás después se me ocurra alguna cosa razonable».
2. Respondo: «Querida, bien lo sé, y mucho me alegro, de sentirme tan amado por ti. Los demás huéspedes de esta casa también hablarán, pero primero tú, porque estabas conmigo antes que ellos y porque me amas tan profundamente. Además, perdiste tu vida en los combates de Viena, lo que no fue de tu agrado. Tienes que expresarte sobre un asunto que tanto te afectó. Habla, que sabré escoger lo mejor».
3. Helena dice: «Ay mi Señor Jesús, una vez que Tú te has propuesto algo hay que cumplirlo, aunque perezcan el Cielo y la Tierra... ¡Pero ya te pillaré! Ahora mismo me acuerdo que en su tiempo el apóstol Pablo, por inspiración Tuya, dijo que ninguna mujer debiera pronunciarse en una asamblea de hombres. Sólo querías ponerme a prueba porque sabes que tengo mucha labia. Pero la Helena que te ama sobre todo, se ha despabilado un poco y no cae en eso... Voy a refrenarme porque de lo contrario me tocará una ducha de agua fría por parte de Pablo».
4. Pablo sonríe al oír esta excusa algo humorística.
5. Y Yo respondo: «Mi querida Helena, no creas que te puedas escapar tan fácilmente, porque en realidad ya te he pillado a ti; pues tendrás que hablar precisamente por orden de Pablo, y más ineluctablemente aún por orden Mía, que prevalece sobre la de Pablo... Pues en su Carta a los Romanos, capítulo 16, él, que en mi nombre presidía la comunidad de Cencres, recomendó a Febe. Al mismo tiempo y por las mismas razones, recomendó a Priscilia, a cierta María, a Trifena, a Trifosa y a Persida, todas las cuales habían trabajado mucho, en mi nombre, con palabras y hechos.
6. Así que Pablo no impuso freno a mujeres semejantes, sino sólo a aquellas que, por orgullo, querían destacar en la comunidad sin poseer ni comprender mi Espíritu, y que incluso así querían tener voz y voto, como si supiesen tanto como los renacidos en mi Espíritu. Pero cuando una mujer se llena de mi Espíritu, que es idéntico tanto en el hombre como en la mujer, entonces ella debe pronunciarse, dentro de lo que el Espíritu exige.
7. Mis apóstoles formaron la mejor comunidad cristiana del mundo porque fue fundada por Mí. ¿A quién envié Yo mismo para anunciar mi resurrección a los hermanos cuando salí de la tumba al tercer día? A una mujer, más o menos de tu naturaleza moral. Si el posterior mandamiento de Pablo hubiera de aplicarse a todas las mujeres parlanchinas, ¿cómo podría atreverse una Magdalena a abordar a los apóstoles?
8. Además, en cierta ocasión, demostré a los saduceos que en el reino de los espíritus se acaban todas las diferencias terrenales, o sea, los derechos del sexo. Todos son iguales a los ángeles de Dios y disfrutan del mismo privilegio: volverse hijos del Padre.
9. Lo mismo sucede contigo, Helena. Aunque mucho me alegre tu modestia, tendrás que hablar, y ello porque tienes el mismo derecho que Adán, que está a tu lado. ¡Anímate!».
10. Dice Helena: «¡Ay!, ¡claro me queda que no hay manera de escapar de Ti! Cosa más extraña. ¡Tu Sabiduría y la de gente como nosotros son tan sumamente distintas! Ya veo que poniendo excusas poco se alcanza. Pero tal vez una petición desde el fondo del corazón, ¿no te haría dudar en tu exigencia?».
11. Respondo: «Por supuesto, mucho se consigue conmigo con una petición justa, pero no todo. Si, por ejemplo, alguien de la Tierra me pidiese de todo corazón que lo dejara vivir eternamente porque le agrada mucho la vida, no podría satisfacerlo porque sería contra mi Orden. Igualmente tampoco podría acceder a tu ruego. Así que abre tu boca bien hecha y di lo que tienes en el alma».
12. Helena dice: «Pues bien, en tu nombre, mi amado celestial, hablaré. Si por azar se escapa alguna cosa inapropiada de mi lengua, hazme una señal para que no haga el ridículo ante Ti y los dignos representantes de la Tierra. Mi parecer es éste:
13. Algunas personas tienen en la Tierra un nivel muy elevado y son muy ricas, mientras que la mayoría es plebeya y no posee nada. Por ello los primeros desprecian a los de la clase inferior, porque temen al fantasma de que los pobres se puedan reunir para asaltar lo superfluo de los grandes y los ricos. No pestañean en utilizar cualquier medio para impedirlo. El espíritu ha de ser oprimido como fuere: engaño por parte de la clerigalla, amordazando a la prensa, prohibiendo los buenos libros, ¡incluso la Biblia! Los renuentes son castigados de tal modo que pierden hasta el aliento. En circunstancias semejantes, ¿quién podría llegar al despertar del espíritu?
14. Además, está permitido todo lo que pueda contribuir al aniquilamiento espiritual. He visto las diversas formas de prostitución. Las medidas policiales no son sino aparentes. Toda clase de disipación es permitida porque perjudica al espíritu. Por la misma razón también se autorizan comedias inmorales con tal que no critiquen al gobierno.
15. Si alguien procura levantarse pese a este oscurantismo, manifestando que después de todo sigue siendo de origen divino, esto le puede costar la vida. El doctor Becher y sus amigos son testimonios de la manera en la que los grandes aprecian cualquier manifestación espiritual hecha públicamente. Quien se atreva a decir la verdad recibirá el título de “escoria de la humanidad”, poniéndose un buen precio a su cabeza y, si es apresado, ¡más le valdría no haber nacido!
16. Así, Señor, andan las cosas en la Tierra y no es de extrañar que las criaturas se rebelen y se venguen de aquellos que, durante siglos, han sido sus verdugos y vampiros. Yo, mujer, ¡confieso abiertamente que ahora la pobre humanidad tiene todos los motivos a una rebelión semejante y hace bien en quitar el oficio de asesinos a los grandes, desprovistos de amor al prójimo! ¡Los ricos deben repartir su superabundancia con los pobres y transformar en asilos sus enormes castillos! ¡Los pobres deben frecuentar escuelas dirigidas por maestros formados en tu Espíritu, del contrario no habrá mejoría en la Tierra, sino que todo empeorará! Tanto la maldad de los grandes como el odio de los de abajo aumentará como una avalancha montaña abajo. Si no tomas medidas drásticas, Señor, los países que conozco estarán perdidos, lo que seguramente es contrario a tu Voluntad...
17. ¿Acaso podrías alegrarte si las criaturas, por millares, se despedazaran como fieras, sólo porque los de arriba no quieren ceder a ningún precio ni un palmo de su grandeza y de su fortuna? Si dan un dedo piensan que después se les exigirá toda la mano, ¡lo que es una opinión totalmente equivocada! Pues estoy absolutamente convencida de que si trataran a los pobres con amor, los traerían en la palma de la mano. Pero, en realidad, sólo hacen concesiones fingidas, -después que las masas, desesperadas, los atacan- manteniendo esa benevolencia hasta que reúnen sus fuerzas militares para dominar la revuelta. Si ya no hay manera de restablecer la confianza entre los pueblos y los regentes, opino que lo que hay que hacer es liberarlo de sus regentes, sustituyéndolos por guías inspirados que sepan respetar la valía del prójimo y que se empeñen en vivificar el espíritu en cada criatura. Si no se hace así seguirás teniendo, Señor, las mismas complicaciones con los habitantes de la Tierra como con nosotros, pese a tus grandes esfuerzos, somos tan ignorantes como los animales. Finalmente, debe causarte aversión el hecho de que aquí lleguen cada minuto millares de seres que te ignoran.
18. Aplica, pues, a la Tierra la misma Bondad que nos has dado a nosotros aquí y no permitas que tus confesores sean crucificados por quienes hoy, como entonces, te crucificarían sin vacilar si volvieses y les dirigieras prédicas como entonces a los fariseos. ¡Levántate, Señor! Prepara y sazona el orbe con tu Gracia plena. De lo contrario se volverá centro de horror y devastación. Tú mismo, mi amadísimo Jesús, has dicho que yo soy tu querida Helena. Si he sido digna de nombre tan alto, ahora como eres el único amado de mi corazón, haz por mí, lo que de corazón te pido.
19. Igual que los demás, sólo expreso mi parecer de que algo decisivo tiene que suceder. Sólo Tú eres infinitamente sabio y conoces mejor que nadie lo que haya de pasar. Me falta una sabiduría semejante por lo que no puedo dar un consejo válido. Pero desde la óptica humana las cosas son ahora así, y mi razonamiento humano no ve otra salida que la que acabo de exponer. Tú conocerás incontables otras, de modo que haz lo que sea más acertado.
20. ¡Si he dicho tonterías no tengo la culpa porque Tú debieras haberme llamado la atención! Como me has mirado sonriendo, supongo que no me he alejado de un razonamiento correcto. Además, ¡no he tenido la educación de una Safo o de Catalina de Siena!
21. Acabo mi discurso y te pido que no mengües tu Amor por mí, por culpa de mi cháchara. A tus pies deposito mi cariño y mi vida. Amén».
1. Digo Yo: «Helena querida, has presentado tu discurso en buen orden y dentro de tu experiencia y comprensión. Tus deseos sólo pueden ser elogiados y muchas cosas serán hechas como las has pedido. Evidentemente no todo, te excediste. Veo por desgracia que muchos regentes, algunos de los cuales ya abandonaron la vida, se prestan para todo, menos para tales menesteres. Pero ¿qué hacer?
2. Te diré una parábola y juzgarás si es posible que se realice todo lo que deseas. Escucha pues:
3. Unos colonos, tras largo camino, encuentran un terreno apacible y fértil en medio de un gran desierto. El primer problema a resolver es construir una vivienda adecuada al clima. Hacen rápidamente un plano, ponen manos a la obra y, en poco tiempo, está presta una cabaña que les protege de la intemperie y de los animales feroces.
4. Entonces, uno del grupo dice: “Queridos amigos, por algún tiempo estamos protegidos contra el calor y las fieras. Pero si en esta Tierra desconocida hubiera un enemigo poderoso, digamos una tribu salvaje, la cabaña no sería suficiente, pues la podría destruir y matarnos con las armas que tenga”. Todos están de acuerdo y deciden hacer un foso profundo que rodee a la cabaña y levantar una muralla de dos brazos. Para defenderse mejor, las ventanas iban a tener rejas y la puerta de entrada iba a ser más resistente. Todo se hace con prontitud.
5. Cuando acaban, todos se alegran, menos uno, más meticuloso, que dice: “Queridos amigos, la vida en la Tierra es casi toda igual. En los países cultos de Europa, donde reyes orgullosos mantienen fuertes ejércitos, basta, en cierta medida, con contener la lengua para no temer a los enemigos. Obedeciendo y acatando las leyes y aceptándolas como voluntad propia, la criatura puede moverse libremente bajo la protección de los poderosos. Sólo es preso, perdiendo por lo tanto su libertad, quien tiene el estómago grande y la lengua afilada y cuya inteligencia no quiere someterse a las leyes. Aquí estamos libres de todo tipo de gobierno y podemos hablar a voluntad. Pero ¿de qué nos sirve? En el país de la libertad nos vemos obligados a encerrarnos aquí para protegernos contra cualquier invasión. ¡Por la noche tenemos que atrancarnos más que los habitantes de París! Decidme sinceramente si en esta situación de independencia absoluta estamos más favorecidos que el más humilde trabajador de un gobierno europeo. ¡Aquí, verdaderos comunistas! Pero ahí fuera, los animales salvajes parecen estar animados por el mismo espíritu. No necesitamos mantener funcionarios incómodos, pero como contrapartida, nuestras necesidades son mayores. Tampoco hay aquí un cura que pueda calentarnos el infierno; sin embargo, nuestra situación no debe diferir mucho de la de allí. ¿Qué haremos para amenizar un poco nuestra tan atribulada vida?”
6. Los demás responden encogiéndose de hombros: “¿Quién hubiera pensado en ello? A fin de cuentas, en todas partes existe un mal. No bien las personas se ven libres de uno, aparece otro. Estamos aquí y no podemos modificar la situación. Sin embargo conviene trabajar con ahínco, que tal vez el futuro mejore”.
7. Mira, querida Helena, ahí ves lo que es necesario hacer en la Tierra para transformarla en un paraíso, pues ¡la Tierra es un camino de pruebas espinosas para el espíritu humano!
8. Si destituyo a todos los regentes y entrego su poder a los pueblos, estos mandarán. Pero ¿sobre quién? Todos querrán dominar, pero ninguno obedecer, salvo si encuentran gusto en seguir sus propias leyes. Si el pueblo reinase y elaborara leyes para sí mismo, ¿quién, en caso de peligro, podría forzarlo a respetarlas?
9. Te digo que al final se adoptará una democracia, pero distinta a como la entienden los pueblos hoy día. ¡Queda por saber si no reclamarán, como los israelitas en el desierto, caso que no puedan colocar los pucheros de carne en el fuego!
10. Conviene que todos comprendáis que la Tierra de ninguna manera puede ser un paraíso, porque debe continuar siendo un terreno de prueba para todo espíritu encerrado en la pesada y vergonzosa carne, factor indispensable en la conquista de la Vida eterna y perfecta; así pronto empezaréis a juzgar más acertadamente.
11. La culpa de que los reyes no sean buenos y los pueblos sean ignorantes es de alguien que no sabéis. Pronto conoceréis a este único responsable, que será encadenado, librando así a las criaturas del mundo. ¡Luego, todo mejorará sin venganza!
12. Querida Helena, te digo que quedarás satisfecha conmigo, porque, al fin, todo tendrá una solución favorable. Hasta entonces tienes que esperar que los espíritus de la Tierra adquieran su conciencia propia y la comprensión de lo que les falta.
13. Entonces todo será obra de un instante, y todo quedará equilibrado en la superficie de la Tierra.
14. Ahora, Olavo, acércate a Mí y dinos tu opinión y deseos».
1. Olavo se adelanta y dice: «Señor, cuando hablas Tú -que eres la Sabiduría más profunda y omnipotente, y que desde hace mucho has previsto ya lo que ahora sucede-, cuando hablas Tú, que ya has tomado las medidas necesarias para solucionar lo más brevemente posible las actuales convulsiones de la Tierra, es difícil expresar un deseo o una opinión. Pues mi deseo es que no le hagas mal ni al diablo, mucho menos a los hombres, mis hermanos.
2. Considero que no es necesario describir las situaciones terrenales. Tú, Señor, abarcas de una sola vez, no sólo las crueldades, sino también los corazones, con sus pensamientos buenos y malos, donde se originan las actitudes. Por ello no necesitas oír la opinión de un espíritu. Puedes, sí, decirnos: “Haré esto o aquello”, y nadie preguntará el por qué. Eres el Señor y puedes hacer lo que quieres.
3. Así permites que sucedan hechos en la Tierra cuyo motivo nadie conoce. Los ignorantes dicen: “Señor, ¿acaso te has vuelto sordo y mudo, pues nos dejas sucumbir a las tribulaciones?” Creo que no dejas perecer a nadie sino que levantas a todos los que te lo piden. ¡Los que depositan confianza y armas en las propias fuerzas no deben quejarse de su fracaso! Bien pueden alegrarse los pequeños y los débiles, pues eres su escudo y no consentirás nunca que se avergüencen de la confianza depositada en Ti. Pero los orgullosos serán humillados cuando les arranques la máscara; pues su juego con sus súbditos es vergonzoso. No me preocupo, pues sé que todo lo que haces es bueno. Ninguna falta, por pequeña que sea, escapa a tus ojos.
4. Así pues, quienes hoy asestan golpes a los hermanos, a los que tildan de enemigos, serán atacados por Ti mañana, desapareciendo incluso su oficio, como si nunca hubieran existido. ¡Sea por ello bendecido tu santísimo nombre!
5. Siento algo extraño. No veo ni oigo nada; sin embargo tengo la impresión de que ahora se da un fuerte golpe en la Tierra. ¿Qué será, Señor?».
6. Respondo: «Querido Olavo, te digo que hoy, hoy y hoy será el día. Quieren tinieblas y ellas se los tragarán. Desean la muerte por servidora; les será dada. Ansían honras y esplendor que requieren millares de muertos. Su brillo cegará, su fama será espantosa y despreciable su obra. Quieren reinar... Pues ¡que reinen como la peste, como el dragón en su caverna cual Leviatán en el fondo del cieno del mar! Prefieren la mentira porque la verdad se les ha vuelto un horror de devastación. Por ello nunca alcanzarán la Luz de la Verdad. También quieren un Dios ajustado a sus necesidades. Por eso es por lo que nunca verán mi faz. Sólo quieren vivir ellos y que los otros no hagan sino cuanto sea útil a la vida de los grandes. Por tal motivo vivirán eternamente aislados. Todo se hará como desean. Pronto sin embargo, un arrepentimiento enorme y pavoroso caerá en sus almas, como una roca de las nubes, y querrán librarse de la desesperación. Pero tal tentativa será inútil, pues nadie levantará esa piedra del sepulcro de sus almas. Los conozco, así como sus acciones y su voluptuosidad. Busqué en los reyes de la Tierra y pocos encontré que se justificasen ante Mí. Por ello compartirán la suerte de Nabucodonosor. A los pocos justos los ayudaré milagrosamente, de modo que brillarán entre los reyes y pueblos como estrellas del firmamento.
7. ¡Hoy, hoy y hoy comenzará el juicio! Hoy muchos demonios serán aniquilados y Satanás no escapará de la trampa que le está puesta!
8. Roberto, ve a buscar el vino mejor, el vino de la Vida, del Amor y la Verdad, para que bebamos a la salud de los pobres hermanos de la Tierra y los bendigamos. ¡Así sea!».
9. Roberto obedece y deposita el citado néctar sobre la mesa del Consejo
10. y Yo bendigo el vino diciendo: «Querido Roberto, cuando pido vino, también se sobreentiende pan. Ve y búscalo, pues esta casa está provista en abundancia de todo.
11. Distribúyelo también a las veinticuatro bailarinas y diles que se preparen porque tendrán que bailar dentro de poco. Si desean saborear buenas frutas, abre el armario que hay junto a la puerta que lleva a la otra habitación. Pueden servirse de todo.
12. Trae también algunas copas para que podamos servir el vino a cada cual. Cumple mi deseo».
13. Una vez dispuesto todo, Yo mismo distribuyo el pan y el vino y digo:
14. «Hijos míos, ¡saciaos! Bebed a la felicidad de nuestros hijos y hermanos en la Tierra, que ahora soportan una terrible persecución y se cansan y enflaquecen. ¡En verdad serán socorridos! De cada gota de vino resulte salvación para todos los de buena índole y voluntad. Hoy se hará claro para los buenos, de manera completa, que todos hemos pensado en ellos; su corazón y las obras del mundo se lo revelarán. Y a unos pocos les será transmitido, palabra por palabra, renglón a renglón, lo que sucede aquí y el celo que les dedicamos.
15. Prestemos también atención a los ciegos y a los sordos. Los duros de corazón pasarán por el fuego, amo y destructor del diamante. Los que no se dejen convencer por la Verdad del Verbo y de la doctrina libre, serán ablandados por el fuego. Bajo los poderosos golpes del gran martillo de mi Sabiduría serán transformados, como acero incandescente, en instrumento útil de nuestra casa, la Iglesia celestial. Aún alborotarán mucho y deliberarán esto y aquello, adoptando muchos planes; pero todo eso será barrido y producirá el efecto contrario. Sólo Yo soy el Señor que tiene el Poder de partir coronas y cetros y levantar a los abatidos, si se dirigen a Mí. ¡Ay de los que no busquen la verdadera Salvación conmigo!
16. Ayudaré a los reyes que se unan a Mí, dándoles justa sabiduría y fuerza. Y sus pueblos exclamarán: “Salve, señor y rey, dado por Dios omnipotente. Todo lo que es nuestro tuyo será. Tu gran sabiduría y bondad serán nuestra constitución verdadera y viva. Tu palabra será nuestra voluntad y tu voluntad nuestra ley. ¡Y ay del infractor contra tu frente ungida!”.
17. Por el contrario, ay de los reyes, duques y príncipes traidores y enemigos de sus vecinos, que llenan sus corazones de mentiras y falsedades. Os aseguro que todos serán aniquilados como las polillas de las hojas; después limpiaré la Tierra de toda cizaña.
18. Luego se levantará un puente de aquí para allá, mejor que la escala de Jacob -bastante frágil-, por la que sólo podían bajar y subir los ángeles, a fin de que sea más fácil la llegada de los habitantes del orbe.
19. Este puente es ancho y liso como la superficie de un lago, y en parte alguna habrá centinelas para examinar a los débiles, miserables y enfermos; todos tendrán acceso libre pudiendo buscar aquí, en la verdadera patria, consejo y ayuda plena.
20. También por este puente visitaremos la Tierra, por tanto tiempo abandonada, para educar, enseñar, conducir y regir personalmente a nuestros hijos, erigiendo el paraíso perdido.
21. ¡Ahora sabéis mi Voluntad y decisión! Examinadla. Que cada cual compare con ella su discurso, opiniones y deseos, y verá que todo está contenido en ella; así pues no habrá quien diga que ha hablado en vano. Comed y bebed por la felicidad de nuestros hijos y hermanos en la Tierra, sabiendo que les ayudaremos desde este momento».
1. En este momento, todos los huéspedes se levantan con respeto y dicen: «¡Santo, santo, santo eres Tú, nuestro Dios único, Señor y Padre! ¡Sea alabado eternamente tu santo nombre!».
2. Helena, conmovida, empieza a sollozar y dice: «¡Oh, Jesús mío! ¿Cómo puedo permanecer a tu lado? Eres Dios omnipotente, vivo, eterno y verdadero creador de los Cielos y la Tierra, y yo una criatura ínfima, manchada y pecadora. ¡No es posible! Ahora comprendo que no merezco permanecer junto a Ti. Por ello, ¡déjame que me quede con las bailarinas porque me parezco más a ellas que a tu eterna Santidad».
3. Digo Yo: «¿Eso es todo lo que quieres? Si tu compañía me fuera desagradable, tiempo ha que te habría encontrado algún lugarcito para que estuvieras muy lejos de Mí. Como me eres muy querida, te prefiero a mi lado. ¿Crees que me envanezco de mi Divinidad? Te equivocas. Si así fuera no me habría vuelto hombre y dejado crucificar. Como soy de todo corazón bondadoso, humilde y humano como todos vosotros, puedes correr el riesgo de quedarte conmigo. Te garantizo que nos entenderemos muy bien».
4. Estas palabras Mías invaden su corazón de un fortísimo amor, de modo que se vuelve indescriptiblemente hermosa, llevando a Adán al siguiente comentario: «Es una verdadera Eva antes de su caída; después sólo ha habido dos, en las alturas, parecidas a ésta: Yemelah y la sacerdotisa Purista. Es sorprendente cuánto nuestra hija más joven se parece a éstas dos. Oh ¡su espíritu es realmente maravilloso!». Y, dirigiéndose a Helena, continúa: «Helena, tienes que dedicarte un poco a mí, pues natural y psíquicamente también soy tu padre. Como primer hombre y progenitor de todos los mortales, no debes temerme. Amo a todos mis hijos, tú incluida. Ante el espíritu todos somos iguales, por lo tanto no tengas miedo ante nadie aunque ese alguien fuese diez veces más Adán que yo. La criatura siempre será criatura y no hace al caso si pasó por la carne diez mil años antes o después».
5. Responde Helena: «Mucho me alegra la inmerecida honra de poder cambiar algunas palabras con el padre Adán. Cuando tengas tiempo me podrás contar algunas historias de las edades remotas, pues adoro tales historias».
6. Dice Adán: «Hija mía, no sólo eso, sino que también te mostraré miles de cosas».
7. Intervengo: «Helena, empieza a comer y a beber. Todos lo hacen en pro de los hermanos sufridores de la Tierra y tu ¿ni tocas el pan ni el vino? ¿No sientes lo mismo que los demás?».
8. Responde Helena: «¡Mi queridísimo Dios y Salvador Jesús. Quien te ama como yo, por sobre todo, y está apasionada hasta las fibras más recónditas de su vida, no siente hambre ni sed. Tú mismo eres el pan nutritivo de la vida y el néctar fortificante del alma y el espíritu. Si saboreara ese pan y ese vino por toda la eternidad, sin poseer tu pleno Amor, en el que reside toda la fuerza de la Vida, no podría ayudarme ni a mí ni a los otros. Ni el pan ni el vino, aunque sean espirituales, pueden socorrerme; sólo Tú, mi querido Jesús. Sin embargo, no lo consideres como una falta de mi parte, procuraré corregirla. Sólo te pido que no te quejes».
9. Digo Yo: «¡Pero Helena querida! ¿Qué ideas son ésas? Sabía muy bien que no podías comer ni beber por tanto amor hacia Mí. Hice la pregunta sólo para que así te expresaras delante de los demás. Como lo has hecho según mi sentir, serás premiada con un vestido de púrpura blanca y adornada con una corona. Pues te has vuelto una novia mía muy mimada, que será ataviada eternamente con los hábitos del puro y verdadero amor. Roberto, abre el armario de oro donde encontrarás el vestido apropiado para esta novia de mi corazón. Yo mismo la prepararé».
10. Lleno de alegría, Roberto va rápido al dicho armario y coge un vestido tan deslumbrante que le deja perplejo, pues nunca sus ojos vieron nada parecido. Las propias bailarinas soltaron un grito de admiración y se extasiaron ante aquella maravilla color de aurora.
11. Incluso el patético, que se encontraba en el fondo de la sala en compañía de varios otros, fue atraído por el resplandor y llevado a preguntar a quién se destinaba tan regia indumentaria. Impasible, Roberto responde: «A aquella fulana de Viena». A lo que el otro responde disgustado: «Realmente, ésta conoce bien el oficio de trastornar la cabeza a los héroes más sabios del Cielo. ¡Ciertamente que será en su propio beneficio! Dime, Blum, ¿cómo puede el más sabio entre los sabios interesarse por esa criatura tan mordaz, hasta el punto de hacerla una reina del Cielo?».
12. Dice Roberto: «Amigo: dirígete a Él, que sabrá informarte. No estoy informado sobre los secretos del Cielo. Él es el Señor, y puede hacer lo que quiere: y esta es su Voluntad. Tengo que irme, pues ya me llama con su mirada».
13. Roberto se apresura a llegar a la mesa del Consejo donde me entrega el vestido estrellado. Se lo doy a Helena, que no se atreve a tocarlo. Tal es su gratitud, amor y respeto, que se niega a ponérselo, pues no se considera merecedora de él.
14. Entonces Yo le digo: «Helena, ya sabes que conmigo no vale oposición alguna, pues todo deseo mío tiene que ser realizado, aunque para ello tenga que perecer toda la Creación, lo que no ocurrirá en este caso. Además, para Mí, Creador de todas las maravillas y glorias celestiales y terrenas, una novia bonita y bien vestida es más agradable que una fea. Es necesario que todo sea acorde. Cuando el interior está purificado, lo externo tiene que presentar la misma forma. Este vestido corresponde de modo perfecto a tu interior; esa es la razón por la que tienes que ponértelo inmediatamente».
15. Helena exclama: «Mi querido Señor y Salvador Jesús: ves que mi corazón se ata únicamente a Ti y nunca a una ropa, aun cuando fuera mil veces más esplendorosa de lo que ésta lo es. Teniéndote, no me interesan los Cielos y sus brillos que, sin Ti, se volverían insoportables. Obedeceré porque es tu Voluntad y agrado, y mi corazón te lo agradece con el amor más sincero. ¡Hágase tu Voluntad! ¡Eres mi corazón, mi vida y mi felicidad!».
16. Con estas palabras, Helena coge el vestido y, no más tocarlo, queda vestida, lo que le admira mucho, y dice: «En tu santo nombre ¿qué es lo que pasa? Ni tuve tiempo de vestirme y ya me adorna tan maravillosamente como si estuviera hecho a medida. Mi Jesús es capaz de dejar a cualquiera loco de alegría.
17. ¿Qué debo hacer para mostrarte mi gratitud más intensamente? Ponme una tarea».
18. Yo digo: «Querida, ya resolviste tu problema, pues ni el más alto arcángel podría hacer más que tu inmenso amor; permanece pues en estos menesteres, pues el resto será menos elevado. Te digo: quien me ama como tú, lleva más que todos los Cielos, en los que estoy presente por entero. Dentro de Mí resplandecen y germinan innumerables nuevos Cielos que un día serán proyectados.
19. Ahora, bastará con que me des un beso justo para que podamos seguir con las decisiones del Consejo».
1. Dice Helena: «¡Señor! Has dicho que debo darte un beso justo. Pero la palabra “justo” me produce escrúpulos; conozco el beso dado por amor, pero ninguno cuya causa no sea esa. Nunca di durante mi vida, ni en pensamiento, un beso traidor como el de Judas. Sin el beso que viene del amor sincero y puro no fuera justo, ignoro como deberá ser para que encuentre justificación ante Ti. Aclárame sobre ello ¿sí?».
2. Digo Yo: «Pero Helena, ¿qué otro beso puede haber sino el del amor puro y verdadero? Como sientes este afecto sincero hacia Mí, sólo me podrás besar así. Hay dos tipos de besos: el primero que tiene su causa más en el respeto que en el amor; el segundo, el que, no obstante el respeto, es dado por simple afecto. Este segundo, que se da en los labios y no en la cabeza, es al que llamo justo. El primero, por respeto, ya me lo diste en la cabeza. Entonces ya me di cuenta que tenía más amor que puro respeto. Y como desde nuestro primer beso tu respeto se transformó del todo en amor, ya no podrás darme un simple beso en la cabeza, ¡sino uno muy ardiente en la boca, y únicamente éste podrá ser un beso justo. ¿Me entiendes, mi querida Helena?».
3. Helena responde con las mejillas coloradas: «¡Sí, entiendo! Pero... será un poco... fuerte y los demás se escandalizarán de mi atrevimiento. Pero lo que Tú quieres, mi Dios y mi único Señor, no puede estar equivocado; y tampoco el amor puede equivocarse. Si pienso que eres el Creador omnipotente y eterno y yo sólo una débil criatura... Es realmente extraño besar al Santísimo en la boca que pronunció el poderoso “Así sea”, haciendo surgir Cielos y Tierra. Sin embargo Tú mismo quieres satisfacer el deseo más ardiente de mi corazón. ¡Hágase pues tu Voluntad!».
4. Con estas palabras, ella me da un beso de pura cepa, más que ardiente... A continuación le digo: «Sólo ahora eres perfecta y para toda la Tierra cumpliste en Mí una gran obra de reconciliación. Disfrutarás a mi lado, esto es, con todo mi Amor, la mayor bienaventuranza de mi más alto y elevado Cielo de Amor en el que moran los que me aman como tú. ¡Te aseguro sin embargo que no hay muchos! Innumerables me aman por mi naturaleza: por ser Yo Dios, Señor y Padre. Sin embargo tú, siguiendo el ejemplo de la Magdalena, me penetraste con tu amor mucho más profundamente, cogiste mi corazón y lo atrajiste junto al tuyo, realizándose así entre nosotros las bodas perfectas de todos los Cielos. Por este matrimonio te volviste una real esposa divina y compartirás, como Yo, la máxima felicidad que me cabe. ¿Te parece bien?».
5. Helena dice, temblando de alegría: «Oh, mi querido Jesús! Yo, pobre pecadora, ¿ahora soy tu esposa? ¡Cielos!, ¿qué es lo que pasa conmigo? ¡No es posible! Tú, la Verdad eterna, lo dijiste... Por lo tanto, será exactamente así. Pero ¿qué es lo que haré en bienaventuranzas más altas y profundas? ¿Cómo las soportaré? ¿No quedaré atolondrada, como pecadora que desde la más sublime estrella cayese a la Tierra, a sus abismos? ¿Acaso podré permanecer equilibrada en semejantes alturas? ¡Oh Jesús! ¿Qué has hecho de mí? Tengo la sensación de ser una desgraciada sumamente feliz y una desdichada sumamente bienaventurada, como alguien que existe y, a la vez, no existe».
6. Yo digo: «Amada mía, permanece serena y alegre. Pronto te habrás equilibrado, pues en mis alturas todo sucede de manera sencilla y simple. No hay etiqueta, ni excesivo brillo ni lujo, sino la más pura y agradable modestia y una alegría constante. Así que en seguida te ambientarás. Ahora, echa una ojeada por la ventana que mira hacia la mañana y dime qué es lo que ves».
1. Inmediatamente Helena se dirige a la ventana y, tras unos instantes, junta las manos con desesperación, no soportando lo que ve. Corre junto a Mí y dice: «Pero Señor, Jesús mío, ¡esto es horrible!».
2. Digo Yo: «¿Qué ha sido, Helena, lo que te ha dejado tan agitada? ¿Quizás viste al diablo o algo parecido? ¡Cálmate y habla!».
3. Controlándose, Helena dice: «Mi queridísimo Jesús. Comparado con este horror pienso que el propio demonio apenas es malo. Por primera vez tras mi desencarnación he vuelto a ver a la horrorosa y hedionda Tierra como si estuviera encima de una nube. Austria y Hungría se extendían como un enorme mapa con todos sus detalles. ¡Qué aspecto horroroso! Las ciudades estaban llenas de fuego, detritus y gusanos abyectos; los ríos, lagos y mares, en sangre. Se enfrentaban ejércitos poderosos esparciendo traiciones y muerte. Los hombres se despedazaban como las fieras salvajes. Al lado de las fuerzas imperiales vi numerosos rusos: entre ellos reinaba la traición y el asesinato. En el ejército húngaro también vi rusos, polacos y soldados de otras naciones. Todos gritaban: “¡Muerte y destrucción para los déspotas! ¡No haya gracia ni perdón! ¡Maldito quien piense que aún pudiera haber un acuerdo pacífico”. Los soldados imperiales no conseguían nada aunque su esfuerzo era grande; primero por haber sido traicionados, segundo por estar en minoría. Señor, acaba con esta matanza y no dejes perecer a los débiles. Trasmite a los húngaros el espíritu de la concordia, y también a los austríacos, pues siento compasión por mis paisanos».
4. Digo Yo: «Helena querida, todo lo que has visto es cierto. Los corazones humanos han sido tomados por el espíritu del anticristo que los empuja a pelearse entre ellos y pronto se destrozarán como tigres, hienas y dragones. Sin embargo, esto tendrá un fin inesperado para la Tierra.
5. Sobre esta mesa verás aparecer, como si fuera una planta, una taza en la que verás la medida de las crueldades humanas, terminando con el estado de cosas del mundo. ¡Ya está apareciendo! Mírala y describe su forma y lo que ves en ella».
6. Sorprendida, Helena mira el cáliz que, tras unos instantes, surge encima de la mesa. Cuando, al poco, está completo, exclama: «¡Pero Señor! ¿Qué es esto? A principio parecía un lirio acuático. A continuación germinó en el centro de su hojas alargadas un tallo fuerte en lo alto del cual se veía una yema. Las hojas se secaron rápidamente y la yema se abrió, proyectando, en vez de una flor, una inconfundible tiara papal, pero invertida, esto es, como la triple cruz que descansa en una dorada manzana, para abajo, y el aro final para arriba. Esta mitra se encuentra ante mí, como un cáliz de forma peculiar, sobre un trípode que surgió automáticamente del tallo. Ese vaso exquisito es por dentro completamente negro, y a la altura en que por fuera se ven muchas piedras preciosas, por dentro brota sangre y más sangre, agitada por reptiles horribles. Sus cabezas son como acero incandescente y el cuerpo de dragón. Y esos bichos repugnantes sorben ávidos la sangre, de modo que la taza no se llena ni se derrama pese a su continua afluencia, permitiendo así que todos podamos ver su abyecto contenido. Entre los reptiles veo uno mucho más grande que los demás. Tiene siete cabezas; en cada una, diez puntas como espadas y en cada punta hay una corona ardiente. Cuando el reptil las sumerge en la sangre, se produce un ruido y un vapor pestilentes. Ahora la sangre afluye con más rapidez y los animales se sacian voluptuosamente; lo que no consiguen absorber se transforma en vapor y humo, pero la taza no se colma. ¡Qué cuadro horroroso, Señor! Amarra las bocas de los reptiles y tira la corona del más grande para que la taza se llene por una vez».
7. Digo Yo: «Helena mía, ¿comprendes la relación entre el cuadro de allá fuera y esa vasija?».
8. Ella responde: «Señor, no me será posible desentrañar tal relación, por ello te pido que me reveles el sentido real de semejantes apariciones, si esta es tu Voluntad».
9. Yo agrego: «¡De todo corazón, hija mía! Allá afuera topaste con una gran desgracia, aquí con el motivo. Allí se presentaron los efectos reales que, de principio a fin, tienen aquí su causa original.
10. En esta mesa ves el símbolo nefando de lo que así es: una tiara caída, en la que los países sufren de hemorragia interna y pronto se agotarán. Aunque la jerarquía católica trata de evitar que su reputación externa sea manchada por los horrores internos, su esfuerzo de nada le servirá. Por esta razón ha sido por lo que he mostrado al mundo su contenido en la posición invertida de la tiara; podrá hacer lo que quiera, pero nunca más conseguirá colocar de pie su corona, y se aniquilará a sí misma. ¿Lo has comprendido?».
11. Responde Helena: «Un poco, pero no entiendo el sentido completo; la sangre y los reptiles abyectos significan algo sólo accesible a Ti. Explícanoslo, Señor».
12. Digo Yo: «Pues bien, la sangre que mana dentro, precisamente donde por fuera están colocadas las piedras preciosas que representan todos los reinos y regentes del mundo, significa el dominio tiránico que externamente simula una libertad e igualdad plena y feliz entre todos los estados, pero que internamente está lleno de venganza y rapacidad sanguinaria, la cual aniquila a todos quienes no respetan los privilegios que detenta el usurpador. Si miras retrospectivamente desde los tiempos de la Inquisición hasta hoy, verás que las entrañas de la jerarquía católica sólo contienen odio, ira, juicio, persecuciones diversas, muerte, etc., las cuales todavía siguen extendiéndose como peste, aunque no en los hechos porque se les ha acabado la energía. Sin embargo, en las intenciones y en los deseos, mucho más.
13. Reflexionando sobre ello entenderás lo que viene a ser la sangre dentro de la tiara. Los reptiles que la absorben ocultándose a los ojos de los pueblos ignorantes, son los aduladores y lisonjeadores abyectos y egoístas de todas las profesiones y actividades. Semejantes personas son las más repugnantes en todas las sociedades y no aman a quienes adulan. Son los peores enemigos de la humanidad y sólo se aman a sí mismos; esta es la razón por la que traicionan del modo más vil precisamente a aquellos a quienes fingen hacérselo todo en cuanto olfatean algún beneficio. Pues el traidor siempre lo será, a izquierda o a derecha, con tal que le beneficie. Lo mismo sucede en la Iglesia romana. Estima a los aduladores, a los falsarios, a los denunciantes, a los espías y a todos los que mienten con facilidad y saben inventar mentiras con el sello de la beatitud. Justamente estos, creando denunciantes sin escrúpulos, serán sus peores jueces. Gran parte ya lo hace en la propia Roma; en breve otros seguirán el ejemplo con mayor éxito.
14. Ahora tienes la explicación de la sangre y los reptiles. Falta todavía la de las siete cabezas, que te será aclarada por otra aparición. Presta atención al lugar donde se encuentra la taza y transmite fielmente lo que ves».
1. Helena mira atentamente la taza que hay delante de ella, de cuyo centro surge un trono oro y púrpura, ocupado por un soberano. Amedrentada, dice: «Señor, hay un monarca sentado en un trono, con una expresión tan orgullosa que causa repugnancia.
2. En este momento aparecen en la taza numerosas personas bien trajeadas inclinándose hasta el suelo ante él, que los mide de pies a cabeza, haciéndoles temblar; y luego llama a los que más se inclinan que reciben condecoraciones; los demás, menos sumisos, son menospreciados y obligados a retirarse. En cuanto se alejan, en seguida se vuelven blanco del desprecio de los elegidos. Ahora el monarca hace una señal a los condecorados y estos se retiran con miles de reverencias. Cuando retirándose le vuelven la espalda, el monarca les escupe y los maldice. ¡Qué hombre despreciable!
3. El recinto alrededor del trono se agranda y veo a muchísimas personas en miniatura, de aspecto miserable; entre ellas las que habían recibido condecoraciones del soberano, que ahora tienen, como su jefe, un aspecto dominante. Los pobres tienen que humillarse y algunos se tumban en el suelo para que los otros puedan pisarles la cabeza. A uno que se atreve a gritar, los soldados le apresan inmediatamente y le conducen a un calabozo oscuro donde le encierran.
4. Ahora veo a un grupo completamente maltrecho que sangra por innumerables heridas. Con inmenso temor se dirige al trono para pedir audiencia y solución a sus miserias, lo cual trasmiten al rey los criados, que reciben la instrucción de no permitir que tal ralea se aproxime. Volviendo a los suplicantes, dicen: “El rey está de ocupado, motivo por el cual no recibe a nadie. Si tenéis necesidades, dirigíos a los funcionarios, que sabrán tomar las debidas providencias”. Ellos responden: “Pero precisamente es de ellos de quienes queremos quejarnos al rey, porque nos persiguen de manera increíble”. - “¡Ah, eso cambia el asunto! Marchad a casa y dejadlo en nuestras manos. Sólo necesitamos vuestros nombres y direcciones para poder auxiliaros”. Y no bien lo hacen, envían un mensajero a los funcionarios con el encargo de que castiguen aún más a los súbditos por quejarse tanto. Deben quedar reducidos a nada para que no tengan tanta petulancia. Las órdenes son rápidamente ejecutadas y el rey condecora al lacayo diligente.
5. ¡Oh, Señor: este no es un rey verdadero, sino un usurpador, cuyo corazón y cabeza están bajo el dominio de Satanás!».
6. Digo Yo: «Tienes razón. Tales usurpadores son al principio benefactores del pueblo y después se vuelven verdaderos demonios. Continúa describiéndonos la escena, que Yo explicaré el final».
7. Helena prosigue: «¿Qué es esto, Señor? Veo muchos lobos extraños. Externamente parecen personas con vestidos negros y apretados. Sin embargo son lobos voraces que, aunque estén vestidos de negro y usen máscara humana, se ocultan en la piel de cordero para disfrazar su naturaleza bestial. ¡Qué bondadosas y delicadas hacia todos, ricos y pobres, se muestran estas pretendidas criaturas! En cuanto los otros se den la vuelta, arrojan las máscaras humanas y rechinan los dientes mortíferos. Veo muchos de ellos alrededor del trono. Los de delante, haciendo profundas reverencias, traen maravillosos cetros y coronas en cojines de púrpura. Y el monarca espiritualmente ciego los mira con satisfacción. Se alegra con los sitiadores del trono, algunos de los cuales le presentan nuevas armas que son aceptadas con benevolencia.
8. Detrás del trono, los mismos sitiadores rechinan los dientes y en vez de coronas, cetros y armas, tienen en las manos pesados grilletes y látigos de serpientes de fuego. ¡Oh rey! ¡Oh rey! Levántate del trono de odio y envidia y examina tus traidores amigos que mienten en tu cara y te amenazan por la espalda. Señor, ¿por qué tu Bondad y Sabiduría permiten que existan criaturas tan repugnantes? ¿No sería mejor que no hubiera otros seres fuera de Ti, en vez de que entre tantos de los que surgen de Ti también haya muchos que en manera alguna pueden haber surgido de Ti?».
1. Digo Yo: «Querida Helena, aún no comprendes por qué existen, e incluso por qué es necesario que existan tales personas. Con el tiempo lo comprenderás. Para sosegarte te pondré algunos ejemplos de la naturaleza.
2. Mira el fuego: ¡Qué fuerza destructora reside en ese tremendo elemento de ira cuando no es vigilado! ¡Sin embargo, no hay mayor benefactor de la humanidad!
3. Observa el agua, ¡cómo se enfurece y lo destruye todo cuando anega campos y valles! ¿Acaso no la debería haber creado, o convendría destruirla porque actúa de manera tan devastador cuando, en estado libre, causa devastaciones y muerte? ¿Podría la Tierra y todo lo que en ella hay existir sin agua?
4. Aparte de esto, fíjate en el peso de los cuerpos. ¡Qué devastación produce una avalancha que cae de las altas montañas, muchas veces enterrando criaturas y casas! Cuando una roca se despeña, destruye todo lo que alcanza. ¿No habría sido mejor si Yo hubiera creado la Tierra ligera como una pluma? Así, hasta un insecto podría cargar una cordillera y el hombre haría con la Tierra lo que los niños con las canicas. Pero ¿quién la mantendría firme? ¿Cómo produciría frutos? Y, sin peso, ¿se conservarían hombres, flora y fauna sobre el suelo terrestre? Ya ves por esto qué necesario es el peso de los cuerpos que deben existir.
5. Lo mismo ocurre con el espíritu, que necesita los contrastes del bien y del mal para que la centella divina alcance aquello a lo que fue destinada, esto es, su eterna y perfecta libertad. Sin coacción no existe libertad, y sin libertad no existe coacción. Por lo tanto, la libertad ha de surgir de la coacción, en cierto modo un orden eterno, al igual que la propia coacción surgió de mi libertad infinita.
6. Estás viendo aquí escenas muy chocantes. Sin embargo son, por cierto tiempo, tan indispensables para alcanzar y conservar la libertad espiritual como lo son en la Tierra el rayo y el granizo, extraídos del suelo para crianza y conservación de la atmósfera y para extinción de vapores nocivos y mortíferos. Te aseguro que un elemento condiciona la existencia del otro.
7. Nos cabe reconducir los necesarios elementos al orden si se han proyectado excesivamente en sus particularidades. Si ello se hace con sabia y debida precaución, todo volverá a un ritmo equilibrado, produciendo efectos óptimos.
8. Apagar un incendio es una buena obra; destruir la casa presa de las llamas no sería prudente, salvo si de esta manera consiguiéramos salvar otras residencias. Igualmente es preciso levantar compuertas y barreras contra el peso del agua, y sembrar de nuevo el campo tras una gran tempestad, llevándolo todo a un justo orden. Querer decidirlo todo de una sola vez equivaldría a una destrucción completa. Ahora puedes analizar las demás apariciones».
1. Tras una corta pausa, Helena prosigue: «¡Hum, qué cosa extraña! Esos seres curiosos se multiplican como la arena del mar; mal pueden pasar los lacayos alrededor del trono con una aglomeración semejante. Veo como los hombres-lobo los sobornan para que insuflen sus ideas al rey. Ahora sobreviene una gran oscuridad de manera que apenas se ve nada; me parece que procede de esos hombres-lobo, cuyos ojos son luminosos e iluminan los objetos que miran, aunque esto sólo para su propia orientación.
2. Al fondo veo ahora a un animal parecido a un buey y otro a un león que lo sigue e intenta devorarlo. El león está perseguido por un rinoceronte fuertemente protegido por su coraza, que procura aplastar al león y al buey. El león, que antes amenazaba al buey, se junta a él, tratando de librarse del rinoceronte. He aquí que aparece una enorme boa que trata de envolver y asfixiar a los tres animales. Estos empeñan todas sus energías para librarse del ofidio pero el esfuerzo parece inútil pues la boa aprieta cada vez más sus anillos y, por los mugidos y rugidos, percibo la lucha. Interesante resulta el que los hombres-lobo se complazcan en esta escena.
3. En este momento aparece otro ser: ¡un cóndor gigantesco! Se acerca violentamente a la maraña de animales, se apodera de ellos con sus tremendas garras, extiende sus alas y levanta el vuelo. La boa, cuyo cuerpo está casi totalmente destrozado por las garras, intenta librarse; pero sus anillos están sujetos por las mismas garras, de modo que su intento es vano. Los tres primeros animales la ayudan cuanto pueden, sin embargo el cóndor no cede un milímetro. Sube y sube cada vez más con su presa. Muy al fondo veo un lago junto a un desierto en donde al fin el cóndor se posa para comer.
4. En esto veo que un cocodrilo sale del agua y se acerca a la maraña. La serpiente levanta la cabeza, abre la boca. El cocodrilo hace lo mismo y clava sus dientes en el ofidio. El cóndor intenta proseguir el vuelo con su presa, pero el cocodrilo lo impide. El ave de rapiña suelta su presa, se posa en las costillas del cocodrilo y comienza a picotear en sus ojos sin conseguir hacerle daño. En esto, los tres primeros animales se sueltan y huyen en desbandada.
5. Ahora veo una mangosta que se dirige rápida hacia el cocodrilo que todavía aprisiona la serpiente. Viéndose desafiado por su peor adversario, el cocodrilo suelta al ofidio que se enrosca a su alrededor removiendo la Tierra y desapareciendo en la polvareda en cuanto el cocodrilo se arroja al agua. Sólo queda el cóndor con el estómago vacío. La mangosta persigue al cocodrilo hasta el agua y mira las ondas producidas por él.
6. Al ver a la mangosta, el cóndor se levanta para capturar al menos esta pequeña presa, pero ella huye dentro de un agujero y el poderoso cóndor levanta el vuelo sin presa alguna. Los otros animales desbandados apenas tienen algunos arañazos. La serpiente parece haber sufrido mucho. ¿La curará la arena? ¿Quien sabe si algún día la mangosta recibirá su premio por haber dispersado a este grupo de enemigos?
7. Noto ahora que los hombres-lobo empiezan a manifestar desagrado: no están contentos en manera alguna con el desenlace de la pelea de los animales. Me alegro porque me repugnan más que los animales.
8. El rey es acometido en su trono por temblores como si sufriera convulsiones. No parece estar satisfecho. Si todavía tiene algún poder lo hará todo para mantenerse en el trono. Si lo consigue, ciertamente tendrá el destino del cóndor que salió con el estómago vacío, pues el dinero que tiene lo gastarán los ejércitos y los súbditos sólo podrán pagar los impuestos con la propia vida.
9. Ahora todo comienza a transformarse en neblina. Reconozco que no comprendo el sentido de ese animal de siete cabezas. Señor, si es tu Voluntad, revélamelo».
10. Yo digo: «Serás iluminada, pero no por mí y sí por Roberto. No sólo debemos hablarnos nosotros dos. Así pues hablará Roberto».
1. Ante esta invitación mía, Roberto se levanta y dice: «¡Oh Señor, Amor de Amor, amigo de los que padecen y el más sabio entre todos! El tema de esta aparición está tan claro que no ofrece dificultades para ser elucidado. Como la amable Helena todavía no ha conseguido el debido adelantamiento en el campo de la interpretación, es necesario explicárselo, facilitándole así una comprensión rápida del mismo.
2. Todo lo que acabas de ver, Helena, representa de manera general al orgullo, manifestación del espíritu sometido a su propia perversión. La pelea que viste por la ventana fue causada por la traición recíproca, obra del orgullo, cuya cuna es el amor propio. Así como el amor puro a Dios y al prójimo son la base de la salvación, la bienaventuranza, de la concordia y de la unión, el amor propio representa el odio contra todo lo que se le aproxima: es la base de la desesperanza y persecución de lo que se opone a esta tendencia malvada de una vida corrupta.
3. El amor puro da todo lo que tiene; sin embargo nunca quedará descalzo sino más poderoso y rico. A medida que da, recibirá mil veces más. El amor propio pierde en la proporción de mil lo que sustrae y roba. Como carece de fuerza y poder individual se ve obligado, aunque maldiciendo, a servirse de otras fuerzas a través de medios que lo empobrecen. Con ellas mantiene un brillo y grandeza aparentes que, sin embargo, le cuestan caro y lo llevan a la pobreza. Su reacción no le sirve de nada, sólo para provocar su destrucción completa.
4. ¿Quién, pues, dirige la guerra? El amor propio, padre del orgullo y del poder. ¿Y quién se le enfrenta, lo combate y lo derrota? El poder justo del amor puro, justicia y medida de Dios. El amor propio del enemigo se vale de todos los medios para mantenerse y vengarse de la justicia divina. Sin embargo no fructifica porque se debilita en todos los aspectos. Porque en tal lucha, el amor puro se vuelve más poderoso en el ataque.
