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Tomás de Kempis

Imitación de Cristo

 

Libro primero: Vida espiritual

Avisos provechosos para la vida espiritual

§1.01. De la imitación de cristo y desprecio de todas las vanidades del mundo

1. "Quien me sigue no anda en tinieblas" (Jn., 8, 12), dice el Señor. Estas palabras son de Cristo, con las cuales nos amonesta que imitemos su vida y costumbres, si queremos verdaderamente ser alumbrados y libres de toda la ceguedad del corazón. Sea, pues, nuestro estudio pensar en la vida de Jesucristo. La doctrina de Cristo excede a la de todos los Santos, y el que tuviese espíritu hallará en ella maná escondido.

2. Mas acaece que muchos, aunque a, menudo oigan el Evangelio, gustan poco de él, porque no tienen el espíritu de Cristo. El que quiera entender plenamente y saborear las palabras de Cristo, conviene que procure conformar con Él toda su vida.

3. ¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si careces de humildad, por donde desagradas a la Trinidad? Por cierto, las palabras subidas no hacen santo ni justo; mas la virtuosa vida hace al hombre amable a Dios. Más deseo sentir la contrición que saber definirla. Si supieses toda. la Biblia. a la letra y los dichos de todos los filósofos, ¿qué te aprovecharía todo sin caridad y gracia de Dios Vanidad de vanidades y todo vanidad (Eccl., l, 2), sino amar y servir solamente a Dios. Suma sabiduría es, por el desprecio del mundo, ir a los reinos celestiales.

4. Vanidad es, pues, buscar riquezas perecederas y esperar en ellas. También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear aquello por donde después te sea necesario ser castigado gravemente. Vanidad es desear larga vida y no cuida,: que sea buena. Vanidad es mirar solamente a esta presente vida y no prever lo venidero. Vanidad es amar lo que tan presto se paso: y no buscar con solicitud el gozo perdurable

5. Acuérdate frecuentemente de aquel dicho de la Escritura: No se harta la vista de ver ni el oído de oír (Eccl., 1, 8). Procura, pues, desviar tu corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible, porque los que siguen su sensualidad manchan su conciencia, y pierden la gracia de Dios.

§1.02. Del bajo aprecio de sí mismo

1.Todos los hombres, naturalmente, desean saber mas ¿qué aprovecha la ciencia, sin el temor de Dios? Por cierto, mejor es el rústico humilde que a Dios sirve, que el soberbio filósofo que, dejando de conocerse, considera el curso del cielo. El que bien se conoce, tienese por vil, y no se deleita en alabanzas humanas. Si yo supiera cuanto hay en el mundo y no estuviera en caridad, ¿Que me aprovecharía delante de Dios, que me juzgará según mis obras?

2. No tengas deseo demasiado de saber, porque en ello se halla grande estorbo y engaño. Los letrados gustan de ser vistos y tenidos por tales. Muchas cosas hay que, el saberlas, poco o nada aprovecha al alma; y muy loco es el que en otras cosas entiende, sino en las que tocan a la salvación. Las muchas palabras no hartan el alma; mas la buena vida le da refrigerio, y la pura, conciencia causa gran confianza en Dios.

3. Cuanto más y mejor entiendes, tanto más gravemente serás juzgado si no vivieres santamente. por eso no te ensalces por alguna de las artes o ciencias; mas teme del conocimiento que de ella se te ha dado. Si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por cierto que es mucho más lo que ignoras. No quieras saber cosas altas (Ron., 11, 21); mas confiesa tu ignorancia. ¿Por qué te quieres tener en más que otro, hallándose muchos más doctos y sabios en la Ley que tú? Si quieres saber y aprender algo provechosamente, desea que no te conozcan ni te estimen.

4. EI verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo es altísima y doctísima lección. Gran sabiduría y perfección es sentir siempre bien y grandes cosas de otros, y tenerse y reputarse en nada. Si vieres a alguno pecar públicamente o cometer culpas graves, no te debes juzgar por mejor, porque no sabes cuánto podrás perseverar en el bien. Todos somos flacos; mas tú a nadie tengas por más flaco que a ti.

§1.03. De la doctrina de la verdad

1. Bienaventurado aquel a quien la Verdad por sí misma enseña, no por figuras y voces que se pasan, sino así como es. Nuestra estimación y nuestro sentimiento a menudo nos engañan y conocen poco. ¿Qué aprovecha la gran curiosidad de saber cosas oscuras y ocultas, pues que del no saberlas no seremos en el día del juicio reprendidos? Gran locura es que, dejadas las cosas útiles y necesarias, entendemos con gusto en las curiosas y dañosas. Verdaderamente, teniendo ojos, no vemos. ¿Qué se nos da de los géneros y especies de los lógicos. Aquel a quien habla el Verbo Eterno, de muchas opiniones se desembaraza. De este Verbo salen todas las cosas, y todas predican este Uno, y éste es el Principio que nos habla ( Je., 8, 25). Ninguno entiende o juzga sin él rectamente. Aquel a. quien todas las cosas le fueren uno, y las trajere a uno, y las viere en uno, podrá ser estable y firme de corazón y permanecer pacífico en Dios. ¡Oh Dios, que eres la Verdad! Hazme permanecer uno contigo en caridad perpetua. Enójame muchas veces leer y oír muchas cosas; en Ti está todo lo que quiero y deseo. Callen todos los doctores; callen las criaturas en tu presencia: háblame Tú solo.

2. Cuanto alguno fuere más unido contigo, y más sencillo en su corazón, tanto más y mayores cosas entiende sin trabajo, porque de arriba recibe la luz de la inteligencia. El espíritu puro, sencillo y constante no se distrae, aunque entienda en muchas cosas, porque todo lo hace a honra de Dios; y esfuérzase en estar desocupado en sí de toda curiosidad. ¿Quién más te impide y molesta que la afición de tu corazón no mortificada? El hombre bueno y devoto, primero ordena dentro de sí las obras que debe hacer de fuera. Y ellas no le llevan a deseos de inclinación viciosa; mas él las trae al albedrío de la recta razón. ¿Quién tiene mayor combate que el que se esfuerza a vencerse a sí mismo Y esto debería ser nuestro negocio: querer vencerse a sí mismo, y cada día hacerse más fuerte y aprovechar en mejorarse.

3. Toda la perfección de esta vida tiene consigo cierta imperfección; y toda nuestra especulación no carece de alguna oscuridad El humilde conocimiento de ti mismo es más cierto camino para Dios que escudriñar la profundidad de la ciencia. No es de culpar la ciencia, ni cualquier otro conocimiento de lo que, en sí considerado, es bueno y ordenado por Dios; mas siempre se ha de anteponer la buena conciencia y la vida virtuosa. pero porque muchos estudian más para, saber que para bien vivir, por eso yerran muchas veces, y poco o ningún fruto hacen.

4. Si tanta, diligencia pusiesen en desarraigar los vicios y sembrar las virtudes como en mover cuestiones, no se harían tantos males y escándalos en el pueblo, ni habría tanta. disolución en los monasterios; Ciertamente, en el día del Juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán religiosamente vivimos. Dime: ¿dónde están ahora todos aquellos señores y maestros que tú conociste cuando vivían y florecían en los estudios? Ya poseen otros sus rentas, y por ventura no hay quien de ellos se acuerde. En su vida parecían algo; ya no hay de ellos memoria.

5. ¡Oh, cuán presto se pasa la gloria del mundo! Pluguiera a Dios que su vida concordara con su ciencia, y entonces hubieran estudiado y leído bien. ¡Cuántos perecen en este siglo por su vana ciencia, que cuidan poco del servicio de Dios! Y porque eligen ser más grandes que humildes, por eso se hacen vanos en sus pensamientos. Verdaderamente es grande el que tiene gran caridad. Verdaderamente es grande el que se tiene por pequeño y tiene en nada la más encumbrada honra. Verdaderamente es prudente el que todo lo terreno tiene por estiércol l (Phil., 3, 8) para ganar a Cristo. Y verdaderamente es sabio el que hace la voluntad de Dios y deja la suya.

§1.04. De la prudencia en las acciones

1. No se debe dar crédito a cualquier palabra ni a cualquier espíritu; mas con prudencia y espacio se deben, según Dios, examinar las cosas. ¡Oh dolor! Muchas veces se cree y se dice más fácilmente del prójimo el mal que el bien ¡Tan flacos somos! Mas los varones perfectos no creen de ligero cualquier cosa que les cuentan, porque saben ser la flaqueza humana presta al mal y muy deleznable en las palabras.

2. Gran sabiduría es no ser el hombre inconsiderado en lo que ha de hacer, ni porfiado en su propio sentir. A esta sabiduría también pertenece no creer a cualesquiera palabras de hombres, ni decir luego a los otros lo que oye o cree. Toma consejo del hombre sabio y de buena conciencia; y apetece más ser enseñado de otro mejor, que seguir tu parecer. La buena vida hace al hombre sabio, según Dios, y experimentado en muchas cosas. Cuanto alguno fuere más humilde en sí y más sujeto a Dios, tanto será más sabio y sosegado en todo.

§1.05. de la lección de las Santas Escrituras

1. En las Santas Escrituras se debe buscar la verdad, no la elocuencia. Toda la Escritura Santa se debe leer con el espíritu que se hizo. Más debemos buscar el provecho en la Escritura que no la sutileza de palabras. De tan buena gana debemos leer los libros sencillos y devotos como los sublimes y profundos. No te mueva la autoridad del que escribe si es de pequeña o grande ciencia; mas convídete a leer el amor de la pura verdad. No mires quién lo ha dicho, mas atiende qué tal es lo que se dijo. Los hombres pasan; mas la verdad del Señor permanece para siempre (Salmo 116, 2).

2. De diversas maneras nos habla Dios sin acepción de personas. Nuestra curiosidad nos impide muchas veces el provecho que se saca en leer las escrituras, cuando queremos entender y escudriñar lo que llanamente se debía pasar. Si quieres aprovechar, lee con humildad fiel y sencillamente, y nunca desees nombre de letrado. Pregunta de buena voluntad y oye callado las palabras de los Santos; y no te desagraden las sentencias de los viejos, porque no las dice) sin causa.

§1.06. De los deseos desordenados

1. Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna cosa, luego pierde el sosiego.

El soberbio y el avariento nunca están quietos; el pobre y el humilde de espíritu viven en mucha paz.

El hombre que no es perfectamente mortificado en sí, presto es tentado y vencido de cosas pequeñas y viles.

El flaco de espíritu y que aún está inclinado a lo animal y sensible, con dificultad se puede abstraer totalmente de los deseos terrenos.

Y cuando se abstiene recibe muchas veces tristeza, y se enoja presto si alguno le contradice.

Pero si alcanza lo que desea, siente luego pesadumbre por el remordimiento de la conciencia; porque siguió a su apetito, el cual nada aprovecha, para alcanzar la paz que busca.

En resistir, pues, a las pasiones se halla la, verdadera paz del corazón, y no en seguirlas. No hay, pues, paz en el corazón del hombre carnal, ni del que se entrega a lo exterior, sino en el que es fervoroso y espiritual.

§1.07. Que se ha de huir la vana esperanza y la soberbia

1.Vano es el que pone su esperanza en los hombres o en las criaturas. No te avergüences de servir a otros por amor a Jesucristo y parecer pobre en este siglo.

No confíes de ti mismo, sino pon tu esperanza en Dios. Haz lo que puedas, y Dios favorecerá tu buena voluntad. No confíes en tu ciencia ni en la astucia d ningún viviente, sino en la gracia de Dios que ayuda a los humildes y abate a los presumidos.

2. Si tienes riquezas, no te gloríes en ellas ni en los amigos, aunque sean poderosos, sino en Dios, que todo lo da, y, sobre todo, desea darse a sí mismo. No te ensalces por la gallardía y hermosura del cuerpo, que con pequeña enfermedad destruye y afea. No te engrías de tu habilidad o ingenio, no sea que desagrades a Dios, de quien es todo bien natural que tuvieres.

3. No te estimes por mejor que otros, porque no seas quizá tenido por peor delante de Dios, que sabe lo que hay en el hombre. No te ensoberbezcas de tus buenas obras, porque de otra manera son los juicios de Dios que los de los hombres, y a El muchas veces desagrada lo que a ellos contenta. Si tuvieres algo bueno, piensa que son mejores los otros, porque así conservas la humildad. No te daña si te pusieres debajo de todos; mas es muy dañoso si te antepones a sólo uno. Continua paz tiene el humilde; mas en el corazón del soberbio hay emulación y saña frecuente.

§1.08. Que se ha de evitar la mucha familiaridad

1. No descubras tu corazón a cualquiera (Eccl., 8, 22), mas comunica tus cosas con el sabio y temeroso de Dios.

Con los jóvenes y extraños conversa poco. Con los ricos no seas lisonjero, ni estés de buena gana delante de los grandes. Acompáñate con los humildes y sencillos y con los devotos y bien acostumbrados, y trata con ellos cosas de edificación:

No tengas familiaridad con ninguna mujer mas en general encomienda a Dios todas las buenas. Desea ser familiar a sólo Dios y a sus. ángeles, y huye de ser conocido de los hombres.

2. Justo es tener caridad con todos; pero no conviene la familiaridad. Algunas veces sucede que la persona no conocida resplandece por la buena fama; pero su presencia suele parecer mucho menos. Pensamos algunas veces agradar a los otros con nuestra conversación; y más los ofendemos porque ven en nosotros

§1.09. De la obediencia y sujeción

1. Gran cosa es estar en obediencia, vivir debajo de un superior y no tener voluntad propia. Mucho más seguro es estar en sujeción que en mando.

Muchos están en obediencia más por necesidad que por caridad; los cuales tienen trabajo y ligeramente murmuran, y nunca tendrán Libertad de ánimo si no se sujetan por Dios de todo corazón.

Anda de una parte a otra; no hallarás descanso sino en la humilde sujeción al superior. La imaginación y mudaría de lugar a muchos ha engañado.

2. Verdad es que cada uno se rige de buena gana por su propio parecer, y se inclina más a los que siguen su sentir. Mas si Dios está entre nosotros, necesario es que dejemos algunas veces nuestro parecer por el bien de la paz. ¿Quién es tan sabio que lo sepa todo enteramente

§1.10. Que se ha de cercenar la demasía en las palabras

1. Excusa cuanto pudieres el ruido de los hombres; pues mucho estorba el tratar de las cosas del siglo, aunque se digan con buena intención. porque presto somos amancillados y cautivos de la vanidad.

Muchas veces quisiera haber callado y no haber estado entre los hombres.

Pero, cuál es la causa que tan de gana hablamos y platicamos. unos con otros, viendo cuán pocas veces volvemos al silencio sin daño de la conciencia?

La razón es que por el hablar buscamos ser consolados unos de otros y deseamos aliviar el corazón fatigado de pensamientos diversos.

Y de muy buena gana nos detenemos en hablar y pensar de las cosas que amamos o sentimos adversas.

Mas, ¡ay dolor!, que muchas veces sucede vanamente y sin fruto; porque esta exterior consolación es de gran detrimento a la interior y divina.

2. Por eso, velemos y oremos, no se nos pase el tiempo en balde.

Si puedes y conviene hablar, sean cosas que edifiquen.

La mala costumbre y la negligencia de aprovechar ayudan mucho a la poca guarda de nuestra lengua.

Pero no poco servirá para nuestro espiritual aprovechamiento la devota plática de cosas espirituales, especialmente cuando muchos de un mismo espíritu y corazón se juntan en Dios.

§1.11. Cómo se debe adquirir la paz y del celo de aprovechar

1. Mucha paz tendríamos si en las dichos y hechos ajenos que no nos pertenecen no quisiésemos meternos. ¿Cómo puede estar en paz mucho tiempo el que se entremete en cuidados ajenos, y busca ocasiones exteriores, y dentro de sí poco o tarde se recoge? bienaventurados los sencillos, porque tendrán mucha paz.

2. ¿Cuál fue la causa por que muchos de los Santos fueron tan perfectos y contemplativos? porque estudiaron en mortificarse totalmente a todo deseo terreno; y por eso :pudieron con. lo .íntimo del corazón allegarse a Dios y ocuparse libremente en sí mismos: Nosotros nos ocupamos mucho con nuestras pasiones; y tenemos demasiado cuidado de lo transitorio. Y también pocas veces vencemos un vicio perfectamente, ni nos alentamos para aprovechar cada día, y por esto nos quedamos tibios y aun fríos.

3.Si estuviésemos perfectamente muertos a nosotros mismos, y en lo interior desocupados, entonces podríamos gustar las cosas divinas y experimentar algo de la contemplación celestial. El impedimento mayor y total es qué no somos libres de nuestras inclinaciones y deseos, ni trabajamos por entrar en el camino perfecto de los Santos.

4.Y también cuando alguna adversidad se nos ofrece, muy presto nos desalentamos y nos volvemos a las consolaciones humanas. Si nos esforzásemos más a pelear como fuertes varones, veríamos sin duda la ayuda del Señor que viene desde el Cielo sobre nosotros. Porque dispuesto está a socorrer a los que pelean y esperan en su gracia, y nos procura ocasiones de pelear para que .alcancemos victoria. Si solamente en ' las . observancias de fuera ponemos el aprovechamiento de la vida religiosa, presto se nos acabara la devoción. Mas pongamos. la segur a la raíz, porque, libres de las pasiones, poseamos pacíficas nuestras almas.

5. Si cada año desarraigásemos un vicio presto seríamos perfectos. Mas ahora, al contrario, muchas veces experimentamos que fuimos mejores y más puros en el principio de nuestra conversión que después de muchos años de profesos. Nuestro fervor y aprovechamiento cada día debe crecer; mas ahora ya nos parece mucho conservar alguna parte del primer fervor. Si al principio hiciésemos algún esfuerzo, podríamos después hacerlo todo con facilidad y gozo. 6. Grave cosa es dejar la, costumbre; pero, más grave es ir contraria propia voluntad. Mas si no vences las cosas pequeñas y ligeras, ¿cómo vencerás las dificultosas?

Resiste en los principios a tu inclinación, y deja la mala costumbre, porque no te lleve poco a poco a mayor dificultad. ¡oh, si mirases cuánta paz a ti mismo, y cuánta alegría darías a los otros rigiéndote bien, yo creo que serías más solícito en el aprovechamiento espiritual!

§1.12. Del provecho de las adversidades

Bueno es que algunas veces nos sucedan cosas adversas y vengan contrariedades, porque suelen atraer al hombre al corazón, para que se conozca desterrado y no ponga su esperanza en cosa alguna del mundo. Bueno es que padezcamos a veces contradicciones y que sientan de nosotros mal e imperfectamente, aunque hagamos bien y tengamos buena intención. Estas cosas de ordinario ayudan a la humildad y nos defienden de la vanagloria. porque entonces mejor buscamos a Dios por testigo interior, cuando por de fuera somos ,despreciados de los hombres, y no nos dan crédito.

2. por eso debía. uno afirmarse de tal manera en Dios, que no le fuese necesario buscar muchas consolaciones humanas. Cuando el hombre de buena voluntad es atribulado, o tentado, o afligido con malos pensamientos; entonces conoce tener de Dios mayor . necesidad, experimentando que sin EI no puede nada bueno. Entonces también se entristece, gime y ora a Dios por las miserias que padece. Entonces le es molesta la vida larga, y desea hallar la muerte para ser desatado de este cuerpo y estar con Cristo ( Filip., l; 3) .

Entonces también - conoce que no puede haber en el mundo perfecta seguridad ni cumplida paz.

§1.13. Cómo se ha de resistir a las tentaciones

1. Mientras en el mundo vivimos no podemos estar sin tribulaciones y tentaciones: por lo cual está escrito en Job (Job 7:1): "Tentación es la vida del hombre sobre la tierra." por eso cada uno debería tener mucho cuidado acerca de sus tentaciones y velar en oración, porque no halle el demonio lugar de engañarle, que nunca duerme, sino busca todos lados a quién tragarse. (1 Pedro 5, 8).

Ninguno hay tan perfecto ni tan santo que no tenga algunas veces tentaciones, y no podemos vivir sin ellas.

2. Mas las tentaciones son muchas veces utilsimas al hombre, aunque sean graves y pesadas; porque en ellas es uno humillado, purgado y enseñado.

Todos los Santos pasaron por muchas tribulaciones y tentaciones; y aprovecharon. Y los que no las quisieron resistir fueron tenidos. por réprobos y sucumbieron.

No hay religión tan santa, ni lugar tan secreto, que no haya tentaciones y adversidades.

3. No hay hombre seguro del todo de tentaciones mientras vive; porque en nosotros mismos .está la causa de donde vienen, pues que nacimos con la inclinación al pecado. Pasada una tentación o tribulación, sobreviene otra; y siempre tendremos que sufrir, porque se perdió el bien de nuestra felicidad.

Muchos quieren huir las tentaciones y caen en ellas más gravemente.

No se puede vencer con sólo huirlas; mas con paciencia y verdadera humildad nos hacemos más fuertes que todos los enemigos:

4. El que solamente quita el mal que se ve y no arranca la raíz, poco aprovechará; antes tornarán a él más presto las tentaciones, y se hallará peor.

Poco a poco, con paciencia y larga esperanza, vencerás (con el favor divino) mejor, que no con violencia y propia fatiga.

Toma muchas veces consejo en la tentación, y no seas desabrido con el que está tentado; antes procura consolarle, como tú lo quisieras para ti.

5. El principio de toda mala tentación es la inconstancia del ánimo y la poca confianza en Dios.

Porque como la nave sin timón la llevan a una .y. otra parte las olas, así el hombre descuidado y que desiste de su propósito es tentado de diversas maneras.

El fuego prueba el hierro, y la tentación al hombre justo.

Muchas veces no sabemos .lo que podernos; mas la tentación descubre lo que somos Debemos, pues, velar principalmente al venir la tentación; porque entonces mas fácilmente es vencido el enemigo cuando no le dejamos pasar de la puerta del alma y se le resiste al umbral luego que toca. por lo cual dijo uno:

Atajar al principio el mal procura; si llega a echar raíz, tarde se cura (1): Porque primeramente se ofrece al alma el pensamiento sencillo; después, la importuna imaginación; luego, la delectación y el torpe movimiento y el. consentimiento,

Y así se entra poco a poco el maligno enemigo, y se apodera de todo, por no resistirle al principio.

Y cuanto más tiempo fuere uno perezoso en resistir, tanto se hace cada día más flaco; y el enemigo contra él más fuerte.

6: Algunos padecen graves tentaciones al principio de su conversión, y otros al fin. pero otros son molestados casi por toda su vida.

Algunos son tentados blandamente, según la sabiduría y el juicio de la divina Providencia, que mide el estado y los méritos de los hombres, y todo lo tiene ordenado para la salvación de sus escogidos.

7. Por eso no debemos desconfiar cuando somos tentados, sino antes rogar a Dios con mayor fervor que sea servido de ayudarnos en toda tribulación; el cual, sin duda, según el dicho de San Pablo, nos dará, junto con tentación, .tal auxilio, que la podamos resistir (1 Cor., 10, 13).

Humillemos, pues, nuestras almas debajo de la mano de Dios en toda tribulación y tentación, porque Él salvará y engrandecerá a los humildes de espíritu.

8. En las tentaciones y adversidades se ve cuánto uno ha aprovechado, y en ellas consiste el mayor merecimiento y se conoce mejor la virtud.

No es mucho ser un hombre devoto y fervoroso cuando no siente pesadumbre; mas si en el tiempo de la adversidad se. sufre con paciencia, esperanza es de gran provecho. Algunos no se rinden a grandes tentaciones, y son vencidos a menudo en las menores y comunes, para que, humillados, nunca confíen de sí en grandes cosas, siendo flacos en las pequeñas.

§1.14. Que se deben evitar los juicios temerarios

1. Pon los ojos. en ti mismo y guárdate de juzgar las obras ajenas. En juzgar a otros se ocupa uno en vano, yerra muchas veces y peca fácilmente; mas juzgando y examinándose a sí mismo se emplea siempre con fruto.

Muchas veces juzgamos según nuestro gusta de las cosas, pues fácilmente perdemos el verdadero juicio de ellas por el amor propio. Si fuese Dios siempre el fin puramente de nuestro deseo, no nos turbaría tan presto la contradicción de nuestra sensualidad. pero muchas veces tenemos algo adentro escondido, o de fuera se ofrece; cuya afición nos lleva tras sí.

2. Muchos buscan secretamente su propia comodidad en las obras que' hacen; y no se dan cuenta. También les parece estar en buena paz cuando se hacen las cosas a su voluntad y gusto; mas si de otra manera suceden, presto se alteran y entristecen.

Por la diversidad de los pareceres y opiniones, muchas veces se levantan discordias entre los amigos y vecinos, entre los religiosos y devotos.

La costumbre antigua con dificultad se quita, y ninguno deja de buena gana su propio parecer. Si en tu razón e industria estribas mas que en la virtud de la sujeción de Jesucristo, pocas veces y tarde serás ilustrado, porque quiere Dios que nos sujetemos a Él perfectamente, y que nos levantemos sobre toda razón, inflamados de su amor.

§1.15. De las obras hechas por caridad

1. Por ninguna cosa del mundo ni por amor de alguno se debe hacer lo que es malo; mas por el provecho de quien lo hubiere menester, alguna vez se puede dejar la buena obra, o trocarse por otra mejor. De esta suerte no se deja la buena obra, sino que se muda en mejor.

La obra exterior sin caridad no aprovecha; pero lo que se hace con caridad, por poco y despreciable que sea, se hace todo fructuoso. Pues, ciertamente, más mira Dios al corazón que a la obra que se hace.

2. Mucho hace el que mucho ama. Mucho hace el que todo lo hace bien. Bien hace el que sirve más al bien común que a su voluntad propia.

Muchas veces parece caridad lo que es amor propio; porque la inclinación de la naturaleza, la propia voluntad, la esperanza de la recompensa, el gusto de la comodidad, rara vez nos abandonan.

3. El que tiene verdadera y perfecta caridad, en ninguna cosa se busca a si mismo, sino solamente desea que Dios sea glorificado en todas. De nadie tiene envidia, porque no ama gusto alguno particular, ni se quiere gozar en sí; mas desea, sobre todas las cosas, gozar de Dios. A nadie atribuye ningún bien; mas refiérelo todo a Dios, del cual, como de fuente, manan todas las cosas, en el que, finalmente, todos los Santos descansan con perfecto gozo.

¡Oh, quién tuviese una centella de verdadera caridad! Por cierto que sentiría estar todas las cosas llenas de vanidad.

§1.16. De sobrellevar los defectos ajenos

1. Lo que no puede un hombre enmendar en sí ni en los otros, débelo sufrir con paciencia, hasta que Dios lo ordene de otro modo. Piensa que por ventura te está así mejor para tu probación y paciencia, sin la cual no son de mucha estimación nuestros merecimientos.

Mas debes rogar a Dios por estos estorbos, porque tenga por bien de socorrerte para que buenamente los toleres.

2. Si alguno, amonestado una vez o dos, no se enmendare, no porfíes con él, sino recomiéndalo todo a Dios, para que se haga su voluntad y Él sea honrado en todos sus siervos, que sabe sacar de los males bienes.

Estudia y aprende a sufrir con paciencia cualesquiera defectos y flaquezas ajenos, pues tú también tienes mucho en que te sufran los otros.

Si no puedes hacerte a ti cual deseas, ¿cómo quieres tener a otro a la medida de tu deseo? De buena gana queremos a los otros perfectos, y no enmendamos los propios defectos.

3. Queremos que los otros sean castigados con rigor, y nosotros no queremos ser corregidos.

Parécenos mal si a los otros se les da larga licencia, y nosotros no queremos que cosa que pedimos se nos niegue.

Queremos que los demás estén sujetos a las ordenanzas, pero nosotros no sufrimos que nos sea prohibida cosa alguna. Así parece claro cuán pocas veces amamos al prójimo como a nosotros mismos.

Si todos fuesen perfectos, ¿qué teníamos que sufrir por Dios de nuestros hermanos?

4. Pero así lo ordenó Dios para que aprendamos a Llevar recíprocamente nuestras cargas (Gal, 6, 2}; porque ninguno hay sin ellas, ninguno sin defecto, ninguno es suficiente ni cumplidamente sabio para sí; antes importa llevarnos, consolarnos y juntamente ayudarnos unos a otros, instruirnos y amonestarnos.

De cuánta virtud sea cada uno, mejor se descubre en la ocasión de la adversidad. Porque las ocasiones no hacen al hombre flaco, pero declaran lo que es.

§1.17. De la vida monástica

1. Conviene que aprendas, a quebrantarte en muchas cosas, si quieres tener paz y concordia con otros.

No es poco morar en los monasterios y congregaciones, y allí conversar sin quejas, y perseverar fielmente hasta la muerte.

Bienaventurado es el que vive allí bien y acaba dichosamente. Si quieres estar bien y aprovechar, mírate como desterrado y peregrino sobre la tierra. Conviene hacerte simple por Cristo, si quieres seguir la v ida religiosa.

2. El hábito y la corona poco hacen; mas la mudanza de las costumbres y la entera mortificación de las pasiones hacen al hombre verdadero religioso.

El que busca algo fuera de Dios y la salvación de su alma, no hallará sino tribulación y dolor. No puede estar mucho tiempo en paz el que no procura ser el menor y el más sujeto de todos.

3. Viniste a servir, no a mandar; persuádete que fuiste llamado para trabajar y padecer, no para holgar y parlar. Pues aquí se prueban los hombres, como el oro en el crisol (Sap 3, 6).

Aquí no puede estar alguno, si no quiere de todo corazón humillarse por Dios.

§1.18. De los ejemplos de los santos padres

1. Considera bien los heroicos ejemplos de los Santos Padres, en los cuales resplandeció la verdadera perfección y religión, y verás cuán poco o casi nada es lo que hacemos.

¡Ay de nosotros? ¿Qué es nuestra vida comparada con la suya?

Los Santos y amigos de Cristo sirvieron al Señor en hambre y en sed, en frío y desnudez, en trabajos y fatigas, en vigilias y ayunos, en oraciones y santas meditaciones, en persecuciones y muchos oprobios.

2. ¡Oh, cuán graves y cuántas tribulaciones padecieron los apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y todos los demás que quisieron seguir las pisadas de Cristo? pues en este mundo aborrecieron sus vidas para poseer sus almas en la vida eterna ¡Oh, cuán estrecha y retirada vida hicieron los Santos Padres en el yermo! ¡Cuán largas y graves tentaciones padecieron! ¡Cuán de ordinario fueron atormentados del enemigo! ¡Cuán continuas y fervientes oraciones ofrecieron a Dios! ¡Cuán rigurosas abstinencias cumplieron! ¡Cuán gran celo y fervor tuvieron en su aprovechamiento espiritual! ¡Cuán fuertes peleas pasaron para vencer los vicios! ¡Cuán pura y recta intención tuvieron con Dios!

3. De día trabajaban, y por la noche se ; ocupaban en larga oración; aunque trabajan do, no cesaban de la oración mental.

Todo el tiempo gastaban bien; las horas les parecían cortas para darse a Dios, y por la gran dulzura de la contemplación, se olvidaban de la necesidad del mantenimiento corporal.

Renunciaban todas las riquezas, honras, dignidades, parientes y amigos; ninguna cosa ~ querían del mundo; apenas tomaban lo necesario para la vida, y les era pesado servir a su cuerpo aun en las cosas más necesarias. De modo que eran pobres de lo temporal, pero riquísimos en gracia y virtudes.

En lo de fuera eran necesitados; pero en lo interior estaban con la gracia y divinas consolaciones recreados.

Ajenos eran al mundo, mas muy allegados a Dios, del cual eran familiares amigos. Teníanse por nada en cuanto a sí mismos y para nada con el mundo eran despreciados; mas en los ojos de Dios eran muy preciosos y amados.

Estaban en verdadera humildad; vivían en sencilla obediencia; andaban en caridad y paciencia, y por esa cada día crecían en espíritu y alcanzaban mucha gracia delante de Dios.

Fueron puestos por dechados a todos los religiosos, y más nos deben mover para aprovechar en el bien, que no la muchedumbre de los tibios para aflojar y descaecer.

4. ¡Oh, cuán grande fue el fervor de todos los religiosos al principio de sus sagrados institutos! ¡Cuánta la devoción de la oración! ¡Cuanto el celo de la virtud! ¡Cuánta disciplina floreció! ¡Cuánta reverencia y obediencia al superior hubo en todas las cosas! Aun hasta ahora dan testimonio de ello las señales que quedaron, de que fueron verdaderamente varones santos y perfectos los que, peleando tan esforzadamente, vencieron al mundo.

Ahora ya se estima en mucho aquel que no quebranta la Regla, y con paciencia puede sufrir lo que aceptó por su voluntad.

5. ¡Oh tibieza y negligencia de nuestro estado, que tan presto declinamos del fervor primero, y nos es molesto el vivir por nuestra flojedad y tibieza!

¡Pluguiese a Dios que no durmiese en ti el aprovechamiento de las virtudes, pues viste muchas veces tantos ejemplos de devotos!

§1.19. De los ejercicios del buen religioso

1. La vida del buen religioso debe resplandecer en toda virtud; que sea tal en lo interior cual parece de fuera.

Y con razón debe ser mucho más lo interior que lo que se mira exteriormente, porque nos mira nuestro Dios, a quien debemos suma reverencia dondequiera que estuviésemos, y debemos andar en su presencia tan puros como los ángeles.

Cada. día debemos renovar nuestro propósito y excitarnos a mayor fervor, como si hoy fuese el primer día de nuestra conversión, y decir: Señor, Dios mío, ayúdame en mi buen intento y en tu santo servicio, y dame gracia para que comience hoy perfectamente, porque no es nada cuanto hice hasta aquí.

2. Según es nuestro propósito, así es nuestro aprovechamiento; y quien .quiere aprovecharse bien, ha menester ser muy diligente.

Si el que propone firmemente falta muchas veces, ¿qué será el que tarde o nunca propone?

Acaece de diversos modos el. dejar nuestro ' propósito; y faltar de ligero en los ejercicios acostumbrados no pasa sin algún daño. El propósito de los justos más pende de la gracia de Dios que del saber propio; en el confían siempre y en cualquier cosa que comienzan. Porque el hombre propone, pero Dios dispone; y no está en mano del hombre su camino (Prov., 16, 9; Jer., 10, 23).

3. Si por caridad y por provecho del prójimo se deja alguna vez el ejercicio acostumbrado, después se puede reparar fácilmente.

Mas, si por fastidio del corazón o por negligencia ligeramente se deja; muy culpable es y resultará muy dañoso.

Esforcémonos cuanto pudiéremos, que aun así, en muchas faltas caeremos fácilmente. pero alguna cosa determinada debemos siempre proponernos, y principalmente contra las faltas que mas nos estorban.

Debemos examinar y ordenar todas nuestras cosas exteriores e interiores, porque todo conviene para el aprovechamiento espiritual.

4. Si no puedes recogerte de continuo, hazlo de cuando en cuando y, por lo menos, una vez al día, por la mañana o por la noche.

Por la mañana, propón; a la noche, examina tus obras; cuál has sido este día en palabras, obras y pensamientos; porque puede ser que hayas ofendido en esto a Dios y al prójimo muchas veces.

Ármate como varón contra las malicias del demonio; refrena la gula y fácilmente refrenarás toda inclinación de la carne.

Nunca estés del todo ocioso, sino lee, o escribe, o reza, o medita, o haz algo de provecho para la comunidad. Pero los ejercicios corporales se deben tornar con discreción, porque no son igualmente convenientes para todos.

5. Los ejercicios particulares no se deben hacer públicamente, porque con más seguridad se ejercitan en secreto.

Guárdate, empero, no seas perezoso para lo común, y pronto para lo particular, sino cumplido muy bien lo que debes y te está encomendado; si tienes lugar, éntrate dentro de ti como desea tu devoción.

No todos podemos ejercitar una misma cosa; unas convienen más a unos y otras a otros. También, según el tiempo, te serán más a propósito diversos ejercicios; porque unos son me ores para las fiestas, otros par a los días de trabajo.

Necesitamos de unos para el tiempo de la tentación, y de otros para el de la paz y sosiego. En unas cosas es bien pensar cuando estamos tristes, y en otras, cuando alegres en el Señor.

6. En las fiestas principales debemos renovar nuestros buenos ejercicios, e invocar con mayor fervor la intercesión de los Santos.

De una fiesta para otra debemos proponer algo, como si entonces hubiésemos de salir de este mundo y llegar a la eterna festividad.

Por eso debemos prevenirnos con cuidado en los tiempos devotos y conversar con mayor devoción y guardar toda observancia más estrechamente, como quien ha de recibir en breve de Dios el premio de sus trabajos.

7. Y si se dilatare, creamos que no estamos preparados, y que aún somos indignos de tanta gloria corno se declarara en nosotros (Rom, 8, 18) acabado el tiempo de la vida, y estudiemos en prepararnos mejor para morir: Bienaventurado el siervo (dice el evangelista San Lucas) a quien, cuando viniere el Señor, le hallare velando; en verdad os digo que Le constituirá sobre todos sus bienes (Lc, 12, 43).

§1.20. Del amor a la soledad y al silencio

1. Busca tiempo a propósito para estar contigo y piensa a menudo en las beneficios de Dios.

Deja las cosas curiosas: lee tales materias, que te den más compunción que ocupación.

Si te apartares de conversaciones superfluas y de andar ocioso y de oír noticias y murmuraciones, hallarás tiempo suficiente y a propósito para entregarte a santas meditaciones.

Los mayores Santos evitaban cuanto podían la compañía de los hombres, y elegían el vivir para Dios en su retiro.

2. Dijo uno: (Cuantas veces estuve entre los hombres volví menos hombre» (1). Lo cual experimentamos cada día cuando hablamos mucho.

Más fácil cosa es callar siempre que hablar sin errar.

Más fácil es encerrarse en su casa que guardarse del todo fuera de ella.

Por esto, al que quiere llegar a las cosas interiores y espirituales le conviene apartarse con Jesús de la gente.

Ninguno se muestra seguro en público, sino el que se esconde voluntariamente.

Ninguno habla con acierto, sino el que calla de buena gana.

Ninguno preside dignamente, sino el que se sujeta con gusto.

Ninguno manda con razón, sino el que aprendió a obedecer sin replicar.

3. Nadie se alegra seguramente, sino quien tiene el testimonio de la buena conciencia. Pues la seguridad de los Santos siempre estuvo llena de temor divino.

Ni por eso fueron menos solícitos y humildes en sí, aunque resplandecían en grandes virtudes y gracias.

Pero la seguridad de los malos nace de la soberbia y presunción, y al fin se convierte en su mismo engaño. Nunca te tengas por seguro en esta vida, aunque parezcas buen religioso o devoto ermitaño

4. Los muy estimados por buenos, muchas veces han caído en graves peligros por su mucha confianza.

Por lo cual es utilísimo a muchos que no les falten del todo tentaciones y que sean muchas chas veces combatidos, porque no se aseguren demasiado de si propios, porque no se levanten con soberbia, ni tampoco se entreguen demasiadamente a los consuelos exteriores.

¡Oh, quién nunca buscase alegría transitoria! ¡Oh, quién nunca se ocupase en el mundo, y cuán buena conciencia guardaría!

¡Oh, quién quitara de sí todo vano cuidado, y pensase solamente las cosas saludables y divinas, y pusiese toda su esperanza en Dios, cuánta paz y sosiego poseería!

5. Ninguno es digno de la consolación celestial si no se ejercitare con diligencia en la santa contrición.

Si quieres arrepentirte de corazón, entra en tu retiro, y destierra de ti todo bullicio del Mundo, según está escrito: Contristaos en vuestros aposentos (Salmo 4, 5). En la celda hallarás lo que perderás muchas veces por de fuera.

El retiro usado se hace dulce, y el poco usado causa hastío. Si al principio de tu conversión le frecuentares y guardares bien, te será después dulce amigo y agradable consuelo.

6. En el silencio y sosiego aprovecha el alma devota y aprende los secretos de las Escrituras.

Allí halla arroyos de lágrimas con que lavarse y purificarse todas las noches, para hacerse. tanto más familiar a su Hacedor cuanto más se desviare del tumulto del siglo.

Y así el que se aparta de sus amigos y conocidos, estará más cerca de Dios y de sus santos ángeles.

Mejor es esconderse y cuidar de sí, que con descuido propio hacer milagros.

Muy loable es al hombre religioso salir fuera pocas veces, huir de que le vean y no querer ver a los hombres.

7. ¿para qué quieres ver lo que no te conviene tener?

EL mundo pasa y sus deleites (1 Jn., 2, 1'7). Los deseos sensuales nos llevan a pasatiempos; mas, pasada aquella hora, qué nos queda, sino pesadumbre de conciencia y derramamiento de corazón?

La salida alegre causa muchas veces triste vuelta, y la alegre trasnochada hace triste mañana. Así, todo gozo carnal entra blandamente; mas al cabo, muerde y mata.

¿Qué puedes ver en otro lugar, que aquí no lo veas? Aquí ves el cielo y la tierra y todos los elementos, y de éstos fueron hechas todas las cosas.

8. ¿Qué puedes ver en algún lugar, que permanezca mucho tiempo debajo del sol? ¿Piensas, acaso, satisfacer tu apetito? Pues no lo alcanzarás. Si vieses todas las cosas delante de ti, ¿qué sería sino una vista vana?

Alza tus ojos a Dios en el cielo, y ruega por tus pecados y negligencias.

Deja lo vano a los vanos, y tú ten cuidado de lo que te manda Dios. Cierra tu puerta sobre ti, y llama a tu amado Jesús; permanece con El en tu aposento, que no hallarás en otro lugar tanta paz.

Si no salieras ni oyeras noticias, mejor perseverarías en santa paz. Pues te huelgas de oír algunas veces novedades, conviénete sufrir inquietudes de corazón.

§1.21. De la compunción del corazón.

1. Si quieres aprovechar algo, consérvate en el temor de Dios, y no quieras ser demasiado libre; mas con severidad refrena todos tus sentidos y no te entregues a vanos contentos.

Date a la compunción del corazón, y te hallarás devoro.

La compunción causa muchos bienes, que la disolución suele perder en breve.

Maravilla es que el hombre pueda alegrarse alguna vez perfectamente en esta vida considerando su destierro, y pensando los muchos peligros de su alma.

2. por la liviandad del corazón y por el descuido de nuestros defectos no sentimos los males de nuestra alma, pero muchas veces reímos sin razón, cuando con razón deberíamos llorar.

No hay verdadera libertad ni plácida alegría, sino con el temor de Dios con buena conciencia.

Bienaventurado aquel que puede desviarse de todo estorbo de distracción, y recogerse a lo interior de la santa compunción.

Bienaventurado el que renunciare todas las cosas que pueden mancillar o agravar su conciencia.

Pelea como varón: una costumbre vence a otra costumbre.

Si tú sabes dejar los hombres, ellos bien te dejarán hacer tus buenas obras.

3. No te ocupes en cosas ajenas ni te entremetas en las causas de los mayores.

Mira siempre primero por ti, y amonéstate a ti mismo más especialmente que a todos cuantos quieres bien.

Si no eres favorecido de los hombres, no te entristezcas por eso, sino aflígete de que no te portas con el cuidado y circunspección que convienen a un siervo de Dios y a un devoto religioso.

Muy útil y seguro es que el hombre no tenga en esta vida muchas consolaciones, mayormente según la carne. Pero de no tener o gustar rara vez las cosas divinas, nosotros tenemos la culpa; porque no buscamos la compunción, ni desechamos del todo lo vano y exterior.

4. Reconócete por indigno de la divina consolación; antes bien créete digno de ser atribulado. Cuando el hombre tiene perfecta contrición, entonces le es grave y amargo todo el mundo. El que es bueno halla bastante materia para dolerse y llorar; porque ora se mire a sí mismo, ora piense en su prójimo, sabe que ninguno vive aquí sin tribulaciones. Y cuando con más rectitud se mire, tanto más halla por qué dolerse. Materia de justo dolor y entrañable contrición son nuestros pecados y vicios, en que estamos tan caídos, que pocas veces podemos contemplar las cosas celestiales.

5. Si continuamente pensases más en tu muerte que en vivir largo tiempo, no hay duda que te enmendarías con mayor fervor. Si pensases también de todo corazón en las penas futuras del infierno, o del purgatorio, creo que de buena gana sufrirías cualquier trabajo y dolor, y no temerías ninguna austeridad; pero como estas cosas o pasan al corazón y amamos siempre el regalo, permanecemos demasiadamente fríos y perezosos. Muchas veces por falta de espíritu se queja el recuerdo miserable. Ruega, pues, con humildad al Señor que te dé espíritu de contrición, y di con el profeta: Dame, Señor, a comer el pan de lágrimas, y a beber en abundancia el agua de mis lloros.

§1.22. Consideración de la miseria humana.

1. Miserable serás dondequiera que fueres y dondequiera que te volvieres, si no te conviertes a Dios. ¿Por qué te afliges de que no te suceda lo que quieres y deseas? ¿Quién es que tiene todas las cosas a medida de su voluntad? Ni yo, ni tú, ni hombre alguno sobre la tierra. Ninguno hay en el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea rey o Papa. ¿Pues, quién es el que está mejor? Ciertamente el que puede padecer algo por Dios.