5. La aparición de la tiara volcada, surgida de una planta de los pantanos, muestra a las claras la base de la gloria terrenal. Su posición invertida, sobre un trípode, señala el poder y el brillo, la grandeza y la lujuria terrenales, en relación con lo puramente celestial. El trípode apunta a las frágiles columnas que mantienen todo esto, es decir, al amor propio como argolla del trípode; sus pies son mentira astucia y fraude. Dentro de la tiara has visto sangre y reptiles repugnantes: todo ello ya se ha explicado. Sólo el animal de siete cabezas, revelado por el Señor a través de sucesivas apariciones, es todavía incomprensible. Basta con que sigas el hilo de lo explicado, o sea, con la interpretación, y alcanzarás el conocimiento perfecto de la escena. Inténtalo que todos te ayudaremos.
6. En cuanto lo hayas descifrado, el Señor hará el resto. Por lo que veo, todo depende de la manera cómo interpretarás el asunto, dentro de tu gran amor y conocimiento, pues el Señor actuará de acuerdo con nuestra concordancia contigo. Así que procura desenvolverte bien, pues la salvación del mundo depende de tu pronunciamiento».
7. Helena se admira mucho de estas palabras; por ello se vuelve hacia Mí y dice: «¡Señor, mi único amor celestial! ¿Será verdad lo que Roberto acaba de decirme?».
8. Yo respondo: «¡Punto por punto! En una antigua profecía de los hindúes, el pueblo más antiguo de la Tierra, se lee: “¡Raza de criaturas pecadoras! Por una mujer el mundo cayó en la perdición; otra habrá en tiempos todavía lejanos por la que la Tierra recibirá una gracia enorme. Y al final será de nuevo una mujer la que juzgará al mundo. ¡De ese juicio saldrá la vida o la muerte!”. Y precisamente tú eres esa mujer de la que habla la antigua revelación. Obra cuidadosamente, de lo contrario la Tierra lo pasará mal».
9. Helena dice: «¡Ay, Dios mío! ¿Es posible que yo sea esa criatura especial? No es para mí ninguna felicidad sino un sufrimiento muy grande. Por ello, Señor, aleja este asunto de mí pues no puedo garantizar el resultado».
10. Yo continúo: «Queridísima Helena, conoces mi amor hacia ti; también sabes que no es posible quitar ni una coma de lo que he dicho, más aquí, en el Reino de la Vida, de la Luz, y de la Verdad eterna e inmutable. Así que tendrás que hacer lo que te exijo. Si me volviera displicente en mis determinaciones y pronunciamientos, ¿qué aspecto tendría pronto el universo? Si aflojase, sólo fuera un momento mi idea intangible, todo lo que creé se desharía, y las formas diversas se volverían caricaturas, como nubes inconstantes. Siendo Yo sin embargo inmutable al grado máximo, todas las cosas y seres tienen que perdurar eternamente y ser lo que representan.
11. Desde hace mucho fijé estos tiempos de hoy y escogí tu persona. Por ello tendrás que hacer por puro amor lo que te pido. Sólo así te desenvolverás libremente en tu esfera de vida, independientemente de toda influencia extraña.
12. Todo lo que os pido aquí es menos para el mundo material -que de todos modos se encuentra en el juicio- que para vosotros mismos, para que os volváis libres y capaces de disfrutar de la máxima ventura y felicidad. Aunque de ello dependan los acontecimientos terrenales porque aquí está la simiente y la raíz de todo ser, no trabajáis para el mundo, sino para el Cielo. Helena ¡empieza tu trabajo!».
1. Dice Helena: «Si las cosas pasan aquí como en el universo, estoy obligada a expresarme. Todo lo haré por amor hacia Ti, amado Jesús mío. Pero supongo que la existencia de la Tierra no dependerá hasta ese extremo de mi necedad; y ¿no es verdad que te resultará fácil mantener toda la infinitud un rato más, aun sin mi conocimiento del monstruo de siete cabezas?».
2. Digo Yo: «Mi amor, conmigo todo está pesado en una balanza de oro y no puede haber ni la menor prórroga ni demora. Claro que puedo conservar el universo sin tu conocimiento. Pero como ya he dicho, no se trata tanto de su conservación sino de la próxima liberación, completamente celestial, de todos los que últimamente han llegado aquí. Ten esto en cuenta y te resultará fácil obedecer mi exigencia. ¿Has comprendido?».
3. Ella responde: «Sí, Señor. Estoy orientada. Por lo tanto lo intentaré para, con tu ayuda, poder solucionar el asunto del monstruo.
4. Ahora lo comprendo: el monstruo de siete cabezas representa el espíritu del anticristo, manifestando su actividad dentro de sus propios despojos. Por sí solo el reptil ya es la mayor infamia creada por el ansia de poder, la codicia, el engaño y las mentiras. Las siete cabezas son idénticas a las siete pasiones principales: soberbia, dominio, envidia, avaricia, odio, traición y, finalmente, asesinato. De ellas se derivan la lujuria, la gula, la intemperancia, la impudicia, la perversidad, el desprecio, la persecución de todo lo que intenta respirar libremente; la total falta de vergüenza y dignidad, la inconsciencia, la desconsideración y el completo desconocimiento de Dios. Estas consecuencias inevitables de los siete pecados se presentan en cada cabeza al igual que en las diez puntas correspondientes. Sobre las puntas también se ven coronas de fuego que el monstruo utiliza para evaporar la sangre cuando esta amenazaba con desbordar la tiara. Las coronas parecen ser los setenta reyes católicos romanos, según la leyenda que oí en la Tierra por la que el Papa habría de reinar sobre setenta monarcas. Aunque no me parece razonable tal hipótesis porque el número de regentes no es siempre el mismo. En primer lugar apuntan a la dominación total, un horror para Ti, Señor, y que ahora se ha infiltrado hasta en los corazones de los pueblos. Pero probablemente tales coronas representen la política, presentándose con un manto de promesas para que ninguno vea que ocultan una punta afilada y mortal. Si alguien quiere tocar el manto lo encontrará al rojo vivo, producido por el fuego de la ira de los monarcas de pueblos ignorantes, y fácilmente se quemará el que se atreva a tocarlo.
5. Por ello opino que hay que tirar las coronas, las lanzas, las siete cabezas, todos los monstruos, los ayudantes y la propia tiara, y la humanidad no necesitará arrastrarse en un mar de sangre para llegar a una paz dorada y verdadera.
6. Estoy convencida de que para que la Tierra se pacifique tienen que suceder una de estas dos cosas: o haces desaparecer mediante ángeles exterminadores a los nueve décimos de las criaturas, proporcionando a los que queden guías mejores, o tendrás que aumentar nueve veces la Tierra y hacer surgir en cada país una montaña enorme de oro macizo. Pues sólo mediante la desvalorización de ese metal, ciertamente surgido del infierno, se elevará el valor de la humanidad. ¿A dónde llegaremos si al hombre sólo se le considera según los bienes materiales que adquirió por medios ilícitos? Las tendencias de poder y codicia han de ser saturadas; de lo contrario las criaturas nunca abandonarán el amor propio, fuente de orgullo y dominación.
7. ¿Para qué sirve el buey (el poder popular) con su fuerza? ¿Y la garra poderosa de león (las dinastías)? ¿De qué sirve el peso desmedido e impune del rinoceronte (despotismo tiránico del principado)? ¿Qué beneficio obtendrá la humanidad con la fuerza de la serpiente (política inquisitorial secreta que todo lo sofoca)? ¿O qué consigue el cóndor libre y poderoso (estado libre con legislación social)? ¿Qué utilidad tendrá el cocodrilo (venganzas ocultas de la reacción)? ¡Al final, la pobreza inevitable y común (la mangosta miserable y flaca) los dispersa a todos con el estómago vacío! ¿Para qué, pues, semejante lucha? Si después de todo la mangosta resultaba buena, ¡que siempre sea considerada como tal! ¿Acaso es preciso que la Tierra tenga que empobrecerse mediante el derramamiento de sangre? Si hubo pobres al final, ¿por qué no haber pensado en ellos desde el principio?
8. ¡Señor, Creador, lleno de Amor y Sabiduría, que todo lo conduces y conservas! Nosotros, criaturas, oramos, pedimos y hacemos conjeturas ante Ti; pero, por lo que veo, en cierto sentido todo es inútil. Pues sólo actuarás según tu Voluntad y de acuerdo con tu Sabiduría, y siempre será mejor así, pues si permitieras que nuestras opiniones se hicieran realidad en las correspondencias externas de la naturaleza, toda la creación dejaría de existir. Eres, Señor, fundamento de todo ser. Tu Orden santo y apenas un pensamiento tuyo son de efectos sustanciales. Por ello considero superfluo seguir con la disertación.
9. Está más que claro, y excusa cualquier explicación, que los hombres lobos representan esa orden excesivamente hipócrita, condenada por todo el mundo, que, junto con su congregación, son las únicas causantes del mal. Sólo pretenden el dominio total del orbe, razón por la que todos los monarcas tienen que bailar según su música.
10. El rey, compenetrado con su poder, simboliza el afán dominador de la época actual, en la que todos quieren mandar y ninguno obedecer, salvo si la obediencia le trae ventajas. En el caso contrario, el siervo más obediente y sumiso se transforma en demócrata o anarquista, y pretende hacer feliz a la humanidad exterminando a todos los monarcas con la intención de llenar sus bolsillos.
11. No veo amor verdadero entre los hombres; ninguno ama a su prójimo como a hermano Tuyo, Señor, y si lo hace, lo hace sólo por interés. Cuando espera beneficios de la relación con alguien lo trata con toda atención, pero si las expectativas no se cumplen, se vuelve sumamente indiferente. Señor, conozco a las criaturas y no me hago ilusiones.
12. ¿Cómo mejorarlas? Es una pregunta que sólo Tú mismo puedes responder. Todos nuestros esfuerzos en ese sentido son inútiles. Basta con que pronuncies una sola palabra de tu Saber omnisciente, bondadoso y poderoso, y la Tierra será salva como el siervo del comandante romano que te pedía ayuda. Mi querido y bondadoso Jesús, sé misericordioso y purifica la pobre Tierra de todo mal. ¡Hágase tu Voluntad!».
1. Digo Yo: «¡Queridísima Helena! Tu consejo ha sido el mejor y podrá ser aprovechado. Los representantes de tu sexo podrán realmente enorgullecerse de ti.
2. Sólo dos puntos no están bien ponderados; quieres el extermino de los nueve décimos de la humanidad o el aumento del orbe y, además, la expulsión de las dinastías. Es una exageración irrealizable de modo natural sino sólo mediante un juicio, y el juicio siempre será la muerte de aquellos a quienes alcanza.
3. Soy omnipotente y todo lo que pienso se cumple instantáneamente. Si quisiera aquí a un millón de criaturas, se presentarían inmediatamente; incluso serían muy sabias y de aspecto angelical. Podrían abrazarte con efusión y servirte con devoción total. Pero incluso así estarían enteramente sin vida. Pues todo lo que hicieran y hablasen sería Yo actuando y hablando, porque no tendrían vida otra ninguna sino la que correspondiera al tiempo por Mí determinado para su existencia. En cuanto no deseara a tales seres ficticios, en el mismo instante desaparecerían como si nunca hubieran existido.
4. Si por el contrario quisiera conservarlos dándoles vida libre, autónoma y completamente independiente de mi Omnipotencia, entonces -mediante un sistema adecuado de separación- habría de desprender de Mí mi Espíritu, que actúa en esas criaturas ficticias, y luego traspasárselo, sujetando al conjunto con una envoltura material externa. De este modo haría seres aislados de Mí, dándoles oportunidades y tentaciones a través de circunstancias que les obligarían a actuar dentro o fuera de la ley por el saber y la voluntad. La ley habría de ser formulada de modo útil y sabio, y sancionada si el hombre la desobedeciera, aprisionándolo más duramente en su envoltura y por un tiempo prolongado, hasta que la aceptara activamente. Sólo entonces sería aconsejable quitarle las ataduras externas haciéndole pasar, como ocurre contigo, a la plena libertad de un ser evolucionado, consiguiendo así para él una vida individualmente perfecta.
5. Con esto ves que Yo mismo tengo que respetar la actuación independiente de las criaturas de la Tierra que pasan su prueba de libertad en la materia, sea su actuación buena o mala. Si me aproximase a ellas con la Omnipotencia, morirían instantáneamente porque no podrían hacer nada por sí mismas. Si quisiera liberarlas de nuevo, tendría que separarme completamente de ellas otra vez, aprisionándolas en la materia, en la que de nuevo serían expuestas a la prueba de la liberación individual.
6. Si ésta se hace dentro del Orden establecido, podrán, al igual que tú, llegar en este mundo de los espíritus a una vida perfectamente libre. Si no se hace dentro de mis determinaciones, la prisión perdurará aquí hasta que, al poco, consigan un conocimiento práctico que les permita su aproximación a Mí, su Creador. En cuanto me amen como Señor y hermano, tal afecto los liberará en verdad, siendo iguales a Mí, porque seré Yo quien en ellos piensa, siente, juzga y actúa, como si fuera su doble.
7. En tal situación, eternamente fija, podrían pese a su libertad individual, asimilar siempre mayores conocimientos y fuerzas y hasta incluso volverse perfectos como Yo, estado éste que condiciona y positiva la más perfecta bienaventuranza.
8. Es fácil decirse: “Señor, haz esto o aquello. Condena a los pueblos malos, a los reyes y al Papa dominador. Extermina a todos los de corazón orgulloso y ambicioso. Haz milagros. Aniquila con una peste generalizada a la perversa humanidad”. En tal hipótesis hay que considerar que Yo estaría actuando inútilmente, si a los hombres encarnados en la Tierra por su no observancia de la ley en seguida les condenara y aniquilara.
9. Sobre todo tenemos que cuidar dentro de lo posible que los hombres que se desarrollan en la Tierra actúen el máximo posible dentro de las leyes del Orden eterno, manera la más fácil para que puedan alcanzar lo antes posible el Orden eterno. Pero aun así tenemos que tratarlos con la mayor paciencia, tolerando los actos más errados con la misma calma que si fuesen buenos y justos. La primera condición para la formación de criaturas libres consiste en que alcancen, mediante el alejamiento de mi Persona, conciencia propia y actuación independiente, sea buena o mala, dentro o fuera de la ley; al principio esto no importa. Hemos de respetar su organización y sus inventos, ocultando nuestra influencia que los conserva. Si nos manifestásemos directamente, destruiríamos el vivero humano, joven y delicado. El trabajo para reconstruirlo sería más lento que actuando sin prestar atención y con paciencia. Después de ese período de evolución todavía tendremos innumerables caminos y medios para conducirlos al destino final.
10. Sólo cuando entre los hombres en desarrollo se manifiesten irregularidades tan severas que ponen en peligro la libertad absoluta de la vida a la que se aspira, entonces tenemos que hacer surgir pequeños juicios externos como guerras, carestías, hambres o peste. El castigo nunca debe alcanzar a más de una décima parte de la humanidad pues, de lo contrario, tendría el efecto de un juicio mortal en vez del de un escarmiento. ¡Así lo entiendo y esta es mi opinión! ¿Es de tu gusto? ¿Me has comprendido? ¿Acaso ves otra posibilidad?».
12. Helena dice: «¡Oh, Amor de amores, máxima Bondad y Sabiduría superior, Padre Jesús! ¿Quién podría objetar nada? Nunca nadie oyó la manera cómo expusiste el surgimiento de la humanidad y su evolución hasta el grado más alto de la Vida en la Verdad plena.
13. Sólo ahora me doy cuenta de qué es lo que es el hombre, de su constitución, de cómo debe actuar y de cuáles medios le serán facilitados para alcanzar la finalidad plena. En manera alguna podría objetar nada, pues todo lo que dijese no serían sino necedades increíbles. Ahora, Jesús mío, no conseguirás hacerme presentar una alternativa. Y, si no fueses Tú sino Pedro o Pablo, me vería obligada a recuperar mi carácter vienés para hacerlos callar.
14. Señor y Dios mío, tan compenetrada estoy con la santidad de tu pronunciamiento que podría afirmar: Ni Tú mismo podrías oponer algo al menos aparentemente. Este es mi irrevocable parecer, que manifestaré para todo y siempre, amándote con todas las fuerzas de mi alma».
1. Yo digo: «Mi querida Helena, estoy plenamente satisfecho con tus palabras; y tus alabanzas a la revelación de la conducta acertada y a la finalidad del hombre han extinguido cualquier futura inquietud en mi propio corazón. Pues la Verdad sólo puede ser elogiada por la misma Verdad, por lo que ninguno podrá reconocerme y amarme como Dios si no tiene su origen en Mí.
2. Existen criaturas que surgieron directamente de Mí; otras fueron creadas por Mí de modo indirecto. Las primeras son propiamente hijas de Dios, en cuyos corazones habita el puro Amor de Dios, por lo tanto, también el conocimiento divino. Las creadas indirectamente son hijas del mundo, generadas por Satanás. También están destinadas al verdadero conocimiento y al Amor puro; pues dieron motivo a la gran obra de Salvación. Precisamente por ellas suceden los hechos actuales de la Tierra, y por eso, aquí en mis Cielos, nosotros estamos deliberando sobre ello. Por eso pienso que en tus loables conclusiones hubieras podido mencionar ciertas circunstancias excepcionales, circunstancias en las que mi manera habitual de crear y conducir a los hombres requiere que haya unas modificaciones considerables. Te presentaré algunos casos y tú misma darás una opinión:
4. El propietario de un huerto plantó árboles frutales, grandes y pequeños, simples y de buena calidad. Todos recibieron la misma atención, y los silvestres aún tuvieron mejor trato que los de buena especie. Siendo cuidados con mucho celo, los inferiores manifestaron después mayor desarrollo. Cierto árbol agreste llamó la atención por su exuberancia, de manera que el jardinero le dedicó un mayor cuidado y mucho amor. Los años pasaron uno tras otro y mientras todos los árboles daban frutas, ese continuaba estéril, presentando apenas unas hojas. Disgustado con ello, el jardinero, dueño de la plantación, dijo a los empleados: “Sabéis cómo he tratado a ese árbol durante años sin que me dé frutos; arrancarlo de raíz, cortarlo en pedazos y quemarlo. En su lugar plantaré un sauce, como prueba de que ahí, un árbol infructuoso abusó durante años de mi amor y de mi paciencia”. Los empleados, sin embargo dijeron: “Señor, déjalo un año más. Cortaremos el vástago principal y le daremos otra Tierra. Si incluso así no produce nada, haremos lo que has dicho”. Elogiando el consejo, el dueño de la plantación los dejó hacer. Sin embargo el árbol no produjo nada pasados otros tres años. Daba flores en primavera, produciendo la impresión de que los esfuerzos del jardinero habían sido coronados por el éxito. Pero no sucedió así.
5. ¿Qué merece tal árbol, Helena mía? ¿Debo ejecutar mi amenaza? Hace mucho ya que me irrita y enoja.
6. Por “árbol” entiendo las criaturas, hijas del mundo que, habiendo recibido de parte mía todo trato y cuidado, no producen frutos de amor, humildad y obediencia porque su corazón y sus sentidos están enterrados en la materia, en la sensualidad y en la comodidad. ¿Qué les debe ocurrir a tales árboles humanos que no producen frutos, ni buenos ni malos, constituyendo entre tales extremos una despreciable especie de parásitos que sólo miran su gozo, sin producir nunca nada bueno? Todas sus acciones son engañosas porque sus tendencias y sus amores apenas se dirigen a su propia voluptuosidad».
7. Helena dice: «Jesús, mi Señor y Dios mío. Es una cuestión difícil de resolver. Esas criaturas se diferencian de las demás porque no pecan a causa de la ignorancia de tus leyes, sino por desobediencia y mala voluntad. Si sin embargo nunca escuchan tus advertencias, vilipendian tu santa Palabra con actitudes condenables hacia el sexo opuesto y prefieren retozar con cualquier moza provocadora, pienso que merecen el hacha para acabar, por las raíces, semejante vida inmunda.
8. Sujetos de esta naturaleza, parecidos al patético, los conocí en Viena en gran cantidad. No son capaces de producir ni un fruto de la peor clase; pues el estiércol no se transforma en oro. Por ello conviene arrojarlos al fuego».
9. Digo Yo: «Tienes razón pues alguien a quien Yo mismo he facilitado todos los medios con Paciencia, Indulgencia y Bondad, llevándolo casi en la palma de la mano, y sin embargo es capaz de olvidarme a la vista de una criatura voluptuosa, enterrando sus sentidos en el lodo más inmundo y maloliente como un pulpo que sumergiera sus tentáculos en las cloacas, pese a toda clase de advertencias sutiles y severas, no merece otro destino. Aquí tenemos varios ejemplos. El patético es uno de ellos. Y en el recinto frente a nosotros hay algunas docenas, entre ellos individuos incestuosos; uno incluso violó frecuentemente a sus propias hijas gemelas menores de edad, lo que finalmente les costó la vida, perdiendo con ello la oportunidad de evolucionar espiritualmente en la Tierra. Estos pervertidos todavía no han sido juzgados. Así que te pregunto: ¿qué debe pasarles?».
10. Dice Helena: «Ya que se encuentran aquí, podríamos intentar regenerarlos. Si tal posibilidad existe, no debemos omitir ningún esfuerzo. Y si todos los medios fracasaran a causa de su orgullo obtuso, haz como hiciste con la higuera infructuosa que negó lo que esperabas de ella cuando, una noche, buscaste descanso bajo sus hojas».
1. Digo Yo: «Me aconsejaste muy bien, Helena querida. Lo haremos así, y si tenemos éxito, ellos vivirán; de lo contrario, serán malditos. Manos a la obra. Mientras que esa perversión no sea transformada o destruida, no podremos esperar que la Tierra de buenos resultados.
2. Es más sencillo vencer el orgullo que un azote semejante. Cuando los hombres se vuelven arrogantes, orgullosos y dominantes, basta con hacerles padecer guerras, miseria, pobreza y enfermedades y, en breve, se someten, aceptando las lecciones de humildad. Sin embargo nada perturba a un calavera consumado. Incluso si padece todas las secuelas de la vida sexual, quedándose casi sin poder andar o tenerse en pie, con la muerte acechándolo por todas partes, nada lo altera con tal de que pueda al menos toquetear la carne de una moza tentadora. Cuando se acuesta, su último pensamiento gira en torno al sexo; cuando se levanta, cae en la misma rutina, entregándose todo el día a lo mismo. Su conversación, sus sentimientos, el amor y la amistad, todo está prendido en la carne.
3. ¡Y qué poderoso es el orgullo preso en la voluptuosidad, que se enfurece en cuanto alguien lo perturbe en su vida inmunda mediante consejos amistosos! Soporta mal su sexo y cuando está apasionado no tolera compañía para poder entregarse mejor a su voluntad e inclinaciones pecaminosas. Sólo cuando está cansado y harto de impudicias recibe visitas de vez en cuando para distraerse. Pero en cuanto los sentidos registren nuevos estímulos ya pueden irse los amigos. Así viven en la Tierra y así llegan aquí.
4. Por ello haremos un intento serio con el patético para ver cómo resulta».
5. En seguida digo a Roberto que lo llame en mi nombre.
6. Roberto se inclina respetuoso y dice: «¡Oh Señor, donde tú mismo actúes el éxito es seguro! Si al menos consigo traerlo, lo que presiento que será difícil, ¿que te parece, Señor, si pides a las bailarinas que se alejen de él, instalándose en el lado opuesto del palco? Tanto yo como los demás huéspedes vemos que él y su grupo se acercan demasiado a las muchachas. Ansía conversación con ellas pero no sabe como empezarla».
7. Yo digo: «Querido hermano, todo lo que te parezca bien, justificado está ante Mí. Si alguien reconoce algo como bueno pero deja de aplicarlo, comete pecado contra su corazón. Haz por lo tanto lo que te parezca bueno y útil».
8. Inmediatamente Roberto pide a las muchachas que vayan al lado opuesto y ellas, dispuestas, obedecen al punto.
9. Con ello, el patético y sus amigos empiezan a rabiar. Él se acerca a Roberto y levanta la voz: «No señor... Estas preciosidades han estado todo el tiempo junto a nosotros y durante vuestra palabrería necia no os acordasteis que existen. ¡Y precisamente ahora que estabamos a punto de entrar en contacto con ellas, te pica la mosca y nos las quitáis delante de las narices! Entre nosotros: ¡podías contentarte con el tropel de ovejas tan preciosas que hay ahí al lado de la mesa de Abraham, de Moisés y de Dios sabe quién...! Ahí están también mi Ema y mi Mariandl, y también la más hermosa aurora del tablado. Pero a lo que me parece no irás a coger trigo en aquel campo pues el pseudo Jesús tiene más probabilidades que tú. Ya puedes mirarlas fijamente que, como apasionado, empezarás a consumirte.
10. ¡Qué necio eres Roberto Blum! En la Tierra fuiste un asno; aquí eres un buey. Hay que decir que personificas la asamblea animal que presenció el nacimiento de Cristo. ¡Ah, ah! ¡Te complace un bello futuro en el Cielo! ¿Crees, despreciable librero del reino sagrado que no oí todo lo que resolviste sobre el reino de Dios? Realmente, que se honre a quien corresponda. La bella aurora del tablado, por cierto reciente plaga apocalíptica de ese cielo de papel, merece un privilegio relevante. Y vosotros, burros y bueyes de Dios, tuvisteis el placer de bañaros en su sabiduría, como los insectos que reciben las fragancias del estiércol. Eso es, en verdad, celestialmente hermoso, elevado y digno del Gran Dios, o de lo que sea ese que hay ahí.
11. Y ahora pretendes llevarme a la dicha mesa del consejo donde fueron resueltos asuntos elevados por una prostituta pintada, de fosforescencia etérea, incluido un juicio sobre nosotros, hombres que en la Tierra fuimos tan estúpidos que nos dejamos tentar por criaturas del ámbito de la basura como ella. Amigo, ¡puedes esperar sentado! Da media vuelta a la derecha, reúnete con tu asamblea luminosa y dale un abrazo de mi parte con el mensaje de que no soy un idiota para caer en los cánticos celestiales de tu grupo».
12. Sorprendido ante un recibimiento semejante, Roberto mira al otro de pies a cabeza con ganas de responderle en el mismo tono. Sin embargo se controla y dice: «Amigo, desconoces el motivo que me trae aquí y me condenas sin razón. Déjame hablar y así sabrás si pido algo inconveniente».
13. El patético lo interrumpe: «Pese a que no soy un asno como tú, mis orejas llegaron hasta vuestra mesa y tuvieron el dudoso placer de oír todo lo que habéis hablado. Así que conozco vuestras intenciones sobre las personas que, por desgracia, se atreven a disfrutar de lo que les proporciona la ley de la naturaleza.
14. ¡Oh, ignorantes sabios celestiales! ¿Quién hizo la naturaleza y puso en ella leyes férreas? ¡La Divinidad eternamente verdadera! ¿Cómo puede pecar un gusano por hacer aquello a lo que le impulsan los instintos? Para mí es inteligente aquél que sabe aprovechar las leyes naturales. Bueyes y burros son quienes se sobreponen a ellas ansiando en su cerebro ignaro alegrías trascendentes. Si vivo conforme a las leyes vigentes en la naturaleza, entonces ¿dónde puede haber un Dios que me castigue por cumplirlas?».
15. Roberto responde serenamente: «Amigo, estás irritado por el necesario alejamiento de las veinticuatro bailarinas que mucho han perturbado tus sentidos impuros. Contente y acepta un razonamiento lógico: así podrás comprender el valor que encierra mi mensaje.
16. Te basas en las leyes de la naturaleza y pretendes hacerme creer que soy un burro por no saber aprovecharlas para fines voluptuosos o por no atreverme a ello a causa de un ardor místico. ¿Por qué te empecinas en este asunto si sabes que muchos seguidores de Venus acaban en una exasperada miseria física y moral? Utilizan todos los medios para satisfacer sus inclinaciones; pero una vez satisfecho el deseo impuesto por la ley de la naturaleza, aparecen las consecuencias, las molestias diabólicas y su numeroso séquito que los martirizan con dolores y sufrimientos atroces, insoportables hasta para el peor demonio. Durante años padecen las consecuencias dolorosas de la satisfacción inmediata de la primera ley natural. Sus cuerpos se quebrantan, su espíritu es aniquilado poco a poco y la misma alma se oscurece y se hace un verdugo.
17. A tales hombres ¿no les habría resultado mejor -física y espiritualmente- si no hubieran cumplido tan diligentemente la ley de la voluptuosidad puesto que con ella, como karma, avivaron una segunda ley, la del infierno?... La segunda ley es tan natural como la primera. Si simpatizas tan apasionadamente con la primera, ¿por qué no también con la segunda?...
18. Has preguntado: “¿Dónde puede haber un Dios que pudiera castigarme por cumplir las leyes vigentes en la naturaleza?”. Respóndeme antes: ¿Qué Dios puede haber ratificado la segunda ley como horrible consecuencia del abuso de la primera?
19. ¡Ciego! Si bien Dios dictó a la naturaleza sus leyes, dio al hombre inteligencia y libertad de juicio para que cumpliera las leyes físicas con moderación, y esto sólo en el matrimonio. Para cada paso más allá de la ley moral estableció consecuencias dolorosas que se manifiestan inmediatamente tras los excesos.
20. Si esto es lo que la experiencia nos enseña, sabiendo que la felicidad apenas existe sino en las mejores condiciones morales, ¿cómo puedes llamar burro a quien vive en el Orden divino y procura caminar entre los extremos?
21. Explícame cuál fue tu felicidad terrena y ahora espiritual en la plena acepción de la palabra. En la Tierra viviste en conflicto permanente con tu esposa; tus amantes te desvalijaron de tal forma que te llevaron a contraer deudas, algunas de las cuales aún no han sido pagadas. Pocos años antes de tu muerte te contagió una fogosa italiana que te dejó chasqueado. Cinco médicos llenos de alegría por haber conseguido tan rico cliente martirizaron a diestra y siniestra tu venéreo cuerpo sin socorrerte, sino aumentando tu desgracia. Cuanto más sufrías, más exigían, y si no hubiera sido por la revolución, todavía serías víctima suya. ¿Cómo te afectó la segunda ley y de qué bienaventuranza disfrutas ahora?».
1. El patético, rascándose la cabeza, manifiesta perplejidad y acaba diciendo: «Hum... sí... ¡Mil diablos! ¡Es un asunto oscuro! La primera ley es aceptable; la otra... pues sí, tienes razón; ¡es muy acertado lo que dices! ¿Y la felicidad eterna? ¡No la veo! Lo que hay es hambre, sed, odios, vergüenza, todos los pecados terrenales al descubierto, y ello delante de personas ante las cuales desea uno ocultar para siempre ciertas flaquezas. Además, aquí se encuentra la ralea que más nos incomoda. Fui hombre respetado en el mundo, pues nadie conocía mis escapadas ocultas salvo algunos confidentes. Y precisamente aquí se reúne toda esa gente, tanto los que me estimaban como los amigos de orgía. Con estos últimos no es posible entablar amistad; además se vuelven muy atrevidos y explotan las debilidades ajenas. ¿Por qué no me aplastarán las montañas? La puerta está abierta, pero no conviene atravesarla porque se desconoce lo que pasa fuera.
2. Ya que tengo esta discusión tan desagradable contigo, dime algo respecto al supuesto salvador Jesús. ¿Se le puede hablar razonablemente? ¿Sería posible que me proporcionara una orientación mejor, sin futuras vejaciones? ¿Tiene alguna relación importante con la Divinidad? ¿Puedo suponer que él sea...? Bueno, ya sabes lo que pienso. Olavo se extasió ante la plenitud divina contenida en Jesús. Pero ¿qué espíritu equilibrado es capaz de aceptar cosa semejante?».
3. Roberto responde: «Querido amigo, sólo puedo decirte: ve y compruébalo».
4. El patético responde: «¡No faltaba más! ¿Y mi honor ante la asamblea fatal en una situación semejante? ¡Ante la heroína del tablado que sufrió tan extraordinaria metamorfosis, ante mi mujer, el criado Frank, ante Olavo, Mariandl y tantos otros! Además ¡Adán y sus compatriotas! ¡Se quedarán admirados con mi presencia! No me molestaría hablar con Él, pero con el resto ¡Dios me libre!».
5. Roberto argumenta: «Amigo mío, en cualquier caso tienes que someterte a una humillación radical, pues sin ella no mejorarás nunca. Anímate y confiesa todas tus debilidades a Jesús; llénate de fe y amor hacia Él y tal vez te ahorres muchas cosas. Cuanto más tengas en cuenta tu honra, tanto mayor será la afrenta ante tus amigos. Si Dios, Jesús Jehová Sebaot perdona a quienes a Él se aproximan con el corazón contrito, es horriblemente severo con los que abusan de su Bondad, Paciencia y Amor.
6. Te espera pacientemente, pero no tardes mucho. Porque cuando resuelva, regirá el dicho bíblico: “Terrible es caer en las manos del Dios vivo”. Así que, amigo, te digo sin rodeos que no pierdas tiempo. Los impúdicos y los adúlteros nunca entraron en el Reino de Dios. Inmensas son su Magnificencia, Gracia y Misericordia; pero en el juicio a nadie indulta. Considera tu postura ante Él, el Omnipotente, y qué es lo que puedes hacer. Después de mí no vendrá ningún otro mensajero».
7. El patético responde: «¡Vaya, vaya! No será la cosa tan ruin. Alguna humanidad habrá de encontrase aquí. Si tu Dios Jesús, sus apóstoles y tú mismo, sois más inexorables que los dioses mitológicos, la cosa es grave y, finalmente, tendré que hacer lo que queráis. ¿Consideras que incluso debo hablar con Él?».
8. Roberto responde: «¡Claro! De lo contrario estarás perdido irremediablemente».
9. El patético dice: «¡Qué terrible cosa! ¡Qué infierno! Figúrate a Ema, Mariandl y Frank enterados de mis libertinajes. Por cierto que mis suegros me despreciarán merecidamente. Actué de manera reprobable con mi querida esposa Ema, pues todo el dinero era suyo, lo que me transformó en un distinguido caballero. ¡Y le pagué con la más torpe de las infidelidades! Me amaba apasionadamente y procuraba agradarme de todas las maneras. Para agradecérselo me divertí con prostitutas, gastando en orgías ríos de dinero...
10. No, amigo mío, no puedo dirigirme a Él. Sólo ahora comprendo que fui un pecador condenable. Dirigirme a esa respetable asamblea sería el colmo de la torpeza. Ni sé cómo consigo reconocerlo. Esa es sin embargo la cuestión.
11. Pobre Ema, ¿qué es lo que fuiste para mí? Hasta en tu justificada rebeldía fuiste un ángel. Y yo fui inmundo, sin amor, sin gratitud y sin respeto. Teniendo al lado a una criatura tan buena fui a buscar a las de las alcantarillas. La conciencia de esta culpa me anonada.
12. ¡Oh, criaturas semejantes a mí! Renunciad al tremendo demonio carnal; si no, pronto os encontraréis abriendo vuestros corazones ante jueces que os condenarán. No será Dios vuestro juez sino que os condenará vuestra propia conciencia. Dejad vuestra ceguera, pues de lo contrario estaréis perdidos para siempre. Hermano ¡déjame solo! Soy demasiado perverso».
1. Roberto dice lleno de alegría: «Hermano Dismas, me regocijo con tu arrepentimiento, pues este es el primer paso en la conquista de la vida perfecta en el Espíritu del Señor. Mientras tanto conviene que no te quedes parado escuchando tu propia condena, sino que has de dirigirte rápidamente al Señor.
2. Yo tampoco le acepté de inmediato como Dios único, pues le llevó un trabajo paciente arrancarme a las obtusas ideas de Hegel y de Strauss, así como de mi espíritu dominador y la impudicia. Cuando mediante su Gracia recibí más luz, reconocí mi injusticia ante el salvador Jesús, Dios único de los Cielos y los mundos. ¡Haz pues lo mismo!
3. Te resultará más fácil porque te precedí. A mí nadie me enseñó el camino ni el testimonio de Jesús crucificado. Tuve que descubrirlo a través de sus muy sabias palabras. Además estuve tan importunado como tú por la sensualidad, incluso en el mismo reino de los espíritus. Sin embargo, compenetrado del profundo Saber y Verdad de Cristo, sujeté con más fuerza a los sentidos y, con la ayuda del Señor, conseguí vencer las inclinaciones carnales, recuerdos del pasado que traía mi alma.
4. También mi corazón me condenaba y no tenía calma ni esperanza en su torpeza, aguardando sólo la muerte eterna. El Señor me ayudó a salir de semejante aflicción. Mi corazón se purificó por su gran amor hacia Él, dándome la oportunidad de merecer su Gracia. Así fui más dichoso. Lo mismo sucederá contigo y, si sales bien de esa prueba, en breve estarás como yo. Ahora acompáñame junto a Él, el Único que te salvará».
5. El patético Dismas responde: «¡Si al menos me atreviera! Empiezo a creer que Jesús es la Divinidad suprema; pero a medida que crece esta fe maravillosa, aumenta mi temor hacia Él, el Santo. ¿Quién me librará de esto?».
6. Dice Roberto: «Amigo, agradece al Señor tal temor, provocado por su mano bendita que procura juntar en tu corazón una vida espiritual completamente dispersada. Esta santa actividad del Señor despierta tu espíritu, provocando en tu alma el sentimiento del miedo. Anímate a seguirme, que te verás libre de ello. El mismo Señor, que fue quien provocó ese miedo bendito, lo sacará de ti».
7. Dismas responde: «¡Muy bien! Me arriesgaré por tu causa y soportaré lo que merezco. Si ya no tenía honra cuando me divertía con las prostitutas, ¿por qué exigirla ante los ojos de Dios cuya consideración nunca mereceré? Sólo me caben vergüenza y deshonra. Si en la Tierra no consideré al espíritu divino dentro de mí, que me dio y conservó la vida, ¿cómo esperar cariño por parte de Dios?
8. Me agració con una chispa de su santo Espíritu; a cambio no quise reconocer la alta santidad de esta vida ni glorificarla con una conducta ordenada y justa. Por el contrario -a causa de la impudicia- huí del verdadero conocimiento, convirtiendo en bestial y malo lo que era santo. Ahora me encuentro ante Dios y sus santos como un depravado. ¿Cabe mayor vergüenza?».
9. Ante tales alegatos desesperados de Dismas, sus amigos le abordan diciendo: «¿Qué es esto Dismas? ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué te condenas a vejaciones? ¿No somos todos iguales que tú? Al someterte a una vergüenza semejante, nos aplicas la misma medida a todos y eso no es indiferente de ninguna manera. Si no nos excluyes de la misma, lo pasarás mal».
10. Responde Dismas: «¿Qué esperáis de mí? ¿Acaso exigís consideración a causa de vuestra vida ociosa? ¿Qué hicisteis en la Tierra susceptible de merecer honra ante Dios y sus hijos? ¿Pensáis que aquí puede protegerse a un alma de la vergüenza pública con máscaras de oro y plata? ¡Os engañáis! La tufarada venenosa del dinero que los hombres usan para ocultar sus vergüenzas, aquí no sirve. Aquí la verdad desnuda y cruda se ve a la luz del eterno día de Dios; imposible cubrirla de ninguna manera. Es por eso por lo que todos vosotros debéis seguir mi ejemplo, para que por lo menos esta honra -la de atenerse abiertamente a la pura verdad- quede consentida al espíritu vital de cada uno; pues este mismo espíritu vital -por ser elemento de la Verdad divina- tiene todo el derecho divino de exigírselo a su alma. Si no lo hacemos hemos de temer que el Espíritu de Dios se pierda por completo en nuestra alma, o sea, la muerte eterna. Por esta razón es preciso que nuestras almas acepten los peores vejámenes para que se salve la honra del Espíritu vivo de Dios dentro de la Verdad y del Orden eternos».
11. Al oír estas palabras, los otros se retiran disgustados, mientras que Roberto se dirige a Dismas: «¡Queridísimo hermano! ¡Tu progreso es gigantesco! A mí no me pasó igual. Me congratulo sobremanera porque tu situación delante del Señor no será tan difícil. ¡Vamos!».
1. Inmediatamente Dismas acompaña a Roberto y viene hacia Mí, el Señor de la Vida. Se postra contrito y dice en voz alta: «¡Oh Señor! Enteramente indigno de mirar tu semblante santificado, me humillo en el polvo de mi nulidad como un gusano abyecto, lleno de perversiones y adulterios y te pido que me apliques, de acuerdo con tu justicia, el justo castigo que merecen mis vergonzosas acciones. ¡Hágase tu Voluntad!».
2. Yo digo: «¡Dismas! ¿Quién eres? ¿Qué es lo que pides? ¿Realmente quieres que satisfaga tu petición? ¡Ay de ti si lo hiciera! ¿Acaso quieres volverte peor de lo que ya eres? Entonces busca al jefe de los diablos que condena por el fuego, Yo no juzgo ni castigo a nadie, ni siquiera a ti. Si quieres vivir, y eso supongo puesto que me buscas, ¡pide la vida y no la muerte! ¿Crees que me alegro con la muerte de mis hijos? ¡Necio! ¿Soy Dios de muerte o de vida? Toda la eternidad y el universo infinito testimonian eternamente que Yo soy el Dios de la Vida. ¿Y tú pretendes hacer de Mí el Dios de la muerte?
3. Dime quién eres para que vea los errores dentro de ti. ¿No fueron tus acciones en la Tierra lo suficientemente perversas? ¿Por qué todavía quieres pecar ante Mí? Bien veo qué es lo que buscas. Por ello te daré una respuesta difícil. Ponte de pie pero cambia por dentro. Con esa petición nunca progresarás, menos aún queriendo experimentar mi Paciencia y Misericordia. Pediste, como un esclavo oriental, un castigo justo, pero mientras tanto, tu corazón ansía Gracia. Dime: ¿cuál de ambas peticiones debo satisfacer?».
4. Dismas responde: «¡Señor Jesús, Dios único! ¡Ten paciencia con este pobre diablo! Sé que soy un pecador e incapaz de balbucear una petición razonable. No me juzgues por lo que digo y sí por mi corazón doliente, y cúralo con tu Gracia, que mi lengua jamás se cansará de alabarte. Señor, si me repudias ¿quién me aceptará y me librará de la miseria?».
5. Yo digo: «¿Acaso no te pueden socorrer tus innumerables amigos? ¡Los afines se atraen y se disculpan recíprocamente! ¿Por qué no ha de ser este tu caso? Considera que, sin ayuda mía, has vivido en la Tierra alrededor de sesenta años rodeado y aconsejado por tus amigos. Nunca fuiste desgraciado, salvo cuando tu mujer te sorprendía en aventuras amorosas. Cuando alguien te decía algo de Mí, mostrándote que no me agradaba tu modo de vivir, prorrumpías en estentóreas carcajadas; quien te elogiaba era abrazado como amigo. Ahora te prosternas ante Mí pidiendo vida y muerte. ¿Que debo darte? No te puedo dar la muerte, no quieres enteramente la vida, puesto que tus palabras no concuerdan con tu modo de sentir, ni tus acciones tienen nada parecido al germen de la vida. ¡Examina tu conciencia y dime lo que quieres!».
6. Responde Dismas: «Señor, ¿dónde estará el justo capaz de enfrentarse a Ti en una discusión? ¡Tu Sabiduría y Omnipotencia le reducirían a la nada! Mucho menos puedo contestarte yo que estoy lleno de pecados ante Ti y ante los hombres. Pero le es posible al pecador dirigirse a Ti, que eres misericordioso tan pronto lo desees. Mientras, pienso que puedes interpretar en tu Voluntad las más humildes palabras de un pecador, perdonándole para la vida eterna o condenándole a una muerte sin fin, todo ello mediante una rigurosa justicia.
7. ¡Pues la justicia es el orden del poder! Quien posee el pleno poder también es dueño de la justicia indiscutible. Cuanto más sabio y poderoso, tanto más invencible y firme es su orden, porque su saber recibe mayor consistencia a través de la fuerza. Si poder y justicia son idénticos, ¿cómo un pobre pecador podrá soñar con justificación ninguna? Todo lo que es hecho por el poder se justifica; lo que el flaco hiciera contra el poder es injusto. Incluso si las acciones del flaco fuesen justas según los principios de la razón, ¿de qué le servirían? El poder lo reconocerá como injusto y condenable porque las acciones del impotente son contrarias a los principios del orden del poderoso.
8. Esta es mi situación ante Ti, Señor. Tú eres la Omnipotencia, yo el más ínfimo de los seres. Podría alegar lo que quisiera, Tú harás lo que gustes, pues eres el Poderoso. Ante ello sólo puedo decir: ¡Señor, hágase tu Voluntad! Mil cosas podría desear, siempre ocurrirá lo que Tú quieras. Por esto, nada deseo y me someto a tu Omnipotencia, sea cual fuere tu resolución. Si pretendes hacerme feliz será para mi bien; si me condenas al infierno me veré obligado a obedecer, pues tengo que aceptar todo lo que decidas. Merezco mi impotencia frente a tu Omnipotencia, justa, y sé que actuarás según ella».
9. Digo Yo: «Pues bien, ya que consideras toda justicia dentro del poder, quiero que te dirijas eternamente al rincón de esta sala, en dirección a medianoche. Ahí serás martirizado por un tábano. Mi poder así lo quiere, por lo tanto, obedece».
10. Llevándose un gran susto, Dismas dice temeroso: «¡Oh Señor! Pese a que tengo que sujetarme a tu Omnipotencia te pido que por lo menos quites el tábano, pues sería algo terrible que alguien sufra ese martirio constante».
11. Respondo: «¡Eso ya lo sé! Pero como tú mismo reconoces, mi poder lo justifica! ¿Por qué, ahora, no quieres someterte a la primera a mi Voluntad poderosa?».
12. Él se crece: «Señor, eres omnipotente, pero también infinitamente bueno. Apelo pues a tu Bondad y te pido Misericordia. ¡Líbrame del suplicio del tábano!».
13. Yo digo: «Recurres ahora a mi Bondad y Misericordia porque el agua de la muerte te entra por la boca. ¿Cómo es posible si antes todo lo fiabas a mi poder y dijiste: “¡Señor, hágase tu Voluntad!”. Parece que mi Voluntad no te agrada y tu corazón desea que no se cumpla. ¿Cómo debo entenderlo? Hablas contrariamente a tu corazón... ¿Crees que Yo soy alguien que acepta una comedia? Te equivocas mucho.
14. No actúo como mis hijos respecto a los suyos, queriéndolos asustar con un rigor aparente; después, cuando los viejos organizan un reencuentro ficticio, ellos se ríen y no tienen en cuenta los consejos paternos. No es ésta mi costumbre. Pues conmigo se aplica, en todo, el rigor más intransigente y férreo; la vida de un gusano tiene que ser conservada y dirigida con el mismo orden que la de un ángel. Soy como la piedra de máxima dureza y peso; quien resbala en ella será diezmado y a quien ella alcanza será aplastado.
15. Te digo que en tanto que tu palabra no salga de tu corazón te enfrentarás a una situación difícil, pues no puedo escuchar dos voces. En cuanto tu corazón se exprese por tu boca, te oiré y te consideraré. Tienes que obedecer lo que en Mí te parece santo. Según has dicho el poder de mi Voluntad divina es lo más santo para ti, por lo tanto has de someterte si no pretendes rebelarte contra mi justicia y Omnipotencia.
16. Sin embargo, has de saber que no soy Yo el único provisto de voluntad libre y que puede hacer lo que quiere; todo espíritu creado por Mí tiene libre albedrío y pude actuar según su voluntad. No te obligaré con mi Omnipotencia a hacer lo que mande como juez riguroso. Puedes oponerte y hacer lo que quieras. El futuro mostrará los resultados de tus acciones».
1. A eso, Dismas se vuelve hacia Roberto Blum: «¡Apreciado amigo: así es como me lo imaginaba! No hay manera de hablar con este Jesús. Cuanto más se humilla uno ante Él, tanto más áspero e inaccesible se vuelve. En consecuencia, uno tiene que apartarse de Él con las ganas de acabar con esta vida miserable, la cual nunca había pedido a Dios alguno. Una vida con semejantes tribulaciones, sólo para dar placer a un tábano divino, ¡guárdatela! Reconozco que nada puedo hacer contra la Omnipotencia de Dios; pero nunca le estaré agradecido por tiranía semejante.
2. Me presenté al Señor con una sumisión total y pensaba ser objeto de la misma benignidad dispensada a la heroína. Pero ¡qué diferencia existe entre nosotros! ¡Ella es tratada como un ángel y yo como un demonio! Ella fue prostituta y yo adúltero. ¿Quién no descubrirá en trato semejante un capricho arbitrario de la Divinidad que debe tener sus ojos en otra parte y no en la cabeza! En la maldita Tierra uno es esclavo de los instintos y aquí un monstruo miserable, ¿encima tendría que estar agradecido? ¿Cuándo le pedí yo a Dios que me diese la vida? ¿Dónde están las eternas condiciones del contrato por las que el Señor me hizo un ser individual?
3. Me hizo como soy y después me impuso leyes imposibles de cumplir, pues mi naturaleza no estaba hecha para tal fin. Ahora Dios y el diablo son iguales para mí, pues pretenden martirizarme para distracción de la arbitrariedad divina, sólo porque no puedo actuar de acuerdo con la ley de Dios. ¡Es el juego del gato y el ratón! Si le place deja correr el animalito; de lo contrario el pobre lirón es devorado. ¡Bonita suerte la del hombre! Ahora todo me es indiferente. ¡Vaya agujero me está destinado para que el tábano me martirice eternamente! Iré para allá inmediatamente y el justo Señor Jesús podrá soltar uno o mil tábanos. Mi gratitud será ilimitada. Bien conocida es la justicia de los magnates de la Tierra, pero la de Dios es única en su arbitrariedad tiránica. En cuanto sea capaz de un pensamiento libre, seré un crítico para dejarle pasmado; cuanto más me martirice, tanto más fuerte será mi clamor en contra suya. ¿Dónde está el maldito rincón para poder empezar cuanto antes mis imprecaciones?».
4. Dice Roberto: «No puedo estar de acuerdo con semejante lenguaje. El Señor, a quien desafías, te responderá. Nosotros, espíritus de su Gracia, tenemos el derecho de conquistar las almas perdidas mediante el Amor y la Sabiduría divinos, para lavarlas ante su faz cuya luz purísima las ilumina y las despierta para la Vida eterna y libérrima. Pero si un alma conquistada por nosotros, espíritus flacos, es un demonio perfecto, ya no tenemos derecho a entrometernos. No esperes nada más de mí, el Señor te dará lo que mereces».
5. En seguida Roberto se junta con sus amigos, indignados por el atrevimiento de Dismas. Sus parientes hacen la señal de la cruz manifestando su pavor ante tanta obstinación. Los apóstoles se llenan de rigor amargo y los patriarcas se estremecen ante ese hijo depravado. Helena arde de indignación contra ese monstruo como califica al patético Dismas.
6. El buen Olavo, con ojos llorosos, levanta sus manos exclamando: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Cómo es posible que un hombre educado en las Escrituras se transforme por culpa de la voluptuosidad en un demonio atrevido? ¡No puedo creerlo! Admite su propia nulidad y, después de conocer a Dios y tenerle ante sí, aun así se expresa de semejante manera. ¡Oh Jesús, Padre santísimo y verdaderamente amoroso! Mi corazón se parte en dos porque un gusano del polvo, ante todos nosotros, tus hijos agraciados, te ha ofendido de manera tan ignominiosa. ¡Oh Señor, Padre Jesús, véngate de este gusano, pues pisa tu Gracia visible con obstinación satánica!».