2. Dicen muchos flacos y enfermos: ¡Mirad cuán buena vida tiene aquel hombre! ¡Cuán rico! ¡Cuán grande! ¡Cuán poderoso y ensalzado! pero atiende a los bienes del cielo, y verás que todas estas cosas temporales nada son sino muy inciertas y gravosas; porque nunca se poseen sin cuidado y temor. No está la felicidad del hombre en tener la abundancia de lo temporal; bástale una medianía. por cierto que miseria es vivir en la tierra. Cuando el hombre quisiere ser más espiritual, tanto más amarga se le hará la vida; porque conoce mejor y ve más claro los defectos de la corrupción humana. porque comer, beber, velar, dormir, reposar, trabajar y estar sujeto a las demás necesidades naturales, en verdad es grande miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este cuerpo y libre de toda culpa.

3. pues el hombre interior está muy gravado con todas las necesidades corporales en este mundo. por eso, el profeta ruega devotamente que le libre de ellas diciendo: Líbrame, Señor, de mis necesidades. Mas, ¡ay de los que aman esta miserable y corruptible vida! porque hay algunos tan abrazados con ella, que aunque con mucha dificultad, trabajando o mendigando tengan lo necesario, si pudiesen vivir aquí siempre, no cuidarían del Reino de Dios.

4. ¡Oh, locos y duros de corazón, los que tan profundamente se envuelven en la tierra, que nada gustan sino de las cosas carnales! Mas en el fin sentirán gravemente cuán vil y nada lo que amaron. Los santos de Dios y todos los devotos amigos de Cristo no tenían en cuenta de lo que agradaba a la carne, ni de lo que florecía en la vida temporal sino que, toda su esperanza e intención suspiraba por los bienes eternos. Todo su deseo se levantaba a lo duradero e invisible; porque no fuesen abatidos a las cosas bajas con el amor de lo visible. No pierdas hermano, la confianza de aprovechar en las cosas espirituales: aún tienes tiempo y ocasión.

5. ¿por qué quieres dilatar tu propósito? Levántate, y comienza en este momento, y di: Ahora es tiempo de obrar, ahora es tiempo de pelear, ahora es tiempo conveniente para enmendarme. Cuando no estás bueno y tienes alguna tribulación, entonces es tiempo de merecer. Conviene que pases por fuego y por agua antes que llegues al descanso. Si no te hicieres fuerza, no vencerás el vicio. Mientras estamos en este frágil cuerpo, no podemos estar sin pecado, ni vivir sin fatiga y dolor. De buena gana tendríamos descanso de toda miseria; pero como por el pecado perdimos la inocencia hemos perdido también la verdadera felicidad. por eso nos importa tener paciencia y esperar la misericordia de Dios hasta que se acabe la malicia, y la muerte destruya esta vida.

6. ¡Oh, cuánta es la flaqueza humana, que siempre está inclinada a los vicios! Hoy confiesas tus pecados, y mañana vuelves a cometer lo confesado. Ahora propones de guardarte, y de aquí a una hora obras como si nada hubieras propuesto. Con mucha razón, pues, podemos humillarnos, y no sentir de nosotros cosa grande, pues somos tan flacos y tan mudables. presto se pierde por descuido lo que con mucho trabajo dificultosamente se ganó por gracia.

7. ¿Qué será de nosotros al fin, pues ya tan temprano estamos tibios?

¡Ay de nosotros si así queremos ir al descanso, como si ya tuviésemos paz y seguridad, cuando aún no parece señal de verdadera santidad en nuestra conversión!

Bien sería necesario que aún fuésemos instruidos otra vez como dóciles novicios en las buenas costumbres, si por ventura hubiese esperanza de alguna futura enmienda, y de mayor aprovechamiento espiritual.

§1.23. De la meditación de la muerte.

1. Muy presto será contigo este negocio; mira cómo te has de componer. Hoy es el hombre y mañana no parece.

En quitándolo de la vista, se va presto también de la memoria.

¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en lo presente, sin cuidado de lo por venir!

Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir.

Si tuvieses buena conciencia, no temerías mucho la muerte.

Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte.

Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana?

Mañana es día incierto; y ¿qué sabes si amanecerás mañana?

2. ¿Qué aprovecha vivir mucho, cuando tan poco nos enmendamos? ¡Ah! La larga vida no siempre nos enmienda, antes muchas veces añade pecados.

¡Ojalá hubiéramos vivido un día bien en este mundo!

Muchos cuentan los años de su conversión, pero muchas veces es poco el fruto de la enmienda.

Si es temeroso el morir, puede ser que sea más peligroso el vivir mucho. Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir.

Si has visto alguna vez morir un hombre, piensa que por aquella carrera has de pasar.

3. Cuando fuere de mañana, piensa que no llegarás a la noche, no te atrevas a prometer ver la mañana.

Por eso está siempre prevenido, y vive de tal manera, que nunca te halle la muerte desapercibido.

Muchos mueren de repente: porque en la hora que no se piensa vendrá el Hijo del hombre.

Cuando viniere aquella hora postrera, de otra suerte comenzarás a sentir de toda tu vida pasada, y te dolerás mucho de haber sido tan negligente y perezoso.

4. ¡Qué bienaventurado y prudente es el que vive de tal modo, cual desea le halle Dios en la hora de la muerte!

El perfecto desprecio del mundo, el ardiente deseo de aprovechar en las virtudes, el amor de la austeridad, el trabajo de la penitencia, la prontitud de la obediencia, el renunciarse a sí mismo, la paciencia en toda adversidad por amor de nuestro Señor Jesucristo, gran confianza le darán de morir felizmente.

Muchas cosas buenas podrías hacer mientras estás sano; pero cuando enfermo no sé qué podrás.

5. No confíes en amigos, ni en vecinos, ni dilates para después tu salvación; porque más presto de lo que piensas estarás olvidado de los hombres.

Mejor es ahora con tiempo prevenir algunas buenas obras que envíes adelante, que esperar en el socorro de otros.

Si tú no eres solícito para ti ahora, ¿quién tendrá cuidado de ti después?

Ahora es el tiempo muy precioso; ahora son los días de salud; ahora es el tiempo aceptable.

Pero ¡ay dolor! que lo gastas sin aprovecharte, pudiendo en él ganar para vivir eternamente.

Vendrá cuando desearás un día o una hora para enmendarte, y no sé si te será concedida.

6. ¡Oh hermano! ¡De cuánto peligro te podrías librar, y de cuán grave espanto salir, si estuvieses siempre temeroso de la muerte y preparado para ella!

Trata ahora de vivir de modo que en la hora de la muerte puedas más bien alegrarte que temer.

Aprende ahora a morir al mundo, para que entonces comiences a vivir con Cristo. Aprende ahora a despreciarlo todo, para que entonces puedas libremente ir a Cristo. Castiga ahora tu cuerpo con penitencia, porque entonces puedas tener confianza cierta.

7. ¡Oh necio! ¿Por qué piensas vivir mucho, no teniendo un día seguro?

Cuántos que pensaban vivir mucho, se han engañado, y han sido separados del cuerpo cuando no lo esperaban!

¿Cuántas veces oíste contar que uno murió a cuchillo, otro se ahogó, otro cayó de alto y se quebró la cabeza, otro comiendo se quedo pasmado, a otro jugando le vino su fin? Uno murió con fuego, otro con hierro, otro de peste, otro pereció a manos de ladrones; y así la muerte es fenecimiento de todos, y la vida de los hombres se pasa como sombra rápidamente.

8. ¿Quién se acordará de ti, y quién rogará por ti después de muerto?

Haz ahora, hermano, lo que pudieres; que no sabes cuándo morirás, ni lo que acaecerá después de la muerte.

Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas inmortales.

Nada pienses fuera de tu salvación, y cuida solamente de las cosas de Dios.

Granjéate ahora amigos venerando a los Santos de Dios, e imitando sus obras, para que cuando salieres de esta vida te reciban en las moradas eternas.

9. Trátate como huésped y peregrino sobre la tierra, a quien no le va nada en los negocios del mundo.

Guarda tu corazón libre y levantado a Dios, porque aquí no tienes domicilio permanente.

A El dirige tus oraciones y gemidos cada día con lágrimas, porque merezca tu espíritu, después de la muerte, pasar dichosamente al descanso del Señor.

Amén.

§1.24. Del juicio y penas de los pecadores.

1. Mira el fin en todas las cosas, y de qué suerte estarás delante de aquel juez justísimo, al cual no hay cosa encubierta, ni se amansa con dádivas, ni admite excusas, sino que juzgará justísimamente.

¡Oh ignorante, y miserable pecador! ¿Qué responderás a Dios, que sabe todas tus maldades, tú que temes a veces el rostro de un hombre airado?

¿por qué no te previenes para el día del juicio cuando no habrá quien defienda ni ruegue por otro, sino que cada uno tendrá bastante que hacer por sí?

Ahora tu trabajo es fructuoso, tu llanto aceptable, tus gemidos se oyen, tu dolor es satisfactorio y justificativo.

2. Aquí tiene grande y saludable purgatorio el hombre sufrido, que recibiendo injurias, se duele más de la malicia del injuriador que de su propia ofensa; que ruega a Dios voluntariamente por sus contrarios, y de corazón perdona los agravios, y no se detiene en pedir perdón a cualquiera; que más fácilmente tiene misericordia que se indigna; que se hace fuerza muchas veces y procura sujetar del todo su carne al espíritu.

Mejor es purgar ahora los pecados y cortar los vicios que dejar el purgarlos para lo venidero.

Por cierto nos engañamos a nosotros mismos por el amor desordenado que tenemos a la carne.

3. ¿En qué otra cosa se cebará aquel fuego sino en tus pecados?

Cuando más te perdonas ahora a ti mismo, y sigues a la carne, tanto más gravemente serás después atormentado, pues guardarás mayor materia para quemarte.

En lo mismo que más peca el hombre será más gravemente castigado.

Allí los perezosos serán punzados con los aguijones ardientes, y los golosos serán atormentados con gravísima hambre y sed.

Allí los lujuriosos y amadores de deleites, serán rociados con ardiente pez y hediondo azufre; y los envidiosos aullarán de dolor como rabiosos perros.

4. No hay vicio que no tenga su propio tormento.

Allí los soberbios estarán llenos de confusión, y los avarientos serán oprimidos con miserable necesidad.

Allí será más grave pasar una hora de pena, que aquí cien años de penitencia amarga. Allí no hay sosiego ni consolación para los condenados; mas aquí cesan algunas veces los trabajos, y se goza del consuelo de los amigos.

Ten ahora cuidado y dolor de tus pecados, para que en el día del juicio estés seguro con los bienaventurados.

5. Pues entonces estarán los justos con gran constancia contra los que les angustiaron y persiguieron.

Entonces estará para juzgar el que aquí se sujetó humildemente al juicio de los hombres. Entonces tendrá mucha confianza el pobre y humilde; mas el soberbio por todos lados se estremecerá.

Entonces se verá que el verdadero sabio en este mundo, fue aquel que aprendió a ser necio y menospreciado por Cristo.

Entonces agradará toda tribulación sufrida con paciencia, y toda maldad no despegará los labios.

Entonces se alegrarán todos los devotos, y se entristecerán todos los disolutos.

Entonces se alegrará más la carne afligida, que la que siempre vivió en deleites.

Entonces resplandecerá el vestido despreciado, y parecerá vil el precioso.

Entonces será más alabada la pobre casilla, que el ostentoso palacio.

Entonces ayudará más la constante paciencia, que todo el poder del mundo.

Entonces será más ensalzada la simple obediencia, que toda la sagacidad del siglo. Entonces alegrará más la pura y buena conciencia, que toda la docta filosofía.

Entonces se estimará más el desprecio de las riquezas, que todo el tesoro de los ricos de la tierra.

Entonces te consolarás más de haber orado con devoción, que haber comido delicadamente.

Entonces te alegrarás más de haber guardado el silencio, que de haber conversado mucho.

Entonces te aprovecharán más las obras santas, que las palabras floridas.

Entonces agradará más la vida estrecha y la rigurosa penitencia, que todos los deleites terrenos.

6. Aprende ahora a padecer en lo poco, para que entonces seas libre de lo muy grave. prueba aquí primero lo que podrás después.

Si ahora no puedes padecer levemente, ¿cómo podrás después sufrir los tormentos eternos? Si ahora una pequeña penalidad te hace tan impaciente, ¿qué hará entonces el infierno?

De verdad no puedes tener dos gozos, deleitarte en este mundo, y después reinar en el cielo con Cristo.

Si hasta ahora hubieses vivido en honores y deleites, y te llegase la muerte, ¿qué te aprovecharía todo lo pasado?

Todo, pues, es vanidad, sino amar a Dios, y servirle a El solo.

Porque los que aman a Dios de todo corazón, no temen la muerte, ni el tormento, ni el juicio, ni el infierno; pues el amor perfecto tiene segura entrada para Dios.

Mas quien se deleita en pecar, no es maravilla que tema la muerte y el juicio.

Bueno es no obstante que si el amor no nos desvía de lo malo, por lo menos el temor del infierno nos refrene.

Pero el que pospone el temor de Dios, no puede durar mucho tiempo en el bien; sino que caerá muy presto en los lazos del demonio.

§1.25. De la fervorosa enmienda de toda nuestra vida.

1. Vela con mucha diligencia en el servicio de Dios, y piensa de ordinario a que viniste, y por qué dejaste el mundo.

¿No es por ventura con el fin de vivir para Dios, y ser hombre espiritual?

Corre, pues, con fervor a la perfección, que presto recibirás el galardón de tu trabajo, y no habrá de ahí adelante temor ni dolor en tu fin.

Ahora trabajarás un poco, y hallarás después gran descanso, y aun perpetua alegría.

Si permaneces fiel y fervoroso en obrar, sin duda será Dios fiel y rico en pagar.

Ten firme esperanza que alcanzarás victoria, mas no conviene tener seguridad, porque no aflojes ni te ensoberbezcas.

2. Se hallaba uno lleno de congoja luchando entre el temor y la esperanza; y un día cargado de tristeza entró en la iglesia y se postró delante del altar en oración, y meditando en su corazón varias cosas, dijo: ¡Oh! ¡Si supiese que había de perseverar! Y luego oyó en lo interior la divina respuesta: ¿Qué harías si eso supieses? Haz ahora lo que entonces quisieras hacer, y estarás seguro.

Y en aquel punto, consolado y confortado, se ofreció a la divina voluntad, y cesó su congojosa turbación.

Y no quiso escudriñar curiosamente para saber lo que le había de suceder, sino que anduvo con mucho cuidado de saber lo que fuese la voluntad de Dios, y a sus divinos ojos más agradable y perfecto, para comenzar y perfeccionar toda buena obra.

3. El Profeta dice: Espera en el Señor, y has bondad, y habita en la tierra, y serás apacentado en sus riquezas.

Detiene a muchos el fervor de su aprovechamiento, el espanto de la dificultad, o el trabajo de la pelea.

Ciertamente aprovechan más en las virtudes, aquellos que más varonilmente ponen todas sus fuerzas para vencer las que les son más graves y contrarias. porque allí aprovecha el hombre más y alcanza mayor gracia, adonde más se vence, a sí mismo y se mortifica el espíritu.

4. pero no todos tienen igual ánimo para vencer y mortificarse.

No obstante, el diligente y celoso de su aprovechamiento, más fuerte será para la perfección, aunque tenga muchas pasiones, que el de buen natural, si pone poco cuidado en las virtudes.

Dos cosas especialmente ayudan mucho a enmendarse, es a saber: desviarse con esfuerzo de aquello a que le inclina la naturaleza viciosamente y trabajar con fervor por el bien que más le falta.

Trabaja también en vencer y evitar lo que de ordinario te desagrada en tus prójimos.

5. Mira que te aproveches dondequiera; y si vieres y oyeres buenos ejemplos, anímate a imitarlos.

Mas si vieres alguna cosa digna de reprensión, guárdate de hacerla; y si alguna vez la hiciste, procura enmendarte luego.

Así como tú miras a los otros, así los otros te miran a ti.

¡Oh! ¡Cuán alegre y dulce cosa es ver los devotos y fervorosos hermanos, con santas costumbres y observante disciplina!

¡Cuán triste y penoso es verlos andar desordenados, y qué no hacen aquello a que son llamados por su vocación!

¡Oh! ¡Cuán dañoso es ser negligentes en el propósito de su llamamiento, y ocuparse en lo que no les mandan!

6. Acuérdate de la profesión que tomaste, y propónte por modelo al Crucificado.

Bien puedes avergonzarte mirando la vida de Jesucristo; porque aún no estudiaste a conformarte más con El, aunque ha muchos años que estás en el camino de Dios.

El religioso que se ejercita intensa y devotamente en la santísima vida y pasión del Señor, halla allí todo lo útil y necesario cumplidamente para sí; y no hay necesidad que busque cosa mejor fuera de Jesús.

¡Oh! ¡Si viniese a nuestro corazón Jesús crucificado, cuán presto y cumplidamente seríamos enseñados.

7. El fervoroso religioso acepta todo lo que le mandan, y lo lleva muy bien.

El negligente y tibio tiene tribulación sobre tribulación, y de todas partes padece angustia, porque carece de consolación interior, y no le dejan buscar la exterior.

El religioso que vive fuera de la observancia, cerca está de caer gravemente.

El que busca vivir más ancho y descuidado, siempre estará en angustias, porque lo uno y lo otro le descontentará.

8. ¿Cómo lo hacen tantos religiosos que están encerrados en la observancia del monasterio?

Salen pocas veces, viven abstraídos, comen pobremente, visten ropa basta, trabajan mucho, hablan poco, velan largo tiempo, madrugan muy temprano, tienen continuas horas de oración, leen a menudo, y guardan en todo exacta disciplina.

Mira cómo los cartujos, los cistercienses, y los monjes y monjas de diversas órdenes se levantan cada noche a alabar al Señor.

Y por eso sería torpe que tú emperezases en obra tan santa, donde tanta multitud de religiosos comienza a alabar a Dios.

9. ¡Oh! ¡Si nunca hubiésemos de hacer otra cosa sino alabar al Señor nuestro Dios con todo el corazón y con la boca!

¡Oh! ¡Si nunca tuvieses necesidad de comer, beber y dormir, sino que siempre pudieses alabar a Dios, y solamente ocuparte en cosas espirituales!

Entonces serías mucho más dichoso que ahora cuando sirves a la necesidad de la carne. ¡Pluguiese a Dios que no tuviésemos estas necesidades, sino solamente las refecciones espirituales, las cuales gustamos bien raras veces!

10. Cuando el hombre llega al punto de no buscar su consuelo en ninguna criatura, entonces comienza a gustar de Dios perfectamente y está contento con todo lo que le sucede.

Entonces ni se alegra mucho, ni se entristece por lo poco; mas pónese entera y fielmente en Dios, el cual le es todo en todas las cosas, para quien ninguna perece ni muere, sino que todas viven y le sirven sin tardanza.

11. Acuérdate siempre del fin, y que el tiempo perdido jamás vuelve. Nunca alcanzarás las virtudes sin cuidado y diligencia.

Si comienzas a ser tibio, comenzará a irte mal.

Mas si te excitares al fervor, hallarás gran paz, y sentirás el trabajo muy ligero por la gracia de Dios y por el amor de la virtud.

El hombre fervoroso y diligente, a todo está dispuesto.

Mayor trabajo es resistir a los vicios y pasiones, que sudar en los trabajos corporales.

El que no evita los defectos pequeños, poco a poco cae en los grandes.

Te alegrarás siempre a la noche, si gastares, bien el día.

Vela sobre ti; despiértate a ti; y sea de los otros lo que fuere, no te descuides de ti.

Tanto aprovecharás, cuanto más fuerza te hicieres. Amén.

Libro segundo: Vida interior

Consejos para la vida interior

§2.01. De la conversión interior.

1. Dice el Señor: El reino de Dios dentro de vosotros está. Conviértete a Dios de todo corazón, y deja ese miserable mundo, y hallará tu alma reposo.

Aprende a menospreciar las cosas exteriores y darte a las interiores, y verás que se vienen a ti el reino de Dios.

Pues el reino de Dios es paz y gozo en el Espíritu Santo, que no se da a los malos.

Si preparas digna morada interiormente a Jesucristo, vendrá a ti, y te mostrará su consolación.

Toda su gloria y hermosura está en lo interior, y allí se está complaciendo.

Su continua visitación es con el hombre interior; con él habla dulcemente, tiene agradable consolación, mucha paz y admirable familiaridad.

2. Ea, pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo para que quiera venirse a ti, y hablar contigo.

Porque él dice así: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.

Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta.

Si a Cristo tuvieres, estarás rico, y te bastará. El será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. porque los hombres se mudan fácilmente, y desfallecen en breve; pero Jesucristo permanece para siempre, y está firme hasta el fin.

3. No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal, aunque sea útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o no te atiende. Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario; porque muchas veces se vuelven como viento.

Pon en Dios toda tu esperanza, y sea El tu temor y tu amor. El responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga.

No tienes aquí domicilio permanente: dondequiera que estuvieres, serás extraño y peregrino, y no tendrás nunca reposo, si no estuvieres íntimamente unido con Cristo.

4. ¿Qué miras aquí no siendo este lugar de tu descanso?

En los cielos debe ser tu morada, y como de paso has de mirar todo lo terrestre.

Todas las cosas pasan, y tú también con ellas.

Guárdate de pegarte a ellas, porque no seas preso y perezcas.

En el Altísimo pon tu pensamiento, y tu oración sin cesar sea dirigida a Cristo.

Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en la pasión de Cristo y habita gustosamente en sus grandes llagas.

porque si te acoges devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesús, gran consuelo sentirás en la tribulación, y no harás mucho caso de los desprecios de los hombres, y fácilmente sufrirás las palabras maldicientes.

5. Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y entre grandes afrentas, desamparado de amigos y conocidos, y en suma necesidad.

Cristo quiso padecer y ser despreciado, y tú ¿te atreves a quejarte de alguna cosa?

Cristo tuvo adversarios y murmuradores, y tú ¿quieres tener a todos por amigos y bienhechores?

¿Con qué se coronará tu paciencia, sin ninguna adversidad se te ofrece?

Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo?

Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo.

6. Si una vez entrases perfectamente en lo secreto de Jesús, y gustases un poco de su encendido amor, entonces no tendrías cuidado de tu propio provecho o daño; antes te holgarías más de las injurias que te hiciesen; porque el amor de Jesús hace al hombre despreciarse a sí mismo.

El amante de Jesús y de la verdad, y el hombre verdaderamente interior y libre de las aflicciones desordenadas, se puede volver fácilmente a Dios, y levantarse sobre sí mismo en el espíritu, y descansar gozosamente.

7. Aquel a quien gustan todas las cosas como son, no como se dicen o estiman, es verdaderamente sabio y enseñado más de Dios que de los hombres.

El que sabe andar dentro de sí, y tener en poco las cosas exteriores, no busca lugares, ni espera tiempos para darse a ejercicios devotos.

El hombre interior presto se recoge; porque nunca se entrega todo a las cosas exteriores. No le estorba el trabajo exterior, ni la ocupación necesaria a tiempos; sino que así como suceden las cosas, se acomoda a ellas.

El que está interiormente bien dispuesto y ordenado, no cuida de los hechos famosos y perversos de los hombres.

Tanto se estorba el hombre y se distrae, cuando atrae a sí las cosas de fuera.

8. Si fueses recto y puro, todo te sucedería bien y con provecho.

Por eso te descontentan y conturban muchas cosas frecuentemente, porque aún no has muerto a ti, del todo, ni apartado de todas las cosas terrenas.

Nada mancilla ni embaraza tanto el corazón del hombre cuanto el amor desordenado de las criaturas.

Si desprecias las consolaciones de fuera, podrás contemplar las cosas celestiales, y gozarte muchas veces dentro de ti.

§2.02. De la humilde sumisión.

1. No te importe mucho quién es por ti o contra ti; sino busca y procura que sea Dios contigo en todo lo que haces.

Ten buena conciencia, y Dios te defenderá.

Al que Dios quiere ayudar, no le podrá dañar la malicia de alguno.

Si sabes callar y sufrir, sin duda verás el favor de Dios.

El sabe el tiempo y el modo de librarte; y por eso te debes ofrecer a El.

A Dios pertenece ayudar y librar de toda confusión.

Algunas veces conviene mucho, para guardar mayor humildad, que otros sepan nuestros defectos y los reprendan.

2. Cuando un hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente aplaca a los otros, y sin dificultad satisface a los que le odian.

Dios defiende y libra al humilde; al humilde ama y consuela; al hombre humilde se inclina; al humilde concede gracia, y después de su abatimiento le levanta a gran honra. Al humilde descubre sus secretos, y le trae dulcemente a sí y le convida.

El humilde, recibida la afrenta, está en paz; porque está con Dios y no en el mundo.

No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por el más inferior de todos.

§2.03. Del hombre bueno y pacífico.

1. ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros.

El hombre pacífico aprovecha más que el muy letrado.

El hombre apasionado, aun el bien convierte en mal, y de ligero cree lo malo.

El hombre bueno y pacífico todas las cosas echa a la buena parte.

El que está en buena paz, de ninguno sospecha.

El descontento y alterado, con diversas sospechas se atormenta; ni el sosiega, ni deja descansar a los otros.

Dice muchas veces lo que no debiera, y deja de hacer lo que más le convendría. piensa lo que otros deben hacer, y deja él sus obligaciones.

Ten, pues, primero celo contigo, y después podrás tener buen celo con el prójimo.

2. Tú sabes excusar y disimular muy bien tus faltas, y no quieres oír las disculpas ajenas.

Más justo sería que te acusases a ti, y excusases a tu hermano.

Sufre a los otros si quieres que te sufran.

Mira cuán lejos estás aún de la verdadera caridad y humildad, la cual no sabe desdeñar y airarse sino contra sí.

No es mucho conversar con los buenos y mansos, pues esto a todos da gusto naturalmente; y cada uno de buena gana tiene paz, y ama a los que concuerdan con él. pero poder vivir en paz con los duros, perversos y mal acondicionados, y con quien nos contradice, grande gracia es, y acción varonil y loable.

3. Hay algunos que tiene paz consigo, y también con los otros.

Otros hay que ni la tienen consigo, ni la dejan tener a los demás: molestos para los otros, lo son más para sí mismos.

Y hay otros que tienen paz consigo, y trabajan en reducir a paz a los otros.

Pues toda nuestra paz en esta miserable vida, está puesta más en el sufrimiento humilde,

que en dejar de sentir contrariedades.

El que sabe mejor padecer, tendrá mayor paz. Este es el vencedor de sí mismo y señor del mundo, amigo de Cristo y heredero del cielo.

§2.04. Del corazón puro y sencilla intención.

1. Con dos alas se levanta el hombre de las cosas terrenas, que son sencillez y pureza. La sencillez ha de estar en la intención y la pureza en la afición. La sencillez pone la intención en Dios; la pureza le reconoce y gusta. Ninguna buena obra te impedirá, si interiormente estuvieres libre de todo desordenado deseo.Si no piensas ni buscas sino el beneplácito divino y el provecho del prójimo, gozarás de interior libertad. Si fuese tu corazón recto, entonces te sería toda criatura espejo de vida, y libro de santa doctrina. No hay criatura tan baja ni pequeña, que no represente la bondad de Dios.

2. Si tú fueses bueno y puro en lo interior, luego verías y entenderías bien todas las cosas sin impedimento. El corazón puro penetra al cielo y al infierno. Cual es cada uno en lo interior, tal juzga lo de fuera. Si hay gozo en el mundo, el hombre de puro corazón le posee. Y si en algún lugar hay tribulación y congojas, es donde habita la mala conciencia. Así como el hierro, metido en el fuego, pierde el orín y se pone todo resplandeciente; así el hombre que enteramente se convierte a Dios, se desentorpece y muda en nuevo hombre.

3. Cuando el hombre comienza a entibiarse, entonces teme el trabajo, aunque pequeño, y toma con gusto la consolación exterior. Mas cuando se comienza perfectamente a vencer y andar alentadamente en la carrera de Dios, tiene por ligeras las cosas que primero tenía por pesadas.

§2.05. De la consideración de sí mismo.

1. No debemos confiar de nosotros grandes cosas, porque muchas veces nos falta la gracia y la discreción. Poca luz hay en nosotros, y presto la perdemos por nuestra negligencia. Y muchas veces no sentimos cuán ciegos estamos en el alma. Muchas veces también obramos mal, y lo excusamos peor. A veces nos mueve la pasión, y pensamos que es celo.

2. El hombre recogido antepone el cuidado de sí mismo a todos los cuidados; y el que tiene verdadero cuidado de sí, poco habla de otros. Nunca estarás recogido y devoto, si no callares las cosas ajenas, y especialmente mirares a ti mismo. Si del todo te ocupares en Dios y en ti, poco te moverá lo que sientes de fuera. ¿Dónde estás cuando no estás contigo? Y después de haber discurrido por todas las cosas ¿qué has ganado si de ti te olvidaste? Si has de tener paz y unión verdadera, conviene que todo lo pospongas, y tengas a ti solo delante de tus ojos.

3. Mucho aprovecharás, si te guardas libre de todo cuidado temporal. Muy menguado serás, si alguna cosa temporal estimares. No te parezca cosa alguna alta, ni grande, ni acepta, ni agradable, sino Dios puramente, o lo que sea de Dios. Ten por vana cualquier consolación que te viniere de alguna criatura. El alma que ama a Dios, desprecia todas las cosas sin El. Solo Dios eterno e inmenso que todo lo llena, gozo del alma y alegría verdadera del corazón.

§2.06. La alegría de la buena conciencia.

1. La gloria del hombre bueno, es el testimonio de la buena conciencia. Ten buena conciencia, y siempre tendrás alegría. La buena conciencia muchas cosas puede sufrir, y muy alegre está en las adversidades. La mala conciencia siempre está con inquietud y temor.Suavemente descansarás, si tu corazón no te reprende. No te alegres sino cuando obrares bien. Los malos nunca tienen alegría verdadera ni sienten paz interior; porque dice el Señor: No tienen paz los malos. Y si dijeren: En paz estamos, no vendrá mal sobre nosotros: ¿quién se atreverá a ofendernos? No los creas, porque de repente se levantará la ira de Dios, y pararán en nada sus obras, y perecerán sus pensamientos.

2. No es dificultoso el que ama gloriarse en la tribulación; porque gloriarse de esta suerte, es gloriarse en la cruz del Señor. Breve es la gloria que se da y recibe de los hombres. La gloria del mundo siempre va acompañada de tristeza. La gloria de los buenos está en sus conciencias, y no en la boca de los hombres. La alegría de los justos es de Dios, y en Dios, y su gozo es la verdad. El que desea la verdadera y eterna gloria, no hace caso de la temporal. Y el que busca la gloria temporal, o no la desprecia de corazón, señal es que ama menos la celestial. Gran quietud de corazón tiene el que no se le da nada de las alabanzas ni de las afrentas.

3. Fácilmente estará contento y sosegado el que tiene la conciencia limpia. No eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien. Lo que eres, eso eres; y por más que te estimen los hombres, no puedes ser, ante Dios, más grande de lo que eres. Si miras lo que eres dentro de ti, no tendrás cuidado de lo que de ti hablen los hombres. El hombre ve lo de fuera, mas Dios el corazón. El hombre considera las obras, y Dios pesa las intenciones. Hacer siempre bien, y tenerse en poco, señal es de un alma humilde. No querer consolación de criatura alguna, señal de gran pureza y de cordial confianza.

4. El que no busca la aprobación de los hombres, claramente muestra que se entregó del todo a Dios. Porque dice San Pablo: No el que se alaba a sí mismo es aprobado, sino el que Dios alaba. Andar en lo interior con Dios, y no embarazarse de fuera con alguna aflicción, estado es de varón espiritual.

§2.07. Del amor de Jesús sobre todas las cosas.

1. Bienaventurado el que conoce lo que es amar a Jesús, y despreciarse a sí mismo por Jesús. Conviene dejar un amado por otro amado, porque Jesús quiere ser amado sobre todas las cosas. El amor de la criatura es engañoso y mudable, el amor de Jesús es fiel y durable. El que se llega a la criatura, caerá con lo caedizo; el que abraza a Jesús, afirmará en El para siempre. Ama a Jesús y tenle por amigo, que aunque todos te desamparen, El no te desamparará ni te dejará perecer en el fin. De todos has de ser desamparado alguna vez, ora quieras o no.

2. Ten fuertemente con Jesús viviendo y muriendo, y encomiéndate a su fidelidad, que El solo te puede ayudar, cuando todos te faltaren. Tu amado es de tal condición, que no quiere consigo admitir a otro, mas El solo quiere tener tu corazón y como rey sentarse en su propia silla. Si tú supieses bien desocuparte de toda criatura, Jesús morará de buena gana contigo. Hallarás casi todo perdido cuanto pusieres en los hombres, fuera de Jesús.No confíes ni estribes sobre la caña vacía; porque toda carne es heno, y toda su gloria caerá como flor de heno.

3. Si mirases solamente la apariencia de fuera de los hombres, presto serás engañado. Porque si te buscas tu descanso y ganancias en otros, muchas veces sentirás daño: si en todo buscas a Jesús, hallarás de verdad a Jesús: mas si te buscas a ti mismo, también te hallarás, pero para tu daño. Pues más se daña el hombre a sí mismo, si no busca a Jesús, que todo el mundo y todos sus enemigos le pueden dañar.

§2.08. De la familiar amistad con Jesús.

1. Cuando Jesús está presente, todo es bueno, y no parece cosa difícil: mas cuando está ausente, todo es duro. Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación: mas si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente. ¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: El Maestro está aquí y te llama? ¡Oh bienaventurada hora, cuando el Señor Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu! ¡Cuán seco y duro eres sin Jesús! ¡Cuán necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime, ¿no es este peor daño, que si todo el mundo perdieses?

2. ¿Qué puede dar el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es grave infierno: estar con Jesús es dulce paraíso. Si Jesús estuviere contigo, ningún enemigo podrá dañarte. El que halla a Jesús, halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien. Y el que pierde a Jesús pierde muy mucho, y más que todo el mundo. Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo es el que está bien con Jesús.

3. Muy grande arte es saber conservar con Jesús, y gran prudencia saber tener a Jesús. Sé humilde y pacífico, y será contigo Jesús; sé devoto y sosegado, y permanecerá contigo Jesús. Presto puedes echar de ti a Jesús, y perder su gracia, si te pegas a las cosas exteriores. Si destierras de ti a Jesús y le pierdes, ¿adónde irás? ¿A quién buscarás por amigo? Sin amigo no puedes vivir contento, y si no fuere Jesús tu especialísimo amigo, estarás muy triste y desconsolado. Pues locamente lo haces, si en otro alguno confías y te alegras. Más se debe escoger tener todo el mundo contrario, que estar ofendido con Jesús. Pues sobre todo tus amigos sea Jesús amado singularísimamente.

4. Ama a todos por amor de Jesús, y a Jesús por sí mismo: sólo a Jesucristo se debe amar singularísimamente: porque El solo se halla bueno y fidelísimo, más que todos los amigos. Por El y en El debes amar a los amigos y los enemigos, rogarle por todos, para que le conozcan y le amen. Nunca codicies ser loado ni amado singularmente, porque eso a sólo Dios pertenece, que no tiene igual; ni quieras que alguno se ocupe contigo en su corazón, ni tú te ocupes en amor de alguno; mas sea Jesús en ti, y en todo hombre bueno.

5. Sé puro y pobre interiormente sin ocupación de criatura alguna. Es menester llevar a Dios un corazón desnudo y puro, si quieres descansar y ver cuán suave es el Señor. Y verdaderamente no llegarás a esto, si no fueres prevenido y traído de su gracia, para que, dejadas y echadas fuera todas las cosas, seas unido con El solo. Pues cuando viene la gracia de Dios al hombre, entonces se hace poderosos para toda cosa: y cuando se va, será pobre y enfermo, y como abandonado a las penas y castigos. En estas cosas no debes desmayar ni desesperar, mas estar constante a la voluntad de Dios, y sufrir con igual ánimo todo lo que viniere a la gloria de Jesucristo. Porque después del invierno viene el verano, y después de la noche vuelve el día, y pasada la tempestad viene gran serenidad.

§2.09. Del carecimiento de toda consolación.

1. No es grave cosa despreciar la humana consolación, cuando tenemos la divina.

Gran cosa es y muy grande ser privado, y carecer de consuelo divino y humano, y querer sufrir de gana destierro de corazón por la honre de Dios, y en ninguna cosa buscarse a sí mismo, ni mirar a su propio merecimiento.

¿Qué gran cosa es, si estás alegre y devoto, cuando viene la gracia de Dios? Esta hora todos la desean.

Muy suavemente camina aquel a quien llama la gracia de Dios.

Y ¿qué maravilla, si no siente carga el que es llevado del Omnipotente, y guiado por el soberano guiador?

2. Muy de gana tomamos algún pasatiempo, y con dificultad se desnuda el hombre de sí mismo.

El mártir San Lorenzo venció al mundo y al afecto que tenía por su sacerdote, porque despreció todo lo que en el mundo parecía deleitable; y sufrió con paciencia, por amor de Cristo, que le fuese quitado Sixto, el Sumo Sacerdote de Dios, a quien él amaba mucho.

Pues así con el amor de Dios venció al amor del hombre, y trocó el acontecimiento humano por el buen placer divino.

Así tú aprende a dejar algún pariente o amigo por amor de Dios; y no te parezca grave cuando te dejare tu amigo, sabiendo que es necesario que nos apartemos al fin unos de otros.

3. Mucho y de continuo conviene que pelee el hombre consigo mismo, antes que aprenda a vencerse del todo, y traer a Dios cumplidamente todo su deseo.

Cuando el hombre se está en sí mismo, de ligero se desliza en las consolaciones humanas.

Mas el verdadero amador de Cristo, y estudioso imitador de las virtudes, no se arroja a las consolaciones, ni busca tales dulzuras sensibles; mas antes procura fuertes ejercicios, y sufrir por Cristo duros trabajos.

4. Así, cuando Dios te diere la consolación espiritual, recíbela con hacimiento de gracias, mas entiende que es don de Dios, y no merecimiento tuyo.

No quieras ensalzarte ni alegrarte demasiado, ni presumir vanamente, mas humíllate por el don recibido, y sé mas avisado y temeroso en todas tus obras: porque se pasará aquella hora y vendrá la tentación.

Cuando te fuere quitada la consolación, no desesperes luego, mas espera con humildad y paciencia la visitación celestial: porque poderoso es Dios para tornarte mucha mayor consolación.

Esto no es cosa nueva ni ajena de los que han experimentado el camino de Dios; porque en los grandes Santos y antiguos Profetas, acaeció muchas veces esta manera de mudanza.

5. Por esto decía uno cuando tenía presente la gracia: Yo dije en mi abundancia, no seré movido ya para siempre. Y ausente la gracia, añade lo que experimentó en si diciendo: Volviste tu rostro, y fui lleno de turbación.

Mas por cierto, entre estas cosas no desespera, sino con mayor instancia ruega a Dios, y dice: A Ti, Señor, llamaré, y a mi Dios rogaré. Y al fin alcanza el fruto de su oración, y confirma ser oído, diciendo: Oyóme el Señor, y tuvo misericordia de mí: el Señor es hecho mi ayudador.

¿Mas en qué? Volviste, dice, mi llanto en gozo, y cercásteme de alegría.

Y si así se hizo con los grandes Santos, no debemos nosotros, enfermos y pobres, desconfiar si algunas veces estamos en fervor de devoción, y a veces tibios y fríos.

Porque el espíritu se viene y se va, según la divina voluntad.

Por eso dice el bienaventurado Job: Visítasle en la mañana, y súbito le pruebas.

6. Pues ¿sobre qué puedo esperar, o en quien debo confiar, sino solamente en la gran misericordia de Dios, y en la esperanza de la gracia celestial?

Pues aunque esté cercado de hombres buenos, o de hermanos devotos, o de amigos fieles, o de libros santos o tratados lindos, o de cantos suaves e himnos, todo aprovecha poco y tiene poco sabor, cuando soy desamparado de la gracia, y dejado en mi propia pobreza.

Entonces no hay mejor remedio que la paciencia, y negándome a mí mismo, ponerme en la voluntad de Dios.

7. Nunca hallé hombre tan religioso y devoro que alguna vez no tuviese apartamiento de la consolación divina o sintiese disminución del fervor.

Ningún Santo fue tan altamente arrebatado y alumbrado que antes o después no haya sido tentado.

Pues no es digno de la alta contemplación de Dios, el que no es ejercitado en alguna tribulación.

Porque suele ser la tentación precedente, señal que vendrá la consolación.

Que a los probados en tentación, es prometida la consolación celestial.

Al que venciere, dice, dará a comer del árbol de la vida.

8. Dase también la divina consolación, para que el hombre sea más fuerte para sufrir las adversidades.

Y también se sigue la tentación, porque no se ensoberbezca del bien.

El demonio no duerme, ni la carne no está aún muerta: por esto no ceses de prepararte a la batalla.

A la diestra y a la siniestra están los enemigos, que nunca descansan.

§2.10. Del agradecimiento por la gracia de Dios.

1. ¿Para qué buscas descanso, pues naciste para el trabajo?

Ponte a paciencia, más que a consolación: y a llevar cruz, más que a tener alegría.

¿Qué hombre del mundo no tomaría de muy buena gana la consolación y alegría espiritual, si siempre la pudiese tener?

Porque las consolaciones espirituales exceden a todos los placeres del mundo, y a los deleites de la carne.

Porque todos los deleites del mundo, o son torpes o vanos; mas los deleites espirituales sólo son alegres y honestos; engendrados de las virtudes, e infundidos de Dios en los corazones limpios.

Mas no puede ninguno usar de continuo de estas consolaciones divinas como quiere; porque el tiempo de la tentación pocas veces cesa.

2. Muy contraria es a la soberana visitación la falsa libertad del alma, y la gran confianza de sí.

Bien hace Dios dando la gracia de la consolación, pero el hombre hace mal no atribuyéndolo todo a Dios, haciéndole gracias.

Y por esto no abundan en nosotros los dones de la gracia, porque somos ingratos al Hacedor, y no lo atribuimos todo a la fuente original.

Porque siempre se debe gracia al que dignamente es agradecido; y es quitado al soberbio lo que se suele dar al humilde.

3. No quiero consolación que me quite la compunción; ni deseo contemplación que me lleve en soberbia.

Pues no es santo todo lo alto; ni todo lo dulce bueno; ni todo deseo puro; ni todo lo que amamos agradable a Dios.

De grado acepto yo la gracia que me haga más humilde y temeroso, y me disponga más a renunciarme a mí.

El enseñado con el don de la gracia y avisado con el escarmiento de haberla perdido, no osará atribuirse a sí bien alguno; mas antes confesará ser pobre y desnudo.

Da a Dios lo que es de Dios, y atribuye a ti lo que es tuyo: esto es, da gracias a Dios por la gracia y sólo a ti atribuye la culpa, y conoce serte debida por la culpa dignamente la pena.

4. Ponte siempre en lo más bajo, y te se dará lo alto: porque no está lo muy alto sin lo más bajo. Los grandes Santos cerca de Dios, son pequeños cerca de sí; y cuanto más gloriosos, tanto en sí más humildes.

Los llenos de verdad y de gloria celestial, no son codiciosos de gloria vana.

Los que están fundados y confirmados en Dios, en ninguna manera pueden ser soberbios.

Y los que atribuyen a Dios todo cuando bien reciben, no buscan ser loados unos de otros: mas quieren la gloria que de sólo Dios viene, y codician que sea Dios glorificado sobre todos en sí mismo, y en todos los Santos, y siempre tienen esto por fin.

5. Pues sé agradecido en lo poco, y serás digno de recibir cosas mayores.

Ten en muy mucho lo poco, y lo más despreciado por singular don.

Si miras a la dignidad del dador, ningún don te parecerá pequeño o vil.

Por cierto no es poco lo que el soberano Dios da.

Y aunque da penas y castigos, se lo debemos agradecer, que siempre es para nuestra salud todo lo que permite que nos venga.

El que desea guardar la gracia de Dios, agradézcale la gracia que le ha dado, y sufra con paciencia cuando le fuere quitada.

Haga oración continua, para que le sea tornada, y sea cauto y humilde, porque no la pierda.

§2.11. Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo.

1. Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz.

Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la tribulación. Muchos compañeros halla para la mesa, y pocos para la abstinencia.

Todos quieren gozar con El, mas pocos quieren sufrir algo por El.

Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la pasión.

Muchos honran sus milagros, mas pocos siguen el vituperio de la cruz.

Muchos aman a Jesús, cuando no hay adversidades.

Muchos le alaban y bendicen en el tiempo que reciben de El algunas consolaciones: mas si Jesús se escondiese y los dejase un poco, luego de quejarían o desesperarían mucho.

2. Mas los que aman a Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna propia consolación suya, bendícenle en toda la tribulación y angustia del corazón, tan bien como en consolación.

Y aunque nunca más les quisiese dar consolación, siempre le alabarían, y le querrían dar gracias.

3. ¡Oh! ¡Cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio provecho o amor!