7. Mariandl se persigna siete veces y dice a Frank cuya estupefacción ha llegado al máximo: «¿Has oído? Al acordarme de sus actitudes obscenas y que ese demonio fue mi amante en la Tierra, tengo un asco que no sé qué hacer. También soy una gran pecadora y sé muy bien que no merezco sino el infierno, pero sería capaz de derretirme por amor a nuestro Señor, que es inmensamente bueno. Si hubiese sido educada mejor en vida, no habría llegado al estado actual; pero este compañero gozó de una educación esmerada y leía constantemente la Biblia y otros libros sagrados, de manera que sus amigos creían que marcharía directamente al Cielo. Ahora muestra qué clase de fariseo fue. Delante de los otros hacía de santo, pero los sábados los reservaba para las orgías. Para él no existía Dios. Si alguien se lo recordaba, se ponía furioso y decía: Imbécil, ¿qué sabes del Reino de Dios? Seis días pertenecen a Dios y uno a la naturaleza».
8. Dice Frank: «Realmente si éste no va para el infierno, el peor demonio será bendito. Sabes que soy inofensivo y no deseo mal a nadie, pero a éste lo podría ver asándose en el fuego del infierno que no me apiadaría. Espero que nuestro Señor esté de acuerdo».
9. Abunda otro amigo de Frank: «¿Qué te parece si por amor a Jesús saliésemos ahí fuera y le diéramos una buena zurra?». Frank dice: «Si nuestro Señor está de acuerdo no esperaré otra invitación. Ahora silencio. Me parece que Él pronunciará su sentencia».
1. Viendo la reacción unánime, Dismas se levanta y me dice: «Señor, ahora veo y creo que eres el Dios único y verdadero, Creador de todo lo que existe. Sólo Tú eres perfecto y no hay ninguno que se compare a Ti. Todo conocimiento, todo deseo y todas las acciones de tus criaturas son, desde su origen, obra Tuya, por lo tanto buenos. Pues un espíritu perfecto en manera alguna puede crear algo imperfecto o nocivo. Por lo tanto, ante Ti no puede haber pecados ni pecadores. Pero en tu infinita Sabiduría organizaste al hombre de tal forma que la voluntad que le insuflaste al principio -para que se volviera independiente- tenía que ser aislada de la Tuya, y eso para que pudiera determinarse a base de los múltiples conocimientos que son inherentes al hombre. Pero eso, por supuesto, solamente dentro del Orden que Tú sabiamente determinas para el mantenimiento de toda la infinitud. En consecuencia es fácil que el hombre, provisto con tantos conocimientos, facultades y tendencias, y a pesar de haberle revelado tu santa Voluntad, en este período de aislamiento completo pueda cometer acciones del todo contrarias a tu Orden divino. Así se vuelve pecador, aunque tales aberraciones en relación con el conjunto de tu Orden resulten prácticamente nulas.
2. Sabes por cierto, Señor y Creador de todos los seres, el motivo por el que el hombre hace precisamente aquello que no debe e incluso lo que no quiere; un apetito extraño le desasosiega o le influencia y no se sosiega hasta que lo haya satisfecho.
3. Como todo esto, Señor, te tiene que ser comprensible en sus fundamentos, no juzgarás ni condenarás mis actitudes con un rigor intransigente como si quien hubiera pecado ante Ti fuera uno u otro dios. Que tu Corazón paternal considere lo siguiente: el pecador que en este momento se encuentra flaco y desprotegido ante Ti fue y será para siempre un débil que sólo podrá conseguir fuerza plena a través de tu Gracia. Por sí mismo el hombre es lo que es, una sombra de tu aliento.
4. Por ello sé clemente y misericordioso con esta sombra flaquísima que abiertamente confiesa que apenas es una miserable pecadora. Basándome en tu infinita Sabiduría, Bondad y Poder, espero que Tú, Señor, Creador y Padre, no me juzgues como único responsable por todos mis errores. Si el infierno existe, tendrá su buena parte en esto.
5. También confieso que antes me he dirigido a Ti de modo ultrajante, causando escándalo entre tus buenos amigos. Me arrepiento profundamente y te pido que, si es posible, me perdones.
6. Bien dijiste a tus hermanos que para Dios todo es posible. Así, Señor, tal vez puedes perdonarme los pecados y permitir que coma parcamente las migajas que sobran de las mesas de tus amigos».
7. Yo digo: «Querido amigo, ese discurso me agrada más que los anteriores cuando en tu gran ceguera pretendías discutir conmigo. Tu confesión en público ha cerrado las puertas del infierno ya abiertas, de manera que ya no podrás entrar en él. Por mi parte estás perdonado. Pero ves aquí muchos acreedores a los que debes sumas abultadas. ¿Cómo las pagarás? Pues escrito está que antes que hayas devuelto hasta el último céntimo de tus deudas no entrarás en el Reino de los Cielos. ¿Qué harás?».
8. Responde Dismas: «Señor, sabes que soy tan pobre como tal vez ningún otro en todo el infinito. Si de mi fortuna dependiera cumplir con ellos, los compadezco pues nada poseo. Si Tú, Señor, lo quieres, fácil te será con tu Misericordia librarme de mis deudas.
9. Todo lo que puedo hacer es pedirles perdón y clemencia, confesando haber pecado contra ellos y ante Ti. Dame una oportunidad, Señor, y me moveré para devolverles todo lo que sea posible.
10. Ciertamente mi mayor deuda será con mi querida esposa y con mi amigo Olavo. A ellos me dirijo en primer lugar pidiéndoles indulgencia y perdón, con la promesa de que todo lo haré para saldar mis cuentas en tu santo nombre. Tú, oh Señor, fortalece nuestros corazones para hacer todo lo que sea justo ante Ti y tus santos ángeles».
11. Digo Yo: «Está bien, diré algunas palabra conciliadoras a tus acreedores y veremos sus exigencias. Mientras tanto, quédate tranquilo».
1. En seguida me dirijo a Ema y al buen Olavo, de rostros sonrientes: «¿Oísteis las palabras de vuestro deudor?». Ambos responden: «Señor, con la mayor de las satisfacciones».
2. Continúo: «¿Qué haréis? ¿Condenarle o perdonarle, recibiéndole en vuestros corazones?». Ellos dicen: «¡Padre santísimo y amoroso! Hace mucho que está perdonado; estamos prestos a recibirle con amor y conservarle para siempre, si ello no es contrario a tu santa Voluntad».
3. Respondo: «Lo que en mi nombre fuese de vuestro gusto, también lo será para Mí, en forma que no podéis ni imaginar. Os digo que mi alegría es grande con la conquista de este espíritu. Existen pocos semejantes a él, pues tiene un fuerte espíritu paulino y forma parte de mis instrumentos contra los enemigos de mis Cielos. Así como actuaba contra mí, de la misma forma usará todo su empeño en trabajar a mi favor.
4. Por ello no le devuelvo a vuestro medio porque ha de realizar una gran obra para Mí. En cuanto la haya llevado a bien, será vuestro premio y viceversa».
5. Dice Olavo: «Señor, ¿no habrá trabajo para mí? Dame la oportunidad de hacer cualquier cosa en tu santo nombre».
6. Digo Yo: «Querido hermano, ya me has prestado un gran servicio y, además, pronto tendrás tu oportunidad. Para el perfeccionamiento de Dismas es necesario que realice una tarea de puro amor, así que le enviaré completamente solo a una buena pesca».
7. Olavo queda conforme y Yo me dirijo a Dismas: «Mi querido amigo, ya que has transformado tu corazón dentro de mi Orden, humillándote completamente ante Mí delante de quienes hasta hace poco representaban una espina para tu orgullo traído de la Tierra, alcanzarás honras elevadas y verdaderas. Para Mí toda honra depende de una acción noble y buena, así que tendrás que realizar eficientemente un trabajo. De su buen éxito saldrá mucho, aunque no te será tenido en cuenta ni el éxito ni el fracaso, pues para Mí sólo cuenta la buena voluntad, la intención honesta basada en el amor y, finalmente, una acción emprendida tras una seria reflexión.
8. No te preocupes si el resultado es bueno o malo, porque el mismo está en mis manos. Muchas veces incluso permito que los espíritus heroicos que reciben de Mí un trabajo no tengan resultados para demostrarles que en todo el infinito no hay un solo espíritu capaz de actuar por sí sólo; siempre tiene que actuar conmigo. Una tal acción conjunta tiene el éxito garantizado y abonado al espíritu.
9. Aunque el espíritu perfecto tenga un gran poder individual que le faculta para acciones propias, carece de mérito porque está trabajando para su propia casa. Si sin embargo implica mi Fuerza en su actividad, entonces trabaja en mi Casa, lo que tiene su mérito. De ello puedes deducir cómo se debe actuar en el Reino eterno de la Vida verdadera para tener algún mérito ante Mí.
10. Escucha pues lo que tienes que hacer. En el fondo de la sala, en dirección a medianoche, dejaste un grupo de amigos de antaño. Diez mujeres y veinte hombres que, en vida, fueron todavía peores que tú; que conoces sus actitudes condenables, así como las causas de las mismas. Los pongo en tus manos y te otorgo pleno poder para actuar a voluntad. Ve a ellos con esta intención, conquístalos y tráelos hacia Mí para que Yo mismo resuelva su futuro. Si lo haces bien recibirás vestidos de honra. Empieza prudentemente, de lo contrario tendrás mucho trabajo».
11. Responde Dismas: «¡Oh Señor, el trabajo es tan honroso que excusa traje especial! Si ese noble trabajo acaba bien, únicamente será obra tuya, cabiéndote toda la honra. Si no acaba bien será prueba de que no he actuado unido estrechamente contigo y, en tal caso, no cabe esperar mérito alguno. Señor, con tu Gracia haré lo que me sea posible y por ello confío en un buen resultado; pero te pido que no me agraciéis con vestidos de honra, sino que me sea permitido alabarte acompañado por las almas conquistadas. Con un pecador como yo no cabe deferencia alguna».
12. Yo añado: «Muy bien, mi querido Dismas, estás empezando bien. Quien quiera ser el primero conmigo, será el último. Quien quiera ser el último, amando, honrando y dando prestigio a todos sus hermanos, será el primero en plena verdad. Quien intente ganar la vida por cuenta propia, la perderá; quien la odia y huye de ella por mi Vida verdadera, la recibirá en toda su plenitud. Ahora, ve y realiza la tarea bendita».
13. Dismas se inclina ante Mí y mis amigos y se dirige al grupo mencionado.
1. Al aproximarse a sus compañeros, Dismas es recibido con frialdad. Dándose cuenta dice: «Queridos míos, sois aquí como fuisteis en la Tierra. Los verdaderos amigos os resultaban insoportables mientras apreciabais a otros, bastante expertos para echaros tierra en los ojos y así, ciegos, engañaros fácilmente, vendiéndoos cascos de botella como si fueran diamantes y metal brillante como si fuera oro. Quien os decía la verdad era expulsado como un enemigo. Quienes os adulaban como la zorra a las gallinas o la culebra a los pájaros, era acogido con los brazos abiertos. Cuando acompañé vuestros cantos merecí vuestra simpatía: ahora comprendo, gracias a nuestro Señor, la torpeza de nuestra situación. Me alejé de vosotros para caminar hacia la Verdad, abandonando las tinieblas y la muerte, andando el camino de la Luz y de la Vida. Vuelvo aquí para llevaros a ese camino y soy recibido por vosotros con la frialdad de una noche polar.
2. ¡Sois necios! ¿Qué pretendéis hacer? ¿Cuáles ventajas se consiguen con vuestra ignorancia? Comparaos vosotros mismos con los amigos de Dios. Ellos, ¡qué felices son! ¿Y vosotros? ¿Quizás vuestra intención es permanecer en esta miseria por terquedad? ¿Qué razón es la que os lleva a la propia condenación cuando Dios os quiere hacer felices? Abrid vuestra visión para que Dios y yo podamos ayudaros. ¡Qué feliz me siento por haberme librado de esa miseria. Como antiguo amigo, ¿no debo desear lo mismo para vosotros? Si éstas son mis intenciones, ¿por qué me recibís con odio y me tratáis con desprecio? ¡Miradme a los ojos!, ¿acaso podéis encontrar algún subterfugio para maldecirme? Pero si veis en mí un amigo honesto, recibidme y permitidme que os lleve a la felicidad verdadera».
3. Uno de ellos dice: «Amigo, contigo pasa lo siguiente: o fuiste un hombre inteligente que ahora se volvió idiota, o eras tonto y te has vuelto diez veces más tonto. ¿Quién en la Tierra estudió e investigó más que yo, y a veces tú conmigo, y cuáles fueron finalmente nuestras conclusiones? Sólo que el hombre, pese a todo su empeño en estudiar el universo, nunca conseguirá averiguar algo significativo.
4. ¿Y nosotros -seres más insignificantes en la Tierra que es la más ínfima partícula de todo el universo creado de Dios- pretendemos comprenderle y humanizarle como un igual nuestro?
5. ¡Mira a qué extremos has llegado! ¿Cómo pretendes presentarnos a Jesús, efectivamente espíritu muy elevado, como si fuera Dios? Te conviene más volver a ser el razonable capitán Dismas de siempre».
6. Dismas responde: «Amigo, cuando el hombre se arrastra sobre la Tierra como un gusano acepta tus lugares comunes. Pero estamos despojados del cuerpo físico material y el que tenemos aquí es puramente etéreo-espiritual y nos faculta para percibir lo que el gran maestro Jesús nos reveló en la Tierra. Si todo ello lo vemos confirmado por la existencia de vida tras la muerte, por el recuerdo de la existencia terráquea y por saber que somos idénticos a lo que fuimos en la carne, entonces no hay motivos para que dudemos que Él fue el Maestro de la Vida real, bastante más que todas las criaturas en su conjunto y que con sus enseñanzas abrió los ojos de los mortales, mostrándoles su patria verdadera y eterna, y que era su Padre Real, algo más que todas las criaturas en su conjunto. Él fue el primero y el único en conducir a los hombres a su verdadero fin. Y nosotros, espíritus, tenemos ahora la convicción viva de ser tal como enseñó mediante el Verbo y la acción. Si no es Él ¿quién podrá ser?
7. Además, ¡todo lo hace con su Voluntad! Instantáneamente aparece lo que desea. Prescinde de nuestro consejo y si lo acepta, apenas lo hace para demostrar cuán inútil es ante Él toda sabiduría humana; tanto el sabio como el bueno dependen de la suya.
8. Si relacionáis todos estos puntos y si en vuestro corazón observáis a Jesús bajo esa perspectiva, tendréis que reconocer que Él no es sólo un maestro sabio inigualable, sino que también tiene que ser Aquél que Él mismo nos anunció. Pues no puede admitirse que un Maestro que esté dotado de una sabiduría nunca alcanzada, pudiera al mismo tiempo tener la necedad de presentarse ante sus discípulos como el dios de la eternidad, y que pueda exigir a Satanás obediencia, servicio y adoración... A mi parecer todas estas relaciones confirman que todo el mundo creado ha de someterse a la Voluntad poderosa de Jesús, si no quiere ser condenado por el peso del Poder y la Fuerza de su Palabra.
9. Si una entidad llena de la máxima sabiduría exige tal cosa no sólo a los hombres sino a la propia naturaleza, ¿puede dudarse de que sea Dios, sólo porque se haya presentado en forma humana? Mis palabras afirmando que Jesús es el Ser supremo, pienso que son una verdad evidente. Quiero llevaros junto a Él para que pueda demostraros que es Aquel mismo cuyo nombre hace que se prosternen todas las fuerzas celestiales y terrenas.
10. Sabéis que no acepté fácilmente una idea y resistí cuanto pude. Pero cuando alcancé el conocimiento a través de una dura prueba, acepté toda la revelación concerniente a Jesús. Si siendo el más terco procedí así, reconociéndole como Dios, creo que os será mucho más sencillo a vosotros que fuisteis más creyentes que yo».
11. El primer orador argumenta: «Amigo, fuiste llevado a creer apretado por el hambre; cuando ese momento nos llegue aceptaremos como Dios a ese charlatán».
12. Dismas reacciona: «¡Ignorantes! ¿Cuándo me habría llevado el hambre a aceptar como Dios a Jesús? Desde que dejé el mundo no me he alimentado. ¡Sois necios! Sentí hambre, sí, en el corazón, por Aquél que me dio la vida que tanto aprecié, pero que sin Él me resultaba enigmática. Esta ansia fue satisfecha, pero mi estómago está vacío.
13. Si afirmáis que no sentís en el vuestro la santa hambre del corazón, comprenderé vuestro estado incurable. Aguardad un poco y os atormentará un hambre extraña».
14. Responde el cabecilla del grupo: «Eso es, danos mucha hambre y aceptaremos como Dios a quien la sacie. Sin necesidad subjetiva no existe inclinación por las cosas elevadas.
15. Si quieres obtener éxito con una persona indolente, primero cúrala de ese mal y después proyecta en su alma un fuerte deseo por lo que tienes, que aceptará tu oferta. Sin este trabajo preparatorio nada conseguirás. ¿Habría interés por el arte musical en el mundo si no lo despertasen los artistas con sus obras maravillosas? ¿Por ventura el género humano procrearía si el Creador no hubiera infundido en la naturaleza humana la avidez por el contacto carnal?
16. Debes comprender que para que la criatura se interese por cualquier asunto debe existir en ella una necesidad poderosa.
17. Lo mismo pasa con nosotros, no sentimos interés por lo que nos has dicho. Somos como los agonizantes y no sentimos gusto en esta vida soñolienta. ¿Cómo, pues, tendríamos interés en tus enseñanzas y en el tal maestro Jesús? Primero despierta nuestra voluntad, si no déjanos en paz con tus necedades celestiales. ¡Por nosotros Jesús puede ser diez veces el Ser supremo! Nuestra actual forma de vida es parecida a las piedras carentes de la menor sensación. Infúndenos un mayor estímulo por esta vida y luego ya veremos qué actitud tomamos ante Jesús, tal vez mejor que la tuya».
18. El discurso deja perplejo a Dismas que no sabe qué hacer. Le doy pues la intuición de que, en mi nombre, despertara un hambre aguda en sus estómagos, transfiriendo así alguna vida a los casi muertos.
19. Tras haber actuado de este modo, el grupo se vuelve hacia su orador diciendo: «Amigo, mira a ver si consigues algún alimento, pues de lo contrario te comeremos con piel y huesos».
20. Éste responde: «Yo mismo siento un hambre tremenda sin poder satisfacerla. Dirigiros a Dismas, pues demuestra ser amigo íntimo de Jesús que sació en un desierto a cerca de cinco mil personas. Quizás sobró algo para nosotros».
21. Todos se dirigen hacia él pidiéndole alimento.
22. Dismas les responde: «Amigos, me pedís algo que no tengo. Allí en la mesa, provista de alimento abundante, está Él. Id hacia allí, confesad vuestras debilidades, humillaos ante Él y llenad vuestros corazones de amor, que seréis saciados».
23. Los otros, cada vez más hambrientos y sedientos, reaccionan. «¡Granuja inconsciente! Si has sido capaz de suscitar en nosotros hambre y sed, ¿cómo es que no tienes los medios para satisfacerlas? Trata de resolverlo o de lo contrario lo pasarás mal con nosotros».
24. Dismas responde: «¡Necios, en vuestro propio provecho, no os excedáis! El que os haya dado una sensación de hambre se basa en lo siguiente: nadie es capaz de dar lo que no tiene. También yo siento un hambre devoradora, sin embargo puedo compartirla con otros. Si por ventura tuviera alimentos también podría repartirlos. Diciéndoos donde conseguiréis satisfacer plenamente esa necesidad, seguí mi idea de que todo lo recibáis de Aquél que nutre y mantiene el universo. Si no ocurre así, podéis tomar otras medidas conmigo, no antes. La venganza sólo se justificará cuando hayáis hecho todo lo que os he aconsejado. Si pasáis por alto un solo punto, culpables seréis de no recibir alimento».
25. Dicen ellos: «¿Acaso te hemos llamado? Viniste por orden de tu Dios Jesús; si te da poder para importunarnos con hambre y sed, ¿por qué no te da los medios para saciarlas?».
26. Tercia Dismas: «Amigos, ¿quién de nosotros tiene poder para imponer nada a Dios? Sólo Él es el Poderoso y hace lo que le parece. Por lo general envía a los hombres píldoras amargas a través de sus apóstoles para que se dirijan a Él, recibiendo a cambio la paz interior. Es preciso que los hombres se convenzan de que el socorro humano no tiene valor. Por ello no esperéis nada bueno de mí porque no soy bueno. Sólo Él puede ayudaros, pues sólo Él es bueno. ¡Vayamos junto a Él!».
27. Dicen los hambrientos: «Si todo lo que emana de Dios es bueno, ¿cómo es posible que tú y nosotros seamos malos si todos surgimos de Él?».
28. Responde Dismas: «Cuando fuimos proyectados por Él no éramos malos; nos volvimos así por el alejamiento voluntario, pretendiendo en vano ser libres como si no dependiéramos de Él. No pudiendo ser ésta la Voluntad de Dios, nos deja sufrir hasta que comprendamos que somos apenas unas necias criaturas. Pensad en ello e id hacia allá, que seréis socorridos».
29. El grupo, ya desesperadamente hambriento, reacciona: «¿De qué socorro hablas? ¿Acaso también fuiste junto a Él cuando Blum te invitó? ¿Cómo fuiste socorrido? No seas ridículo, tienes el aspecto de estar loco de hambre.
30. Si pretendes convertirnos en el futuro -si es que el futuro existe- debías aparentar ser una persona satisfecha.
31. Es preferible que nos traigas algo de comer y de beber y entonces te seguiremos. De tu actual sabiduría no es posible sacar bocado alguno. Reflexiona bien sobre tu necedad al ofrecer algo que nunca tuviste».
32. Dismas se defiende: «Amigos, aunque ahora no consiga trasmitiros la convicción de lo que me ha sido dado hace poco, al menos reconoceréis que he tenido buenas intenciones y que en ningún momento me he portado indelicadamente, así que espero el mismo trato de vosotros. No tengo la culpa de vuestra hambre, pues la deseasteis para sentir una mayor sensación de vida; además os fue dada por Él a través de mi palabra. Os he dicho dónde podéis saciaros ¿por qué no lo hacéis? Me criticáis porque seguí a Blum, sin embargo os digo que mi andadura ha sido muy beneficiosa; quede en buena hora el estómago vacío, ¡mi corazón está saturado de amor a Dios! Eso vale más que un estómago satisfecho. Al lado de un corazón hambriento no puede haber estómago satisfecho, a no ser con alimento que lleva el corazón a la muerte. Cuando el corazón está alimentado, también están saturadas las necesidades físicas. ¡Haced lo que queráis! No desempeñaré más el papel de necio. Podéis continuar siendo los mismos animales o, como alternativa, dirigiros al Señor, al Camino de la Vida».
33. Estas palabras dejan al grupo perplejo e indeciso.
34. Su orador se adelanta y pide la palabra: «Amigos y hermanos, he reflexionado mucho sobre la misión de Dismas y confieso que tiene razón. Deberíamos hacer lo que nos propone, pues todas nuestras conjeturas no nos llevarán a mejor resultado.
35. ¿Qué es lo que nos impide dirigirnos a aquel hombre que Dismas dice que es Dios? Si Jesús fuera realmente Dios pese a que nosotros no lo creamos, la terquedad sería una verdadera locura. Si no lo es, nada perdemos con su amistad. Si los otros lo pasan bien a su lado, ¿por qué no va a ocurrir lo mismo con nosotros? Quien, como nosotros, nada tiene, nada perderá y ganará algo que mejore nuestra actual situación. Así que vayamos a buscar al señor de esta casa y veremos los resultados después de haber hablado con el Cristo».
36. Dicen los demás: «Bien podemos arriesgarnos a ello porque no nos costará la cabeza. Tus razonables palabras son mas comprensibles que el discurso idiota de Dismas. Siempre fue esa su costumbre».
37. Otro agrega: «Todo sería correcto si estuviéramos más presentables; particularmente nuestras diez compañeras tienen un aspecto verdaderamente miserable. Harapos inmundos apenas cubren sus físicos desfavorecidos. Y nosotros lo mismo. Considero pues que sería mejor preocuparnos primero de otra ropa».
38. Añade otro: «Amigo, ¿y qué hacer sin poder? Las mujeres pueden ir detrás y Dismas será nuestro guía».
39. Todos están de acuerdo. «Pues bien, intentémoslo».
1. Dismas prosigue: «Finalmente decidisteis seguir el camino de la Vida. ¡Perfecto! Siempre que hagamos la Voluntad del Señor andaremos seguros; actuando por la propia razón nos perderemos en atajos. Siguiendo la voz del corazón, el hombre siempre tendrá esperanza. Lo mismo ocurre con vosotros que conmigo. Expulsemos nuestras razones personales y oigamos la voz de la conciencia. Estoy seguro que todo mejorará.
2. Reflexionad sobre lo que surge de nuestro intelecto y la confusión de leyes y reglas que suscita. Comparémoslo con las obras realmente fuertes e importantes de los grandes maestros de poesía, música o pintura; todas ellas fueron inspiradas por el corazón y por el alma; sus producciones son intocables a los ojos de la posteridad racional que únicamente se da el trabajo de analizarlas a través de mil reglas que el gran maestro jamás soñó a la hora de su composición.
3. ¿Cuándo un matemático habrá realizado una obra genial y llena de vida? ¿No fueron las suyas huecas y estériles, lejos de presentar signo alguno de vida?
4. Así que expulsemos todo aquello que viene del intelecto en cuyas obras mora la maldición, en tanto que el menor hecho del corazón contiene un valor inestimable para todo lo que vive. Por ello repito que conviene alejarnos de todo lo que sale del intelecto, inclinándonos hacia las obras del corazón, y en breve obtendremos buenos resultados.
5. Así preparados podemos dirigirnos sin miedo al Señor, de quien conseguiremos el estímulo físico y espiritual necesario para transformar nuestra índole. Vayamos en la fila que habéis organizado a causa de vuestra desfavorable vestimenta».
6. Todos, un tanto amedrentados, siguen a Dismas. Cuando llega junto a Mí, se inclina y dice: «¡Oh, Señor! Esta obra bendita fue realizada por tu humilde siervo con tu Gracia y tu ayuda. Me siguieron en tu nombre, ahora hágase tu Voluntad. En manera alguna acepto ropa especial, pues no me cabe honra ninguna, sólo a Ti, Señor».
7. Digo Yo: «Mi querido Dismas, desempeñaste muy bien la misión que se te confió, y te corresponde el mérito debido. Tus protegidos serán igualmente premiados, de acuerdo con su naturaleza». Dirigiéndome a Roberto, prosigo: «Trae pan y vino y un vestido apropiado para Dismas. Entretanto tendré una conversación con los demás. ¡Así sea!».
1. El orador del grupo se adelanta, hace una profunda reverencia ante todos nosotros y dice: «Señor, Creador, Conservador y Regente de todo el infinito y de todo lo que comprende el espacio eterno. Como nulidades completas estamos ante Ti, que eres Todo en todo, esperando Gracia y Misericordia, no en virtud de mérito alguno, pues somos flacos pecadores, e incluso testarudos, sino por la simple razón de que Tú eres Dios, el puro y perfecto Amor que se dejó crucificar en la cruz en beneficio de los pecadores empedernidos. Sólo Tú eres la fuerza de los flacos, el Salvador de los miserables. Así te revelaste y dijiste a los pecadores: “Venid a Mí los débiles y sobrecargados que Yo os aliviaré”.
2. También fuimos alcanzados por las vicisitudes de la vida que el infierno derramó sobre nosotros. ¡Alívianos según tu Misericordia! No podemos ofrecer nada a cambio sino treinta corazones oprimidos por el pecado que mucho anhelan amarte si tuvieran el valor de hacerlo. El verdadero amor sólo busca el corazón, el resto no le interesa.
3. Actúa así con nosotros, Señor. No tengas en cuenta nuestros actos, todos malos. Ten en cuenta nuestros corazones que, aunque impuros, ansían Tu corazón paternal como la hierba seca y sedienta ansía una gota de llovizna».
4. Digo Yo: «Mi querido Bruno, todo lo que has dicho en nombre de tus compañeros está bien. Sin embargo dice la Escritura que los adúlteros y los impúdicos no entrarán en el Reino de los Cielos. Pero todos vosotros fuisteis siempre unos fornicadores y adúlteros, y además egoístas en demasía. Mi Gracia, la que anheláis, es propia del Reino de Dios. Ahora, según la Biblia, ¿cómo pensáis arreglároslas para conseguir mi Gracia?».
5. Bruno responde: «Señor, ya que permites que un pecador se exprese delante de Ti, no impedirás que se arrepienta de sus actos, pidiéndote perdón. Pese a la sentencia severa de tu Escritura santa, en la cruz no cerraste las puertas de tu Reino al asesino, no juzgaste a la adúltera en el Templo, tampoco a Magdalena, y visitaste la casa de Zaqueo. Además, aquí otorgaste tu Gracia a muchos que tampoco fueron mejores que nosotros. No seas pues más riguroso con nosotros».
6. Digo Yo: «¡Sí, pero ellos no fueron tan pervertidos como vosotros!».
7. Bruno se defiende: «Señor, ¿qué podría ser grande ante Ti, sea el pecado o la virtud? Sólo Tú eres grande y bueno. ¡Oh, Señor, que cuidas de panteras, leones, hienas y tigres, animales malos y feroces; cuida también de nosotros en la misma media!».
8. En este momento hago una señal a Roberto para que traiga pan y vino. Sorprendido, Bruno mira a Roberto, pues ignora lo que esto significa.
1. Roberto coloca solícito pan y vino sobre la mesa, se inclina, y vuelve a su sitio. Cogiendo el pan, le pregunto a Bruno si sabe lo que es.
2. Responde: «Señor, es el pan del Cielo, el verdadero alimento para la Vida eterna y el perdón de los pecados. Dichoso quien se pueda saciar de él».
3. Yo digo: «Pues bien, si tu fe te lo pide, sáciate de él cuanto quieras».
4. Bruno objeta: «Señor, aquí se encuentran, además de mí, veintinueve personas quizás más hambrientas que yo. Permíteme que pueda abastecerlas primero y satisfacerme después con las sobras».
5. Yo asiento: «Actúa de acuerdo con tu corazón».
6. Bruno me lo agradece conmovido y reparte el pan hasta la última migaja entre los demás que pronto se hartan. Uno de ellos se da cuenta que Bruno se ha olvidado de sí mismo en el reparto y por ello le dice: «Querido amigo, no te tuviste en cuenta y nos lo diste todo. Mi pedazo aún está completo, cógelo pues tu necesidad no es menor que la mía».
7. Bruno protesta: «Sírvete de lo que me fue dado por la Gracia del Señor y no te preocupes por mí, pues estoy más feliz de veros satisfechos que de saciarme cien veces. Además nunca necesitaremos racionar nuestro pan al lado del santo Dador».
8. Ante esta magnífica actitud de Bruno y de su amigo los ojos de todos, incluidos los míos, se llenan de lágrimas de alegría, pues no hay en todos los Cielos cosa más sublime y conmovedora de que un pobre hambriento se olvide de sí en vista de las necesidades de sus hermanos, dándoles aquello que le pertenece. Un hombre semejante da un paso gigantesco hacia el centro de mi Amor.
9. También vosotros que estáis todavía en la Tierra, ¡tomad esto bien a pecho y grabadlo en vuestros corazones!
10. En seguida cojo vino y le hago a Bruno la misma pregunta que le hice con el reparto del pan.
11. Responde con gratitud: «Señor, es el vino precioso de tu propio corazón paternal. Con gratitud eterna y pleno de respeto me atrevo a recibirlo de tus manos benditas y, si me lo permites, lo pasaré a los pobres hermanos sedientos».
12. Yo respondo: «Ya te dije antes que estaba de acuerdo con todo lo que hagas movido por el corazón. El vino es tuyo y puedes hacer lo que gustes».
13. Bruno da las gracias y ofrece el vino a los amigos que le dicen que no tomarán nada hasta que él se haya servido. Sin embargo tal renuncia no les sirve de nada, pues son obligados por el cariño del amigo a saciar su sed. Nada queda para él que, hambriento y sediento todavía, se alegra de haber atendido a los otros a quienes ya se les nota la mejoría.
14. Yo digo: «Entonces, mi querido Bruno, ¿te gustaron mi pan y mi vino? ¿Te sientes más fuerte?».
15. Él dice animado: «Señor, sólo tengo una boca, un estómago y un corazón. Ellos tienen veintinueve bocas y otros tantos corazones y estómagos. Si me hubiera hartado solo, no habría tenido mucho provecho. Socorriendo a las veintinueve almas que llevo en mi corazón, la alegría de mis hermanos me ha realmente saciado veintinueve veces. Así que sólo puedo responder a tu santa pregunta afirmando que tanto tu vino como tu pan celestial fueron de paladar sublime. Gratitud eterna por tan inmensa Gracia».
16. Yo digo: «Querido amigo Bruno, tus pecados en la Tierra fueron muchos y graves. Sin embargo, como tu corazón tiene tanto amor desinteresado por tus hermanos, mucho te será perdonado. A medida que seas misericordioso se te aplicará la misericordia y la recibirás, tú por ellos y ellos por ti, pues uno equivale a todos y todos a uno.
17. En el mundo existen benefactores muy bondadosos con una muchacha pobre, a la que procuran socorrer por determinados motivos. Cuando son abordados por una viuda vieja, le echan un sermón y le dan unos cuantos céntimos, y lo mismo con un viejo pobre. A semejantes benefactores poca misericordia les concederé. Quien pretende obtener placer con la caridad que hace endurece su corazón como una piedra cuando no puede conseguirlo y pertenece a la familia de los diablos, que también hacen favores a quienes les garantizan ventajas.
18. Tu caridad no ha estado movida por el egoísmo, por ello te aplicaré la máxima misericordia. Sin embargo antes de otorgártela plenamente, tendrás que poner a prueba tus sentimientos. Si sales bien serás feliz.
19. En dirección de la tarde hay una puerta medio abierta. En la habitación encontrarás a tus peores enemigos de la Tierra. Procura conquistarlos y traerlos hacia Mí, y habrás alcanzado la perfección. Quien sólo hace el bien a los amigos, lejos está de haber hecho todo para poder afirmar ante Mí: “Señor, pese a todo he sido un siervo inútil”. Quien no pueda decirlo, lejos estará de merecerme. Ve pues y haz lo que te dije».
20. Bruno exclama: «Señor, hágase tu Voluntad, sea la que fuere. Pues ella es mi vida, mi salvación y mi alegría. ¡Qué feliz es quien actúa de acuerdo con la Voluntad del Padre eterno en su morada bendita! Todos vosotros, mis enemigos, que me condenasteis e ignorasteis como hermano que os amaba, en el nombre de Dios, nuestro Señor y Padre, me ocuparé de vosotros para bendeciros y haceros el bien, para que se pueda extinguir para siempre el mal que me hicisteis.
21. ¡Dios mío, Dios mío! Qué felicidad inunda mi corazón que se siente bastante fuerte para humillarse ante sus enemigos orgullosos y egoístas. Tengo un leve presentimiento de lo que tu santo Corazón de Padre debió sentir frente a tus adversarios cuando dijiste: “¡Padre, perdónales porque no saben lo que hacen!”. Qué grandiosidad infinita y santa, digna solamente de un corazón divino.
22. Muy excelso es que un hermano socorra a otro, y mucho más cuando no espera recompensa. Pero más sublime es bendecir a quien nos maldice, y hacer el bien a quienes nos odian, desprecian y persiguen.
23. Así que ¡adelante! Mis enemigos perfeccionarán mi corazón!». Con estas palabras Bruno se dirigió rápidamente hacia la puerta mencionada.
1. No bien Bruno intenta penetrar en el recinto de sus adversarios, algunos se apostan presto en el umbral, diciendo con rabia: «¡Alto ahí, miserable! ¿Qué tenemos que ver contigo aquí? Siempre fuiste más repulsivo que la muerte y blanco de nuestro odio y desprecio. ¿Por qué nos buscas aquí en el infierno? ¡Únete a los demonios, fiera humana!».
2. Bruno responde valerosamente: «Amigos míos, ¿qué habré hecho para merecer de vosotros tamaño odio? Estoy dispuesto a hacer lo que exijáis justamente con tal de conquistar vuestra amistad».
3. Ellos gritan rabiando: «Nada podrás hacer para mejora nuestra opinión sobre ti. Nada necesitamos de ti excepto que te alejes. Tu persona nos repugna más que el infierno, pues al lado tuyo un diablo es un dios perfecto. ¡Vete o de lo contrario te despedazaremos!».
4. Bruno dice: «Si con ello consiguiera vuestro perdón me dejaría crucificar. Sin embargo habréis de prometer que no alimentaréis más odio contra mí».
5. Los revoltosos afirman: «¿Crees acaso que es un honor para nosotros poner nuestras manos honestas en un miserable? Podemos abatirte como a un perro, y esto por mera consideración humana y para no cansarnos. Así que aléjate y no nos hartes con tu presencia».
6. Dice Bruno: «Apreciados amigos, conozco perfectamente vuestro odio constante hacia mi persona, el cual originó una persecución atroz. Nunca llegué a saber el motivo por más que me esforcé por descubrirlo. Os comportasteis así, sólo porque no os gustaba mi cara. Pero aquí en este mundo cambiamos de aspecto y de parecer, pues ahora pienso de modo diferente que en la Tierra. En verdad lo mismo ocurre con vosotros.
7. Decidme lo que hice para ofenderos. Estoy en una situación que me permite devolveros todo lo que por ventura os deba y sólo os pido que me perdonéis. No os exijo amistad, pues sería mucho pedir. Sin embargo, desistid de vuestra animosidad declarada, cosa muy fácil pues me desechasteis por demasiado repelente para merecer una crucifixión honrosa».
8. Continúan los rabiosos: «¿A qué viene esa actitud pretenciosa si eres un canalla? Ante los demás te presentas como hombre honesto para traicionarlos a continuación. ¿Recuerdas tu actividad en la Bolsa? Alegabas una constante caída de los valores y nos convenciste de que vendiéramos las acciones para comprarlas tú mismo. No te hagas el ignorante, pues te conocemos a fondo».
9. Responde Bruno: «¡Ah!, ¿éste es el motivo? Si en eso se basa vuestro rencor espero volverme en breve amigo vuestro. Os garantizo sinceramente que vuestro odio es infundado porque no podía preverse si el cambio sufriría alteraciones; tampoco podéis probar que yo haya comprado las acciones que, con pérdidas, vendisteis al banco. Compré simplemente porque tenía dinero y vosotros vendisteis por las dificultades monetarias. Nunca os pregunté sobre la situación cambiaria aunque me agobiabais casi diariamente importunándome con las mismas indagaciones ¿Qué ventajas hubiera sacado? ¿Veis qué fútil es vuestro rencor? Nunca os aconsejé ni la compra ni la venta de valores. Sabéis personalmente que os dije la verdad, en la medida de lo posible en un ambiente tan movedizo como la Bolsa, sobre todo en época de guerra. ¿Quién os obligó a vender papel cuando se desvalorizaba y a comprarlo cuando subía? Ni yo ni nadie. En cuanto sufristeis una pérdida le echasteis la culpa al más cercano, que era más ponderado en la especulación cambiaria. Por lo tanto no veo razón en vuestro odio contra mí».
10. «Realmente actuaste como lo has dicho. Sin embargo ello no disminuye nuestro odio porque en vida pensabas una cosa y decías otra, lo que sólo ahora comprendemos. Si no hubieras tenido información previa en los negocios de la Bolsa no habrías podido pronosticar alteración alguna. No te preguntábamos para que nos dijeras la realidad sino justamente para lo contrario, pues los resultados siempre eran distintos de tus afirmaciones. Sin embargo tu astucia no se dio cuenta de que aprovechábamos tus informaciones al revés, consiguiendo así buenas sumas. Si a veces esto fallaba, apenas era sino un capricho de la suerte; pero si hubiéramos seguido tus consejos lo habríamos perdido todo. Esa es la razón de nuestro justo odio contra tu persona. Pruébanos lo contrario y hasta te pediremos perdón como tus mejores amigos».
11. Dice Bruno: «Muy bien, acepto vuestra propuesta. Sin embargo respondedme ante algunas preguntas. ¿Acaso fui en la Bolsa más que vosotros, digamos director, contador, caja, secretario o consultor jurídico?». Ellos responden: «No, sólo un interesado».
12. Prosigue Bruno: «¿Quién está al tanto de todos los secretos financieros?». Respuesta: «El personal del banco y de la Bolsa». Bruno continúa: «Los jefes informan de la verdad a los interesados en las especulaciones?». «No, nunca se sabe la verdad si algo decae». Bruno: «En tal caso, ¿cómo podría yo conocer los hechos reales?». «Muy fácil, a un canalla todo le es posible mediante soborno». «Entonces traedme a todos los funcionarios del banco y de la Bolsa para que atestigüen si practiqué semejante fraude. Pero el mundo del hampa afirmaba que vosotros mismos habíais pagado mil ducados a un funcionario en situación crítica para que os diera un pronóstico, lo que os hizo vender al día siguiente todos los valores con gran pérdida, buscando a continuación relaciones comerciales en el extranjero. ¿Os habría yo aconsejado esa dudosa transacción?».
13. A esta altura, los rencorosos se quedan perplejos. Bruno prosigue: «Amigos, ¿fui yo quien os insinué que escondierais treinta mil florines en la bodega? Cuando se estableció el estado de sitio en Viena y se ordenaron pesquisas judiciales en todas las casas, los soldados abrieron el muro, que les pareció hueco, buscando armas, y dieron con el dinero. Siempre fuisteis culpables de vuestros errores. ¿Todavía os creéis especuladores perspicaces y que el traidor fui yo? Dios es testigo de que no tengo la menor culpa de vuestra desgracia».
14. Después de una corta pausa, uno de ellos toma la palabra: «El asunto es realmente tal y como lo has explicado. Pero si no tomaste parte alguna en la traición, no comprendo como has podido llegar a la evidencia de los datos. En Viena han debido suceder numerosos casos parecidos al nuestro. ¿Sabes algo al respecto?».
15. Responde Bruno: «De muchos por cierto sin que haya participado en ellos. Tú también fuiste informado de los condenados a muerte sin que hayas sido de los denunciantes. ¿Por qué no habría de enterarme de vuestra desgracia financiera si os conocía a través de relaciones comerciales? Demostradme la culpabilidad de alguien por sólo estar enterado de la desdicha ajena».
16. Los rencorosos, perplejos, no saben qué responder. Tampoco consiguen persistir en el odio que todavía los revuelve contra Bruno.
17. Al poco, uno se adelanta y dice: «Es verdaderamente irritante que no podamos responderte y que incluso tengamos que dejar de lado nuestra rabia, pues con gusto te hubiéramos dado una buena paliza. Incluso nos obligas a que seamos amigos. ¿Qué más pretendes de nosotros? ¿Qué es lo que esperas de nosotros?».
18. Bruno dice: «Amigos, ¿no veis en esta sala la gran mesa del Consejo y a los que se reúnen en ella juzgando a todo el universo?».
19. El orador responde: «Afortunadamente no vemos nada salvo este miserable recinto oscuro que no tiene salida. ¿Qué es lo que insinúas con tu estúpida pregunta?».
20. Bruno contesta: «Sólo llevaros junto al Señor y salvador Jesús para que os purifique y consiga vuestra felicidad eterna, razón por la que me envió aquí. El hecho de que no podamos verle, no importa pues vuestra vista se abrirá junto a Él».
21. El orador argumenta: «Difícil será porque no tenemos en ti tanta confianza como para seguirte como a un amigo leal. Además somos neocatólicos que saben muy bien lo que tienen que pensar del judío Jesús, aunque no tan ignorantes como otros que le declaran Dios. Así que si quieres ser nuestro “pastor”, tendrás que inventarte algo mejor para nosotros».
22. Dice Bruno: «Ni siquiera reflexionando durante una eternidad se me hubiera ocurrido una idea más provechosa. La religión católica romana es un tanto ridícula y fútil en varios puntos, pero la creencia neocatólica lo es mil veces más. ¿No niega la supervivencia del alma? Y sin embargo seguimos estando vivos después de la muerte. Además, siguiendo a los filósofos Strauss y Hegel, no sólo rechaza la Divinidad de Cristo sino la propia idea de Dios. ¿Quién podría creer semejante absurdo, y más aquí, en el mundo espiritual, prueba de sus errores en este asunto? Por eso ya no merece consideración por parte de personas inteligentes, porque sólo contiene conceptos falsos. Abandonadla y seguidme que os prometo mejoras rápidas».
23. El orador dice: «Amigo, eres realmente experto y te expresas como entendido en el asunto. Para hablar sinceramente, lamento nuestra actitud anterior brusca y ofensiva. Espero que nos perdones ya que conoces nuestra ignorancia. Reconoce que todos en Viena, sacerdotes y funcionarios, enterraban a la pobre humanidad en las peores tinieblas espirituales, enredándola con comedias picantes, bailes, prostitución y cosas parecidas. En circunstancias tales a nadie le era posible obtener conocimientos mayores. Nuestro estado actual es acorde con una educación tan falsa, quiero decir que somos ciegos, sordos y mudos de alma y espíritu, y malamente podemos diferenciar lo blanco de lo negro. Por lo tanto ten paciencia y llévanos, en nombre de Dios, a cualquier sitio donde podamos adquirir algunos conocimientos».
24. Bruno dice: «Muy bien. Os he demostrado que vine con corazón pacífico y bondadoso. Todo os lo perdono y soy vuestro amigo verdadero; así que creo que no hay ya entre nosotros obstáculos que nos impidan empezar el único camino por el que se consigue satisfacer las necesidades del alma y del espíritu. Tened valor, una voluntad firme y seguidme. El resto esperadlo de aquél que ya socorrió a muchos».
25. Dicen los de delante: «Nosotros, los antiguos conocidos de la bolsa somos unos veinte, pero allí detrás se encuentran numerosos participantes muy ordinarios. Dudamos que nos sigan, pues son ignorantes además. Inténtalo. A nosotros no nos interesa que vengan o no vengan».
26. Los otros dicen: «No somos tan necios como piensan los señores. Así que nos tomaremos la libertad de acompañarlos. Aquél que os va a socorrer no nos rechazará, ¿entendéis? Adelante, en honor a Dios».
1. Dicen los antiguos rencorosos: «No os inquietéis por nuestra causa, pues en este mundo se borran todas las diferencias de clase. Además no falta sitio, por lo tanto podéis acompañarnos a donde Bruno quiera llevarnos».
2. Uno del gran grupo de atrás está de acuerdo: «Así es, ante Dios todos somos iguales, rey y mendigo, lobo y cordero. En cuanto estemos en paz entre nosotros no habrá objeciones por parte de Dios, que sólo ha dado leyes a causa nuestra. Si nuestro registro recíproco de debe y haber no presenta anotaciones, nada por cierto encontraremos escrito en el Libro de la Vida. Si tenéis que presentar algún debe contra nosotros, canceladlo para siempre, aplicando las mismas medidas que nosotros».
3. Aduce el orador del grupo de delante: «Muy bien, así seremos todos hermanos y amigos. Pero Bruno nos llama. Sigámoslo».
4. Todos se levantan y en pocos minutos una gran caravana se encuentra ante Mí.
5. Bruno dice: «Señor, estos son todos los que se encontraban presos en aquel recinto sofocante. Todos son ciegos. Dales pues la Luz para que te vean como yo en toda tu Bondad y Amor paternal».
6. Uno del grupo pregunta: «Bruno, ¿ya hemos llegado al fin de nuestro peregrinaje? ¿Con quién estás hablando?». Él responde: «Ya alcanzamos nuestra meta final y acabo de dirigirme al Señor Dios-Jehová, Jesús Sebaot. ¡Pedidle la Luz y podréis verle como yo le veo!».
7. Otro dice: «¿Estamos por ventura en el mismo gran salón del que fuimos expulsado hacia aquel recinto oscuro por el sajón Blum, de manera no muy gentil, a causa de nuestro atrevimiento?».
8. Responde Bruno: «Exactamente. Y Roberto se encuentra no muy lejos de vosotros». Prosigue otro: «Si no me equivoco también estaba presente el Señor Jesús, pero no le creímos. Estaba hablando con la moza del tablado. ¿Por qué no le vemos ahora?».
9. Bruno explica: «Por el simple motivo de que sois excesivamente sensuales, ello impide cualquier idea y cualquier comprensión, lo que sé muy bien por experiencia propia de la vida pasada y de varios hechos del estado actual.
10. Cuando niño, delicado y piadoso, tuve muchas visiones en casa de mis padres. Tenía la impresión de que durante las oraciones matutinas y nocturnas me rodeaban ángeles que despertaban en mi pecho sentimientos tan divinos que me creía en un paraíso de Dios. Igualmente tuve no pocos sueños maravillosos y también importantes; mi padre los anotaba sacando deducciones sobre acontecimientos en la familia. Cuando mozo salí de casa, encontré el placer del mundo y las visiones desaparecieron de repente. Mis amigos consiguieron ridiculizar mi adolescencia feliz de manera que empecé a avergonzarme de ella. Me interné en el mundo a gran velocidad, me volví sensual y de todas las visiones espirituales apenas quedó el recuerdo. Solamente en el último período de mi vida recibía algunas advertencias, que no respeté, dando cuenta de mí demasiado tarde. Sólo ahora comprendo cómo se producían mis sueños. ¿De qué me sirve? Depende de hasta qué punto el corazón del alma consigue aprovechar las facilidades que aquí se dan. Si el sentimiento fuera capaz de aceptar un conocimiento más elevado y una voluntad hacia las buenas tendencias, el provecho sería nuestro. De lo contrario no puedo imaginar lo que nos espera. De esta descripción de mi vida mal aprovechada podéis deducir el motivo de vuestra próxima ceguera. Dirigíos a Jesús con sinceridad, pidiéndole que ilumine vuestras almas».
11. El grupo entero comenzó a reflexionar y muchos caen en el arrepentimiento.
1. Sin embargo Yo digo: «Querido Bruno, realmente eres un buen pescador. Con un solo arrastre me trajiste una red llena, trabajo de maestro que merece un premio integral. Ahora tenemos que averiguar, sacando los peces de la red, si no hay algunos que deben ser retirados y arrojados al mar a causa de su pequeñez. Sin embargo esto no disminuye tu mérito ante Mí, pues la selección es tarea Mía mientras que a ti, como pescador, te corresponde pescar. Todos cumplirán su misión al echar sus redes sin considerar la calidad de los peces. Sólo Yo, el Señor, determinaré cuáles son los que me sirven.
2. Ahora dirígete a Roberto. Te confortará justamente con pan y vino y, además, con hábitos de honor».
3. Bruno se opone: «Señor, no merezco la más pequeña Gracia tuya ¿cómo podría aceptar la mayor? Señor, lo que pretendes darme a mí, dáselo a los pobres pececillos prematuramente pescados. A mí déjame como estoy, pues en tu presencia no siento hambre ni sed y tu Palabra es para mí el más rico vestido».
4. Yo digo: «Mucho me agrada tu gran humildad y modestia, pero, justamente por ello, tienes que hacer lo que ordeno. Pedro estuvo conforme en que Yo le lavara los pies. Cuando le expliqué el motivo, quiso que le lavara el cuerpo entero, lo que hubiera sido excesivo. Lo mismo ocurre contigo. Es preciso que te fortalezcas con pan y vino y que seas purificado con los hábitos de honra celestial para que, a través de tu esfera, tus pececillos puedan realmente ser iluminados, animados y fortalecidos. Si te falta esa preparación no habría mejora para tus protegidos. Más adelante comprenderás el motivo. Ve y haz lo que te aconsejé para que empecemos la liberación de esas almas».
5. Bruno dice radiante de alegría: «Señor, si es así, deseo comer, beber y vestir las ropas del sol».
6. Yo digo: «Come, bebe y viste lo que te sea dado, y tus pececillos pronto recibirán la luz de los ojos y me verán a Mí y a todos los presentes».
7. Bruno se inclina respetuosamente y se dirige a Roberto que, amablemente, le da un pedazo regular de pan y un poco de vino en una copa pequeña. Ingiriéndolos rápidamente, Bruno siente más apetito. Sin embargo Roberto no se inmuta y entrega el vestido referido, que Bruno acepta, creyendo que con ello se saciaría. Sin embargo no ocurre así. Su apetito aumenta, por lo que pide otra porción a Roberto.