¿No se pueden llamar propiamente mercenarios los que siempre buscan consolaciones?

¿No se aman a sí mismos más que a Cristo, los que de continuo piensan en sus provechos y ganancias?

¿Dónde se hallará alguno tal, que quiera servir a Dios de balde?

4. Pocas veces se halla ninguno tan espiritual, que esté desnudo de todas las cosas. pues ¿quién hallará el verdadero pobre de espíritu y desnudo de toda criatura?

Es tesoro inestimable y de lejanas tierras.

Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada.

Si hiciere gran penitencia, aún es poco.

Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos: y si tuviere gran virtud y muy ferviente devoción, aún le falta mucho; le falta cosa que le es más necesaria.

Y esta ¿cuál es? Que dejadas todas las cosas, deje a sí mismo y salga de sí del todo, y que no le quede nada de amor propio.

Y cuando ha hecho todo lo que conociere que debe hacer, aún piense no haber hecho nada.

5. No tenga en mucho que le puedan estimar por grande, mas llámese en la verdad siervo sin provecho, como dice Jesucristo.

Cuando hubiereis hecho todo lo que os está mandado, aún decid: Siervos somos sin provecho.

Y así podrás ser pobre y desnudo de espíritu, y decir con el profeta: Porque uno solo y pobre soy.

Ninguno todavía hay más rico, ninguno más poderoso, ninguno más libre, que aquel que sabe dejarse a sí y a toda cosa, y ponerse en el más bajo lugar.

§2.12. Del camino real de la Santa Cruz.

1. Esta palabra parece dura a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu cruz, y sigue a Jesús. Pero mucho más duro será oír aquella postrera palabra: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno. Pues los que ahora oyen y siguen de buena voluntad la palabra de la cruz, no temerán entonces oír la palabra de la eterna condenación.

Esta señal de la cruz estará en el cielo, cuando el Señor vendrá a juzgar.

Entonces todos los siervos de la cruz, que se conformaron en la vida con el crucificado, se llegarán a Cristo juez con gran confianza.

2. Pues que así es, por qué tenéis tomar la cruz, por la cual se va al reino?

En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa de los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad.

No está la salud del alma, ni la esperanza de la vida eterna, sino en la cruz.

Toma, pues, tu cruz, y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna.

El vino primero, y llevó su cruz y murió en la cruz por ti; porque tú también la lleves, y desees morir en ella.

Porque si murieres juntamente con El, vivirás con El.

Y si fueres compañero de la pena, lo serás también de la gloria.

3. Mira que todo consiste en la cruz, y todo está en morir en ella.

Y no hay otra vía para la vida, y para la verdadera entrañable paz, sino la vía de la santa cruz y continua mortificación.

Ve donde quisieres, busca lo que quisieres, y no hallarás más alto camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz.

Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza: y así siempre hallarás la cruz.

Pues, o sentirás dolor en el cuerpo, o padecerás tribulación en el espíritu.

4. A veces te dejará Dios, a veces te perseguirá l prójimo: lo que peor es, muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado, ni refrigerado con ningún remedio ni consuelo; mas conviene que sufras hasta cuando Dios quisiere.

Porque quiere Dios que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo, y que te sujetes del todo a El, y te hagas más humilde con la tribulación.

Ninguno siente así de corazón la pasión de Cristo, como aquel a quien acaece sufrir cosas semejantes.

Así que la cruz siempre está preparada, y te espera en cualquier lugar; no puedes huir dondequiera que estuvieres, porque dondequiera que huyas, llevas a ti contigo, y siempre hallarás a ti mismo.

Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior, y merecer perpetua corona.

5. Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará, y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea.

Si contra tu voluntad la llevas, cargaste, y hácestela más pesada: y sin embargo conviene que sufras.

Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave.

6. ¿piensas tu escapar de lo que ninguno de los mortales pudo?

¿Quién de los Santos fue en el mundo sin cruz y tribulación?

Nuestro Señor Jesucristo por cierto, en cuanto vivió en este mundo, no estuvo una hora sin dolor de pasión.

Porque convenía, dice, que Cristo padeciese, y resucitase de los muertos, y así entrase en su gloria.

Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real, que es la vida de la santa cruz?

7. Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, y tú ?buscas para ti holganza y gozo?

Yerras, te engañas si buscas otra cosa sino sufrir tribulaciones; porque toda esta vida mortal está llena de miserias, y de toda parte señalada de cruces. Y cuanto más altamente alguno aprovecharé en espíritu, tanto más graves cruces hallará muchas veces, porque la pena de su destierro crece más por el amor.

8. Mas este tal así afligido de tantas maneras, no está sin el alivio de la consolación; porque siente el gran fruto que le crece con llevar su cruz.

Porque cuando se sujeta a ella de su voluntad, toda la carga de la tribulación se convierte en confianza de la divina consolación.

Y cuanto más se quebranta la carne por la aflicción, tanto más se esfuerza el espíritu por la gracia interior.

Y algunas veces tanto es confortado del afecto de la tribulación y adversidad, por el amor y conformidad de la cruz de Cristo, que no quiere estar sin dolor y tribulación: porque se tiene por más acepto a Dios, cuanto mayores y más graves cosas pudiere sufrir por El.

Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe con fervor de espíritu.

9. No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo, ponerle en servidumbre; huir las honras, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo, y desear ser despreciado; sufrir toda cosa adversa y dañosa, y no desear cosa de prosperidad en este mundo.

Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si confías en Dios, El te enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos el mundo y la carne.

Y no temerás al diablo tu enemigo, si estuvieses armado de fe, y señalado con la cruz de Cristo.

10. Dispónte, pues, como buen y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la cruz de tu Señor crucificado por tu amor.

Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida; porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres; y de verdad que le hallarás en cualquier parte que te escondas.

Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del dolor y de la tribulación de los males, sino sufrir.

Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si quieres ser su amigo, y tener parte con El.

Remite a Dios las consolaciones, para que haga con ellas lo que más le agradaré.

Pero tú dispónte a sufrir las tribulaciones, y estímalas por grandes consuelos; porque no son condignas las pasiones de este tiempo para merecer la gloria venidera, aunque tú solo pudieses sufrirlas todas.

11. Cuando llegares a tanto, que la aflicción te sea dulce y gustosa por amor de Cristo, piensa entonces que te va bien; porque hallaste el paraíso en la tierra.

Cuando te parece grave el padecer, y procuras huirlo, cree que te va mal, y dondequiera que fueres, te seguirá la tribulación.

12. Si te dispones para hacer lo que debes, es a saber, sufrir y morir, luego te irá mejor, y hallarás paz.

Y aunque fueres arrebatado hasta el tercer cielo con San Pablo, no estarás por eso seguro de no sufrir alguna contrariedad. Yo (dice Jesús) le mostraré cuántas cosas le convendrán padecer por mi nombre.

Debes, pues, padecer, si quieres amar a Jesús, y servirle siempre.

13. ¡Ojalá que fueses digno de padecer algo por el nombre de Jesús! ¡Cuán grande gloria te resultaría! ¡Cuánta alegría a todos los Santos de Dios! ¡Cuánta edificación sería para el prójimo!

Todos alaban la paciencia, pero pocos quieren padecer.

Con razón debieras sufrir algo de buena gana por Cristo; pues hay muchos que sufren graves cosas por el mundo.

14. Ten por cierto que te conviene morir viviendo; y cuanto más muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza vivir para Dios.

Ninguno es suficiente para comprender cosas celestiales, si no se humilla a sufrir adversidades por Cristo.

No hay cosa a Dios más acepta, ni para ti en este mundo más saludable, que padecer de buena voluntad por Cristo.

Y si te diesen a escoger, más debieras desear padecer cosas adversas por Cristo, que ser recreado con muchas consolaciones; porque así le serías más semejante, y más conforme a todos los Santos.

No está, pues, nuestro merecimiento ni la perfección de nuestro estado en las muchas suavidades y consuelos, sino más bien en sufrir grandes penalidades y tribulaciones.

15. Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo.

Pues manifiestamente exhorta a sus discípulos, y a todos los que desean seguirle, a que lleven la cruz, y dice: Si alguno quisiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

Así que leídas y bien consideradas todas las cosas, sea esta la postrera conclusión: Que por muchas tribulaciones nos conviene entrar en el reino de Dios.

Libro tercero: Consuelo interior

Sobre el consuelo interior

§3.01. Del habla interior de Cristo al alma fiel.

Habla el Alma:

1. Oiré lo que habla el Señor Dios en mí.

Bienaventurada el alma que oye al Señor que le habla, y de su boca recibe palabras de consolación.

Bienaventurados los oídos que perciben los raudales de las inspiraciones divinas, y no cuidan de las murmuraciones mundanas.

Bienaventurados los oídos que no escuchan la voz que oyen de fuera, sino la verdad que enseña de dentro.

Bienaventurados los ojos que están cerrados a las cosas exteriores, y muy atentos a las interiores.

Bienaventurados los que penetran las cosas interiores, y estudian con ejercicios continuos en prepararse cada día más y más a recibir los secretos celestiales.

Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo.

¡Oh alma mía! Considera bien esto, y cierra las puertas de tu sensualidad, para que puedas oír lo que te habla el Señor tu Dios.

2. Esto dice tu amado:

Dice Jesucristo:

Yo soy tu salud, tu paz y tu vida.

Consérvate cerca de mí, y hallarás paz.

Deja todas las cosas transitorias, y busca las eternas.

¿Qué es todo lo temporal sino engañoso? Y ¿qué te valdrán todas las criaturas, si fueres desamparado del Creador?

Por esto, dejadas todas las cosas, hazte fiel y grata a tu Creador, para que puedas alcanzar la verdadera bienaventuranza.

§3.02. Cómo la verdad habla dentro del alma sin sonido de palabras.

Habla el Alma:

1. Habla, Señor, porque tu siervo escucha. Yo soy tu siervo, dame entendimiento, para que sepa tus verdades.

Inclina mi corazón a las palabras de tu boca: descienda tu habla así como rocío.

Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: Háblanos tú y oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos.

No así, Señor, no así te ruego: sino más bien como el Profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, pues tu siervo oye.

No me hable Moisés, ni alguno de los Profetas; sino bien háblame Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los Profetas: pues Tú solo sin ellos me puedes enseñar perfectamente; pero ellos sin Ti ninguna cosa aprovecharán.

2. Es verdad que pueden pronunciar palabras; mas no dan espíritu.

Elegantemente hablan; mas callando Tú no encienden el corazón.

Dicen la letra; mas Tú abres el sentido.

Predican misterios; mas Tú ayudas a cumplirlos.

Muestran el camino; pero Tú das esfuerzo para andarlo.

Ellos obran por de fuera solamente; pero Tú instruyes y alumbras los corazones.

Ellos riegan la superficie; mas Tú das la fertilidad.

Ellos dan voces; pero Tú haces que el oído las perciba.

3. No me hable, pues, Moisés, sino Tú, Señor Dios mío, eterna verdad, para que por desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere enseñado de fuera y no encendido por adentro.

No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada.

Habla, pues, Tú, Señor; pues tu siervo oye, ya que tienes palabras de vida eterna.

Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para la enmienda de toda mi vida, y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.

§3.03. Que las palabras de Dios se deben oír con humildad, y cómo muchos no las consideran como deben.

Dice Jesucristo:

1. Oye, hijo, mis palabras, palabras suavísimas que exceden toda la ciencia de los filósofos y sabios de este mundo.

Mis palabras son espíritu y vida, y no se pueden ponderar por la razón humana. No se deben traer para vana complacencia, sino oírse en silencio, y recibirse con toda humildad y grande afecto.

Habla el Alma:

2. Dijo David: Bienaventurado aquel a quien Tú, Señor, instruyeres, y a quien mostrares tu ley; porque le guardes de los días malos, y no sea desamparado en la tierra.

Dice Jesucristo:

3. Yo, dice Dios, enseñaré a los Profetas desde el principio, y no ceso de hablar a todos hasta ahora, pero muchos son duros y sordos a mi voz.

Oyen con más gusto al mundo que a Dios; y más fácilmente siguen el apetito de su carne, que el beneplácito divino.

El mundo promete cosas temporales y pequeñas, y con todo eso le sirven con grande ansia: Yo prometo cosas grandes y eternas, y entorpécense los corazones de los mortales.

¿Quién Me sirve a Mí, y obedece en todo con tanto cuidado, como al mundo y a sus señores se sirve?

Avergüénzate, Sidón, dice el mar. Y si preguntas la causa, oye el por qué.

Por un pequeño beneficio van los hombres largo camino, y por la vida eterna con dificultad muchos levantan una vez el pie del suelo.

Buscan los hombres viles ganancias; por una moneda pleitean a las veces torpemente; por cosas vanas, y por una corta promesa no temen fatigarse de noche y de día.

4. Mas ¡ay dolor! que emperezan de fatigarse un poco por el bien que no se muda, por el galardón que inestimable, y por la suma gloria sin fin.

Avergüénzate, pues, siervo perezoso y descontentadizo, de que aquellos se hallen más dispuestos para la perdición que tú para la vida.

Alégranse ellos más por la vanidad que tú por la verdad.

Porque algunas veces les miente su esperanza; pero mi promesa a nadie engaña, ni deja frustrado al que confía en Mí.

Daré lo que he prometido; cumpliré lo que he dicho, si alguno perseverare fiel en mi amor hasta el fin.

Yo soy remunerador de todos los buenos, y fuerte examinador de todos los devotos.

5. Escribe tú mis palabras en tu corazón, y considéralas con mucha diligencia, pues en el tiempo de la tentación te serán muy necesarias.

Lo que no entiendes ahora, cuando lo lees, conoceráslo en el día de mi visitación.

De dos maneras acostumbro visitar a mis escogidos, esto es, con tentación y con alivio.

Y dos lecciones les doy cada día: una reprendiendo sus vicios; otra amonestándolos al adelantamiento de las virtudes.

El que entiende mis palabras y las desprecia, tiene quien le juzgue en el postrero día. Oración para pedir la gracia de la devoción

6. Señor Dios mío, Tú eres todos mis bienes. ¿Quién soy yo para que me atreva a hablarte?

Yo soy un pobrísimo siervecillo tuyo, y gusanillo desechado, mucho más pobre y despreciable de lo que yo sé y puedo decir.

Pero acuérdate, Señor, que soy nada, nada tengo y nada valgo.

Tú solo eres bueno, justo y santo; Tú lo puedes todo, lo das todo, dejando vacío solamente al pecador.

Acuérdate de tus misericordias, y llena mi corazón de gracia; pues no quieres que sean vacías tus obras.

7. ¿Cómo podré sufrirme en esta miserable vida, si no me confortare tu gracia y misericordia?

No me vuelvas el rostro; no dilates tu visitación; no desvíes tu consuelo, porque no sea mi alma para Ti como la tierra sin agua.

Señor, enséñame a hacer tu voluntad; enséñame a conversar delante de Ti digna y humildemente, pues Tú eres mi sabiduría, que en verdad me conoces, y conociste antes que el mundo se hiciese, y yo naciese en el mundo.

§3.04. Debemos conversar delante de Dios con verdad y humildad.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, anda delante de Mí en verdad, y búscame siempre con sencillez de corazón.

El que anda en mi presencia en verdad será defendido de los malos encuentros, y la verdad le librará de los engañadores, y de las murmuraciones de los malvados.

Si la verdad te librare, serás verdaderamente libre, y no cuidarás d las palabras vanas de los hombres.

Habla el Alma:

2. Verdad es, Señor; y así te suplico que lo hagas conmigo. Enséñeme tu verdad, y ella me guarde y me conserve hasta alcanzar mi salvación.

Ella me libre de toda mala afición y amor desordenado, y andaré contigo en gran libertad de corazón.

Dice Jesucristo:

3. Yo te enseñaré, dice la verdad, lo que es recto y agradable delante de Mí.

Piensa en tus pecados con gran descontento y tristeza, y nunca te juzgues ser algo por tus buenas obras.

En verdad eres pecador, sujeto y enredado en muchas pasiones.

Por ti siempre vas a la nada; pronto caes, pronto eres vencido, presto te turbas, y presto desfalleces.

Nada tienes de que puedas alabarte; pero mucho de que humillarte; porque eres más flaco de lo que puedes pensar.

4. Por eso, no te parezca gran cosa, alguna de cuantas haces.

Nada tengas por grande, nada por precioso y admirable; nada estimes por digno de reputación, nada por alto, nada por verdaderamente de alabar y codiciar sino lo que es eterno.

Agrádete sobre todas las cosas la verdad eterna, y desagrádete siempre sobre todo tu grandísima vileza.

Nada temas, ni desprecies, ni huyas cosa alguna tanto como tus vicios y pecados, los cuales te deben desagradar más que los daños de las cosas.

Algunos no andan sencillamente en mi presencia; sino que, guiados de cierta curiosidad y arrogancia, quieren saber mis secretos, y entender las cosas altas de Dios, no cuidando de sí mismos, ni de su salvación.

Estos muchas veces caen en grandes tentaciones y pecados por su soberbia y curiosidad, porque Yo les soy contrario.

5. Teme los juicios de Dios; atemorízate de la ira del Omnipotente; no quieras escudriñar las obras del Altísimo; sino examina tus maldades, en cuántas cosas pecaste, y cuántas buenas obras dejaste de hacer por negligencia.

Algunos tienen su devoción solamente en los libros, otros en las imágenes; y otros en señales y figuras exteriores.

Algunos me traen en la boca; pero pocos en el corazón.

Hay otros, que alumbrados en el entendimiento y purgados en el afecto, suspiran siempre por las cosas eternas, oyen con pena las terrenas, y con dolor sirven a las necesidades de la naturaleza; y éstos sienten lo que habla en ellos el espíritu de verdad.

Porque les enseña a despreciar lo terrestre y amar lo celestial, aborrecer el mundo y desear el cielo de día y de noche.

§3.05. Del maravilloso afecto del divino amor.

Habla el Alma:

1. Bendígote, Padre celestial, Padre de mi Señor Jesucristo, que tuviste por bien acordarte de este pobre.

¡Oh Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación! Gracias te doy porque a mí, indigno de todo consuelo, algunas veces recreas con tu consolación.

Bendígote y te glorifico siempre con tu Unigénito Hijo, con el Espíritu Santo consolador por los siglos de los siglos.

¡Oh Señor Dios, amador santo mío! Cuando Tú vinieres a mi corazón, se alegrarán todas mis entrañas.

Tú eres mi gloria y la alegría de mi corazón.

Tú eres mi esperanza y refugio en el día de mi tribulación.

2. Mas porque soy aún flaco en el amor e imperfecto en la virtud, por eso tengo necesidad de ser fortalecido y consolado por Ti.

Por eso visítame, Señor, más veces, e instrúyeme con santas doctrinas.

Líbrame de mis malas pasiones, y sana mi corazón de todas mis aficiones desordenadas; porque sano y buen purgado en lo interior, sea apto para amarte, fuerte para sufrir, y firme para perseverar.

3. Gran cosa es el amor, y bien sobremanera grande; él solo hace ligero todo lo pesado, y lleva con igualdad todo lo desigual.

Pues lleva la carga sin carga, y hace dulce y sabroso todo lo amargo.

El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto.

El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido de ninguna cosa baja.

El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana; porque no se impida su vista, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, o caiga por algún daño.

No hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte, nada más alto, nada más ancho, nada más alegre, nada más lleno, ni mejor en el cielo ni en la tierra; porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios.

4. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado.

Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien.

No mira a los dones, sino que se vuelve al dador sobre todos los bienes.

El amor muchas veces no guarda modo, mas se enardece sobre todo modo.

El amor no siente la carga, ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede: no se queja que le manden lo imposible; porque cree que todo lo puede y le conviene.

Pues para todos es bueno, y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama, desfallece y cae.

5. El amor siempre vela, y durmiendo no duerme.

Fatigado no se cansa; angustiado no se angustia; espantado no se espanta: sino, como viva llama y ardiente luz, sube a lo alto y se remonta con seguridad.

Si alguno ama, conoce lo que dice esta voz:

Grande clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma que dice: Dios mío, amor mío, Tú todo mío, y yo todo tuyo.

6. Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar con la boca interior del corazón cuán suave es amar y derretirse y nadar en el amor.

Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por él grande fervor y admiración.

Cante yo cánticos de amor: sígate, amado mío, a lo alto, y desfallezca mi alma en tu alabanza, alegrándome por el amor.

Amete yo más que a mí, y no me ame a mí sino por Ti, y en Ti a todos los que de verdad te aman como manda la ley del amor, que emana de Ti como un resplandor de tu divinidad.

7. El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y deleitable, fuerte, sufrido, fiel, prudente, magnánimo, varonil y nunca se busca a sí mismo; porque cuando alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor.

El amor es muy mirado, humilde y recto; no es regalón, liviano, ni entiende en cosas vanas; es sombrío, casto, firme, quieto y recatado contra todos los sentidos.

El amor es sumiso y obediente a los superiores, vil y despreciado para sí; para Dios devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en El, aun cuando no le regala, porque no vive ninguno en amor sin dolor.

8. El que no está dispuesto a sufrirlo todo, y a hacer la voluntad del amado, no es digno de llamarse amante.

Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de El por cosa contraria que acaezca.

§3.06. De la prueba del verdadero amor.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, no eres aun fuerte y prudente amador.

Habla el Alma:

2. ¿Por qué, Señor?

Dice Jesucristo:

3. Porque por una contradicción pequeña, faltas en lo comenzado, y buscas la consolación ansiosamente.

El constante amador está fuerte en las tentaciones, y no cree a las persuasiones engañosas del enemigo.

Como Yo le agrado en las prosperidades, así no le descontento en las adversidades.

4. El discreto amador no considera tanto el don del amante, cuando el amor del que da.

Antes mira a la voluntad que a la merced; y todas las dádivas estima menos que el amado.

El amador noble no descansa en el don, sino en Mí sobre todo don.

Por eso, si algunas veces no gustas de Mí o de mis Santos tan bien como deseas: no está todo perdido.

Aquel tierno y dulce afecto que sientes algunas veces, obra es de la presencia de la gracia, y gusto anticipado de la patria celestial, sobre lo cual no se debe estribar mucho, porque va y viene.

Pero pelear contra las perturbaciones incidentes del ánimo, u menospreciar la sugestión del diablo, señal es de virtud y de gran merecimiento.

5. No te turben, pues, las imaginaciones extrañas de diversas materias que te ocurrieren. Guarda tu firme propósito y la intención recta para con Dios.

Ni tengas a engaño que de repente te arrebaten alguna vez a lo alto, y luego te torne a las pequeñeces acostumbradas del corazón.

Porque más las sufres contra tu voluntad que las causas; y mientras te dan pena y las contradices, mérito es y no pérdida.

6. Persuádete que el enemigo antiguo de todos modos se esfuerza para impedir tu deseo en el bien, y apartarte de todo ejercicio devoto, como es honrar a los Santos, la piadosa memoria de mi pasión, la útil contrición de los pecados, la guarda del propio corazón, el firme propósito de aprovechar en la virtud.

Te trae muchos pensamientos malos para disgustarte y atemorizarte, para desviarte de la oración y de la lección sagrada.

Desagrádale mucho la humilde confesión; y si pudiese, haría que dejases de comulgar.

No le creas, ni hagas caso de él; aunque muchas veces te arme lazos para seducirte.

Cuando te trajere pensamientos malos y torpes, atribúyelos a él, y dile:

Vete de aquí, espíritu inmundo; avergüénzate, desventurado; muy sucio eres, pues me traes tales cosas a la imaginación.

Apártate de mí, malvado engañador; no tendrás parte ninguna en mí; mas Jesús estará conmigo como invencible capitán, y tú estarás confundido.

Más quiero morir y sufrir cualquier pena que condescender contigo.

Calla y enmudece, no te oiré ya aunque más me importunes. El Señor es mi luz y mi salud. ¿A quién temeré?

Aunque se ponga contra mi un ejercito, no temerá mi corazón. El Señor es mi ayuda y mi Redentor.

7. Pelea como buen soldado; y si alguna vez cayeres por flaqueza de corazón, procura cobrar mayores fuerzas que las primeras, confiando de mayor favor mío, y guárdate mucho del vano contentamiento y de la soberbia.

Por eso muchos están engañados, y caen algunas veces en ceguedad casi incurable.

sírvate de aviso y de perpetua humildad la caída de los soberbios, que locamente presumen de sí.

§3.07. Cómo se ha de encubrir la gracia bajo el velo de la humildad.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, te es más útil y más seguro encubrir la gracia de la devoción, y no ensalzarte ni hablar mucho de ella, ni estimarla mucho; sino despreciarte a ti mismo, y temer, porque se te ha dado sin merecerla.

No es bien estar muy pegado a esta afección; porque se puede mudar presto en otra contraria.

Piensa cuando estás en gracia, cuán miserable y pobre sueles ser sin ella.

Y no está sólo el aprovechamiento de la vida espiritual en tener gracia de consolación, sino en que con humildad, abnegación y paciencia lleves a bien que se te quite, de suerte que entonces, no aflojes en el cuidado de la oración, ni dejes del todo las demás buenas obras que sueles hacer ordinariamente.

Mas como mejor pudieres y entendieres, haz de buena gana cuanto está en ti, sin que por la sequedad o angustia del espíritu que sientes, te descuides del todo.

2. Porque hay muchos que cuando las cosas no les suceden a su placer, se hacen impacientes o desidiosos.

Porque no está siempre en la mano del hombre su camino, sino que a Dios pertenece el dar y consolar cuando quiere y cuanto quiere, y a quien quiere, según le agradare, y no más.

Algunos indiscretos de destruyeron a si mismos por la gracia de la devoción; porque quisieron hacer más de lo que pudieron, no mirando la medida de su pequeñez, y siguiendo más el deseo de su corazón que el juicio de la razón.

Y porque se atrevieron a mayores cosas que Dios quería, por esto perdieron pronto la gracia.

Se hallaron pobres, y quedaron viles los que pusieron en el cielo su nido, para que humillados y empobrecidos a prendan a no volar con sus alas, sino a esperar debajo de las mías.

Los que aún son nuevos e inexpertos en el camino del Señor, si no se gobiernan por el consejo de discretos, fácilmente pueden ser engañados y perderse.

3. Si quieren más seguir su parecer que creer a los ejercitados, les será peligroso el fin, y si se niegan a ceder de su propio juicio.

Los que se tienen por sabios, rara vez sufren con humildad que otro los dirija.

Mejor es saber poco con humildad, y poco entender, que grandes tesoros de ciencia con vano contento.

Más te vale tener poco, que mucho con que te puedes ensoberbecer.

No obra discretamente el que se entrega todo a la alegría, olvidando su primitiva miseria y el casto temor del Señor, que recela perder la gracia concedida.

No tampoco sabe mucho de virtud el que en tiempo de adversidad y de cualquiera molestia de desanima demasiado, y no piensa ni siente de Mí con la debida confianza.

4. El que quisiere estar muy seguro en tiempo de paz, se encontrará abatido y temeroso en tiempo de guerra.

Si supieses permanecer siempre humilde y pequeño para contigo, y moderar y regir bien tu espíritu, no caerías tan presto en peligro ni pecado.

Buen consejo es que pienses cuando estás con fervor de espíritu, lo que puede ocurrir con la ausencia de la luz.

Cuando esto acaeciere, piensa que otra vez puede volver la luz, que para tu seguridad y gloria mía te quité por algún tiempo.

5. Más aprovecha muchas veces esta prueba, que si tuvieses de continuo a tu voluntad las cosas que deseas.

Porque los merecimientos no se han de calificas por tener muchas visiones o consolaciones, o porque sea uno entendido en la Escritura, o por estar levantado en dignidad más alta.

Sino que consiste en estar fundado en verdadera humildad y lleno de caridad divina, en buscar siempre pura y enteramente la honra de Dios, en reputarse a sí mismo por nada, y verdaderamente despreciarse, y en desear más ser abatido y despreciado, que honrado de otros.

§3.08. De la baja estimación de sí mismo ante los ojos de Dios.

Habla el Alma:

1. ¿Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza? Si por más me reputare, Tú estás contra mí, y mis maldades dan verdadero testimonio que no puedo contradecir.

Mas si me humillare y anonadare, y dejare toda propia estimación, y me volviere polvo como lo soy, será favorable para mí tu gracia, y tu luz se acercará a mi corazón, y toda estimación, por poca que sea, se hundirá en el valle de mi miseria, y perecerá para siempre.

Allí me hacer conocer a mí mismo lo que soy, lo que fui y en lo que he parado; porque soy nada y no lo conocí.

Abandonado a mis fuerzas, soy nada y todo flaqueza; pero al punto que Tú me miras, luego me hago fuerte, y me lleno de gozo nuevo.

Y es cosa maravillosa por cierto cómo tan de repente soy levantado sobre mí, y abrazado de Ti con tanta benignidad; siendo así que yo, según mi propio peso, siempre voy a lo bajo.

2. Esto hace tu amor gratuitamente, anticipándose y socorriéndome en tanta multitud de necesidades, guardándome también de graves peligros, y librándome de males verdaderamente innumerables.

Porque yo me pedí amándome desordenadamente; pero buscándote a Ti solo, y amándote puramente me hallé a mí no menos que a Ti; y por el amor me anonadé más profundamente.

Porque Tú, oh dulcísimo Señor, haces conmigo mucho más de lo que merezco y más de lo que me atrevo a esperar y pedir.

3. Bendito seas, Dios mío, que aunque soy indigno de todo bien, todavía tu liberalidad e infinita bondad nunca cesa de hacer bien aun a los desagradecidos y apartados lejos de Ti.

Vuélvenos a Ti para que seamos agradecidos, humildes y devotos; pues Tú eres nuestra salud, virtud y fortaleza.

§3.09. Todas las cosas se deben referir a Dios como a último fin.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, se deseas de verdad ser bienaventurado.

Con este propósito se purificará tu deseo, que vilmente se abate muchas veces a sí mismo, y a las criaturas.

Porque si en algo te buscas a ti mismo, luego desfalleces, y te quedas árido.

Atribúyelo, pues, todo principalmente a Mí, que soy el que todo lo he dado.

Así, considera cada cosa como venida del Soberano Bien, y por esto todas las cosas se deben reducir a Mí como a su origen.

2. De Mí sacan agua como de fuente viva el pequeño y el rico; y los que me sirven de buena voluntad y libremente, recibirán gracia por gracia.

Pero el que se quiere ensalzar fuera de Mí o deleitarse en algún bien particular, no será confirmado en el verdadero gozo, ni dilatado en su corazón, sino que estará impedido y angustiado de muchas maneras.

Por eso no te apropies a ti alguna cosa buena, ni atribuyas a algún hombre la virtud, sino refiérelo todo a Dios, sin el cual nada tiene el hombre.

Yo lo di todo, Yo quiero que se me vuelca todo; y con todo rigor exijo que se me den gracias por ello.

3. Esta es la verdad con que se destruye la vanagloria.

Y si la gracia celestial y la caridad verdadera entraren en el alma, no habrá envidia alguna ni quebranto de corazón, ni te ocupará el amor propio.

La caridad divina lo vence todo, y dilata todas las fuerzas del alma.

Si bien lo entiendes, en Mí solo te has de alegrar, y en Mí solo has de esperar; porque ninguno es bueno sino sólo Dios, el cual es de alabar sobre todas las cosas, y debe ser bendito en todas ellas.

§3.10. En despreciando el mundo, es dulce cosa servir a Dios.

Habla el Alma:

1. Otra vez hablaré, Señor, ahora, y no callaré. Diré en los oídos de mi Dios, mi Señor y mi Rey que está en el cielo: ¡Oh Señor, cuán grande e la abundancia de tu dulzura, que escondiste para los que te temen! Pero ¿qué eres para los que te aman? y ¿qué para los que te sirven de todo corazón? Verdaderamente es inefable la dulzura de tu contemplación, la cual das a los que te aman. En esto me has mostrado singularmente tu dulce caridad, en que cuando yo no existía, me criaste, y cuando erraba lejos de Ti, me convertiste para que te sirviese, y me mandaste que te amase.

2. ¡Oh fuente de amor perenne! ¿Qué diré de Ti? ¿Cómo podré olvidarme de Ti, que te dignaste de acordarte de mí, aun después que yo me perdí y perecí? Usaste de misericordia con tu siervo sobre toda esperanza, y sobre todo merecimiento me diste tu gracia y amistad. ¿Qué te volveré yo por esta gracia? Porque no se concede a todos que, dejadas todas las cosas, renuncien al mundo y escojan vida retirada. ¿Por ventura es gran cosa que yo te sirva, cuando toda criatura está obligada a servirte? No me debe parecer mucho servirte, sino más bien me parece grande y maravilloso que Tú te dignaste de recibir por siervo a un tan pobre e indigno y unirle con tus amados siervos.

3. Tuyas son, pues, todas las cosas que tengo y con que te sirvo. Pero por el contrario, Tú me sirves más a mí que yo a Ti. El cielo y la tierra que Tú criaste para el servicio del hombre, están prontos, y hacen cada día todo lo que les has mandado; y esto es poco, pues aún has destinado a los ángeles para servicio del hombre. Mas a todas estas cosas excede el que Tú mismo te dignaste de servir al hombre, y le prometiste que te darías a Ti mismo.

4. ¿Qué te daré yo por tantos millares de beneficios? ¡Oh! ¡Si pudiese yo servirte todos los días de mi vida! ¡Oh! ¡Si pudiese solamente, siquiera un solo día, hacerte algún digno servicio! Verdaderamente Tú solo eres digno de todo servicio, de toda honre y de alabanza eterna. Verdaderamente Tú solo eres mi Señor, y yo soy un pobre siervo tuyo, que estoy obligado a servirte con todas mis fuerzas, y nunca debo cansarme de alabarte. Así lo quiero, así lo deseo; y lo que me falta, ruégote que Tú lo suplas.

5. Grande honra y gran gloria es servirte, y despreciar todas las cosas por Ti. Por cierto grande gracia tendrán los que de toda voluntad se sujetaren a tu santísimo servicio. Hallarán la suavísima consolación del Espíritu Santo los que por amor tuyo despreciaren todo deleite carnal. Alcanzarán gran libertad de corazón los que entran por senda estrecha por amor tuyo, y por él desechan todo cuidado del mundo.

6. ¡Oh agradable y alegre servidumbre de Dios, con la cual se hace el hombre verdaderamente libre y santo! ¡Oh sagrado estado de la profesión religiosa, que hace al hombre igual a los ángeles, apacible a Dios, terrible a los demonios, y recomendable a todos los fieles! ¡Oh esclavitud digna de ser abrazada y siempre deseada, por la cual se merece el Sumo Bien, y se adquiere el gozo que durará sin fin!

§3.11. Los deseos del corazón se deben examinar y moderar.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, aún te conviene aprender muchas cosas que no has aprendido bien.

Habla el Alma:

2. ¿Qué cosas son estas, Señor?

Dice Jesucristo:

3. Que pongas tu deseo totalmente en sola mi voluntad, y no seas amador de ti mismo, sino afectuoso celador de lo que a Mí me agrada. Los deseos te encienden muchas veces, y te impelen con vehemencia; pero considera si te mueves por mi honra o por tu provecho. Si Yo soy la causa, bien te contentarás de cualquier modo que Yo lo ordenare; pero si algo tienes escondido de amor propio, con que siempre te buscas, mira que eso es lo que mucho te impide y agrava.

4. Guárdate, pues, no confíes demasiado en el deseo que tuviste sin consultarlo conmigo; porque puede ser que después te arrepientas, y te descontente lo que primero te agradaba, y que por parecerte mejor lo deseaste. Porque no se puede seguir luego cualquier deseo que aparece bueno, ni tampoco huir a la primera vista toda afición que parece contraria. Conviene algunas veces reprimir el ímpetu, aun en los buenos ejercicios y deseos, porque no caigas por importunidad en distracción del alma, y porque no causes escándalo a otros con tu indiscreción, o por la contradicción de otros te turbes luego y deslices.

5. También algunas veces conviene usar de fuerza, y contradecir varonilmente al apetito sensitivo, y no cuidar de lo que la carne quiere o no quiere, sino andar más solícito, para que esté sujeta al espíritu, aunque le pese. Y debe ser castigada y obligada a sufrir la servidumbre hasta que esté pronta para todo, aprenda a contentarse con lo poco y holgarse con lo sencillo, y no murmurar contra lo que es amargo.

§3.12. Declárase qué cosa sea paciencia y la lucha contra el apetito.

Habla el Alma:

1. Señor Dios, a lo que yo echo de ver, la paciencia me es muy necesaria; porque en esta vida acaecen muchas adversidades. Pues de cualquiera suerte que ordenare mi paz, no puede estar mi vida sin batalla y sin dolor.

Dice Jesucristo:

2. Así es, hijo; pero no quiero que busques tal paz, que carezca de tentaciones, y no sienta contrariedades. Antes cuando fueres ejercitado en diversas tribulaciones, y probado en muchas contrariedades, entonces piensa que has hallado la paz. Si dijeres que no puedes padecer mucho ¿cómo sufrirás el fuego del Purgatorio? De dos males siempre se ha de escoger el menor. Por eso, para que puedas escapar de los tormentos eternos, estudia sufrir con paciencia por Dios los males presentes. ¿Piensas tú que sufren poco o nada los hombres del mundo? No lo creas, aunque sean los más regalados.

3. Pero dirás que tienen muchos deleites y siguen sus apetitos, y por esto se les da poco de algunas tribulaciones.

4. Mas aunque fuese así, que tengan cuanto quisieren, dime, ¿cuánto les durará? Mira que los muy sobrados y ricos en el siglo desfallecerán como humo; y no habrá memoria de los gozos pasados. Pues aun mientras viven no se huelgan en ellos sin amargura, congoja y miedo. Porque de la misma cosa que se recibe el deleite, de allí frecuentemente reciben la pena del dolor. Justamente se procede con ellos; porque así como desordenadamente buscan y siguen los deleites, así los disfrutan con amargura y confusión. ¡Oh! ¡Cuán breves, cuán falsos, cuán desordenados y torpes son todos! Mas por estar embriagados y ciegos no discurren: sino a la manera de estúpidos animales, por un poco de deleite de la vida corruptible, caen en la muerte del alma. Por eso tú, hijo, no sigas tus apetitos y quebranta tu voluntad. Deléitate en el Señor, y te dará lo que le pidiere tu corazón.

5. Porque si quieres tener verdadero gozo, y ser consolado por Mí abundantísimamente, tu suerte y bendición estará en el desprecio de todas las cosas del mundo, y en cortar de ti todo deleite terreno, y así se te dará copiosa consolación. Y cuanto más te desviares de todo consuelo de las criaturas, tanto hallarás en Mí más suaves y poderosas consolaciones. Mas no las alcanzarás sin alguna pena, ni sin el trabajo de la pelea. La costumbre te será contraria; pero la vencerás con otra costumbre mejor. La carne resistirá; pero la refrenarás con el fervor del espíritu. La serpiente antigua te instigará y exasperará: pero se ahuyentará con la oración, y con el trabajo provechoso le cerrarás del todo la puerta.

§3.13. De la obediencia del súbdito humilde a ejemplo de Jesucristo.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, el que procura sustraerse de la obediencia, él mismo se aparta de la gracia; y el que quiere tener cosas propias, pierde las comunes. El que no se sujeta de buena gana a su superior, señal es que su carne aún no le obedece perfectamente, sino que muchas veces se resiste y murmura. Aprende, pues, a sujetarte prontamente a tu superior, si deseas tener tu carne sujeta. Porque tanto más presto se vence el enemigo exterior, cuanto no estuviere debilitado el hombre interior. No hay enemigo peor ni más dañoso para el alma que tú mismo, si no estás bien avenido con el espíritu. Necesario es que tengas verdadero desprecio de ti mismo, si quieres vencer la carne y la sangre. Porque aún te amas muy desordenadamente, por eso temes sujetarte del todo a la voluntad de otros.

2. Pero ¿qué mucho es que tú, polvo y nada, te sujetes al hombre por Dios, cuando Yo, Omnipotente y Altísimo, que crié todas las cosas de la nada, me sujeté al hombre humildemente por ti? Me hice el más humilde y abatido de todos, para que vencieses tu soberbia con mi humildad. Aprende, polvo, a obedecer; aprende, tierra y lodo, a humillarte y postrarte a los pies de todos. Aprende a quebrantar tus inclinaciones, y rendirte a toda sujeción.

3. Enójate contra ti; y no sufras que viva en ti el orgullo; sino hazte tan sumiso y pequeño, que puedan todos ponerse sobre ti, y pisarte como el lodo de las calles. ¿Qué tienes, hombre despreciable, de qué quejarte? ¿Qué puedes contradecir, sórdido pecador, a los que te maltratan, pues tantas veces ofendiste a tu Creador, y muchas mereciste el infierno? Pero te perdonaron mis ojos, porque tu alma fue preciosa delante de Mí, para que conocieses mi amor, y fueses siempre agradable a mis beneficios. Y para que te dieses continuamente a la verdadera humildad y sujeción, y sufrieses con paciencia tu propio menosprecio.

§3.14. Cómo se han de considerar los secretos juicios de Dios, para que no nos envanezcamos.

Habla el Alma:

1. Tus juicios, Señor, me aterran como un espantoso trueno, estremeciéndose todos mis huesos penetrados de temor y temblor, y mi alma queda despavorida. Estoy atónito, considero que los cielos no son limpios en tu presencia. Si en los ángeles hallaste maldad y no los perdonaste, ¿qué será de mí? Cayeron las estrellas del cielo; y yo, que soy polvo, ¿qué presumo? Aquellos cuyas obras parecían muy dignas de alabanza, cayeron al profundo; y los que comían pan de ángeles, vi deleitarse con el manjar de animales inmundos.

2. No hay, pues, santidad, si Tú, Señor, apartas tu mano. No aprovechará discreción, si dejas de gobernar. No hay fortaleza que ayude, si dejas de conservarla. No hay castidad segura, si no la defiendes. Ninguna propia guarda aprovecha, si nos falta tu santa vigilancia. Porque en dejándonos Tú, luego no vamos a fondo y perecemos; pero visitados de Ti, nos levantamos y vivimos. Mudables somos; pero por Ti, estamos firmes; nos entibiamos, mas Tú nos enciendes.

3. ¡Oh! ¡Cuán vil y bajamente debo sentir de mí! ¡Cuánto debo reputar por nada lo poco que acaso parezca tener de bueno! ¡Oh Señor! ¡Cuán profundamente me debo anegar en el abismo de tus juicios, donde no me hallo ser otra cosa que nada y más que nada! ¡Oh peso inmenso! ¡Oh piélago insondable, donde nada hallo de mí, sino ser nada en todo! ¿Pues dónde se esconde el fundamento de la vanidad? ¿Dónde la confianza de mi propia virtud? Anegase toda vanagloria en la profundidad de tus juicios sobre mí.

4. ¿Qué es toda carne en tu presencia? Por ventura, ¿podrá gloriarse el lodo contra el que lo trabaja? ¿Cómo se puede engreír con vanas alabanzas el corazón que está verdaderamente sujeto a Dios? Todo el mundo no ensoberbecerá a aquel a quien sujeta la verdad, ni se moverá por mucho que le alaben el que tiene firme toda su esperanza en Dios. Porque todos los que hablan son nada, y con el sonido de las palabras fallecerán; pero la verdad del Señor permanece para siempre.

§3.15. Cómo se debe uno haber y decir en todas las cosas que deseare.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, en cualquier cosa di así: Señor, si te agradare, hágase esto así. Señor, si es honra tuya, hágase esto en tu nombre. Señor, si vieres que me conviene, y hallares serme provechoso, concédemelo para que use de ello a honra tuya. Mas si conocieres que me sería dañoso, y nada provechoso a la salvación de mi alma, desvía de mí tal deseo. Porque no todo deseo procede del Espíritu Santo, aunque parezca justo y bueno al hombre. Dificultoso es juzgar si te incita buen espíritu o malo a desear esto o aquello, o si te mueve tu propio espíritu. Muchos se hallan engañados al fin, que al principio parecían inspirados por buen espíritu.

2. Por eso siempre se debe desear y pedir con temor de Dios y humildad de corazón cualquier cosa apetecible que ocurriere al pensamiento, y sobre todo con propia resignación encomendarlo todo a Mí diciendo: Señor, Tú sabes lo que es mejor: haz esto o aquello, según te agradare. Da lo que quisieres, y cuanto quisieres, y cuando quisieres. Haz conmigo como sabes, y como más te agradare, y fuere mayor honra tuya. Ponme donde quisieres, dispón de mi libremente en todo. En tu mano estoy, vuélveme y revuélveme a la redonda. Ve aquí tu siervo dispuesto a todo; porque no deseo, Señor, vivir para mí sino para Ti. ¡Ojalá que viva dignamente y perfectamente! Oración para conseguir la voluntad de Dios.

3. Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia para que esté conmigo, y obre conmigo, y persevere conmigo hasta el fin. Dame que desee y quiera siempre lo que te es más acepto y agradable a Ti. Tu voluntad sea la mía, y mi voluntad siga siempre la tuya, y se conforme en todo con ella. Tenga yo un querer y no querer contigo; y no pueda querer ni no querer lo que Tú quieres y no quieres.

4. Dame, Señor, que muera a todo lo que hay en el mundo; y dame que desee por Ti ser despreciado y olvidado en este siglo. Dame, sobre todo lo que se puede desear, descansar en Ti y aquietar mi corazón en Ti. Tú eres la verdadera paz del corazón; Tú el único descanso: fuera de Ti todas las cosas son molestas e inquietas. En esta paz permanente, esto es, en Ti, Sumo y eterno Bien. Dormiré y descansaré. Amén.

§3.16. En sólo Dios se debe buscar el verdadero consuelo.

Habla el Alma:

1.

Cualquiera cosa que puedo desear o pensar para mi consuelo, no la espero aquí, sino en la otra vida. Pues aunque yo solo estuviese todos los gustos del mundo, y pudiese usar de todos sus deleites, cierto es que no podrían durar mucho. Así que no podrás, alma mía, estar cumplidamente consolada, ni perfectamente recreada sino en Dios, que es consolador de los pobres, y recibe a los humildes. Espera un poco, alma mía, espera la promesa divina, y tendrás abundancia de todos los bienes en el cielo. Si deseas desordenadamente estas cosas presentes, perderás las eternas y celestiales. Sean las temporales para el uso: las eternas para el deseo. No puedes saciarte de ningún bien temporal, porque no eres criada para gozar de lo caduco.

2. Aunque tengas todos los bienes criados, no puedes ser dichosa y bienaventurada: mas en Dios, que crio todas las cosas, consiste toda tu bienaventuranza y tu felicidad. No como la que admiran y alaban los necios amadores del mundo, sino como la que esperan los buenos y fieles discípulos de Cristo, y alguna veces gustan los espirituales y limpios de corazón, cuya conversación está en los cielos. Vano es y breve todo consuelo humano. El dichoso y verdadero consuelo es aquel que la Verdad hace percibir interiormente. El hombre devoto en todo lugar lleva consigo a su consolador Jesús, y le dice: Ayúdame, Señor, en todo lugar y tiempo. Sea, pues, mi consolación carecer de buena gana de todo humano consuelo. Y si tu consolación me faltare, sea mi mayor consuelo tu voluntad y justa probación. Porque no estarás airado perpetuamente, ni enojado para siempre.

§3.17. Toda nuestra atención se ha de poner en sólo Dios.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, déjame hacer contigo lo que quiero; pues yo sé lo que te conviene. Tú piensas como hombre, y sientes en muchas cosas como te sugiere el afecto humano.

Habla el Alma:

2. Señor, verdad es lo que dices: mayor es el cuidado que Tú tienes de mí, que todo el cuidado que yo puedo poner en mirar por mí. Muy a peligro de caer está el que no pone toda su atención en Ti. Señor, esté mi voluntad firme y recta contigo, y haz de mi lo que te agradare. Que no puede ser sino bueno todo lo que Tú hicieres de mí. Si quieres que esté en tinieblas, bendito seas; y si quieres que esté en luz, seas también bendito. Si te dignares de consolarme, bendito seas; y si me quieres atribular, también seas bendito para siempre.

Dice Jesucristo:

3. Hijo, así debes hacer si deseas andar conmigo. Tan pronto debes estar para padecer como para gozar. Tan de grado debes ser pobre y menesteroso, como abundante y rico.

Habla el Alma:

4. Señor, de buena gana padeceré por Ti todo lo que quisieres que venga sobre mí. Indiferentemente quiero recibir de tu mano lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, lo alegre y lo triste; y te daré gracias por todo lo que me sucediere. Guárdame de todo pecado, y no temeré la muerte ni el infierno. Con tal que no me apartes de Ti para siempre, ni me borres del libro de la vida, no me dañará cualquier tribulación que venga sobre mí.

§3.18. Que sufran con serenidad de ánimo las miserias temporales, a ejemplo de Cristo.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, yo bajé del Cielo por tu salvación; abracé tus miserias, no por necesidad, sino por la caridad que me movía, para que aprendieses paciencia, y sufrieses sin enojo las miserias temporales. Porque desde la hora en que nací, hasta la muerte en la cruz, no me faltaron dolores que sufrir. Tuve mucha falta de las cosas temporales; oí muchas veces grandes quejas de Mí, sufrí benignamente sinrazones y afrentas. Por beneficios recibí ingratitudes, por milagros, y por la doctrina reprensiones.

Habla el Alma:

2. Señor, si Tú fuiste paciente en tu vida, principalmente cumpliendo en esto el mandato de tu padre, justo es que yo, miserable pecador, sufra con paciencia según tu voluntad, y mientras Tú quisieres, lleve por mi salvación la carga de una vida corruptible. Pues aunque la vida presente se siente ser pesada, ya ésta se ha hecho por tu gracia muy meritoria, y más tolerable y esclarecida para los flacos por tu ejemplo y el de tus Santos.

Y aun de mucho más consuelo de lo que fue en tiempo pasado, bajo la ley antigua, cuando estaba cerrada la puerta del cielo, y el camino parecía tan obscuro, que eran raros los que tenían cuidado de buscar el reino de los cielos. Pero aun los que entonces eran justos y se habían de salvar, no podían entrar en el reino celestial hasta que llegase tu pasión, y la satisfacción de tu sagrada muerte.

3. ¡Oh! ¡Cuántas gracias debo darte, porque te dignaste demostrarme a mí y a todos los fieles, el camino derecho y bueno de tu eterno reino! Porque tu vida es nuestro camino, y por la santa paciencia vamos a Ti, que eres nuestra corona. Si Tú no nos hubieras precedido y enseñado, ¿quién cuidaría de seguirte? ¡Ay! ¡Cuántos quedarían lejos y muy atrás, si no mirasen tus heroicos ejemplos! Si con todo eso aún estamos tibios, después de haber oído tantas maravillas y lecciones tuyas, ¿qué haríamos si no tuviésemos tanta luz para seguirte?

§3.19. De la tolerancia de las injurias, y cómo se prueba el verdadero paciente.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, ¿qué es lo que dices? Cesa de quejarte considerando mi pasión y la de los Santos. Aún no has resistido hasta derramar sangre. Poco es lo que padeces, en comparación de lo que padecieron tantos, tan fuertemente tentados, tan gravemente atribulados, probados y ejercitados de tan diversos modos. Conviénete, pues, traer a la memoria las cosas muy graves de otros, para que fácilmente sufras tus pequeños trabajos. Y si no te parecen pequeños, mira no lo cause tu impaciencia. Pero sean grandes o pequeños, procura llevarlos todos con paciencia.

2. Cuánto más te dispones para padecer, tanto más cuerdamente obras, y más mereces, y lo llevarás también más ligeramente si preparas con diligencia tu ánimo, y lo acostumbras a esto. No digas: No puedo sufrir esto de aquel hombre, ni debo aguantar semejantes cosas; porque me injurió gravemente, y me levanta cosas que nunca pensé; mas de otro sufriré de grado, y según me pareciere se debe sufrir. Indiscreto es tal pensamiento, que no considera la virtud de la paciencia, ni mira quién la ha de galardonar; antes se ocupa en hacer caso de las personas, y de las injurias que le hacen.

3. No es verdadero paciente el que no quiere padecer sino lo que le acomoda, y de quien le parece. El verdadero paciente no mira quién le ofende, si es superior, igual o inferior; si es hombre bueno y santo, o perverso e indigno. Sino que cualquier adversidad que le venga de cualquiera criatura indiferentemente, y en cualquier tiempo, la recibe de buena gana, como de la mano de Dios, y la estima por mucha ganancia. Porque nada de cuanto se padece por Dios, por poco que sea, puede pasar sin mérito ante su divino acatamiento.

4. Está, pues, preparado para la batalla, si quieres conseguir la victoria. Sin pelear no puedes alcanzar la corona de la paciencia. Sino quieres padecer, rehúsa ser coronado; pero si deseas ser coronado, pelea varonilmente, sufre con paciencia. Sin trabajo no se llega al descanso, ni sin pelear se consigue la victoria.

Habla el Alma:

5. Hazme, Señor, posible por la gracia, lo que me parece imposible por mi naturaleza. Tú sabes cuán poco puedo yo padecer, y que presto desfallezco a la más leve adversidad. Séame por tu nombre amable y deseable cualquier ejercicio de paciencia; porque el padecer y ser atormentado por Ti, es de gran salud para mi alma.

§3.20. De la confesión de la propia flaqueza y de las miserias de esta vida.

Habla el Alma:

1. Confesaré, Señor, contra mí mismo mi iniquidad; te confesaré mi flaqueza. Muchas veces es una cosa bien pequeña la que me abate y entristece. propongo pelear varonilmente; mas en viniendo una pequeña tentación me lleno de angustia. Algunas veces de la cosa más despreciable me viene una grave tentación. Y cuando me creo algún tanto seguro, cuando no lo advierto, me hallo a veces casi vencido y derribado de un ligero soplo.

2. Mira, pues, Señor, mi bajeza y fragilidad, que te es bien conocida. Compadécete, y sácame del lodo, porque no sea atollado, y quede desamparado del todo. Esto es lo que continuamente me acobarda y confunde delante de Ti; ver que tan deleznable y flaco soy para resistir a las pasiones. Y aunque no me induzcan enteramente al consentimiento, sin embargo me es molesto y pesado el domarlas, y muy tedioso el vivir así siempre en combate. En esto conozco yo mi flaqueza, en que las abominaciones imaginaciones más fácilmente vienen sobre mí que se van.

3. ¡Ojalá, fortísimo Dios de Israel, celador de las almas fieles, mires el trabajo y dolor de tu siervo, y le asistas en todo lo que emprendiere! Fortifícame con fortaleza especial, de modo que ni el hombre viejo, ni la carne miserable, aún no bien sujeta al espíritu, pueda señorearme: contra la cual conviene pelear en tanto que vivimos en este miserabilísimo mundo. ¡Ay! ¡Cuál es esta vida, donde no faltan tribulaciones y miserias, donde todas las cosas están llenas de lazos y enemigos! porque en faltando una tribulación o tentación viene otra; y aun antes que se acabe el combate de la primera, sobrevienen otras muchas no esperadas.

4. Y ¿cómo se puede amar una vida llena de tantas amarguras, sujeta a tantas calamidades y miserias? Y ¿cómo se puede llamar vida la que engendra tantas muertes y pestes? Con todo esto se ama, y muchos la quieren para deleitarse en ella. Muchas veces nos quejamos de que el mundo es engañoso y vano; mas no por eso le dejamos fácilmente; porque los apetitos sensuales nos señorean demasiado. Unas cosas nos incitan a amar al mundo, y otras a despreciarlo. Nos incitan a amarlo la sensualidad, la codicia y la soberbia de la vida; pero las penas y miserias que les siguen, causan tedio y aversión al mundo.

5. Pero ¡oh dolor! que vence el deleite al alma que está entregada al mundo, y tiene por gusto estar envuelta en espinas; porque ni vio ni gustó la suavidad de Dios, ni el interior gozo de la virtud. Mas los que perfectamente desprecian al mundo y trabajan en vivir para Dios en santa vigilancia, saben que está prometida la divina dulzura a quien de veras se renunciare a sí mismo, y ven más claro cuán gravemente yerra el mundo, y de muchas maneras se engaña.

§3.21. Sólo se ha de descansar en Dios sobre todas las cosas.

Habla el Alma:

1. Alma mía, descansa sobre todas y en todas las cosas siempre en Dios, que es el eterno descanso de los Santos. Concédeme Tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, que descanse en Ti sobre todas las cosas criadas; sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria y honra; sobre todo poder y dignidad; sobre toda la ciencia y sutileza; sobre todas las riquezas y artes; sobre toda alegría y gozo; sobre toda la fama y alabanza; sobre toda suavidad y consolación; sobre toda esperanza y promesa; sobre todo merecimiento y deseo; sobre todos los dones y regalos que puedes dar y enviar; sobre todo gozo y dulzura que el alma puede recibir y sentir; y en fin, sobre todos los ángeles y arcángeles, sobre todo ejercito celestial; sobre todo lo visible e invisible; y sobre todo lo que no es lo que eres Tú, Dios mío.

2. Porque Tú, Señor, Dios mío, eres bueno sobre todo; Tú solo potentísimo; Tú solo suficientísimo y llenísimo; Tú solo suavísimo y agradabilísimo. Tú solo hermosísimo y amantísimo; Tú solo nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien están, estuvieron y estarán todos los bienes junta y perfectamente. Por eso es poco e insuficiente cualquier cosa que me das o prometes, o me descubres de Ti mismo, no viéndote ni poseyéndote cumplidamente. Porque no puede mi corazón descansar del todo y contentarse verdaderamente, si no descansa en Ti trascendiendo todos los dones y todo lo criado.

3. ¡Oh esposo mío amantísimo Jesucristo, amador purísimo, Señor de todas las criaturas! ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en Ti? ¡Oh! ¿Cuando me será concedido ocuparme en Ti cumplidamente, y ver cuán suave eres, Señor Dios mío? ¿Cuándo me recogeré del todo en Ti, que ni me sienta a mí por tu amor, sino a Ti solo sobre todo sentido y modo, y de un modo manifiesto a todos? Pero ahora muchas veces gimo y llevo mi infelicidad con dolor. Porque en este valle de miserias acaecen muchos males que me turban a menudo, me entristecen y anublan; muchas veces me impiden y distraen, halagan y embarazan para que no tenga libre entrada a Ti y no goce de tus suaves abrazos, los cuales sin impedimento gozan los espíritus bienaventurados. Muévate mis suspiros, y la grande desolación que hay en la tierra.

4. ¡Oh Jesús, resplandor de la eterna gloria, consolación del alma que anda peregrinando! Delante de Ti está mi boca muda, y mi silencio te habla. ¿Hasta cuándo tarda en venir mi Señor? Venga a mí, pobrecito tuyo, lléneme de alegría. Extienda su mano, y libre a este miserable de toda angustia. Ven, ven; pues sin Ti ningún día ni hora será alegre; porque Tú eres mi gozo, y sin Ti está vacía mi mesa. Miserable soy, y como encarcelado y preso con grillos, hasta que Tú me recrees con la luz de tu presencia, y me pongas en libertad, y muestres tu amigable rostro.

5. Busquen otros lo que quisieren en lugar de Ti, que a mí ninguna otra cosa me agrada, ni agradará, sino Tú, Dios mío, esperanza mía, salud eterna. No callaré, ni cesaré de clamar hasta que tu gracia vuelva y me hables interiormente.

Dice Jesucristo:

6. Aquí estoy, a ti he venido, pues me llamaste. Tus lágrimas, y el deseo de tu alma, y tu humildad, y la contrición de tu corazón me han inclinado y traído a ti.

Habla el Alma:

7. Y dije: Señor, yo te llamé, y deseé gozar de Ti, dispuesto a menospreciarlo todo por Ti. Pero Tú primero me despertaste para que te buscase. Seas, pues, bendito, Señor, que hiciste con tu siervo este beneficio, según la muchedumbre de tu misericordia. ¿Qué tiene más que decir tu siervo delante de Ti, sino humillarse mucho en tu acatamiento, acordándose siempre de su propia maldad y vileza? Porque no hay semejante a Ti en todas las maravillas del cielo y de la tierra. Tus obras son perfectísimas, tus juicios verdaderos, y por tu providencia se rige el universo. Por eso alabanza y gloria a Ti, ¡oh sabiduría del Padre! Alábete y bendígate mi boca, mi alma, y juntamente todo lo creado.

§3.22. De la memoria de los innumerables beneficios de Dios.

Habla el Alma:

1. Abre, Señor, mi corazón a tu ley, y enséñame a andar en tus mandamientos. Concédeme que conozca tu voluntad, y con gran reverencia y diligente consideración tenga en la memoria tus beneficios, así generales como especiales, para que pueda de aquí adelante darte dignamente las gracias. Mas yo sé y confieso que no puedo darte las debidas alabanzas y gracias por el más pequeño de tus beneficios. Yo soy menor que todos los bienes que me has hecho; y cuando miro tu generosidad, desfallece mi espíritu a vista de tu grandeza.

2. Todo lo que tenemos en el alma y en el cuerpo, y cuantas cosas poseemos en lo interior o en el exterior, natural o sobrenaturalmente, son beneficios tuyos, y te engrandecen, como bienhechor, piadoso y bueno, de quien recibimos todos los bienes.

Y aunque uno reciba más y otro menos, todo es tuyo, y sin Ti no se puede alcanzar la menor cosa. El que más recibió, no puede gloriarse de su merecimiento, ni estimarse sobre los demás, ni desdeñar al menor; porque aquel es mayor y mejor que menos se atribuye a sí, y es más humilde, devoto y agradecido. Y el que se tiene por más vil que todos, y se juzga por más indigno, está más dispuesto para recibir mayores dones.

3. Mas el que recibió menos, no se debe entristecer, indignarse, ni envidiar al que tiene más; antes debe reverenciarte, y engrandecer sobremanera tu bondad, que tan copiosa, gratuita y liberalmente reparte tus beneficios, sin acepción de personas. Todo procede de Ti, y por lo mismo en todo debes ser alabado. Tú sabes lo que conviene darse a cada uno. Y por que tiene uno menos y otro más, no nos toca a nosotros discernirlo, sino a Ti, que sabes determinadamente los merecimientos de cada uno.

4. Por eso, Señor Dios, tengo también por grande beneficio no tener muchas cosas de las cuales me alaben y honren los hombres; de modo que cualquiera que considere la pobreza y vileza de su persona, no sólo no recibirá pesadumbre, ni tristeza, ni abatimiento, sino más bien consuelo y grande alegría. Porque Tú, Dios, escogiste para familiares domésticos tuyos a los pobres, bajos y despreciados de este mundo. Testigos son tus mismos apóstoles, a quienes constituiste príncipes sobre toda la tierra. Mas conversaron en el mundo sin queja y fueron tan humildes y sencillos; viviendo sin malicia ni fraude, que se alegraban de padecer injurias por tu nombre, y abrazaban con grande afecto lo que el mundo aborrece.

5. Por eso ninguna cosa debe alegrar tanto al que te ama y reconoce tus beneficios, como tu voluntad para con él, y el beneplácito de tu eterna disposición. Lo cual le ha de consolar de manera que quiera tan voluntariamente ser el menor de todos como desearía otro el ser mayor. Y así tan pacífico y contento debe estar en el último lugar como en el primero; y tan de buena gana sufrir verse despreciado y desechado, y no tener nombre y fama, como si fuese el más honrado y mayor del mundo. Porque tu voluntad y el amor de tu honra ha de ser sobre todas las cosas; y más se debe consolar y contentar una persona con esto, que con todos los beneficios recibidos, o que puede recibir.

§3.23. Cuatro cosas que causan paz.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, ahora te enseñaré el camino de la paz y de la verdadera libertad.

Habla el Alma:

2. Haz, Señor, lo que dices, que me alegra mucho de oírlo.

Dice Jesucristo:

3. Procura, hijo, hacer antes la voluntad de otro que la tuya. Escoge siempre tener menos que más. Busca siempre el lugar más bajo, y está sujeto a todos. Desea siempre, y ruega que se cumpla en ti enteramente la divina voluntad. Así entrarás en los términos de la paz y descanso.

Habla el Alma:

4. Señor, este tu breve sermón mucha perfección contiene en sí. Corto es en palabras, pero lleno de sentido y de copioso fruto. Que si lo pudiese yo fielmente guardar, no había entrar en mí la turbación tan fácilmente. Porque cuantas veces me siento inquieto y agravado, hallo haberme apartado de esta doctrina. Mas Tú que todo lo puedes, y buscas siempre el provecho del alma, dame gracia más abundante para que pueda cumplir tu doctrina, y hacer lo que importa para mi salvación. Oración contra los malos pensamientos.

5. Señor, Dios mío, no te alejes de mí: Dios mío, cuida de ayudarme, pues se han levantado contra mí varios pensamientos y grandes temores que afligen mi alma. ¿Cómo saldré sin daño? ¿Cómo los desecharé?

6. Yo, dices, iré delante de ti, y humillaré los soberbios de la tierra. Abriré las puertas de la cárcel, y te revelaré los secretos de las cosas escondidas.

7. Haz, Señor, como lo dices, y huyan de tu presencia todos los malos pensamientos. Esta es mi esperanza y única consolación, acudir a Ti en toda tribulación, confiar en Ti, invocarte de veras, y esperar constantemente que me consueles. Oración pidiendo la luz del entendimiento.

8. Alúmbrame, buen Jesús, con la claridad de tu lumbre interior, y quita de la morada de mi corazón toda tiniebla. Refrena mis muchas distracciones, y quebranta las tentaciones que me hacen violencia. Pelea fuertemente por mí, y ahuyenta las malas bestias que son los apetitos halagüeños, para que venga la paz con tu virtud, y resuene la abundancia de tu alabanza en el santo palacio; esto es, en la conciencia limpia. Manda a los vientos y tempestades. Di al mar: sosiégate; y al cierzo: No soples; y habrá gran bonanza.

9. Envía tu luz y tu verdad para que resplandezcan sobre la tierra, porque soy tierra vana y vacía hasta que Tú me alumbres. Derrama de lo alto tu gracia; riega mi corazón con el rocío celestial; concédeme las aguas de la devoción para sazonar la superficie de la tierra; porque produzca fruto bueno y perfecto. Levanta el ánimo oprimido por el peso de los pecados, y emplea todo mi deseo en las cosas del cielo: porque después de gustada suavidad de la felicidad celestial, me sea enfadoso pensar en lo terrestre.

10. Apártame y líbrame de la transitoria consolación de las criaturas; porque ninguna cosa criada basta para aquietar y consolar cumplidamente mi apetito. Uneme a Ti con el vínculo inseparable del amor; porque Tú solo bastas al que te ama, y sin Ti todas las cosas son despreciables.

§3.24. Cómo se ha de evitar la curiosidad de saber las vidas ajenas.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, no quieras ser curioso, ni tener cuidados impertinentes. ¿Qué te va a ti de esto o de lo otro? sígueme tú. ¿Qué te importa que aquel sea tal o cual; o que este viva o hable de este o del otro modo? No necesitas tú responder por otros, sino dar razón de ti mismo. ¿Pues por qué te ocupas en eso? Mira que yo conozco a todos; veo cuanto pasa debajo del sol, y sé de que manera está cada uno, qué piensa, que quiere, y a qué fin dirige su intención. Por eso se deben encomendar a Mí todas las cosas; pero tú consérvate en santa paz, y deja al bullicioso hacer cuanto quisiere. Sobre él vendrá lo que hiciere, porque no puede engañarme.

2. No tengas cuidado de la autoridad y gran nombre, ni de la familiaridad de muchos, ni del amor particular de los hombres. Porque esto causa distracciones y grandes tinieblas en el corazón. De buena gana te hablaría mi palabra, y te revelaría mis secretos, si tú esperases con diligencia mi venida, y me abrieses la puerta del corazón. Está apercibido, y vela en oración, y humíllate en todo.

§3.25. En qué consiste la paz firme del corazón, y el verdadero aprovechamiento.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, yo dije: La paz os dejo, mi paz os doy; y no la doy como la del mundo. Todos desean la paz; mas no tienen todos cuidado de las cosas que pertenecen a la verdadera paz. Mi paz está con los humildes y mansos de corazón. Tu paz la hallarás en la mucha paciencia. Si me oyeres y siguieres mi voz, podrás gozar de mucha paz.

Habla el Alma:

2. ¿Pues qué haré?

Dice Jesucristo:

3. Mira en todas las cosas lo que haces y lo que dices, y dirige toda tu intención al fin de agradarme a Mí solo, y no desear ni buscar nada fuera de Mí. Ni juzgues temerariamente de los hechos o dichos ajenos, ni te entremetas en lo que no te han encomendado: con esto podrá ser poco o tarde te turbes. Porque el no sentir alguna tribulación, ni sufrir alguna fatiga en el corazón o en el cuerpo, no es de este siglo, sino propio del eterno descanso. No juzgues, pues, haber hallado la verdadera paz, porque no sientas alguna pesadumbre; ni que ya es todo bueno, porque no tengas ningún adversario; ni que está la perfección en que todo te suceda según tú quieres. Ni entonces te reputes por grande o digno especialmente de amor, porque tengas gran devoción y dulzura; porque en estas cosas no se conoce el verdadero amador de la virtud, ni consiste en ellas el provecho y perfección del hombre.

Habla el Alma:

4. ¿Pues en qué consiste, Señor?

Dice Jesucristo:

5. En ofrecerte de todo tu corazón a la divina voluntad, no buscando tu interés en lo poco, ni en lo mucho, ni en lo temporal, ni en lo eterno. De manera que con rostro igual, des gracias a Dios en las cosas prósperas y adversas, pensándolo todo con un mismo peso. Si fueres tan fuerte y firme en la esperanza que, quitándote la consolación interior, aún esté dispuesto tu corazón para padecer mayores penas, y no te justificares, diciendo que no debieras padecer tales ni tantas cosas, sino que me tuvieres por justo y alabares por santo en todo lo que Yo ordenare, cree entonces que andas en el recto camino de la paz, y podrás tener esperanza cierta de ver nuevamente mi rostro con júbilo. Y si llegares al perfecto menosprecio de ti mismo, sábete que entonces gozaras de abundancia de paz, cuanto cabe en este destierro.

§3.26. De la elevación del espíritu libre, la cual se alcanza mejor con la oración humilde que con la lectura.

Habla el Alma:

1. Señor, obra es de varón perfecto no entibiar nunca el ánimo en la consideración de las cosas celestiales, y entre muchos cuidados pasar casi sin cuidado, no a la manera de un estúpido, sino con la prerrogativa de un alma libre, que no pone desordenado afecto en criatura alguna.

2. Ruégote piadosísimo Dios mío, que me apartes de los cuidados de esta vida, para que no me embarace demasiado en ellos; para que no me deje llevar del deleite ni de las muchas necesidades del cuerpo; para que no pierda el fruto con los muchos obstáculos y molestias del alma. No hablo de las cosas que la vanidad mundana desea con tanto afecto; sino de aquellas miserias que penosamente agravan y detienen el alma de tu siervo, con la común maldición de los mortales; para que no pueda alcanzar la libertad del espíritu cuantas veces quisiere.

3. ¡Oh, Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal, que me aparta del amor de los eternos, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia. Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar. Dame en lugar de todas las consolaciones del mundo la suavísima unción de tu espíritu; y en lugar del amor carnal infúndeme el amor de tu nombre.

4. Porque muy embarazosas son para el espíritu fervoroso la comida, la bebida, el vestido, y todas las demás cosas necesarias para sustentar el cuerpo. Concédeme usar de todo lo necesario templadamente, y que no me ocupe en ello con sobrado afecto. No es lícito dejarlo todo, porque se ha de sustentar la naturaleza; pero la ley santa prohíbe buscar lo superfluo y lo que más deleita; porque de otro modo la carne se rebelará contra el espíritu. Ruégote, Señor, que me rija y enseñe tu mano en estas cosas para que en nada me exceda.

§3.27. El amor propio nos desvía mucho del bien eterno.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, conviene que lo des todo por el todo; y no ser nada de ti mismo. Sabe que amor propio te daña más que ninguna cosa del mundo. Según fuere el amor y afición que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas. Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna. No codicies lo que no te conviene tener. No quieras tener cosa que te pueda impedir y quitar la libertad interior. Es de admirar que no te entregues a Mí de lo íntimo del corazón, con todo lo que puedes tener o desear.

2. ¿Por qué te consumes con vana tristeza? ¿Por qué te fatigas con superfluos cuidados? Está a mi voluntad, y no sentirás daño alguno. Si buscas esto o aquello, y quisieres estar aquí o allí por tu provecho, y propia voluntad, nunca tendrás quietud, ni estarás libre de cuidados; porque en todas hay alguna falta, y en cada lugar habrá quien te ofenda.

3. Y así, no cualquier cosa alcanzada o multiplicada exteriormente aprovecha; sino más bien la despreciada y desarraigada del corazón. No entiendas eso solamente de las posesiones y de las riquezas; sino también de la ambición de la honra, y deseo de vanas alabanzas, todo lo cual pasa con el mundo. Importa poco el lugar, si falta el fervor del espíritu; ni durará mucho la paz buscada por de fuera, si falta el verdadero fundamento de la disposición del corazón; quiero decir, si no estuvieses en Mí, puedes mudarte, pero no mejorarte. Porque en llegando y agradando la ocasión, hallarás lo mismo que huías, y más. Oración para pedir la limpieza de corazón, y la Sabiduría celestial.

Habla el Alma:

4. Confírmame, Señor, en la gracia del Espíritu Santo. Dame esfuerzo para fortalecerme en mi interior, y desocupar mi corazón de toda inútil solicitud y congoja, y para que no me lleven tras sí, tan varios deseos por cualquier cosa vil o preciosa; sino que las mire todas como pasajeras, y a mí mismo como que he de pasar con ellas. Porque nada hay permanente debajo del sol, adonde todo es vanidad y aflicción de espíritu. ¡Oh! ¡Cuán sabio es el que así piensa!

5. Dame, Señor, sabiduría celestial, para que aprenda a buscarte y hallarte sobre todas las cosas, gustarte y amarte sobre todas y entender lo demás como es, según el orden de tu sabiduría. Dame prudencia para desviarme del lisonjero, y sufrir con paciencia el adversario. Porque esta es muy gran sabiduría, no moverse a todo viento de palabras, ni tampoco dar oídos a la engañosa sirena, pues así se anda con seguridad el camino del cielo.

§3.28. Contra las lenguas maldicientes.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, no te enojes si algunos tuvieren mala opinión de ti, y dijeren lo que no quisieras oír. Tú debes sentir de ti peores cosas, y tenerte por el más flaco de todos. Si andas dentro de ti, no apreciarás mucho las palabras que vuelan. No es poca prudencia callar en el tiempo adverso, y volverse a mi corazón, sin turbarse por los juicios humanos.

2. No esté tu paz en la boca de los hombres; pues si pensaren de ti bien o mal, no serás por eso hombre diferente. ¿Dónde está la verdadera paz y la verdadera gloria sino en Mí? Y el que no desea contentar a los hombres, ni teme desagradarlos, gozará de mucha paz. Del desordenado amor y vano temor, nace todo desasosiego del corazón, y la distracción de los sentidos

§3.29. Cómo debemos llamar a Dios y bendecirle en el tiempo de la tribulación.

Habla el Alma:

1. Sea tu nombre, Señor, para siempre bendito, que quisiste que viniese sobre mí esta tentación y tribulación. Yo no puedo huirla; sino que necesito acudir a Ti, para que me ayudes, y me la conviertas en provecho. Señor; ahora estoy atribulado, y no le va bien a mi corazón; sino que me atormenta mucho esta pasión. Y ¿qué diré ahora, Padre amado? Rodeado estoy de angustias. Sálvame en esta hora. Mas he llegado a este trance, para que seas Tú glorificado cuando yo estuviere muy humillado y fuere librado por Ti. Dígnate, Señor, librarme; porque yo, pobre, ¿qué puedo hacer, y adónde iré sin Ti? Dame paciencia, Señor, también en este trance. Ayúdame, Dios mío, y no temeré por más atribulado que me halle.

2. Y entre estas congojas, ¿qué diré ahora? Hágase, Señor, tu voluntad. Bien he merecido yo ser atribulado y angustiado. Aún me conviene sufrir; y ¡ojalá sea con paciencia, hasta que pase la tempestad y haya bonanza! Pues poderosa es tu mano omnipotente para quitar de mí esta tentación, y amansar su furor, porque del todo no caiga; así como antes lo has hecho muchas veces, Dios mío, misericordia mía. Y cuanto para mí es más difícil, tanto es para Ti fácil esta mudanza de la diestra del Altísimo.

§3.30. Cómo se ha de pedir el favor divino, y de la confianza de recobrar la gracia.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, yo soy el Señor, que conforta en el día de la tribulación. Ven a Mí, cuando no te hallares bien. Lo que más impide la consolación celestial, es que muy tarde vuelves a la oración. Porque antes de orar con atención, buscas muchas consolaciones, y te recreas en lo exterior. De aquí viene que todo te aprovecha poco, hasta que conozcas que yo soy el que libro a los que esperan en Mí; y fuera de Mí no hay auxilio eficaz, consejo provechoso, ni remedio durable. Mas recobrado el aliento después de la tempestad, esfuérzate a la luz de mis misericordias; porque cerca estoy (dice el Señor) para reparar todo lo perdido, no sólo cumplida, sino abundante y colmadamente.

2. ¿Por ventura hay cosa difícil para Mí? ¿O seré yo como el que dice y no hace? ¿Dónde está tu fe? Ten firmeza y perseverancia. Sé varón fuerte y magnánimo, y a su tiempo te llegará el consuelo. Espérame, espera; Yo vendré y te curaré. Tentación es la que te atormenta, y vano temor el que te espanta. ¿Qué aprovecha el cuidado de lo que está por venir, sino para tener tristeza sobre tristeza? Bástale a cada día su molestia. Vana cosa es y sin provecho entristecerse o alegrarse de lo venidero, que quizás nunca acaecerá.

3. Pero es propio de la humana flaqueza engañarse con tales imaginaciones; y también es señal de poco ánimo dejarse burlar tan ligeramente del enemigo. Pues el que no cuida que sea verdadero o falso aquello con que nos burla o engaña; o si derribará con el amor de lo presente, o con el temor de lo futuro. No se turbe, pues, ni tema tu corazón. Cree en Mí, y ten confianza en mi misericordia. Cuando piensas que estás lejos de Mí, estoy más cerca de ti regularmente. Cuando piensas que está todo casi perdido, entonces muchas veces está cerca la ganancia del merecer. No está todo perdido cuando alguna cosa te sucede contraria. No debes juzgar como sientes ahora, ni embarazarte ni acongojarte con cualquier contrariedad que te venga, como si no hubiese esperanza de remedio.

4. No te tengas por desamparado del todo, aunque te envíe a tiempos alguna tribulación, o te prive del consuelo deseado; porque de este modo se llega al reino de los cielos. Y sin duda te conviene más a ti, y a los demás siervos míos, ser ejercitados en adversidades, que si todo os sucediese a vuestro gusto. Yo penetro los secretos; y sé que te conviene mucho para tu bien, que algunas veces te deje desconsolado; para que no te ensoberbezcas en los sucesos prósperos, ni quieras complacerte en ti mismo por lo que no eres. Lo que yo te di, te lo puedo quitar, y volvértelo cuando me agradare.

5. Cuando te lo diere, mío es: cuando te lo quitare, no tomo cosa tuya, pues mía es cualquier dádiva buena y todo don perfecto. Si te enviare pesadumbre, o alguna contrariedad, no te indignes, ni desfallezca tu corazón. Presto puedo levantarte, y mudar toda pena en gozo. Justo soy, y digno de ser alabado, cuando así me porto contigo.

6. Si bien lo entiendes y lo miras a la luz de la verdad, nunca te debes entristecer, ni descaecer tanto por las adversidades; sino antes holgarte más y darme gracias. Y tener por único gozo el ver que afligiéndote con dolores, no te contemplo. Así como me amó el Padre, Yo os amo, dije a mis amados discípulos, los cuales no envié a gozos temporales, sino a grandes peleas; no a honras, sino a desprecios; no a ocio, sino a trabajos; no al descanso, sino a recoger grandes frutos de paciencia. Acuérdate, hijo mío, de estas palabras.

§3.31. Del desprecio de todas las criaturas para hallar al Creador.

Habla el Alma:

1. Señor, necesaria me es aún mayor gracia, si tengo de llegar adonde nadie ni criatura alguna me puedan embarazar. Porque mientras que alguna cosa me detiene, no puedo volar a Ti libremente. Deseaba volar libremente el que decía: ¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré y descansaré? ¿Qué cosa hay más quieta que la pura intención? Y ¿quién más libre que el que nada desea en la tierra? Por eso conviene levantarse sobre todo lo criado, y olvidarse totalmente de sí mismo, elevándose, y quedando suspenso para ver que Tú, Creador de todo, no tienes semejanza con las criaturas. Y el que no se desocupare de lo criado, no podrá libremente entender en lo divino. Por esto, pues, se hallan pocos contemplativos, porque son raros los que saben desasirse del todo de las criaturas y de lo perecedero.

2. Para eso es menester gran gracia, que levante el alma y la suba sobre sí misma. Peso si no eleva al hombre levantado en espíritu y libre de todo lo criado, y todo unido a Dios, de poca estima es cuanto sabe y cuanto tiene. Mucho tiempo será niño y mundano el que estima alguna cosa por grande, sino solo el único, inmenso y eterno bien. Y lo que Dios no es, nada es, y por nada se debe contar. Hay gran diferencia entre la sabiduría del varón iluminado y devoto, y la ciencia del letrado y del estudioso clérigo. Mucho más noble es la doctrina que emana de la influencia divina, que la que se alcanza con el trabajo por el ingenio humano.

3. Se hallan muchos que desean la contemplación: pero no procuran ejercitar las cosas que para ella se requieren. Es grande impedimento fijarse en las cosas exteriores y sensibles, y descuidar la verdadera mortificación. No sé que es, ni qué espíritu nos lleva, ni qué esperamos los que parece somos llamados espirituales, cuando tanto trabajo y solicitud ponemos en las cosas transitorias y viles, y con dificultad y muy tarde nos recogemos del todo a considerar nuestro interior.

4. ¡Oh dolor! Que al momento que nos hemos recogido un poco, nos distraemos y no escudriñamos nuestras obras con riguroso examen. Nos miramos dónde tenemos nuestras aflicciones, ni lloramos cuán manchadas están todas nuestras cosas. Toda carne había corrompido su camino, y por eso se siguió el gran diluvio. Porque nuestro afecto interior estando corrompido, es necesario que la obra que de él dimana (señal de la privación de la virtud interior) también se corrompa. Del corazón puro procede el fruto de la buena vida.

5. Se examina cuanto hace alguno; pero no indagamos de cuánta virtud proceden sus acciones. Se averigua si alguno es valiente, rico, hermoso, hábil o buen escritor, buen cantor, buen artista; pero poco se habla de cuán pobre sea de espíritu, cuán paciente y manso, cuán devoto y recogido. La naturaleza mira las cosas exteriores del hombre; mas la gracia se ocupa en las interiores. Aquella muchas veces se engaña, y ésta espera en Dios para no engañarse.

§3.32. De la abnegación de sí mismo, y abdicación de todo apetito.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, no puedes poseer libertad perfecta, si no te niegas del todo a ti mismo. En prisiones están todos los ricos y amadores de sí mismos, los codiciosos, ociosos y vagabundos, y los que buscan siempre las cosas de gusto, y no las de Jesucristo sino que antes componen e inventan muchas veces lo que no ha de durar. Porque todo lo que no procede de Dios perecerá. Imprime en tu alma esta breve y perfectísima máxima: Déjalo todo, y lo hallarás todo; deja tu apetito, y hallarás sosiego. Reflexiones bien esto; y cuando cumplieres, lo entenderás todo.

Habla el Alma:

2. Señor, no es esta obra de un día, ni juego de niños; antes en tan breve sentencia se encierra toda la perfección religiosa.

Dice Jesucristo:

3. Hijo, no debes volver atrás, ni decaer presto en oyendo el camino de los perfectos; antes debes esforzarte para cosas más altas, o a lo menos aspirar a ellas con deseo. ¡Ojalá hubieses llegado a tanto que no fueses amador de ti mismo, y estuvieses dispuesto puramente a mi voluntad y a la del superior que te he dado! Entonces me agradarías sobremanera, y toda tu vida correría gozosa y pacífica. Aún tienes mucho que dejar, que si no lo renuncias enteramente, no alcanzarás lo que pides. Para que seas rico, te aconsejo que compres de Mí oro acendrado, esto es, la sabiduría celestial que desprecia complacencia.

4. Yo te dije que las cosas más viles al parecer humano, se deben comprar con las preciosas y altas. Porque muy vil y pequeña parece la verdadera sabiduría celestial, puesta casi en olvido entre los hombres. Ella no sabe grandezas de sí, ni quiere ser engrandecida en la tierra. Está en la boca de muchos, pero muy lejos de sus obras, siendo ella una perla preciosísima, escondida para los más.

§3.33. De la inconstancia del corazón, y que la intención final se ha de dirigir a Dios.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, no creas a tu deseo; pues el que ahora es, presto se te mudará en otro. Mientras vivieres, estás sujeto a mudanzas, aunque no quieras, porque ya te hallará alegre, ya triste, ya sosegado, ya turbado, ya devoto, ya indevoto, ya diligente, ya perezoso; ahora pesado, ahora liviano. Mas el sabio bien instruido en el espíritu, es superior a estas mudanzas: no mirando lo que experimenta dentro de sí, ni de que parte sopla el viento de la instabilidad; sino a dirigir toda la intención de su espíritu al debido y deseado fin. Porque así podrá permanecer siempre el mismo e ileso en tan varios casos, dirigiendo a Mí sin cesar la mira de su sencilla intención.

2. Y cuanto más pura fuere, tanto estará más constante entre las diversas tempestades. Pero en muchas cosas se obscurecen los ojos de la pura intención, porque se mira fácilmente a lo que se presenta como deleitable. Así es, que rara vez se halla quien esté enteramente libre de lunar de su propio interés. De este modo, los judíos en otro tiempo vinieron a casa de Marta y María Magdalena en Betania, no sólo por Jesús, si también para ver a Lázaro. Débense, pues, limpiar los ojos de la intención, para que sea sencilla y recta, y se enderece a Mí sin detenerse en los medios.

§3.34. Que Dios es para quien lo ama, más delicioso que todo, y en todo.

Habla el Alma:

1. ¡Oh mi Dios y mi todo! ¿Qué más quiero yo y qué mayor dicha puedo apetecer? ¡Oh sabrosa y dulce palabra! Pero para quien ama a Dios, y no al mundo ni a lo que en él está. Mi Dios y mi todo. Al que entiende, basta lo dicho: y repetirlo muchas veces, es deleitable al que ama. Porque estando Tú presente, todo es agradable; mas estando ausente, todo fastidioso. Tú haces el corazón tranquilo y das gran paz y alegría festiva. Tú haces sentir bien de todo y que te alaben todas las cosas. No puede cosa alguna deleitar mucho tiempo sin Ti; pero si ha de agradar y gustarse de veras, conviene que tu gracia la presencie y tu sabiduría la sazone.

2. A quien Tú eres sabroso, ¿qué no le sabrá bien? Y a quien de Ti no gusta, ¿qué le podrá agradar? Mas los sabios del mundo, y los que lo son según la carne, no tienen idea de tu sabiduría; en aquéllos se encuentra mucha vanidad, y en éstos la muerte. Pero los que te siguen, despreciando al mundo y mortificando su carne, estos son verdaderos sabios, porque pasan de la vanidad a la verdad, y de la carne al espíritu. A estos es Dios sabroso, y cuanto bien hallan en las criaturas, todo lo refieren a gloria de su Creador. Pero diferente y muy diferente es el sabor del Creador y de la criatura, de la eternidad y del tiempo, de la luz increada y de la luz creada.

3. ¡Oh luz perpetua, que estás sobre toda luz creada! Envía desde lo alto tal resplandor, que penetre todo lo secreto de mi corazón. Purifica, alegra, clarifica y vivifica mi espíritu y sus potencias, para que se una contigo con exceso de júbilo. ¡Oh, cuándo vendrá esta dichosa y deseada hora, para que Tú me hartes con tu presencia y me seas todo en todas las cosas! Entretanto que esto no se me concediere no tendré gozo cumplido. Mas ¡ay dolor! que vive aún el hombre viejo en mí; no está del todo crucificado, ni perfectamente muerto. Aún codicia vivamente contra el espíritu; mueve guerras interiores y no consiente que esté quieto el dominio del alma.

4. Mas Tú, que señoreas el poderío del mar y amansas el movimiento de sus ondas, levántate y ayúdame. Destruye las gentes que buscan guerras; quebrántalas con tu virtud. Ruégote que muestres tus maravillas, y que sea glorificada tu diestra, porque no tengo otra esperanza ni otro refugio sino a Ti, Señor Dios mío.

§3.35. En esta vida no hay seguridad de carecer de tentaciones.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, nunca estás seguro en esta vida; porque mientras vivieres, tienes necesidad de armas espirituales. Entre enemigos andas; a diestra y a siniestra te combaten. Si pues no te vales del escudo de la paciencia a cada instante, no estarás mucho tiempo sin herida. Demás de esto, si no pones tu corazón fijo en Mí, con pura voluntad de sufrir por Mí todo cuanto viniere, no podrás pasar esta recia batalla, ni alcanzar la palma de los bienaventurados. Conviénete, pues, romper varonilmente con todo, y pelear con mucho esfuerzo contra lo que viniere. Porque al vencedor se da el maná, y al perezoso le aguarda mucha miseria.

2. Si buscas descanso en esta vida, ¿cómo hallarás entonces la eterna bienaventuranza? No procures mucho descanso, sino mucha paciencia. Busca la verdadera paz, no en la tierra, sino en el cielo: no en los hombres ni en las demás criaturas, sino en Dios solo. Por amor de Dios debes padecer de buena gana todas las cosas adversas; como son trabajos, dolores, tentaciones, vejaciones, congojas, necesidades, dolencias, injurias, murmuraciones, reprensiones, humillaciones, confusiones, correcciones y menosprecios. Estas cosas aprovechan para la virtud; estas prueban al nuevo soldado de Cristo; estas fabrican la corona celestial. Yo daré eterno galardón por breve trabajo, y gloria infinita por la confusión pasajera.