8. Sin embargo, éste le dice: «Del Señor recibirás lo que te falta. Limítate a cumplir su Voluntad. Vuelve junto a Él».
1. Adornado con una toga blanca de franjas rojas, Bruno se aproxima y me dice: «Señor, te doy las gracias como pobre pecador por esta Gracia incalculable e inmerecida. Soy muy feliz pero no me siento enteramente saciado. Sin embargo, la bienaventuranza que emanando de Ti me inunda, suaviza hambre y sed. Por primera vez mi corazón siente un amor puramente celestial hacia Ti y hacia todos esos hermanos míos. Nunca los flacos mortales podrán imaginar este sentimiento, pues las criaturas del mundo se aman mil veces más a sí mismas que a su amigos más íntimos. ¡Cuánto menos amarán a sus enemigos! En el mundo, ¿qué entienden todavía por amor? ¡Vaya amor maldito!
2. Aunque mi corazón está lleno de amor puro y celestial y aunque deseo el perdón total de los pecadores, y estoy pronto a socorrerlos, no siento la menor compasión por los sensuales sin escrúpulos y me alegraría verlos arder en el infierno hasta que hubiesen soltado la última gota de su perversidad. No deseo ningún mal a los malos, pero tampoco ningún bien hasta que hayan cumplido penitencia total. Ciertamente entre esos pececillos habrá algunas serpientes y víboras que se comportaron en el mundo con refinada perversidad. Te pido que les perdones, pues la mayoría no se daba cuenta de su actitud. Sin embargo los habrá conscientes; para esos canallas espero todo el rigor de tu juicio».
3. Yo digo: «Mi querido Bruno ¡todavía tienes hambre y sed! ¿Sabes por qué? Precisamente porque conservas un pequeño juez en tu corazón. En cierto modo es justo y aceptable, pero no cuadra con mi Orden.
4. Si quieres vivir dentro de él habrás de expulsar a tal juez de tu interior y nunca volverás a sentir ni hambre ni sed. Sólo Yo soy el juez, bueno y justo, en toda la plenitud de mi Poder y Fuerza. Incluso así no condeno a nadie. Cada cual se condena dentro de sus inclinaciones; si son impuras y malvadas, el juicio les corresponderá. Si pese a mi Omnipotencia Yo no condeno a nadie, mucho menos te incumbe a ti.
5. Conozco mejor que todos vosotros las inclinaciones del mundo y de los vieneses, y cuál es el espíritu que los anima. Se arreglan sin mi cooperación y por ello así quedarán en el tiempo y en la eternidad. Realizarán toda clase de incestos y por ello reposan en lechos de sangre. Esta sangre clama venganza pero Yo no la vengaré. Sólo permito que se destrocen como tigres, pagándose recíprocamente el premio que merecen. ¡Su infierno es completo! No existe otro sino el creado por el amor propio en el corazón del hombre.
6. Quien no se condena a sí mismo no es condenado por Mí. Pero quien lo hiciera a causa de la maldad de su corazón, también Yo lo condenaré. En definitiva, cada cual recibe lo que desea. En esto se basa el derecho más alto y perfecto que el ser humano puede alcanzar. Jamás dejaré de mostrar el camino justo, de acuerdo con la capacidad de comprensión de cada cual, proporcionándole enseñanzas para el bien. Si quiere andarlo será para su propio bien; si no quiere no será castigado pero sólo recibirá lo que le es afín. Estos son la condenación y el castigo plenos. Cuando empujado por el sufrimiento quiera volver al camino del bien, nunca se le impedirá su propósito.
7. Este es el Orden verdaderamente celestial del purísimo Amor de mi Corazón. Tal Orden tiene que posesionarse de tu corazón y así serás perfecto como Yo, sin sentirte nunca vacío en tu interior. Así saciado y completamente iluminado te será fácil ayudar a todas esas almas en lo que sea necesario. Calmarás su hambre y su sed; vestirás a los desnudos; consolarás a los tristes y curarás a los enfermos; abrirás los ojos a los ciegos y transmitirás la palabra de vida a los mudos. Provisto así de todo, ve a abrir ojos y oídos a tus pececillos».
1. Estas enseñanzas transforman a Bruno de manera celestial y se dirige a los protegidos empezando a adoctrinarlos con prudencia.
2. Cuando termina, un neocatólico entre los innumerables creyentes le dice: «Amigo, tus palabras son selectas y de una didáctica sin igual. Pero ¿para qué ese desperdicio de frases teosóficas? En el Génesis Moisés cuenta lo siguiente: “Cuando Dios creó el universo, todo era noche tenebrosa y Dios dijo, Hágase la luz, y la luz se hizo en el espacio infinito. Sólo entonces comenzó a organizarlo todo el Espíritu omnipotente de Dios que planeaba sobre las aguas y el caos”. Semejante actitud fue en verdad digna de Dios. Tú empiezas al revés. ¿De qué le sirve a un ciego una disertación sobre los colores celestiales? De manera similar hablaste explícitamente sobre Cristo, su Divinidad, Amor, Bondad y Misericordia y también de su presencia. ¿De qué nos sirve todo esto si nuestra visión no permite verle para que juzguemos su realidad?
3. Por eso habla como Dios y haz que la luz se haga en nosotros que el resto vendrá por sí solo. Si razonas sobre lo que ves mientras que nosotros, en este mísero local en el que estamos como sardinas enlatadas por más que digas que es una sala muy grande, solamente te vemos a ti, ¿cómo creeremos tus palabras? Reflexiona primero sobre nuestras necesidades que no actuarás contra el Orden celestial.
4. No comprendemos por qué ahora vemos menos que antes; al principio vimos bien la sala espaciosa, al salvador Jesús, a Roberto Blum, a Messenhauser, Jellinek, Becher, Helena, Dismas, su amigo Olavo y algunas docenas de bailarinas. ¡Ahora todos han desaparecido! ¿Por qué?
5. Hace poco te preguntamos; tu respuesta no fue satisfactoria y nos aconsejaste paciencia porque Dios mismo nos abriría la visión. Hasta ahora no pasó nada. Haz pues lo que te pedimos».
6. Dice Bruno: «Un poco de paciencia más, amigos, y recibiréis todo lo que os hace falta. Has hablado del Orden divino durante la Creación como cosa opuesta a mi enseñanza; todavía no puedo actuar como lo hizo Dios con las aguas originales de sus ideas eternas, pero sí como una madre con su recién nacido que, de repente, también abre los ojos. Naced primero del vientre de vuestra sensualidad para demostrar el grado de luz celestial que podéis soportar. Que así sea, en nombre del Señor».
7. Otro, de ojos satíricos y boca sarcástica, dice: «Ya veo, te volviste comadrona celestial. Que lástima que los padres ligurianos de la Tierra no sepan nada de esto. Tal vez te hubiesen pintado en el altar como patrona suya con el nombre de “Comadronus celestis” consiguiendo en honor tuyo permiso para misas bien pagadas para partos felices. Eres en verdad muy sabio.
8. Como entendido en obstetricia, dime cuántas veces le hace falta reencarnar a un alma para que pueda exclamar: “¡Salve, salí del último cuerpo materno a la luz permanente!”. A juzgar por tu orden celestial nunca podrá conseguirse. No fue una casualidad que Nicodemo preguntara a Cristo, que le hablaba del renacimiento del espíritu, si en verdad sería preciso entrar de nuevo en el vientre materno. Vuestra sabiduría celestial sólo se limita a nacimiento y muerte, reencarnación y de nuevo muerte. ¡Luz, luz, amigo comadronus! Dánosla y todo mejorará».
9. Bruno dice: «Querido mío, aprende que en el Reino de los Cielos alma ninguna progresa mediante un comportamiento brutal. Nunca te condenaré por esto, pero tu mismo te alejarás de la meta de tu vida en vez de aproximarte a ella. ¿Sabes cuántas veces encarnarás para llegar a la plena luz de la verdad? Si continúas en tu obstinada rudeza unos cientos de veces como mínimo.
10. ¿Es tan difícil renunciar a la propia voluntad y someterla a la Voluntad divina? Si lo hubieras hecho en vida habrías nacido por última vez y te encontrarías en la Luz de la verdad. Nunca te gustó consentir el menor desaire a tu presunción vana. Con lo que ahora tienes que consentir la ceguera como todos aquellos cuya índole es como la tuya.
11. Intenta querer lo que Dios quiere y alcanzarás la luz. Persistiendo en tu voluntad propia continuarás igual por mucho tiempo. ¿Has comprendido?».
12. Dice el impertinente: «Sí, San Comadronus, lo comprendí. Y por eso te digo que es muy necio hablar sin pies ni cabeza.
13. ¿Quién será capaz de barrer su propia voluntad y sustituirla en su alma por una ajena? Cosa más extraña: afirmas que ves pero no percibes que a una voluntad ajena sólo la puedo aceptar mediante mi propia voluntad. Si careciese de voluntad propia, desearía saber cómo puedo querer lo que otro me sugiere. Siempre te consideré algo tonto, pero que tu ignorancia llegara a un punto tal no podría ni soñarlo. No tener voluntad propia y simultáneamente querer firmemente lo que otro quiere... ¡Vaya colmo de estupidez!
14. Dejemos de hacer piruetas y dime con sinceridad: ¿eres realmente tan ignorante o te diviertes a costa nuestra? Pues un hombre sin voluntad sería lo mismo que un reloj sin cuerda. Considero que puede poner su voluntad a disposición de otro queriendo y haciendo lo que le es exigido, sea razonable o no, pues no existe comprensión capaz de modificar definitivamente una voluntad firme. Pero quedarse completamente sin ella y dejarse inocular otra, como se hace con las plantas, eso supera el horizonte de la última estrella fija. Deja que te corte las manos y los pies sustituyéndolos por otros y verás los saltos de cabra que darás. Así que amigo, si puedes, haz algo en beneficio nuestro pero ahórranos tu inútil palabrería».
15. Bruno hace todo lo posible para calmarse interiormente, pero su propio genio no quiere ceder el sitio en su corazón. Después de cierto tiempo de reflexión, le dice al impertinente: «Querido mío, a juzgar por tus observaciones premeditadamente agresivas ni de lejos has comprendido el sentido de mis palabras. Antes os advertí que tuvierais una justa paciencia; además mostré la manera cómo puede conseguirse progresar y alcanzar ciertas metas, esto es, reprimiendo la propia voluntad para aceptar con ella la de un sabio, permitiendo que venga a actuar para tu bien.
16. ¿Acaso no está claro? En esta verdad tú sólo encuentras necedad porque consideras que es preciso que alguien ha de quedar exento de voluntad para aceptar otra ajena a continuación. ¿Quién te ha dicho eso? Sé mejor que tú que no es posible que un ser quiera automáticamente lo que otro; pues un hombre sin voluntad sería como un autómata o una estatua. Pero es lógico ejecutar la voluntad ajena mediante el libre albedrío.
17. La voluntad es el brazo de las necesidades humanas; quien quiera modificar su voluntad ha de modificar primero sus necesidades. Si la pereza fuese una necesidad enraizada, obligaría al alma a no hacer nada. Si la necesidad fuera la satisfacción sexual, el alma tendrá que hacerlo todo en ese sentido. Resulta que el hombre también tiene una capacidad de conocimiento elevada mediante la cual puede reconocer los perjuicios de las necesidades inferiores; con este conocimiento podrá combatir semejantes tendencias impuras, desterrarlas y sustituirlas por otras mejores, esto es, divinas. A eso se le llama cambiar su voluntad material por la divina, lo que os pido, en nombre del Señor.
18. Si esta es la verdad, ¿por qué te has manifestado de manera tan ruda y maleducada?».
19. El otro responde: «Si antes hubieras hablado de esta manera, mi actitud habría sido otra. Por lo tanto retiro mis descalificaciones y reconozco que no eres tan ignorante como creía».
1. El rudo orador continúa: «No puede haber Dios que nos pudiera tomar a mal que ahora seamos tan increíblemente necios, sobre todo en lo que se refiere a la religión de Cristo. Porque toda la clerigalla -desde los dignatarios más distinguidos hasta los propios sacerdotes- desfiguró la sublime doctrina de Cristo de manera tal que, finalmente, hasta al más ignorante criador de cerdos le tuvo que llamar la atención que los siervos de la Iglesia católica apostólica romana -llevando ellos mismos una vida disipada y rebosante de salud- sólo procuraran mentalizar a los fieles bautizados para la pobreza, el amor, la paciencia y la obediencia incondicional. Sobre todo ante la propia Iglesia y sus “divinos siervos”, y luego ante el Estado, siempre que interesara al clero.
2. Muchas veces discutí sobre ello con personas sencillas que consideraban semejante actitud igual que nosotros, deduciendo lo siguiente: la religión sólo es un instrumento creado hace mucho tiempo para engañar a las pobres criaturas y llevarlas mediante la amenaza de consecuencias celestiales e infernales, llenas de mentiras y fraudes, a trabajar en beneficio de la casta sacerdotal por miedo al infierno y deseo del Cielo. Con lo que la conclusión era que nunca existió Jesús, o que no podía haber sido hijo de Dios. Comparando la infinitamente sabia creación del universo con los principios “loables” de la religión católica romana, que se declara puramente cristiana y la única que lleva a la bienaventuranza, según la cual hay que creerlo todo con tal que lo diga el Papa, se ve hasta con los ojos vendados que el tan sumamente sabio creador de Cielos y Tierra no puede haber sido el autor de semejante doctrina para la educación ética del hombre.
3. Esta es, Bruno, la filosofía de la gente sencilla. ¿Cuáles serían las conclusiones de personas cultas y en qué concepto tendrían al inventor de semejante religión que se deja moldear como cera?
4. Se dice que el papado se parece a la doctrina de Cristo como una bota sucia a la Venus de Milo. Sin embargo esto no altera mi opinión sobre el cristianismo y sobre su fundador porque lo que surge de Dios no puede ser alterado por el egoísmo humano. ¿Por ventura la Divinidad pretende incrementar la doctrina de la libertad plena con la autorización para pervertirla? Entonces adiós Divinidad. Hasta un ciego verá que una religión así es menos útil que ninguna.
5. Pienso que todos los hombres deberían tener el mayor respeto y consideración por una doctrina divinamente pura, sobre todo los mismos doctrinadores; pero si los curas son justamente quienes menos respetan la pura religión cristiana, transformándola para fines egoístas y de dominio en un desatino humano, cualquier persona dotada de un mínimo de inteligencia tiene que llegar a la conclusión de que no puede ser divina una doctrina que no es respetada por los curas y que sólo se aplica, para pescar incautos, a ceremonias inútiles.
6. ¿Quién no sentirá respeto ante Dios mirando la aurora? ¿Quién no es afectado por la majestad de las montañas? ¿Quién no se amedrenta con la furia de las olas? ¿Qué pecho no se siente conmovido por el fragor de la tormenta? Todo esto son cosas divinas que imponen respeto a cada uno. ¿Y la Palabra de Dios?, ¿a quién le impone respeto su Divinidad? Si para el clero no es más que un artículo que se vende, ¿qué importancia puede tener para los legos?
7. Si al hombre le repugna semejante doctrina, ¿acaso hay que sorprenderse de que cada hombre razonable elabore conforme a las necesidades de su naturaleza, sus propias reglas de vida por los cuales vive y goza con moderación de todo lo que Dios le ofrece?
8. Nada tengo que objetar a las máximas de la doctrina de Cristo, adecuadas a las necesidades humanas. ¿Pero para qué sirven estas máximas, si para ser un “buen católico” no puedo ni debo profesarlas abiertamente? Si Dios dirige, ordena y conserva todo lo que creó, ¿no le sería posible proteger su propia Doctrina?
9. Pero si después de todo la doctrina de Cristo es realmente divina, te pedimos que nos expliques cuál puede ser la causa que precisamente aquellos que debieran estar penetrados de ella más profundamente, la desvaloricen y abusen de ella donde y cuando pueden, provocando el desprecio de las personas más despiertas.
10. Demuéstranos el origen divino de la doctrina de Cristo, después creeremos cumplidamente en los deberes que Dios exige a los hombres. Y, si hemos pecado, haremos penitencia.
11. Pero aún debieras probarnos cómo es posible que los hombres puedan pecar sin una ley prescrita. Nosotros por lo menos -los que tenemos el intelecto algo más despierto-, por las razones discutidas, no teníamos ninguna ley divina, al menos ninguna positiva... Con lo que tampoco podíamos cumplir ninguna... Sólo teníamos la ley de la naturaleza con la cual siempre hemos cumplido... Bien, amigo, si todavía tienes ganas de hablar, ¡entonces habla! De lo contrario tomaremos el camino que nuestros sentidos nos prescriban».
1. Tras este discurso del violento orador, Bruno se dirige a Mí pidiéndome inspiración para poder responder adecuadamente.
2. Sin embargo Yo le digo: «Habla sin preocuparte, encontrarás las palabras precisas».
3. Volviéndose hacia el oponente, Bruno comienza: «Amigo, si tienes paciencia y atención te responderé convenientemente». El otro dice: «No pierdas tiempo, todos nosotros tenemos la paciencia debida, mientras evites referirte a la época posterior a Cristo».
4. Bruno sigue: «Muy bien. Vayamos a lo que interesa. Todos los dones terrenos dados por Dios al hombre, son de tal naturaleza que la criatura imperfecta siempre los criticará con su raciocinio.
5. Uno encuentra el Sol demasiado caliente y prefiere la primavera. Otro aborrece la monotonía del invierno. Un tercero insulta a la Luna porque no se queda llena. Y así sucesivamente. Nunca vi dos criaturas con la misma voluntad ni deseos.
6. Partiendo de esa insatisfacción no aceptan los dones celestes como son dados y los transforman según sus gustos y necesidades. Matan animales para saborear su carne según las costumbres del país. Las plantas productivas son tratadas en locales determinados. Por ejemplo la naturaleza muestra que las criaturas deberían vivir desnudas y sólo buscar cavernas y grutas en el invierno. Como esto no le agrada al hombre, ha construido casas confortables y confecciona vestido útiles y hasta lujosos.
7. ¿Por qué se inmiscuye en la Creación sublime de Dios, mostrando no estar satisfecho con su Orden primitivo? Suerte tienen las estrellas a las que ninguna mano humana alcanza, de lo contrario ya habrían cambiado de órbita. ¿Hay algo que el hombre respete sin alterarlo? ¡Nada! ¿Pero acaso por eso, porque los hombres difíciles de contentar las han mutilado, las cosas de la Tierra dejan de ser obras de Dios? Amigo, respóndeme primero para que podamos proseguir la controversia sobre la doctrina de Dios».
8. Dice el orador: «¡Bien, no está nada mal! Quizás me hagas comprender la Divinidad de Cristo. Continúa, es bastante interesante oírte hablar».
9. Bruno prosigue: «Lo mismo que pasa con la Creación sucede con la doctrina transmitida por Dios.
10. A los ojos de la inteligencia mundana parece una necedad incoherente sin lógica alguna, y por eso busca en ella el orden riguroso al que llama lógica. La Biblia es profusa en hechos milagrosos y enseñanzas morales en cuadros místicos. Aquí se lee una fábula maravillosa, allí una advertencia, en otra página una excelente enseñanza moral sin evidente relación con lo demás. Esto en nada contradice la doctrina sino que la confirma. Pues justamente así la Divinidad fuerza a pensar constantemente a la perezosa naturaleza del hombre, a escrutar lo que a primera vista le parece desordenado e ilógico.
11. ¿Qué concepto tendríais de Dios si hubiese organizado la Tierra de manera tal que determinados terrenos sólo produjeran unas especies productivas específicas? Si el labrador plantara otra especie más abundante y no cogiera nada, ¿cómo sería su organización doméstica?
12. Por ello es por lo que el Creador del universo, infinitamente sabio, fijó un orden inmutable, necesario y útil. Otras cosas destinadas a las ocupaciones de los hombres Dios las mezcla para que el espíritu pueda ejercitarse en la conquista de ventajas ordenadas, adquiriendo la destreza y fuerza constantes que en el mundo espiritual condicionan la existencia libre, amorosa y eterna.
13. Así pues la doctrina de Cristo es dada de manera tal que todo espíritu puede chupar de ella, como una planta, el alimento adecuado y desarrollarse hasta la perfección.
14. Igual que distintas plantas pueden desarrollarse perfectamente en el mismo suelo, también los espíritus de muy distinta orientación confesional pueden alcanzar su perfección espiritual mediante la misma Doctrina divina.
15. El hecho de que no haya en el mundo entero una doctrina que permita tan gran cantidad de cultos como precisamente la doctrina de Cristo prueba su origen divino. Si fuese obra del hombre como, por ejemplo un árbol fabricado de madera, nadie podría servirse de una de sus ramas para un injerto; pero al ser un árbol pujante creado por Dios mismo, sus brotes -las religiones derivadas- por todas partes producen frutos benditos cuando son tratados con el cuidado necesario.
16. Observa los productos humanos como la filosofía o la matemática: son como máquinas y producen los mismos efectos dentro de determinada forma y estructura. Todos los matemáticos y filósofos sólo admiten su propio sistema, originado en su cerebro.
17. Eso no ocurre con la doctrina cristiana: cada religión echa raíces, crece, se vuelve un árbol frondoso y da buenos frutos. Esta es una importante diferencia entre una obra divina y una humana y, al mismo tiempo, prueba irrefutable del origen divino de una religión que en todos los lugares de la Tierra y bajo las más diversas formas de culto, siempre presenta frutos de vida.
18. Puedes contestar. En nombre del Señor, no me quedaré corto».
1. Dice el orador: «Amigo, has expuesto la cuestión del Verbo divino en una secuencia admirable y me veo obligado a agradecértelo en nombre de todos. Sin embargo hay una pregunta capital. Si fueras capaz de responderla quedarás victorioso y serás nuestro guía.
2. Es ésta: Si de acuerdo con tu sabia explicación, Cristo es el Señor y Dios de Cielos y Tierra, ¿cuál de las sectas es la que está más próxima a la Verdad, y cuál es la posición de la Iglesia católica? ¿Quién ignora sus maquinaciones mundanas, egoístas y dominadoras? Para ella el Verbo de Dios apenas es sino un cartel engañoso, roído por la carcoma, que oculta un lobo sediento de oro. Contra esa institución probaron en vano sus fuerzas las tempestades intentando arrancarle su piel de cordero. Esa hidra vive y progresa de manera invulnerable, prosiguiendo los manejos, unos conscientes otros inconscientes, del clero y los adeptos subyugados, sin que le perturben reacciones celestiales o infernales.
3. Si Cristo, el mayor fustigador de las acciones criminales del clero judío, fuese Dios y, como nosotros, viviera después de la muerte: ¿cómo puede permitir tales crueldades por más de quince siglos, dejando que esos siervos ensotanados actúen con Él peor que los verdugos romanos que lo clavaron en la cruz? Casi toda la cristiandad reconoce esta situación y dice: “Entre todas las sectas cristianas la católica romana es la más antigua, por lo tanto debería saber interpretar mejor a Cristo y a su doctrina. Pero por sus actos opuestos al Evangelio, la Iglesia romana demuestra que nunca ha creído en esta doctrina y mucho menos en Cristo. Esta doctrina le cuece en hostias, le vende y le condena al infierno si se atreve a estar de acuerdo con otra secta. Así, todos los que creen en su doctrina ven sacudidas sus creencias y hasta obligados a despreciar la doctrina de Cristo”.
4. ¿Acaso no ve Cristo lo que sus criaturas hacen o no lo quiere ver? ¿Por ventura es voluntad suya que la Iglesia católica prosiga como hasta ahora? ¿Es verdad que Cristo entiende sólo el latín y aprecia las ceremonias vanas e inútiles? Resuelve este acertijo, amigo, y nos convertiremos».
5. Bruno dice: «Querido mío, tus objeciones son justas, tienen buena base y será difícil alegar algo a favor de la Iglesia romana; sin embargo el Señor debe tener motivos para dejarla existir. Es enteramente verdad que la Palabra de Cristo está mejor considerada entre los judíos o los mahometanos que entre los sensuales siervos de Roma, los cuales hacen con ella lo que les place, oscureciéndola según sus tendencias egoístas.
6. Pienso lo siguiente: La antigua doctrina sufre espiritualmente la misma degeneración que el envejecido castaño de Sicilia, junto al Etna, cuya médula se pudrió hace mil años. Habiendo echado cuando era fuerte raíces poderosas, ramas y brotes copiosos, con el tiempo se formó entre las raíces y las ramas un conjunto de nuevos troncos laterales. Así, de un árbol individual que en su tiempo fue muy sano, se formó después otro con una estructura dividida, una estructura que sólo tiene en común la copa, pero no las raíces ni el tronco. Ese árbol todavía produce algunos frutos sueltos, duros, sin sabor y casi indigestos, lo que ha de deberse a que hace mucho tiempo que ya perdió del todo su esencia vital original. Aunque surgiendo de raíces muy fuertes se hayan formado algunos nuevos núcleos vitales en el conjunto de troncos laterales, estos no pueden sustituir al tronco original con su esencia vital, el único que puede producir un fruto bueno y saludable. Ahora este árbol es considerado más bien como una curiosidad histórica y, rodeándolo de fábulas, el pueblo siempre lo venera y los más necios lo adoran como santuario. Después de todo, su principal utilidad consiste en abrigar a los viajeros cuando estallen tempestades.
7. A lo que me parece lo mismo sucede con la Iglesia católica romana, que se encuentra en un alto estado de disgregación. Ya no tiene tronco ni médula verdaderos. Todavía le queda la apariencia exterior, pero en el fondo ya no es un árbol de vida, como tampoco lo es el castaño siciliano. Todavía vegeta y presenta en sus miembros una vida exterior; da flores y frutos pero no pueden saborearse y sólo constituyen una rareza para los turistas que los adquieren. Al igual que el árbol de Sicilia, la Iglesia carece de vida y en el futuro sólo existirá en los libros de historia.
8. Bien es verdad que en su lugar pudiera haber una gran cantidad de otros árboles sanos y saludables. Pero si Dios, el Señor, permite la existencia de tales rarezas -para lo que tendrá sus motivos- ¿por qué habríamos de molestarnos si nunca nos aprovechamos de ellas ni nunca pretenderemos hacerlo?
9. La Iglesia católica se parece a una noche oscura ya que tiene la costumbre de encender velas durante sus oficios religiosos. La noche, sin embargo, tiene algo bueno, pues da la paz a los cansados. ¿Dónde tendrán más sosiego los cansados espiritualmente que en la noche de la Iglesia de Roma? No necesitan pensar, indagar, ni caminar, sólo compartir los beneficios nocturnos y dormir tranquilos. En cuanto los despierte un asunto moral o político, son los primeros en buscar la luz.
10. Supongo pues, que ésta es la razón por la cual el Señor tolera a los sonámbulos católicos romanos -como tolera la noche frente al día-, para que en su noche se les aumenten tanto más las ganas por la luz. Siempre he observado que los ciegos aprecian la luz más que los que ven. Por eso se puede suponer que de los fieles de todas las sectas cristianas, ninguno buscará la verdadera Luz con tanto afán como los que siguen a la Iglesia romana. Si tienes todavía alguna duda, habla abiertamente».
1. Dice el orador: «Apreciado amigo: reconocemos ahora lo que es la Iglesia católica y que la doctrina de Cristo es realmente divina aunque enturbiada por la silla de Roma. Lo que no comprendemos es que el Señor haya permitido que esa Iglesia, al principio puramente apostólica, decayese de esa manera y ya no sea una Iglesia en el sentido del Evangelio. Los lamentos en latín, la confesión, la misa, los santos, el repique de campanas, el celibato contrario a las leyes de la naturaleza, por no mencionar otros dogmas y rituales, son cosas que hoy dan risa a las personas poco educadas. Y semejante institución de lunáticos es permitida por el Señor cuya doctrina debería ser para todas las criaturas la luz de un Sol central».
2. Dice Bruno: «Queridos míos, el cómo y el por qué Dios lo permite, tiene su razón en el factor sagrado del libre arbitrio del hombre, porque sin él el hombre sería un animal o un autómata. Por eso fue posible que la doctrina cristiana degenerara en el papado, de función dudosa.
3. Ya había en época de los apóstoles quienes comerciaban con la doctrina, y el mismo Señor permitió la compañía de uno, que le traicionó. ¿Cómo extrañarse que apareciesen numerosos comerciantes de esos cuya experiencia consideraba a la doctrina como a una paciente vaca que daba bastante leche sin necesitar mucho forraje? Cuando los negociantes se dieron cuenta, hicieron de la religión un artículo comercial, realizando grandes negocios en todos los países. Fue la primera acción sin escrúpulos. No teniendo el artículo mucha salida en su primitiva forma espiritual, especialmente entre los pueblos asiáticos amantes de la pompa y la riqueza, los padres católicos la transformaron al gusto de los orientales.
4. En aquella época comenzó el atrevido oscurecimiento de la doctrina de Cristo: la invención del purgatorio, de las indulgencias, de las hermandades y las posteriores cruzadas que aportaron un gran beneficio a los comerciantes de la romana. Más tarde, los creyentes comprendieron a quienes servían exclusivamente los breves de indulgencia tan ensalzados por la romana, y esta se vio obligada a refrenar semejantes abusos; pues también se descubrió que ella tenía relaciones comerciales con los sarracenos infieles y que les indicaban la llegada de una cruzada rica que, claro, era debidamente recibida.
5. Conociendo los padres estos hechos por las confesiones, lanzaron una campaña mística inventando lugares santos con figuritas milagrosas, escondieron la doctrina bajo el latín, instituyeron reliquias, construyeron templos enormes con altares innumerables, fundieron campanas colosales. Y así hasta hoy. Como entretanto los hombres perdieron la consideración por los padres, estos ya no saben qué hacer para que vuelva a florecer el negocio de Roma.
6. Ahora tendrán mayores dificultades: el pueblo ya tiene Biblias y los comerciantes de la Iglesia han mostrado de manera evidente que todo lo hacen por dinero. Hasta la propia María que, junto con el pequeño Cristo de madera fue durante mucho tiempo su apoyo principal, dejaron de tener una función importante.
7. Por ello el Señor habrá de purificar a tiempo su doctrina de tal manera que para la humanidad tenga el efecto de un rayo. Con todo, a nadie le perjudica ser adepto de la Iglesia romana, pues os aseguro que el Señor estima mucho a las ovejas de ella. Pero lo que hasta ahora aún no ha sucedido, pronto llegará. Sólo a Él le cabe honra de conducir sus ovejas de modo tan paternal.
8. Con esta explicación creo que ya lo hemos dicho todo de la Iglesia romana. Así pues, para recibir la iluminación plena, dirigíos ahora a Jesucristo».
1. Uno del grupo dice: «Ya somos dos los que estamos satisfechos con la claridad de tu disertación, pues contiene la pura verdad. Pero cuanto más nos convencemos de la divinidad de Jesús, tanto más difícil se nos hace dirigirnos a Él. Todos somos pecadores empedernidos y nunca tuvimos en cuenta su doctrina. Tal vez nos dirá: “¡Alejaos de Mí, malhechores!”».
2. Dice el segundo orador: «¡Pero qué ocurrencia! ¿Crees realmente en el infierno y en el purgatorio? Cristo es más bondadoso e inteligente que nosotros. ¿Podría condenar a alguien al infierno, incluso si ese alguien fuese duro de corazón? ¿Qué comprensión tienes de Cristo si le consideras capaz de semejante actitud?».
3. El primero está de acuerdo: «Tienes razón, pero recuerdo que ha dicho que adúlteros, impuros, ladrones, asesinos, traidores, mentirosos, avaros, etc., no entrarán en el Reino de Dios. Escrito está: “Quien tenga fe y fuere bautizado, será bienaventurado”. Aunque nos hayan bautizado, no creemos en nada. Así que no hay nada que nos favorezca ante Cristo. Es infinitamente bueno, pero también santo y justo. ¿Dónde nos pondrá su justicia?».
4. Responde el segundo: «Te ruego que no te expreses de modo tan melindroso. ¿No has oído lo que ha dicho nuestro conductor y amigo Bruno? Fue enviado por Jesús para conquistarnos, en lo que tuvo un éxito completo. ¿Para qué esos tiquismiquis? Todos conocemos nuestro poco valor moral pero si Él desea ser bueno con nosotros, ¿por qué nos mostramos avergonzados como una virgen la noche de bodas? Con las dos manos conviene que nos agarremos a la que nos ofrece el Señor de los Cielos y no hacer consideraciones jesuíticas que no merecen ni colgarse del rabo de un perro».
5. El primero dice: «¡Si al menos te expresaras de otra manera, aunque fuera sólo un poco! Sigues siendo tan bruto como en la Tierra. ¿No has pensado en las claras palabras de Bruno? ¿Pretendes hablar así ante el Señor y sus amigos? ¡Por cierto que has de temblar como una vara al viento!».
6. El segundo insiste: «Bien, por lo que veo tienes todo un colegio de jesuitas en tu interior. ¿No te has enterado de las claras palabras de Bruno? Desenmascaró los fraudes católicos de manera incontrovertible y tú continúas fantaseando como un cura moribundo. Nuestro amigo Bruno lo pasa mal sólo de ver la cara de tonto que tienes, hablando como un cochero vienés el viernes santo, cuando los ligurianos echan agua bendita a sus caballos. ¡Avergüénzate de hacer tan ridículas consideraciones en el reino de los espíritus! El mismo Señor se reiría si te viera con esa cara».
7. El primero remacha: «¡Por el amor de Dios, amigo! Contén tu lengua, de lo contrario te expones al infierno». El segundo se vuelve hacia Bruno: «Amigo, a ver si consigues calmar a este héroe, si no, asistiremos aquí, en el Más Allá, al accidente de una diarrea espiritual».
8. Todos los reunidos se echan a reír, en tanto que el que dio motivo para ello dice. «Mi querido Bruno, te ruego que calles la boca del que ridiculiza mi nombre. No es asunto suyo el que yo haya sido amigo de los padres».
9. Bruno dice: «Sé más juicioso y acepta lo que he dicho, que nadie se reirá de ti. Haciendo esas consideraciones refrenas mi trabajo y el amigo Nicolás tiene razón en contradecirte. ¿Quién sería bueno y justo delante Dios o tendría mérito ante el Omnipotente? Él dijo textualmente: “Incluso habiéndolo hecho todo, deberéis afirmar que sois perezosos e inútiles”. Si Él habló así, ¿para qué seguir cavilando sobre si tenemos poco mérito o ninguno? Y si Él desea ser bueno y misericordioso, ¿por qué resistirnos como si hubiera otro que mereciera tal Gracia? Conviene que hagamos lo mismo que Zaqueo a quien el Señor mandó bajar del árbol para comer en su casa. Vayamos pues a escuchar el llamamiento del Señor».
1. Dice Bardo, el orador primero: «¡En nombre de Dios, me rindo! Sin embargo Nicolás debe aceptar que no es un hombre fino, pues en la Tierra también era rudo y mal educado. Además no tiene de qué de neocatólico, secta que siempre ridiculizó a los católicos, pues aquí estamos todos en la misma situación».
2. Nicolás responde sonriendo: «Apreciado amigo, perdona si me dejé llevar por mi temperamento, nadie pondrá en duda que mi intención ha sido buena. Dime si el católico no reza a Dios sólo para pedirle alguna cosa. El mendigo pide una limosna, el labrador una buena cosecha, el funcionario público un ascenso, la moza un buen casamiento, etc. Pero acordarse de Dios para honrarle, esto, amigo mío, me apuesto mi salvación, nunca pasa por la cabeza de un católico. Además, ya es hora de que acompañemos a Bruno, ¡basta de paja!».
3. Bardo reacciona: «¡Pues vaya! ¿Acaso es “paja” que alguien te declare burro, aunque sea veladamente?».
4. Nicolás dice: «¿Pero será posible? ¿Quieres un sorbete o un pollo asado a la moda húngara? Si te irritas porque te he dicho algunas verdades, ¿por qué no respondes con el mismo lenguaje, y quedamos iguales? ¿Todavía no entiendes que Jesús Cristo debe importarnos más que nuestra honra ofendida? ¿De qué nos sirve la honra sin Dios? Por ello, amigo Bardo, dejemos las necedades terrenas, sumémonos al consejo de Bruno y pidamos a Jesús conocimiento, gracia y misericordia. Haré la petición y vosotros, si queréis, me acompañaréis de todo corazón en voz alta». Dice Bardo: «¿Para qué? Todavía soy capaz de hacer una petición personalmente». Dice Nicolás: «¡Pues vale! Nada tengo que objetar, pues cada uno sabe dónde le aprieta el zapato. Aun así haré mi petición y quien quiera que participe».
5. Dice todo el grupo: «Sí, Nicolás, ¡pide tú!, ¡y nosotros pediremos después de ti!».
6. Bardo dice: «Yo voy a pedir sólo para mí; pues sé muy bien por qué». Responde Nicolás: «Haz lo que quieras pero no nos líes. ¡Silencio!».
7. Después de estas palabras y como si de los ojos de todos se cayera una venda, excepto de Bardo, Yo mismo me encuentro delante de Nicolás, junto a la mesa del consejo, todavía rodeada por la asamblea. Nadie se atreve a levantar los ojos ante el deslumbramiento celestial.
8. Bruno se adelanta con gran respeto y dice: «¡Oh Señor! ¡Sólo Tú mereces amor, honra y veneración! Como el siervo más inútil te entrego esta multitud que, sin duda alguna, te pertenece».
9. Yo digo: «¡Trabajaste bien! Tu gran amor y tu humildad te ayudaron en esa obra sin par, por ello tendrás grandes encargos en mi Reino bienaventurado. Nicolás te ayudará, pues mucho contribuyó al final en la salvación de todos -excepto la de un recalcitrante- y ahora estáis salvos ante Mí, vuestro Dios, Señor y Padre, y podéis recibir gracias mayores.
10. En verdad no hay conquista de espíritus más bendita que la que hace la palabra de la Verdad y la doctrina sabia. Ese rebaño fue conquistado por el Verbo, dentro de mi Voluntad y Orden; por ello toda esta gente ya es libre del todo, y esto sin que sus corazones hayan sido influidos y cautivados por un milagro. Están listos por lo tanto para recibir gracias más sublimes, lo que mucho alegra a mi corazón. ¡Vuestro mérito será grande!
11. Los que antes se dirigieron a Mí todavía tenían hambre y sed, porque para convencerlos de que se acercasen a Mí hacían falta apariciones milagrosas; entre vosotros nadie siente esas necesidades, excepto Bruno, porque me seguisteis sólo por la Palabra, y esto se enmarca en mi Voluntad.
12. Bruno y Nicolás, acercaos a Roberto que os dará otros vestidos. Yo mismo iré junto a Bardo para darle lo que quiera, dulce o amargo».
13. Todo contrito, Nicolás quiere pronunciar unas palabras, pero Yo le digo: «Ya hablaste, amigo, pues entiendo el lenguaje del corazón. Ve con Bruno junto a Roberto. Tenemos que resolver muchos asuntos cuando vistáis nuevas ropas. Que así sea».
1. Ambos se dirigen hacia Roberto que los recibe con gusto. Entretanto le digo a Bardo, aún incapaz de verme: «Ábrete, malvado, respóndeme y dime cuál es el motivo de tu orgullo».
2. Cuando me ve se lleva un gran susto e intenta hablar. Como no le obedece la lengua empieza a farfullar como una persona medio dormida y su corazón aterrorizado piensa que lo he condenado al infierno.
3. Le digo: «¡Ciego! ¡Cuán fútil es tu temor! ¿Cuándo me habría Yo acercado a quienes se condenan a sí mismos para hacer más pesado su juicio? Sólo vengo para ayudarte. Veo en ti una grave enfermedad llamada orgullo. Debes darme explicaciones sobre ello para que te libres de ese peso.
4. Cuando tu amigo Nicolás intentaba pedir en nombre vuestro no aceptaste, pretendiendo pedir sólo para ti. ¿Cuáles fueron tus peticiones? Aunque para ti mismo no pediste gran cosa, tanta más humillación querías para todos los que te habían ofendido, especialmente para Nicolás que, ante Bruno, te disputó tu privilegio de representar a los demás y que, además, te dijo algunas verdades con cierta aspereza.
5. Reflexiona si es justo desear que tu mejor amigo se vea humillado porque fue sincero. ¿No habría sido más oportuno desearle todo lo bueno?
6. ¿Piensas que aquí en el reino de los espíritus prevalece el mismo trato que en la Tierra, en la que los ignorantes sólo consideran amigos a quienes los adulan y lisonjean mientras persiguen y odian como enemigos a quienes les dicen la verdad, lo mismo que hicieron conmigo los judíos a quienes osé hablarles de sus manejos?
7. Querido Bardo, la situación aquí es muy distinta: sólo vale la Verdad absoluta y el Amor puro. El resto es un horror para Mí y no puede existir en este reino Mío. Ahora conoces de mi propia boca divina las condiciones reales de la amistad; así que confiesa que fuiste injusto con Nicolás y pídele perdón. Después ven a Mí que te daré lo que te corresponde».
8. Con estas palabras, Bardo vuelve en sí, pensando en su interior: «En verdad ha sido el Señor omnipotente quien ha hablado. ¿Quién podría revolverse contra su Sabiduría y Fuerza? El hombre es enemigo de la Verdad, especialmente cuando le afecta en sus puntos neurálgicos. Su actitud ante la Verdad es incorrecta, sobre todo teniendo en cuenta que más allá de la tumba la vida continúa eternamente, ¡y eso a base de la Verdad y el Amor! El mismo Señor me ha enseñado, así que haré lo que quiere aunque me cueste mucho. Por lo tanto iré junto a Nicolás animadamente y con firmeza, le confesaré todo y le pediré perdón».
9. El otro le viene al encuentro y le dice: «Amigo, en la Tierra los ignorantes necesitan actuar porque no conocen el poder de la voluntad. Aquí, donde ese poder se ve con nitidez, la acción sobra. Estando la voluntad dentro del orden, todo está organizado.
10. Así que seremos para siempre los mejores amigos, terminando aquí nuestras diferencias terrenas. La misma actitud tendremos con Bruno pues a su valor y a su paciencia debemos nuestra salvación. Se sobreentiende que, antes que nada, debemos eterna gratitud al Señor, causa principal de todo bien. Igualmente debemos tener en cuenta a algunos amigos que nos precedieron, que ya nos atraían en la Tierra como un fuerte imán y en cuya casa hemos encontrado la paz.
11. Toda honra, gratitud, adoración y amor a nuestro Padre Jesús que nos ha llevado de manera tal que hemos conseguido todo lo que prescribe su Orden pese a nuestra incredulidad y ceguera.
12. Sus caminos son aparentemente misteriosos e insondables. Actúa con las criaturas como si fuesen barcos sin velas y sin remos, empujados por los vientos hacia alta mar. ¿Quién podrá decir que tal navío llegará a puerto seguro? Eso es obra del Señor, único merecedor de toda honra y alabanza.
13. Nos guió de tal manera que encontramos su camino pese a nuestras grandes faltas. Estemos pues alegres y llenos de amor sincero por nuestro Salvador».
14. Después de estas palabras, ambos se abrazan, después a Bruno, Dismas, y Olavo y a continuación a Roberto, completando la cadena que los salvó a todos.
15. Nicolás y Bardo se acercan a Mí y el último dice: «Señor, somos un solo corazón. Perdónanos así como nosotros nos perdonamos mutuamente, para que te podamos amar por encima de todo».
16. Yo digo: «Si hay paz entre vosotros, vuestras deudas están perdonadas. Acompañad todos a Roberto al gran armario de oro. Encontraréis lo necesario para vestir a esa multitud. Una vez hecho, venid a Mí para bendeciros y para que continuéis vuestro camino en el Reino de la Luz. ¡Así sea!».
1. Roberto lleva la gran multitud al referido armario y distribuye vestidos que les dan un buen aspecto y suscitan la alegría general.
2. En el reino de los espíritus hay gran diferencia entre los que se dirigen a Mí por su propia iniciativa -movidos por un conocimiento más íntimo que despierta únicamente su amor para conmigo-, y los que son traídos por enseñanzas exteriores. Los primeros obtienen su nueva vestimenta como si surgiera de ellos mismos, de su interior. Los otros tienen que quitarse los antiguos vestidos propios del mundo para vestir los nuevos hábitos celestiales, hábitos que se obtienen del exterior.
3. Así que todos se encuentran con vestiduras nuevas y me alaban en silencio. Algunos quedan extasiados ante mi Benignidad. Otros contemplan a los patriarcas y a los apóstoles con cierto temor respetuoso. Algunos se atreven tímidamente a iniciar una conversación con los apóstoles. Pedro sugiere que se aproximen a Mí para recibir la bendición prometida, que les proporcionaría un saber completo. Ante tal sugerencia todos se dirigen a Mí dándome las gracias por los hábitos y pidiendo mi Bendición.
4. Levanto ambas manos y digo: «Recibid la Bendición como un verdadero estímulo a vuestro amor y sabiduría, todavía débiles, pues sin ellos sería imposible que entrarais en mi Reino. Ahora sois capaces de dar otro paso en la regeneración. Muchas veces preguntasteis en la Tierra al mirar el cielo cuál sería el origen de las estrellas, de la Tierra, de la Luna, etc. Las opiniones variaban y algunos no tenían ninguna. Pero no importa, vencisteis la materia y estáis ante Mí, vuestro Dios, Padre y Salvador, como hijos perfectos, alegres y arrepentidos: tendréis el derecho de ser llevados a las grandes e innumerables moradas del Padre celestial. ¡Preparaos! Será el principio de una iniciación gigantesca a todas las obras que durante la vida eran un misterio para vosotros.
5. Esa casa, en la que renacisteis, os servirá de morada común y volveréis a encontrarme siempre que necesitéis descansar tras un largo camino.
6. En cuanto hayáis conseguido aumentar vuestro amor por Mí, mediante grandes experiencias, cada cual encontrará dentro de sí la propia morada, en la que habitará eternamente dichoso.
7. Para que podáis empezar el camino de las experiencias que os esperan detrás de esa puerta, tomaremos juntos una cena de vida. Roberto, ve a abrir junto con los amigos la puerta central que da hacia el mediodía, donde veréis una nueva sala con mesas y sillas. Disponedlo todo, sin ahorrar pan ni vino. Luego llevad a estos huéspedes a la gran sala de la paz y la calma, donde todos serán saciados. ¡Id!».
8. Roberto y los amigos se dirigen al recinto mencionado, muy espacioso y lleno de mesas grandes y pequeñas. Está en desorden, correspondiendo al estado interior de un espíritu ya en plena posesión de varios principios de amor activo, pero todavía desorganizados porque desconoce su orden con lo que no pueden ser puestos en práctica. Esta tarea les corresponde a Roberto y a sus amigos; una vez hecha vendré en persona para que los otros reciban, en el salón de la caridad y del amor, las gracias y dádivas más sublimes, en un orden más alto y más puro.
9. Cuando Roberto, Messenhauser, Becher, Jellinek, Olavo, Dismas, Nicolás, Bardo y algunos más, que espontáneamente se habían ofrecido voluntarios para ello, se encuentran ante un desorden tan grande, el primero abre los ojos con sorpresa y dice: «Amigos, tenemos mucho trabajo para ordenar este recinto. Será difícil combinar el tamaño variado de las mesas, unas más altas, otras más bajas y, encima, unas más anchas y otras más estrechas. Las sillas y los bancos tampoco son iguales. ¡Buen anfitrión estoy hecho que desconozco el mobiliario! La única solución es poner manos a la obra».
10. Messenhauser dice: «Es realmente extraño. En la sala anterior éramos ya sabios y perfectos, y en esta de aquí somos tan ignorantes como si nunca hubiéramos ido a la escuela. Tan sólo se trata de poner en orden los muebles y no sabemos ni cómo empezar. ¿Cuál es la mesa número uno y las siguientes ...? ¿Cómo juntaremos las más bajas con las otras? ¿Las más estrechas con las más anchas?».
11. Becher interviene: «Amigos, yo ayudo en lo que sea preciso, pero no me pidáis que dirija, pues tengo la impresión de ser tan ignorante como una criatura recién nacida». Dice Jellinek: «Esta situación debe tener una importancia mucho mayor de lo que suponemos. ¿No nos habrá preparado el Señor un pequeño traspié? Al final tendremos que pedirle un plano adecuado pues solos nunca resolveremos el problema por más que lo intentemos. Conviene que uno de nosotros vaya a pedírselo al Señor».
12. Roberto dice: «Iré personalmente. Mientras tanto podéis fijaros en los restantes enigmas de este salón».
13. Dicho y hecho. Roberto vuelve al recinto anterior y se queda perplejo, pues está vacío. Nada se mueve, no se oye nada. Mira por la ventana y no ve a nadie. Abre las otras puertas del enorme interior y ¡nada! Desanimado y triste vuelve hacia el grupo de amigos.
14. Entonces dice: «Gracias al Señor que os encuentro aquí. Ahí fuera no hay alma viviente. ¿Qué hacer ahora?».
15. Jellinek dice admirado: «¡¿Será posible?! En nombre de Dios, sea como fuere, comencemos a disponer las mesas, llenémoslas de pan y vino y veremos quien queda burlado».
16. Roberto llama a Olavo y le dice: «Hermano, en la Tierra entendías de náutica, ingeniería y geometría; por lo tanto estás capacitado para poner orden en esta confusión. Tenemos que ejecutar las órdenes del Señor».
17. Dice Olavo: «Ni Dios podría pedir más de nuestra capacidad. Empecemos. Las mesas de igual altura y anchura las juntaremos ahí arriba; después las más pequeñas y estrechas, a éstas les arrimaremos las que sean aún más pequeñas y así hasta que terminemos. Al conjunto le daremos la forma de una cruz, que es la que corresponde a esta tarea. Igual haremos con los bancos y las sillas y, una vez terminado el trabajo, veremos si el Señor cumple su promesa de venir. Si no viene, buscaremos el grupo ahí fuera y por todos los rincones de este mundo encantado».
18. Todos están de acuerdo con el plan de Olavo y, después de un cierto tiempo, mesas, bancos y sillas están organizados en forma de cruz. Roberto abre algunos armarios llenos de pan y vino y, con ayuda de los otros, todo queda distribuido.
19. Terminada la tarea, Roberto dice: «Señor que todo lo ves y lo sabes; sabrás que hemos terminado fielmente lo que nos ordenaste. Prometiste venir aquí con los demás huéspedes e iniciarnos en trabajos en los Cielos. No tardes, pues tu ausencia se hace insoportable».
20. El grupo repite las palabras. No sucede nada y todos esperan pacientemente. Sin embargo, el silencio es total.
21. Roberto dice: «Es realmente extraño. ¿Será que el Señor nos quiere probar o que hicimos algo mal? Todo lo sucedido tras nuestra llegada aquí, ¿no será sólo un sueño? ¿Qué haremos? ¡Unámonos para resolver la situación que podrá volverse desesperante!».
1. En esto, Bardo se aproxima a Roberto y le dice: «No hay duda que la desaparición del Señor y de la multitud más o menos espiritualizada es extraña. Si todo esto por lo que estamos pasando sólo fuesen apariencias vanas como los sueños, lo que no creo, seríamos libres y en el futuro no habría poder capaz de impedirnos ser nuestros propios legisladores. Si por el contrario todo es una verdad pura y espiritual y nuestro Jesús es realmente el Señor amado por encima de todo, entonces la confusión actual será sólo una prueba, permitida por su Amor, Gracia y Misericordia, para que nos volvamos más independientes y espiritualmente más positivos. Aumentemos nuestro amor hacia Él según sus enseñanzas y así Él y los demás vendrán a nosotros. Si alguien tiene una propuesta mejor, que la diga».
2. Dice Nicolás: «Confieso, hermano, que me has alegrado mucho, pues siempre tocas el punto central. Aunque haya sido yo quien entendiera a Bruno antes que tú, ahora podrías muy bien ser nuestro jefe. Nuestro amor a Jesús es sin duda bastante débil, razón por la que nos ha dejado solos. Seguro que la hermosa heroína del tablado está con Él. ¿Por qué? Por el simple motivo de que ha alcanzado el punto sensible del Señor, esto es, su Corazón. Nosotros, creyéndonos sabios, hacemos ahora el papel de tontos.
3. Por ello repito que tenemos que darle mucho más amor que intelecto; sólo así dejará de ocultarse ante nosotros. Pero si cumplimos las órdenes del Señor -imaginándonos que como comisionados celestiales somos más distinguidos que otros que dependen de la Gracia divina como nosotros- entonces no nos debemos sorprender si nos pasan cosas muy extrañas. Además tengo la sensación que nosotros mismos somos unos individuos aún más absurdos que estos acontecimientos. ¿Qué decís?».
4. Todos responden: «Tienes plena razón. Nosotros mismos nos castigamos. Pero el Señor sabrá comprender nuestra necedad y nos perdonará».
5. Dismas se acerca: «Queridos amigos, permitidme que me explique. No estoy de acuerdo con la Indulgencia del Señor para con nuestra necedad, porque si el espíritu tiene que alcanzar la perfección a través del propio esfuerzo, elevándose y regenerándose por el poder vital que Dios ha dado a todos desde el principio, y entrando así en el Orden divino donde se mueve como si estuviera en su propio elemento, es imposible esperar indulgencia alguna del Señor.
6. Estamos provistos de fuerza espiritual y de la doctrina de Dios. Por lo tanto tenemos que actuar por nosotros mismos según exige el Orden divino. La mayor necesidad es el amor, no obligatorio, sino libre y abundante en nuestros corazones. Amar a Dios por encima de nuestra capacidad sería necedad; amarle menos de lo que pide nuestro corazón sería descuido vergonzoso que nos llevaría al estado de semimuertos, del que difícilmente nos salvaríamos. Si tenemos el grado justo de amor, idéntico lo tendremos de sabiduría, lo que nos facilitará el poder correspondiente, capacitándonos para actuar libremente como espíritus perfectos. Dios es el Orden máximo. Si queremos asimilar este Orden, antes que nada tenemos que establecerlo dentro de nosotros, de modo propio, si no, no seremos aptos para la exigencia de la libertad perfecta y verdadera.
7. El orden que hemos establecido con los muebles dispersos es una prueba evidente de lo que nos cabe hacer individualmente para poder subsistir ante Dios. Por ello conviene que aceptemos tal suceso como necesario y que lo aprovechemos como proveniente de su Voluntad.
8. Debemos meditar sobre nuestra naturaleza y asegurarnos si estamos libres de todas las pasiones, si no tenemos restos de orgullo, si hacemos el bien por el propio bien. Aún así encontraremos muchas dificultades para alcanzar la perfección espiritual y esperar al Señor y a sus huéspedes. Si, por el contrario, consideramos lo que sucede como una simple diversión del Señor y nos admiramos incesantemente por ello, estaremos lejos de la meta final.
9. No basta con ejecutar maquinalmente lo que nos pide el Señor, tenemos que descubrir en nuestro interior la razón de la exigencia; sólo entonces estableceremos en nuestra alma el orden vital y podremos esperar con confianza lo que nos ha sido prometido. Ordenar los muebles no tiene un valor especial, pues bastaría el más sutil pensamiento del corazón divino y se presentaría un orden insuperable. Como sin embargo se trata de una advertencia de Dios para establecer cierto orden en el recinto contiguo -local de sabiduría libre y divina- ese orden reviste una gran importancia. Si alguno tiene una idea más acertada, en nombre del Señor, que la exponga».
10. Dice Roberto: «Amigo, estoy encantado con tu saber. Fuiste un adversario encarnizado en aceptar la Divinidad del Señor y nos diste mucho trabajo para equilibrarte. Tu sentimental inclinación hacia los honores y tu fuerte atracción por el sexo opuesto vendaban tus ojos, produciéndonos mucha preocupación. Ahora adelantaste a grandes pasos, enseñándonos una verdad que, sin ti, quizás sólo hubiéramos descubierto de aquí a milenios. Tu contribución es enorme y no sé cómo agradecértela.
11. El Señor me dio esta casa para siempre. Personalmente apenas conozco una parte de sus tesoros internos. Si quieres sé dueño de ella. No nos has proporcionado bienes materiales de valor limitado, sino palabras benditas, sacándonos de este aislamiento y volviéndonos a conducir a la presencia del Señor. Acepta esta mansión que, además del Padre y de ti mismo, es mi mayor posesión. ¡Cuán querido y estimado te has vuelto! No hace mucho te mirábamos con piedad y ahora te has alzado por encima de todos. ¿No podrías alegrarnos con algunas palabras más?».
12. Dismas responde: «Hermanos míos, ¿no sabéis que una mano lava la otra? Lo mismo pasa aquí: vuestro sentimiento fraternal me purificó y me salvó de mi propia perversión, pues era un habitante del infierno. Con esta prueba de orden individual caísteis en esta segunda sala en una cierta confusión, permitida por el Señor. Por ello busqué en mi interior algunas palabras de confort cuyo efecto, gracias a Dios, mucho me alegra.
13. Sin embargo no merezco que me regales tu casa, construida por Jesús a través de tu corazón. Esta morada y todas sus maravillas corresponden a tu propio corazón cuyos sentimientos de amor a Dios y al prójimo le sirven de base. Si yo la aceptara te sacaría el corazón y la vida, puesto que es una manifestación de tu caridad.
14. Naturalmente es fácil vivir contigo bajo este techo. Así como en la Tierra un hombre bueno y justo acepta voluntariamente en su corazón a varios hermanos y amigos, tanto más fácil es aquí, donde el Señor deja que aparezca de manera visible aquello que en vida pertenecía al deseo. En el mundo no pasaban de ser castillos en el aire pero aquí se realizan, esto es, se presentan como una obra del corazón y de su organización caritativa.
15. Ya en el mundo hay verdaderos hijos de Dios que quisieran entregar su corazón a sus hermanos, al igual que tú quieres ofrendarme aquí el tuyo de regalo. Muy noble es tal intento, pero completamente imposible e inútil, incluso aquí. Donde el amor fraterno establece normas sobre “lo mío” y “lo tuyo” no puede haber disputas, pues no existe ley que tan poderosamente asegure la posesión individual como el mandamiento de amor al prójimo, donde cada cual ofrece todo aquello que tiene. Así nadie puede salir perjudicado.
16. Todos nosotros habitamos en tu interior así como tú en nosotros. ¿Quién podría alegar que ha sido lesionado? Cada cual tiene lo que es suyo y cuanto más de tanto más le será dado. A media que nos saciamos con tu corazón, serás recompensado. Los corazones se parecen a los mares: unos desembocan en otros sin perder su preciado líquido.
17. Pero... ¿qué es esto? ¡Oigo voces en la otra sala. ¡Vamos a ver quien hay!».
18. Dice Roberto: «Te agradezco, hermano, esta enseñanza maravillosa. Acompáñame pues ya te has hecho indispensable para mí».
1. Inmediatamente todos se dirigen hacia la puerta, a través de la cual miran furtivamente la enorme antesala con la esperanza de ver al Señor a la cabeza de los ya conocidos huéspedes. Pero no es lo que ocurre. Una multitud formada por personas de muchas clases entra en la sala y exige imperiosamente hablar con el dueño de este palacio.
2. Roberto se dirige a Dismas: «¡Qué situación embarazosa! En vez de los amigos y del Señor tan ansiosamente esperado, esta chusma reclama atrevidamente la presencia del anfitrión que tengo la dudosa honra de ser. ¿Cuáles serán sus intenciones? ¿Acaso también habrá aquí salteadores y asesinos? ¡Realmente sería un hermoso acrecentamiento del Cielo! Fíjate que ojos rabiosos tienen, sin la menor traza de humildad ni de bondad. ¿Qué hacemos? Esos compañeros son capaces hasta de echarnos del Reino de los Cielos. Si esto continúa nos ahogarán. Además su olor pestilente no es agradable. ¿Qué haremos?».
3. Dismas responde: «¡Por ahora, nada! No nos pueden ver ni tampoco la puerta, por lo que no conseguirán entrar aquí. Además parece que vienen de la Tierra y, si no me equivoco, proceden de los campos de batalla de Hungría y de Italia, pues escucho imprecaciones en esos idiomas. Dejémosles que se calmen un poco y después nos manifestaremos. Vamos a oírlos para conocer su naturaleza.
4. Los tres que están frente a nosotros parecen los jefes porque los demás imitan su actitud. El de en medio ordena silencio y seguramente pronunciará un discurso de gran importancia también para nosotros. Prestemos atención a lo que diga».
5. El jefe de los recién llegados dice: «¡Compañeros de lucha! Sucumbimos en el llamado “campo del honor” en pro de la patria al igual que los animales en el matadero. ¿Cuál ha sido el resultado? Aspirábamos a lo alto y hemos llegado a lo bajo. Luchamos como héroes despreciando la muerte, seguros de que no había vida en el Más Allá: nuestra filosofía nos enseñaba la vacuidad de Cristo y nos reíamos del Evangelio. Ahora nos encontramos en el verdadero infierno, no en su representación fantástica, tanto más cuanto que un demonio cualquiera nos ha hecho encontrar este palacio infernal al que nos empujó como si fuéramos animales. No hay salida y la oscuridad es verdaderamente tenebrosa. El dueño de la casa no se presenta, por cierto que no existe. Esta es la paga de nuestros esfuerzos en el mundo!
6. ¡Si fuera posible comunicar a los pobres compañeros de la Tierra cuál es la recompensa que les espera aquí! En verdad ninguno intentaría pisar el maldito “campo del honor”. Todo estaría bien si al menos dejáramos de existir pues no sentiríamos nada. Pero pasa precisamente lo contrario: sentimos nuestra miserable y desgraciada existencia tras la muerte de forma más intensa. Carecemos de todo lo que es bueno y, a cambio, pasamos al mismo tiempo hambre, sed y frío. Dolores diversos roen nuestras entrañas como gusanos. Ninguna luz alumbra nuestros ojos y las voces amigas parecen haberse callado para siempre.
7. Esta es la suerte de los señores altaneros y orgullosos: al final son devorados conscientemente para padecer y desesperarse después en las tinieblas de la eternidad. ¿Qué se podrá hacer? Imprecamos mucho sin que sirva para nada. ¿Qué tal si rezamos? ¿Quién sabe si una oración nos beneficiaría? ¿Alguno de vosotros sabe de memoria una miserable plegaria?».
8. Uno del grupo dice: «Señor comandante. Conozco la oración de Kossut». El jefe responde: «¡Idiota! ¡Kossut ya no es nada! ¿Qué beneficio nos procuraría su oración?».
9. Dice un italiano: «Signore generale, sé unas maravillosas oraciones de santa María y de santo Giuseppe. ¡Son preciosas!».
10. El comandante interrumpe: «¡Cállate, italiano ignorante! ¡Lo que nos faltaba! ¿No habrá nadie que sepa el Padrenuestro?». Otro se adelanta diciendo: «Señor general, cuando pequeño aprendí el Padrenuestro. Pero no me acuerdo de todo; lo que todavía sé lo puedo rezar». Dice el jefe: «Muy bien, reza lo que sepas».
11. Éste empieza: «Repetid entonces lo que diré: Padre nuestro que estás en los Cielos. ¿Cómo sigue? ¡Ah, ya me acuerdo! Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu nombre. Hágase tu Voluntad así en la Tierra como en los Cielos. ¡Espera un poco!... Ahora no me acuerdo. Le pido perdón, señor general, por esta confusión. Un poco de paciencia, que llegaré al final. ¡Ah, ya está! El pan nuestro dánoslo hoy y..., y... no nos lleves a la tentación».
12. Otro interrumpe: «Te equivocaste: perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». El primero pide: «Di el resto que yo no me acuerdo». Prosigue el compañero: «Vale, es así: no nos induzcas a la tentación y líbranos de los estúpidos, en sí el mayor mal. Amén». Otro protesta: «¡Que no, que no es eso! Lo que sigue es líbranos de todo mal. Amén. Pero ya he comprendido que me tienes catalogado de estúpido. Aunque presumas no eres mejor que yo. Así que ya lo sabes».
13. El general dice: «Nada de peleas. Ya basta con nuestra desdicha por la fuerza del destino. ¿Para qué esas ofensas que aumentan nuestra desgracia? ¿Qué utilidad puede tener una oración de la que el orador ha olvidado la mitad siendo por ello ridiculizado por el compañero? Que se presente quien la sepa, si no, mejor no rezamos».
14. Se adelanta una señora y dice: «Señor general, conozco el Padrenuestro del principio al fin pero ¡en alemán me parece tan ridículo y, en cierto modo, ordinario! En francés o en inglés podría satisfacer las mayores exigencias».
15. El general dice: «Dignísima señora, le pido que vuelva a su sitio donde podrá rezar en inglés o en chino. Aquí todos entienden el alemán. Así que repito otra vez más: ¿Quién de vosotros sabe rezar el Padrenuestro en alemán? ¡Que se presente y cumpla su tarea!».
16. Se adelanta un pastor y dice: «Señor general, si no es impedimento que sea luterano, puedo hacerlo». El jefe dice: «A mí no me importa si eres luterano, católico romano o moro. Pero como entre nosotros hay un gran número de padres católicos que podrían escandalizarse, le agradezco el ofrecimiento al que aceptaré si en la comunidad no hay ningún romano que lo sepa. Así que puede quedarse junto a mí».
1. El militar sigue: «¿No habrá en esta enorme y desgraciada multitud alguien de religión católica que rece el Padrenuestro de modo comprensible y en alemán?».
2. Ante esta petición se presenta un monje en su hábito y dice. «Señor general, podría hacerlo, pero de nada serviría porque todos nosotros hemos muerto sin la extremaunción ni tampoco nos confesamos, por lo que estamos fuera de la Gracia. Así, ya podemos rezar todo lo que queramos que no conseguiremos beneficio alguno porque estamos condenados por Dios para toda la eternidad. El día del juicio final la pavorosa trompeta nos hará volver al cuerpo, para enfrentarnos entonces con la justicia divina y recibir la condena eterna que nos arrojará al fuego del infierno.
3. Sólo conozco un medio para salvarnos, el único del agrado de Dios. Por desgracia no tengo los medios necesarios para ello, pero si el señor general me ayudara para que yo reciba una pequeña recompensa de todos esos infelices, lo haría de corazón, consiguiendo así la salvación de todos. Sólo una misa nos ayudará, pues todas las oraciones no valen de nada».
4. Dice el general: «Miserable: Si crees que la única ayuda es la misa y te falta el suficiente amor al prójimo para decirla gratuitamente puesto que nada tenemos, eres peor que todos los estafadores, asesinos, salteadores, libertinos y adúlteros del mundo entero. Eso es lo que has sido en la Tierra: ¡un siervo de Dios por dinero! Si no hay dinero no te preocupa que se condene todo el mundo. ¡Desaparece de nuestros ojos y lee tus insípidos latinajos donde quieras, pero ahórranoslos! La mayoría de nosotros somos alemanes y eslavos y queremos rezar en nuestra lengua. Media vuelta, ¡ar!».
5. Ante la orden militar el cura se aleja mientras que el general exhorta a los eslavos para que alguno de ellos rece el Padrenuestro.
6. Inmediatamente se presenta un polaco y dice: «General, lo sé en cinco lenguas». Dice el militar: «Bien, rézalo primero en alemán y después en eslavo. Muy bien pronunciado y respetuosamente».
7. El polaco obedece y todos los presentes le siguen, palabra por palabra. Sólo el monje y algunos colegas, furiosos porque el general no aceptó la ceremonia en latín, no participan. Los demás se dan cuenta que no sólo no rezan sino que se burlan porque en el momento de la petición: “Venga a nosotros tu reino”, el monje que quería decir la misa por dinero dice: “Venga a vosotros el infierno”. Así que agarran a los monjes y los llevan a presencia del general contándole esta actitud infame de los siervos de la Iglesia.
8. El militar, todavía alterado por los hechos, dice a los demás: «¡Calmaos! Habéis de saber que esta casta repugnante, salvo escasas excepciones, fue en la Tierra de todo, menos aquello que tenía que haber sido. Por ello no hay que sorprenderse que el porquero más inculto sea aquí más cristiano que semejante servidor de Dios. ¿Quién crucificó a Cristo? ¡Los sacerdotes! Para no perder la costumbre de semejante brutalidad inventaron la misa en la que diariamente pueden ejercer de verdugos. La misa no es sino la estúpida repetición de la crucifixión de Cristo. Es fácil sacar conclusiones de los actos de estos “verdugos de Dios” porque quien condena debe erigirse en señor otorgándose tal derecho, al menos mentalmente, y ser más poderoso que el condenado. Los curas juzgan, condenan y sacrifican diariamente a Cristo, el Señor, haciéndole resucitar para volver a matarle porque no les interesa uno siempre vivo. ¿Acaso los clerizontes no pretenden de esta manera ser más que la Divinidad? ¿Quién puede negar que ésta es la situación de la Iglesia católica romana? Si los de sotana negra se atribuyen la condena y la propia crucifixión del Señor, ¿nos vamos a extrañar que nos condenen a nosotros al infierno cuando se les antoje?
9. En vida estudié la historia de la humanidad y comprobé que siempre fueron los curas los padres de las grandes infamias. No hay que sorprenderse porque nada bueno puede esperarse de estos verdugos de Dios. Fijaros en la revolución actual. ¿Quién la empezó? ¡Los curas!
10. Empezaron en Suiza de donde tuvieron que huir. Rabiosos por ello incitaron al que el Papa vengara semejante sacrilegio, probablemente en toda la Tierra. Porque Suiza era muy pequeña para esta venganza ya que el pueblo pecó contra la santidad de los sacerdotes no sólo por sí sino, como Adán, por el mundo entero. Imaginad qué osadía tuvieron los alpinos cuando, hambrientos, se regalaron con los mejores vinos y despensas de los siervos de Dios. Semejante sacrilegio los enfureció de tal manera que comenzaron a imprecar contra el mundo entero, incitando a los hombres a llevar a cabo la maldición tenebrosa. Cumplieron su objetivo con eficacia, pero al mismo tiempo se hirieron irremediablemente. Supongo que me he explicado, así que ya sabéis a qué ateneros cuando esos cuervos os condenan al infierno.
11. Quien quiera conocer a alguien sólo tiene que fijarse en sus actos. El carnicero y el cazador tiene generalmente un corazón brutal e insensible, el del verdugo todavía lo será más. ¿Cómo serán los sentimientos del corazón de quienes consideran loable sacrificar y matar diariamente al propio Señor? Si ya es peligroso tener amistad con carniceros y verdugos, ¿cuanto más no lo será tenerla con los otros?
12. La historia de España muestra claramente la crueldad satánica de los curas con sus ovejas. ¡Que se vayan a donde quieran! Nosotros vamos a unirnos como hermanos ayudándonos en lo que podamos.
13. Si Dios existe, lo que no dudo pues estamos vivos tras la muerte, debe ser mejor y más sabio que sus supuestos siervos».
14. A todos los reunidos les volvió la alegría con el discurso contra los clerizontes, los cuales pusieron mala cara. El mencionado monje, incapaz de contener su ira, comienza a pisar el suelo y a invocar al infierno para que se abriera y se tragara a quienes les vilipendiaban. Los demás, hartos de tal necedad, lo cogen y lo tiran puertas afuera, donde permanece algún tiempo inerme.
15. En ese momento Roberto dice a Dismas: «Hermano, el discurso y la índole del general me agradan bastante, salvo que exagera un poco sobre la actitud de los curas. Si fuera posible querría mejorar su penosa situación».
16. Dismas responde: «Un poco de paciencia que la situación cambiará. Necesitamos la ayuda del Señor y presiento su llegada. Sí, mira por la ventana, es Él junto con nuestros huéspedes. Vayamos de prisa a su encuentro. Es Él».
1. Cuando los amigos de dirigen a la entrada de la casa me encuentran ocupado con el monje expulsado que, naturalmente, no me reconoce.
2. De pronto, Roberto se dirige a Mí con lágrimas en los ojos: «Padre, querido y santo Padre. ¿Dónde estuviste tanto tiempo? Aunque te buscamos por todas partes no conseguimos encontrarte. ¡Qué triste y desoladora fue nuestra situación durante tu ausencia! Pero ya todo está bien. Muy ciertas son tus palabras: “sin Mí nada podéis”, a lo que añado: sin tu persona todo se vuelve desolado y triste. ¿No nos dejarás más en el futuro?».
3. Yo digo: «No os he abandonado. Sólo llevé a tus huéspedes a pasear por el gran jardín de esta casa y a enseñarles las nuevas instalaciones, con las que se alegraron junto con Adán, Noé, Abraham, Isaac y Jacob. En ese tiempo tuviste tiempo para arreglar el gran refectorio, lo que conseguiste para satisfacción mía. El que por unos momentos no me vieras no significa que no estuviera presente, con el mismo Amor. Pues inspiré a Dismas para que os transmitiera una profunda enseñanza y un gran bienestar. Sin embargo he vuelto ante vosotros y volveré a la casa, para sanar para la vida a innumerables enfermos.
4. El monje es un paciente enteramente sordo, ciego, mudo y cojo. Será el primero al que socorra y en seguida ayudará a sanar a los demás. El general le atacó con demasiada brusquedad culpándolo de crímenes que el cuitado nunca imaginó y menos cometió. No fue justo por parte del general sediento de luz y de verdad. El cura sólo es, como sus colegas, sordo, mudo, ciego y dañado, al igual que todos los católicos recalcitrantes. Sin embargo no se le pueden exigir responsabilidades. Aunque el tratamiento tuvo efectos benéficos para el orgullo sacerdotal pese a su rudeza. Ahora le parece haber fallado porque quiso convencer a los demás de aquello en lo que él nunca creyó. Se valió del infierno para meter miedo y del Cielo para atraer; pero él mismo no creía en nada de esto. La religión sólo era para él un medio mítico con el que conseguir que los pueblos obedecieran a las leyes. Sólo practicaba los ritos como una ilusión necesaria a la multitud ignorante, diciendo no pocas veces, incluso entre compañeros, lo que dijo cierto Papa: “La fábula de Cristo no es mala porque puede usarse a voluntad. Además da mucho dinero y buena reputación a sus siervos; estos son sus únicos beneficios. Por lo demás, la religión griega era mucho más sublime”.
5. Pero os digo que todo esto no viene al caso. El monje fue empujado a la ignorancia y se volvió esclavo de Roma por la fuerza de la Iglesia. ¿Puede castigarse a un cautivo por haber sufrido que su señor, más fuerte que él, le haya mandado sacar los ojos y quemar los oídos? Sólo puede decirse: ¡ayuda para quien la necesita! Por ello, Roberto, ve a casa a coger pan y vino. Antes que nada es preciso que él se fortalezca para prepararse a las futuras enseñanzas de nuestra parte».
6. Roberto vuelve a los pocos instantes con una buena botella de vino y un pan entero, y dice: «Señor, aquí está. Pero ¿cómo satisfaremos al monje si está tendido en el suelo como muerto?».
7. Respondo: «Querido Roberto, un poco de paciencia; nuestra presencia hará que pronto se levante. Estos enfermos suelen ser peligrosos y por ello exigen mayores precauciones. Por lo que veo el pan y el vino pesan un poco. ¿Qué tal si Helena te ayudara ya que te mira con tanta simpatía? ¿No crees que tu organización doméstica sería más fácil con ella a tu lado?».
8. Roberto sonríe vergonzosamente y dice en seguida: «¡Sería indeciblemente bueno si no fuera tan linda! Si me la dieses, Señor, mi casa sería un verdadero Cielo. Es atractiva y maravillosa».
9. Argumento: «Siempre fuiste amigo de lo bello y útil, ya que afirmabas que sin utilidad lo bello pierde la mitad de su valor y viceversa. Tu lema siempre ha sido mi principio de actuación por lo que todas mis obras no sólo son útiles, sino también hermosas en la misma medida. La utilidad corresponde a mi Amor eterno y a mi Bondad, la belleza expresa mi Verdad y Sabiduría. Por ello aquí, en el Reino de los Cielos, no podrás tener una cosa sin la otra. Cuanto más hermosa es una cosa, tanto mayor es su utilidad.
10. Helena es realmente hermosa pero, al mismo tiempo, un ser muy útil. Así que no temas su hermosura, pues no la tendría si no poseyese un grado idéntico de gentileza. Sólo a través de ella te volverás un ángel perfecto y ella, por ti, se hará aún más hermosa, perfecta y útil. Acéptala como verdadera esposa celestial, lo que te proporcionará mayor sabiduría y felicidad. Tiéndele tu diestra y dale un abrazo. El cumplimiento de esta Voluntad Mía es vuestra bendición eterna».
11. Aturdido de alegría, Roberto dice: «Oh, Señor: perdona mi extrema franqueza: he de confesar que nunca me han salido las palabras “hágase tu Voluntad” tan espontáneamente y tan llenas de felicidad como esta vez». Y, dirigiéndose a Helena, continúa: «¡Déjame abrazarte, Helena de mi corazón! Lo que Jesús, nuestro Padre, Jehová, Sebaot me ha dado por mera Gracia, también te ha sido concedido a ti para siempre. Seamos pues uno en todo: en el amor, en la verdad, y en la caridad; y de esta manera también uno con nuestro santo Padre tan sumamente cariñoso».
12. Radiante de hermosura celestial, Helena responde: «Sea por siempre alabado el nombre del Señor y hágase su Voluntad. También tu voluntad me sea eternamente santa porque veo que ya no alimentas en tu corazón sentimientos distintos a los del Padre celestial de todas las criaturas y de todos los ángeles. Si tu corazón flaqueara tras grandes obras de amor, en el mío encontrará consuelo sobrado. Igualmente me confortarás si alguna vez mi voluntad bendita careciera de firmeza. Seré, en nombre del Señor, tu esposa celestial, viviendo y actuando contigo como si fuéramos un solo ser. La Gracia, el Amor, la Sabiduría, el Orden y la Voluntad del Padre serán nuestra bendición eterna».
13. Completamente conmovido, Roberto estrecha a Helena contra su pecho dándole tres besos en la cabeza. Ella se los devuelve en la boca. Luego coge pan y vino y dice: «Como esposa eterna, déjame ayudarte. Basta con que lo organices todo en nombre del Padre; los hechos corren por mi cuenta como brazo derecho tuyo!».
14. Yo digo: «¡Muy bien, queridos hijos míos! Sed bendecidos y unidos, aumentando así infinitamente vuestra bienaventuranza!
15. Sin embargo nuestro trabajo no está terminado, conviene pues que lo continuemos. De ahora en adelante cualquier cosa será hecha más fácilmente porque tú, querido Roberto, eres un perfecto ciudadano del Cielo. Por eso ahora no sólo tienes el poder de instruir mediante la Verdad de la Palabra, sino también el poder de juzgar mediante mi Amor y mi Voluntad, un poder que aplicarás exclusivamente cuando el primero resulte infructuoso. Acércate pues al enfermo y sóplale tu aliento para que se cure».
1. Roberto se inclina y sopla su aliento sobre el monje que pronto comienza a moverse como queriendo despertar de un sueño profundo.
2. Cuando tras algún tiempo consigue levantarse, pregunta: «¿Quién insufló la vida en mis entrañas? Pues los enemigos me habían matado. ¿Dónde estoy? A donde quiera que mire es noche oscura; tampoco mis oídos oyen. No sé si estoy herido, pues no siento el suelo bajo mí. ¡Si al menos vislumbrara alguna claridad!
3. Fui cura en la Tierra y desempeñé con todo fervor mi cometido. Naturalmente tenía intereses mundanos y de fe no había ni sombra. Pero trabajé conscientemente y con diligencia. ¡Pero qué premio horrible recibo en el reino de la muerte! Oh Dios, si es que existes, ¿por qué fue necesario que me volviera un ser pensante y llevado a condiciones de vida no comunes, sobrecargadas por la maldición? ¿Quién deseó que así fuese? ¿Qué culpa tiene una criatura de haber nacido ciega? ¿Dónde está el destino inclemente que me hizo vivir, que quiero maldecirlo? Toda mi vida fue una maldición, yo mismo soy la maldición personificada. Pero no, no quiero imprecar más».
4. Le digo a Roberto: «Sóplale en los oídos».
5. Así lo hace y el cura dice tras unos momentos: «¿Dónde habré llegado? Escucho como el murmullo de un gran río, mezclado con el trino de los pájaros. ¡Hum! Es realmente extraño. El murmullo se hace más fuerte al igual que el gorjeo de las aves. ¿Me ahogaré para ser devorado a continuación por los buitres? ¿Por qué has abierto el oído del sordo? ¿Para que escuche la voz de la destrucción? Pero ¿por qué discuto? ¿De qué me sirve? Los hombres de la Tierra leen la condena a los malhechores antes de matarlos. ¡Que se pronuncie también la mía para morir de desesperación!».
6. Entonces digo a Roberto: «¡Sóplale en los ojos!». Obedece y entonces el padre empieza a restregarse los ojos, diciendo:
7. «¿Qué ha sido esto? Sentí pasar un soplo por encima de mí y a través de la penumbra veo un suelo firme bajo mis pies. ¡Es la misma casa de la que fui expulsado por los enemigos! Oigo junto al agua voces de personas muy cercanas y el trino de los pájaros. Pero no veo a nadie.
8. Ahora vuelvo a creer en Dios. El general despreció con razón mi misa y habló acertadamente cuando consideró que Dios era mejor que yo. ¡A tal trabajo, tal premio! Si trabajé mal no puedo esperar otra recompensa. Hicieron bien al echarme fuera».
9. Digo a Roberto: «¡Sóplale en la boca y en el pecho!».
10. Roberto lo hace inmediatamente y el padre dice: «¿Qué brisa deliciosa sopló mi boca? ¿Fue quizás el beso de un ángel? Porque así sólo besan los ángeles. También sentí que una vibración agradable traspasó mi pecho en el momento del beso. Y es extraño en verdad que me inunde esa luz, que mis manos se vuelvan orondas y que experimente sensaciones agradables en los pies, como si una nueva fuerza vital inundase todo mi ser.
11. Incluso la zona se vuelve más clara; la casa con su maravillosa arquitectura surge con mayor nitidez. ¡Tres pisos provistos de arcadas y los balcones bajo las ventanas! ¡Qué majestuosidad! ¡Todo esto me parece un sueño! Ya estuve aquí antes conducido por el general, pero no recuerdo este aspecto deslumbrante.
12. Tengo ganas de entrar pero seguramente me expulsarían de nuevo. Prefiero quedarme aquí fuera admirando esta construcción fenomenal que, por el aumento de la luz que surge de oriente parece crecer y ser más poderosa.
13. Pero no comprendo la sensación de consuelo que siento como si viviera aquí hace mucho, aunque el local me resulta sin embargo tan ajeno como si nunca lo hubiese visto. Se parece a la sensación que sentía en la Tierra cuando paseaba por las montañas. Todo el paisaje rezuma armonía: los grandes jardines con sus prados, la cordillera que rodea la ciudad, elevándose hacia el Este y cayendo en declive hacia el Oeste y el Norte.
14. Ahora veo muy cerca un pabellón impresionante desde el que la vista debe ser todavía más deslumbradora. Tengo fuerzas suficientes, así que ¡adelante! Pero no; me quedaré aquí, pues el anfitrión podría no apreciarlo. Renunciaré a la curiosidad. A medida que todo se vuelve más claro, mi estómago empieza a reclamar. ¡Nunca hubiera imaginado que alguien sintiera hambre y sed en el reino de los espíritus! No estaría nada mal tener un pedazo de pan y algo para beber».
15. En este momento me vuelvo hacia Roberto diciéndole: «Cúmplele el deseo». Rápidamente coge el pan y el vino de las manos de Helena y los pone ante los ojos del monje. Este se alegra extraordinariamente, sin ver todavía al donador.
16. Se dice a sí mismo pensativo: «¡Gracias a Dios! Así el Más Allá es soportable. Un paisaje encantador y algo para el estómago; así podría vivir eternamente.
17. Me gustaría saber quien fue tan caritativo. En verdad serán espíritus buenos. Pero ¿por qué no los veo si yo también soy espíritu? Con seguridad estaré muy enfermo. En todo caso ya tengo qué comer; el resto quizás venga todavía. Dios, bendice este pan, pues sólo Él merece honra, alabanza y premio».
18. En seguida parte un pedazo de pan cuyo sabor le parece extraordinario; así que se lo come todo diciendo: «¡Qué cosa fantástica!
19. Ahora el vino. ¡La botella es de buen tamaño! No importa pues en la Tierra muchas veces bebí más todavía. ¡Qué color maravilloso, parece oro!».
20. Se lleva el gollete a la boca y no para hasta que se toma la última gota. Su admiración por la buena calidad del vino es inmensa; el ánimo se le torna alegre y agradecido. Al final sólo repite ¡Gracias a Dios!
21. Después de un cierto tiempo de admiración devota, se levanta y dice «¡Qué fortalecido me siento! ¡El pan y el vino son realmente celestiales! Ahora me siento vivo de nuevo y la muerte parece que me ha abandonado para siempre. ¿Quién sabe si carecerá enteramente de fundamento -como en secreto presume el clero- la fábula sobre Cristo que en la Cena dio pan y vino a los apóstoles para que consiguieran la Vida eterna?
22. La doctrina cristiana conservada hasta hoy por los cuatro Evangelios tiene algunas contradicciones que no se digieren tan fácilmente como este pan y este vino. Pero sin embargo presenta hechos concluyentes que prueban que su fundador -en la hipótesis que haya existido- no era un hombre común sino evidentemente un Dios. La vivificación que siento demuestra que Cristo vivió realmente y que era hijo de Dios.
23. Quizás pueda encontrar al espíritu de Cristo en esta zona espiritual tan maravillosa. ¡Dios mío! Si fuera posible le pediría permiso para hacerles la vida imposible al Papa y a todos los cardenales para demostrarles quién es Cristo y quiénes son ellos. Tal vez no tuviera mucho efecto, pero mi alegría sería enorme si pudiera demostrar a estos evidentes anticristos que Él no es un mito como piensan, sino en verdad lo que Él afirmó de sí mismo. Ahora percibo un cuchicheo junto a mí y la luz se vuelve más intensa. ¡Me callaré para poder oír mejor».
1. Prestando atención al murmullo, el monje oye claramente las palabras: «Jesús, el Crucificado, es el Dios único de todos los Cielos y de todo lo que hay en el infinito. Es el Creador de todas las cosas, ángeles, criaturas, animales, flora y materia. Por su Amor eterno es el Padre, por su Sabiduría el Hijo, y por su Poder, Fuerza y Acción, el Espíritu santo.
2. Dirige tu corazón a Jesús verdadera y fielmente, ámale a Él que tanto te ama y te ha amado siempre, hasta el punto que por ti y por todas las criaturas aceptó la naturaleza humana, soportando una muerte atroz para proporcionaros la Vida eterna.
3. Sólo Él hizo posible y dio a todas las criaturas como un tesoro infinito la existencia eterna y enteramente bienaventurada. Sólo se necesita pedir este don bendito e inmenso y aceptarlo con gratitud, y el hombre, como otro Dios, será feliz para siempre en compañía de Dios.
4. Dios, nuestro Padre Jesús, es el puro Amor que a nadie juzga, pues desea hacer felices a todos. Al hombre sólo le hace falta querer lo que la Voluntad del Amor puro de Dios otorga, de lo contrario no podrá ser feliz. El Padre no impone obligaciones, menos aquí, en el reino de los espíritus, razón por la que cada cual recibe lo que desea. Por lo tanto se te dará lo que quieras.
5. Sin embargo no existe vida ni felicidad a no ser en el puro Amor divino. Quien haya asimilado ese santo Amor vivirá eternamente feliz».
6. El monje, lleno de admiración, se dice a sí mismo: «Esta nueva doctrina sobre Dios es extraña, pues no dice que sean tres personas distintas. En la Tierra esto sería la máxima herejía, en desacuerdo con la doctrina católica; sin embargo, encuentro esta doctrina muy natural y más verdadera que la romana. Lo que me sorprende mucho es que el espíritu que tan sabiamente me habló desde el éter, no haya mencionado ni a María santísima ni a los demás santos, recomendando que les pidiese socorro. El desconocido que me ha dado pan y vino también debe ser el autor de tales enseñanzas; sea como fuere, lo acepto.
7. Si el diablo hiciera suya esta explicación, alcanzaría la felicidad. ¡Alegraos cardenales, y tú, Papa! Pediré a Jesús que me permita trasguear en vuestros cerebros, pues el espíritu dice que todo se consigue dentro de la propia voluntad. Quiero perseguir a la curia romana y encenderles una luz que los haga estremecerse. Ahora, basta. Urge que me dirija a Jesús, el Señor. El resto seguirá después que le encuentre».
8. Digo a Roberto: «Tócale los ojos». Y en seguida el monje ve, admirado, las falanges de espíritus que me rodean aunque no conoce a ninguno. Su vista va de uno a otro y se comporta como si estuviera embriagado.
9. Después de un cierto tiempo llega a la conciencia plena y pregunta a Roberto tímidamente: «Amigo celestial, dime dónde estoy y si no es un atrevimiento te ruego que me aclares con quién tengo la honra y la gracia de hablar».
10. Roberto dice: «Estás en una esfera celestial y esta casa que te parece tan imponente y maravillosa es mi morada. Soy el espíritu bienaventurado de Roberto Blum al que bien conocías en la Tierra y esta hermosa criatura que está a mi lado es mi esposa eterna, dada por Dios. Di que impresión te produce todo esto y qué deseas».
11. El monje dice moviendo la cabeza: «¿Tú, Roberto Blum? ¿En el Cielo? ¿El mayor de los herejes en el Cielo? ¡No es posible! ¿Y este palacio tu casa? ¿Acaso hay esas cosas en el Cielo? Sólo está hecho de nubes en la que los habitantes celestiales flotan como ángeles, viendo a Dios de frente y exclamando constantemente: “¡Santo, santo, santo es el Señor, Dios Sebaot! ¡Llenos están Cielos y Tierra de su Gloria! ¡Sea la honra de Dios, del Padre y del Hijo, eternamente, amén!”. Aquí no hay ni sombra de eso, ¿cómo puede ser el Cielo? Quizás sea un Cielo neocatólico permitido por la Gracia divina hasta el día final para recompensaros por el bien que habéis hecho en vida. Después de ese día este Cielo se desvanecerá y se transformará en un infierno. ¡Dios quiera que me equivoque! Porque esta casa que dices que es tuya en verdad está construida sobre arena movediza y no sobre rocas. ¡Cuando las tempestades del día del juicio choquen contra sus paredes, quedará convertida en polvo!
12. Todo esto me parece falso. Dime: ¿dónde está Dios, el Señor, con todos sus ángeles y los demás santos?».
13. Roberto contesta: «Vuélvete a la derecha y verás a tu lado a Dios, el Señor Jesús; detrás de Él a los apóstoles y a continuación a los patriarcas, desde Adán».
14. El monje se vuelve tímidamente y reconoce en Mí a Jesús, el Crucificado, y a los apóstoles con sus distintivos en la ropa. Cae de rodillas inmediatamente y dice: «Señor, Dios, si eres quien aparentas, se misericordioso conmigo, pobre pecador».
15. Yo digo: «¡Tomás, levántate, ve y vive! ¡Soy el alfa y el omega, el primero y el último! ¿Por qué dudabas de Mí y de la realidad de mi Cielo?».
16. Responde Tomás: «Señor, preguntas como si fuera posible que yo te dijera algo que Tú no supieses. Mira mi corazón donde encontrarás las huellas que en él grabó tu mano derecha. Manifiestan tu grandiosidad, majestad y sublimidad eternas, únicos medios que me permiten sentirte, razón por la que no podía imaginarte de otra forma. Cualquier otra interpretación mezquina, como las que son tan corrientes en la Iglesia católica, nunca tuvo eco en mi corazón. Éste fue el motivo por el que nunca conseguí creer en la Divinidad de Jesús, el ungido, aunque no dudara que era posible. Naturalmente hubiera sido preciso que se manifestase de una manera clara, como en tiempo de los apóstoles. Pero, por motivos previstos por la Sabiduría divina, nunca ocurrió. Cristo, o sea, su Espíritu, permitió siempre que la Iglesia romana hiciese con Él lo que le pareciera, incluso especulaciones que ni soñó el paganismo más remoto.
17. ¿Qué espíritu conocedor de la teología católica, por corto que sea, admitirá como divinas tales enseñanzas? Yo mismo hice con hostias a millares de Cristos, para matarlo después y comerme la mayor parte. ¿Qué pensar de una doctrina basada en tales fundamentos? Cuántas veces pensé, dirigiéndome a la naturaleza después de haber celebrado la misa: ¿De modo que Aquél a quien esta mañana has elevado al Dios supremo en una hostia redonda de fécula y después te lo has comido “vivo”, es quién ha hecho todo esto? Señor: ¡eso era demasiado para un hombre honesto! Aunque ante los incautos hiciera bien y correctamente los oficios religiosos, nunca creí en esos símbolos porque las huellas de mi corazón y del universo entero me enseñaban otra cosa.
18. Permitiendo tales necedades y aberraciones sin revelar nunca enseñanzas contra ellas, el Cristo verdadero cayó en descrédito. Ahora creo en tu Divinidad irrefutable, porque eres tal y como fuiste y actuaste entre los mortales de la Tierra.
19. Es lo que veo escrito claramente en mi corazón, que es mi vida porque lo considero algo puramente divino en mi interior. Por ello digo, como pecador, con palabras sencillas, lo que ya debes saber: ¡Hágase tu santa Voluntad!».
20. Yo respondo: «Querido Tomás, lo que has dicho es verdad. Pero hablas injustamente acusándome de no haber transmitido nunca a la Iglesia católica revelaciones contrarias a sus enseñanzas. Mira tan sólo todas las sectas que se formaron, separándose de la romana, ¿acaso no son revelaciones palpables contra ella? Pero nada cambió... Aún así -por mi gran Amor- todavía no quería condenar al gran dragón. Además basta con que pienses en la enorme difusión del Verbo puro en todos los idiomas mediante la imprenta. ¡Poco efecto ha tenido hasta hoy porque, a causa de mi Amor, todavía no he querido condenar al dragón! Y fíjate también los nuevos profetas que he inspirado en todas las épocas, que aunque produjeron una fuerte impresión a ella no siguieron frutos. Pero, una vez más, no juzgué al dragón a causa de mi Amor. ¡Y no sólo esto! Recuerda las innumerables humillaciones que infligí por todas partes a la Iglesia católica. Tampoco consiguieron nada porque tampoco quise condenar al dragón, a causa de mi Amor.
21. A partir de ahora la Iglesia se verá en otras condiciones. Su poder mundano será fuertemente sacudido y por todos lados serán permitidas manifestaciones libres contra ella. Si no tiene en cuenta esos hechos, el dragón será condenado por mi paciencia ultrajada en demasía.
22. Con esto pienso que ya estás instruido respecto a una supuesta indiferencia mía respecto a la Iglesia católica. Ahora únete a Mí y acompáñanos a casa donde nos espera una cena».
23. Tomás responde: «¡Oh, Señor, eterno salvador de todas las almas y espíritus enfermos, nunca tendré méritos para compartir una cena que preparaste personalmente para siervos tuyos más dignos. Sería una Gracia inmerecida para mí, gran pecador por los actos condenables realizados contra Ti y tus hermanos en la Tierra. Iré hasta allí pero no participaré, pues fácilmente podría caberme la misma suerte que a Judas Iscariote».
1. Yo digo: «Mi querido Tomás, todavía eres un poco necio. Nunca invité a Judas a untar el pan en el mismo plato que Yo, pues Yo sabía que eso serviría para que se condenara porque era indigno de compartir conmigo el Pan de la Vida. Si te convido a ti es porque no encontré indignidad en tu interior, así que puedes hacer sin temor lo que te pido. Además, en el reino espiritual termina cualquier tipo de consideración jurídica, puesto que toda acción implica su consecuencia inevitable. Así que los juicios se vuelven innecesarios porque cada espíritu es su propio juez. En el futuro no has de temer influencias extrañas, pues todo emanará de tu propia voluntad, único móvil de todo.
2. Ven y deja de lado los escrúpulos, pues es de esperar que no hayas cometido actos que te lleven al sufrimiento. Si acaso pasas hambre y sed tendrás voluntad de calmarlas. Si no quieres satisfacer esos deseos habrás de soportar sus efectos. ¿Querrías entrar en un horno? Claro que no, pues ello te produciría un dolor tremendo. Tampoco cogerías látigos para azotar tu cuerpo, pues eres consciente de que eso te haría sufrir.
3. Lo que no quieras para ti mismo no lo quieras tampoco para el prójimo, a causa del amor de tu corazón que sabe que todo sufrimiento tuyo también lo es de los hermanos. Y ello porque el orden del reino de los espíritus está constituido desde la eternidad de tal manera que todo lo que se hace con otro, bueno o malo, vuelve al autor con la misma intensidad, hecho común hasta incluso en la materia.
4. Por estos ejemplos te habrás enterado de las condiciones de aquí; así que no se te remueva la conciencia si conforme a mis sugerencias hace aquello que redunde en tu mayor provecho.
5. Soy omnipotente y podría obligarte a ir por donde Yo quisiera. Pero no te obligo al bien con mi Omnipotencia sino con una enseñanza comprensible con la que tu corazón, inteligencia y voluntad sólo se fortificarán y nunca podrán debilitarse. Mucho menos te llevaría con mi Poder a algo malo. Así que comprenderás que nada respeto tanto como la voluntad enteramente libre del hombre. Puedes decidirte a hacer libremente lo que, sin menguar en nada tu voluntad, pido como Dios, Creador y Padre lleno de Amor».
6. Tomás dice: «¡Padre santísimo y amoroso! Mi corazón que te ama por encima de todo no tiene otro deseo. Tu Voluntad será para mí la ley más sagrada. ¡Qué maravillosa, buena y sabia es! ¿Qué corazón sería capaz de oponerse a ella? ¡Qué feliz soy de poder acompañarte! ¡La casa bendita donde Dios entra! ¿Quién podría cantar las alabanzas de la gran Cena en el lar celestial, preparada por el propio Señor para todos aquellos que escogió como hijos suyos? Queridos hermanos míos, reunidos aquí en tan gran número, decidlo en alta voz para que el infinito se estremezca de veneración. Sentid en toda su hondura de que este maestro y guía nuestro es el mismo Dios. Estamos con Él, el gran creador de la eternidad y el infinito, el Padre. ¿Os dais cuenta de quién es realmente quien nos lleva a su casa?».
7. Mientras caminamos hacia ella Yo digo: «¡Muy bien, Tomás, hijo mío! Me alegra que permitas que se desaten en tu corazón sentimientos dignos de mi Amor, semejantes a los pensamientos flamígeros de querubines y serafines, portadores de mi Voluntad. Aunque estos pensamientos sean muy sublimes y su grandiosidad escape a muchos espíritus, prefiero que mis hijos me llamen “Padre” de todo corazón a que los ángeles más sublimes entonen en mi honor alabanzas de sabiduría profundísima hasta desplomarse exhaustos cuando llegan a la conclusión de que sus pensamientos más sublimes y llameantes no son capaces ni de tocar la orla de mi vestido. ¡Vosotros, hijitos míos, podéis brincar con mi corazón y mis pensamientos, morar conmigo y saborear en mi mesa el pan de la Vida verdadera!
8. Los que cantan mi Inmensidad, Poder y Fuerza, y alaban al Dios eternamente infinito, están fuera de Mí y me contemplan de manera parecida a como miráis el cielo estrellado desde la Tierra, alabándolo con todo respeto sin saber realmente lo que es. Pero quienes me dicen “¡Querido Padre! ¡Hermano divino!”, están junto a Mí e incluso dentro de Mí. Alaban a su Padre real como verdaderos hijos y consideran mi Grandeza, Poder y Fuerza, no desde una distancia de la que nos separa un gran abismo, sino estando en las mismas estrellas junto al Padre, en pleno gozo de la realidad sagrada nunca soñada por los salmistas.
9. ¿Te das cuenta de la enorme diferencia? Así eres más feliz que antes. Dentro de poco verás y gozarás a mi lado de obras colosales plenas de milagros. Si entonces preguntaras: “¿Quién, realmente, puede percibir con suficiente profundidad qué es Dios?”, mis hijos se burlarían de ti diciendo: “¡Qué frágil e infantil eres, Tomás! ¿Qué tonterías dices? ¿Quién podría jamás percibir y sentir con suficiente profundidad qué es Dios en sí? ¿Cómo lo finito podría abarcar a lo infinito? ¡Todo eso son ilusiones! Dios es nuestro Padre, ámale por encima de todo, Él está con nosotros, guiándonos, y vemos cuan infinitamente bueno y amoroso es. Esto vale más que pretender analizarle totalmente. ¿Qué tiene más mérito? ¿Profundizar en elevadas conjeturas sin ver las necesidades del prójimo o ceder los pensamientos sublimes al Padre santo y volverse útil a los pobres hermanos? Dejemos la grandiosidad a los grandes y continuemos en el amor como pequeños, sin elevarnos a esferas que no nos caben”.
10. Así hablarían contigo, querido Tomás, todos esos hermanos y estarías obligado a darles la razón. Permanezcamos juntos pues para ver el cielo no hacen falta ojos igual de grandes. ¿Comprendes? Ahora vamos a la cena pues ya estamos en el gran salón en el que se encuentran las mesas».
1. El monje se admira de encontrarse en el gran refectorio con todos los demás huéspedes y ante una mesa bien puesta en forma de cruz.
2. Conteniendo su estupefacción, dice: «¡Señor, Padre querido! ¡Que grandiosidad y deslumbramiento embellecen el refectorio! En él cabría la población de todo el orbe. Esas filas de columnas cuyo fin no se ve son realmente celestiales. Los adornos que embellecen la majestuosa cúpula y las galerías brillan como el Sol. Las ventanas que proporcionan una iluminación multicolor y el suelo de oro macizo hacen que todas las fibras de mi ser se estremezcan de veneración. ¿Quién habrá sido el constructor? Te pregunto como un tonto, pues Tú eres el maestro eterno de todas las obras, el constructor único de edificaciones maravillosas. Ni el más brillante de los querubines creado por tu Sabiduría podría alabarte y amarte adecuadamente durante toda la eternidad, mucho menos yo, gusano de la Tierra. Este aspecto embrujador supera la fantasía del arcángel más sublime.
3. En tiempos remotos hubo un sabio que, conmovido por tu Bondad infinita exclamó: “Padre, ¡modera tus Bendiciones! Tratándose del castigo de una criatura, siempre empleas medidas muy justas y bien definidas. Pero cuando mejora, la colmas con Bendiciones que no tienen fin... Las dimensiones de tu Bondad, tu Amor, tu Misericordia y tu Condescendencia son demasiado para un espíritu débil”. Lo mismo digo yo: ¡todo esto es demasiado para mí!».
4. Digo Yo: «Pero no metas mucho ruido por eso... ¿Acaso te parece que para Mí es algo extraordinario hacer surgir una casa a la medida del corazón de aquél a quien se la di? Todo esto corresponde al corazón de nuestro amigo Roberto, tan desgraciado en la Tierra, y no expresa ni de lejos la suntuosidad de su interior. En el futuro, cuando puedas dejar que tu imaginación se desborde, verás cosas todavía más extraordinarias. Ahora sentémonos todos a la mesa».
5. Tomás, echando una ojeada furtiva a la primera sala, cuya puerta estaba abierta, dice: «¿Oh Señor, Padre amoroso y santo! ¡Mira que miseria! ¡Cuántas almas desgraciadas! ¿No sería posible socorrerlas de igual modo? Casi todas son mejores que yo, razón por la cual me expulsaron como elemento pernicioso, cosa que les he perdonado de corazón. Perdónales Tú también y permite que compartan de esta cena confortante».