3. ¿Piensas tener siempre consolaciones espirituales al sabor de tu paladar? Mis Santos no siempre las tuvieron, sino muchas pesadumbres, diversas tentaciones y grandes desconsolaciones. Pero las sufrieron todas con paciencia y confiaron más en Dios que en sí; porque sabían que no son equivalentes todas las penas de esta vida, para merecer la gloria venidera. ¿Quieres hallar de pronto lo que muchos, después de copiosas lágrimas y trabajos, con dificultad alcanzaron? Espera en el Señor, trabaja y esfuérzate varonilmente; no desconfíes, no huyas; mas ofrece el cuerpo y el alma por la gloria de Dios con gran constancia.

§3.36. Contra los vanos juicios de los hombres.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, pon tu corazón fijamente en Dios, y no temas los juicios humanos cuando la conciencia no te acusa. Bueno es, y dichoso también padecer de esta suerte; y esto no es duro al corazón humilde que confía más en Dios que en sí mismo. Los más hablan demasiadamente, y por eso se les debe poco crédito. Y también satisfacer a todos no es posible. Aunque San Pablo trabajó en contentar a todos en el Señor, y fue para todos; sin embargo, en nada tuvo el ser juzgado del mundo.

2. Mucho hizo por la salud y edificación de los otros trabajando cuanto pudo y estaba de su parte; pero no se pudo librar de que le juzgasen y despreciasen alguna veces. Por eso lo encomendó todo a Dios, que le conoce todo, y con paciencia y humildad se defendía de las malas lenguas y de los que piensan vanidades y mentiras, y las dicen como se les antoja. Y también respondió algunas veces, porque no se escandalizasen algunas almas débiles en verle callar.

3. ¿Quién eres tú para que temas al hombre mortal? Hoy es, y mañana no parece. Teme a Dios, y no te espantes de los hombres. ¿Qué te puede hacer el hombre con palabras o injurias? Más bien se daña a sí mismo que a ti; y cualquiera que sea, no podrá huir el juicio de Dios. Ten presente a Dios, y no contiendas con palabras de queja. Y si ahora quedas debajo, al parecer, y sufres la humillación que no mereciste, no te indignes por eso, ni por la impaciencia disminuyas tu victoria. Sino mírame a Mí en el cielo, que puedo librar de toda confusión e injuria, y dar a cada uno según sus obras.

§3.37. De la pura y entera renuncia de sí mismo para alcanzar la libertad del corazón.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, déjate a ti y me hallarás a Mí. Vive sin voluntad ni amor propio, y ganarás siempre. Porque al punto que te renunciares sin reserva, se te dará mayor gracia.

Habla el Alma:

2. Señor, ¿cuántas veces me renunciaré, y en qué cosas me dejaré?

Dice Jesucristo:

3. Siempre, y a cada hora, así en lo poco como en lo mucho. Nada exceptúo, sino que en todo te quiero hallar desnudo. De otro modo, ¿cómo podrás ser mío y yo tuyo, si no te despojas de toda voluntad interior y exteriormente? Cuando más presto hicieres esto, tanto mejor te irá; y cuanto más pura y cumplidamente, tanto más me agradarás y mucho más ganarás.

4. Algunos se renuncian, pero con alguna excepción no confían en Dios del todo, y por eso trabajan en mirar por sí. También algunos al principio lo ofrecen todo; pero después, combatidos de alguna tentación, se vuelven a sus comodidades, y por eso no aprovechan en la virtud. Estos nunca llegarán a la verdadera libertad del corazón puro ni a la gracia de mi suave familiaridad, si no se renuncian antes haciendo del todo cada día sacrificios de sí mismos, sin lo cual no están ni estarán en la unión con que se goza de mí.

5. Muchas veces te dije, y ahora te lo vuelvo a decir: Déjate a ti, renúnciate y gozarás de grande paz interior. Dalo todo por el todo: nada busques, nada exijas; está puramente y sin dudar en Mí, y me poseerás. Serás libre de corazón y no te ofuscarán las tinieblas. Encamina todos tus esfuerzos, deseos y oraciones al fin de despojarte de todo apego, para seguir así desnudo a Jesús desnudo, morir para ti, y vivir para Mí eternamente. Entonces se desvanecerán todas las vanas imaginaciones, las perturbaciones malas, y los cuidados superfluos. Entonces también desaparecerá el temor excesivo y morirá el amor desordenado.

§3.38. Del buen régimen en las cosas exteriores y del recurso a Dios en los

Dice Jesucristo:

1. Hijo, con diligencia debes mirar que en cualquier lugar y en toda ocupación exterior, estés muy dentro de ti, libre y señor de ti mismo; y que todas las cosas estén debajo de ti; y no tú debajo de ellas. Para que seas señor y director de tus obras, no siervo ni esclavo venal; sino más bien libre y verdadero israelita, que pasa a la suerte y libertad de los hijos de Dios. Los cuales desprecian las cosas presentes y atienden a las eternas. Miran lo transitorio con el ojo izquierdo, y con el derecho lo celestial. Y no los atraen las cosas temporales para estar asidos a ellas; antes ellos los atraen más para servirse bien de ellas según están ordenadas por Dios, e instituidas por el supremo Artífice, que no hizo cosa en lo criado sin orden.

2. Si en cualquier acontecimiento estás firme, y no juzgas de él según la apariencia exterior, ni miras con la vista del sentido lo que oyes y ver; antes luego por cualquier causa entras a lo interior, como Moisés en el tabernáculo a pedir consejo al Señor, oirás algunas veces la respuesta divina y volverás instruido de muchas cosas presentes y venideras. Pues siempre recurrió Moisés al tabernáculo, para determinar las dudas y dificultades, y tomó el auxilio de la oración para librar de los peligros y maldades a los hombres. A este modo debes tú entrar en el secreto de tu corazón, pidiendo con eficacia el socorro divino. Por eso se lee, que Josué y los hijos de Israel fueron engañados por los Gabaonitas, porque no consultaron primero con el Señor, sino que creyendo fácilmente en las blandas palabras, fueron con falsa piedad engañados.

§3.39. Que el hombre no sea importuno en los negocios.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, encomiéndame siempre tus negocios, y yo los dispondré bien y oportunamente. Espera mi voluntad, y sentirás provecho.

Habla el Alma:

2. Señor, de muy buena gana te encomiendo todas las cosas, porque poco puede aprovechar mi cuidado. ¡Ojalá que no me ocupasen mucho los acontecimientos que me pueden venir, sino que me ofreciese sin tardanza a tu voluntad!

Dice Jesucristo:

3. Hijo, muchas veces el hombre negocia con ahínco lo que desea; mas cuando ya lo alcanza, comienza a pensar de otro modo, porque las aflicciones no duran mucho cerca de una misma cosa; sino que nos llevan de una cosa a otra. Por lo cual no es poco dejarse a sí mismo, aun en las cosas pequeñas.

4. El verdadero aprovechar es negarse a sí mismo; y el hombre negado a sí es muy libre y está seguro. Mas el enemigo antiguo y adversario de todos los buenos, no cesa de tentar; sino que de día y de noche pone graves asechanzas para precipitar, si pudiere, al incauto en el lazo del engaño. Velad y orad, dice el Señor, para que no entréis en tentación.

§3.40. Que ningún bien tiene el hombre suyo ni cosa alguna de qué alabarse.

Habla el Alma:

1. Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites? ¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia? Señor, ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿cómo justamente podré contender contigo, si no hicieres lo que pido? Por cierto, una cosa puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo me hallo vacío, y camino siempre a la nada. Y si ni soy ayudado e instruido interiormente por Ti, me vuelvo enteramente tibio y disipado.

2. Mas Tú, Señor, eres siempre el mismo, y permaneces eternamente, siempre bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa y santamente, y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a caer que aprovechar, no persevero siempre en un estado, y me mudo siete veces al día. Mas luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano auxiliadora; porque Tú solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que a Ti solo se convierta y en Ti descanse mi corazón.

3. Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea por alcanzar devoción o por la necesidad que tengo de buscarte, porque no hay hombre que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en tu gracia, y alegrarme con el don de la nueva consolación.

4. Gracias sean dadas a Ti, de quien viene todo siempre que me sucede algún bien. Porque delante de Ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco. ¿De dónde, pues, me puedo gloriar, o por qué deseo ser estimado? ¿Por ventura de la nada? Esto es vanísimo. Verdaderamente la gloria frívola es una verdadera peste y grandísima vanidad; porque nos aparta de la verdadera gloria, y nos despoja de la gracia celestial. Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a Ti: cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas.

5. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en Ti y no en sí; gozarse en tu nombre, y no en su propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna sino por Ti. Sea alabado tu nombre, y no el mío: engrandecidas sean tus obras, y no las mías: bendito sea tu santo nombre, y no me sea a mí atribuida parte alguna de las alabanzas de los hombres. Tú eres mi gloria; Tú la alegría de mi corazón. En Ti me gloriaré y ensalzaré todos los días: mas de mi parte no hay qué, sino de mis flaquezas.

6. Busquen los hombres la gloria que se dan recíprocamente: yo buscaré la gloria que viene solamente de Dios. Porque toda la gloria humana, toda honra temporal, toda la alteza del mundo, comparada con tu eterna gloria es vanidad y necedad. ¡Oh verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada: a Ti sola sea alabanza, honra, virtud y gloria para siempre jamás!

§3.41. Del desprecio de toda honra temporal.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, no te pese si vieres honrar y ensalzar a otros, y tú ser despreciado y abatido. Levanta tu corazón a Mí en el cielo, y no te entristecerá el desprecio humano en la tierra.

Habla el Alma:

2. Señor, en gran ceguedad estamos, y la vanidad presto nos engaña. Si bien me miro, nunca se me ha hecho injuria por criatura alguna; por lo cual no tengo de qué quejarme justamente de Ti. Mas porque yo muchas veces pequé gravemente contra Ti, con razón se arman contra mí todas las criaturas. Justamente, pues, se me debe confusión y desprecio; y a Ti alabanza, honor y gloria. Y si no me dispusiere de modo que huelgue mucho ser de cualquiera criatura despreciado y abandonado, y ser tenido por nada, no podré estar interiormente pacificado y asegurado, ni recibir la luz espiritual, ni unirme a Ti perfectamente.

§3.42. Que nuestra paz no debe depender de los hombres.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, si buscas la paz en el trato con alguno para tu entretenimiento y compañía, siempre te hallarás inconstante y embarazado. Pero si vas a buscar la verdad que siempre vive y permanece, no te entristecerás por el amigo que se fuere o se muriere. En Mí ha de estar el amor del amigo, y por Mí se debe amar cualquiera que en esta vida te parece bueno y muy amable. Sin Mí no vale ni durará la amistad, ni es verdadero ni limpio el amor en que yo no intervengo. Tan muerto debes estar a las aficiones de los amigos, que habías de desear (por lo que a ti te toca) vivir lejos de todo trato humano. Tanto más se acerca el hombre a Dios, cuanto se desvía de todo gusto terreno. Y tanto más alto sube a Dios, cuánto más bajo desciende en sí, y se tiene por más vil.

2. El que se atribuye a sí mismo algo bueno, impide que la gracia de Dios venga sobre él; porque la gracia del Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde. Si te supieses perfectamente anonadar y desviar de todo amor criado, yo entonces te llenaría de abundantes gracias. Cuando tú miras a las criaturas, apartas la vista del Creador. Aprende a vencerte en todo por el Creador, y entonces podrás llegar al conocimiento divino. Cualquier cosa, por pequeña que sea, si se ama o mira desordenadamente, nos estorba gozar del sumo bien, y nos daña.

§3.43. Contra la ciencia vana del mundo.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, no te muevan los dichos agudos y limados de los hombres; porque no consiste el reino de Dios en palabras, sino en virtud. Mira mis palabras, que encienden los corazones, y alumbran los entendimientos, provocan a compunción y traen muchas consolaciones. Nunca leas cosas para mostrarte más letrado o sabio. Estudia en mortificar los vicios; porque más te aprovechará esto que saber muchas cuestiones dificultosas.

2. Cuando hubieres acabado de leer y saber muchas cosas, te conviene venir a un solo principio. Yo soy el que enseño al hombre la ciencia, y doy más claro entendimiento a los pequeños que ningún hombre puede enseñar. Aquel a quien yo hablo, luego será sabio y aprovechará mucho en el espíritu. ¡Ay de aquellos que quieren aprender de los hombres curiosidades, y cuidan muy poco del camino de servirme a Mí! Tiempo vendrá cuando aparecerá el Maestro de los maestros, Cristo, Señor de los ángeles, a oír las lecciones de todos, esto es, a examinar la ciencia de cada uno. Y entonces escudriñará a Jerusalén con candelas, y serán descubiertos los secretos de las tinieblas, y callarán los argumentos de las lenguas.

3. Yo soy el que levanto en un instante al humilde entendimiento, para que entienda más razones de la verdad eterna, que si hubiese estudiado diez años en las Escuelas. Yo enseño sin ruido de palabras, sin confusión de pareceres, sin fausto de honra, sin alteración de argumentos. Yo soy el que enseño a despreciar lo terreno y a aborrecer lo presente, buscar lo eterno; huir de las honras, sufrir los estorbos, poner toda la esperanza en Mí, y fuera de Mí no desear nada, y amarme ardientemente sobre todas las cosas.

4. Y así uno, amándome entrañablemente aprendió cosas divinas, y hablaba maravillas. Más aprovechó con dejar todas las cosas que con estudiar sutilezas. Pero a unos hablo cosas comunes, a otros especiales. A unos me muestro dulcemente con señales y figuras, y a otros revelo misterios con mucha luz. Una cosa dicen los libros; mas no enseñan igualmente a todos: porque Yo soy doctor interior de la verdad, escudriñador del corazón, conocedor de los pensamientos, promovedor de las acciones, repartiendo a cada uno según juzgo ser digno.

§3.44. No se deben buscar las cosas exteriores.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, en muchas cosas te conviene ser ignorante, y estimarte como muerto sobre la tierra, y a quien todo el mundo este crucificado. A muchas cosas te conviene también hacerte sordo, y pensar más lo que conviene para tu paz. Más útil es apartar los ojos de lo que no te agrada, y dejar a cada uno en su parecer, que ocuparte en porfías. Si estás bien con Dios y miras su juicio, fácilmente te darás por vencido.

Habla el Alma:

2. ¡Oh Señor, a qué hemos llegado! Lloramos los daños temporales, por una pequeña ganancia trabajamos y corremos; y el daño espiritual se pasa en olvido, y apenas tarde vuelve a la memoria. Por lo que poco o nada vale, se mira mucho; y por lo que es muy necesario, se pasa con descuido, porque todo hombre se va a lo exterior, y se presto no vuelve en sí, con gusto se está envuelto en ello.

§3.45. Que no se debe creer a todos; y cómo fácilmente se resbala en las palabras.

Habla el Alma:

1. Señor, ayúdame en la tribulación, porque es vana la seguridad del hombre. ¿Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había? ¿Cuántas veces también la hallé donde menos lo esperaba? Por eso es vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los justos está en Ti, mi Dios. Bendito seas, Señor, Dios mío, en todas las cosas que nos sucedan. Flacos somos y mudables: presto somos engañados, y nos mudamos.

2. ¿Qué hombre hay que se pueda guardar con tanta cautela y discreción en todo, que alguna vez no caiga el algún engaño o perplejidad? Mas el que te busca a Ti, Señor, y te busca con sencillo corazón, no resbala tan fácilmente. Y si cayere en alguna tribulación, de cualquier manera que estuviere en ella enlazado, presto será librado por Ti, o consolado; porque no desamparas para siempre al que en Ti espera. Raro es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de su amigo. Tú, Señor, Tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de Ti no hay otro semejante.

3. ¡Oh, cuán bien lo entendía aquella alma santa que dijo: ¡Mi alma está asegurada y fundada en Jesucristo! Si yo estuviese así, no me acongojaría tan presto el temor humano, ni me moverían las palabras injuriosas. ¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién es capaz de precaver los males venideros? Si lo que hemos previsto con tiempo nos daña muchas veces, ¿qué hará lo no prevenido sino perjudicarnos gravemente? Pues ¿por qué, miserable de mí, no me previne mejor? ¿Por qué creí de ligero a otros? Pero somos hombres, y hombres flacos y frágiles, aunque por muchos seamos estimados y llamados ángeles. Señor, ¿a quién creeré, a quién sino a Ti? Eres la verdad, que no puede engañar ni ser engañada. El hombre, al contrario, es falaz, flaco y resbaladizo, especialmente en palabras; de modo que con muy gran dificultad se debe creer lo que parece recto a la primera vista.

4. Cuán prudentemente nos avisaste que nos guardásemos de los hombres: que los amigos del hombre son los de su casa, y que no diésemos crédito al que nos dijese: A Cristo míralo aquí o míralo allí. He escarmentado en mí mismo: ¡ojalá sea para mi mayor cautela, y no para continuar con mi imprudencia! Cuidado, me dice uno, cuidado, reserva lo que te digo. Y mientras yo lo callo, y creo que está oculto, él no pudo callar el secreto que me confió, sino que me descubrió a mí y a sí mismo, y se marchó. Defiéndeme, Señor, de aquestas ficciones, y de hombres tan indiscretos, para que nunca caiga en sus manos ni yo incurra en semejantes cosas. Pon en mi boca las palabras verdaderas y fieles, y desvía lejos de mí las lenguas astutas. De lo que no puedo sufrir, me debo guardar mucho.

5. ¡Oh, cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no creerlo todo fácilmente, ni hablarlo después con ligereza: descubrirse a pocos, buscarte siempre a Ti, que miras al corazón, y no moverse por cualquier viento de palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores se acaben y perfecciones según el beneplácito de tu voluntad! ¡Cuán seguro es para conservar la gracia celestial huir la vana apariencia, y no codiciar las cosas visibles que causen admiración, sino seguir con toda diligencia las cosas que dan fervor y enmienda de vida! ¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de tiempo! ¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada en silencio en esta vida frágil, que toda es malicia y tentación!

§3.46. De la confianza que debemos tener en Dios cuando nos dicen injurias.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, está firme y espera en Mí. ¿Qué son las palabras sino palabras? Vuelan por el aire, mas no mellan una piedra. Si estás culpado, determina enmendarte. Si no hallas en ti culpa, llévalo con gusto por Dios. Muy poco es el que sufras alguna vez siquiera malas palabras, ya que aún no puedes tolerar grandes golpes. Y ¿por qué tan pequeñas cosas te llegan al corazón, sino porque aún eres carnal, y miras mucho más a los hombres de lo que conviene? Porque temes ser despreciado, por esto no quieres ser reprendido de tus faltas, y buscas la sombra de las excusas.

2. Considérate mejor, y conocerás que aún vive en ti, el amor del mundo, y el deseo vano de agradar a los hombres. Porque en huir de ser abatido y confundido por tus defectos, se muestra hoy claro que no eres humilde verdadero, ni estás del todo muerto al mundo, ni el mundo está a ti crucificado. Mas oye mis palabras y no cuidarás de cuantas te dijeren los hombres. Dime: si se diere contra ti todo cuanto maliciosamente se pudiera fingir, ¿qué te dañaría, si lo dejases pasar y lo despreciases enteramente? Por ventura, ¿te podrías arrancar un cabello?

3. Mas el que no está dentro de su corazón, ni me tiene a Mí delante de sus ojos, presto se mueve por una palabra de menosprecio; pero el que confía en Mí, y no desea su propio parecer, vivirá sin temer a los hombres. Porque Yo soy el Juez y conozco todos los secretos; Yo sé cómo pasan las cosas; Yo conozco muy bien al que hace la injuria, y también al que la sufre. De Mí sale esta palabra; permitiéndolo Yo acaece esto, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones. Yo juzgo al culpable y al inocente; pero quise probar primero al uno y al otro con juicio secreto.

4. El testimonio de los hombres muchas veces engaña: mi juicio es verdadero, firme, y no se revoca. Muchas veces está escondido, y pocos lo penetran en todo: pero nunca yerra, ni puede errar, aunque a los ojos de los necios no parezca recto. A Mí, pues, habéis de recurrir en cualquier juicio y no confiar en el propio saber. Porque el justo no se turbará por cosas que Dios envíe sobre él; y si algún juicio fuere dicho contra él injustamente, no se inquietará por ello. Ni se ensalzará vanamente, si otros le defendieren sin razón. Porque sabe que Yo soy quien escudriño los corazones y los pensamientos, y que no juzgo según el exterior y apariencia humana. Antes muchas veces se halla a mis ojos culpable el que al juicio humano parece digno de alabanza.

Habla el Alma:

5. Señor Dios, justo juez, fuerte y paciente, que conoces la flaqueza y maldad de los hombres, sé Tú mi fortaleza y toda mi confianza, pues no me basta mi conciencia. Tú sabes lo que yo no sé: por eso me debo humillar en cualquier reprensión y llevarla con mansedumbre. Perdóname también, Señor piadoso, todas las veces que no lo hice así, y dame gracia de mayor sufrimiento para otra vez. Porque mejor me está tu misericordia copiosa para alcanzar perdón, que mi presumida justificación para defender lo oculto de mi conciencia. Y aunque ella nada me acuse, no por esto me puedo tener por justo; porque quitada tu misericordia, no será justificado en tu acatamiento ningún viviente.

§3.47. Todas las cosas pasadas se deben padecer por la vida eterna.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, no te quebranten los trabajos que has tomado por Mí, ni te abatan del todo las tribulaciones; mas mi promesa te esfuerce y consuele en todo lo que viniere. Yo basto para galardonarte sobre toda manera y medida. No trabajarás aquí mucho tiempo, ni serás agravado siempre de dolores. Espera un poquito y verás cuán presto se pasan los males. Vendrá una hora cuando cesará todo trabajo e inquietud. Poco y breve es todo lo que pasa con el tiempo.

2. Atiende a tu negocio, trabaja fielmente en mi viña, que yo seré tu galardón. Escribe, lee, canta, suspira, calla, ora, sufre varonilmente lo adverso; la vida eterna digna es de esta y de otras mayores peleas. Vendrá la paz un día que el Señor sabe, el cual no se compondrá de día y noche como en esta vida temporal, sino de luz perpetua, claridad infinita, paz firme y descanso seguro. No dirás entonces: ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? Ni clamarás: ¡Ay de mí que se ha dilatado mi destierro! Porque la muerte estará destruida, y la salud vendrá sin defecto; ninguna congoja habrá ya, sino bienaventurada alegría, compañía dulce y hermosa.

3. ¡Oh! ¡Si vieses las coronas eternas de los Santos en el cielo, y de cuánta gloria gozan ahora los que eran en este mundo despreciados, y tenidos por indignos de vivir! Por cierto luego te humillarías hasta la tierra, y desearías más estar sujeto a todos, que mandar a uno solo. Y no codiciarías los días placenteros de esta vida: sino antes te alegrarías de ser atribulado por Dios, y tendrías por grandísima ganancia ser tenido por nada entre los hombres.

4. ¡Oh! Si gustases aquestas cosas, y las rumiases profundamente en tu corazón, ¿cómo te atreverías a quejarte ni una sola vez? ¿No te parece que son de sufrir todas las cosas trabajosas por la vida eterna? No es cosa de poco momento ganar o perder el reino de Dios. Levanta, pues, tu rostro al cielo: mírame a Mí, y conmigo a todos los Santos, los cuales tuvieron graves combates en este siglo; ahora se regocijan, y están consolados y seguros; ahora descansan en paz, y permanecerán conmigo sin fin en el reino de mi Padre.

§3.48. Del día de la eternidad y de las angustias de esta vida.

Habla el Alma:

1. ¡Oh bienaventurada mansión de la ciudad soberana! ¡Oh día clarísimo de la eternidad, que no obscurece la noche, sino que siempre le alumbra la pura verdad, día siempre alegre, siempre seguro, y siempre sin mudanza! ¡Oh, si ya amaneciese este día, y desapareciesen todas estas cosas temporales! Alumbra por cierto a los Santos con una perpetua claridad, mas no así a los que están en esta peregrinación sino de lejos, y como en figura.

2. Los ciudadanos del cielo saben cuán alegre sea aquel día; los desterrados hijos de Eva gimen de ver que éste sea tan amargo y lleno de tedio. Los días de este mundo son pocos y malos, llenos de dolores y angustias, donde el hombre se ve manchado con muchos pecados; enredado en muchas pasiones, angustiado de muchos temores, ocupado con muchos cuidados, distraído con muchas curiosidades, complicado en muchas vanidades, envuelto en muchos errores, quebrantado con muchos trabajos; las tentaciones lo acosan, los placeres lo afeminan, la pobreza le atormenta.

3. ¡Oh, cuándo se acabarán todos estos males! ¡Cuándo me veré libre de la servidumbre de los vicios! ¡Cuándo me acordaré, Señor, de Ti solo! ¡Cuándo me alegraré cumplidamente en Ti! ¡Cuándo estaré sin ningún impedimento en verdadera libertad, y sin ninguna molestia de alma y cuerpo! ¡Cuándo tendré firme paz, paz imperturbable y segura; paz por dentro y por fuera; paz del todo permanente! ¡Oh buen Jesús! ¡Cuándo estaré para verte! ¡Cuándo contemplaré la gloria de tu reino! ¡Cuándo me serás todo en todas las cosas! ¡Cuándo estaré contigo en tu reino, el cual preparaste desde la eternidad para tus escogidos! Me han dejado acá, pobre y desterrado en tierra de enemigos, donde hay continuas peleas y grandes calamidades.

4. Consuela mi destierro, mitiga mi dolor, porque a Ti suspira todo mi deseo. Todo el placer del mundo es para mí pesada carga. Deseo gozarte íntimamente; mas no puedo conseguirlo. Deseo estar unido con las cosas celestiales; pero me abaten las temporales y las pasiones no mortificadas. Con el espíritu quiero elevarme sobre todas las cosas; pero la carne me violenta a estar debajo de ellas. Así yo, hombre infeliz, peleo conmigo, y me soy enfadoso a mí mismo, viendo que el espíritu busca lo de arriba, y la carne lo de abajo.

5. ¡Oh Señor, cuanto padezco cuando revuelvo en mi pensamiento las cosas celestiales, y luego se me ofrece un tropel de cosas del mundo! Dios mío, no te alejes de mí, ni te desvíes con ira de tu siervo. Resplandezca un rayo de tu claridad, y destruya estas tinieblas; envía tus saetas, y contúrbense todas las asechanzas del enemigo. Recoge todos mis sentidos en Ti; hazme olvidar todas las cosas mundanas, otórgame desechar y apartar de mí aun las sombras de los vicios. Socórreme, Verdad eterna, para que no me mueva vanidad alguna. Ven, suavidad celestial, y huya de tu presencia toda torpeza.

6. Perdóname también y mírame con misericordia todas cuantas veces pienso en la oración alguna cosa fuera de Ti. Pues confieso ingenuamente que acostumbro a estar muy distraído. De modo que muchas veces no estoy allí donde se halla mi cuerpo en pie o sentado, sino más bien allá donde me lleva mi pensamiento. Allí estoy donde está mi pensamiento; allí está mi pensamiento a menudo donde está lo que amo. Al punto me ocurre lo que naturalmente deleita o agrada por la costumbre.

7. Por lo cual, Tú, Verdad eterna, dijiste: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Si amo al cielo, con gusto pienso en las cosas celestiales. Si amo el mundo, alégrome con sus prosperidades, y me entristezco con sus adversidades. Si amo la carne, muchas veces pienso en las cosas carnales. Si amo el espíritu, recréome en pensar cosas espirituales. Porque de todas las cosas que amo, hablo y oigo con gusto, y lleno conmigo a mi casa las ideas de ellas. Pero bienaventurado aquel por tu amor da repudio a todo lo criado; que hace fuerza a su natural, y crucifica los apetitos carnales con el fervor del espíritu, para que, serena su conciencia, te ofrezca oración pura, y sea digno de estar entre los coros angélicos, desechadas dentro y fuera de sí todas las cosas terrenas.

§3.49. Del deseo de la vida eterna, y cuántos bienes están prometidos a los que pelean.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, cuando sientes en ti algún deseo de la eterna bienaventuranza, y deseas salir de la cárcel del cuerpo, para poder contemplar mi claridad sin sombra de mudanzas, dilata tu corazón y recibe con todo amor esta santa inspiración. Da muchas gracias a la soberana bondad que así se digna favorecerte, visitarte con clemencia, moverte con eficacia, sostenerte con vigor, para que no te deslices por tu propio peso a las cosas terrenas. Porque esto no lo recibes por tu diligencia o fuerzas, sino por sólo el querer de la gracia soberana y del agrado divino, para que aproveches en virtudes y en mayor humildad, y te prepares para los combates que te han de venir, y trabajes por llegarte a Mí de todo corazón, y servirme con ardiente voluntad.

2. Hijo, muchas veces arde el fuego, pero no sube la llama sin humo. Así los deseos de algunos se encienden a las cosas celestiales; mas aún no están libres del amor carnal. Y por eso no obran sólo por la honra de Dios puramente, aun en lo que con tan gran deseo me piden. Tal suele ser algunas veces tu deseo, el cual mostraste con tanta importunidad. Pues no es puro ni perfecto lo que va inficionado de propio interés.

3. Pide, no lo que es para ti deleitable y provechoso, sino lo que es para Mí aceptable y honroso; por que, si rectamente juzgas, debes seguir y anteponer mi voluntad a tu deseo y a cualquiera cosa deseada. Conozco tu deseo, y he oído tus continuos gemido. Ya quisieras estar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios; ya te deleita la casa eterna, y la patria celestial te llena de gozo; pero aún no es venida esa hora, aún resta otro tiempo, tiempo de guerra, tiempo de trabajo y de prueba. Deseas gozar del sumo bien; mas no lo puedes alcanzar ahora. Yo soy: espérame, dice el Señor, hasta que venga el reino de Dios.

4. Has de ser probado aún en la tierra, y ejercitado en muchas cosas. Algunas veces serás consolado, pero no te será dada satisfacción cumplida. Esfuérzate, pues, y aliéntate así a hacer como a padecer cosas repugnantes a la naturaleza. Conviene que te vistas de un hombre nuevo, y te vuelvas un varón constante. Es preciso hacer muchas veces lo que no quieres, y dejar lo que quieres. Lo que agrada a otros, progresará; lo que a ti te contenta, no se hará. Lo que dicen otros, será oído; lo que dices tú, será reputado por nada. Pedirán otros, y recibirán; tú pedirás, y no alcanzarás.

5. Otros serán grandes en boca d los hombres; de ti no se hará cuenta. A otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido por inútil. Por esto se contristará alguna vez la naturaleza; y no harás poco si lo sufrieres callando. En estas y otras cosas semejantes es probado el siervo fiel del Señor, para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo. Apenas se hallará cosa en que más necesites morir a ti mismo, que en ver y sufrir cosas repugnantes a tu voluntad, principalmente cuando parece conforme y menos útil lo que te mandan hacer. Y porque tú, siendo inferior, no osas resistir a la voluntad de tu superior, por eso te parece cosa dura andar pendiente de la voluntad de otro y dejar tu propio parecer.

6. Mas considera, hijo, el fin cercano de estos trabajos, el fruto de ellos y su grandísimo premio; y no te serán pesados, sino un gran consuelo de tu paciencia. Pues por esta poca voluntad que ahora dejas de grado, poseerás para siempre tu voluntad en el cielo. Allí, pues, hallarás todo lo que quisieres, y cuanto pudieres desear. Allí tendrás en tu poder todo el bien, sin miedo de perderlo. Allí, tu voluntad, unida con la mía para siempre, no apetecerá cosa alguna contraria o propicia. Allí ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie te embarazará, nada se te opondrá; sino que todas las cosas que deseares las disfrutarás juntas, y llenarán y colmarán tus deseos. Allí te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de gloria por la aflicción, y por el ínfimo lugar la silla del reino eterno. Allí se verá el fruto de la obediencia, aparecerá muy alegre el trabajo de la penitencia, y la humilde sumisión será gloriosamente coronada.

7. Inclínate, pues, humildemente bajo la mano de todos, y no cuides de mirar quién lo dijo, o quién lo mandó. Sino procura con gran cuidado que, ya sea superior, inferior, o igual, el que algo te exigiere o insinuare, todo lo tengas por bueno, y cuides de cumplirlo con sincera voluntad. Busque cada uno lo que quisiere; gloríese este en esto, y aquel en lo otro, y sea alabado mil millares de veces; mas tú no te alegre ni en esto ni en aquello, sino en el desprecio de ti mismo, y en sola mí voluntad y honra. Una cosa debes desear, y es que, en vida o en muerte, sea Dios siempre glorificado en ti.

§3.50. Cómo se debe ofrecer en las manos de Dios el hombre desconsolado.

Habla el Alma:

1. Señor, Dios, Padre santo: ahora y para siempre seas bendito, que como Tú quieres así se ha hecho, y lo que haces es bueno. Alégrese tu siervo en Ti, no en sí, ni en otro alguno: porque Tú sólo eres alegría verdadera: Tú esperanza mía y corona mía: Tú, Señor, eres mi gozo y mi premio. ¿Qué tiene tu siervo sino lo que recibió de Ti, aun sin merecerlo? Tuyo es todo lo que me has dado y has hecho conmigo. Pobres soy y lleno de trabajos, desde mi juventud; y mi alma se entristece algunas veces hasta llorar; y otras veces se turba contigo por las pasiones que la acosas.

2. Deseo el gozo de la paz; la paz de tus hijos pido, que son recreados por Ti en la luz de la consolación. Si me das paz, si derramas en mí un santo gozo, estará el alma de tu siervo llena de alegría, y devota para alabarte. Pero si te apartares, como muchas veces lo haces, no podrá correr por el camino de tus mandamientos, sino que hincará las rodillas para herir su pecho; porque no le va como los días anteriores cuando resplandecía tu luz sobre su cabeza, y era defendida de las tentaciones impetuosas debajo de la sombra de tus alas.

3. Padre justo y siempre laudable, llegó la hora en que tu siervo debe ser probado. Padre amable, justo es que tu siervo padezca algo por Ti en esta hora. Padre para siempre adorable, ya ha llegado la hora que habías previsto desde la eternidad, en la cual tu siervo este abatido en lo exterior un corto tiempo, mas para que viva siempre interiormente contigo. Despreciado sea y humillado un poco, y decaiga delante de los hombres; sea consumido de pasiones y enfermedades, para que vuelva nuevamente a verse contigo en la aurora de una nueva luz, y sea ilustrado en las cosas celestiales. ¡Padre santo! Así lo ordenaste Tú, así lo quisiste; y lo que mandaste se ha hecho.

4. Esta es, pues, la gracia que haces a tu amigo, que padezca, y sea atribulado por tu amor en este mundo por cualquiera, y cuantas veces lo permitieres. Sin tu consejo y providencia y sin causa, nada se hace en la tierra. Bueno es para mí, Señor, que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones, y destierre de mi corazón toda soberbia y presunción. Provechoso es para mí que la confusión haya cubierto mi rostro, para que así te busque a Ti para consolarme, y no a los hombres. También aprendí en esto a temblar de tu inescrutable juicio, que afliges así al justo como al impío, aunque no sin equidad y justicia.

5. Gracias te doy porque no me escaseaste los males; sino que me afligiste con amargos azotes, enviándome dolores y angustias interiores y exteriores. No hay quien me consuele debajo del cielo sino Tú, Señor Dios mío, médico celestial de las almas, que hieres y sanas, pones en grandes tormentos y libras de ellos. Sea tu corrección sobre mí, y tu mismo castigo me enseñará.

6. Padre amado, vesme aquí en tus manos; yo me inclino bajo la vara de tu corrección. Hiere mis espaldas y mi cerviz para que enderece mis torcidas inclinaciones a tu voluntad. Hazme piadoso y humilde discípulo como sueles hacerlo, para que ande siempre pendiente de tu voluntad. Me entrego enteramente a Ti con todas mis cosas para que las corrijas. Más vale ser corregido aquí que en la otra vida. Tú sabes todas y cada una de las cosas, y no se te esconde nada en la humana conciencia. Antes que suceda, sabes lo venidera, y no hay necesidad que alguno te enseñe o avise de las cosas que se hacen en la tierra. Tú sabes lo que conviene para mi adelantamiento, y cuánto me aprovecha la tribulación para limpiar el orín de los vicios. Haz conmigo tu voluntad y gusto, y no deseches mi vida pecaminosa, a ninguno mejor ni más claramente conocida que a Ti solo.

7. Concédeme, Señor, saber lo que se debe saber; amar lo que se debe amar; alabar lo que a Ti es agradable; estimar lo que te parece precioso; aborrecer lo que a tus ojos es feo. No permitas que juzgue según la vista de los ojos exteriores, ni que sentencie según el oído de los hombres ignorantes; sino dame gracia para que pueda discernir con verdadero juicio entre lo visible y lo espiritual, y sobre todo, buscar siempre la voluntad de tu divino beneplácito.

8. Muchas veces se engañan los hombres en sus opiniones y juicios, y los mundanos se engañan también en amar solamente lo visible. ¿Qué tiene de mejor el hombre porque otro le alabe? El falaz engaña al falaz, el vano al vano, el ciego al ciego, el enfermo al enfermo, cuando lo ensalza; y verdaderamente más le confunde cuando vanamente le alaba. Porque cuanto es cada uno en tus ojos, tanto es y no más, dice el humilde San Francisco.

§3.51. Que debemos emplearnos en ejercicios humildes cuando no podemos en los sublimes.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, no puedes permanecer siempre en el deseo fervoroso de las virtudes, ni perseverar en el más alto grado de la contemplación; sino que es necesario por el vicio original, que desciendas alguna vez a cosas bajas, y también a llevar la carga de esta vida corruptible, aunque te pese y fastidie. Mientras lleves el cuerpo mortal, sentirás tedio e inquietud de corazón. Es preciso, pues, mientras vives en carne, gemir muchas veces por el peso de la carne, porque no puedes ocuparte perfectamente en los ejercicios espirituales en la divina contemplación.

2. Entonces conviene que te emplees en ejercicios humildes y exteriores, consolándote con hacer buenas obras; y espera mi venida y la visita del cielo con firme confianza; sufre con paciencia tu destierro, y la sequedad del espíritu, hasta que otra vez yo te visite, y seas libre de toda congoja. Porque te haré olvidar las penas, y que goces de gran serenidad interior. Yo extenderé delante de ti los prados de las Escrituras, para que, dilatado tu corazón, corras la carrera de mis mandamientos. Entonces dirás: No son comparables las penas de este tiempo con la gloria que se nos descubrirá.

§3.52. Que el hombre no se repute por digno de consuelo, sino de castigo.

Habla el Alma:

1. Señor, no soy digno de tu consolación ni de ninguna visita espiritual; y por eso justamente lo haces conmigo cuando me dejas pobre y desconsolado. Porque aunque yo pudiese derramar un mar de lágrimas, aún no merecería tu consuelo. Por eso yo soy digno de ser afligido y castigado; porque te ofendí gravemente y muchas veces, y pequé mucho, y de muchas maneras. Así que, bien mirado, no soy digno de la menor consolación. Mas Tú, Dios clemente y misericordioso, que no quieres que tus obras perezcan, para manifestar las riquezas de tu bondad en los vasos de tu misericordia aun sobre todo merecimiento, tienes por bien de consolar a tu siervo de un modo sobrenatural. Porque tus consolaciones no son ilusorias como las humanas.

2. ¿Qué he hecho, Señor, para que Tú me dieses ninguna consolación celestial? Yo no me acuerdo haber hecho ningún bien; sino que he sido siempre inclinado a vicios, y muy perezoso para enmendarme. Esto es verdad, y no puedo negarlo. Si dijese otra cosa, Tú estarías contra mí, y no habría quien me defendiese. ¿Qué he merecido por mis pecados, sino el infierno y el fuego eterno? Conozco en verdad que soy digno de todo escarnio y menosprecio; ni merezco ser contado entre tus devotos. Y aunque me incomode este lenguaje, no dejaré de acusar mis pecados contra mí, y en favor de la verdad, para que más fácilmente merezca alcanzar tu misericordia.

3. ¿Qué diré yo pecador, y lleno de toda confusión? No tengo boca para hablar sino sola esta palabra: Pequé, Señor, pequé; ten misericordia de mí; perdóname. Déjame un poco para que llore mi dolor, antes que vaya a la tierra tenebrosa y cubierta de obscuridad de muerte. ¿Qué es lo que principalmente exiges del culpable y miserable pecador, sino que se convierta y se humille por sus pecados? De la verdadera contrición y humildad de corazón nace la esperanza de ser perdonado, se reconcilia la conciencia turbada, reparase la gracia perdida, se defiende el hombre de la ira venidera, y se juntan en santa paz Dios y el alma contrita.

4. Señor, el humilde arrepentimiento de los pecados es para Ti sacrificio muy acepto, que huele más suavemente en tu presencia, que el incienso. Este es también el ungüento agradable que Tú quisiste que se derramase sobre tus sagrados pies; porque nunca desechaste el corazón contrito y humillado. Allí está el lugar del refugio para el que huye del enemigo; allí se enmienda y limpia lo que en otro lugar se erró y se manchó.

§3.53. La gracia de Dios no se mezcla con el gusto de las cosas terrenas.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, mi gracia es preciosa, no admite mezcla de cosas extrañas, ni de consolaciones terrenas. Conviene desviar todos los impedimentos de la gracia, si deseas que se te infunda. Busca lugar secreto para ti; desea estar a solas contigo; deja las conversaciones, y ora devotamente a Dios, para que te dé compunción de corazón y pureza de conciencia. Reputa por nada todo el mundo, y prefiere a todas las cosas exteriores el ocuparte en Dios. Porque no podrás ocuparte en Mí, y juntamente deleitarte en lo transitorio. Conviene desviarse de conocidos y de amigos, y tener el espíritu retirado de todo placer temporal. Así desea que se abstengan todos los fieles cristianos el apóstol San Pedro, portándose como extranjeros y peregrinos en este mundo.

2. ¡Oh, cuánta confianza tendrá en la muerte aquel que no tiene afición a cosa alguna de este mundo! Pero tener así el corazón desprendido de todas las cosas, no lo alcanza el alma todavía enferma; ni el hombre carnal conoce la libertad del hombre espiritual. Mas si quiere ser verdaderamente espiritual, es preciso que renuncie a los extraños y a los allegados, y que de nadie se guarde más que de sí mismo. Si a ti te vences perfectamente, todo lo demás lo sujetarás con más facilidad. La perfecta victoria es vencerse a sí mismo. Porque el que se tiene sujeto a sí mismo, de modo que la sensualidad obedezca la razón, y la razón me obedezca a Mí en todo, este es verdaderamente vencedor de sí y señor del mundo.

3. Si deseas subir a esta cumbre, conviene comenzar varonilmente, y ponerla segura a la raíz, para que arranques y destruyas la oculta desordenada inclinación que tienes a ti mismo, y a todo bien propio y corporal. De este amor desordenado que se tiene el hombre a sí mismo, depende casi todo lo que se ha de vencer radicalmente: vencido y señoreado este mal, luego hay gran paz y sosiego. Mas porque pocos trabajan en morir perfectamente a sí mismo, y no salen enteramente de su propio amor, por eso se quedan envueltos en sus afectos, y no se pueden levantar sobre sí en espíritu. Pero el que desea andar libre conmigo, es necesario que mortifique todas sus malas y desordenadas aficiones, y que no se pegue a criatura alguna con amor apasionado.

§3.54. De los diversos movimientos de la naturaleza y de la gracia.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, mira con vigilancia los movimientos de la naturaleza y de la gracia, porque son muy contrarios y sutiles, de modo que con dificultad son conocidos sino por varones espirituales e interiormente alumbrados. Todos desean el bien, y en sus dichos y hechos buscan alguna bondad; por eso muchos se engañan con color del bien.

2. La naturaleza es astuta, atrae a sí a muchos, los enreda y engaña, y siempre se pone a sí misma por fin. Mas la gracia anda sin doblez, se desvía de toda apariencia de mal, no pretende engañar, sino que hace todas las cosas puramente por Dios, en quien descansa como en su fin.

3. La naturaleza no quiere ser mortificada de buena gana, ni estrechada, ni vencida, ni sometida de grado. Mas la gracia estudia en la propia mortificación, resiste a la sensualidad, quiere estar sujeta, desea ser vencida, no quiere usar de su propia libertad, apetece vivir bajo una estrecha observancia, no codicia señorear a nadie, sino vivir y servir, y estar debajo de la mano de Dios; por Dios está pronta a obedecer con toda humildad a cualquiera criatura humana.

4. La naturaleza trabaja por su conveniencia, y tiene la mira a la utilidad que le puede venir. Pero la gracia no considera lo que le es útil y conveniente, sino lo que aprovecha a muchos.

5. La naturaleza recibe con gusto la honra y la reverencia. Mas la gracia atribuye fielmente a sólo Dios toda honra y gloria.