6. Digo Yo: «Queridísimo Tomás, si empiezas a abordarme con tales asuntos de tu corazón, pronto tendrás que pedir: “Padre, modera tus Bendiciones”, pues con este deseo íntimo tuyo pagaste de una sola vez todas tus deudas conmigo. Por ello recibirás un vestido resplandeciente y el sombrero de la sabiduría, luminoso como el sol». Y, dirigiéndome a Roberto continúo: «En dirección a mediodía verás un armario nuevo y grande de oro puro. Coge un vestido y un sombrero; son los hábitos adecuados para quienes equilibran en su interior amor y sabiduría».
7. Solícito, Roberto trae un vestido todavía más resplandeciente que el de Helena, y un sombrero redondo de forma cardenalicia que, para pasmo de todos, emite una fuerte luz.
8. Viendo su nueva indumentaria, Tomás exclama trémulo de alegría: «¡Padre, querido Padre! ¿Esto debe vestir a un ser pecaminoso? ¡Dios mío, Jesús querido! ¡No, no! ¿Ponerme yo esto?».
9. Yo digo: «Debes vestirte así a causa de tu corazón, que mucho me agrada. Aprisa, que tienes muchas otras tareas que cumplir». Él coge el vestido y el sombrero que le caen tan bien como si se los hubieran hecho a medida, causando gran asombro.
10. Entonces le digo: «Hermano mío, eres perfecto y estás pleno de mi Gracia, Amor y Sabiduría. La cena está preparada y no nos faltan huéspedes dignos. Pero como antes ya dijiste, en la antesala hay casi tres mil espíritus, muy pobres todavía, bajo la protección de un militar conocido tuyo. Tiene un corazón bueno y comprensivo y su palabra es de gran efecto entre sus protegidos. Que te acompañe Dismas, amigo del general en Viena, e intenta conquistarle para Mí, dentro de su libre voluntad, y después, con su ayuda, a todos los demás. En cuanto hayas cumplido esta primera misión en el Reino de la Vida real, recibirás otra mayor; pues te digo que en mi Reino existen oficios y empleos importantes y variados. Ve ligero, que Dismas será para ti un auxiliar muy útil».
11. Tomas responde: «¡Oh Padre bondadoso y santo! Si te preocupas por la oveja y el talento perdido, ¿cuál no será tu dedicación hacia el hijo extraviado? La honra, el amor y la adoración eternas serán siempre Tuyos!».
1. Después de estas palabras, Tomás coge a Dismas de la mano y ambos se dirigen hacia la sala en la que se encuentra el general.
2. Este se queda boquiabierto cuando ve al monje con su vestido de luz y con una expresión tan simpática. Le tiende la mano inmediatamente y dice: «¡Sed bienvenidos, caros amigos! ¿Qué te ha sucedido Tomás? Cuando la multitud te expulsó de entre nosotros a causa del fracasado Padrenuestro, de la misa y de otras cosas que no vale la pena mencionar, eras negro como un africano, y ahora eres luminoso como un Sol. ¿Cómo es esto? ¿Acaso han sido los efectos de la misa en latín? Explícame cual ha sido el camino que te ha proporcionado una gloria semejante».
3. Tomás responde: «Querido amigo. Si prometes creer lo que te diga, y también esta multitud, encontraréis el mismo suelo que pisamos ahora yo y nuestro amigo Dismas».
4. El general responde: «Por vuestra irradiación veo que estáis en el suelo de la Verdad, pues la mentira no irradia luz porque es vana y fútil. Así que creeré todo lo que me digas. Daos prisa que ansío oíros».
5. Tomás prosigue: «Escucha pues. Jesús, el Crucificado, no sólo es el Hijo del Dios omnipotente y vivo, sino Él mismo, en toda la plenitud de la Fuerza y el Poder originales. Sólo en Él y por Él se encuentra la Salvación y la Vida eternas. Dirígete a Él con todos los que te acompañan y seréis socorridos en el mismo instante. A este hermano y a mí nos ayudó sin tener en cuenta nuestros actos porque es infinitamente bueno y misericordioso. A cada uno le da lo que desea su corazón. Quien sea de buena voluntad, ciertamente recibirá el Bien. Con esto ya lo sabes todo y puedes hacer lo que quieras. Tu propia voluntad será tu juez».
6. El general pregunta: «¿Qué dices de esto, Dismas?».
7. Dismas responde: «Estoy de acuerdo con Tomás, es la pura verdad». El general agrega: «Me bastan dos testigos como vosotros. Sin embargo permitidme que dirija unas palabras a la multitud». Volviéndose hacia los demás, prosigue: «Prestad atención a lo que os digo. Desde nuestra venida habéis sentido como yo la desesperación que se apoderó de nosotros. Pedimos socorro pero nadie se presentó. Gemimos y lloramos pero no vino consolador alguno. Pedimos y nada encontramos. Hasta proferimos maldiciones sin que tampoco ningún abismo nos tragara. Finalmente empezamos a rezar lo mejor que sabíamos, pues nunca habíamos aprendido. Pero ni esto fue tenido en cuenta. En resumen: sólo nos quedó la desesperación. Intenté consolaros como pude, pero de nada sirvió porque el consolador era más desgraciado que vosotros.
9. Ante la inminencia de que perdiéramos todo valor y esperanza, la Divinidad -olvidada por nosotros hace mucho- nos ha enviado dos salvadores muy conocidos. Nos anuncian la Salvación próxima, creyendo simplemente en la Divinidad de Jesús el Crucificado. ¿Qué nos impide aceptar lo que nos revelan estos amigos, si con Dios no perdemos nada? ¡Un sufrimiento mayor que el nuestro no es posible! Si aceptamos plenamente tenemos la esperanza segura de que mejorará nuestro destino.
10. Reflexionad sobre lo que os digo y actuad de acuerdo con ello. El cura que expulsamos es quien hace este acto amistoso. Es quien menos mentirá porque ha compartido mucho tiempo nuestra mala suerte y, en su felicidad actual, siente compasión por nosotros. Así que Jesús Cristo es el premio de nuestros corazones. Si no nos ayuda estaremos perdidos».
11. La multitud entera exclama al unísono: «¡Compartimos tu opinión, general! ¡Que Jesús Cristo sea nuestro Salvador!».
12. El general dice a Tomás: «Amigo, perdona si paso a tratarte como hermano y no como militar. Pues aquí terminan todas las honras del mundo. ¿Has visto qué rápidamente esta multitud ha aceptado completamente a Jesús? ¿Qué más nos falta para volvernos dignos de Jesús, el Señor?».
13. Tomás responde: «Escrito está que quien cree en el Hijo de Dios, sin dudar que es el mismo Dios que transmite la Vida, será bienaventurado. Todos vosotros lo creéis; por eso seréis bienaventurados a través de su Gracia. Lo que os falta es justamente amor hacia Él. ¡Abridle vuestro corazón! Dejad que arda de amor por Él y os digo, mil veces si fuera necesario, que Él vendrá a vuestro encuentro para recibiros y guiaros. Su Bondad, Amor y Misericordia son infinitos».
14. El general dice: «Amigo, nuestras palabras son rudas y secas, pero sin embargo salen de corazones verdaderamente honestos. Te aseguro que tienen más fervor hacia la persona de Cristo que muchos cristianos, esmerados en la expresión pero sin la misma sinceridad. Nuestra educación no es primorosa, sólo decimos lo que sentimos. Pienso que esto no desagradará al Señor. Así que te digo que nuestro amor a Jesús no será menos fuerte que nuestra fe en su persona. ¿Qué más necesitamos?».
15. Dismas responde: «¡Nada! Comunica a la multitud que mire a la puerta que da a la Sala de Vida. Allí se encuentra Él con los brazos abiertos para recibiros en el gran Reino de la Gracia y la Misericordia».
16. El general se vuelve rápidamente hacia la puerta, en la que me ve y me reconoce prontamente. Conmovido hasta las lágrimas, exclama como un soldado: «Venerabilísimo Señor de los Cielos y la Tierra, ¡con qué simplicidad te acercas a los miserables! Hermanos, alzad vuestros ojos y ved al Señor, Jesús, que murió por nosotros en la cruz. Al mayor héroe, que resucitó al tercer día después de muerto, en pleno Poder, como vencedor de todos. ¡Miradle y adoradle!». A continuación añade: «¡Santo Padre que desde el Cielo vienes a nosotros, pecadores, bendito y santificado sea tu nombre! ¡Perdona nuestros pecados y no nos castigues por nuestras malas acciones sino danos tu Gracia, a medida de tu Misericordia, en vez de condenarnos! ¡A Ti, Señor, todo nuestro amor, honra y gloria!».
1. Ante esas palabras del general todos dirigen sus miradas hacia la gran puerta de la sala y, al verme, caen de rodillas, orando y alabándome en la medida de su completa ausencia de educación psíquica, pues sus almas sirven de morada a espíritus incorruptos, manifestando en este estado más sentimientos que pensamientos. Los dejo un tiempo en esta elevación espiritual para que recobren su equilibrio.
2. Mientras tanto llamo al general que intenta disculparse de su indignidad para aproximarse a Mí. Entonces le recuerdo el caso de Zaqueo, en el Evangelio, gran pecador, pero cuya casa visité para compartir su mesa.
3. Animado, el general se dirige a Mí diciendo: «Señor, perdóname a mí y a los demás el gran atrevimiento de acercarnos a la santidad de tu rostro, pero ¿qué culpa tenemos de que sea tan ínfima nuestra posición ante Ti, el Creador? Es una bienaventuranza increíble que una criatura surgida de la Tierra pueda alcanzar tras la muerte la felicidad de mirarte, un hecho que jamás admití. ¿Qué más podría desear? ¡Qué éxtasis sublime inunda mi ser al conseguir verte y oír la poderosa voz de Dios!
4. ¡Cuántas veces me pregunté en la Tierra si existirá Dios! Y si así fuera ¿dónde está y cómo es? ¿Será Jesús, el maestro de los judíos, lo que afirma la leyenda? ¿Podría un hombre como nosotros ser Dios, el Ser supremo que llenó el infinito con miríadas de seres de toda especie, que da la luz al Sol, que contiene los mares en sus lechos, manda a los elementos y determina la órbita remota de las estrellas? Nunca mi alma recibió respuesta satisfactoria a preguntas tan importantes cuyo eco se desvaneció en el éter. El Cielo continuaba cerrado y en vano el mortal preguntaba por el Padre eterno. Sólo los propios mortales intentaban proporcionarme otra comprensión de la Divinidad, contándome tus milagros que sonaban a cuentos de hadas. Eran débiles para dar a mi espíritu inquieto lo que deseaba. En suma, busqué sin encontrar nada. Pregunté y no recibí respuesta. Llamé a muchas puertas, pero no hubo quien dijera: Entra, amigo, aquí encontrarás lo que anhelas.
5. Así perdí toda fe en Dios. Todo se volvió sólo obra del azar mediante las fuerzas mudas de la naturaleza. Este pensamiento me atrajo al torbellino de los sucesos del mundo en los que hallé la muerte que, inesperadamente, me abrió la puerta de esta vida. Aquí estoy, percibo otra existencia y también te veo, dador de mi vida. ¡Qué felicidad inmensa! Se acabaron las preguntas sin fin, pues Tú eres la respuesta. Gratitud eterna, Señor, por haberte acordado de un gusano de la Tierra».
6. Digo Yo: «¡Querido Teobaldo! Las relaciones de la vida terrena son diferentes de las de este mundo espiritual y eternamente inmutable. Y tienen que ser así para que hagan surgir esta existencia verdadera y perfecta. Toda persona encarnada está destinada a abrir camino ya en la Tierra, cumpliendo fielmente mi Verbo contenido en los cuatro Evangelios, para asegurarse esta vida perfecta. Pero en virtud del libre arbitrio que les da el derecho de volverse espíritus libres, ocurre no pocas veces que las criaturas sofocan sus oídos con la voz tentadora del mundo y ciegan sus ojos con el brillo traicionero del oro.
7. Estas criaturas difícilmente, o nunca, realizan en el mundo aquello que les fue prescrito; se instalan por el contrario precisamente en donde no deberían: amor propio, egoísmo, dominio, avaricia, codicia, envidia, intemperancia, voluptuosidad, impudicia y adulterio. Estas tendencias destruyen la vida en vez de acrecentarla de manera que, tras el desprendimiento, viene a suceder lo que te ha sucedido a ti y a tu grupo. Por ello deben permanecer en la miseria completa para que su existencia en este aislamiento estéril pueda hilarse de nuevo. Una vez logrado, como ocurre con vosotros, se presenta el socorro necesario, aunque no impuesto, sino a medida del deseo individual.
8. Fue por ello por lo que mi enviado Tomás te dijo que únicamente tu voluntad individual sería el juez y el dador de aquello que deseas, bueno o malo. Tu petición dirigida al Bien, esto es, a Mí, es ante ti lo que tu corazón quería verdadera y sinceramente. A partir de ahora te será transmitida mi Voluntad. En cuanto la aceptes como tuya propia vivirás una existencia plenamente dichosa. Di esto a la multitud».
9. El general lo hace e inmediatamente todos lo aceptan y se someten a sus peticiones. En seguida vuelve hacia mí diciendo: «¡Señor, Padre, Jesús, Dios eterno! Se ha hecho lo que nos has exigido a todos y te pedimos que manifiestes tu Voluntad, pues te aseguramos que todo lo cumpliremos sin cambiar una coma».
10. Yo digo: «Muy bien. Me alegra oír que todos están de acuerdo. Ahora conviene que penséis si sois capaces de recibir en vuestros corazones todo lo que quiero para que, más tarde, estéis de acuerdo en realizarlo».
11. Objeta Teobaldo: «Señor, ¿quién mejor que Tú podría conocer las inclinaciones de cada cual? Así que todo te lo entregamos, pues ciertamente no nos cargarás más allá de nuestras fuerzas. No pensaremos sino en la Gracia de poder recibir tu santa Voluntad en nuestros corazones todavía impuros. En modo alguno deseamos poner nuestras manos pecadoras, como Judas, en el inmenso santuario de tu Voluntad viva, corriendo el riesgo de encontrar fácilmente la muerte eterna. Pienso que antes de que escuchemos tu determinación, necesitaremos una purificación completa».
12. Digo: «¡Mis queridos hijos! Confieso que aunque todavía casi todos seáis hijos del mundo, sois mucho más prudentes que los hijos de la Luz. Así quedáis exentos de muchas pruebas que de otra manera serían imprescindibles. Teniendo corazones tan prudentes y permitiendo que en vuestra alma germine tanto amor y tanta confianza en Mí, os serán perdonadas muchas faltas. Alegraos sin embargo de no haber sido dictadores en la Tierra, pues estos me verán de manera muy distinta. Levantaos y escuchad lo que tengo que deciros:
13. El más grande de vosotros debe ser vuestro siervo, y el amor recíproco y verdadero vuestra ley común. Tomás y Dismas, cuyas palabras debéis considerar como Mías, serán vuestros maestros; aplicándolas podréis entrar en mi Reino. Amadlos como a vuestros amigos y hermanos más íntimos, pues les he mandado llevaros al camino verdadero del Reino de la Vida eterna. Además, os suministrarán todo lo que ahora necesitáis».
1. Tras estas palabras llego a la puerta y ordeno a Roberto que, ayudado por las antiguas bailarinas, entregue a los dos maestros pan y vino en cantidades suficientes, correspondiéndole a Tomás y Dismas repartirlos entre los nuevos huéspedes. Cuando estos los reciben sólo se escuchan exclamaciones de gratitud y alabanza por todas partes. A una señal Mía, los dos amigos vuelven a la segunda sala donde ya estamos cenando.
2. Mientras tanto los otros no cesan de admirarse de la prontitud con la que todos habían sido servidos, y un amigo del general Teobaldo le pregunta: «Mi estimado, ¿qué impresión tiene vuecencia -quiero decir tú porque aquí todos somos iguales- ante el hecho de que siendo más de tres mil hayamos podido ser atendidos tan rápidamente? Cuando vi al temido Blum con algunas docenas de muchachas tremendamente guapas trayendo unas pocas botellas de vino y algunos panes, pensé, sobre todo porque los dos amigos realizaron solos el reparto: cuando acaben de repartir, los primeros tendrán otra vez hambre y sed. Pero no... Como por arte de magia cada cual tuvo instantáneamente en sus manos un cáliz lleno de vino y un gran pedazo de pan. ¡Y no sobró nada de las provisiones! ¿Cómo es esto posible?».
3. El general responde: «Querido amigo Johann von Kernbeiss -por usar tu nombre terrenal-, ¡preguntas demasiado! Basta con que pienses en la Sabiduría y Omnipotencia divina para que lo comprendas todo. ¿Acaso comprendes todo lo que viste y pasaste en la Tierra? ¿Quién te proporcionaba la respiración? ¿Quién hacía que tu corazón latiese? ¿Quién fermentaba los alimentos en tu estómago? ¿Quién te hacía crecer? ¿Cuál fue el maestro que hizo tus ojos y oídos, y cuáles fueron los medios que usó para tan gran cosa? De tales milagros los hay en la vida por millares pero, acostumbrados a ellos desde la infancia, no nos impresionaban.
4. Aquí, libres de la incómoda materia y con nuestra capacidad pensante pudiendo ejercer libremente sus funciones, todo ello nos maravilla a medida que somos capaces de percibir rápidamente lo realmente milagroso. Rompernos la cabeza para averiguar matemáticamente la posibilidad de cosas semejantes sería una tontería. Si fuera necesario para nuestra salvación, nos lo explicarían nuestros maestros; de lo contrario basta con que sepamos que para Dios todo es posible. Personalmente pienso que los milagros son insondables.
5. Mira como este dedo mío se mueve en todas direcciones, ¿no es un milagro? ¿Quién se tomaría el trabajo de analizarlo? Basta con que Dios lo haya hecho así. El resto es curiosidad. Más vale que demos las gracias al Dador omnipotente y bondadoso, volviéndonos así más agradables a sus ojos, que analizarlo con la sabiduría de todos los ángeles».
6. Johann remacha: «Tienes toda la razón, sin embargo el caso es sorprendente». El general dice: «Ningún ángel podrá cuestionarlo; no es tarea nuestra investigarlo sino simplemente apreciarlo con gratitud».
7. El otro responde: «No pareces ser un apologista del progreso espiritual». Contesta el militar: «Mucho te equivocas, pues nada me entusiasma tanto como la perfección espiritual. Pero soy contrario a semejantes aspiraciones del espíritu que, por el momento, no corresponden a su esfera. Espera la vuelta de nuestros maestros que te orientarán mejor que yo. Si te hablara más allá de mis conocimientos sería un vanidoso y un mentiroso que pretende ser el más inteligente.
8. ¡Ahí vienen! Dismas modesto y sin brillo; Tomás la verdadera irradiación de un Sol. Si estás de acuerdo te presentaré a ellos como un investigador apasionado de la Sabiduría divina».
9. Johann protesta: «¡Por favor, no lo hagas! Este asunto debe quedar entre nosotros y no divulgarse a toda la asamblea celestial. Estoy de acuerdo contigo y no deseo nada más».
10. Tomás y Dismas se acercan y son recibidos amablemente por Teobaldo y su amigo Johann que, en nombre de todos, manifiesta una gratitud conmovedora al Señor de Gloria por el tan reconfortante alimento. Johann subraya especialmente la manera rápida cómo se produjo el hecho.
11. El monje Tomás le devuelve las gracias porque debe su actual perfeccionamiento no sólo al Señor, sino también a la enérgica amonestación del general y al servicio que le prestó la multitud al expulsarle por su gran necedad. Johann objeta: «Caro mío, no hables más de esto, pues fui uno de los que te pusieron en la calle. Desgraciadamente no se puede deshacer lo hecho, pero ya me he arrepentido mil veces. La criatura, material o espiritual, a veces es arrastrada por su temperamento a casi olvidar a sus semejantes. No debería ser así pero ocurre incluso entre personas bondadosas. Pienso que si intentaran corregir recíprocamente sus faltas, pidiendo perdón y tendiendo sus manos para una unión eterna, nuestro Padre en el Cielo lo aprobaría».
12. Tomás agrega: «¡Naturalmente! En cuanto estén en orden entre sí también lo estarán ante Dios. Él sólo quiere que las criaturas se amen como verdaderos hermanos sin que ninguno se ponga por encima de otro, haciéndose juez de sus actos. Nosotros dos nunca tuvimos disputas así que nada tenemos que perdonarnos. El que hayas participado en mi expulsión en este mundo espiritual no cambia nuestra antigua amistad porque me prestaste un gran servicio. Sin él quizás todavía seguiría obstinado en mi necedad religiosa y os aborrecería, mientras que ahora seré capaz de corregir mis errores por la Gracia de Dios, y realizar así el deseo de mi corazón.
13. En la Tierra dije muchas estupideces, de manera que quizás alguno de vosotros esté ahora mal por culpa de ellas. Procuraré corregirlo con enseñanzas buenas según mi capacidad. Pido auxilio para vosotros y para mí a Aquél que me dio este oficio tan celestial.
14. Su Gracia me concedió la capacidad de poder ver los acontecimientos de la Tierra, especialmente los de nuestra patria. En breve también os informarán de ello los espíritus que aquí lleguen. Os digo lo que veo, revelado por el Señor: los grandes se saciarán con la sangre de los hermanos haciéndose fuertes y gordos. En vez de dar las gracias al Padre por las victorias sobre supuestos enemigos, no saben qué hacer con tanto orgullo, altivez, arrogancia y venganza. Satanás, viendo estas inclinaciones, les facilita el infierno completo en el marco de la política mundial y ellos lo aplican y comercian dentro de sus principios.
15. ¡No juzguéis si no queréis ser juzgados y no condenéis si no queréis ser condenados! ¡Sed misericordiosos y encontraréis misericordia! Estas son las advertencias y las leyes de Dios dadas a los hombres de esta Tierra; pero los grandes no las respetan, sino que hacen con los hermanos lo que juzguen conveniente. Como tienen poderes mundanos critican, juzgan, condenan y matan arbitrariamente. Dentro de poco vendrán aquí algunos, cruelmente asesinados, y os tocará recibirlos, confortarlos y calmarlos, realizando así vuestra primera obra celestial».
1. No bien Tomás termina sus enseñanzas, se escuchan fuera gritos de desesperación y dolor. Tomás llama la atención de los asistentes diciendo: «¡Aquí está la falange que mencioné! Parece que sufre la mayor aflicción. Conviene que no perdamos el sentido de sus palabras, así que ¡silencio!, que ya invaden el jardín. Delante, tropezando como si estuviera ebrio, camina un hombre de aspecto sombrío que lleva una blusa de terciopelo negro y un birrete azul en la cabeza. Treinta personas le siguen de cerca; detrás de ellas se ve algo que parecen llamas. ¡Qué cuadro horrendo!».
2. En esto, el jefe del grupo se queda plantado y dice: «¡Henos aquí en la mayor desesperación y miseria! ¡Mi pobre esposa! Tu sombra, en forma de llamas vengadoras, en vano sigue al compañero asesinado. El infierno entero conspiró contra mí y su garra mortífera me alcanzó para nunca más soltarme. Queridos amigos: clamáis inútilmente en este mundo tenebroso. Ignoro cuánto hace que huimos, gritamos y lloramos sin que venga a nosotros consuelo ni ayuda. ¡No existe Dios ni venganza contra nuestros asesinos! Pues si Dios existiese no permitiría crueldades semejantes en la Tierra diabólica.
3. ¿Qué hemos hecho para merecer la muerte? Sólo pedíamos lo que el emperador nos prometió; como no estuvimos de acuerdo en renunciar a los privilegios según la orden imperial y preguntamos por las razones de ella, nos declararon rebeldes y traidores. Reaccionamos ideológica y materialmente y no hubiéramos sido vencidos a no ser por el poderío de los dos regentes que usaron todos los medios a su alcance. Ante la garantía rusa de amnistía nos entregamos, y he aquí que nos asesinan como si fuéramos criminales.
4. ¡Maldita Tierra con todas sus criaturas y maravillas! Quien en este territorio de Satanás consigue suficiente dinero y poder, y es suficientemente cruel, también tiene la ley de su parte. Puede hacer fusilar a los que su despotismo no considera necesarios a la humanidad y sabe muy bien cómo preparar el terreno para conseguir su bienestar a costa de las masas populares. Si nosotros hubiéramos actuado así, la propia ley estaría ahora de nuestra parte; pero ellos se nos adelantaron.
5. Si Dios existiese los ajusticiaría. Pero como la Divinidad no existe, son libres y pueden actuar a su antojo. Sólo el rico es poderoso y tiene derecho a la vida y a los bienes, mientras que el pobre es pecador desde todos los puntos de vista y, por su impotencia, tiene que soportar castigos y no consigue lo que considera justo. ¿Todavía creéis en Dios y la venganza?».
6. Todos los demás gritan. «¡No, no, de ninguna manera! Pero hay un infierno, ¡y eso en la misma Tierra! Si existiera un Dios, ¡debería haber condenado ya a toda la Tierra! ¡Pero como no hay ningún Dios, la Tierra sigue siendo un trono del infierno!».
7. Dice uno de los recién llegados: «Señor conde, estoy de acuerdo con Vd. salvo en sus opiniones sobre Dios; hemos de concluir que Él, o sea el Principio creador, no se preocupa del barullo terrestre. Las revoluciones y guerras de los hombres son para Dios mucho menos que una pelea de gusanos para el emperador de la China.
8. Realmente los ladrones, salteadores y asesinos son las personas más despabiladas de la Tierra, pues saben medir el valor de las cosas, de las criaturas y sus vidas, porque saben que para Dios nada significan millones de hombres. Así que dejemos de ser tan necios como fuimos hasta ahora. ¡Confabulémonos para asesinar a todo aquél que se nos ponga delante!».
9. Un tercero objeta: «Pienso que deberíamos tener alguna consideración con las personas que posiblemente nos aborden, por ejemplo, nuestros padres, hermanos, mujer e hijos y algunos buenos amigos».
10. El segundo dice: «¿Cómo? Esa consideración no sería sino cobardía ante otros a los que dejaríamos vivir a causa del honor o de un beneficio cualquiera. ¿Los padres? Escarnio del infierno, ya que son los primeros tiranos de los hijos. ¿La mujer? Si es joven y seductora podemos perdonarla; una vez vieja y fea no merece piedad, pues ya no es fuente de placer. Los hijos pueden soportarse si son muñecos educados, aunque yo tengo por sabios a los pueblos que matan y se comen a los retoños más cebados porque su carne es mejor que la de los delgados. Sin embargo, una vez que crecen no debe tenerse consideración alguna con semejantes sanguijuelas de los progenitores. Aquí donde no hay posibilidades de procrear y apenas tenemos contacto con los hijos ya generados, no hay que tener consideraciones. Los hermanos y los amigos ya son incómodos en la Tierra y aquí todavía lo serían más. ¡No tengamos la menor piedad con ellos! Si las criaturas de la Tierra pensaran como yo, el primogénito sabría librarse de ellos en cuanto llegara a tener la conciencia y la fuerza necesarias. Como no es así, todos los hombres resultan tan estúpidos como los animales, excluyendo algunos embaucadores refinados. ¡Ninguna consideración con nadie!».
1. Dice el conde: «Tu falta de escrúpulos es excesiva porque te condenas a ti mismo. ¿Estarías satisfecho si, según tu opinión, alguien pretendiera librarse de ti?». Dice el despiadado: «Lo dicho vale para todos y si mi muerte le beneficiara a alguien le llamaría asno si no actuara en tal sentido».
2. El conde pregunta: «¿Quieres decir que no tendrías consideraciones conmigo?». Dice el despiadado: «¡Si me beneficia, claro que no! Ya que el señor conde ha dado la razón a los asesinos que se han librado de nosotros, ¿acaso puede ser injusto que yo piense y sienta como Vd. mismo?».
3. El conde reacciona: «¿Pretendes tenderme una trampa? No lo conseguirás, pues sé lo que tengo que hacer».
4. El otro provoca: «¿Qué querrá y qué podrá hacer? Le digo francamente que ahora Vd. no puede hacer ni más ni menos que el último día en la Tierra cuando tanto Vd. como yo tuvimos que seguir al verdugo hasta la horca. Soltamos tacos a más no poder... Evocamos a mil demonios... Maldijimos a Dios, a la muerte y al diablo, al Cielo y a la Tierra, al Sol y a la Luna, incluso al infierno... Para gran disgusto nuestro todo sin resultados. ¿Quizás desea Vd. rezar?».
5. Responde el conde: «Precisamente eso es lo que haré para que te fastidies a más no poder». Dice el despiadado: «Estoy dispuesto a acompañarle con buenas carcajadas. Sólo me gustaría saber a quién pretende dirigir sus oraciones: ¿al Sagrado Corazón de Jesús, a María o a San José?».
6. El conde reacciona con rabia: «¡Calla o te obligaré a hacerlo! ¿Te atreves a ridiculizar al primer caballero de Hungría? Desaparece o sentirás la fuerza de mis músculos».
7. Dice el otro: «El señor es, tal como lo fue en la Tierra, realmente exquisito. ¡Solo repetí lo que le he oído y esto lo pone así de furioso! ¿Cuándo ha creído en Dios? ¿No se enfadaba cuando veía un crucifijo o una imagen de María? ¿No fue enemigo declarado del noble Kossut porque le consideraba un fanático religioso que imploraba la ayuda de Cristo? ¿Alguna vez rezó un Padrenuestro? ¡Y ahora quiere rezar! Le pregunto: ¿Cómo y a quién?».
8. El conde se enfurece: «¡No es asunto tuyo! Muy bien podía ser diferente de lo que aparentaba».
9. El otro insiste: «¡Lo veo difícil! Le explicaré su verdadera naturaleza: el señor, amigo del sexo opuesto en su interior, fue un caballero non plus ultra con pretensiones al trono de Hungría. Cristo le parecía sólo una fábula, ¿ahora alega que era diferente de lo que aparentaba? ¡Déjese de mentiras, conde!».
10. Dice el aristócrata: «¿Quién te da derecho a hablarme como si hubiéramos sido compañeros cuidando cerdos? ¿Crees que el conde Bathianyi soportará mucho tiempo semejantes agravios? ¿Piensas que soy de tu clase a causa de mis desdichas o porque combatí hasta el final en las filas de los húsares? Si no cierras tu boca inmunda pronto verás la diferencia que hay entre nosotros».
11. El despiadado objeta: «Señor conde, en este nebuloso mundo nuestras armas apenas consisten en la lengua y, de vez en cuando, en las manos y en los pies, siendo importantes estos últimos a la hora de correr. El señor está en desventaja respecto a la lengua y también respecto a las manos, pues aprendí boxeo en Inglaterra y soy un maestro. Con los pies me lleva ventaja pues nunca los usé para huir».
12. Alejándose de él, el conde le dice a otro: «Amigo, ¿qué me dices de esta afrenta? ¿Conoces su identidad? Alguna vez le vi entre los soldados rasos».
13. El preguntado responde: «Se sabe que ha sido un franciscano más famoso que los demás. Muchas veces dijo cosas repugnantes de esa orden religiosa y nunca quiso retractarse. Cuando querían prenderle por ello, como era fuerte físicamente, le pegaba a todo el convento. Un día, cansado de las continuas peleas, tiró a la basura sus hábitos franciscanos y, abandonando el convento con algún dinero que se llevó, se alistó en seguida en el batallón más cercano. Peleó como un león, por lo que murió siendo comandante. Es todo lo que sé».
14. Dice el conde: «Ahora me arrepiento del mal trato que he dado a ese buen hombre. Si fue monje y más inteligente que sus compañeros, tan brutos que merecían garrotazos, hay que tener consideración con él. Intentaré hacerme amigo suyo inmediatamente». Volviéndose hacia él, el conde prosigue: «Queridísimo amigo, perdóneme la actitud descortés, pues no sabía con quien trataba. ¿Es cierto que el señor peleó como un gigante contra el claustro por convicciones íntimas y después empuñó la espada con la intención de salvar a la patria?».
15. El otro dice: «Exactamente. Me sacrifiqué en pro de la humanidad, cuyas cadenas de esclavos me resultaban insoportables. Pero sembramos y otros recogerán; ésta ha sido siempre la paga del mundo, Sr. conde. Casi todos los inventores murieron pobres mientras que sus enemigos se hartaron con sus inventos. ¿Qué le parece la divinamente sabia organización de la existencia en la Tierra?».
16. Responde el conde: «Mejor me callo pues parece que la Divinidad no piensa en sus obras. La Creación puede considerarse como una simple distracción divina; una vez hecha, Dios trata de aniquilarla rápidamente. Para facilitar la tarea hace que los hombres sean presa del egoísmo y del orgullo y que deseen la muerte del prójimo. ¿Qué recompensa le daría Dios a un hombre que, como yo, sufrió una muerte tan infame?
17. Piensa en lo que le sucedió al más noble de toda Hungría. Condenado por un pelotón de soldados rasos fue llevado a la plaza pública sin consideración alguna. Al ver que no había escapatoria, intenta suicidarse sin éxito. El pueblo que asistía a la escena, movido por la compasión, exige que se revoque inmediatamente la orden y, a causa de la herida, el noble es conducido al hospital donde recibe socorro médico. Una vez aliviado el dolor espera conseguir el perdón del emperador. Sin embargo, por la noche es despertado de un sueño profundo para escuchar otra condena que debía ser ejecutada inmediatamente. Así que lo sacan brutalmente fuera de la celda y, camino del suplicio, es fusilado y enterrado como un perro. Yo soy ese noble; así que puedes estar seguro de la justicia divina.
18. Aun así no consigo odiar la crueldad bestial de los hombres; porque me parece que son más bien instrumentos de un poder invisible, razón por la que el sabio maestro de Nazaret pidió a su Padre divino perdón para sus verdugos cuando le ejecutaron, porque no consideraba tan perversa a la naturaleza humana.
19. Satanás o Dios, es decir, el “Ser supremo”, emite su venenoso aliento a todo el universo deleitándose con los innumerables asesinatos cometidos. ¡Desearía conocer esa entidad y que me fuese permitido destruirla».
20. Dice el despiadado: «Tienes toda la razón, ahora estoy de acuerdo contigo. Pero, escucha, oigo voces humanas. Silencio, quizás nos enteremos de algo que nos sirva de consuelo».
1. El conde exclama: «¡Qué consuelo ni qué nada! ¿Quién podría consolarnos? Prefiero la justa venganza contra todos quienes nos hicieron fusilar sin razón. ¿Crees que Dios podría reparar con mil Cielos la pérdida de la esposa, del honor y de la fortuna? Aunque un día habría de perderlos, eso sucedería con los honores debidos, y mi nombre brillaría como el Sol. ¡Así que venganza tenebrosa! ¡Ésta es la consigna para resarcirnos de los ultrajes!».
2. El despiadado dice: «¡Pero conde! Está Vd. irritado y no alcanza a ver el asunto con claridad. Yo, que juzgo severamente, pienso de manera diferente sobre la reparación de mi perdida honra en la Tierra. ¿Será honroso lo que el mundo tiene por tal? ¡Nunca pediría mi corazón semejante homenaje!
3. ¿Dónde estaría el nombre de Roberto Blum si el príncipe Windischgrätz no le hubiera enviado con pólvora y plomo a la eternidad? Lo mismo pasará con nosotros, ¿no es así?».
4. El aristócrata está de acuerdo: «¡Inmejorable! Realmente tal honor sería una vergüenza».
5. En este momento también él escucha voces, y dice al otro: «¿Habremos sido acorralados por espíritus enemigos para que nos manden al infierno? Quizás fuera preferible que huyéramos».
6. El despiadado contesta: «Aunque quisiéramos, ¿hacia dónde iríamos? ¡Podríamos caer en un abismo eterno! O en manos de los enemigos. Mejor es que nos quedemos quietos. Si aparece algún entrometido ya sabremos qué hacer para que se calle».
7. Otro del grupo objeta: «Sería acertado si se pudiera matar a los espíritus; pero el mismo hecho de que continuemos viviendo como si nunca nos hubieran matado, demuestra que no hay manera de matar a los espíritus. Aunque nuestra vida actual es miserable a más no poder, sigue siendo vida. Así que soy de la opinión de que nos unamos a los adversarios. ¿Qué enemigos podemos tener si aún no hemos encontrado alma otra ninguna con la que pudiéramos tener diferencias?».
9. Dice el conde: «Amigo, Vd. no comprende. ¿No existen acaso en este mundo diabólico una gran cantidad de almas o espíritus austríaco-imperiales, lo que significa lo mismo que diablos? Porque lo que en el mundo fue ocre-negro, también seguirá siéndolo aquí, por lo tanto, nuestro enemigo».
10. Responde el otro: «No lo creo, señor conde; porque ocre-negros son solamente los ricos. Únicamente hace falta que el estado los convierta en pobres, y en seguida se volverán radicales como lobos... Si luego, perdiéndolo todo con la muerte, sólo les queda el alma desnuda, su naturaleza imperial se disipará».
11. Un tercero concluye: «Basta con que pensemos en por qué los súbditos austríacos son ocre-negros. Primero por miedo a las armas y a la horca; segundo por el egoísmo que nace de los ricos, de los militares y de los funcionarios que no piensan en el bien de los pueblos y del Emperador sino sólo en su propio bienestar; tercero hay muchos ocres-negros por necedad religiosa debido a que hubo un emperador san Leopoldo y otro san Fernando, este último perseguidor y aniquilador de todos los protestantes. El último quizás se encuentre aquí, de los demás dudo que haya ni rastros».
12. El conde objeta: «¡Hablaste bien y dijiste la pura verdad! Pero para mí la expresión ocre-negro tiene otro significado, porque la interpreto como una maldad dominadora que quiere venganza, cosa que aquí encontrará fácilmente. ¿Qué me dicen los señores?». El tercero argumenta: «Donde no existe nada no puede haber reacción; por lo tanto es inútil hablar de derechos reales o ficticios». Contesta el aristócrata: «Amigo mío, la maldad satánica dentro de la criatura es un gusano que nunca muere, cuyo fuego jamás se apaga y que tampoco puede ser satisfecho. Tenemos una existencia miserable, pero la maldad extrema pudiera considerar que aún no es lo suficiente miserable y tomar medidas para hacernos más desgraciados todavía. Por eso, de momento, tratemos de movernos tanteando con manos y pies; si encontramos a alguien que sea inofensivo será aceptado.
13. Mejor que empecemos a rezar. Aunque en la Tierra consideraba las oraciones como una estupidez, sobre todo el rosario y las oraciones en latín, tengo la impresión de que ha llegado el momento de dirigirnos al Ser supremo. El señor franciscano por cierto que sabrá el Padrenuestro, en latín o en alemán. Tenga pues la bondad de rezárnoslo al menos como distracción».
14. El monje remacha: «¡Lo que faltaba! Si pretendemos rezar es preciso que sepamos a quién. Pues hacerlo sólo por distraerse me parece una necedad y el mayor pecado. Por otra parte, si existe una entidad divina, le repugnará grandemente tal actitud; si no existe no habrá palabras para calificar nuestra estupidez. Así que es aconsejable que no hagamos nada y que tratemos de prepararnos para lo que venga.
15. En este momento oigo voces muy próximas e incluso distingo palabras. ¿Las habéis oído? He escuchado lo siguiente: “Dirigid vuestro interior hacia Jesús, el Crucificado, y seréis socorridos”».
16. El conde, que también ha escuchado lo mismo, interrumpe: «Amigos, con una afirmación tan genuinamente católica y en el supuesto de que la aceptáramos, no veo solución para nuestro caso. ¿Por qué no nos han recomendado la protección de todos los santos? Quizás sea una advertencia luterana o calvinista».
17. Impaciente, el franciscano insiste: «¡Menudo disparate! Que nos ayude lo que quiera, ¡y no importa si es con barro, con leña o con piña, con tal que nos ayude! Si Jesús nos ofrece ayuda ¿por qué no aceptarla?».
18. El aristócrata pondera: «¿Acaso estás seguro de que el ofrecimiento nos fue hecho a nosotros? Es muy posible que aquí se encuentren muchos otros grupos en situación similar a la nuestra. Alá es grande y su profeta Mahoma es ancho. De modo que también nosotros podemos constatar que Dios -si existe- es grande, y Jesús fue su profeta, cuya doctrina fue considerablemente más amplia que la del sarraceno Mahoma. Dios sabe a quiénes estaba dirigida esta llamada, y dónde están...».
1. Después de estas palabras, todos oyen claramente lo siguiente: «La advertencia os fue hecha a vosotros, incrédulos desde el primer nacimiento».
2. El conde se asusta mientras que el franciscano prosigue: «¿Todavía tiene el señor reparos en dirigirse a Jesús?».
3. El otro responde: «No depende sólo de mí. Pregunta a los demás qué es lo que quieren hacer. Pienso que no debemos cambiar tan fácilmente nuestra razón pura por la humildad cristiana. Si en el régimen de Cristo hay condes y príncipes, entonces ¡viva Él!; de lo contrario, nada haré».
4. De nuevo se escucha: «¡Aquí no hay condes ni príncipes! Sólo uno es el Señor; los otros todos son hermanos».
5. El franciscano afirma: «¿Qué me dice sobre la tan clara respuesta que le dan al señor conde que pretende ser noble en el reino de los espíritus? ¿No ve qué chasco le da su razón pura? ¿Cómo es posible desear un título causante de infames aniquilamientos? ¿No sería mejor vivir bien como hombres sencillos que morir como conde en la horca? ¿Cuáles son las ventajas de haber sido uno de los mayores magnates de Hungría? Como despreciable porquero quizás aún se encontraría en la Tierra delante de una botella de vino y una buena fuente de gulasch, mientras que aquí pone cara de vinagre por ser tan apegado a su título... ¿No ha oído decir que el rayo tiene la impertinente propiedad de alcanzar primero a los objetos elevados y a los demás sólo cuando están muy cerca de los primeros, por ejemplo a un buey que busca protección debajo de un árbol?».
6. El conde reacciona: «¿Sabe el señor que puedo detener semejantes indirectas? ¿Y que un Bathianyi sigue siendo el mismo también en el reino de los espíritus?».
7. El franciscano asiente: «Realmente, nada se consigue en contra de la pura razón de un hidalgo húngaro! ¡Mis mejores deseos para el futuro, señor conde! ¡Quien llegue a saber de sus entendederas le otorgará condecoraciones de cuerno!».
8. Responde el conde: «¡Cállese! Si tiene algo que decirme, hágalo como un hombre de honor, si no, sabrá que el Conde Bathianyi no ha dejado de serlo. ¿Comprende?».
9. El franciscano se ríe: «¿Por qué no intenta ponerme las manos encima para convencerse de su flaqueza? ¿Qué fuerza tendría un espíritu igual al nuestro, cuya necedad fuera grande y poderosa? ¡Ninguna! El señor es muy bobo, por lo tanto también débil. Me lo prueba su actitud ofendida aun cuando sólo hablé para su bien! De manera parecida manifestó su necedad en el mundo, pues, si hubiera sido más inteligente, habría huido en buena hora como lo hicieron Kossut y sus compañeros».
10. Tercia el hidalgo: «Siendo tan inteligente como afirma, ¿por qué entonces se dejó matar en vez de huir como los demás? A juzgar por su afirmación de que la fuerza y la inteligencia son idénticas, el señor no fue una, sino dos veces fuerte».
11. Dice el franciscano: «Su observación no me ofende pues no me faltó un cierto punto de necedad húngara. Además, como los patíbulos acaban con las conjeturas, me enteré tarde del verdadero fracaso del país. Pero su caso fue diferente, pues encontrándose en el centro del politiqueo, con los dedos podía haber calculado el resultado de un caso imposible de resolver. ¡Pero no! La concepción aristocrática le colocaba en un dilema: ¡o la victoria o la muerte! Y ahora, ¿qué beneficio le ha reportado esta actitud? Quizás vengan algunos amigos de América del Norte a levantarle un monumento, pero en la historia del año 1848 poca honra le cabrá. ¡Eso será todo!».
12. El conde dice: «¿Acaso no vale nada despertar la compasión de millones de personas ante la injusticia que el país me ha hecho?». El monje replica: «Suena bonito y hasta quizás alguien componga un drama con su nombre. Pero nosotros, los héroes, seguiremos aquí en situación precaria.
13. Así que conviene no persistir en la estupidez terrena y aceptar con gratitud lo que se nos ofrezca, olvidando lo antes posible nuestras apetencias mundanas».
14. El conde responde: «¡Sí! “No nos dejes caer en la tentación”, lo dice en una oración.
15. ¿Cómo se llama? Bueno, no me acuerdo. Así que me limitaré sólo a repetir: “no nos dejes caer en la tentación”». El franciscano interrumpe: «¡Charlatán! ¿Pero cómo? ¿Qué negocio es éste? Nada tiene que ver con lo que he dicho. Explíquese mejor».
16. El conde prosigue: «¿Por qué no me deja hablar? ¡No me gusta que me interrumpan!».
17. Dice el franciscano: «Hable sin inhibiciones, porque de lo contrario nunca llegaremos a nada. Yo tampoco le interrumpí cuando me llenó los oídos con su perorata». Y el conde continúa: «Ya veo que el señor con su verborrea pretende privarme de mi título de conde, por cuyo motivo quiere insinuarme que me deje mandar a la porra. ¡Pero nada de eso, un conde Bathianyi sigue firme!». El franciscano para sí: «¡...sigue siendo un rinoceronte!». El franciscano: «¿Me entiende ahora?».
18. El monje aventura: «¡Perfectamente! Y para hablarle en términos claros: ¡son sus propios humos aristocráticos los que le llevaron al patíbulo! Con un pelo más de sabiduría esta deshonra nunca habría ocurrido a su estirpe mundana. ¿Acaso aún no le queda claro que el mundo está perdido para siempre, tanto para usted como para todos nosotros, y junto con él todos sus privilegios ficticios? Entonces, ¿qué pretende todavía de él oponiéndose -para disgusto de todo nuestro grupo- a aceptar la ayuda ofrecida por Jesús, a no ser que Él también confirmase aquí en el mundo de los espíritus la dignidad aristócrata de un conde Bathianyi? Reflexione un poco, no como noble sino como un simple hombre necesitado».
1. Dice el conde: «¿Se refiere al Jesús de los judíos, del que una fábula romana dice que era hijo de Dios, pese a que usted mismo ha afirmado que no creía en las ideas católicas, o acaso hubo otro Jesús?».
2. El franciscano responde: «Hablo de aquél de quien la tradición evangélica afirma que es el hijo del Altísimo, Señor eterno de Cielos y Tierra. En vida yo no creía en esta doctrina por haberla desacreditado Roma y había llegado a la siguiente conclusión: sólo es una invención de los soberanos despóticos porque tiene que ser imposible hacer semejantes bobadas con una doctrina que viene de Dios. Porque a lo largo de la jerarquía de la Iglesia romana durante apenas 1200 años han ocurrido cosas que tienen que imponer respeto al mismísimo infierno. ¿Y habría de ser el Hijo de Dios el autor entre bastidores de una doctrina cuyos siervos actúan como grandes maestres de las peores escenas diabólicas? Realmente, conde, no puedo aceptar una idea semejante.
3. Cuando posteriormente conseguí la Biblia completa de un sacerdote protestante, se me encendió una luz. Hice todo lo que pude para huir del antro de la muerte espiritual prefiriendo ser soldado raso que no franciscano, pues pensé: mejor es ser asesino de carne que de espíritu.
4. Por lo tanto, Jesús bien puede ser Hijo del Altísimo y tener el poder de ayudarnos aunque la Iglesia romana le haya desfigurado vergonzosamente. Aun así, pese a la traición de Judas, después de tres días resucitó de la muerte, quitándole todo poder. Y ahora este mismo Jesús ha sido quien nos ha ofrecido ayuda, pues todos hemos oído sus palabras reconfortantes. ¡Y todavía nos preguntamos si debemos aceptarlas o no! ¡Y precisamente usted, señor conde, es el más terco! Así que le aconsejo por última vez que se defina y que no perturbe a los demás en sus decisiones».
5. Dice el conde: «También aceptaré la ayuda. Pero sin embargo podríamos plantear ciertas condiciones para que no suceda lo mismo que en la Tierra donde nos pusimos a merced de la justicia. Así que, en mi opinión, estaría justificada la exigencia de una venganza en regla contra nuestros enemigos de la Tierra y una indemnización por todo lo que hemos perdido».
6. El monje responde: «¡Qué disparate! Si el señor cayese en la Tierra en manos de salteadores y un hombre fuerte tratara de ayudarle, ¿se atrevería a imponerle condiciones para aceptar su ayuda? Pero Sr. conde, ¡eso es para llorar de risa! ¿Quién ha oído nunca que un mendigo haya puesto condiciones a su bienhechor? Ahí, Sr. conde, ya no encuentro palabras... Nuestros preceptos en la Tierra tenían que orientarse en condiciones totalmente distintas, porque allí nadie nunca nos ofreció ayuda. Allí siempre había que inclinarse ante el favor, apenas con la promesa de una intercesión; mientras que aquí se trata explícitamente de una ayuda ofrecida... Siendo así, ¿cómo es posible aún hacer comparaciones con las condiciones mundanas que no hicieron sino acarrearnos la muerte? Le insto, señor conde, a que no sea tan testarudo...».
7. El noble asiente: «Sí, tienes razón, confieso que soy algo inocente, pero el gato escaldado del agua fría huye. Las experiencias negativas de la vida se pegan de tal manera al alma de un desgraciado que es difícil extirparlas de la noche a la mañana. Así que ha de perdonárseme que tardara en aceptar lo que todos esperan.
8. El general Paskiewitch nos prometió personalmente una amnistía. Cuando nos entregaron a los austríacos, ni hablar de amnistía. Estas tristes experiencias son los últimos recuerdos de la vida y producen un choque en la criatura que la lleva a ser precavida.
9. Reconozco la existencia de una Divinidad, de lo contrario no tendríamos vida alguna. Es poderosa y su juicio no tiene recurso. Hay motivos para una precaución excesiva antes de aceptar una ayuda sin tener en cuenta todas las circunstancias. En mi juventud, una vez leí algo en el Evangelio sobre una gran cena a la que habían invitado a todos los que encontraron en calles y callejas porque quienes habían sido convidados primero no quisieron o no pudieron asistir. Cuando el salón de bodas estuvo repleto, llegó el anfitrión, examinó a los invitados y encontró a uno cuyo vestido no aceptó. Lo mandó prender inmediatamente y lo encarceló. ¿Qué culpa tenía el pobre infeliz? Los criados le recogieron a la fuerza junto con otros casualmente mejor vestidos sin reparar en su aspecto precario. ¡Sin embargo el anfitrión le condenó con prontitud!
10. Es evidente que el caso dado refleja la actuación arbitraria de la Divinidad. Considerándolo objetivamente, nadie podrá criticar cierta prevención ante un socorro de lo Alto. ¡A Judas también se le ofreció el pan, y luego se volvió diabólico! ¿Qué piensa de lo que digo?».
11. El franciscano aplaude: «Óptimo. ¡Ahora me entero que el Sr. Conde es muy versado en la Biblia! Ello me alegra porque escogió un pasaje que también consideré muy injusto. Y existen más en los que el buen Jesús manifestó actitudes inclementes desde el punto de vista mundano; en cambio hay otros en que ofrece gran consuelo en ocasiones determinadas. En este punto su precaución es perdonable. El poder, sea de quien fuere, siempre domina al más débil. Sin embargo no se puede pensar en la Omnipotencia divina sin una Sabiduría perfecta. De modo que resulta más fácil tratar con una entidad de saber elevado, que con una necia. Con lo que bien podemos arriesgarnos a aceptar la ayuda ofrecida.
12. Por eso, dirijámonos en nuestros corazones a Jesús, el Crucificado, esperando pacientemente los resultados de tal proceder. En caso contrario volveremos al estado actual».
13. El hidalgo cuestiona: «Todo estaría bien si la Sabiduría suprema no fuese igual que una prueba matemática, la cual nunca admite condiciones. Esto es lo que explicó Jesús cuando dijo que desaparecerían cielos y Tierra pero nunca su Palabra. Pero si después de habernos en nuestros corazones dirigido a Él, oyéramos: “¡Apartaos de Mí, malhechores!”, ¿qué haríamos, amigos? Yo diría que mientras no le pidamos nada, nada tendrá que darnos, ni malo, ni bueno... Pero una vez que le hayamos pedido algo, ya le habremos abierto el camino para que -conforme su Sabiduría inalterable- pueda hacer con nosotros lo que quiera.
14. Me acuerdo de un texto adecuado en el que se habla de diez vírgenes, cinco sabias y cinco necias. Todas esperaban a su Novio Las sabias llenaron las lámparas de aceite; las otras no. Cuando en la noche se supo la noticia de la llegada del novio, las necias pidieron a las otras un poco de aceite para sus lámparas vacías. Ignoro cual fue la razón por la que no atendieron la petición de las compañeras, obligándolas a buscar aceite en un comercio. ¡Cuando volvieron a casa, la puerta estaba cerrada! Llamaron tímidamente pidiendo entrar pero el novio les gritó: “¡Alejaos, en verdad os digo que no os conozco!”.
15. Si el prometido es la Divinidad, el hecho, considerado exclusivamente desde un punto de vista racional, resulta brutal, injusto y fuera de la verdad. ¿Cómo pudiera la Divinidad decirle a alguien que no le conoce, si en otra ocasión afirmó que contaba los cabellos de cada cuál? ¿Quién podrá censurar a la Divinidad todopoderosa? Ella permite un frío despiadado, aunque en él perezcan miles de personas... Y aunque un millón de miserables le pidiesen más calor, el frío continuará hasta cuando la Divinidad -conforme su Sabiduría- lo vea conveniente. Del mismo modo permite que los mejores sembrados se estropeen por heladas y granizos, sin que nadie la pueda parar... Te digo que quien se pone bajo la dependencia de Dios tiene la miseria garantizada. ¿Qué les podría haber pasado a las cinco vírgenes necias si no hubieran vuelto a la casa? Por lo menos se habrían ahorrado la grosería. Personalmente creo que debemos escuchar la voz de Dios cuando estemos seguros de su plena benevolencia, ¡de lo contrario seguiremos como estamos! No confío en modo alguno en la Divinidad omnipotente. ¿Qué piensan de mis suposiciones?».
16. El franciscano responde: «Su interpretación de la Escritura es muy meticulosa; sin embargo considero que no es posible interpretarla literalmente porque se trata de una expresión simbólica de una moral que el hombre debería adquirir. El “aceite de la lámpara” hay que entenderlo como el amor verdadero a Dios, y la “luz” de la misma, como la sabiduría que surge del amor. Las vírgenes necias no tenían amor y querían quitárselo a las demás. Pero éstas, más prudentes, no se dejaron tentar, sino que remitieron a las insensibles al mundo para que buscaran el aceite de allí. De modo que las insensibles se fueron con sus lámparas (sus corazones) y las llenaron con aceite (amor mundano). Cuando con sus corazones llenos de amor mundano, pero faltos de verdadero amor a Dios, quisieron volver a la casa del Novio -en la cual, evidentemente, nosotros mismos nos encontramos ahora desde hace ya un buen rato-, ¿qué les puede responder la Divinidad cuando pidieron entrada en el Reino de Dios? Nada más que: “No os reconozco con esta clase de amor que nunca definí como Mío. ¡Volved a donde se origina vuestro amor!”. Así es como interpreto el texto y me parece que el conde atribuye mucha dureza a Dios. Superemos todo esto y aceptemos la ayuda prometida pues mi corazón me dice que no haremos mal actuando así».
17. Otro agrega: «También yo estoy de acuerdo, pues el Evangelio es completamente simbólico y sólo así puede comprenderse». Contesta el conde: «No diga tonterías. ¿Acaso fue simbólico nuestro fusilamiento y a Jesús lo crucificaron en el madero simbólicamente?». El interpelado responde: «No, aquello fue real, de lo contrario no hubiéramos sido salvados». Dice el conde: «Bonita Salvación en esta negrura como la pez y con el estómago vacío! ¡En la Tierra muerte en la horca, aquí tinieblas eternas. ¡Estas son las pruebas palpables de la gran Salvación! ¿Os gustan, amigos?».
18. Interviene otro: «En efecto, la situación es tenebrosa. Pero sin embargo he de confesar que hasta ahora no hemos hecho nada para merecer la Salvación. Si la horca no acabó con buena parte de nuestros pecados mortales, aquí las condiciones para salvarse son muy precarias caso que queramos conducirnos según los diez mandamientos. En modo alguno podemos hablar de virtudes cristianas; así que me inclino por la aceptación inmediata de la ayuda, pues de lo contrario lo pasaremos mal. En nuestra defensa apenas contamos sino sólo con nuestra necedad desmedida y, poniéndose en lo mejor, con la Gracia y la Misericordia de Jesucristo».
19. El franciscano exclama radiante: «¡Excelente! ¡Has expresado lo que mi alma siente! ¡Necesitamos la Gracia y la Misericordia de Dios, Jesucristo! ¡De lo contrario todos seremos presa del diablo, como ya lo fuimos en la Tierra, sobre todo últimamente, pues teníamos poca compasión del dolor ajeno! Los enemigos lo pasaban mal cuando los hacíamos prisioneros. En resumen, si todavía queremos vengarnos de quienes nos mataron, ¿qué podemos esperar de los miles a los que hemos fusilado que son buenos e incluso mejores que nosotros? Perdonemos de todo corazón a quienes nos han maltratado moral y físicamente, matándonos al final, pues lo mismo hicimos nosotros con muchos otros. ¿Tengo razón, Sr. conde?». Este asiente: «Así es por desgracia; pero por ello temo el mismo resultado que el de las vírgenes necias. Así que llamemos a la puerta y oigamos la sentencia condenatoria. ¿Qué me dice?».
1. Dice el franciscano: «Señor conde, sobre este punto no puedo argumentar; la injusticia está de nuestro lado y todo depende de la Gracia divina. Si nos acepta, seremos salvos, de lo contrario ¡adiós felicidad!».
2. El conde responde irritado: «¿Cómo puede decir que la injusticia está de nuestro lado? ¿No descendemos directamente de Atila? ¿No conquistaron nuestros antepasados la maravillosa Hungría bajo la sabia dirección de aquel gran guerrero? ¿Cuándo ha sido subyugado este país por otro? ¡Siempre hemos elegido a nuestros soberanos y nunca dependimos de la Casa de Habsburgo! Que hayamos aceptado su dirección dependió únicamente de nuestra generosa voluntad magiar. ¿Cómo, pues, hubiéramos podido equivocarnos destituyendo al usurpador de nuestra corona, al que jamás aceptamos, por arrogarse tal derecho? Su tío, el verdadero rey de Hungría, de acuerdo con la pragmática sanción, no puede ser sustituido en el trono por otro. ¡Claro que como el señor no entiende de política!».
3. Dice el franciscano: «¡Por amor de Dios! ¡No hable tan neciamente como sólo lo puede hacer un húngaro! ¿Por ventura Dios le presentó Hungría a Atila, como hizo con los israelitas presentándoles la tierra prometida de Caná? ¿El rey de los hunos no conquistó aquellas tierras por la fuerza de las armas, aniquilando a sus primitivos habitantes? ¿Sería esto justificable ante Dios? Además, el señor alega que nunca hemos padecido un dominio extranjero en el país. ¿No fueron precisamente los turcos quienes tiranizaron en Budapest a todos los magiares? ¿Quién liberó a Hungría de aquel yugo? ¿No fue ella quien sometió las orillas del Mar Negro y del Adriático? Belgrado y Bucarest fueron húngaras. ¿De quién son hoy? Austria ha tenido derechos antiguos y amplios en nuestro país, más de los que queremos confesar. Reconquistó Hungría a los turcos y nos la devolvió, con la única condición de que los Habsburgos siempre tendrían derecho prioritario a la corona de Hungría, asunto que les fue confirmado solemnemente. Entonces ¿por qué queremos algo diferente? ¡Sólo para satisfacer nuestro orgullo! Nos volvimos ricos y poderosos bajo el régimen austríaco, razón por la cual quisimos llevar el país independientemente, para sobresalir y hacernos aceptar entre los primeros regentes de Europa.
4. Pero eso no fue del agrado de nuestro Señor que puso punto y final a nuestros cálculos. Al señor conde le asiste el derecho, como descendiente legítimo de Atila que es, de oponerse a la Omnipotencia divina junto con los demás. ¡Los resultados serán curiosos de veras!
5. ¿Ignora el señor que puede leerse en la Escritura que toda grandeza mundana es un horror para Dios? Eso pretendíamos nosotros y la recompensa ha sido la situación calamitosa que disfrutamos en el Más Allá. ¡He dicho!».
6. El conde responde: «¡Vaya! Qué lástima que el señor no expusiera sus argumentos hace doce meses; le habrían dado un buen cargo en el ministerio de Viena y habría honrado al propio Metternich!
7. Si dentro de poco se le presenta la oportunidad de tener una entrevista amistosa con Jesús nuestro Señor, procure convencerle de que envíe algunas condecoraciones a la Tierra para que, como prueba de su benevolencia, las distribuya entre aquellos que tuvieron que ver con nuestra condena. Ese trabajo debe tener para Él un gran valor porque murió de manera parecida, lo que también quedó probado con el ahorcamiento de Judas. A lo que veo, la condena de Vd. ha debido ser una cosa muy buena porque le está tan agradecido al gobierno austríaco. Y sus conocimientos de la Historia de Hungría son verdaderamente interesantes».
8. El monje responde: «El señor se burla cruelmente de mí, pero sin embargo no me impresiona porque si habla así es porque no entiende. ¿Acaso elogié al gobierno de Austria? Mejor que cualquier otro conozco sus fallos. El emperador de Austria es un volcán para todo el país; esto lo sabe Jesús. Y nosotros, a toda costa, queríamos volvernos un segundo volcán, lo que fue nuestro gran error. Con lo que ante Dios la injusticia viene de nuestra parte.
9. Ahora es obligación nuestra reconocer en nuestros corazones esta injusticia ante Dios el Señor. Una vez Él dijo: “En mi ira os di un rey”. Si un rey es un producto de la ira, ¿por qué nos lo buscamos? Tuvimos al rey, y como suplemento obtuvimos la ira de Dios. Pero si en vez de haber luchado por la ira de Dios nos hubiéramos empeñado en su amor, nuestra situación actual sería mucho más favorable.
10. Veo que el Señor Jesús quiere reducir el número de regentes por motivos muy serios. Con lo que nosotros -que queríamos fundar un nuevo reino en Europa- le vinimos muy a propósito. ¿Acaso debiéramos también aquí insistir en esta idea y por ello perecer eternamente? ¡Que el señor conde se abstenga por una vez de este afán de grandeza tan insensato! ¿No basta con habernos equivocado en vida?».
11. Mientras tanto, saliendo de la segunda sala, Roberto entra con Helena en la primera sala donde el general le dice: «¡Qué historia más estúpida! ¡Un idiota responde a otro para decidir si deben o no aceptar la ayuda de Jesús! ¿Cuánto tiempo deberemos todavía tener paciencia con ellos?».
12. Responde Roberto: «Amigo mío, el Señor es aquí nuestra medida viva en todo. Observa su actitud benévola al discutir con sus amigos sobre el trato que ha de ser aplicado a aquellos treinta. ¿Acaso se nota la menor impaciencia?». Responde el general: «Realmente no. Manifiesta una serenidad divina y una amabilidad constante».
13. Roberto prosigue: «Es nuestra medida de paciencia y amor. Para Él no existen enemigos; tanto los conservadores como los radicales son sus amigos. ¡Sus hijos pues de todo cuida! Si algún padre de la Tierra tiene muchos hijos que siempre se están peleando, entonces castiga a los más impertinentes. Pero al mismo tiempo alimenta igual celo y amor para todos. ¿Qué actitud tomará Dios ante la postura radical o conservadora de los hombres? Aunque castigue a los atrevidos, manifestará su cuidado por ellos. Él sigue siendo el mismo que descuida noventinueve ovejas en el aprisco para buscar la centésima, a la que, con gran alegría, carga para el redil vallado por todos lados con su Gracia, Amor y Misericordia.
14. Por ello hemos de ser pacientísimos con nuestros hermanos, todavía muy flacos. Aquí ya no se trata de partidos opuestos, pues somos hijos de un solo Padre y no debemos decir: “Señor, Austria actúa en contra de tu Orden, ¡castígala!”; o: “los Húngaros han actuado en contra de tu ley, ¡dales su merecido!”, sino que debemos decir: “Padre, dirige tus ojos misericordiosos a la pobre Tierra e ilumina a nuestros hermanos todavía flacos, sean de la ideología que fueren”. Y Él nos responderá: “Está bien que pidáis en favor de vuestros hermanos y vuestras hermanas, porque así manifestáis vuestro amor hacia ellos. ¿Pero vais a pensar por eso que vuestro amor por ellos es mayor que el mío, que soy el Padre de todos vosotros?”. Esta respuesta nos hará enmudecer ante el inmenso Amor de Dios.
15. Todos los que quieran aproximarse a Él tendrán libre acceso y ninguno será rechazado. Su Gracia, Amor y Misericordia son como el Sol que alumbra indistintamente a buenos y malos; también hace que llueva sobre las hierbas buenas y sobre las dañinas. No es de extrañar que proyecte un torrente de Gracia sobre los más flacos.
16. Tened un poco de paciencia y veréis lo que consigue el Amor del Padre, precisamente con esos treinta ignorantes».
1. Los que se encuentran afuera oyeron la conversación, incluso el conde que, admirado, se vuelve hacia el franciscano:
2. «Amigo, ¿oíste esas palabras reconfortantes? A lo que me parece, ninguno de nosotros tiene razón y la situación está tomando otro cariz. La primera voz era un tanto áspera e impaciente, que casi me ofendió. Después sin embargo, dulcísima como una voz angelical, penetró en mi pecho oprimido como un bálsamo. Un Jesús de esta pasta sería muy de mi agrado, pero de la manera que Vd. lo describe, jamás me conformaría».
3. El franciscano dice: «Querido señor conde ¿nunca oyó decir que un bribón es aquél que pretende dar lo que no tiene? Mi opinión fue sincera aunque algo ruda. Y estando todavía en las tinieblas, no es extraño que nuestras discusiones estén aún poco inspiradas. En realidad yo tenía razón cuando intenté convencerle acerca de la ayuda del Señor Jesucristo. Su terquedad, estableciendo condiciones para ello, ha sido más que ridícula. Ahora ha oído personalmente cuál es la situación y no tendrá más objeciones.
4. No es preciso ser matemático para entender que no conozco a Cristo, el Hijo eterno del Altísimo, como le conocen sus ángeles. Sin embargo sabía -pese a ser franciscano- que el buen Jesús no es intransigente como escribe Ignacio de Loyola. Siempre me acordaré de sus palabras: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y oprimidos, que Yo os consolaré”. Por desgracia los sacerdotes de la Iglesia romana colocan tal consuelo sólo en el confesionario, en cuyos escalones apenas Jesús acepta y consuela a los que padecen. ¡Y este consuelo de la contrición ha llevado a muchos débiles a la desesperación y a otros a la pérdida de sus bienes, sosiego y vida! Nunca le acepté de esta forma y pensé que un hombre muy bondadoso habría de actuar respecto a los que sufren de manera muy distinta a la preconizada por los sacerdotes de la Iglesia Católica que, tras condenar al pobre hereje al infierno infinito, todavía podían sentarse en una mesa bien provista como si no hubiera pasado nada.
5. Por ello digo que estamos muy oprimidos y que esto es sobrado motivo para que nos dirijamos al amoroso Señor Jesús para pedirle el alivio prometido. Con gusto seré el primero; quien quiera seguirme que venga y haga lo que yo».
6. El noble interrumpe: «¡Espere un poco! Quizás podamos recibir todavía de algún personaje invisible algunas aclaraciones más para saber cómo actuar. No debemos actuar apresuradamente. El señor es un hombre de bien e inteligente, pese a la ceguera en la que estamos. Su yerro consiste en valorar las condiciones místicas de este mundo con ojos naturales, pretendiendo actuar como si se encontrara en casa de sus padres. ¡Reflexione en dónde estamos! ¿Sabe acaso lo que hay por encima y por debajo de nosotros? Así que, antes de dar el primer paso, conviene obtener informaciones precisas.
7. En manera alguna estoy en contra de aceptar ayuda; incluso siento una alegría infantil ante esta expectativa. Agrego que incluso es mi más ardiente deseo ver a Cristo, el Señor de las eternidades, prosternarme a sus pies y, si fuera posible, morir por amor a Él.
8. La buena educación, señal de un corazón bondadoso, grato y humilde, siempre fue bien recibida en la Tierra, en tanto que el atrevimiento suscita críticas. ¿Hemos de suponer que en el reino de los Espíritus, la criatura ha de volverse traviesa para conseguir algo del Señor del infinito? Así que mucha calma, amigo mío, que todo se andará».
9. El franciscano asiente: «Bien, el señor no está del todo equivocado. Ante Dios debemos presentarnos con el mayor respeto. Esperemos pues un poco más; tal vez escuchemos algo consolador».
10. Toda la asamblea se calla, deseando oír algunas palabras. Pero no se oye nada.
11. Al cabo de un rato de espera infructuosa, uno del grupo se pone delante del conde y dice: «Amigo, en la Tierra fui un magiar en cuerpo y alma y no temía ni a la muerte ni al diablo. Toda mi vida estuvo dedicada al servicio de Hungría como confirmará el mismo señor. Pero mi saber y el suyo eran puras quimeras. Todo lo que hicimos con la idea fija de beneficiar a la patria fue hecho sin que pensáramos en Dios. Aunque rezábamos delante del pueblo para entusiasmarlo, nuestro corazón, fe y amor verdadero a Dios no participaban.
12. Eramos conscientes de nuestra debilidad militar, por cuyo motivo aguardamos desesperadamente ayuda exterior. Pero esta no llegó. No pudimos remediarlo y nuestro enemigo, ante la amenaza de una hipotética guerra por parte nuestra, buscó ayuda en Rusia, una ayuda que realmente sí le llegó. Nuestro estado de indefensión quedó finalmente manifiesto, con el resultado de que no conseguimos ventajas para el pueblo sino que lo llevamos a una situación desesperada.
13. Este es el motivo por el cual pienso que tampoco aquí debiéramos esperar ayuda foránea. En aquel llamamiento maravilloso se decía: “Dirigíos al Señor Jesús, que seréis socorridos”. Los pros y los contras que exponen el señor conde y el franciscano empiezan a ser insoportables. ¿Acaso van a cambiar nuestra situación? Así que basta de dudas; es conveniente que actuemos en las condiciones en las que nos encontramos. De lo contrario yo me iré solo, actuando únicamente por mi propia cuenta».
14. Dice el conde: «Vaya sorpresa, amigo, ¡parece que en este mundo de quimera todos los radicales se vuelven negro-amarillo! ¡Por ventura aun la misma Divinidad resultará negro-amarilla!».
15. Excitado, el otro le interrumpe: «¡Caramba! Ahora -en el nombre de Dios- dime, ¿qué has ganado con tu intención de deleitar al pueblo con tu concepto anti-negro-amarillo? A lo máximo, todo nuestro mérito radical se refleja en que nos hayan colgado, a nosotros y a algunas docenas más... Y es evidente que toda nuestra actividad anti-negro-amarilla habrá agradado poco a la amorosa Divinidad, a juzgar por las condiciones lamentables en que nos encontramos ahora.
16. Aunque estemos en unas tinieblas impenetrables, en mi corazón se me está encendiendo una luz; y veo cada vez más nítidamente que el hombre no ha sido creado para la Tierra -en la que tiene que mantener una vida preliminar transitoria- sino que está creado para un mundo eterno de espíritus puros que tienen en sí la máxima y eterna bienaventuranza.
17. Si hubiéramos permanecido fieles, obedientes y sumisos al régimen imperialista, soportando en beneficio de todos una cierta opresión, nuestra situación sería otra. Rebelándonos contra el gobierno permitido por Dios, con el fin de volvernos nuestros propios reyes, recibimos el pago que, en mi opinión, tuvimos bien merecido; y ¡ahora el señor conde quiere mejorarla con sus tendencias radicales! ¡Me parece que esto es más difícil que apoderarse de la corona de Hungría! ¿Dónde están los aplausos dirigidos al señor conde y a su rival Kossut? Todo permanece en silencio; no se oye ni el zumbido de una mosca. Así que le pido que se deje de tonterías. ¡Bastantes de las peores necedades humanas hemos hecho en la Tierra! ¿Debiéramos continuarlas aquí? Por mi parte, prefiero ser el vecino más ordinario de cualquier Cielo negro-amarillo, que pintar en este infierno un rey más radical...
18. Ya no simpatizo más con partido ninguno, a no ser con la humildad y la obediencia plenas.
19. Así que digo: ¡Señor Jesús, Dios de justicia y de Amor, que con tu sangre santificada también a mí me redimiste en la cruz! ¡Sálvame de la aflicción en estas tinieblas y, si es posible, también a todos los demás! No escuches la necia y orgullosa palabrería de un demócrata de la soberbia nobleza húngara para quien el pueblo no es sino basura! Escúchanos a nosotros, pobres diablos, y ayúdanos dentro de tu Gracia y Misericordia infinitas, librándonos de un sufrimiento que, por cierto, ya dura algunos milenios».
1. Ante la exclamación del orador, el conde, furioso, vuelve las espaldas a la reunión y hace ademán de huir. El franciscano se lo impide diciendo: «¡Deténgase, señor conde! En nuestra patria fue ministro y nosotros obedecimos en el marco de la ley. Ahora se aproxima el juicio eterno y el señor conde tendrá que responder por nosotros. ¿Comprende?».
2. El noble, perturbado por la resolución inesperada del franciscano, y todavía aturdido por la oración increíble del orador anterior, entra en un arrebato y con gran suavidad dice: «¡Está bien! Ya estoy de acuerdo con todo... Sólo os ruego que no acabéis conmigo como con un ladrón asesino, ¡y no os echéis encima de mí!». El franciscano: «De acuerdo, pero otra cosa es cómo subsistirá usted ante el Juez eterno, y cómo nosotros, sus cómplices...».
3. Responde el húngaro: «Querido amigo: ¿no ha oído que Jesús desea ser misericordioso con todos nosotros? ¿Cómo, pues, podría juzgarnos? ¿Con qué fin establecería el Omnipotente y el Omnisciente una confrontación con sus ínfimas criaturas?, ¿para llevarlas a la total confusión y a la propia condena? Este es el punto débil de un sacerdote católico que atribuye a la Divinidad flaquezas humanas. Dios es bueno y misericordioso para quien desea serlo. Quien sea dejado por Él no tiene solución y menos todavía por intercesión de un aristócrata húngaro. Por mi parte estoy convencido de que el Señor ni siquiera se ha fijado en la porquería que nos hemos lanzado los unos a los otros. ¿Me comprende, Sr. Grosero?».
4. El franciscano asegura: «¿Cómo no? Veremos quien tiene razón al final. Me parece que está clareando por el Levante. ¡Seguro que cambia nuestra situación! Por ese lado veremos algo si es que hay algo que ver».
5. El orador Miklosch dice: «Queridos amigos y hermanos, escuchadme pues mi alma percibe una intuición que quiero trasmitiros. Todos somos igualmente desgraciados, ninguno más que otro. ¿Qué tal si permaneciésemos unidos con amor y amistad fraternales, sin acusarnos recíprocamente, esperando lo que decida con nosotros la Omnipotencia divina? Ya es un sufrimiento inaudito que temamos a Dios como la paloma delante del cóndor. ¿Por qué habríamos de aumentar nuestra aflicción? ¿Creéis que con ello suavizaremos el juicio de Dios? Él actúa según su Voluntad y nada lo hará desistir de su pronunciamiento, pues escrito está en la Escritura: “Los Cielos y la Tierra desaparecerán, pero mi Palabra no pasará nunca”. Cosa más extraña: está clareando cada vez más, y el cielo encima de nosotros está ya casi azul, aunque no veo estrellas. Seguramente aquí no las hay».
6. El conde aplaude: «¡Bravo, amigo Miklosch, tus palabras me gustan más que las del padre Cipriano! ¡En verdad un sacerdote católico sigue siendo siempre una criatura insensible! Sin embargo será perdonado. De ahora en adelante nunca más seré soberbio aun cuando se trate de un enemigo intransigente. ¡Que Dios nos conceda una justa comprensión y una paciencia verdadera y firme! ¡Su Voluntad sea con nosotros!».
7. Ante esta exclamación del conde, la neblina se hace más ligera y todos pierden la sensación de estar ya tanto tiempo en aquella región.
8. Tras cierto tiempo, entre la tarde y la medianoche, Miklosch descubre una enorme cordillera y dice: «¡Oh amigos, queridos amigos! ¡Mirad esas montañas! Por vez primera topamos con tierra firme en este territorio encantado. Las montañas siempre fueron mi punto flaco. ¡Nada hay que pueda compararse con el majestuoso panorama de una cordillera. Satisface y estimula el corazón hambriento del hombre, despertando en él la fe y el amor a Dios. ¡Cómo me conmueve este cuadro! La cumbre es colosal; en la Tierra no habrá nada parecido. ¿Veis también la cordillera?».
9. Todos exclaman: «¡Sí, sí! ¡Qué maravilla! Pero por el color que tiene debe estar muy lejos, aun así casi se rompe el cuello al mirar a la cima. Gracias a Dios que vemos algo. Es extraño que todo esté todavía cubierto de niebla. Aun así, esa claridad sólo puede venir desde el levante. En el caso de que aquí exista un Sol, debe estar muy bajo en el horizonte porque no vemos sus rayos en los picos elevados».
10. El conde replica: «A lo que me parece ya hay un poco de resplandor rojizo. Su aspecto es en verdad encantador. Si tuviéramos un guía sería el primero en subir a la cordillera. Por el centro quizás no sea difícil y, además, aquí no perdemos nada. ¿Qué opina, padre Cipriano?».
11. El franciscano responde: «¿Qué diré? Ya hablé bastante y nadie me hizo caso, sólo me llamaron grosero. Seguiré callado y haré lo que me parezca. Si vais a subir a la montaña, naturalmente no me quedaré aquí solo. Supongo que es mejor que nos quedemos que padecer el vértigo de las alturas».
12. Miklosch aduce: «Yo también estoy de acuerdo. Aunque aquí, como espíritus, resultemos más ligeros que en la Tierra, no voy a arriesgarme a dar un salto mortal desde semejantes alturas. Por eso esperemos todavía un poco hasta que haya más luz. Ahora presiento en mi espíritu que en breve recibiremos una visita muy particular. Y, si mi visión no me engaña, desde el Levante ya se está acercando alguien».
13. Dice el conde: «También veo una persona con un vestido plisado. ¿Se tratará de un ajusticiado recién llegado de la Tierra?».
14. El franciscano cuestiona: «En tal caso estaría vestido con trapos terrenales como nosotros. Desde la época de los griegos y los romanos nadie más ha usado ropa plisada. Debe ser un ciudadano antiguo de este mundo. Pronto sabremos quién es, voy a llamarle».
15. Miklosch interrumpe: «No hace falta porque viene en dirección nuestra. Su acercamiento me produce una agradable sensación. Tiene que tratarse de un muy buen hombre, es decir de un espíritu... Lo sorprendente es que cuanto más se acerca, tanto más clarea el día. Y ahora fijaos que en el Levante, detrás de este hombre, pese a la niebla se puede divisar claramente la silueta de un enorme palacio...».
16. Todos se vuelven hacia allí y quedan admirados del descubrimiento de Miklosch. Entonces, el conde dice: «Ya veis que tuve razón cuando propuse que nos fuéramos. Con tan sólo unos cien pasos nos habríamos dado de narices con ese palacio». El franciscano afirma: «Poco importa, en la eternidad, unos minutos más o menos carecen de importancia. ¡Silencio! El hombre, por cierto habitante del palacio, está ya muy cerca y la buena educación exige que le recibamos, porque ciertamente vendrá por nuestra causa».
17. Todos están de acuerdo y se dirigen hacia él. Una vez a su lado, el conde toma la palabra y dice: «Con permiso, ¿a dónde va con tanta prisa? Quizás su camino sea muy largo».
18. El extraño dice: «¡Sed bienvenidos queridos amigos y hermanos! Vine aquí sólo a causa vuestra, pues escuché vuestras voces y salí corriendo a socorreros. Vivo en aquella casa que veis, un poco borrosa todavía». El conde pregunta: «¿Es tuya?».
19. Dice el extraño: «Sí, más o menos. Aquí no existe la propiedad en la plena acepción de la palabra; todo se tiene en común, existiendo en este Reino una verdadera democracia. Los bienes pertenecen a todos los que tengan la misma índole. Por eso también vosotros podréis disfrutar de todo sin preguntar Quién es el Dueño. Aquí reina la libertad plena, en la que cada espíritu puede disponer sin interferencia ajena. Cada cual recibe lo que le es afín».
20. El conde exclama: «¡Qué orden más maravilloso! Nosotros queríamos establecer lo mismo, sin que llegáramos a conseguirlo, pues allí predomina la ley del más fuerte. Pero aquí parece que reina el derecho del primer ocupante, ¿o, acaso, reina el antiguo “cada uno es su propio soberano”?».
21. Responde el extraño: «Casi, casi, aunque algo diferente. Aquí sólo impera un derecho, el del amor libre y puro. El derecho está de acuerdo con el amor. El principio básico de la vida es: Haz lo que quieres que te hagan. Como cada cual adopta este axioma, eso les otorga a todos el derecho pleno de disfrutar de todo lo que posee otro que, en caso inverso, podrá hacer lo mismo. Ya veis más claramente la casa. Os digo que tenéis pleno derecho a poseerla ya que su dueño hará lo mismo con lo que, por ventura, os sea concedido. ¿Estáis de acuerdo con este principio jurídico?».
22. El conde dice: «Amigo, ¡eso es el comunismo perfecto, o sea, el antiguo cristianismo puro! En la Tierra nos encontramos lejos de una jurisprudencia semejante; sin embargo es la mejor y más natural Constitución de un pueblo. El único inconveniente consiste en que los holgazanes llevan mucha ventaja a los diligentes».
23. El extraño observa: «¡Amigo, te equivocas! Aquí el perezoso y el diligente no tienen relación alguna porque el primero no quiere en modo alguno lo que pretenda el segundo. Prevalece la afinidad y queda excluido lo heterogéneo. Pues si el máximo principio jurídico prescribe que cada uno debe hacer al prójimo lo que quiere que le hagan a él, no es posible que el holgazán lo reciba todo del hermano diligente sin pagarle con la misma moneda. Aquí, cada espíritu procura ser útil a todos. Quien sea perezoso y no comparta este ideal, se rebelará contra semejante régimen cosmopolita y, a poco, buscará la compañía de sus semejantes. Las perspectivas de un grupo de holgazanes, completamente aislados, os las podéis figurar.
24. Vosotros asentís porque reconocéis que así es, y porque veis que esta legislación es ideal para un mundo en que ya no existe la muerte. Por eso, en vuestro propio interés, ateneos a las condiciones de esta legislación. En tal caso ya sois verdaderos ciudadanos de este mundo y, si os queréis instalar en aquella casa y fortaleceros, podréis hacer uso sabio de las facilidades que os ofrecerá. Pero tenéis que tener la firme voluntad de volveros útiles para esta casa, en lo que fuere».
25. Responde el hidalgo: «Mi noble amigo, eso se da por supuesto, pues preferiría no existir antes que aceptar algo de una persona a la que no pudiera corresponder de alguna manera. Este parecer mío es el de todos, de lo que respondo conscientemente. Pero una cosa, querido amigo: Como seguramente ya vives mucho tiempo en esta región y la conoces bien, dinos, por favor, de qué forma debemos dirigirnos a Dios, es decir, a Jesús, el Crucificado, Señor único de los Cielos y la Tierra. ¿Dónde está? ¿Nuestros ojos pecadores podrían ver, aunque sólo fuera un instante, su semblante santo?
26. Cuando todavía había aquí una oscuridad completa, diversas veces fuimos invitados a dirigirnos a Él si queríamos ser socorridos. Al principio lo interpreté como un engaño acústico. Poco a poco la situación se hizo más comprensible, pero cómo hacerlo es otro asunto. Nadie será capaz de dar respuesta mejor que tú, que estás aquí en tu propio ambiente».
27. El extraño asiente: «Así es, pues en todas las partes de este mundo estoy en casa como quien dice. Respecto a vuestra petición, de todos modos ya os habéis dirigido a Jesús, razón por la cual todo se ha vuelto claro y nada más tengo que decir. Conservad al Señor en vuestro corazón y os será prestado el mejor auxilio. Es preciso que barráis de vuestro interior el orgullo, la altivez, la presunción, la venganza y la sensualidad respecto al sexo femenino, dejando todo al criterio de Jesús. Así, no sólo le veréis por algunos instantes, sino que permaneceréis eternamente con Él, pues su Bondad es inconmensurable».
1. Dice Miklosch, extasiado con las agradables palabras del extraño: «Querido amigo, das la impresión de que conoces de cerca de Jesús, Señor y Dios. Danos una pequeña explicación respecto a su persona e indícanos dónde suele estar con sus felices amigos».
2. Dice el extraño: «Queridos míos: sobre la primera pregunta he de deciros que precisamente Yo tengo la mayor semejanza con Él. Tanto su físico como su voz son idénticos a los míos. Quien me mira a Mí, ve la perfecta réplica de Jesús el Señor. De modo que fijaos bien en Mí, y ya veis efectivamente a Jesús, en lo que se refiere a su persona.
3. Respecto al sitio donde se encuentra, la respuesta es más difícil, aunque todo resulte en lo mismo. En principio habita en el Levante eterno. En la Tierra conocéis la constelación de “Leo”. En ella hay una estrella, “Regulus”, que es un Sol central. Al igual que todos los Soles físicos, también esta está en unión con un Sol espiritual al cual corresponde, un Sol que le penetra y le abarca, y que más allá de él abarca toda la infinitud. Allí en este Sol espiritual es donde habita Jesús... ¿Me habéis comprendido?».
4. El conde afirma: «Sí, en la medida de lo posible, porque indudablemente tu indicación sobre el lugar es un tanto oscura. Pero eso de que tu parecido con Jesús y su verdadero paradero puedan resultar en lo mismo a fin de las cuentas, ¡ahí me parece que has ido demasiado lejos! ¿Qué relación puede haber entre ambas cosas? Ciertamente no te has expresado bien. Ten, pues, la bondad de aclarar ese punto».
5. Dice el extraño: «Mi querido Bathianyi, así son aquí las cosas. No es preciso que todo quede claro de golpe. ¿No te das cuenta de que tampoco esta región ha perdido la neblina de modo abrupto? Lo mismo sucede con determinadas preguntas. Una respuesta completa hace que el espíritu se vuelva indolente por no haber otra cosa sobre la que preguntar. Si la respuesta es velada, el espíritu lo hará todo para orientarse respecto a pequeñas dudas. Fíjate, sobre la figura de Jesús, el Señor, nada has objetado y tu espíritu se dio al ocio y no ha preguntado nada más. La incertidumbre de la segunda respuesta lo ha despertado de nuevo, forzándolo a seguir con las preguntas. Esto es muy beneficioso. Por eso, en adelante, ya no tengas reparos cuando surgen enigmas, pues todo te será claro en tiempo oportuno».
6. Dice el conde: «Todo es cierto y verdadero, pero, así y todo, resulta bien místico». Interrumpe el franciscano: «¿Y qué? ¿No es mejor que estemos contentos por recibir tantas indicaciones de este amigo, en vez de criticar sus maravillosas palabras? La segunda respuesta no me preocupa personalmente; en cuanto al señor conde, se le da el dedo meñique y pretende quedarse con toda la mano. ¿Dónde está la educación, virtud tan cultivada por el señor?».Dice el noble: «Estimado amigo, eso no es de su incumbencia. Si quiere ser espiritualmente bondadoso, es un asunto suyo, pero no espere de mí la misma actitud».
7. Interrumpe el extraño: «¡Calma, calma, amigos! Con la irritación no se consigue nada importante y verdadero. Lo que debe guiaros es el amor».
1. El franciscano exclama: «¿Ha escuchado, señor conde, lo que acaba de decir nuestro noble y bondadoso amigo? El amor debe ser nuestro guía. Tan pocas palabras dicen mucho. ¡El amor! ¡El gran amor bendito! En él es donde se ocultan todos los secretos de la vida.
2. También conocemos el amor, es decir, el amor propio y el amor carnal. Con ellos usted y yo nos entregamos en la vida a muchas aventuras de amor. Pero aquel Amor divino que, incluso clavado en la cruz en la que sufría indecibles dolores, aún era capaz de pedir al Padre eterno plena absolución para sus asesinos, con la existencia de semejante Amor nunca hubiésemos soñado ni usted ni yo. Y eso a pesar de que únicamente este Amor contiene todo lo que es indispensable para la vida.
3. ¡Aniquilar a los enemigos, desear toda clase de males, diezmar el trono austríaco y entregar sus dones al infierno, eso es de lo que seríamos capaces! Bendecir a los que nos maldicen, hacer el bien a quienes nos perjudican y acoger a quienes nos persiguen, de eso no hay en nuestro corazón ni rastros. Hasta ahora sólo hemos pensado en la venganza. No tiene ningún mérito condenar al prójimo mediante los poderes legales y resulta muy fácil odiar al prójimo a causa de diferencias, declarando que no merece la Gracia divina. Sin embargo llegar a dominar las propias pasiones, aplicando el puro amor ante las flaquezas de los ignorantes, desear para ellos la Misericordia y el perdón del Altísimo pese a sus acciones descabelladas, y soportarlos a todos con la misma paciencia y bondad, todo eso es un arte muy distinto de lo que pretende hacer el mundo a la moda húngara, polaca o rusa.
4. Vea usted, apreciado amigo: precisamente éste es el santo Amor divino que contiene el secreto de toda clase de vida, para nosotros dos totalmente desconocido. Y si no me equivoco, este amigo todavía desconocido ha dicho que el Amor divino debiera ser nuestro guía. ¿Cómo lo conseguiremos si no nos entendemos más que el ratón y el gato, y pensamos en las peores venganzas sobre nuestros enemigos? Para hablar sinceramente, lo que más desprecio de Vd. es que no pretenda abandonar su título. Ya lo intenté varias veces pero el señor no quiere comprenderme. ¡Hace mucho que yo renuncié al de “padre franciscano”! ¿Por qué no hace lo mismo? Créame, como hombre y hermano nunca le habría insultado -ni siquiera en una sílaba- si no me hubiera provocado su título de “Sr. Conde” que en este reino de los espíritus no pega ni con cola. Para su propia salvación le insto a que deje de una vez para siempre lo de “conde” Bathianyi y jamás le diré ni una palabra que pueda molestarle; igualmente le pido perdón por todas las ofensas infligidas. Si no lo quiere hacer por mí, hágalo por este noble y bondadoso amigo que tantas palabras confortables ha dicho».
5. El conde reacciona: «Querido Cipriano, lo de “conde” no es algo que se negocie tan fácilmente, pues mi familia es antiquísima. Además nuestro amigo, que parece muy sabio, nada ha exigido al respecto. Y si me lo hubiera exigido, habría que ver si se lo hubiera consentido tan fácilmente; porque la dinastía de los Bathianyi es muy antigua. ¿Entiende?». Responde el monje: «¡Oh, sí!». El húngaro prosigue: «El señor continúe siendo lo que es y yo lo que soy. ¿Acaso no ha habido príncipes, condes y duques muy buenos? ¿Acaso yo no puedo amar a Dios tanto como un campesino? Supongo que la fina educación de un caballero se presta más al amor puro que la de un gañán ordinario. Dios no sería perfecto si algo imperfecto le complaciera más. ¿Por qué en el Cielo los ángeles perfectos se llaman “arcángeles”, “príncipes de la Luz” y “mensajeros del Poder divino”? La misma Divinidad ha establecido una clasificación determinada entre los primeros ángeles creados y un orden semejante se ve entre los cuerpos cósmicos, las montañas, los ríos, los lagos, mares, plantas y animales, de tal manera que unos sirven a otros; el Sol sigue siendo Sol y no puede reducirse a un planeta ordinario, y entre el río Amazonas y un regajo siempre habrá por cierto una gran diferencia.
6. ¿Querrá inducir a Dios a que elimine semejantes primacías dentro de la naturaleza? ¿Por qué Jehová elegiría en aquellos tiempos a Saúl, David y Salomón como reyes del pueblo judío? En su opinión, ¿acaso habría debido ungir a todo el pueblo para tal fin? A lo que sé, Dios sólo prometió a David que de su estirpe, que sería eterna, sería de la que haría nacer el futuro Mesías del mundo. Según la lógica de Vd., Dios cometió un gran error prefiriendo entre millones de criaturas a una sola. ¿No leyó nunca en la Crónica cómo se probó la primogenitura de Jesús, partiendo desde Adán?
7. ¿Cómo se atreve Vd. a interferir en una clasificación instituida por la misma Divinidad? ¿Acaso me hice conde yo mismo? ¿O no fue por la Voluntad de Dios por la que mi familia fue elevada a categoría de alta nobleza? Soy conde por determinación divina y no puedo ser destituido de este privilegio por un franciscano envidioso de mi nobleza».
8. Responde el monje: «¡Quizás más de lo que el señor cree! A través de su discurso, salpicado de pruebas cuestionables, he llegado a la clara conclusión de que es la más difícil de las cosas que el hombre se humille y abandone los privilegios de la nobleza adquirida en el mundo. Además, he deducido que resultará dificilísimo que los grandes se vuelvan como niños, que todavía no entienden de prerrogativas mundanas, teniendo justamente por tal disminución terrenal, la posibilidad de entrar en el Reino de Dios. Es más, encuentro muy justificado que Jesús dijera al rico mancebo que es más difícil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico o noble entre en el Reino de los Cielos.
9. Amigo, el Señor no comparó su Reino con el río Amazonas sino con un grano de mostaza que es una de las semillas más pequeñas. Si el Señor comparó su Reino con algo tan ínfimo, con lo que seguramente quería aludir a la humildad del hombre, ¿qué pinta ahí un río Amazonas? Jesús también dijo que entre las ramas de la zarza de mostaza habitarán los pajaritos de los cielos... Entonces, para tener en cuenta a la nobleza terrestre, ¿no habría sido más preciso diciendo que en él habitarían cóndores, águilas, buitres y avestruces, mostrando así que para que el hombre pueda alcanzar el Reino de los Cielos ha de ser por lo menos barón?
10. Mi querido conde, puede Vd. esgrimir mil argumentos, que yo siempre repetiré la sentencia de Cristo: “Todo lo que ante el mundo sea de cualquier modo grande, elevado y maravilloso, es un horror para Dios”. Me apuesto lo que quiera que si algún día tenemos la enorme Gracia de entrar en el Reino de Dios, no nos encontraremos a David y a Salomón como reyes, ni tampoco al santo rey Esteban de Hungría, ni a los príncipes y condes Bathianyi. Si están en el Cielo, serán hermanos queridos y amables, que sólo tendrán un Padre, Dios y Señor. Sin embargo es muy posible que en el infierno los aristócratas de raigambre se rindan homenaje unos a otros. No creo que me haya equivocado. De todos modos, con mis palabras sólo pretendo darle a entender cómo interpreto su sermón. Ahora nuestro noble amigo puede hacer de árbitro entre los dos, si usted está de acuerdo».
11. El conde responde: «Me parece que no necesitamos juez porque ambos tenemos razón. No pondré impedimentos a su futura bienaventuranza y espero lo mismo de Vd. Así nos ahorramos el juicio». El franciscano responde: «¡Éste no tiene arreglo, ni bautizándolo, ni con los santos óleos. Puede ganarse a todo el mundo, incluso a un Judas Iscariote, pero ante un noble de Hungría, cualquier intento resulta inútil».
12. Interviene Miklosch que, entretanto, había hablado con el extraño: «¡Amigos!, ¡qué discusión! Todo eso no sirve de nada; no conseguiremos mejorarnos los unos a los otros porque cada uno de nosotros es malo.
13. ¿Para qué puede servir adoctrinarnos recíprocamente si nada bueno podemos presentar y cada cual puede decir del otro cómo pretendes enseñarme el buen orden si tú mismo estás desordenado? Equilíbrate primero y, si tu ejemplo me sirve, espera a que te pida que me enseñes tus principios, los cuales demuestran la superioridad de tu organización. Por ahora carecemos de toda experiencia en este mundo nuevo y nada sabemos de sus caminos y condiciones. Por lo tanto, ¿cómo podemos enseñar a nadie?
14. Tu disertación, querido Cipriano, ha sido buena y evangélica, y predicada desde un púlpito mundano habría producido gran sensación y buenos resultados. Pero ¿cuál ha sido la reacción de nuestro amigo Bathianyi? Justamente la contraria de la que esperabas. ¿Por qué? Por lo mismo que dijo Cristo de los fariseos cuando los presentó como ciegos que nunca podrían guiar a otro ciego.
15. Entre nosotros se encuentra un guía experimentado y bien orientado en este mundo. A él es a quien conviene pedirle que nos indique el camino justo. Estoy convencido que una palabra suya tendrá más resultado que si nosotros, ciegos, continuáramos trillando aún más paja vana».
16. El conde dice: «Estoy de acuerdo y haré todo lo que se exija. No niego que el ultimo discurso de Cipriano fue evangélico y aceptable, pero ¿quién le dio el derecho de pretender guiarme? No es mejor que yo en nada. ¿Cómo, entonces, puede pretender guiar y enseñarme?
17. Una enseñanza verdadera tiene que brotar de un corazón bondadoso, puro e iluminado y no puede estar salpicada de retóricas satíricas; entonces siempre surtirá un buen efecto. Pero si una enseñanza -por pura que sea- está presentada con ironía, entonces estropeará más que lo que podrá arreglar. Quien quiera que yo mejore, tendrá que hacerlo sin insultarme, con suavidad y fraternidad; pero el amigo Cipriano tiene una lengua demasiado mordaz. La proposición de Miklosch, sin embargo, es bien distinta. A ésta voy a hacer caso».
18. El franciscano aduce: «Si todos están de acuerdo, lo que desde hace mucho deseo, estaremos en el mejor de los órdenes. Roguemos a este buen amigo que nos oriente que lo haremos todo por seguirle».
1. Dice el extraño: «No espero que me roguéis nada sino que tengáis un corazón afable y dócil. Lo demás vendrá por sí sólo y nada más os faltará nunca. Es preciso que no os enemistéis a causa de la diversidad de opiniones y también que no os acuséis de numerosos pecados como si tuvierais derecho a juzgar y condenar.
2. Como todos conocéis más o menos la Escritura, debéis saber que quien califica de necio al prójimo merece ser juzgado y condenado al fuego eterno del infierno. ¿Cómo, entonces, podéis pelearos? Os digo que todos estáis llenos de errores y males, y cada uno de vosotros tiene motivos de sobra para hacer limpieza en su propio entorno. Así que nadie debe centrarse en los pecados del hermano, pues eso es un horror para Dios.
3. Bien sé que en la Tierra los hermanos se pelean por mero orgullo o codicia, queriendo cada cual ser más inteligente que el otro, considerándose libre de faltas y pintando al prójimo con todos los colores del infierno. Sobre todo los que más tienen son odiados y criticados por los menos favorecidos, para lo que realmente proporciona motivos el espíritu usurero de los primeros. Como los ricos son más poderosos, los pobres se ven obligados a buscar en ellos pan y trabajo, dándoles así poder. No lo hacen por amor, sino por necesidad y no es raro que se reconcoman por verse subordinados a otro, al que preferirían dominar. Esta situación da pena ante el Verbo puro de Dios conocido en la Tierra...
4. Pero aquí en el reino de los espíritus, donde no existen carencias, pobreza ni ventajas, semejantes expresiones de odio nunca deben surgir. Os digo con franqueza que quien odia a su hermano, sea cual fuere el motivo, carece de la Gracia divina y su alma es la de un demonio lleno de orgullo que no quiere reconciliarse porque su deseo constante es el de ver afligidos por toda clase de desgracias y tribulaciones a los demás, de cuya supuesta injusticia se considera víctima.
5. Vuestras enseñanzas recíprocas pueden haber sido justas y muy buenas, pero ¿de qué sirven si esconden tendencias de ambición, dominio, amor propio y provecho? Quien efectivamente quiera enseñar al prójimo, antes de nada tendrá que quitarse la viga del propio ojo, y, sólo entonces, dirigirse lleno de amor al propio hermano diciendo: “Querido mío, veo una paja que enturbia tu vista, déjame que te la saque con sumo cuidado”. Así, cualquier enseñanza mutua conseguirá los resultados más maravillosos.
6. Mirad, Yo soy un Maestro justo, pues nada os exijo salvo que aceptéis lo que os beneficie. Así habréis de actuar entre vosotros y vuestras palabras serán benditas.
7. El hermano Miklosch os ha tratado antes así y sus explicaciones encontraron eco inmediato en vuestros corazones. Si Cipriano y Bathianyi hubieran hecho lo mismo, toda la asamblea estaría mucho más adelantada. Sin embargo ellos dos querían demostrar que cada uno era más versado que el otro en los Evangelios, con lo que sus palabras no tuvieron éxito alguno.
8. Abandonad pues todo lo que pueda entenderse como signo de superioridad, de lo contrario no podréis volveros hijos del Padre celestial. ¿Cuál sería el provecho si mediante explicaciones mutuas consiguierais sobreponeros al prójimo, pero cada cuál produciendo un gran daño a su propia alma? ¿Qué podríais ofrecer para librarla del lodazal de la perdición?
9. Seguro que conocéis la oración al Señor en la que se dice: “Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Si para perdonar exigís condiciones que difícilmente pueden ser cumplidas, ¿en qué basaréis vuestra petición a Dios?
10. Se lee en la Escritura: “Bendecid a quienes os maldicen y sed caritativos con los que os odian y os desean el mal”. Si siendo compañeros de infortunio os despedazáis, ¿qué haréis con vuestros enemigos? Os digo que ninguno entrará en el Reino de los Cielos antes que desde el fondo de su corazón diga, como Cristo en la cruz: “Señor, perdónales porque no saben lo que hacen”.
11. Si todos estáis de acuerdo, acompañadme a aquella casa. De lo contrario quedaos aquí y buscad alojamiento por cuenta propia. Pues vuestra voluntad es eternamente libre».
12. Dice Bathianyi: «Amigo, tus palabras son como flechas afiladas que alcanzan el blanco, pero no hieren el corazón. Porque -dentro del único orden en que una sociedad puede vivir feliz- son realmente acertadas. Yo, y todos nosotros, las aceptamos con gratitud. Incluso me llevan a perdonar a todos mis enemigos terrenales, pues todo lo que hicieron fue hecho en la ciega furia de la victoria. ¡Que Dios les perdone!
13. ¡Por mi parte, nada me deben! Sólo deseo pedir al Señor de Cielos y Tierra que cuide a mi mujer y a mis hijos y que los guíe de manera tal que les haga los caminos de Dios más fáciles de lo que fueron para mí».
14. El extraño dice: «Querido hermano, no te preocupes ya por lo que sucede en la Tierra. De eso se ocupa el Señor, que se encuentra mucho más cerca de ti de lo que supones. Tu familia necesita una buena humillación, pues sin ella nunca llegaría a donde te encuentras ahora. Por ella conocerá la completa inanidad de los bienes terrenos e incluso los despreciará. De esta manera, tras la muerte, les será más fácil llegar al Reino de la Luz. No debes preocuparte sino de amar a Dios y a todos los hermanos; el resto te será dado por añadidura».
15. Dice el franciscano: «Amigo, me queda claro del todo lo que dices respecto a estos hermanos de infortunio. Sólo que sobre los demonios inclementes de la Tierra no me conformaré tan fácilmente como el amigo Bathianyi, pues el propio Padre del Cielo tendrá que reconocer que no es una broma ser ahorcado como un despreciable salteador. Por semejante ultraje exijo de Dios una justa venganza mediante el correspondiente castigo a nuestros jueces; de lo contrario mi corazón no encontrará la paz».