6. La naturaleza teme la confusión y el desprecio. Pero la gracia se alegra en padecer injurias por el nombre de Jesús.

7. La naturaleza ama el ocio y la quietud corporal. Más la gracia no puede estar ociosa; antes abraza de buena voluntad el trabajo.

8. La naturaleza busca tener cosas curiosas y hermosas, y aborrece las viles y groseras. Mas la gracia se deleita con cosas llanas y bajas, no desecha las ásperas, ni rehúsa el vestir ropas viejas.

9. La naturaleza mira lo temporal, y se alegra de las ganancias terrenas, se entristece del daño, y enojase con cualquier palabra o injuria. Pero la gracia mira lo eterno, no está pegada a lo temporal, ni se turba cuando la pierde, ni se exaspera con las palabras ofensivas; porque puso su tesoro y gozo en el cielo, donde ninguna cosa perece.

10. La naturaleza es codiciosa, y de mejor gana toma que da; ama sus cosas propias y particulares. Mas la gracia es piadosa y común para todos, huye la singularidad, contentase con poco, tiene por mayor felicidad el dar que el recibir.

11. La naturaleza nos inclina a las criaturas, a la propia carne, a la vanidad y a las distracciones. Pero la gracia nos lleva a Dio y a las virtudes, renuncia las criaturas, huye el mundo, aborrece los deseos de la carne, refrena los pasos vanos, avergüénzase de parecer en público.

12. La naturaleza toma de buena gana cualquier placer exterior en que deleite sus sentidos. Pero la gracia en solo Dios se quiere consolar, y deleitarse en el sumo bien sobre todo lo visible.

13. La naturaleza, cuanto hace, es por su propia utilidad y conveniencia; no puede hacer cosa de balde, sino que espera alcanzar otro tanto o más, o si no, alabanza o favor por el bien que ha hecho; y desea que sean sus obras y sus dádivas muy ponderadas. Mas la gracia ninguna cosa temporal busca, ni quiere otro premio, sino a solo Dios; y de lo temporal no quiere más que cuanto basta para conseguir lo eterno.

14. La naturaleza se complace en sus muchos amigos y parientes, se gloria de su noble nacimiento y distinguido linaje, halaga a los poderosos, lisonjea a los ricos, aplaude a los iguales. Pero la gracia ama aun a los enemigos y no se engríe por los muchos amigos, ni hace caso de propio nacimiento y linaje, si en el no hay mayor virtud. Favorece más al pobre que al rico; se acomoda mas bien al inocente que al poderoso; se alegra con el veraz, no con el engañoso. Exhorta siempre a los buenos a que aspiren a gracias mejores, y se asemejen al Hijo de Dios por sus virtudes.

15. La naturaleza luego se queja de la necesidad y del trabajo. Pero la gracia lleva con buen rostro la pobreza.

16. La naturaleza todo lo dirige a sí misma, y por sí pelea y porfía. Mas la gracia todo lo refiere a Dios, de donde originalmente mana, ningún bien se arroga ni se atribuye a sí misma. No porfía, ni prefiere su modo de pensar al de los otros; sino que en todo dictamen y opinión se sujeta a la sabiduría eterna y al divino examen.

17. La naturaleza apetece saber secreto y oír novedades; quiere aparecer en público, y observar mucho por los sentidos; desea ser conocida, y hacer cosas de donde le proceda alabanza y fama. Pero la gracia no cuida de oír cosas nuevas ni curiosas; porque todo esto nace de la corrupción antigua, y no hay cosa nueva ni durable sobre la tierra. Enseña a recoger los sentidos, a huir la vana complacencia y ostentación, esconder humildemente lo que tenga digno de admiración o alabanza, y buscar en todas las cosas y en toda ciencia fruto de utilidad, y alabanza y honra de Dios. No quiere que ella ni sus cosas sean pregonadas; sino que Dios sea glorificado en sus dones, que los da todos con purísimo amor.

18. Esta gracia es una luz sobrenatural, y un don especial de Dios; y propiamente la marca de los escogidos, y la prenda de la salvación eterna, la cual levanta al hombre de lo terreno a amar lo celestial, y de carnal lo hace espiritual. Así que, cuanto más apremiada sea la naturaleza, tanto mayor gracia se infunde, y cada día es reformado el hombre interior según la imagen de Dios con nuevas visitaciones.

§3.55. De la corrupción de la naturaleza, de la eficacia de la gracia divina.

Habla el Alma:

1. Señor, Dios mío, que me criaste a tu imagen y semejanza, concédeme aquesta gracia, que declaraste ser tan grande y necesaria para la salvación; a fin de que yo pueda vencer mi perversa naturaleza, que me arrastra a los pecados y a la perdición. Pues yo siento en mi carne la ley del pecado, que contradice a la ley de mi alma, y me lleva cautivo a obedecer en muchas cosas a la sensualidad y no pudo resistir a sus pasiones, si no me asiste tu santísima gracia, eficazmente infundida en mi corazón.

2. Necesaria tu gracia, y grande gracia, para vencer la naturaleza inclinada siempre a lo malo desde su juventud. Porque abatida en el primer hombre Adán, y viciada por el pecado, pasa a todos los hombres la pena de esta mancha; de suerte que la misma naturaleza, que fue criada por Ti buena y derecha, ya se toma por el vicio y enfermedad de la naturaleza corrompida; por que el mismo movimiento suyo que le quedó, la induce al mal y a lo terreno. Pues la poca fuerza que le ha quedado, es como una centellita escondida en la ceniza. Esta es la razón natural, cercada de grandes tinieblas; pero capaz todavía de juzgar del bien y del mal, y de discernir lo verdadero de lo falso; aunque no tiene fuerza para cumplir todo lo que le parece bueno, ni usa de la perfecta luz de la verdad ni tiene sanas sus aficiones.

3. De aquí viene, Dios mío, que yo, según el hombre interior, me deleito en tu ley, sabiendo que tus mandamientos son buenos, justos y santos, juzgando también que todo mal y pecado se debe huir. Pero con la carne sirvo a la sensualidad más que a la razón. Así es también que propongo frecuentemente hacer muchas buenas obras; pero como falta la gracia para ayudar a mi flaqueza, con poca resistencia vuelvo atrás y desfallezco. Por la misma causa sucede que conozco el camino de la perfección, y veo con bastante claridad como debo obrar. Mas agradado del peso de mi propia corrupción no me levanto a cosas más perfectas.

4. ¡Oh, cuán necesaria me es, Señor, tu gracia, para comenzar el bien, continuarlo y perfeccionarlo! Porque sin ella ninguna cosa puedo hacer; pero en Ti todo lo puedo, confortado con la gracia. ¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin la cual nada son los merecimientos propios, ni se han de estimar en algo los dones naturales! Ni las artes, ni las riquezas, ni la hermosura, ni el ingenio o la elocuencia valen delante de Ti, Señor, sin tu gracia. Porque los dones naturales son comunes a buenos, y a malos; más la gracia y la caridad es don propio de los escogidos, y con ella se hacen dignos de la vida eterna. Tan encumbrada es esta gracia, que ni el don de la profecía, ni el hacer milagro, o algún otro saber, por sutil que sea, es estimado en algo sin ella. Ni aun la fe ni la esperanza, ni las otras virtudes son aceptas a Ti, sin caridad ni gracia.

5. ¡Oh beatísima gracia, que al pobre de espíritu lo haces rico en virtudes, y al rico en muchos bienes vuelves humilde de corazón! Ven, desciende a mi, lléname luego de tu consolación, para que no desmaye mi alma de cansancio y sequedad de corazón. Suplícote, Señor, que halle gracia en tus ojos, pues me basta, aunque me falte todo lo que la naturaleza desea. Si fuere tentado y atormentado de muchas tribulaciones, no temeré los males, estando tu gracia conmigo. Ella es fortaleza, ella me da consejo y favor. Mucha más poderosa es que todos los enemigos, y mucho más sabia que todos los sabios.

6. Ella enseña la verdad, la ciencia, alumbra el corazón, consuela en las aflicciones, destierra la tristeza, quita el temor, alimenta la devoción produce lágrimas afectuosas. ¿Qué soy yo sin la gracia, sino un madero seco, y un tronco inútil y desechado? Asísteme, pues, Señor, tu gracia para estar siempre atento a emprender, continuar y perfeccionar buenas obras, por tu Hijo Jesucristo. Amén.

§3.56. Que debemos negarnos a nosotros mismos, y asemejarnos a cristo por la cruz.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, cuanto puedes salir de ti, tanto puedes pasarte a Mí. Así como no desear nada exteriormente, produce la paz interior; así el negarse interiormente, causa la unión con Dios. Quiero que aprendas la perfecta renuncia de ti mismo en mi voluntad, sin replica ni queja. sígueme: YO SOY CAMINO, VERDAD Y VIDA. Sin camino no hay por donde andar; sin verdad no podemos conocer;sin vida no hay quien pueda vivir. Yo soy el camino que debes seguir, la verdad que debes creer, la vida que debes esperar. Yo soy camino inviolable, verdad infalible, vida interminable. Yo soy camino muy derecho, verdad suma, vida verdadera, vida bienaventurada, vida increada. Si permanecieres en mi camino, conocerás la verdad, y la verdad te librará y alcanzarás la vida eterna.

2. Si quieres entrar en la vida, guarda mis mandamientos. Si quieres conocer la verdad, créeme a Mí. Si quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo. Si quieres poseer la vida bienaventurada, desprecia la presente. Si quieres ser ensalzado en el cielo, humíllate en el mundo. Si quieres reinar conmigo, lleva la cruz conmigo. Porque sólo los siervos de la cruz hallan el camino de la bienaventuranza y de la luz verdadera.

Habla el Alma:

3. Señor, pues tu camino es estrecho y despreciado en el mundo, concédeme que te imite en despreciar el mundo. Pues no es mejor el siervo que su señor, ni el discípulo es superior al maestro. Ejercitase tu siervo en tu vida, pues en ella esta mi salud, y la santidad verdadera. Cualquier cosa que fuera de ella oigo o no me recrea ni satisface cumplidamente.

Dice Jesucristo:

4. Hijo, pues sabes esto y lo has leído todo, si lo hicieres, serás bienaventurado. El que abraza mis mandamientos y los guarda,ese es el que me ama, y Yo le amaré, y le manifestaré a él,y le haré sentar conmigo en el reino de mi Padre.

Habla el Alma:

5. Señor, Jesús, como lo dijiste y prometiste, así se haga, y pueda yo merecerlo. Recibí de tu mano la cruz; yo la llevaré hasta la muerte, así como Tú me la pusiste. Verdaderamente la vida de l buen religioso es cruz, pero guía al paraíso. Ya hemos comenzado; no se debe volver atrás, ni conviene dejarla.

6. Ea, hermanos, vamos juntos, Jesús será con nosotros. Por Jesús tomamos esta cruz, por Jesús perseveremos en ella. Será nuestro auxiliador el que es nuestro capitán, y fue nuestro ejemplo Mirad a nuestro Rey que va delante de nosotros y peleará por nosotros. Sigámosle varonilmente, nadie tema los terrores estemos preparados a morir con animo en la batalla, y no demos tal afrenta a nuestra gloria, que huyamos de la cruz.

§3.57. No debe acobardarse demasiado el que cae en algunas faltas.

Dice Jesucristo:

1. Hijo, más me agradan la humildad y la paciencia en la adversidad que el mucho consuelo y devoción en la prosperidad. ¿Por qué te entristece una pequeña cosa dicha contra ti? Aunque más fuera, no debieras inquietarte. Mas ahora déjala pasar, porque es la primera, ni nueva, ni será la última si mucho vivieres. Harto esforzado eres cuando ninguna cosa contraria te viene. Aconsejas bien, y sabes alentar a otros con palabras; pero cuando viene a tu puerta alguna repentina tribulación, luego te falta consejo y esfuerzo. Mira tu gran fragilidad que experimentas a cada paso en pequeñas ocasiones; mas todo este mal que te sucede, redunda en tu salud.

2. Apártalo como mejor supieres de tu corazón, y si llegó a tocarte, no permitas que te abata, ni te lleve embarazado mucho tiempo. Sufre a lo menos con paciencia, si no puedes con alegría. Y si oyes algo contra tu gusto y te sientes irritado, refrénate, y no dejes salir de tu boca alguna palabra desordenada que pueda escandalizar a los inocentes. Presto se aquietará el ímpetu excitado de tu corazón: y el dolor interior se dulcifica con la vuelta de la gracia. Aún vivo Yo (dice el Señor) dispuesto para ayudarte y para consolarte más de lo acostumbrado, si confías en Mí y me llamas devoción.

3. Ten buen ánimo, y apercíbete para trances mayores. Aunque te veas muchas veces atribulado, o gravemente tentado, no por eso está ya todo perdido. ¿Cómo podrás tú estar siempre en un mismo estado de virtud, cuando le faltó al ángel en el cielo, y al primer hombre en el paraíso? Yo soy el que levanta con entera salud a los que lloran y traigo a mi divinidad los que lloran y traigo a mi divinidad los que conocen su flaqueza.

Habla el Alma:

4. Señor, bendita ea tu palabra, dulce para mi boca más que la miel y el panal. ¿Qué haría yo en tantas tribulaciones y angustias, si Tú no me animases con tus santas palabras? Con tal que al fin llegue yo al puerto de salvación ¿qué se me da de cuanto hubiere padecido? Dame buen fin; dame una dulce partida de este mundo. Acuérdate de mí, Dios mío, y guíame por camino derecho a tu reino. Amén.

§3.58. No se deben escudriñar las cosas altas y los juicios ocultos de Dios Jesucristo

1. Hijo, guárdate de disputar de materias altas, y de los secretos juicios de Dios; por qué uno es desamparado y otro tiene tantas gracias; por qué está uno muy afligido y otro tan altamente ensalzado. Estas cosas exceden a toda humana capacidad; y no basta razón ni disputa alguna para investigar el juicio divino. Por eso, cuando el enemigo te trajere esto al pensamiento, o algunos hombres curiosos lo preguntaren, responde aquello del profeta: justo eres, Señor, y justo tu juicio. y también: los juicios del Señor son verdaderos y justificados en sí mismos. Mis juicios han de ser temidos, no examinados; por que no se comprende con entendimiento humano.

2. Tampoco te pongas a inquirir o disputar de los merecimiento de los Santos, cuál sea más Santo o mayor en el reino de los cielos. Estas cosas muchas veces causan contiendas y disensiones sin provecho; aumentan también la soberbia y la vanagloria, de donde nacen envidias y discordias, cuando uno quiere preferir imprudentemente un Santo, y otro quiere a otro. Querer saber e inquirir tales cosas, ningún fruto trae, antes desagrada mucho a los Santos; por que Yo no soy DIOS de discordia, sino de paz; la cual consiste más en la verdadera humildad, que en la propia estimación.

3. Algunos con celo de amor se aficionan a unos Santos más que a otros; pero más por afecto humano que divino. Yo soy el que hice a todos los Santos; Yo les di la gracia; Yo les he dado la gloria. Yo sé los méritos de cada uno; Yo les previne con bendiciones de mi dulzura. Yo conocí mis amados antes de los siglos; Yo los escogí del mundo, y no ellos a Mí. Yo los llamé por gracia y atraje por misericordia; Yo les llevé por diversas tentaciones. Yo les envié grandes consolaciones, les di la perseverancia y coroné su paciencia. 4. Yo conozco al primero y al último.

Yo los abrazo a todos con amor inestimable. Yo soy digno de ser alabado en todos mis Santos, y ensalzado sobre todas las cosas; Yo debo ser honrado por cada uno de cuantos he engrandecido y predestinado, sin preceder algún merecimiento suyo. Por eso quien despreciare a uno de mis pequeñuelos, no honra al grande, porque yo hice al grande y al pequeño. Y el que quisiere deprimir alguno de los Santos, a Mí me deprime y a todos los demás del reino de los cielos. Todos son una misma cosa por vínculo de la caridad; todos tienen un mismo parecer y un mismo querer; y todos se aman recíprocamente.

5. Y sobre todo, más me aman a Mí que a sí mismos y a todos sus merecimientos. Porque elevados sobre sí libres de su propio amor, se pasan del todo al mío; y en él descansan y se regocijan con gozo inexplicable. No hay cosa que los pueda apartar ni declinar; porque llenos de la verdad eterna, arden en el fuego inextinguible de la caridad. Callen, pues, los hombres carnales y animales, y no disputen del estado de los Santos, pues no saben amar sino los gozos particulares. Quitan y ponen según su inclinación, no como agrada a la eterna verdad.

6. Muchos por efecto de ignorancia, especialmente los que se hallan con poca luz interior, con dificultad saben amar a alguno con perfecto amor espiritual. Y aun los lleva mucho el afecto natural, y la amistad humana, con la cual se inclinan más a unos que a otros; y así como sienten de las cosas terrenas, así imaginan de las celestiales. Mas hay grandísima diferencia entre lo que piensan los hombres imperfectos y lo que saben los varones espirituales por la revelación divina.

7. Guárdate, pues, hijo, de tratar curiosamente de las cosas que exceden a tu alcance: de lo que debes tratar es de que puedas ser siquiera el menor en el reino de Dios. Y aunque uno supiese quién es más Santo que otro, o el mayor en el reino del cielo, ¿de qué le serviría el saberlo, si no se humillase delante de Mí por este conocimiento, y no se levantase a alabar más puramente mi nombre? Mucho más agradable es a Dios el que piensa en la gravedad de sus propios pecados, y la poquedad de sus virtudes, y cuán lejos está de la perfección de los Santos, que el que porfía cuál será mayor o menor Santo. Mejor es rogar a los Santos con devotas oraciones y lágrimas, y con humilde corazón invocar su favor, que escudriñar sus secretos con inútil investigación.

8. Ellos están cumplidamente contentos, si los hombres saben contentarse y refrenar la vanidad de sus lenguas. No se glorían de sus propios merecimientos, pues que ninguna cosa buena se atribuyen a sí mismos; sino todo a Mí; porque yo les di todo cuanto tienen con mi infinita caridad. Llenos están de tanto amor de la divinidad, y de tal abundancia de gozos, que ninguna parte de gloria les falta, ni les puede faltar cosa alguna de bienaventuranza. Todos los Santos, cuanto más altos están en la gloria tanto más humildes son en sí mismos, y están más cercanos a Mí, y son más amados de Mí. Por lo cual está escrito que abatieron sus coronas delante de Dios, y se postraron sobre sus rostros delante del Cordero, y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.

9. Muchos preguntan quién es el mayor en el reino de Dios, que no saben si serán dignos de ser contados con los ínfimos. Gran cosa es ser en el cielo siquiera el menor, donde todos son grandes, porque todos se llamarán y serán hijos de Dios. El menor será grande entre mil, y el pecador de cien años morirá. Pues cuando preguntaban los discípulos quién fuese mayor en el reino de los cielos, tuvieron esta respuesta: Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por eso, cualquiera que se humillare como niño, aquel será el mayor en el reino del cielo.

10. ¡Ay de aquellos que se desdeñan de humillarse de voluntad con los pequeñitos; porque la puerta humilde y angosta del reino celestial no les permitirá entrar! ¡Ay también de los ricos, que tienen aquí sus deleites; porque cuando entraren los pobres en el reino de Dios, quedarán ellos fuera aullando y llorando a lágrima viva! Alegraos los humildes, y regocijaos los pobres, que vuestro es el reino de Dios, si andáis en el camino de la verdad.

§3.59. Toda la esperanza y confianza se debe poner en sólo Dios.

Habla el Alma:

1. Señor, ¿cuál es mi confianza en esta vida? o ¿cuál mi mayor contento de cuantos hay debajo del cielo? Por ventura ¿ no eres Tú mi Dios y Señor, cuyas misericordias no tienen número? ¿Dónde me fue bien sin Ti? o ¿cuándo me pudo ir mal estando Tú presente? Más quiero ser pobre por Ti, que rico sin Ti. Por mejor tengo peregrinar contigo en la tierra, que poseer sin Ti el cielo. Donde Tú estás, allí está el cielo, y donde no, el infierno y la muerte. A Ti se dirige todo mi deseo, y por eso no cesaré de orar, gemir y clamar en pos de Ti. En fin; yo no puedo confiar cumplidamente en alguno que me ayude oportunamente en mis necesidades, sino en Ti solo, Dios mío. Tú eres mi esperanza y mi confianza; Tú mi consolador y el amigo más fiel en todo.

2. Todos buscan su interés, Tú buscas solamente mi salud y mi aprovechamiento, y todo mi lo conviertes en bien. Aunque algunas veces me dejas en diversas tentaciones y adversidades, todo lo ordenas para mi provecho; que sueles de mil modos probar a tus escogidos. En esta prueba debes ser tan amado y alabado, como si me colmases de consolaciones espirituales.

3. En Ti, pues, Señor Dios, pongo toda mi esperanza y refugio; en tus manos dejo todas mis tribulaciones y angustias; porque fuera de Ti todo es débil e inconstante. Porque no me aprovecharán muchos amigos, ni podrán ayudarme los defensores poderosos, ni los consejeros discretos darme respuesta conveniente, ni los libros doctos consolarme, ni cosa alguna preciosa librarme, ni algún lugar secreto y delicioso defenderme, si Tú mismo no me auxilias, ayudas, esfuerzas, consuelas y guardas.

4. Porque todo lo que parece conducente para tener paz y felicidad, es nada si Tú estás ausente; ni da sino una sombra de felicidad. Tú eres, pues, fin de todos los bienes, centro de la vida, y abismo de sabiduría; y esperar en Ti sobre todo, es grandísima consolación para tus siervos. A Ti, Señor, levanto mis ojos; en Ti confió, Dios mío, padre de misericordias. Bendice y santifica mi alma con bendición celestial, para que sea morada santa tuya, y silla de tu gloria eterna; y no haya en este templo tuyo cosa que ofenda los ojos de tu majestad soberana. Mírame según la grandeza de tu bondad, y según la multitud de tus misericordias, y oye la oración de este pobre siervo tuyo, desterrado lejos en la región de la sombra de la muerte. Defiende y conserva el alma de este tu siervecillo entre tantos peligros de la vida corruptible; y acompañándola tu gracia, guíala por el camino de la paz a la patria de la perpetua claridad. Amén.

Libro cuarto: La comunión

Santísimo Sacramento del Altar. Exhortación devota para la sagrada comunión.

Dice Jesucristo:

Venid a Mí todos los que tenéis, trabajos y estáis cargados, y yo os aliviaré, dice el Señor. El pan que yo os daré, es mi carne, por la vida del mundo. Tomad y comed: este es mi cuerpo; que será entregado por vosotros. Haced esto en memoria de Mí. El que come mi carne y bebe mi sangre, está en Mí, y yo en él. Las palabras que os he dicho, espíritu y vida son.

§4.01. Con cuánta reverencia se ha de recibir a Jesucristo.

Habla el Alma:

1. Estas son tus palabras, ¡oh buen Jesús, Verdad eterna! Aunque no fueron dichas en un tiempo, ni escritas en un mismo lugar. Y pues son tuyas, y verdaderas, debo yo recibirlas todas con gratitud y con fe. Tuyas son, pues, Tú las dijiste; y también son mías, pues las dijiste por mi bien. Muy de grado las recibo de tu boca, para que sean más profundamente grabadas en mi corazón. Despiértanme palabras de tanta piedad, llenas de dulzura y de amor; mas por otra parte mis propios pecados me espantan, y mi mala conciencia me retrae de recibir tan altos misterios. La dulzura de tus palabras me convida; mas la multitud de mis vicios me oprime.

2. Me mandas que me llegue a Ti con gran confianza, si quiero tener parte contigo, y que reciba el manjar de la inmortalidad, si deseo alcanzar vida y gloria para siempre. Dices: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé. ¡Cuán dulces y amables son a los oídos del pecador estas palabras, por las cuales Tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu Santísimo Cuerpo! Mas ¿quién soy yo, Señor, para que presuma llegarme a Ti? Veo que no cabes en los cielos de los cielos; y Tú dices: ¡Venid a Mí todos!

3. ¿Qué quiere decir esta tan piadosa dignación, y este tan amistoso convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en que pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi habitación yo que tantas veces ofendí tu benignísima presencia? Los ángeles y arcángeles tiemblan: los Santos y justos temen. Y Tú dices: !Venid a Mí todos! Si Tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería? Y si Tú no lo mandases, ¿quién osaría llegarse a Ti?

4. Noé, varón justo, trabajó cien años en fabricar una arca para guarecerse en ella con pocas personas: ¿pues cómo podré yo en una hora prepararme para recibir con reverencia al que fabricó el mundo? Moisés, tu gran siervo y tu amigo especial, hizo una arca de madera incorruptible, y la guarneció de oro purísimo para poner en ella las tablas de la Ley; ¿y yo, criatura podrida, osaré recibirte tan fácilmente a Ti, hacedor de la ley y dador de la vida? Salomón, el más sabio de los reyes de Israel, edificó en siete años, en honor de tu nombre, un magnífico templo. Celebró ocho días la fiesta de su dedicación, ofreció mil hostias pacíficas, y colocó solemnemente el Arca del

Testamento, con músicas y regocijos, en el lugar que le estaba preparado. Y yo, miserable y más pobre de los hombres, ¿cómo te introduciré en mi casa, que difícilmente estoy con devoción media hora? Y ¡ojalá que alguna vez gastase bien media hora!

5. ¡Oh Dios mío! ¿Qué no hicieron aquellos por agradarte? Mas ¡ay de mí! ¡Cuán poco es lo que yo hago! ¡Qué corto tiempo gasto en prepararme para la Comunión! Rara vez estoy del todo recogido, y rarísima me veo libre de toda distracción. Y en verdad, que en tu saludable y divina presencia no debiera ocurrirme pensamiento alguno poco decente, ni ocuparme criatura alguna; porque no voy a hospedar a algún ángel, sino al Señor de los ángeles.

6. Además, hay grandísima diferencia entre el Arca del Testamento con cuanto contenía, y tu purísimo Cuerpo con sus inefables virtudes; entre aquellos sacrificios de la ley antigua que figuraban los venideros, y el sacrificio de tu cuerpo, que es el cumplimiento de todos los sacrificios antiguos.

7. ¿Por qué, pues, no me inflamo más en tu venerable presencia? ¿Por qué no me dispongo con mayor cuidado para recibirte en el Sacramento, al ver que aquellos antiguos santos patriarcas y profetas, reyes y príncipes, con todo su pueblo, mostraron tanta devoción al culto divino?

8. El devotísimo rey David bailó con toda su fuerza delante del arca de Dios, acordándose de los beneficios hechos en otro tiempo a los padres. Hizo diversos instrumentos músicos; compuso salmos, y ordenó que se cantasen con alegría; y aun él mismo los cantó frecuentemente el arpa, inspirado de la gracia del Espíritu Santo; enseñó al pueblo de Israel a alabar a Dios de todo corazón, y bendecirle y celebrarle cada día con voces acordes. Pues si tanta era entonces la devoción, y tanto se pensó en alabar a Dios delante del Arca del Testamento, ¿cuánta reverencia y devoción debo yo tener, y todo el pueblo cristiano, a presencia del Sacramento y al recibir el Santísimo cuerpo de Cristo?

9. Muchos corren a diversos lugares para visitar las reliquias de los Santos, y se maravillan de oír sus hechos, miran los grandes edificios de los templos, y besan los sagrados huesos guardados en oro y seda. Y Tú estás aquí presente delante de mí en el altar, Dios mío, Santo de los Santos, Creador de los hombres y Señor de los ángeles. Muchas veces los hombres hacen aquellas visitas por la novedad y por la curiosidad de ver cosas que no han visto; y así es que sacan muy poco fruto de enmienda, mayormente cuando andan con liviandad, de una parte a otra, sin contrición verdadera. Más aquí, en el Sacramento del Altar, estás todo presente, Jesús mío, Dios y hombre; en él se coge copioso fruto de eterna salud todas las veces que te recibieren digna y devotamente. Y a esto no nos trae ninguna liviandad ni curiosidad o sensualidad; sino la fe firme, la esperanza devora, y la pura caridad.

10. ¡Oh Dios invisible, Creador del mundo, cuán maravillosamente lo haces con nosotros! ¡Cuán suave y graciosamente te portas con tus escogidos, a quienes te ofreces a Ti mismo en este Sacramento para que te reciban! Esto, en verdad, excede sobre todo entendimiento; esto especialmente cautiva los corazones de los devotos y enciende su afecto. Porque los verdaderos fieles tuyos, que se disponen para enmendar toda su vida, de este Sacramento dignísimo reciben continuamente grandísima gracia de devoción y amor de la virtud.

11. ¡Oh admirable y escondida gracia de ese Sacramento, la cual conocen solamente los fieles de Cristo! Pero los infieles y los que sirven al pecado, no la pueden gustar. En este Sacramento se da gracia espiritual, se repara en el alma la virtud perdida, y reflorece la hermosura afeada por el pecado. Tanta es algunas veces esta gracia, que de la abundante devoción que causa, no sólo el alma, sino aun el cuerpo flaco siente haber recibido fuerzas mayores.

12. Pero es muy mucho de sentir y de llorar nuestra tibieza y negligencia, porque no nos movemos con mayor afecto a recibir a Cristo, en quien consiste toda la esperanza y el mérito de los que se han de salvar. Porque El es nuestra santificación y redención, El nuestro consuelo en esta peregrinación y el gozo eterno de los Santos. Y así es muy digno de llorarse el poco caso que muchos hacen de este saludable Sacramento, el cual alegra al cielo, y conserva al universo mundo. ¡Oh ceguedad y dureza del corazón humano, que tan poco atiende a tan inefable don, y por la mucha frecuencia ha venido a reparar menos en él!

13. Porque si este sacratísimo Sacramento se celebrase en un solo lugar y se consagrase por un solo sacerdote en todo el mundo, ¿con cuánto deseo y afecto acudirían los hombres a aquel sacerdote de Dios para verle celebrar los divinos misterios? Mas ahora hay muchos sacerdotes, y se ofrece Cristo en muchos lugares, para que se muestre tanto mayor la gracia y amor de Dios al hombre, cuanto la sagrada Comunión es más liberalmente difundida por el mundo. Gracias a Ti, buen Jesús, pastor eterno que te dignaste recrearnos a nosotros pobres y desterrados, con tu precioso cuerpo y sangre; y también convidarnos con palabras de tu propia boca a recibir estos misterios, diciendo: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os aliviaré.

§4.02. De la bondad y caridad de Dios, que se manifiesta en este Sacramento para con los hombres.

Habla el Alma:

1. Señor, confiando en tu bondad y gran misericordia, vengo yo enfermo al médico; hambriento y sediento, a la fuente de la vida; pobre, al rey del cielo; siervo, al Señor; criatura, al Creador; desconsolado, a mi piadoso consolador. Mas ¿se dónde a mí tanto bien, que Tú vengas a mí? ¿Quién soy yo para que te me des a Ti mismo? ¿Cómo se atreve el pecador a comparecer delante de Ti? Y Tú ¿cómo te dignas de venir al pecador? Tú conoces a tu siervo, y sabes que ningún bien tiene por donde pueda merecer que Tú le hagas este beneficio. Yo te confieso, pues, mi vileza, reconozco tu verdad, alabo tu piedad, y te doy gracias por tu extremada caridad. Pues así lo haces conmigo, no por mis merecimientos, sino por Ti mismo, para darme a conocer mejor tu bondad; para que se me infunda mayor caridad, y se recomiende más la humildad. Pues así te agrada a Ti, y así mandaste que se hiciese; también me agrada a mí que Tú lo hayas tenido por bien. ¡Ojalá que no lo impida mi maldad!

2. ¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús! ¡Cuánta reverencia y gracias acompañadas de perpetua alabanza te son debidas por habernos dado tu sacratísimo cuerpo, cuya dignidad ningún hombre es capaz de explicar! Mas ¿qué pensaré en esta comunión, cuando quiero llegarme a mi Señor, a quien no puedo venerar debidamente, y sin embargo deseo recibir con devoción? ¿Qué cosa mejor y más saludable pensaré, sino humillarme profundamente delante de Ti, y ensalzar tu infinita bondad sobre mí? Yo te alabo, Dios mío, y deseo que seas ensalzado para siempre. Despréciome y me rindo a tu majestad en el abismo de mi bajeza.

3. Tú eres el Santo de los Santos, y yo la basura de los pecadores. Tú te bajas a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte. Tú vienes a mí, Tú quieres estar conmigo, Tú me convidas a tu mesa. Tú me quieres dar a comer el manjar celestial, y el pan de los ángeles; que no es otra cosa por cierto sino Tú mismo, pan vivo que descendiste del cielo, y das vida al mundo.

4. ¡Cuánto es, pues, tu amor, cuál tu dignación! y ¡cuántas gracias y alabanzas te son debidas por esto! ¡Oh cuán saludable y provechoso designio tuviste en la institución de este Sacramento! ¡Cuán inefable tu verdad! Pues Tú hablaste, y fue hecho el universo; y se hizo lo que Tú mandaste.

5. Admirable cosa es, digno objeto de la fe, y superior al entendimiento humano, que Tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y hombre, eres contenido entero debajo de las especies de pan y vino, y sin detrimento eres comido por el que te recibe. Tú, Señor de todo, que de nada necesitas, quisiste habitar entre nosotros por medio de este Sacramento. Conserva mi corazón y mi cuerpo sin mancha, para que con alegre y limpia conciencia pueda celebrar frecuentemente, y recibir para mi eterna salvación este digno misterio, que ordenaste y estableciste principalmente para honra tuya memoria continua.

6. Alégrate, alma mía, y da gracias a Dios por don tan excelente y consuelo tan singular que te fue dejado en este valle de lágrimas. Porque la caridad de Cristo nunca se disminuye, y la grandeza de su misericordia nunca mengua.

7. Por eso te debes preparar siempre con nueva devoción del alma, y pensar con atenta consideración esta gran misterio de salud. Así te debe parecer tan grande, tan nuevo y agradable cuando celebras u oyes Misa, como si fuese el mismo día en que Cristo, descendiendo en el vientre de la Virgen se hizo hombre; o aquel en que puesto en la Cruz padeció y murió por la salud de los hombres.

§4.03. Que es provechoso comulgar con frecuencia.

Habla el Alma:

1. A Ti vengo, Señor, para disfrutar de tu don sagrado, y regocijarme en tu santo convite, que en tu dulzura preparaste, Dios mío, para el pobre. En Ti está cuanto puedo y debo desear; Tú eres mi salud y redención, mi esperanza y fortaleza, mi honor y mi gloria. Alegra, pues, hoy el alma de tu siervo, porque a Ti, Jesús mío, he levantado mi espíritu. Deseo yo recibirte ahora con devoción y reverencia, deseo hospedarte en mi casa de manera que merezca como Zaqueo tu bendición, y ser contado entre los hijos de Abrahán. Mi alma anhela tu sagrado cuerpo; mi corazón desea ser unido contigo.

2. Date, Señor, a mí, y me basta; porque sin Ti ninguna consolación satisface. Sin Ti no puedo existir; y sin tu visitación no puedo vivir. Por eso me conviene llegarme muchas veces a Ti, y recibirte para remedio de mi salud, porque no me desmaye en el camino, si fuere privado de este manjar celestial. Pues Tú, benignísimo Jesús, predicando a los pueblos y curando diversas enfermedades, dijiste: No quiero consentir que se vayan ayunos a su casa, porque no desmayen en el camino. Haz, pues, ahora conmigo de esta suerte; pues te quedaste en el Sacramento para consolación de los fieles. Tú eres suave alimento del alma, y quien te comiere dignamente será participante y heredero de la gloria eterna. Yo que tantas veces caigo y peco, tan presto me entibio y desmayo, necesito verdaderamente renovarme, purificarme y alentarme por la frecuencia de oraciones y confesiones, y de la sagrada participación de tu cuerpo; no sea que absteniéndome de comulgar por mucho tiempo, decaiga de mi santo propósito.

3. Porque las inclinaciones del hombre son hacia lo malo desde su juventud; y si no le socorre la medicina celestial, al punto va del mal en pero. Así es que la santa Comunión retrae de lo malo, y conforta en lo bueno. Y si ahora que comulgo o celebro soy tan negligente y tibio, ¿qué sucedería si no tomase tal medicina y si no buscase auxilio tan grande? Y aunque no esté preparado cada día, ni bien dispuesto para celebrar, procuraré, sin embargo, recibir los divinos misterios en los tiempos convenientes, para hacerme participante de tanta gracia. Porque el principal consuelo del alma fiel, mientras peregrina unida a este cuerpo mortal, es acordarse frecuentemente de su Dios, y recibir a su amado con devoto corazón.

4. ¡Oh admirable dignación de tu clemencia para con nosotros, que Tú, Señor Dios, Creador y vivificador de todos los espíritus, te dignas de venir a una pobrecilla alma y satisfacer su hambre con toda tu divinidad y humanidad! ¡Oh feliz espíritu y dichosa alma la que merece recibir con devoción a su Dios y Señor, y rebosar así de gozo espiritual! ¡Oh, qué Señor tan grande recibe, qué huésped tan amable aposenta, qué compañero tan agradable admite, qué amigo tan fiel elige, qué esposo abraza tan noble y tan hermoso, y más amable que todo cuanto se puede amar ni desear! Callen en tu presencia, mi dulcísimo amado, el cielo y la tierra con todo su ornato, porque todo cuanto tienen de esplendor y de hermosura lo han recibido de tu beneficencia; y nunca pueden aproximarse a la gloria de tu nombre, cuya sabiduría es infinita.

§4.04. De los muchos bienes que se conceden a los que devotamente comulgan.

Habla el Alma:

1. Señor Dios mío, preven a tu siervo con las bendiciones de tu dulzura, para que merezca llegar digna y devotamente a tu sublime Sacramento. Mueve mi corazón hacia Ti, y sácame de este grave entorpecimiento; visítame con tu gracia saludable para que pueda gustar en espíritu de suavidad, cuya abundancia se halla en este Sacramento como en su fuente. Alumbra también mis ojos para que pueda mirar tan alto misterio; y esfuérzame para creerlo con firmísima fe. Porque obra tuya es, y no poder humano; sagrada institución tuya, y no invención de hombres. Ninguno ciertamente es capaz por sí mismo de entender cosas tan altas, que aun a la sutileza angélica exceden. Pues yo, pecador indigno, tierra y ceniza, ¿qué podré escudriñar y entender de tan alto secreto?

2. Señor, con sencillez de corazón, con fe firme y sincera, y por mandato tuyo, me acerco a Ti con reverencia y confianza; y creo verdaderamente que estás aquí presente en el Sacramento como Dios y como hombre. Pues quieres, Señor, que yo te reciba, y que me una contigo en caridad. Por eso suplico a tu clemencia, y pido la gracia especial de que todo me deshaga en Ti, y rebose de amor, y que no cuide ya de ninguna otra consolación. Porque este altísimo y dignísimo Sacramento es la salud del alma y del cuerpo, medicina de toda enfermedad espiritual, con la cual se curan mis vicios, refrénanse mis pasiones, las tentaciones se vencen o disminuyen, dase mayor gracia, la virtud comenzada crece, confirmase la fe, esfuérzase la esperanza, y se enciende y dilata la caridad.

3. Porque muchos bienes has dado y das siempre en este Sacramento a tus amados, que devotamente comulgan, Dios mío, huésped de mi alma, reparador de la enfermedad humana, y dador de toda consolación interior. Tú les infundes mucho consuelo contra diversas tribulaciones, y de lo profundo de su propio desprecio los levantas a esperar tu protección, y con una nueva gracia los recreas y alumbras interiormente, y así los que antes de la Comunión estaban inquietos y sin devoción, después, recreados con este sustento celestial, se hallan muy mejorados. Y esto lo haces de gracia con tus escogidos, para que conozcan verdaderamente, y experimenten a las claras cuánta flaqueza tienen en sí mismos, y cuán grande bondad y gracia alcanzan de tu clemencia. Porque siendo por sí mismos fríos, duros e indevotos, de Ti reciben el estar fervorosos, devotos y alegres. Pues ¿quién llegando humildemente a la fuente de la suavidad, no vuelve con algo de dulzura? O ¿quién está cerca de algún gran fuego, que no reciba algún calor? Tú eres fuente llena, que siempre mana y rebosa; fuego que de continuo arde y nunca se apaga.

4. Por esto, si no me es dado sacar agua de la abundancia de la fuente, beber hasta hartarme, pondré siquiera mis labios a la boca del caño celestial para que a lo menos reciba de allí alguna gotilla, para templar mi sed, y no secarme enteramente. Y si no puedo ser todo celestial, y tan abrasado como los querubines y serafines, trabajaré a lo menos por hacerme devoto, y disponer mi corazón para adquirir siquiera una pequeña llama del divino incendio, mediante la humilde comunión de este vivifico Sacramento. Pero todo lo que me falta, buen Jesús, Salvador santísimo, súplelo Tú benigna y graciosamente por mí; pues tuviste por bien de llamar a todos, diciendo: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé.

5. Yo, pues, trabajo con sudor de mi rostro, soy atormentado con dolor de mi corazón, estoy cargado de pecados, combatido de tentaciones, envuelto y oprimido de muchas pasiones, y no hay quien me valga, no hay quien me libre y salve, sino Tú, Señor Dios, Salvador mío, a quien me encomiendo y todas mis cosas, para que me guardes y lleves a la vida eterna. Recíbeme para honra y gloria de tu nombre; pues me dispusiste tu cuerpo y sangre en manjar y bebida. Concédeme, Señor Dios, Salvador mío, que crezca el afecto de mi devoción con la frecuencia de este soberano misterio.

§4.05. De la dignidad del Sacramento y del estado del sacerdocio.

Dice Jesucristo:

1. Aunque tuvieses la pureza de los ángeles, y la santidad de San Juan Bautista, no serías digno de recibir ni manejar este Sacramento. Porque no cabe en merecimiento humano que el hombre consagre y tenga en sus manos el Sacramento de Cristo y coma el pan de los ángeles. Grande es este misterio, y grande es la dignidad de los sacerdotes, a los cuales es dado lo que no es concedido a los ángeles. Pues sólo los sacerdotes ordenados en la Iglesia tienen poder de celebrar y consagrar el cuerpo de Jesucristo. El sacerdote es ministro de Dios, cuyas palabras usa por su mandamiento y ordenación; mas Dios es allí el principal autor y obrador invisible, a cuya voluntad todo está sujeto, y a cuyo mandamiento todo obedece.

2. Así, pues, debes creer a Dios todopoderoso en este sublime Sacramento más que a tus propios sentidos y a las señales visibles. Y por eso debe el hombre llegar a este misterio con temor y reverencia. Reflexiona sobre ti mismo, y mira qué tal es el ministerio que te ha sido encomendado por la imposición de las manos del obispo. Has sido hecho sacerdote y ordenado para celebrar; cuida, pues, de ofrecer a Dios este sacrificio con fe y devoción en el tiempo conveniente, y de mostrarte irreprensible. No has aliviado tu carga; antes bien estás atado con más estrecho vínculo, y obligado a mayor perfección de santidad. El sacerdote debe estar adornado de todas las virtudes, y ha de dar a los otros ejemplo de buena vida. Su porte no ha de ser como el de los hombres comunes; sino como el de los ángeles en el cielo, o el de los varones perfectos en la tierra.

3. El sacerdote vestido de las vestiduras sagradas, tiene el lugar de Cristo para rogar devota y humildemente a Dios por sí y por todo el pueblo. El tiene la señal de la cruz de Cristo delante de sí, y en las espaldas, para que continuamente tenga memoria de su sacratísima pasión. Delante de sí en la casulla, trae la cruz, para que mire con diligencia las pisadas de Cristo, y estudie en seguirle con fervor. En las espaldas está también señalado de la cruz, para que sufra con paciencia por Dios cualquiera injuria que otro le hiciere. La cruz lleva delante, para que llore sus pecados, y detrás la lleva para llorar por compasión los ajenos, y para que sepa que es medianero entre Dios y el pecador, y no cese de orar ni ofrecer el santo sacrificio hasta que merezca alcanzar la gracia y misericordia divina. Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios, alegra a los ángeles, y edifica a la Iglesia, ayuda los vivos, da descanso a los difuntos, y hácese participante de todos los bienes.

§4.06. Ejercicios para antes de la Comunión.

Habla el Alma:

1. Señor, cuando pienso en tu dignidad y mi vileza, tengo gran temblor y me hallo confuso. Porque si no me llego a Ti, huyo de la vida; y si indignamente me atrevo, incurro en tu ofensa. ¿Pues qué haré, Dios mío, ayudador mío, consejero mío, en las necesidades?

2. Enséñame Tú el camino derecho; propónme algún ejercicio conveniente para la sagrada Comunión. Porque es útil saber de qué modo deba yo preparar mi corazón devotamente y con reverencia para recibir saludablemente tu Sacramento, o para celebrar tan grande y divino sacrificio.

§4.07. Del examen de la propia conciencia y del propósito de la enmienda.

Dice Jesucristo:

1. Sobre todas las cosas es necesario que el sacerdote de Dios llegue a celebrar, manejar y recibir este Sacramento con grandísima humildad de corazón y con devota reverencia, con entera fe y con piadosa intención de la honra de Dios. Examina diligentemente tu conciencia, y según tus fuerzas límpiala adórnala con verdadero dolor y humilde confesión, de manera que no tengas o sepas cosa grave que te remuerda y te impida llegar libremente al Sacramento. Ten aborrecimiento de todos tus pecados en general, y por las faltas diarias duélete y gime más particularmente. Y si el tiempo lo permite, confiesa a Dios todas las miserias de tus pasiones en lo secreto de tu corazón.

2. Llora y duélete de que aún eres tan carnal y mundano, tan poco mortificado en las pasiones, tan lleno de movimientos de concupiscencia; Tan poco diligente en la guarda de los sentidos exteriores, tan envuelto muchas veces en vanas imaginaciones; Tan inclinado a las cosas exteriores, tan negligente en las interiores; Tan fácil a la risa y a la disipación, tan duro para las lágrimas y la compunción; Tan dispuesto a la relajación y regalos de la carne, tan perezoso al rigor y al fervor; Tan curioso para oír novedades y ver cosas hermosas; tan remiso en abrazar las humildes y despreciadas; Tan codicioso de poner mucho; tan encogido en dar; tan avariento en retener; Tan inconsiderado en hablar, tan poco detenido en callar; tan descompuesto en las costumbres, tan indiscreto en las obras; Tan desordenado en el comer, tan sordo a las palabras de Dios. Tan presto para holgarte, tan tardío para trabajar; Tan despierto para oír hablillas y cuentos, y tan soñoliento para velar en oración; Tan impaciente por llegar al fin, y tan vago en la atención; Tan negligente en el rezo, tan tibio en la Misa, tan indevoto en la Comunión; Tan a menudo distraído, tan raras veces enteramente recogido; Tan prontamente conmovido a la ira, tan fácil para disgustar a los demás; Tan propenso a juzgar, tan riguroso en reprender; Tan alegre en la prosperidad, tan abatido en la adversidad; Tan fecundo en los buenos propósitos, y tan estéril en ponerlos por obra.

3. Después de haber confesado y llorado estos y otros defectos con dolor y gran disgusto de tu propia fragilidad, propón firmemente de enmendar siempre tu vida, y mejorarla de allí adelante. En seguida, abandonándote a Mí con absoluta y entera voluntad, ofrécete a ti mismo para gloria de mi nombre en el altar de tu corazón, como sacrificio perpetuo, encomendándome a Mí con entera fe el cuidado de tu cuerpo y de tu alma. Para que de esta manera merezcas llegar dignamente a ofrecer el santo sacrificio, y recibir saludablemente el Sacramento de mi cuerpo.

4. Pues no hay ofrenda más digna, ni mayor satisfacción para borrar los pecados, que ofrecerse a sí mismo pura y enteramente a Dios, con el sacrificio del cuerpo de Cristo en la Misa y Comunión. Si el hombre hiciere lo que está de su parte, y se arrepintiere verdaderamente, cuantas veces acudiere a Mí por perdón y gracia: Vivo yo, dice el Señor, que no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; porque no me acordaré más de sus pecados, sino que todos les serán perdonados.

§4.08. Del ofrecimiento de Cristo en la cruz, y de la propia resignación.

Dice Jesucristo:

1. Así como yo me ofrecí voluntariamente por tus pecados a Dios Padre con las manos extendidas en la cruz, y todo el cuerpo desnudo, de modo que nada me quedó que no pasase en sacrificio para reconciliarte con Dios: Así debes tú también ofrecérteme cada día en la Misa en ofrenda pura y santa, cuanto más entrañablemente puedas, con toda la voluntad, y con todas tus fuerzas y deseos. ¿Qué otra cosa quiero de ti más que el que te entregues a Mí sin reserva? Cualquier cosa que me des sin ti, no gusto de ella; porque no quiero tu don, sino a ti mismo.

2. Así como no te bastarían todas las cosas sin Mí, así no puede agradarme a Mí cuanto me ofrecieres sin ti. Ofrécete a Mí y date todo por Dios, y será muy acepto tu sacrificio. Mira cómo Yo me ofrecí todo al Padre por ti; y también te di todo mi cuerpo y sangre en manjar, para ser todo tuyo, y que tú quedases todo mío. Mas si tú estás pegado a ti mismo, y no te ofreces de buena gana a mi voluntad, no es cumplida ofrenda la que haces, ni será entre nosotros entera la unión. Por eso a todas tus obras debe preceder el ofrecimiento voluntario de ti mismo en las manos de Dios, si quieres alcanzar libertad y gracia. Porque por eso tampoco se hacen varones ilustrados y libres en lo interior, porque no saben del todo negarse a sí mismos. Esta es mi firme sentencia: Que no puede ser mi discípulo el que no renunciare todas las cosas. Por lo cual, si tú deseas serlo, ofréceteme con todos tus deseos.

§4.09. Que debemos ofrecernos a Dios con todas nuestras cosas y rogarle por todos.

Habla el Alma:

1. Señor, tuyo es todo lo que está en el cielo y en la tierra. Yo deseo ofrecérteme de mi voluntad y quedar tuyo para siempre. Señor, con sencillez de corazón me ofrezco hoy a Ti por siervo perpetuo, en obsequio y sacrificio de eterna alabanza. Recíbeme con este santo sacrificio de tu precioso Cuerpo que te ofrezco hoy en presencia de los ángeles que están asistiendo invisiblemente, para que los recibas por mi salud y la de todo el pueblo.

2. Señor, yo te presento en el altar de tu misericordia todos mis pecados y delitos, cuantos he cometidos en tu presencia y de tus Santos ángeles desde el día que comencé a pecar hasta hoy, para que tu los abrases todos juntos y los quemes con el fuego de tu caridad, quites todas las manchas de ellos, limpies mi conciencia de todo delito, y me vuelvas a tu gracia que perdí por el pecado, perdonándomelos todos enteramente, y admitiéndome misericordiosamente al ósculo de tu paz y amistad.

3. ¿Que puedo yo hacer por mis pecados, sino confesarlos humildemente, llorando e implorando tu misericordia sin cesar? Yo imploro, pues, en tu divino acatamiento; óyeme propicio, Dios mío. Aborrezco mucho todos mis pecados, y no quiero yo cometerlos jamás; antes, arrepentido y pesaroso de ellos mientras viviré, estoy dispuesto para hacer penitencia, y satisfacer según mis fuerzas. ¡Perdona, oh Dios, perdona mis pecados por tu santo nombre! Salva mi alma que redimiste con tu preciosa sangre. Vesme aquí que me encomiendo a tu misericordia, me entrego en tus manos. Haz conmigo según tu bondad, y no según mi malicia e iniquidad.

4. También te ofrezco, Señor todos mis bienes, aunque muy pocos e imperfectos, para que tú los enmiendes y santifiques, para que los hagas agradables y aceptos a Ti, y siempre los mejores; y a mí, hombrezuelo inútil y perezoso, me lleves a un santo y bienaventurado fin.

5. También te ofrezco todos los santos deseos de los devotos, y las necesidades de mis parientes, amigos, hermanos y de todos los conocidos, y de cuantos me han hecho bien a mí y a otros por tu amor; Y de todos los que desearon y pidieron que yo orase, o dijese Misa por ellos, y por todos los suyos vivos y difuntos; Para que todos sientan el fervor de tu gracia, el auxilio de tu consolación, la protección en los peligros y en el alivio en los trabajos; para que, libres de todos los males, te den muy alegres y cordialísimas gracias.

6. También te ofrezco mis oraciones y el sacrificio de propiciación, especialmente por los que en algo me han enojado o vituperado, o me han hecho algún daño o agravio; Y por todos los que yo enojé, turbé, agravié y escandalicé, por palabra, por obra, por ignorancia o advertidamente; para que Tú nos perdones a todos nuestros pecados y ofensas recíprocas. Aparta, Señor, de nuestros corazones toda mala sospecha, toda ira, indignación y contienda, y cuanto pueda estorbar la caridad, y disminuir el amor del prójimo. Misericordia, Señor, da tu misericordia a los que la piden, tu gracia a los que la necesitan, y haz que vivamos de tal modo, que seamos dignos de gozar de tu gracia, y que aprovechemos para la vida eterna. Amén.

§4.10. No se debe dejar fácilmente la sagrada Comunión.

Dice Jesucristo:

1. Muy a menudo debes acudir a la fuente de la gracia y de la misericordia divina; a la fuente de la bondad y de toda pureza, para que puedas sanar de tus pasiones y vicios, y merezcas hacerte más fuerte y más despierto contra todas las tentaciones y engaños del demonio. El enemigo, sabiendo el grandísimo fruto y remedio que hay en la sagrada Comunión, trabaja cuanto puede sin perder medio y ocasión por retraer y estorbar a los fieles y devotos.

2. Así sucede con algunos que, cuando piensan en prepararse para la sagrada Comunión, entonces padecen peores tentaciones de Satanás que antes. Este espíritu maligno se mete entre los hijos de Dios, como se dice en el libro de Job, para turbarlos con su acostumbrada malicia, o para hacerlos excesivamente tímidos y perplejos; y de este modo entibiar su devoción, o quitarles la fe con las impugnaciones que les sugiere, por si acaso consigue así que dejen del todo la comunión, o se lleguen a ella con tibieza. Mas no debemos cuidar de sus astucias y tentaciones por más torpes y espantosas que sean, sino rechazar contra el mismo los fantasmas abominables que nos representa. Despreciarse debe este desdichado y burlarse de él; y no dejar la sagrada Comunión por todos sus acometimientos, y por las turbaciones que levantaré.

3. Muchas veces estorba también la demasiada ansia de tener devoción, y cierta inquietud por confesarse bien. Haz en esto lo que te aconsejen los sabios, y deja el ansia y el escrúpulo, porque impide la gracia de Dios y destruye la devoción del alma. No dejes la sagrada Comunión por alguna pequeña tribulación o pesadumbre; sino vete luego a confesar, y perdona de buena gana todas las ofensas que te han hecho. Y si tú has ofendido a alguno, pide perdón con humildad, y Dios te perdonará también de buena voluntad.

4. ¿De que sirve retardar mucho la confesión, o diferir la sagrada Comunión? Límpiate cuanto antes, vomita luego el veneno, como presto el remedio, y te hallarás mejor que si lo dilatares mucho tiempo. Si hoy la dejas por alguna causa, mañana te puede acaecer otra mayor; y así te apartarás mucho tiempo de la Comunión, y después estarás menos dispuesto. Lo más presto que pudieres, sacude tu pereza e inacción; porque nada se gana con angustiarse e inquietarse largo tiempo y apartarse del divino sacramento por obstáculos diarios. Al contrario, daña mucho el dilatar demasiado la Comunión; porque esto suele causar un grave entorpecimiento. Pero ¡Oh dolor! Algunos tibios y disipados dilatan con gusto la confesión, y desean retardar la sagrada Comunión por no verse obligados a guardar su alma con mayor cuidado.

5. ¡Oh, cuán poca caridad y flaca devoción tienen los que tan fácilmente dejan la sagrada Comunión! ¡Cuán bienaventurado es, y cuán agradable a Dios el que vive tan bien y guarda su conciencia con tanta pureza, que este dispuesto a comulgar cada día, y muy deseoso de hacerlo así, si le conviene y no fuese notado! El que se abstiene algunas veces por humildad o por alguna legítima,es de alabar por su respeto. Más si poco a poco le entraré la tibieza, debe despertarse a sí mismo, y hacer lo que este de su parte, y el Señor ayudara su deseo, por la buena voluntad, que es a la que especialmente atiende.

6. Más cuando estuviere legítimamente impedido, tenga siempre buena voluntad y devota intención de comulgar, y así no carecerá del fruto del Sacramento. Porque cualquier devoto puede cada día y cada hora comulgar espiritualmente con fruto. Más en ciertos días y en el tiempo mandado, debe recibir sacramentalmente el cuerpo de su Redentor con afectuosa reverencia, y buscar más bien la gloria y honra de Dios, que su propia consolación. Porque tantas veces comulga místicamente y se alimenta invisiblemente su espíritu, cuantas se acuerda con devoción el misterio de la Encarnación y Pasión de Cristo, y se enciende en su amor.

7. El que no se prepara sino al acercarse la fiesta, o cuando le fuerza la costumbre, muchas veces se hallara mal preparado. Bienaventurado el que se ofrece a Dios en entero sacrificio cuantas veces celebra o comulga. No seis muy prolijo ni acelerado en celebrar; sino guarda el medio justo y ordinario de los demás con quienes vives. No debes causar a los otros molestia ni enfado, sino ir por el camino ordinario de los mayores, y mirar más al aprovechamiento de los otros, que a tu propia devoción y afecto.

§4.11. El cuerpo de Cristo y la sagrada escritura son muy necesarios al alma fiel.

Habla el Alma:

1. ¡Oh dulcísimo Señor Jesús! ¡Cuanta es la dulzura del alma devota, que se regala contigo en el banquete, donde se le presenta otro manjar que a su único amado, apetecible sobre todos deseos de su corazón! Seria ciertamente muy dulce para mí derramar en tu presencia copia de lágrimas afectuosas, y regar con ellas tus pies como la piadosa Magdalena. Mas ¿dónde está ahora esta devoción? ¿ dónde el copioso derramamiento de lágrimas devotas? Por cierto en tu presencia, y en la de tus santos ángeles, todo mi corazón debiera encenderse y llorar de gozo. Porque en el Sacramento te tengo verdaderamente presente, aunque encubierto bajo otra especie.

2. Porqué el mirarte en tu propia y divina claridad no podrían mis ojos resistirlo, ni el mundo entero subsistiría ante el resplandor de la gloria de tu majestad. Tienes, pues, consideración a mi imbecilidad cuando te ocultas bajo de este Sacramento. Yo tengo verdaderamente y adoro al mismo a quien adoran los ángeles en el cielo: más yo solo con la fe por ahora, ellos claramente y sin velo. Debo yo contentarme con la luz de una fe verdadera, y andar con ella hasta que amanezca el día de la claridad eterna, y desaparezcan las sombras de las figuras. Mas cuando llegue este perfecto estado, cesará el uso de los Sacramentos; porque los bienaventurados en la gloria no necesitan de medicina sacramental. Sino que están siempre absortos de gozo en presencia de Dios, contemplando cara a cara su gloria; y trasladados de esta claridad al abismo de la claridad de Dios, gustan el Verbo encarnado, como fue en el principio, y permanecerá eternamente.

3. Acordándome de estas maravillas, cualquier contento, aunque sea espiritual, se me convierte en grave tedio, porque mientras no veo claramente a mi Señor en su gloria, en nada estimo cuanto en el mundo veo y oigo. Tú, Dios mío, me eres testigo de que ninguna cosa me puede consolar, ni criatura alguna dar descanso sino Tú, Dios mío, a quien deseo contemplar eternamente. Mas esto no es posible mientras vivo en carne mortal. Por eso debo tener mucha paciencia, y sujetarme a Ti en todos mis deseos. Porque también, Señor, tus Santos, que ahora se regocijan contigo en el reino de los cielos, cuando vivían en este mundo esperaban con gran fe y paciencia l a venida de tu gloria. Lo que ellos creyeron, creo yo; lo que esperaron, espero; adonde llegaron ellos finalmente por tu gracia, tengo yo confianza de llegar. Entretanto caminaré con la fe, confortado con los ejemplos de los Santos. También tendré los libros santos, para consolación y espejo de la vida; y sobre todo esto, el Cuerpo santísimo tuyo por singular remedio y refugio.

4. Pues conozco que tengo grandísima necesidad de dos cosas, sin las cuales no podría soportar esta vida miserable. Detenido en la cárcel de este cuerpo, confieso serme necesarias dos cosas que son, mantenimiento y luz. Dísteme, pues, como a enfermo tu sagrado Cuerpo para alimento del cuerpo, y además me comunicaste tu divina palabra para que sirviese de luz a mis pasos. Sin estas dos cosas yo no podría vivir bien; porque la palabra de Dios es la luz de mi alma, y tu Sacramento el pan que le da la vida. Estas se pueden llamar dos mesas colocadas a uno y a otro lado en el tesoro de la Santa Iglesia. Una es la mesa del sagrado altar, donde está el pan santificado, esto es, el precioso cuerpo de Cristo. Otra es la de la ley divina, que contiene la doctrina sagrada, enseña la verdadera fe, y nos conduce con seguridad hasta lo mas interior del velo donde esta el Santo de los Santos. Gracias te doy, Jesús mío, esplendor de la luz eterna, por la mesa de la santa doctrina que nos diste por tus siervos los profetas, los apóstoles y los otros doctores.

5. Gracias te doy, Creador y Redentor de los hombres, de que, para manifestar a todo el mundo tu caridad, dispusiste una gran cena, en la cual diste a comer, no el cordero figurativo, sino tu santísimo Cuerpo y Sangre, alegrando a todos los fieles, y embriagándolos con el cáliz saludable en esta sagrado banquete, donde están todas las delicias del paraíso, y donde los santos ángeles comen con nosotros, aunque gustan una suavidad más feliz.

6. ¡Oh, cuán grande y honorífico es el oficio de los sacerdotes, a los cuales es concedido consagrar al Señor de la majestad con las palabras sagradas, bendecirlo con sus labios, tenerlo en sus manos, recibirlo en su propia boca, y distribuirle a los demás! ¡Oh, cuán limpias deben estar aquellas manos, cuán pura la boca, cuán santo el cuerpo, cuán inmaculado el corazón del sacerdote, donde tantas veces entra el Autor de la pureza! De la boca del sacerdote no debe salir palabra que no sea santa, que no sea honesta y útil, pues tan continuamente recibe el santísimo Sacramento.

7. Deben ser simples y castos los ojos acostumbrados a mirar el cuerpo de Cristo, puras y levantadas al cielo las manos que tocan al Creador del cielo y de la tierra. A los sacerdotes especialmente se dice en la ley: sed santos, porque Yo, vuestro Dios y Señor, soy Santo.

8. ¡Oh Dios todopoderoso! Ayúdenos tu gracia a los que hemos recibido el oficio sacerdotal, para que podamos servirte digna y devotamente con toda pureza y buena conciencia. Y si no podemos proceder con tanta inocencia de vida como debemos, otórganos llorar dignamente los pecados que hemos cometido, y de aquí adelante servirte con mayor fervor, con espíritu de humildad; y con buena y constante voluntad.

§4.12. Debe disponerse con gran diligencia el que ha de recibir a Cristo.

Dice Jesucristo:

1 Yo soy amante de la pureza, y dador de toda santidad. Yo busco un corazón puro, y allí es el lugar, de mi descanso. Prepárame una sala grande y adornada, y celebraré contigo la pascua con mis discípulos. Si quieres que venga a ti y me quede contigo, arroja de ti la levadura vieja, y limpia la morada de tu corazón. Desecha de ti todo el mundo, y todo el ruido de los vicios; siéntate como pájaro solitario en el tejado, y piensa en tus excesos con amargura de tu alma. Pues cualquier persona que ama, dispone a su amado el mejor y más aliñado lugar: porque en esto se conoce el amor del que hospeda al amado.

2. Pero sábete que no puedes alcanzar esta preparación con el mérito de tus obras, aunque te preparases un año entero y no pensases en otra cosa. Mas por sola mi piedad y gracia se te permite llegar a mi mesa; como si un rico convidase e hiciese comer con el a un pobre mendigo que no tuviese otra cosa para pagar este beneficio sino humildad y agradecimiento. Haz lo que este de tu parte, y hazlo con mucha diligencia, no por costumbre, sino por necesidad; sino con temor, no por costumbre, ni por necesidad; sino con temor, reverencia y amor recibe el cuerpo de Jesucristo, tu amado Dios y Señor que se digna venir a ti. Yo soy el que te llame y mande que vinieses, yo supliré lo que te falta; ven y recíbeme.

3. Cuando yo te concedo afectos de devoción, da gracias a tu Dios, no porque eres digno, sino porque tuve misericordia de ti. Si no sientes devoción, y te hayas muy seco, persevera en la oración,gime, llama y no ceses hasta que merezcas recibir una migaja, o una gota de gracia saludable; Tú me necesitas a Mí; yo no necesito de ti. Ni tú vienes a santificarme a Mí; sino que yo vengo a santificarte y mejorarte. Tú vienes para que seas por Mí santificado y unido conmigo, para que recibas nueva gracia, y te enfervorices de nuevo para la enmienda. No desprecies esta gracia, mas bien prepara con toda diligencia tu corazón, y recibe dentro de ti a tu amado.

4. Pero conviene que no solo procures la devoción antes de comulgar, sino que también la conserves con cuidado después de recibido el Sacramento. Ni es menos necesario después el recogimiento y vigilancia, que lo es antes la devota preparación; porque el cuidado que después se tiene, es la mejor disposición para recibir nuevamente mayor gracia. Y al contrario, se indispone para ella el que luego se entrega con exceso a las complacencias exteriores. Guárdate de hablar mucho, recógete a algún lugar secreto, y goza de tu Dios; pues tienes al que no te puede quitar todo el mundo. Yo soy a quien te debes entregar sin reserva, de manera que ya no vivas en ti, sino en Mí sin cuidado alguno.

§4.13. Cómo el alma devota debe desear con todo su corazón unirse a Cristo en el Sacramento.

Habla el Alma:

1. ¿Quien me dará, Señor, que te halle solo para abrirte todo mi corazón, y gozarte como mi alma desea, y que ya ninguno me desprecie, ni criatura alguna me mueva u ocupe mi atención; sino que Tú solo me hables, y yo a Ti, como se hablan dos que mutuamente se aman, o como se regocijan dos amigos entre sí? Lo que pido, lo que deseo, es unirme a Ti enteramente, desviar mi corazón de todas las cosas criadas, y aprender a gustar las celestiales y eternas por medio de la sagrada Comunión y frecuente celebración. ¡Ay Dios mío,! ¿Cuando estaré absorto y enteramente unido a Ti, del todo olvidado de mí? ¿Cuándo me concederás estar Tú en mí, y yo en Ti; y permanecer así unidos eternamente?

2. En verdad Tú eres mi amado escogido entre millares, con quien mi alma desea estar todos los días de su vida. Tú eres verdaderamente el autor de mi paz; en Ti esta la suma tranquilidad y el verdadero descanso; fuera de Ti todo es trabajo, dolor y miseria infinita. Verdaderamente eres Tú el Dios escondido que no comunicas a los malos, sino que tu conversación es con los humildes y sencillos. ¡Oh Señor, cuán suave es tu espíritu, pues para manifestar tu dulzura para con tus hijos, te dignaste mantenerlos con el pan suavísimo bajando del cielo! Verdaderamente no hay otra nación tan grande, que tenga dioses que tanto se le acerquen, como Tú, Dios nuestro, te acercas a todos tus fieles, a quienes te das para que te coman y disfruten, y así perciban un continuo consuelo, y levanten su corazón a los cielos.

3. Porque ¿ dónde hay gente alguna tan ilustre como el pueblo cristiano? O ¿que criatura hay debajo del cielo tan amada, como el alma devota, a quien se comunica Dios para apacentarla con su gloriosa carne ? ¡Oh inefable gracia ! ¡Oh maravillosa dignación ! ¡Oh amor sin medida, singularmente reservado para el hombre! Pues ¿qué daré yo al Señor por esta gracia, por esta caridad tan grande ? No hay cosa más agradable que yo le pueda dar, que mi corazón todo entero, para que este unido con el íntimamente. Entonces se alegrarán todas mis entrañas, cuando mi alma estuviere perfectamente unida a Dios. Entonces me dirá. SI Tú quieres estar conmigo, yo quiero estar contigo. Y yo le responderé: Dígnate, Señor, quedarte conmigo, pues yo quiero de buena gana estar contigo. Este es todo mi deseo: que mi corazón este contigo unido.

§4.14. Del ansia con que algunos devotos desean el cuerpo de Cristo.

Habla el Alma:

1. Oh Señor, ¡cuán grande es la abundancia de tu dulzura, que reservaste para los que te temen! Cuando me acuerdo, Señor, de algunos devotos que se llegan a tu Sacramento con dignísima devoción y afecto, me confundo muchas veces, y me avergüenzo de mí mismo al ver que llego tan tibio y tan frío a tu altar, y a la mesa de la sagrada comunión. Que me quedo tan seco, y sin dulzura de corazón; que no estoy todo encendido delante de Ti, Dios mío, ni tan vehementemente atraído y poseído de amor, como otros muchos devotos, que por el gran deseo de comulgar, y por el amor sensible de su corazón, no pudieron detener las lágrimas. Sino que con la boca del corazón y del cuerpo anhelaban afectuosamente a Ti, Dios mío, fuente viva, no pudiendo templar ni hartar su hambre de otro modo, sino recibiendo tu cuerpo con indecible regocijo y ansia espiritual.

2. ¡Oh verdadera y ardiente fe la suya, prueba manifiesta de tu sagrada presencia en este Sacramento! Estos son verdaderamente los que conocen a su Señor en el partir del pan; pues su corazón arde en ellos tan vivamente, porque Jesús anda en su compañía. Lejos está de mi muchas veces semejante afecto y devoción, tan grande amor y fervor. Buen Jesús, séme propicio, dulce y benigno, y concede a este tu pobre mendigo siquiera alguna vez sentir en la santa Comunión un poco de afecto entrañable de tu amor, para que mi fe se fortalezca, crezca la esperanza en tu bondad, y la caridad una vez perfectamente encendida y experimentada del maná celestial, nunca desfallezca. Poderosa es, pues, tu misericordia para concederme gracia tan deseada, y visitarme clementísimamente con este espíritu de fervor el día que tuvieres por bien. Y aunque no me hallo inflamado del gran deseo de tus especiales devotos, quiero a lo menos con tu gracia tener tan fervoroso deseo; y pido y deseo ser participante de los que tan fervorosamente te aman, y ser contado en su número.

§4.15. Que la devoción se alcanza con la humildad y abnegación de sí mismo.

Dice Jesucristo:

1. Debes buscar con diligencia la gracia de la devoción, pedirla con instancia, esperarla con paciencia y confianza, recibirla con gratitud, guardarla con humildad, obrar solícitamente con ella, y dejar a Dios el tiempo y el modo en que se digne visitarte. Te debes humillar en especial cuando sientes interiormente poca o ninguna devoción; mas no te abatas demasiado, ni te entristezcas desordenadamente. Dios da muchas veces en un instante lo que negó largo tiempo. También da algunas veces al fin de la oración lo que dilató desde el principio.

2. Si siempre se nos diese la gracia sin dilación, y a medida de nuestro deseo no podría abrazarla bien el hombre flaco. Por eso la debes esperar con segura confianza y humilde paciencia; y cuando no te es concedida, o te fuere quitada secretamente, echa la culpa a ti mismo y a tus pecados. Algunas veces es bien pequeña cosa la que impide y esconde la gracia, si es que debe llamar poco y no mucho lo que tanto bien estorba. Mas si aquello poco o mucho apartares, y perfectamente vencieres, tendrás lo que suplicaste.

3. Porque luego que te entregares a Dios de todo tu corazón, y no buscares cosa alguna por tu propio gusto, sino que del todo te pusieres en sus manos, te hallarás recogido y sosegado; porque nada te agrada. Cualquiera, pues, que levantarse su intención a Dios con sencillo corazón, y se despojare de todo amor u odio desordenado de cualquier cosa criada, estará muy bien dispuesto para recibir la divina gracia, y se hará digno del don de la devoción. Porque el Señor echa su bendición, donde halla los vasos vacíos. Y cuanto más perfectamente renunciare alguno las cosas bajas, y estuviere muerto a sí mismo por su propio desprecio, tanto más presto viene la gracia, más copiosamente entra, y más alto levanta el corazón ya libre.

4. Entonces verá y abundará, y se maravillará, y se dilatará su corazón; por que la mano del Señor está con él, y él se puso enteramente en sus manos para siempre. De esta manera será bendito el hombre que busca a Dios con todo su corazón, y no ha recibido su alma en vano. Este, cuando recibe la santa Comunión, merece la singular gracia de la unión divina; porque no mira a su propia devoción y consuelo, sino sobre todo a la gloria y honra de Dios .

§4.16. Que debemos manifestar a Cristo nuestras necesidades y pedirle su gracia.

Habla el Alma:

1. ¡Oh dulcísimo y amantísimo Señor, a quien deseo recibir ahora devotamente! Tú conoces mi flaqueza y la necesidad que padezco, en cuantos males y vicios estoy abismado, cuántas veces me veo agobiado, tentado, turbado y amancillado. A Ti vengo por remedio, a Ti acudo por consuelo y alivio. Hablo a quien todo lo sabe, a quien son manifiestos todos los secretos de mi corazón, y a quien solo me puede consolar y ayudar perfectamente. Tú sabes los bienes que más falta me hacen, y cuán pobre soy en virtudes.

2. Vesme aquí delante de Ti, pobre y desnudo, pidiendo gracia e implorando misericordia. Da de comer a este tu hambriento mendigo, enciende mi frialdad con el fuego de tu amor, alumbra mi ceguedad con la claridad de tu presencia. Conviérteme todo lo terreno en amargura, todo lo pesado y contrario en paciencia, todo lo ínfimo y criado en menosprecio y olvido. Levanta mi corazón a Ti en el cielo, y no me dejes andar vagando por la tierra. Tú solo me seas dulce desde ahora para siempre; pues Tú solo eres mi manjar y bebida, mi amor, mi gozo, mi dulzura y todo mi bien.

3. ¡Oh, si me encendieses todo con tu presencia, y me abrasases y transformases en Ti para ser un espíritu contigo por la gracia de la unión interior y por la efusión de un amor abrasado! No consientas que me separe de Ti ayuno y seco; sino pórtate conmigo piadosamente, como lo has echo muchas veces con tus Santos de un modo admirable. ¡Que extraño sería que yo me abrasase todo en tu amor, sin acordarme de mí, siendo Tú fuego que siempre arde y nunca cesa, amor que limpia los corazones y alumbra el entendimiento!

§4.17. Del amor fervoroso y vehemente deseo de recibir a Cristo

Habla el Alma:

1. Con suma devoción y abrasado amor, con todo el afecto y fervor del corazón, deseo, Señor, recibirte en la comunión, como lo desearon muchos Santos y personas devotas que te agradaron mucho con la santidad de su vida, y tuvieron devoción ardentísima. ¡Oh Dios mío, amor eterno, todo mi bien, felicidad interminable! Deseo recibirte con el deseo más vehemente y con la reverencia más digna, cual jamás tuvo ni pudo sentir ninguno de los Santos.

2. Y aunque yo sea indigno de tener aquellos sentimientos devotos, te ofrezco todo el afecto de mi corazón, como si yo solo tuviese todos aquellos inflamados deseos. Y cuanto pueda el alma piadosa concebir y desear. Todo te lo presento y te lo ofrezco con humildísima reverencia, y con entrañable fervor. Nada deseo reservar para mí, sino ofrecerme en sacrificio con todas mis cosas voluntariamente, y con el mayor afecto. Señor, Dios mío, Creador y Redentor mío, con tal afecto, reverencia, honor y alabanza, con tal agradecimiento, dignidad y amor, con tal fe, esperanza y pureza, deseo recibirte hoy, como te recibió y deseo tu Santísima Madre la gloriosa Virgen María, cuando al ángel que le anunció el misterio de la Encarnación respondió humilde y devotamente:He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra.

3. Y como el bienaventurado San Juan Bautista, tu precursor, y el mayor de los Santos, cuando aún estaba encerrado en el vientre de su madre, dio saltos de alegría en tu presencia con gozo del Espíritu Santo; y después, viéndote Jesús mío, conversar entre los hombres, con devoto y humildísimo afecto decía: El amigo del esposo, que esta en su presencia y le oye, se regocija mucho al oír la voz del esposo: así deseo yo estar inflamado de grandes y santos deseos y presentarme a Ti con todo el afecto de mi corazón. Por eso te ofrezco y dedico los júbilos de todos los corazones devotos, los vivísimos afectos, los embelesos espirituales, las soberanas iluminaciones, las visiones celestiales, y todas las virtudes y alabanzas con que te han celebrado y pueden celebrar todas las criaturas en el cielo y en la tierra: recíbelo todo por mí y por todos los encomendados a mis oraciones, para que seas por todos dignamente alabado y glorificado para siempre.

4. Recibe, Señor, Dios mío, mis deseos y ansias de darte infinita alabanza y bendición inmensa, los cuales te son justísimamente debidos, según la multitud de tu inefable grandeza. Esto te ofrezco ahora, y deseo ofrecerte cada día y cada momento; y convido y ruego con instancia y afecto; a todos los espíritus celestiales, y a todos tus fieles, que te alaben y te den gracias juntamente conmigo.

5. Alábente todos los pueblos, todas las tribus y lenguas, y engrandezcan tu santo y dulcísimo nombre consumo regocijo e inflamada devoción. Merezcan hallar tu gracia y misericordia todos los que con reverencia y devoción celebran tu altísimo Sacramento, y con entera fe lo reciben; y ruegan a Dios humildemente por, mi, pecador. Y cuando hubieren gozado de la devoción y unión deseada, y se partieren de la mesa celestial muy consolados y maravillosamente recreados, tengan por bien acordarse de este pobre.

§4.18. Que el hombre no debe ser curioso en examinar este Sacramento, sino humilde imitador de Cristo, sometiendo su parecer a la sagrada fe.

Dice Jesucristo:

1. Guárdate de escudriñar inútil y curiosamente este profundísimo Sacramento, sino te quieres ver anegado en un abismo de dudas. El que es escrudriñador de la majestad, será abrumado de su gloria. Más puede obrar Dios, que lo que el hombre puede entender. Pero no se prohíbe el devoto y humilde deseo de alcanzar la verdad a aquellos que siempre están prontos a ser enseñados, y caminar según las santas doctrinas de los Santos Padres.

2. Bienaventurada la sencillez que dejando los ásperos caminos de las cuestiones, va por la senda llana y segura de los mandamientos de Dios. Muchos perdieron la devoción, queriendo escudriñar las cosas sublimes. Fe se te pide y vida sencilla, no elevación de entendimiento ni profundidad de los misterios de Dios. Si no entiendes y comprendes las cosas más triviales, ¿cómo entenderás las que están sobre la esfera de tu alcance? Sujétate a Dios, y humilla tu juicio a la fe, y se te dará la luz de la ciencia, según tu fuere útil y necesaria.

3. Algunos son gravemente tentados contra la fe en este Sacramento; más esto no se de imputar a ellos, sino al enemigo. No tengas cuidado, no disputes con tus pensamientos, embriagándolos ni respondas a las dudas que el diablo te sugiere; sino cree en las palabras de Dios, cree a sus Santos y a sus Profetas, y huirá de ti el malvado enemigo. Muchas veces es muy conveniente al siervo de Dios el padecer estas tentaciones. Pues no tienta el demonio a los infieles y pecadores a quienes ya tiene seguros; sino que tienta y atormenta de diversas maneras a los fieles y devotos.

4. Acércate, pues, con una fe firme y sencilla, y llégate al Sacramento con suma reverencia; y todo lo que no puedes entender, encomiéndalo con seguridad al Dios todopoderoso. Dios no te engaña; el que engaña es el que se cree a sí mismo demasiadamente. Dios anda con los sencillos, se descubre a los humildes, y da entendimiento a los pequeños, alumbra a las almas puras, y esconde su gracia a los curiosos y soberbios. La razón humana es flaca, y puede engañarse; mas la fe verdadera no puede ser engañada.

5. Toda razón y discurso natural debe seguir a la fe, y no ir delante de ella ni quebrantarla. Porque la fe y el amor muestran aquí mucho su excelencia, y obran secretamente en este santísimo y sobreexcelentísimo Sacramento. El Dios eterno, inmenso y de poder infinito, hace cosas grandes e inescrutables en el cielo y en la tierra; y sus obras admirables se ocultan a toda investigación. Si tales fuesen las obras de Dios, que fácilmente se pudiesen comprender por la razón humana, no se dirían inefables ni maravillosas.

F I N

Gloria a Cristo Jesús...........ahora y siempre. Amen

Thomas von Kempen

Nachfolge Christi

§1. Erstes Buch: Geistiges Leben

Nützliche Ermahnungen zum geistlichen Leben

§1.01. Von der Nachfolge Christi und von der Verachtung aller Eitelkeiten der Welt.

1. Wer Mir nachfolgt, wandelt nicht in Finsternis, sagt der Herr. Dies sind Worte Christi, durch welche wir erinnert werden, Ihm in Seinem Leben und in Seinem Wandel nachzufolgen, wenn wir verlangen, wahrhaft erleuchtet und von aller Blindheit des Herzens befreit zu werden. Wir müssen also allen Fleiß anwenden, das Leben Jesu Christi zu betrachten.

2. Die Lehre Jesu Christi übertrifft alle Lehren der Heiligen; und wer den wahren Geist hätte, der würde da ein verborgenes Himmelsbrot finden. Es geschieht aber, dass viele auch aus der öfteren Anhörung des Evangeliums eine geringe Begierde nach demselben in sich empfinden, weil sie den Geist Christi nicht haben. Wer aber die Worte Christi vollkommen verstehen und einen Geschmack darin finden will muss sich befleißen, sein ganzes Leben nach dem Leben Jesu Christi einzurichten.

3. Was nützt es dir, dass du von der Dreieinigkeit Gottes hohe Dinge vorzubringen weißt, wenn es dir dabei an Demut mangelt und du deswegen dem lieben Gott missfällst? In der Tat, die hohen Worte machen weder heilig, noch gerecht; nur durch ein tugendhaftes Leben wird man Gott angenehm. Lieber ist mir, Zerknirschung des Herzens empfinden, als ihre Beschreibung wissen. Wenn du die ganze Heilige Schrift auswendig wüsstest, und wenn dir die Sprüche aller Weltweisen bekannt wären, was würde dir dieses alles ohne die Liebe Gottes und ohne die Gnade nützen? Eitelkeit über Eitelkeit, und alles ist Eitelkeit, außer Gott lieben und Ihm allein dienen. Die höchste Weisheit besteht darin, dass man die Welt verachtet und nach dem Himmel strebt.

4. Es ist also Eitelkeit, wenn man vergängliche Reichtümer sucht und auf diese seine Hoffnung setzt. Es ist Eitelkeit, wenn man nach Ehren strebt und sich zu einem hohen Stande zu erschwingen trachtet. Es ist Eitelkeit, wenn man den Begierden des Fleisches folgt und ein Verlangen nach jenen Dingen trägt, welche schwere Strafen nach sich ziehen. Es ist Eitelkeit, wenn man ein langes Leben wünscht, aber nicht daran denkt, gut zu leben. Es ist Eitelkeit, wenn man nur auf das gegenwärtige Leben acht gibt und nicht für das zukünftige sorgt. Es ist Eitelkeit, wenn man Dinge liebt, welche schnell vorübergehen, und nicht dahin eilt, wo die Freude ewig dauert.

5. Denke oft an jenen Ausspruch: „Das Auge wird nicht satt vom Sehen und das Ohr nicht satt vom Hören.“ Befleiße dich also, dein Herz von der Liebe sichtbarer Dinge abzuziehen und dich an das Unsichtbare zu gewöhnen; denn jene, welche ihrer Sinnlichkeit folgen, verunreinigen ihr Gewissen und verlieren die Gnade Gottes.

§1.02. Von der Geringschätzung seiner selbst.

1. Alle Menschen haben von Natur aus Wissbegierde; aber was nützt Wissenschaft ohne Furcht Gottes? Ein demütiger Bauer, welcher Gott dient, ist in der Tat viel besser als ein hoffärtiger Weltweise, welcher sich selbst vernachlässigt und auf den Lauf des Himmels Achtung gibt. Wer sich selbst wohl erkennt, dünkt sich in seinen eigenen Augen gering und hat keine Freude an dem Lobe der Menschen. Wenn ich alles wüsste, was in der Welt ist, wenn ich aber die Liebe nicht hätte, was würde es mir vor Gott helfen, welcher mich einst nach meinen Werken richten wird?

2. Unterdrücke die allzu große Wissbegierde, denn man verwickelt sich dadurch in viele Zerstreuungen und täuscht sich gar oft. Die Gelehrten verlangen gesehen und von anderen als Weise gepriesen zu werden. Es gibt viele Dinge, deren Kenntnis der Seele wenig oder gar keinen Nutzen bringt. Und jener ist gewiss sehr töricht, welcher auf etwas anderes bedacht ist, als was ihm zu seinem Heile dient. Viele Worte sättigen die Seele nicht, aber ein frommes Leben erquickt das Gemüt, und ein reines Gewissen flößt großes Vertrauen auf Gott ein.

3. Je mehr du weißt, und je besser du erfahren bist, desto strenger wirst du eins gerichtet werden, wenn du nicht auch zugleich heiliger lebst. Erhebe dich also nicht wegen einer Kunst oder wegen was immer für einer Wissenschaft, sondern fürchte dich vielmehr wegen eben dieser Kenntnis, welche dir gegeben worden ist. Wenn es dir scheint, du wissest vieles, und du verstehest es wohl, so musst du doch dafür halten, es sei noch viel mehr übrig was dir unbekannt ist. Bilde dir auf deine Wissenschaft nicht zu viel ein, sondern bekenne vielmehr deine Unwissenheit. Warum willst du dich einem anderen vorziehen, da es doch viele gibt, welche dich an Gelehrsamkeit übertreffen und in dem Gesetze größere Erfahrung haben als du? Wenn du etwas mit Nutzen zu wissen und zu lernen verlangst, so trachte, dass du verborgen bleibest und nimm es gerne an, wenn du für nichts geachtet wirst.

4. Die wahre Kenntnis und Verachtung seiner selbst ist die höchste und nützlichste Wissenschaft. Von sich selbst nichts halten, dagegen von anderen allzeit gute und rühmliche Gesinnungen haben, das ist große Weisheit und Vollkommenheit. Wenn du einen anderen offenbar sündigen oder schwere Verbrechen begehen siehst, so darfst du dich deswegen doch nicht für besser halten, weil du nicht weißt, wie lange du im Guten verharren wirst. Wir alle sind gebrechliche Menschen; aber niemand musst du für gebrechlicher halten als dich selbst.

§1.03. Von der Lehre der Wahrheit.

1. Glückselig ist jener Mensch, welchen die Wahrheit selbst lehrt und zwar nicht durch bloße Vorstellungen und vorübergehende Worte, sondern wie sie in sich selbst ist. Unsere Meinung und unser Sinn betrügt uns oft und ist sehr kurzsichtig. Was für einen Nutzen bringen mühsame Untersuchungen über verborgene und dunkle Sachen, wegen welcher wir am Gerichtstage nicht werden zur Rede gestellt werden, wenn wir dieselben schon nicht gewusst haben? Es ist eine große Torheit, wenn wir das Nützliche und Notwendige vernachlässigen und freiwillig auf vorwitzige und schädliche Dinge aufmerken. Wir haben Augen, aber wir sehen nicht.

2. Und warum sollen wir uns lange über Streitigkeiten aufhalten, ob dieses oder jenes in dem allgemeinen Begriffe enthalten sei oder ob es zu einer besonderen Gattung gehöre? Jener, zu welchem das ewige Wort redet, wird von vielen zweifelhaften Meinungen befreit. Aus einem Worte ist alles, und alles gibt diesem Wort Zeugnis; und dieses Wort ist der Anfang und Ursprung, welcher zu uns redet. Ohne dieses Wort hat niemand einen Verstand, und es ist auch niemand fähig, ein vernünftiges Urteil zu fällen. Wer, statt auf andere Sachen zu sehen, sein einziges Augenmerk auf dieses richtet, wer alles auf dieses bezieht und alles in diesem betrachtet, der kann in seinem Herzen beständig sein und ruhig in Gott verharren. O Gott, Du ewige Wahrheit! Vereinige und mache mich eins mit Dir durch das Band der ewigen Liebe. Das viele Lesen und Hören macht mir oft einen Ekel; in Dir ist alles, was ich will und verlange. Alle Lehrer sollen schweigen und alle Geschöpfe vor Deinem Angesichte verstummen; rede Du allein zu mir!

3. Je mehr einer in sich selbst gesammelt ist und je mehr bei ihm innerlich alles nur auf einen Gegenstand abzielt, desto mehrere und höhere Dinge wird er ohne Mühe verstehen, weil er das Licht der Erkenntnis von oben herab empfängt. Eine reine, aufrichtige und beständige Seele wird auch bei vielen Geschäften nicht zerstreut, weil sie alles zur Ehre Gottes verrichtet und sich bestrebt, ihre Absichten von aller Eigenliebe rein zu erhalten. Wer hindert und beunruhigt dich mehr als die unabgetöteten Neigungen deines eigenen Herzens? Ein gottesfürchtiger und andächtiger Mensch bringt die äußerlichen Werke, welche er verrichten muss, zuerst in seinen Gedanken in Ordnung; er lässt sich von ihnen nicht zu Begierden einer sündhaften Neigung dahinreißen, sondern er weiß dieselbe nach dem Urteile der rechten Vernunft einzurichten. Wer muss einen härteren Kampf aushalten, als welcher sich bemüht, sich selbst zu überwinden? Und dieses sollte unser Geschäft sein, dass wir nämlich uns selbst überwinden, täglich mehr Herrschaft über uns selbst gewinnen und in der Tugend immer größere Fortschritte machen.