16. El extraño responde: «Amigo, los que te ajusticiaron pertenecen al Señor tanto como tú. Supongamos que, por descuido, te hubieras herido tú mismo los pies, de manera que, a causa del dolor, comenzases a maldecir tus manos. Si entonces alguien te dijera: “Eso fue obra de tus manos, véngate de ellas y deja que te las corten, pues no merecen compartir tu cuerpo”, ¿harías caso de un consejo así?».
17. Replica el monje: «Dios sabrá guardarme de semejante necedad. ¡Que absurdo aumentar un gran dolor y un sufrimiento grande!».
18. Dice el extraño: «Ya te tengo allí donde te quería tener... Si no deseas aumentar el dolor mutilándote criminalmente las manos que, evidentemente, pecaron contra ti, ¿cómo puedes esperar que la Divinidad esté de acuerdo con la mutilación de aquellos de sus miembros que han actuado descuidadamente contra otros? ¿Cómo puedes pedirle a Dios lo que nunca harías tú mismo? Al igual que tú con todos tus miembros eres un individuo completo, la Divinidad, con todos sus seres creados, es una entidad concreta que procura curar de la mejor manera a sus partículas enfermas, capacitándolas para una finalidad eterna. Si Dios, el Señor, cura tus magulladuras de otro modo más eficiente, ¿pensarás todavía en vengarte de tus enemigos terrenales?».
19. El monje responde un tanto avergonzado: «Siendo así, ¡claro que no! Por cierto, ahora digo en el nombre de Dios: Lo que es del agrado de Él, también será de mi agrado. Sólo espero que la bondadosa Deidad no me tome a mal una opinión cuyo origen está en las condiciones conflictivas de la Tierra».
20. El extraño continúa: «Si tu corazón se encuentra equilibrado, también estarás en orden con Dios. En cuanto hayas perdonado desde el fondo de tu corazón a todos tus enemigos, tu libro de culpas quedará borrado ante Dios, y podrás rezar así con un corazón y una conciencia puros: “Padre, perdóname todos los pecados así como también yo he perdonado a todos los que erraron contra mí”. Y Él te perdonará y ya lo hace, antes de que le hayas rezado».
1. Dice el franciscano: «Te agradezco, querido amigo, una explicación tan maravillosa. Es verdadera y digna de Dios, y cualquier alma encontrará su paz en ella. Sin embargo, todavía existen cosas y hechos a los que hay que considerar defectos capitales de la naturaleza humana y a los que no es posible aplicar las mismas medidas que a los enemigos. Por ejemplo hay fraudes que uno ha hecho a otros y que no se pueden enmendar aun con la mejor voluntad. Y, además, la impudicia, la violación, la masturbación, la pederastia (incluso en lugares sagrados), son pecados objeto de la eterna condena de Dios y nunca podrán anularse aunque sean confesados, pues dejan en el alma una mancha indestructible. Por ello conviene saber si la Divinidad borrará tales manchas si le pedimos perdón».
2. El extraño responde: «Amigo, si por ventura creyeras que la Divinidad es más sabia que las criaturas más inteligentes, sabrías que considera las flaquezas humanas con una comprensión mucho mayor que la de las criaturas. Mucho pecaste en vida porque mucho fuiste tentado por la carne. Podrías haber vencido esas tentaciones si te hubieras empeñado en ello con verdadero rigor. Consideraste muy fatigoso un control semejante y muy agradables las distracciones de la vida natural, y seguiste lo mismo. Sin que lo supieras, la Divinidad entró en acción, haciéndote salir de tu pacífica celda sensual al campo de batalla. Así tuviste una oportunidad de estudiar los cuadros horrendos del fin de la materia y de su sensualidad, volviéndote más equilibrado. Al final, tu propio cuerpo llegó a sentir el valor de sus flaquezas carnales. De este modo Dios castigó tu carne, liberando y purificando tu alma, y no necesitas indagar tales pecados pues encontraron su juicio y su fin junto con la carne. Todo lo que a ella pertenece con ella es condenado y enterrado.
3. Cosa distinta ocurre cuando el alma se ha integrado en la misma carne. Entonces, por supuesto, no le podrá caber otra suerte que la de la misma carne. Pero en tu caso no será así; esto ya lo puedes apreciar viendo que tú aquí -sin carne, pero todavía sintiendo interiormente sus exigencias dentro de ti- vives perfectamente y no estás ni mucho menos yaciendo como muerto en la tumba».
4. Dice el franciscano: «Amigo, ¿cuál es el destino de las almas que comparten la muerte tenebrosa de su cuerpo?, ¿van seguramente al infierno tras la completa desaparición de su ídolo?».
5. El extraño explica: «Ningún alma será privada de su libertad, conciencia y recuerdos. Lo que ella quiere, se hará. Si quiere resucitar, eso se le dará. Si su voluntad es bajar a los infiernos más allá de la tumba, no se le impedirá el camino. Aunque el infierno es permitido por Dios, el alma no es condenada eternamente ni separada de todos los Cielos, a no ser por su propia inclinación y libre arbitrio. Si su deseo es dirigirse al infierno -porque este representa la índole de su amor- entonces irá al infierno, y todos nosotros no la podremos detener. Si su deseo es dirigirse al Cielo, todos nosotros la recibiremos con cariño y amor, conduciéndola por el mejor camino. Es el Orden de Dios».
6. El franciscano dice: «Amigo, ¿nos podrías explicar algo sobre el infierno?».
7. Dice el extraño: «Escrito está: “Buscad ante todo el Reino de Dios, pues todo lo demás se os dará”. Vamos pues a hacer lo mismo. Venid conmigo hacia aquella casa, libre ahora de toda niebla, y recibiréis explicaciones más extensas. ¡Que así sea!».
1. Bathianyi camina a la derecha del extraño y el franciscano a la izquierda, en tanto que Miklosch y los demás siguen detrás de Él.
2. Cuanto más se aproximan al edificio, más se sorprenden de su grandeza y majestad. Cuando se encuentran delante, Bathianyi no puede contenerse más y exclama: «¡Amigo, no es posible que sea obra ni de ángeles ni de espíritus más sabios de las estrellas, pues sólo la mano de Dios puede conseguir algo semejante! Esta inmensidad y armonía insuperables son algo que nunca hemos visto. Si es tan deslumbrante por fuera, ¡cómo será por dentro!».
3. Dice el monje: «¡Tienes razón!, disculpe, el señor tiene razón». El conde protesta: «Amigo, continuemos tuteándonos; ya no quiero saber nada de la vana dignidad nobiliaria. ¡Desde ahora todos somos hermanos».
4. Prosigue Cipriano: «Muy bien, querido amigo. Ese es mi deseo desde ya hace mucho. Volvamos al tema: Conozco la iglesia de San Pedro, en Roma, el Vaticano con sus centenares de aposentos, y no son sino una casita de caracol comparados con este palacio. Así por encima cabrían en él como unas cien veces la población total del mundo. Observa la extensión de su fachada que se pierde en el Infinito. En cuanto a la altura, supongo que la parte de arriba llegaría hasta la Luna, si aquí la hubiera. ¡Es para enloquecer!».
5. El conde se dirige al extraño. «Dinos, querido amigo, ¿Quizás Jesucristo, Señor y Dios, reside en este edificio colosal? Porque es demasiado grande y maravilloso incluso para los arcángeles».
6. El extraño, todavía desconocido por la asamblea, responde: «Sí, Jesucristo acostumbra a residir en tales casas con sus amigos e hijos, por lo tanto también en ésta. Ahora no está en la casa pero ciertamente llegará cuando entréis. Debéis estar atentos para reconocerle».
7. Dice el conde: «¡Oh, amigo! ¡Si me fuera posible ver a Jesús una sola vez, no pediría nada más para ser feliz! Pero, bien entendido, al Cristo verdadero y no a una fantasía católica». El monje interviene: «¡Yo tampoco desearía nada más!».
8. Otro de la asamblea se adelanta y dice: «¡Por favor! También yo quisiera ver a Jesús y, si fuera posible, a San José que es mi santo. Sin embargo, por encima de todo, a Cristo».
9. El extraño pregunta: «Pero ¿por qué deseáis eso tan ardientemente?». Responde José: «¿Que por qué? Porque le amo intensamente». El extraño responde: «Está bien. Pero ¿cuál es el motivo por el que le tienes un amor tan grande?». José contesta: «¡Anda! Porque es Cristo, Dios, que me salvó del infierno y porque también es el buen Salvador». El extraño continúa: «¿Qué harías si llegaras a verle?». Le responde: «Diría: ¡Salve, Jesucristo! Y, si pudiera, me echaría en sus brazos».
10. El extraño insiste: «Ya veo que le amas realmente. Pero ¿qué harías si Él no te amara tanto como tú?». José dice: «No importa porque, ciertamente, ni siquiera lo merezco». Aduce el extraño: «Querido mío, puedes volver junto a tus compañeros con la certeza de que el Señor Jesús te ama aún mucho más que tú a Él».
11. Así lo hace José y el extraño dice al conde: «Habló con el corazón y no con la cabeza. Es el más inocente entre vosotros y en manera alguna merece que le hayan ejecutado. Le debo tener en una consideración especial. Ahora llegamos al portal; vamos a visitar los aposentos de este edificio».
12. El noble interrumpe: «Querido amigo, con tu permiso... Dinos por favor, ¿cómo reconoceremos a Jesús en cuanto llegue con sus innumerables ángeles?». Dice el extraño: «Déjalo de mi cuenta. Ya os dije que se parece a Mí. Bastará con que me miréis, y os fijéis si hay alguien que se parece a Mí, ¡y ya le habréis encontrado!». El conde dice: «Te agradezco que te quedes con nosotros, así Cristo no podrá escapársenos, ¡esto es magnífico!».
13. Miklosch, desde atrás, dice: «Amigos, a lo que veo todavía estamos un poco ciegos. Os digo que tengo un pensamiento extraño». Interrumpe el monje: «¿Qué presentimiento?». Miklosch responde: «¡No os digo nada más! Pero pronto lo sentiréis y os diréis: “¿Cómo podíamos estar tan ciegos?”. ¿Comprendéis?».
14. El hidalgo responde: «Queridos amigos, estamos en el umbral de un palacio inconcebible en la Tierra, en la Luna y en hasta en el Sol. Entrar en él nos proporcionará condiciones de vida que nunca soñamos. Precisamente antes de entrar en él, Miklosch nos ha llamado la atención sobre un presentimiento importante extrañándose mucho que no hayamos sentido nada al respecto. Así que opino que, antes de entrar, debe darnos explicaciones».
15. Afirma Miklosch: «Mi presentimiento es peculiar en verdad, pero no puedo describirlo. Tengo la impresión de que nos ocurre lo mismo que a los dos discípulos camino de Emaús, que el mismo Señor caminaba junto a ellos y les enseñaba sin que le reconocieran. ¡Hasta podría apostar sobre ello! Pero, finalmente, todo quedará explicado».
16. El conde protesta: «¡Qué devoto soñador! ¿Acaso Cristo, el Señor, descenderá de su altísimos Cielos como un simple Hijo del hombre al igual que entre los judíos? ¿Qué te crees? Reflexiona: ¿quién es Cristo y quiénes somos nosotros? Tu presentimiento no es sino un castillo en el aire como los que yo también hice en mi juventud. Pero ¿dónde queda la realidad? Sin embargo he de decir que me agrada más tu castillo en el aire que este edificio y, si se hiciera realidad, sería el espíritu más feliz del universo. Pero dejémoslo. Pues aunque Él sea benigno y condescendiente, dudo que sea tan misericordioso como deseamos. ¿Tengo razón?».
17. Responde Miklosch: «Sí, sin embargo no consigo librarme del presentimiento y mi corazón late fuertemente». El conde responde: «¡Absurdo, el mío late también!, pero la causa es la próxima entrada en esta Casa de Dios y la incertidumbre de lo que nos espera». El otro agrega. «¡Eso es! Tienes razón».
18. Dice el extraño: «Bueno, ¿habéis terminado con vuestras suposiciones?». Responde el hidalgo: «Hemos vuelto a entrar en razón. Aun así sería interesante que nos explicaras brevemente este punto. Pero ya estás con la mano en el picaporte. Quizás todavía tengamos oportunidad de aclarar nuestro razonamiento en este palacio».
19. Dice el extraño: «Claro que sí. Ahora intentemos entrar. Así que ¡ábrete, puerta de la Vida eterna!».
1. En el mismo instante se abre la puerta. Un deslumbramiento increíble irradia de la primera sala y los visitantes son recibidos por una enorme multitud vestida con finísimos vestidos de lino fruncido. A la cabeza de ellos se encuentra el general, flanqueado por el monje Tomás y por Dismas.
2. Al reconocer a su viejo amigo, el conde, muy dichoso con la sorpresa, le abraza efusivamente y dice: «¡Querido hermano y amigo, sé bienvenido a esta benditísima esfera! ¡Qué feliz soy al encontrarte! Supongo que ya eres bienaventurado y, ciertamente, el Señor hará lo mismo conmigo. ¿Cómo lo pasas aquí? ¿Qué haces?».
3. Devolviendo el cumplido, el general responde: «Querido amigo, nada hay aquí que hacer; sólo se disfruta de todo aquello que Jesús, el Señor, nos proporciona tan largamente mediante su Amor y Bondad. Si semejante gozo no estuviera sujeto a tantos cambios, sería preciso exclamar como Job: “¡Querido Padre; para de bendecirnos!”. Aquí se llega a conocer realmente a Jesús. No necesito contarte nada, pues tú mismo le verás más adelante. Si quieres vislumbrar la Sabiduría, la Omnipotencia y el Amor divinos, mira las maravillas de esta sala».
4. Dice el conde: «En buena hora me nombras a Jesús. ¿Qué sabes de Él? ¿Acaso ya tuviste la inmensa Gracia de ver al Santísimo? ¿Estuvo aquí o volverá tal vez? ¿Cómo podré reconocerle? Le amo de tal manera que, sin Él, todas estas maravillas me parecen muertas. Ten la gentileza de llamarme la atención cuando se aproxime».
5. El general esboza una sonrisa y dice al poco: «Amigo, parece que los árboles te impiden ver el bosque. Explícame cómo imaginas a Jesús, el Señor. En seguida te diré algo sorprendente».
6. Dice el conde: «Extraña es tu petición, sin embargo obedeceré para saber el resto. Escucha, imagino a Jesús como Dios, en una gloria indecible, rodeado de sus apóstoles y de falanges de ángeles. Pues en la Escritura se lee que volverá en nubes luminosas de las que a cada instante se proyectarán al infinito trillones de rayos. Esta es mi opinión. Ahora dime lo que me has prometido».
7. Responde el general: «Hermano, tienes una idea completamente equivocada de Cristo. Ya te lo he dicho: no ves el bosque por tantos árboles. Todos hemos oído como este gran amigo nuestro te ha indicado las señales para reconocer a Cristo y, además, afirmó que el Señor llegaría con vosotros a esta casa. Así que mira para ver si encuentras a alguien que se le parezca. ¡Cuando le encuentres sabrás quién es Jesús! Pues te digo que Él es tan sencillo y modesto como lo fue en la Tierra y no tiene ni sombra de Gloria».
8. Dice el conde: «¡Eso es! Exactamente así nos lo dijo a todos nosotros. Necesitaré tiempo para examinar a estas miles de personas con el fin de descubrir un posible parecido con nuestro amigo. El trabajo valdrá la pena. La sala es espaciosa y está bien iluminada y todos ya se han puesto en fila facilitando el encuentro. En las primeras filas no veo nada, pero sigamos adelante. Allí detrás, lo mismo. Al fondo queda todavía un grupo que deseo examinar si es que me está permitido acercarme».
9. Dice el general: «No te andes con formalidades, aquí cada cual hace lo que quiere». El hidalgo se dirige allí en seguida, acompañado por el extraño. Cuando están muy cerca, el grupo, en un acto de veneración, se pone de rodillas, exclamando: «¡Salve! ¡Salve, el Nobilísimo!».
10. El conde se asusta y dice al compañero: «¿Has visto? Quería compararlos contigo y ahora están con la cara en el suelo y gritan a no sé quién “¡Salve!”. ¿Igual se dirigen a uno de nosotros dos? ¿O tal vez Jesús se ha acercado?». El extraño dice: «Espera un poco. El grupo se levantará y podrás continuar tu búsqueda».
11. A un gesto disimulado del Señor, se levantan todos y el conde ve que se trata de un grupo femenino, por lo que dice: «Querido amigo, a lo que me parece, Jesús fue un hombre perfecto y no cambió de sexo en su Reino eterno. Sólo me gustaría saber por qué exclamaron aquello». Dice el acompañante: «Ve y pregúntaselo».
12. Cuando el conde se aproxima humildemente, el grupo grita: «Aléjate, nada tenemos en común contigo, pues eres un pecador en el Reino de Dios».
13. Se detiene inmediatamente y dice a esas personas que se encuentran allí también desde hace poco: «Tened cuidado que no se derramen algunos gramos de vuestra santidad papal. ¡Necias de remate!, ¡sabed que ni mi amigo ni yo os tenemos los menores celos de vuestra santidad! Vámonos ya, hermano; con estas criaturas no conseguiremos nada. Esta manía de santidad típicamente jesuita me resulta insoportable».
14. Su acompañante dice: «¡No te escandalices amigo! Aquí hay que soportarlo todo con la mayor paciencia. Ellas no están todavía en el orden perfecto, aunque les falta muy poco para la meta».
15. El conde responde: «Ya está bien. Aunque eso de que nos traten de malhechores, es más que extraño... ¡Pero sea lo que Dios quiera! ¡Si al menos hubiera conseguido mi propósito! Resulta inexplicable que mi única preocupación concierna únicamente a Jesús. Todas estas maravillas celestes y hermosuras celestiales son para mí imágenes sin alma, mientras no le encuentre a Él... Aquí donde como espíritus nos será consentido contemplar al Espíritu divino, la existencia se vuelve insoportable si no se consigue lo que más se desea. Si tú, amigo, sabes dónde se encuentra, dímelo, incluso si está lejos».
16. El acompañante responde: «Será difícil mostrártelo de lejos, pues quien primero no lo vea de cerca, no lo verá de lejos. Has de desear verlo junto a ti y tu deseo se cumplirá».
17. El hidalgo objeta: «Sería magnífico si pudiera soportar su presencia, pero dicen que eso no es posible ni para los mismos ángeles, ¿cómo entonces podría yo?». El extraño contesta: «Amigo, si Cristo, el Señor, estuviera delante de ti, ni por un pelo más distinguido que Yo, y hablando como ahora hablo, tendrías el mismo temor a su Santidad?». Responde él: «Pienso que así sería más fácil; aunque habría que considerar quién es Él y quién soy yo, Él el todo, yo la nada. Pero aún así sería más fácil que viéndole en toda su Gloria».
18. Dice el acompañante: «¿Qué harías si Yo mismo fuera Cristo, dándome a conocer sólo ahora por determinados motivos? ¿Cuál sería tu reacción?».
19. El conde dice: «Amigo, eso sería imponer una dura prueba al pobre diablo que soy. Si realmente resultara al final que eres Tú, me quedaría sin habla. Dímelo con seguridad para que me funda de tanta veneración, amor y temor».
20. Yo digo: «Sí, amigo, soy Yo mismo. Y si dudas, pregunta a los otros. Tu amor me atrajo fuertemente».
1. El conde, completamente fuera de sí ante el gran recelo de un posible engaño y también temeroso de Mi Persona, no consigue asimilar mi explicación. Sólo tras un cierto tiempo de lucha interna en la que su espíritu rompe todos los lazos consiguiendo así extenderse sobre el alma que lo envuelve, balbucea:
2. «¿Es... eres... Tú? ¿Tú?... ¿El Señor eterno de todo lo que espacio y tiempo abarcan?... ¿El Señor de todo lo que existe por encima del espacio y del tiempo, y que vive en libertad eterna?... ¿El que percibe con visión perfecta las impenetrables profundidades de tus creaciones milagrosas? ¡Mi Dios, Dios mío! Yo, gusano miserable, una minúscula partícula de polvo, ¿estoy ahora delante de Ti, el Maestro eterno y santo de las infinitas obras milagrosas salidas de tus manos todopoderosas?... ¿Estoy ahora delante de mi Dios, Creador, Padre y Salvador Jesús? ¡Venid vosotros, espíritus felices y ayudadme a sentir las impenetrables bienaventuranzas celestiales, a sentir lo que significa que una criatura se encuentre por primera vez frente al Creador! Además, no es concebible que Él hable como un hombre modesto, llevado por su propio Amor, y te trate como el mejor hermano trata al suyo.
3. ¡Oh criaturas que deambuláis por múltiples vericuetos en la superficie terrestre y al final de vuestra abrumadora peregrinación os encontráis cabizbajas en medio de un destino incomprendido, sin saber a dónde dirigiros! ¡Venid aquí, y en vuestros corazones reconocer a Dios en Jesús, el Salvador amoroso, y todos vuestros problemas en la corta vida de prueba se resolverán fácilmente!
4. El verdadero y justo conocimiento de Dios os enseñará cuán poco necesita la criatura para orientarse a su presencia, volviéndose sumamente feliz. No os peleéis como perro y gato por las cosas terrenales, perecederas, sino antes que nada aspirad al Amor de Dios y a una comprensión justa. Amaos como verdaderos hermanos y hermanas, como hijos de un Padre eternamente santo, un Padre cariñoso, bueno y dócil. Y conseguiréis así para vuestros corazones mucho más de lo que os puede dar el mundo entero.
5. ¡Dios mío! ¡Cuánta felicidad con esta compañía Tuya y qué fácilmente han sido olvidadas todas las miserias sucedidas en la Tierra! Ahora me gustaría exclamar en voz alta: ¡Venid, millones, sean enemigos o amigos!, ¡tengo ganas de abrazaros!».
6. Después de decir estas palabras en el más elevado arrebato de amor, cae de rodillas, junta las manos y dice: «Mi queridísimo Jesús, déjame adorarte eternamente. Ahora percibo que tan sólo alabándote ya se siente la mayor bienaventuranza. Que cada elemento de mi ser te ame eternamente. Y te rindo alabanzas de gratitud por todas las pruebas dolorosas que me hiciste pasar, pues sé que fuiste movido por tu inmenso Amor.
7. Mi querido Jesús, también yo fui un hijo perdido, y sólo conseguí volver a Ti mediante grandes miserias. ¡Pero ahora estoy a tu lado! Acéptame en tu Reino como el ínfimo y sé también misericordioso con todos los demás hermanos. Y, si fuera tu Voluntad, haz que mi familia en la Tierra más bien pierda toda su fortuna que arriesgarse a volverse demasiado indigna de Ti y, a lo peor, a olvidarte del todo».
8. Digo Yo: «Levántate, querido hermano y no hagas tantos alardes. Has de darte cuenta que Yo no he cambiado por que Me reconozcas. Nuestras relaciones serán las de hermanos sencillos y modestos.
9. Soy Dios, el Ser eterno, lleno de Sabiduría, Poder y Fuerza, y tú sólo una criatura surgida de mi Omnipotencia. Tu espíritu es sin embargo idéntico a Mí, habiendo entre nosotros la misma correspondencia que hay entre Padre e hijo o entre hermano y hermano. Por tu alma -que ahora es tu ser exterior- eres un hijo para Mí, y por tu espíritu eres un hermano. El alma surgió de la Luz primaria de mi Sabiduría y es infinitamente inferior a esta Luz, pues es creada. Por eso ante Mí -que en el fondo del fondo soy puramente Amor- el alma es un hijo. Pero tu espíritu -que es mi Amor mismo en ti, con lo que también es mi propio Espíritu- es mi hermano integralmente. Pero deja de reflexionar sobre este asunto y levántate para que me acompañes junto a los demás».
10. El conde, levantándose lentamente, dice: «¡Oh, Padre! ¡Qué infinitamente bueno eres! ¡Si al menos fuera capaz de alabarte a la altura de tu Santidad!».
11. Digo Yo: «Cálmate, hermano, y deja de exagerar. Tu corazón es la mayor alabanza y el mayor agrado para Mí. El resto forma más o menos parte de la beatería que tanto me importuna. ¡Vamos!».
1. Dice el conde, totalmente contrito de amor y veneración: «¡Oh, Señor, en tu santo y poderoso nombre! Para Ti te resulta más fácil decir que me levante y ande que para mí -un pecador- el levantarme ante Ti, el Señor eterno del Infinito. Yo, espíritu necio, ¿y acompañarte? Tal idea es grandiosa en demasía para un ser creado cuyo tamaño físico y moral mal llega a cinco palmos, mientras que tu medida no puede calcularse ni durante eternidades. Déjame serenarme, pues me siento aturdido ante tu Magnificencia».
2. Digo Yo: «Mi querido amigo: En verdad te vuelves pesado con tus elogios a mi Omnipotencia, Fuerza y Sabiduría. Acércate a Mí y mira en cuanto mi nariz es más grande que la tuya. Hermano infantil, como Dios soy como soy, para que tú seas y te vuelvas aquello que eres y que todavía serás. Además, eres mi Obra y si te consideras una nada, me estás disminuyendo, lo que supongo que no es tu intención».
3. Responde Bathianyi: «¡No Señor, no! Saliendo de Ti, soy enorme. Sin embargo, partiendo de mí, nada. Me levanto, pues tu Palabra me irguió». Haciéndolo así, se dirige a Mí y dice: «¡Señor, Padre, Dios, Jesús! Estoy curado por tu Amor y Misericordia, y el temor ha desaparecido. En cambio, un amor incontenible, cuya llama se ha transformado en una verdadera pasión, inunda mi interior. Quizás esa manifestación de vida espiritual acabe también equilibrándose poco a poco. Sin embargo, déjame abrazarte con toda mi alma para morir en este éxtasis sublime. ¡Señor, permíteme que lo haga!».
4. Digo Yo. «Hermano mío, por ahora te resultaría perjudicial porque tu espíritu aún no se ha afirmado en tu alma. En cuanto tu espíritu haya alcanzado la justa consolidación, nos abrazaremos sin temor a ningún daño. Sabes que Yo soy, en la medida de lo posible, un hombre como tú. Pero sin embargo en Mí habita la Plenitud de mi Divinidad, que tu espíritu no soportaría, pues rompería todos los lazos que le sujetan al alma para unirse con la Divinidad en Mí, con su eterno Origen. Pero en cuanto tu espíritu se haya equilibrado en tu alma y esta se halle plena de la Fuerza de mi Amor, podrás soportar mi abrazo sin que te perjudique.
5. Pero ahora acompáñame junto a los demás, para que sean elevados a tu grado de conocimiento. Su curiosidad es grandísima, pues ignoran el resultado de tu búsqueda de la persona de Cristo. Solamente Miklosch tiene un fuerte presentimiento que el franciscano procura contener, con la consecuencia que también los demás se adhieren a su opinión. Vamos deprisa para refrenar la boca osada del monje».
6. El conde exclama: «¡Oh Señor, Bondad y Dulzura eternas, has dicho lo que siente mi alma! El franciscano es una criatura buena, si es que alguna persona, salvo Tú, puede ser buena. Pero lo que opina sobre la relación entre Dios y sus criaturas es más difícil de digerir que una libra de cuero cocido. Te pido que le ilumines». Asiento: «Está bien, está bien. No hables tan alto porque ya estamos muy cerca».
7. Al acercarme con el conde a la asamblea, el franciscano, desde lejos, dice al conde: «Qué, querido mío, ¿cuál ha sido el resultado de tu busca? ¿Has encontrado al Señor de la Vida y de la muerte, del Cielo y del infierno? A lo que me parece, el famoso gemelo no se presentó, pues no os veo sino a vosotros dos».
8. El hidalgo responde: «Amigo, no hace falta, pues los dos nos bastamos sin necesidad de un tercero. ¿Comprende, Don Sabihondo?». En esto Miklosch le da un codazo al franciscano y le dice en sordina: «Hombre, parece que no te darás cuenta de la piedra angular antes de que te aplastes la nariz en ella...». Pregunta el franciscano: «¿Dónde ves tú una piedra angular?». Miklosch le responde: «Me parece que el conde te lo ha dicho bien claramente, pero aún no ves el bosque por tantos árboles».
9. Dice Cipriano: «Ignoro a qué te refieres, pues el conde sólo ha dicho que él y nuestro desconocido amigo no precisan la compañía de un tercero. ¿Acaso esto es extraordinario? Entiendo la situación de la siguiente manera: el tercero, el Altísimo, tardará todavía porque ninguno de nosotros está a la altura de merecer ver a Dios. Mientras sigamos en ese estado, y teniendo un amigo divino que nos muestre los justos caminos de Dios, es fácil decirse, satisfagámonos recíprocamente mientras tanto. Pues sería cosa bien triste que nunca viéramos la faz divina».
10. Dice Miklosch, «Amigo: eres necio en demasía. Es lo que te puedo decir respetando una voz interna. Seguramente habrá en el mundo innumerables personas igualmente ignorantes. Quizás, aunque todavía caminen en la materia física, puedan ser curadas más fácilmente que tú, que hace mucho que estás en las regiones de Dios como espíritu. Para abrirte la visión te contaré una parábola: Hubo en la Tierra un poderoso rey. Como su intención era conocer personalmente a sus súbditos, acostumbraba a vestirse como un hombre corriente, e incluso a visitar como mendigo las casas de los ricos encargados de la caridad pública. Dichosos los que encontraba dentro del orden establecido por él. Pero ¡ay de quienes no cumplían sus reglas! Pues mira, el Señor de los Cielos y de miríadas de mundos y Soles parece que hace lo mismo, aunque no con la intención de probar a sus criaturas sino, movido por su Amor y Sabiduría, para darles la oportunidad de que se examinen a sí mismas y se purifiquen. ¡Ay de aquellos que, por cerrazón e ignorancia, le someten a una prueba de paciencia e indulgencia demasiado fuerte! ¿Has entendido?».
11. Responde el franciscano: «En parte. Pero, ¿qué haré con tu parábola? ¿Debo pensar que ese amigo desconocido es Dios, el Señor, disfrazado? ¿O quizás lo sea otro por aquí? ¿Quizás aquél del sombrero luminoso? Pero a éste le conozco, pues, en la Tierra fue de mi condición. Debe ser aquí donde su cabeza se le ha vuelto radiante, porque en el mundo no había cosa menos radiante que su cabeza. Dime pues dónde está Él, para que me prosterne y le venere dignamente».
12. Dice Miklosch: «Amigo, ya he dicho lo suficiente y no diré nada más. Allí están el conde y el gran amigo. Pregúntales a ellos sobre el disfrazado. Una cosa queda asegurada como verdad eterna: en el mundo un cura es, por lo general, el hombre más cerril y, en el Reino espiritual, no reconoce al Señor incluso tropezando con su persona. ¿Sabes quiénes fueron en Jerusalén los más ignorantes y obtusos? ¡Los sacerdotes! ¿Y sabes quiénes en el mundo son las criaturas faltas de cualquier creencia y de la menor inclinación para aceptar la fe verdadera? Los clerizontes, en especial los católicos, de los que formas parte. Dios quiera que todo lo que te dije te sirva para algo. Procura conversar con aquellos dos; no diré nada más».
1. El franciscano da algunos pasos en dirección a Mí, al general y al conde; cuando abre la boca para preguntarme quien soy, Roberto Blum, oyendo en su corazón mi llamamiento, se adelanta y dice: «Señor, pan, vino y vestidos están listos».
2. Respondo: «Muy bien, mi querido Roberto Blum. En esta casa eres un señor al lado del Señor, y tu gran amor para con el Señor es el legislador de esta casa y de todos que se encuentren en ella».
3. Cuando el franciscano -que había abandonado la orden por amor a la libertad pero no movido por la atracción hacia la gran verdad del Evangelio- ve a Roberto, a quien conoció en la Tierra, se queda perplejo y, tras un cierto tiempo, dice: «¡Dios mío, Jesús, María y José, y todos los santos de la Iglesia! ¿Me encuentro en casa del principal hereje, o en el propio infierno? ¿Y aquí debería encontrarse Jesús, el Señor? ¿Se piensa que aceptaré esto? La Virgen santísima te desenmascaró a tiempo y así puedo huir de tus garras. Siempre fui devoto de María para que me preservase de las tentaciones del diablo y ella es la que me prueba su fidelidad. Miklosch, diablejo, ¿no tienes otro Cristo en medio de esta asamblea milagrosa? Intenta repetir la hazaña pues el diablo no se llevará tan fácilmente a un franciscano».
4. Yo digo: «Amigo mío, esta casa no pertenece a un hereje y mucho menos a una legión de demonios. Esto te lo digo como Señor único y eterno de los Cielos y la Tierra. En el infierno no existen seres libres en la Luz celestial. Si esta fraternidad verdaderamente divina te resulta sospechosa y nociva, abierta está la puerta que te lleve a un espacio ilimitado. Puedes irte o quedarte, a nosotros nos da igual. La infinitud es ancha, alta y suficientemente profunda; y ahora te callas o te vas. Tú, hermano Blum, ve al salón contiguo, llama a todos y haz que sirvan en esta gran mesa redonda cantidad suficiente de pan y vino para que este necio compruebe el aspecto de los supuestos demonios de este hogar, y como son fritos y cocidos».
5. Roberto se dirige rápidamente al otro salón para ejecutar mis ordenes. Inmediatamente se presentan todos los patriarcas, profetas y apóstoles, provistos de sus distintivos, y el matriarcado, desde Eva hasta María, con José y todas las personas que aparecen en el Evangelio. A esta falange se unen Roberto, Messenhauser, Jellinek, Becher, Nicolás, Bardo, etc. y, al final, las veinticuatro bailarinas, conducidas por la esposa de Roberto, traen pan y vino en gran cantidad, colocándolo todo encima de la mesa. Todos están rodeados por un halo luminoso para que se abran los ojos del franciscano.
6. En seguida digo a los veintinueve recientes comensales: «Venid, amigos y hermanos, y tú, Miklosch, tildado de demonio por el franciscano, acércate y sírvete el primero del pan de la Vida y bebe el vino del Conocimiento y de la Fuerza. Después dirás al franciscano, que hace mucho que tiene el estómago vacío, cuál es el sabor de este alimento “infernal”».
7. Miklosch, que ya me había reconocido, se aproxima respetuosa y humildemente, diciendo: «¡Oh Señor! Es la primera vez que puedo exclamar: ¡No merezco aproximarme a Ti! Sin embargo una sola palabra tuya, y todo en mí se purificará. Aquí está el pan del Cielo, tu cuerpo verdaderamente vivo, sin engaño ni mistificación. Quien come de él vivirá eternamente, pues tiene la fuerza de la Vida eterna. Y este vino que manó impetuosamente de tu Corazón, es tu sangre real que nos quita todos los pecados cometidos por ignorancia o maldad. Me atrevo, pues, a saborearlos. Oh... ¡qué sabor y qué aroma! ¡Mortal alguno podrá concebirlo nunca! Hermanos míos, probadlo personalmente y decidme si hablo verdad».
8. Así lo hacen todos, sin encontrar palabras para la dulzura y maravilla del sabor.
1. Después de estar admirado un cierto tiempo, el conde se vuelve hacia Cipriano: «Amigo, si el infierno es así, aquí me quedaré y supongo que todos los demás. Por cierto que lo pasaremos bien en compañía de espíritus tan luminosos. ¿Qué te parece?».
2. Cipriano responde disgustado: «Muchos se perderán en la dulzura ilusoria del infierno y esa será también vuestra suerte. También tengo hambre y sed, pero hasta que no tenga pruebas palpables como Tomás, nada de esto me convencerá. Dios no puede vivir con herejes como Blum».
3. Dice Miklosch: «Ven conmigo a aquella ventana que te enseñaré algo». El otro pregunta: «¿Qué será?». Responde Miklosch: «Ya lo verás». Responde Cipriano: «Bueno, pero no me engañes. De lo contrario...».
4. Ambos se dirigen a la ventana y Miklosch señala una extensa llanura y, muy lejos, en dirección Oeste, una ciudad parecida a Budapest. A continuación, dice: «Amigo, el Señor, al que tu inmensa ignorancia considera príncipe de los demonios, me manda que te diga: “Te dispenso de este infierno. Ve a Budapest y allí, o donde fuera, prepárate un Cielo mejor”. Puedes salir por la ventana porque las de aquí no tienen cristales». Replica el franciscano: «Voy a esperar todavía un poco más». Miklosch pregunta: «¿Pero por qué? Si esto es el infierno, ¿cómo puedes querer quedarte?».
5. Dice Cipriano: «Deseo saber con seguridad si Blum, antes de su ejecución junto con sus compañeros, todavía se convirtió a la única Iglesia verdadera, prometedora de la felicidad. Si fuera así, todo podría estar aquí en orden, a excepción de la santísima Trinidad, de la cual no hay ni rastro. De lo contrario, todo será un embuste infernal... El infierno actúa obstinadamente para preparar a sus adeptos hasta que puedan ser admitidos en él. Veo que están todos reunidos: Cristo, María, San José, los apóstoles, patriarcas, profetas y numerosos santos y santas; también el local es apropiado para servir de Paraíso. Pero, como ya he dicho, si Blum y sus comparsas fueran los mismos herejes, todo no es sino un embuste del infierno y tengo que alejarme. Porque si el Papa no fuera el único y verdadero representante de Dios en la Tierra, y la Iglesia católica no fuera la única y verdadera dispensadora de bienaventuranza, -poseedora de las llaves del Cielo y del infierno para todas las criaturas del mundo- entonces Cristo no sería Cristo y todas las religiones de la Tierra no serían sino fantasías humanas. Así andan las cosas. Por esto es por lo que estoy alerta para no dejarme tentar por el infierno. La Iglesia verdadera es una roca, nunca podrá ser dominada por él».
6. Dice Miklosch: «Conozco tanto como tú esas necedades católicas y podría hacerte callar con argumentos convincentes. Sin embargo prefiero limitarme a hacerte preguntas todas las cuales me tienes que contestar. Porque no contestándomelas, me confirmarás que el papado de ninguna manera fue fundado por Cristo. A ver...
8. ¿En qué ocasión prescribió Cristo la misa -que la Iglesia estima tan altamente- y eso explícitamente en lengua latina, a pesar de que los romanos fueron paganos? Respóndeme con argumentos de la Escritura».
8. El franciscano se calla.
9. Prosigue Miklosch: «Como no puedes decir nada, me veo obligado a plantearte asuntos más fáciles: ¿En qué momento estatuyó Cristo las ceremonias, vestiduras ricamente adornadas, la estola, medias rojas, el báculo precioso, la tiara o los sombreros cardenalicios? Continúas callado, así que trataré otros puntos más sencillos.
10. Dime, ¿ordenó Cristo el Señor la construcción de templos en piedra, de los que ya habrá un millón en toda la Tierra, a pesar de que Él quería establecer una Iglesia viva en el corazón de los hombres? ¿Y cuándo ordenó la introducción de los pertrechos paganos, los altares privilegiados, las estampas, el agua bendita, el óleo sagrado? ¡Porque los verdaderos apóstoles bautizaban sólo con agua natural! ¿Cuándo introdujo las campanas, los órganos y los cánticos, los ricos requisitos de la misa, las exequias pomposas, los capellanes, padres, decanos, deanes, obispos y cardenales, dotados de grandes réditos? Sé que prohibió a los apóstoles que llevaran zurrones para evitar que guardaran regalos. Te exijo una respuesta concisa. ¿No dices nada? Siempre fuiste de lengua ligera, ¿por qué no hablas? ¿Quiere decirse que no puedes afirmar nada en favor de la Iglesia católica?».
11. Finalmente, el franciscano responde irritado: «¡Tendría mucho que decir, pero delante de un hereje es mejor callarse!». Dice Miklosch: «¡Esto me lo creo, sobre todo si no se tienen argumentos! Dime al menos cuándo pronunció Cristo la fórmula profana de que aquella secta de origen cristiano “herético” tenga que convertirse en Iglesia católica? ¿Cuándo introdujo la absolución? ¿Cuándo las fiestas del Rosario o de la Porciúncula? ¿Cuándo fundó la inquisición romana y española? ¿Cuándo y por qué las órdenes religiosas? ¡Responde! Te callas como una tumba y conozco muy bien el motivo. Vayamos a hechos más sencillos.
12. Me señalas que en la Historia de los apóstoles se dice que Pedro fundó el papado en Roma. Sé que el fin de su vida lo pasó en Babilonia, desde donde escribió una carta a Jerusalén. ¡Pero Roma y Pedro se vieron tanto como yo y el emperador de la China! ¿Tienes quizás otros datos al respecto? ¿Continúas callado? ¡Qué pobre es tu defensa del papado!
13. Por cierto, ¿sabrías decirme cuándo Cristo, o Pedro, dio al Papa el título de “Santo Padre” e instituyó el beso en las zapatillas papales, tan rico en indulgencias? Pues Cristo prohibió severamente que, salvo a Dios, se llamara a alguien bueno y santo. Tampoco debería llamarse a nadie padre, a no ser a nuestro Padre en el Cielo, porque todas las personas no son sino hermanos y hermanas. Aunque dijo ante el pueblo de Jerusalén que pasarían Cielos y Tierra, pero que sus palabras no pasarían nunca, quizás posteriormente enseñó otras cosas desconocidas a los profanos.
14. Amigo mío, tu silencio es total y tu cara refleja el embarazo. Podría hacer miles de preguntas parecidas, pero ¿para qué servirían? No serías capaz de responderlas. Por lo tanto, será mejor que dejes al Papa y te dirijas al verdadero Señor, confesándole abiertamente tu necedad, o que te dirijas hacia Budapest».
15. Finalmente, el franciscano responde: «Amigo, a través de tus extrañas preguntas me has imbuido nuevas ideas, por lo que te doy las gracias sinceramente. Te seguiré junto al verdadero Cristo».
16. Miklosch pregunta: «¿Así que no quieres dirigirte a Budapest?». El monje responde: «¡No, no! Nada bueno para un espíritu hay en semejantes metrópolis. Si los encarnados allí están dañados moral y físicamente, ¿qué me sucedería si me presentara?». Miklosch interrumpe: «No digas más bobadas. ¿Cuándo se ha visto que un mortal perjudique a un espíritu? De todos modos no mejorarías sino todo lo contrario, pues de tales cardos no salen uvas».
17. Pregunta el franciscano: «Siendo en verdad tú más inteligente que yo, dime ¿esa Budapest es verdadera? Tengo la impresión que es ilusoria». Dice Miklosch: «Dejemos ese asunto. Oportunamente sabrás si lo que se presenta ante nosotros es real o no. Busquemos al Señor para confesarle nuestra gran necedad; para el resto, pongámonos en sus manos».
18. El otro cuestiona; «¿No sería mejor que nos dirigiéramos primero a la santísima Virgen, que está presente?». Reacciona Miklosch: «¿No querrás dirigirte antes a Adán y Eva, a los patriarcas y a los profetas? ¿A quién se ha dirigido el conde? Al propio Señor. Mira, está junto a Él. ¿Quieres algo mejor? Fíjate en Roberto Blum a quien el Señor declaró propietario de esta casa cuyo esplendor y magnificencia admiramos desde fuera. También se dirigió sólo a Él y alcanzó la bienaventuranza. ¿Deseas otra cosa?».
19. Responde el franciscano: «Tienes razón. Todavía estoy enredado en muchas necedades católicas de las que sólo me podré librar poco a poco. Paciencia, todo se arreglará con tiempo. Dirijámonos al Señor para decirle como somos. Pienso que Él no es tan riguroso como los católicos».
20. Dice Miklosch: «Eso no me preocupa. En verdad, aunque algo mejor que un cardenal, soy ignorante y malo comparado con el Señor. Aún así, no te trataría con rudeza, sino como a un hermano, como he hecho hasta ahora. ¡Figúrate lo que podemos esperar del Señor que es el Amor personificado! Ciertamente tendrá su lado riguroso, especialmente contra el orgullo, la avaricia, la envidia y contra todos aquellos que desprecian a los pobres. Sé que nosotros siempre vimos a hermanos en los simples soldados. Él será, con toda seguridad, todavía más condescendiente. ¡Vamos!».
21. Ambos se dirigen a Mí y Yo voy al encuentro de ellos, diciendo a Miklosch: «¿Así que el hermano Cipriano no se ha decidido a huir? Esto me alegra mucho. Ven, pues aún quedan pan y vino. Servíos a voluntad. En seguida os llevaré a todos al gran museo de esta casa. ¡Habrá muchas sorpresas! Id a la mesa y, si no hubiera suficiente, el anfitrión podrá doblar los alimentos».
22. Miklosch y Cipriano se aproximan a la mesa muy temerosos, y el franciscano no se atreve a tocar nada porque quedó frente a María.
23. Ella sonríe y dice: «Querido amigo Cipriano, ¿por qué tan tímido? ¡Sírvete! ¿Crees que en el Cielo hay un protocolo parecido al de las cortes de los reyes terrenales? Aquí somos todos criaturas que aman al Padre y estamos llenos de amor, dulzura y bondad para con todos. Así que nada de timideces».
24. Cipriano casi desfallece ante María. Sin embargo Miklosch le dice: «No seas tonto y haz lo que el Señor y la amorosa María te dicen». Responde el franciscano con la voz embargada de emoción: «Tú puedes hablar, pues no eres sentimental. Pero yo, que lo soy desde la infancia y que puedo llorar durante tres días la muerte de una simple mosca, soy una víctima de mi propio sentimentalismo».
25. Yo digo: «No te preocupes, al principio pasa esto: ya aumentará tu valor». Responde el franciscano: «Oh, Señor, ¡todo sería más fácil si no fueras tan sencillo! Tu enorme dedicación podría hacer que el corazón reviente de tanto Amor». Digo Yo: «¡Está bien! Come y bebe con muchas ganas, pues Miklosch ya se ha servido. ¡Roberto! Trae más pan y vino, pues veo que Miklosch los aprecia».
1. Roberto trae rápidamente más pan y vino. Haciendo una profunda reverencia ante los alimentos, el franciscano toma el pan y lo come. Ya al primer bocado, se maravilla con el sabor inigualable, hasta el punto que no sabe qué decir, y cuando bebe el primer trago de vino, se oye un prolongado “aaah”.
2. A esta altura, Miklosch, saciado y más valeroso, pregunta: «¿Qué me dices ahora de este alimento “ilusorio”? A lo que veo te gusta bastante».
3. El otro responde amablemente: «Querido hermano, la existencia del hombre pasa por cuatro fases: primero su nacimiento en el mundo; segundo, viene la estupidez en cuyo ámbito el hombre se instala en el mundo; tercero, llega la muerte física que -aunque le quite al alma el peso de la carne- le deja íntegra la estupidez; cuarto, también en el reino de los espíritus el hombre tiene que empezar como estúpido para que en él pueda volverse sabio. Y eso es lo que me pasó a mí...
4. Tú sabes tanto como yo, cuán necios eran nuestra creencia y el dogma que la originó. ¿Cómo podríamos beber la sabiduría verdadera en semejante doctrina? Demos las gracias al Padre por habernos salvado a tiempo. Pero aquí viene Roberto con un gran vaso de vino y un pan entero».
5. Dice Miklosch: «¡Esto es demasiado! Ya me he servido y estoy saciado para siempre». Dice el franciscano: «Yo también. ¿Qué tal si lleváramos este pan y este vino al Señor?».
6. Dice María: «Eso le alegrará mucho». Dice el franciscano: «Si la Madre santísima está de acuerdo, no hay duda. De momento el Señor está hablando con el conde, pero no importa. Trae el vino, que llevaré el pan para sorprenderle».
7. Cuando ambos se encuentran junto a Mí, el franciscano dice con la máxima humildad: «Señor, dijiste en la Tierra: “No probaré más esta comida hasta que pueda saborearla con vosotros en mi Reino”. Aquí estamos en tu Reino verdadero. Saborea pues, para nuestro consuelo, este nuevo alimento de tu Reino».
8. Digo Yo: «En verdad me alegro que os hayáis acordado de Mí, trayendo, como hijos, algo de comer y beber para el Padre. Podría haberlo hecho por Mí mismo, pero no me gustaría igual que el que me servís vosotros. Dádmelo para que estéis seguros de que me he servido». Tras haberlo hecho, paso lo que queda a los demás y todos sienten una confortación aún mayor.
9. El franciscano, alegrísimo, dice: «¡Señor, Padre y Dios! Si algún ángel me hubiera descrito en vida tu Reino conforme lo veo y lo siento, no lo habría creído nunca. ¿Dónde está el nimbo glorioso y divino, creencia mística de los católicos? ¿Dónde la horrenda faz justiciera del Hijo de Dios? ¿Y la del Padre? Aquí todo es natural, de la mayor sencillez y amabilidad. Y Tú, el Ser supremo, caminas como el más sencillo de todos. Y nadie ve quién eres. Tu actitud al hablar es humilde y todo en Ti manifiesta la máxima simplicidad.
10. Ante esta simplicidad -que a primera vista no compagina con todo este esplendor- se podrían tener dudas si no fuera por la majestad de esta sala, por la luz maravillosa que entra por las enormes ventanas y por todos los espíritus bienaventurados de hábito sublime, que dicen: “Es el verdadero Reino del Cielo y no puede haber otro sino aquél por donde camina el Señor de Cielos y Tierra vestido humildemente, caminando entre sus hijos y cuidándolos”. Confieso que al principio no he creído casi nada a causa del Evangelio donde escrito está que el Hijo se halla sentado a la diestra de Dios Padre omnipotente, en una Luz eternamente impenetrable. Más adelante se lee: “Regresaré en las nubes de los cielos, con gran Poder, Fuerza y Gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos”. También Esteban, antes de ser apedreado, vio el Cielo abierto y al Hijo a la diestra del Padre. ¡Y qué místicas son las visiones de Juan! Por ello nos es perdonable un comportamiento tan ignorante.
11. Reconozco que sólo este Cielo puede ofrecer la máxima libertad y felicidad a cualquier espíritu. Rindámoste toda alabanza, amor y veneración, Padre y Dios santísimo».
12. Digo Yo: «Bien, Cipriano, no hay duda que aquí no existe la menor gloria. Sin embargo, no debes pensar que has visto todo lo que encierran mis Cielos. Un poco de paciencia y verás cosas maravillosas.
13. Pasaremos inmediatamente a la sala contigua y, desde ella, al gran museo de esta casa donde presenciarás cosas y hechos que te harán caer de rodillas. Pero incluso allí no debes pensar que has llegado al límite de mis Cielos. Es el preanuncio del comienzo.
14. Pero seguiré siendo como soy. Y aunque veas las cosas transformadas, ennoblecidas y glorificadas hasta el Infinito, Yo seguiré eternamente inmutable en medio de mis Obras, pese a que su grandiosidad y profundidad no puedan medirse durante eternidades. Ahora vamos a la otra sala».
15. Los millares de huéspedes toman la delantera, siguen los patriarcas y los apóstoles. Delante de nosotros van María, José y el apóstol Juan. Junto a Mí, el conde, el franciscano, Miklosch, el general, Tomás y Dismas; en la retaguardia, Roberto y Helena, Becher, Jellinek, Bruno, Bardo, Nicolás y las veinticuatro bailarinas que ayudan a Roberto cargando loza y utensilios.
16. Organizados de esta manera, llegamos a la sala, cuya amplitud hace que semejante muchedumbre dé la impresión de ser apenas unas treinta personas.
17. El franciscano casi se cae del asombro y dice: «Señor, esto es demasiado para un espíritu frágil. ¡Qué inmensidad y deslumbramiento! ¿Será acaso el preámbulo del comienzo? ¿El Cielo total? La cúpula es idéntica al cielo estrellado completo con todas sus constelaciones. Las paredes semejantes a las nubes de la aurora. Y las galerías se parecen a las cumbres montañosas bañadas por los rayos del Sol. Señor, ¡esto es demasiado! ¡Qué maravilla, Señor!».
Roberto Blum — Desde el Infierno al Cielo
Título original: Von der Hölle bis zum Himmel (Robert Blum)
Traducción del alemán: Meinhard Füssel
Audiolibro © by LMC — Edición: 21.03.2020