4. Auch die höchste Vollkommenheit, zu welcher man in diesem Leben gelangt, ist noch mit einiger Unvollkommenheit verbunden; denn alle unsere Einsichten und Kenntnisse sind nicht von aller Dunkelheit frei. Die demütige Erkenntnis seiner selbst führt viel sicherer zu Gott, als die tiefste Erforschung der Wissenschaft. Zwar darf man die Wissenschaft oder die Kenntnis irgendeiner Sache nicht tadeln; sie sind in sich selbst gut und von Gott angeordnet: doch ist ein gutes Gewissen und ein tugendhaftes Leben allzeit höher zu schätzen. Weil aber viele mehr bedacht sind, viel zu wissen, als gottselig zu leben: so geraten sie in viele Irrtümer und haben von ihren Bemühungen keinen oder doch nur wenig Nutzen.

5. O wenn doch diese Leute einen ebenso großen Fleiß anwenden würden, die Laster auszurotten und die die Tugenden einzupflanzen, als sie sich Mühe geben, spitzfindige Fragen aufzuwerfen, so würde nicht so viel Böses geschehen und kein so großes Ärgernis unter dem Volke herrschen, man würde auch in Klöstern keine so große Freiheit wahrnehmen. An dem letzten Gerichtstage wird man uns gewiss nicht fragen was wir gelesen, sondern was wir getan haben, nicht wie zierlich wir gesprochen, sondern wie gottesfürchtig wir gelebt haben. Sage mir, wo sind nun alle jene Herren und jene erleuchteten Lehrer, welche du wohl kanntest, da sie noch lebten, und welche wegen ihrer Wissenschaft so berühmt waren? Ihre Einkünfte besitzen nun andere; und vielleicht denken diese nicht einmal mehr an sie. In ihrem Leben schienen sie groß zu sein, und jetzt schweigt man von ihnen.

6. O wie geschwind vergeht die Herrlichkeit der Welt! Wollte Gott, sie hätten ihr Leben nach ihrer Wissenschaft eingerichtet, dann würden sie mit Nutzen studiert und gelesen haben. Wie viele gehen in der Welt wegen ihrer eitlen Wissenschaft zugrunde, weil sie sich um den Dienst Gottes wenig bekümmern und weil sie lieber groß als demütig sein wollen, so gehen sie mit lauter eitlen Gedanken um. Wahrhaft groß ist, wer eine große Liebe hat; wahrhaft groß , wer in seinen Augen klein ist und alle Ehrenstufen für nichts achtet; wahrhaft bescheiden ist, wer alles Irdische für nichts achtet, damit er Christus gewinne; und wahrhaft gelehrt ist, wer seinen eigenen Willen verlässt und den Willen Gottes tut.

§1.04. Von der Vorsicht bei seinen Geschäften und Unternehmungen.

1. Nicht jedem Worte und Einfalle muss man glauben, sondern die Sache sorgfältig und ohne Übereilung mit Gott beraten. Oft wird leider das Böse von anderen leichter geglaubt und nachgesprochen als das Gute; so schwach sind wir. Aber vollkommene Männer glauben nicht leicht einer jeden Erzählung, weil sie die menschliche Schwachheit kennen, welche zum Bösen so geneigt ist und sich in Worten gar oft verfehlt.

2. Es ist eine große Weisheit, wenn man sich in seinen Geschäften nicht übereilt und auf seinem eigenen Sinne nicht hartnäckig beharrt. Diese Weisheit lehrt uns auch, dass wir nicht allen Worten der Menschen glauben und dass wir dasjenige, was wir gehört oder geglaubt haben, nicht sogleich wieder anderen erzählen. Frage einen weisen und gewissenhaften Menschen um Rat und suche viel eher bei einem Verständigen Belehrung, als dass du deinen eigenen Einfällen folgest. Ein frommes Leben macht den Menschen weise in Gott und erfahren in vielen Dingen. Je demütiger einer in seinem Herzen ist und je vollkommener er sich Gott unterwirft, desto weiser und ruhiger wird er in allen Vorfällen sein.

§1.05. Von der Lesung der Heiligen Schrift.

1. In der Heiligen Schrift muss man die Wahrheit, nicht die Beredsamkeit suchen. Die Heilige Schrift muss mit eben dem Geiste gelesen werden, mit welchem sie verfasst worden ist. Wir müssen in ihr vielmehr den Nutzen, als eine künstliche Beredsamkeit suchen. Wir müssen ebenso gerne jene Bücher lesen, welche einfach und andächtig verfasst sind, wie jene, welche erhaben und mit tiefer Gelehrsamkeit geschrieben sind. Das Ansehen des Verfassers muss dich nicht irre machen, er mag nun gelehrt oder nicht gelehrt gewesen sein; nur die Liebe zur reinen Wahrheit muss dich zum Lesen antreiben. Frage nicht lange, WER dies gesagt habe, sondern merke, WAS gesagt wird.

2. Die Menschen vergehen, aber die Wahrheit des Herrn bleibt ewig. Ohne einen Unterschied zwischen den Menschen zu machen, redet Gott auf verschiedene Arten mit uns. Oft hält uns unser Vorwitz im Lesen gottseliger Schriften auf, indem wir verstehen und untersuchen wollen, wo wir ohne weiteres Nachforschen vorübergehen sollten. Wenn du mit Nutzen zu lesen verlangst: so lies mit Demut, mit Einfalt und Treue. Du musst auch niemals trachten, dir unter den Gelehrten einen Ruhm zu erwerben. Frage gern und höre die Worte der Heiligen mit Stillschweigen; lass dir die Sprüche der Alten nicht missfallen; ohne Ursache führt man sie nicht an.

§1.06. Von den Leidenschaften.

1. Sobald der Mensch auf eine unordentliche Weise nach einer Sache trachtet, wird er sogleich in seinem Herzen unruhig werden. Der Hoffärtige und Geizige hat niemals Ruhe; der Arme im Geiste und der Demütige aber wandelt in einem vollkommenen Frieden. Ein Mensch, welcher sich selbst noch nicht ganz abgestorben ist, wird gar leicht versucht und in geringfügigen und unbedeutenden Dingen überwunden. Ein im Geiste schwacher und einigermaßen noch fleischlicher und zur Sinnlichkeit geneigter Mensch kann sich hart von allen irdischen Begierden gänzlich losmachen. Deswegen verfällt er oft in Traurigkeit, wenn er sich davon enthalten will; er wird auch leicht unwillig, wenn ihm jemand widerspricht.

2. Wenn er aber erlangt hat, was er begehrte, so wird ihn auch sogleich sein schuldiges Gewissen ängstigen, weil er seiner bösen Neigung folgte. Den wahren Frieden des Herzens also findet man, wenn man den bösen Neigungen widersteht, nicht aber, wenn man ihnen nachgibt. Der Friede ist also nicht in dem Herzen eines fleischlichen Menschen, nicht im Gemüte dessen, der am Äußern hängt, sondern nur bei eifrigen und geistreichen Seelen.

§1.07. Die eitle Hoffnung und den Hochmut soll man fliehen.

1. Jener ist eitel, welcher seine Hoffnung auf die Menschen oder auf andere Geschöpfe setzt. Du musst dich nicht schämen, aus Liebe zu Jesus Christus anderen zu dienen und in dieser Welt für arm gehalten zu werden. Verlass dich nicht auf dich selbst, sondern baue deine Hoffnung auf Gott. Tue so viel in deinen Kräften ist, und Gott wird deinen guten Willen ansehen und dir helfen. Verlass dich nicht auf deine Wissenschaft oder auf die Klugheit eines anderen, sondern vertraue vielmehr auf Gott, welcher den Demütigen zu Hilfe kommt und die Stolzen erniedrigt.

2. Rühme dich nicht wegen des Reichtums, den du besitzt, oder wegen deiner Freunde, weil sie mächtig sind, sondern rühme dich in Gott, welcher alles gibt und Sich Selbst vor allem zu geben verlangt. Sei nicht stolz auf die Größe oder Schönheit deines Leibes, welche eine kleine Krankheit vernichten oder entstellen kann. Habe auch kein Wohlgefallen an dir selbst wegen deiner Geschicklichkeit oder wegen deines Verstandes, damit du nicht Gott missfällst, welchem alles zugehört, was du immer Gutes von der Natur besitzt.

3. Halte dich nicht für besser als andere, damit du vor Gott, welchem die innere Beschaffenheit des Menschen bekannt ist, nicht für schlechter gehalten wirst. Sei nicht hoffärtig wegen deiner guten Werke, denn die Urteile Gottes sind anders, als die Urteile der Menschen. Gott missfällt gar oft dasjenige, was den Menschen gefällt. Wenn du etwas Gutes hast, so glaube, andere haben mehr Gutes als du, damit du dich in der Demut erhaltest. Es schadet dir nichts, wenn du dich allen nachsetzt; dagegen aber schadet es dir sehr viel, wenn du dich auch nur einem einzigen vorziehst. Die Demütigen genießen einen sanften Frieden; die Hoffärtigen aber werden in ihrem Herzen beständig von Zorn und Verdruss beunruhigt.

§1.08. Vor allzu großer Vertraulichkeit muss man sich hüten.

1. Offenbare nicht jedem die Geheimnisse deines Herzens, sondern beratschlage dich wegen deiner Geschäfte mit Weisen und Gottesfürchtigen. Mit jungen Leuten und mit Auswärtigen gehe selten um. Schmeichle nicht den Reichen und erscheine nicht gerne bei den Großen der Welt. Geselle dich zu den Demütigen und Einfältigen, zu den Andächtigen und Sittsamen, und unterhalte dich mit ihnen über erbauliche Sachen. Lass dich mit keinem Weibe in Vertraulichkeit ein, sondern befiehl alle frommen Frauen überhaupt Gott an. Wünsche allein mit Gott und mit Seinen Engeln vertraut zu sein, und hüte dich vor der allzu großen Bekanntschaft mit den Menschen.

2. Man muss alle lieben; es ist aber nicht nützlich, mit allen vertraulich umzugehen. Es geschieht bisweilen, dass ein unbekannter Mensch wegen seines guten Rufes bei anderen in Ansehen kommt; aber durch seine Gegenwart verdunkelt er selbst seinen Ruhm. Wir glauben bisweilen, anderen wegen unseres freundschaftlichen Betragens zu gefallen, welchen wir nachher, wenn sie unser ungesittetes Wesen an uns bemerken, umso mehr missfallen.

§1.09. Vom Gehorsam und von der Unterwerfung.

1. Es ist etwas sehr Großes, unter dem Gehorsam zu stehen, unter einem Vorgesetzten zu leben und nicht sein eigener Herr zu sein. Es ist viel sicherer, untertänig zu sein, als anderen vorzustehen. Viele gehorchen mehr aus Zwang, als aus Liebe; sie tun es daher mit Widerwillen und murren leicht. Sie werden auch niemals zur Freiheit des Geistes gelangen, wenn sie sich nicht wegen Gott von ganzem Herzen unterwerfen. Du magst dich an diesen oder jenen Ort begeben; du wirst doch nirgends Ruhe finden, außer wenn du dich der Anleitung eines Vorgesetzten mit Demut unterwirfst. Die Vorstellung anderer Orte und die Veränderung des Aufenthaltes hat viele betrogen.

2. Es ist wahr, ein jeder handelt gerne nach seinem Sinne, und wir haben eine größere Neigung zu jenen, welche ebenso denken wie wir. Aber wenn Gott wahrhaft mit uns ist, so müssen wir aus Liebe zum Frieden unsere Meinung bisweilen fahren lassen. Wer ist so weise, dass er alles vollkommen einsehen kann? Vertraue also nicht zu viel auf deinen eigenen Sinn, sondern höre auch gerne die Meinung anderer. Wenn deine Meinung gut ist und wenn du dieselbe wegen Gott doch fahren lässt und einem anderen folgst, so wirst du einen größeren Nutzen daraus ziehen.

3. Denn ich habe oft gehört: es sei viel sicherer, eines anderen Meinung zu hören und guten Rat von ihm anzunehmen, als ihn zu geben. Es kann wohl auch geschehen, dass die Meinung eines jeden gut ist, aber wenn man anderen nicht nachgeben will, da es doch die Vernunft oder sonst eine Ursache erheischt, so ist es ein Zeichen der Hoffart und Hartnäckigkeit.

§1.10. Vor überflüssigen Worten muss man sich hüten.

1. Fliehe das Getümmel der Menschen so gut du kannst, denn die Unterredungen über weltliche Angelegenheiten sind oft schädlich, wenn man auch eine aufrichtige Meinung dabei hat. Wir werden nur gar zu bald von der Eitelkeit befleckt, und unser Herz wird dadurch eingenommen. Ich wünschte, ich hätte öfter geschwiegen und wäre nicht unter den Leuten gewesen. Aber woher kommt es doch, dass wir so gerne reden und uns miteinander unterhalten, da wir doch selten ohne Verletzung des Gewissens zum Stillschweigen zurückkehren? Wir reden deswegen so gerne miteinander, weil wir durch unsere Unterredungen beieinander Trost suchen und unser Herz, welches durch verschiedene Beschäftigungen ermüdet ist, zu erleichtern wünschen. Auch von jenen Dingen, welche wir lieben, begehren oder verabscheuen, denken und reden wir mit Vergnügen.

2. Aber es geschieht leider oft vergebens und ohne Nutzen. Denn dieser äußerliche Trost schadet dem innerlichen und himmlischen nicht wenig. Deswegen muss man wachen und beten, damit die Zeit nicht müßig verstreiche. Wenn es erlaubt und schicklich ist zu reden, so rede, was zur Erbauung dient. Die böse Gewohnheit und die geringe Sorge, welche wir für unseren Fortgang haben, ist größtenteils schuld, dass wir unsere Zunge so schlecht bewahren. Andächtige Unterredungen von geistlichen Sachen tragen zum Fortgang im geistlichen Leben sehr vieles bei, besonders wenn Leute von gleichen Gesinnungen und von gleichem Geiste, aus so heiligen Absichten versammelt sind.

§1.11. Von dem Streben nach Frieden und Vollkommenheit.

1. Wir könnten süßen Frieden genießen, wenn wir uns nicht mit den Reden und Handlungen anderer, welche uns doch nichts angehen, beschäftigen wollten. Wie kann jener lange im Frieden leben, der sich in fremde Angelegenheiten mischt; der von außen Gelegenheiten zu Zerstreuungen sucht; der sein Gemüt nur wenig oder selten sammelt? Selig sind, die in Einfalt ihres Herzens leben, denn sie werden süßen Frieden genießen!

2. Warum sind wohl einige Heilige in der Vollkommenheit und in dem beschaulichen Leben so weit gekommen? Weil sie sich bestrebten, ihren Neigungen zu irdischen Dingen abzusterben; deswegen konnten sie Gott von ganzem Herzen anhängen und mit aller Freiheit für ihr eigenes Heil sorgen. Wir sind allzu sehr mit unseren bösen Neigungen beschäftigt und sorgen zu viel für das Vergängliche. Selten überwinden wir auch nur eine böse Neigung vollkommen und haben keinen ernstlichen Willen, täglich in der Tugend zuzunehmen; deswegen bleiben wir kalt und lau.

3. Wenn wir uns selbst vollkommen abgestorben und von allen innerlichen Banden frei wären, so könnten wir auch das Göttliche verkosten und etwas von der himmlischen Beschaulichkeit erfahren. Das ganze und größte Hindernis ist, dass wir von den bösen Neigungen und Begierlichkeiten nicht frei sind und uns nicht bemühen, den Heiligen auf dem Wege der Vollkommenheit nachzufolgen. Wenn uns auch nur eine geringe Widerwärtigkeit aufstoßt, so lassen wir allzu geschwind den Mut sinken und suchen menschlichen Trost.

4. Suchten wir, wie tapfere Männer, im Kampfe fest zu stehen, so würde ganz gewiss die Hilfe des Herrn vom Himmel über uns kommen. Denn Er ist bereit, denjenigen zu helfen, welche streiten und auf Seine Gnade hoffen, weil Er uns die Gelegenheit zu streiten nur deswegen verschafft, damit wir überwinden. Wenn wir unseren Fortgang im geistlichen Leben nur auf gewisse äußerliche Beobachtungen bauen, so wird unsere Andacht bald ein Ende haben. Wir müssen die Axt an die Wurzel setzen, damit wir von den bösen Neigungen gereinigt werden und den innerlichen Frieden genießen.

5. Wenn wir jedes Jahr auch nur einen Hauptfehler ausrotteten, so würden wir bald zur Vollkommenheit gelangen. Aber jetzt erfahren wir oft im Gegenteile, dass wir beim Anfange unserer Bekehrung besser und reiner waren, als nach vielen Jahren des klösterlichen Lebens. Der Eifer und der Fortgang sollte täglich zunehmen; und jetzt scheint es schon etwas Großes zu sein, wenn einer einen Teil seines ersten Eifers erhalten kann. Wenn wir gleich am Anfange ein wenig Gewalt anlegten, so würden wir nachher alles mit leichter Mühe und mit Freuden tun können.

6. Es ist gewiss schwer, seine Gewohnheiten abzulegen, aber es ist noch viel schwerer, seinem Eigenwillen entgegenzuhandeln. Wenn du aber das Geringe und Leichte nicht überwindest, wie wirst du das Härtere überwinden? Widerstehe deiner Neigung gleich anfangs und lege die böse Gewohnheit ab, damit sie dir nicht nach und nach mehr Beschwerde verursache. O wenn du wüsstest, welch süßen Frieden du dir verschaffen und welche Freude du anderen machen würdest, wenn du deine Pflicht erfülltest; gewiss, du würdest mehr besorgt sein, in dem geistlichen Leben Fortschritte zu machen.

§1.12. Vom Nutzen der Widerwärtigkeit.

1. Es ist uns gut, dass wir bisweilen einige Beschwerden und Widerwärtigkeiten haben, will sie dem Menschen die Augen öffnen, damit er erkenne, er sei außer seinem Vaterlande in dem Elende, und damit er seine Hoffnung auf keine Sache in der Welt setze. Es ist gut, dass wir bisweilen Widerreden zu erdulden haben, dass man böse von uns denkt und uns für unvollkommen hält, wenn schon unsere Werke und Absichten gut sind. Dieses ist oft zur Demut behilflich und beschützt uns vor der eitlen Ehre. Denn dann suchen wir viel aufrichtiger Gott zum Zeugen unseres Herzens zu haben, wenn wir von den Menschen äußerlich verachtet werden und wenn man auf unser Misstrauen setzt.

2. Darum sollte sich der Mensch so ganz an Gott halten, sodass er gar nicht nötig hätte, bei den Menschen Trost zu suchen. Wenn der Mensch, welcher einen guten Willen hat, in Trübsal gerät oder von Versuchungen geplagt oder von bösen Gedanken gequält wird, so sieht er viel besser ein, wie notwendig ihm der Beistand Gottes ist; alsdann begreift er, dass er ohne Ihn unfähig ist, etwas Gutes zu tun. Dann wird er auch betrübt, er seufzt und betet wegen der Armseligkeiten, welche er leidet. Dann hat er einen Ekel vor dem längeren Leben; er wünscht, der Tod sollte bald kommen, damit er aufgelöst würde und mit Christus leben könnte. Dann merkt er auch wohl, dass eine gänzliche Sicherheit und ein vollkommener Friede in dieser Welt nicht bestehen könne.

§1.13. Von dem Widerstande gegen die Versuchungen.

1. Solange wir in dieser Welt leben, können wir von Trübsalen und Versuchungen nicht frei sein. Deswegen steht in dem Buch Job geschrieben: „Das Leben des Menschen auf Erden ist ein beständiger Streit.“ Daher sollte ein jeder wegen seiner Versuchungen in Sorgen sein, wachen und beten, damit der böse Feind keine Gelegenheit finde, ihn zu betrügen, denn er schläft niemals, sondern geht immer umher und suchet, wen er verschlinge. Niemand ist in der Vollkommenheit und Heiligkeit so weit gekommen, dass er nicht bisweilen Versuchungen empfindet, ja gänzlich können wir davon niemals befreit sein.

2. Die Versuchungen sind dem Menschen oft sehr nützlich, obwohl sie lästig und beschwerlich sind, denn in den Versuchungen wird er gedemütigt, gereinigt und belehrt. Alle Heiligen sind durch Trübsale und Versuchungen gewandelt und auf diesem Wege in der Tugend vorwärts geschritten. Diejenigen aber, welche die Versuchungen nicht aushalten mochten, wurden verworfen und verließen den Weg der Tugend. Es ist kein Stand so heilig, kein Ort so geheim, wo nicht Versuchungen und Widerwärtigkeiten sind.

3. Solange der Mensch lebt, ist er vor Versuchungen niemals ganz sicher, weil die Quelle und die Ursache der Versuchungen in uns ist, seitdem wir in der Begierlichkeit geboren worden sind. Weicht eine Versuchung oder eine Trübsal, so kommt gleich eine andere nach; und wir werden allzeit etwas zu leiden haben. Denn wir haben unsere ursprüngliche Glückseligkeit verloren. Viele wollen die Versuchungen fliehen und fallen in noch schwerere. Durch die Flucht allein können wir nicht überwinden, sondern durch Geduld und durch wahre Demut werden wir stärker als alle Feinde.

4. Wer nur äußerlich dem Übel abhelfen will und die Wurzel nicht ausreißt, der wird wenig ausrichten; die Versuchungen werden sogar geschwinder wieder zurückkommen, und es wird mit ihm nur schlimmer werden. Nach und nach, durch Geduld und Langmut, wirst du mit dem Beistande Gottes besser überwinden, als mit einiger Strenge und Ungestümigkeit. Zur Zeit der Versuchung beratschlage dich öfters mit anderen; und gehe mit Leuten, welche versucht werden, nicht hart um, sondern bemühe dich, ihnen Trost beizubringen, ebenso wie du wolltest, dass man in gleichen Umständen mit dir verfahren sollte.

5. Der Anfang aller sündhaften Versuchungen ist Unbeständigkeit des Gemüts und Mangel an Vertrauen auf Gott. Denn gleich wie ein Schiff ohne Steuerruder von den Wellen hin- und hergeworfen wird, ebenso wird ein träger Mensch, welcher seinem Vorsatz nicht getreu bleibt, auf verschiedene Arten versucht. Das Eisen wird durch Feuer und der gerechte Mensch durch Versuchung geprüft. Wir wissen oft nicht, was wir vermögen, aber die Versuchung zeigt uns, was wir sind. Übrigens muss man vorzüglich im Anfange der Versuchung wachen, weil der Feind leichter dann überwunden wird, wenn man ihm keinen Eingang in s Herz gestattet, sondern sich ihm gleich, sobald er anklopft und da er noch außer der Türe ist, widersetzt. Daher sagt ein alter Dichter: Gleich im Anfang musst du eilen; / Die Arzn ei kommt sonst zu spat,Wenn das Übel durch Verweilen Schon um sich gefressen hat. Denn zuerst stellt sich im Gemüte ein bloßer Gedanke ein, dann entsteht eine heftige Einbildung; darauf folgt die böse Lust und endlich sündhafte Bewegung und Einwilligung. Und so dringt sich der boshafte Feind nach und nach gänzlich ein, wenn man ihm nicht gleich anfangs Widerstand leistet. Und je länger der Mensch aus Trägheit nicht widersteht, desto mehr nehmen seine Kräfte täglich ab und desto mächtiger wird der Feind wider ihn.

6. Einige haben schwere Versuchungen zu leiden im Anfange ihrer Bekehrung, andere aber am Ende. Einige werden fast ihre ganze Lebenszeit hart geplagt; dagegen werden einige niemals hart versucht, wie es nämlich Gott gemäß Seiner Weisheit und Billigkeit anordnet, indem Er auf den Zustand und auf die Verdienste der Menschen sieht und alles zum Heile Seiner Auserwählten vorher bestimmt.

7. Wir müssen deswegen den Mut nicht sinken lassen, wenn wir versucht werden, sondern desto eifriger Gott bitten, dass Er sich würdige, uns in allen Trübsalen Hilfe zu leisten. Er wird auch, nach dem Ausspruche des hl. Paulus, die Versuchungen so mäßigen, dass wir dieselben ertragen können. Demütigen wir uns also unter der mächtigen Hand Gottes von ganzem Herzen in allen Versuchungen und Trübsalen, denn Er wird die im Geiste Demütigen erretten und erhöhen.

8. Die Versuchungen und Trübsale zeigen, was für einen Fortgang der Mensch in der Tugend gemacht hat; er hat da auch ein größeres Verdienst, und seine Tugend erscheint in einem helleren Lichte. Es ist nichts Großes, dass ein Mensch andächtig und eifrig ist, wenn er keine Beschwerde empfindet; aber wenn er zur Zeit der Widerwärtigkeit geduldig aushält, so kann man hoffen, er werde einen großen Fortgang machen. Einige werden vor heftigen Versuchungen bewahrt, aber oft in täglichen und leichten überwunden, damit sie gedemütigt werden und sich in heftigen Anfällen niemals auf sich selbst verlassen, wenn sie ihre Schwachheit bei so leichten Gelegenheiten erfahren.

§1.14. Man soll kein freventliches Urteil fällen.

1. Wende deine Augen auf dich selbst und hüte dich, die Handlungen anderer zu richten. Im Urteilen über andere gibt sich der Mensch vergebliche Mühe, er irrt oft und fällt leicht in eine Sünde; wenn er aber sich selbst richtet und sein eigenes Gewissen erforscht, ist seine Bemühung allzeit nützlich. Wie die Neigung, welche wir zu einer Sache tragen, so ist auch oft unser Urteil beschaffen, denn aus Eigenliebe urteilen wir leicht falsch. Wenn Gott allzeit die reine Absicht unserer Begierden wäre, so würden wir auch nicht so leicht beunruhigt und verwirrt werden, sobald etwas nicht nach unserem Sinne geht.

2. Aber oft liegt etwas im Herzen verborgen oder es kommt von außen etwas dazu, was uns antreibt und lenkt. Viele suchen, ohne es selbst zu wissen, heimlich sich selbst in jenen Dingen, welche sie tun. Sie scheinen in guter Ruhe zu sein, wenn alles nach ihrem Willen und Sinn geht; geht es aber anders, als sie es verlangen, so geraten sie sogleich in Verwirrung und fallen in Traurigkeit. Wegen Verschiedenheit des Sinnes und der Meinungen entstehen sehr oft Uneinigkeiten unter Freunden und Nachbarn, unter Ordensleuten und andächtigen Seelen.

3. Eine alte Gewohnheit wird schwer abgelegt und niemand lässt sich leicht bewegen, wider seine Meinung zu handeln. Wenn du dich daher mehr auf deine Vernunft und auf deinen Fleiß stützest, als auf die obsiegende Gnade Jesu Christi, so wirst du kaum oder doch wenigstens sehr langsam im Geiste erleuchtet werden, denn Gott will, dass wir uns Ihm vollkommen unterwerfen und uns durch eine inbrünstige Liebe über alle Vernunft erschwingen.

§1.15. Von den Werken, welche aus Liebe verrichtet werden.

1. Man muss um keinen Preis und keinem Menschen zuliebe jemals etwas Böses tun; man muss aber auch bisweilen ein gutes Werk zum Nutzen eins Dürftigen ohne Bedenken unterlassen oder auch mit einem besseren verwechseln. Denn wenn dieses geschieht, wird das gute Werk nicht unterbleiben, sondern nur in ein besseres verändert. Ohne Liebe nützt das äußerliche Werk nichts; alles aber, was aus Liebe geschieht, so gering und verächtlich es immer sein mag, wird doch verdienstlich. Denn Gott sieht mehr auf die Gesinnung, mit welcher jemand etwas verrichtet, als auf das Werk, welches verrichtet wird.

2. Wer viel liebt, tut viel; wer die Sache wohl verrichtet, wirkt viel; derjenige aber verrichtet die Sache wohl, welcher mehr auf den allgemeinen Nutzen, als auf seinen Willen sieht. Es scheint oft etwas Liebe zu sein und ist doch nur eine Begierde des Fleisches, weil die natürliche Neigung, der eigene Wille, die Hoffnung einer Vergeltung, die Begierde zur Bequemlichkeit, selten fehlen.

3. Wer eine wahre und vollkommene Liebe hat, der sucht in keiner Sache sich selbst, sondern verlangt nur, dass Gott in allen verherrlicht werde. Er beneidet keinen, weil er keine eigene Freude zu haben trachtet und sich in sich selbst nicht erfreuen will, sondern mit Hintansetzung aller anderen Güter nur in Gott seine Glückseligkeit zu finden wünscht. Er schreibt niemand etwas Gutes zu, sondern führt alles auf Gott zurück, von welchem alles ursprünglich herkommt und in welchem endlich alle Heiligen eine vollkommene glückselige Ruhe genießen. O wenn jemand auch nur einen Funken der wahren Liebe hätte, so würde er in der Tat erkennen, dass alles Irdische voll Eitelkeit ist.

§1.16. Von der Ertragung fremder Fehler.

1. Was der Mensch an sich selbst oder an anderen nicht bessern kann, das muss er mit Geduld übertragen, bis es Gott anders fügt. Denke nur, es diene vielleicht dazu, dich zu prüfen und dir eine Gelegenheit der Geduld zu verschaffen, ohne welche unsere Verdienste nicht viel zu achten sind. Doch musst du bei solchen Hindernissen Gott eifrig bitten, dass Er sich würdige, dir zu Hilfe zu kommen, damit du alles mit ruhigem Gemüte übertragen mögest.

2. Wenn jemand der ersten oder zweiten Ermahnung nicht Gehör gibt, so lass dich mit ihm in keinen Streit ein, sondern stelle alles Gott anheim, damit Sein Wille in allen Seinen Dienern vollzogen und Seine Ehre befördert werde. Er weiß gar wohl das Böse zum Guten zu wenden. Befleiße dich, fremde Fehler und Schwächen mit Geduld zu übertragen, denn du hast auch vieles, was andere an dir gedulden müssen. Wenn du es nicht einmal mit dir selbst so weit bringst, dass du bist, wie du zu sein wünschest: wie kannst du verlangen, dass sich andere nach deinem Wunsche fügen? Wir wünschen, dass andere vollkommen sein möchten, und unsere eigenen Fehler verbessern wir doch nicht.

3. Wir fordern, andere sollen mit aller Strenge gebessert werden, und wir selbst wollen uns nicht bessern lassen. An anderen missfällt uns die allzu große Freiheit, und wir selbst wollen uns nicht abschlagen lassen, was wir begehren. Wir wollen, andere sollen durch Gesetze eingeschränkt werden, wir aber leiden nicht den geringsten Zwang. Daher ist es offenbar, dass wir unseren Nächsten selten wie uns selbst ansehen. Wenn alle vollkommen wären, was hätten wir alsdann von anderen für Gott zu leiden?

4. Nun hat es aber Gott so gefügt, damit einer des anderen Last tragen lerne, weil niemand ohne Fehler, niemand ohne Last ist. Niemand ist sich selbst genug, niemand sich selbst ganz weise; sondern wir müssen einander übertragen, einander trösten, einander zu Hilfe kommen, einander unterrichten und ermahnen. Wie weit aber jemand in der Tugend gekommen ist, das sieht man zur Zeit der Widerwärtigkeit viel besser. Denn die Gelegenheiten machen den Menschen nicht erst gebrechlich, sie zeigen nur an, wie er beschaffen ist.

§1.17. Vom Klosterleben.

1. Zuerst musst du dich selbst in vielen Stücken überwinden lernen, wenn du mit anderen im Frieden und in Einigkeit leben willst. Es ist nichts Geringes, in einem Kloster oder in einer geistlichen Gemeinde wohnen und darin ohne Klage wandeln und bis in den Tod getreu verbleiben. Glückselig ist derjenige, welcher dort gut gelebt und seinen Lauf wohl vollendet hat. Wenn du deine Schuldigkeit tun und im Guten zunehmen willst, so musst du dich selbst als einen Vertriebenen und als einen Wanderer auf dieser Erde ansehen. Du musst um Christi willen ein Tor werden, wenn du ein geistliches Leben führen willst.

2. Das Ordenskleid und die Tonsur tragen nicht viel bei, sondern die Veränderung der Sitten und eine vollkommene Abtötung der bösen Neigungen machen einen wahren Ordensmann aus. Wer etwas anderes sucht, als Gott und das Heil seiner Seele, der wird nichts als Trübsal und Schmerzen finden. Wer sich nicht befleißt, der Geringste und allen untertänig zu sein, der kann nicht lange im Frieden leben.

3. Zum Dienen bist du gekommen, nicht zum Regieren; zum Leiden und Arbeiten bist du berufen, nicht aber zum Müßiggang und Plaudern. Hier werden also die Menschen geprüft, wie das Gold im Schmelzofen. Hier kann niemand aushalten, außer wer sich wegen Gott von ganzem Herzen demütigen will.

§1.18. Von den Beispielen der heiligen Väter.

1. Schaue die lebendigen Beispiele der heiligen Väter an, aus welchen die wahre Vollkommenheit und Gottseligkeit hervorleuchtet, und du wirst sehen, wie gering, ja fast wie gar nichts dasjenige ist, was wir tun. Ach, was ist wohl unser Leben, wenn wir es mit dem ihrigen vergleichen! Diese Heiligen und Freunde Christi dienten dem Herrn in Hunger und Durst, in Kälte und Blöße, in Arbeit und Mühe, in Wachen und Fasten, in Gebet und in heiligen Betrachtungen, in Verfolgung und Schmach.

2. O wie viele und schwere Trübsale haben die Apostel, die Märtyrer, die Bekenner, die Jungfrauen und so viele andere ausgestanden, welche in die Fußstapfen Christi treten wollten! Denn sie hassten auf dieser Welt ihre Seelen, damit sie dieselben für das ewige Leben aufbewahrten. O welch strenges und abgetötetes Leben haben die heiligen Väter in der Wüste geführt! Wie lange und schwere Versuchungen haben sie ausgestanden! Wie oft sind sie vom Feinde geplagt worden! Wie oft und mit welcher Inbrunst verrichteten sie ihr Gebet! Wie strenge fasteten sie! Mit welchem Eifer und mit welch ernstlicher Begierde trachteten sie, im geistlichen Leben Fortschritte zu machen! Wie tapfer und unermüdlich stritten sie wider sich selbst, um alle bösen Begierlichkeiten zu bändigen und die Laster auszurotten! Welch eine reine und aufrichtige Meinung hatten sie nicht zu Gott! Den Tag hindurch arbeiteten sie und die Nacht lagen sie dem Gebete ob, wiewohl sie auch bei ihrer Arbeit keineswegs von der Betrachtung und vom innerlichen Gebete abließen.

3. Sie wendeten jeden Augenblick nützlich an; die ganze Zeit schien ihnen zur innerlichen Unterhaltung mit Gott zu kurz zu sein; und wegen der großen Süßigkeit, welche sie in dem beschaulichen Leben genossen, vergaßen sie, die notwendige Speise zu sich zu nehmen. Sie entsagten allen Reichtümern, Würden, Ehren Freunden und Verwandten; sie wollten nichts von der Welt haben. Sie genossen kaum so viel, als notwendig war, das Leben zu erhalten. Sie bedauerten es, dass sie, auch wo es die Notwendigkeit erforderte, dem Leibe dienen mussten. Sie waren also arm an irdischen Dingen, aber sehr reich an Gnade und an Tugenden. Äußerlich litten sie Mangel, aber innerlich erquickte sie die Gnade und der göttliche Trost.

4. Der Welt waren sie fremd, Gott aber nahe und hatten mit Ihm als Seine Freund vertrauten Umgang. Sie schienen sich selbst in ihren Augen nichts zu sein, und die Welt sah sie mit Verachtung an; aber in den Augen Gottes war ihr Leben kostbar, und Er zählte sie unter Seine Geliebten. Sie übten sich in der wahren Demut, sie lebten in der Einfalt ihres Herzens gehorsam; ihr ganzer Wandel war Liebe und Geduld, und deswegen nahmen sie täglich im Geiste zu und erhielten häufige Gnaden von Gott. Sie sind allen, die gottselig leben wollen, zum Beispiele gegeben und müssen uns bei weitem mehr zur Tugend reizen, als die große Zahl der Lauen zur Nachlässigkeit.

5. O wie eifrig waren alle Ordensleute beim Anfang ihrer geistlichen Stiftung! Welche Andacht im Gebet! Welcher Eifer in der Tugend! Welche strenge Zucht! Welche Ehrerbietigkeit und welcher Gehorsam unter der Regel des Obern! Ihre zurückgelassenen Fußstapfen zeigen es noch, dass sie wahrhaft heilige und vollkommene Männer gewesen sind, die so tapfer kämpften und die Welt unter ihre Füße traten. Jetzt hält man den schon für einen ausgezeichneten Ordensmann, welcher die Regel nicht übertritt und dem Stande, den er angenommen hat, sich geduldig unterwirft.

6. Ach, wie lau und nachlässig erfüllen wir die Pflichten unseres Standes! Wie schnell weichen wir von dem vorigen Eifer ab und lassen uns aus Trägheit und Lauheit selbst das Leben verdrießen! Möchte doch der Eifer in der Tugend nicht ganz bei dir einschlafen, nachdem du so oft Beispiele wahrhaft andächtiger Seelen gesehen hast!

§1.19. Von den Übungen einer guten Ordensperson.

1. Das Leben einer guten Ordensperson muss mit allen Tugenden geziert sein, dass sie innerlich wirklich so beschaffen sei, wie sie äußerlich vor den Menschen erscheint. Ja es muss billig mehr innerlich verborgen sein, als man äußerlich sieht, weil wir unter der Aufsicht Gottes stehen, gegen welchen wir allzeit und allerorts die höchste Ehrerbietigkeit tragen und in dessen Angesicht wir gleich den Engeln in aller Reinheit wandeln müssen. Wir müssen täglich unseren Vorsatz erneuern und uns zum Eifer ermuntern, ebenso als wenn wir erst heute unsere Bekehrung angefangen hätten. Wir müssen sagen: Komm mir zu Hilfe, o Herr, mein Gott, damit ich meinen Vorsatz in Werk setze und in Deinem heiligen Dienste getreu verharre; gib mir die Gnade, damit ich wenigstens heute an diesem Tage ernstlich anfange, denn das, was ich bisher getan habe, ist nichts.

2. Wie unser Vorsatz beschaffen ist, so wird es auch unser Fortgang in der Tugend sein, und wer immer besser werden will, muss großen Fleiß anwenden. Wenn sogar die, welche ernstliche Vorsätze machen, dennoch oft in Fehler fallen: was wird mit jenen geschehen, welche sich nur selten oder ohne Ernst etwas vornehmen? Auf verschiedene Arten weichen wir von unserem Vorsatze ab; und doch unterlassen wir unsere Andachtsübungen kaum jemals ohne Schaden, wenn es aus Leichtsinn geschieht. Die Gerechten gründen ihre Vorsätze vielmehr auf die Gnade Gottes, als auf ihre eigene Weisheit; auf Ihn vertrauen sie auch immer bei allen ihren Unternehmungen. Denn der Mensch denkt, aber Gott lenkt; der Weg des Menschen ist nicht in seiner eigenen Gewalt.

3. Wenn man auch zuweilen in frommer Absicht oder um dem Nebenmenschen zu nützen, die gewöhnliche Andachtsübung unterlässt, so kann sie leicht wieder hereingebracht werden. Unterlässt man sie aber aus innerlichem Verdruss oder aus Nachlässigkeit, so ist dieses kein geringer Fehler und äußerst schädlich. Bemühen wir uns, so viel wir können, denn wir werden dessen ungeachtet noch in viele Fehler fallen. Doch sollen unsere Vorsätze immer auf etwas Bestimmtes gerichtet sein, besonders wider das, was unseren Fortgang am meisten hindert. Wir müssen sowohl unser äußerliches Betragen, als auch die innerliche Beschaffenheit unseres Herzens erforschen und in Ordnung bringen, weil beides dienlich ist, uns im Guten zu befördern.

4. Wenn du nicht in beständiger Sammlung des Gemütes leben kannst, so sammle dich doch bisweilen und zwar wenigstens des Tages einmal, nämlich in der Frühe oder am Abend. In der Frühe mache Vorsätze und am Abend erforsche dein Betragen und prüfe dich, wie du dich heute in Worten, Werken und Gedanken verhalten hast, vielleicht hast du mit diesen Gott und den Nächsten oftmals beleidigt. Rüste dich wie ein Mann gegen die Bosheit des höllischen Feindes; bezähme die unordentliche Begierde im Essen und Trinken, und du wirst alle Neigungen des Fleisches leichter überwinden können. Sei niemals ganz müßig, sondern lies oder schreibe oder bete oder betrachte oder arbeite etwas zum Nutzen der Gemeinde. Doch sind die leiblichen Übungen mit Bescheidenheit und nicht von allen auf gleiche Weise vorzunehmen.

5. Was nicht gemeinsame Übung ist, soll man äußerlich nicht zur Schau tragen, denn was dich allein angeht, das wirst du sicherer im Verborgenen verrichten. Jedoch hüte dich, dass du nicht bei gemeinsamen Verrichtungen träge und zu deinen eigenen bereitwilliger seiest, sondern erst, wenn du alles vollkommen und getreu verrichtet hast, was du zu tun schuldig bist und was dir auferlegt wurde, und wenn du sodann noch Zeit hast, so benütze die Gelegenheit und folge dem Triebe deiner Andacht nach deinem Belieben. Es können nicht alle gleiche Übungen vornehmen, sondern einem ist dies dienlicher, einem anderen etwas anderes. Man wählt auch verschiedene Übungen nach den Umständen der Zeit; einige schicken sich besser für die Festtage, andere für die Werktage. Anderer bedürfen wir zur Zeit der Versuchung und anderer zur Zeit des Friedens und der Ruhe. Andere Gedanken gefallen uns mehr, wenn wir trauern, andere, wenn wir fröhlich sind im Herrn.

6. An den Hauptfesttagen müssen wir unsere gottseligen Übungen mit neuem Fleiße vornehmen und die Heiligen mit größerem Eifer um ihre Fürbitte anrufen. Wir müssen unsere Vorsätze von einem Feste zum anderen erneuern, als wenn wir an dem folgenden aus dieser Welt scheiden und zum ewigen Festtage gelangen würden. Deswegen müssen wir an jenen Tagen, welche mehr zur Andacht stimmen, uns sorgfältiger vorbereiten, sie mit größerer Andacht zubringen und alle unsere Pflichten genauer erfüllen, gleich als wenn wir die Belohnung unserer Arbeit bald von Gott empfangen würden.

7. Und wenn sich die Zeit unserer Auflösung noch verzieht, so müssen wir glauben, wir seien noch nicht genug vorbereitet und noch unwürdig jener großen Herrlichkeit, welche zu seiner Zeit an uns wird offenbar werden. Wir sollen uns also befleißen, uns noch besser zum letzten Ende vorzubereiten. „Glückselig“, sagt der Evangelist Lukas, „ ist jener Knecht, welchen der Herr bei Seiner Ankunft wachend findet. Wahrlich, sage ich euch, Er wird ihn über alle Seine Güter setzen.“

§1.20. Von der Liebe zur Einsamkeit und zum Schweigen.

1. Suche eine schickliche Zeit, dir selbst zu leben und denke oft über die Wohltaten Gottes nach. Enthalte dich von Dingen, welche nur die Neugierde reizen. Lies solche Wahrheiten, welche mehr eine Reue in dem Gemüte erregen, als den Verstand nur unnütz beschäftigen. Wenn du dich von überflüssigem Reden enthaltest, wenn du nicht müßig umherschweifest, wenn du nicht auf Neuigkeiten und ausgesprengte Erzählungen aufmerkest, so wirst du Zeit genug finden, die du schicklich auf heilsame Betrachtungen verwenden kannst. Die größten Heiligen flohen den Umgang mit Menschen, so gut sie konnten, und bestrebten sich, Gott im Verborgenen zu dienen.

2. Ein Weltweiser sagte: „So oft ich unter den Menschen war, bin ich als ein minderer Mensch zurückgekehrt.“ Wir erfahren dieses oft, wenn wir uns lange über unnütze Dinge besprechen. Es ist überhaupt leichter, zu schweigen, als sich mit Worten nicht zu verfehlen. Es ist auch leichter, sich zu Hause verborgen zu halten, als sich im Umgang mit anderen vor aller Sünde zu hüten. Wer also zu einem innerlichen und geistlichen Leben kommen will, muss sich mit Jesu vom großen Haufen zurückziehen. Niemand kann sich mit Sicherheit öffentlich zeigen, als wer gerne verborgen lebt. Niemand kann mit Sicherheit reden, als wer gerne schweigt. Niemand kann anderen mit Sicherheit vorstehen, als der gerne untertänig ist. Niemand kann mit Sicherheit gebieten, als wer gelernt hat, gerne zu gehorchen.

3. Niemand kann sich mit Sicherheit freuen, als wer das Zeugnis eines guten Gewissens in sich hat. Und doch waren die Heiligen bei ihrer Sicherheit immer voll der Furcht Gottes. Sie waren auch deswegen nicht weniger sorgfältig und von Herzen demütig, weil sie wegen ihrer hohen Tugenden und wegen besonderer Gnaden vor anderen hervorleuchteten. Die Sicherheit der Gottlosen hingegen entspringt aus der Hoffart und Vermessenheit, und zuletzt müssen sie endlich sehen, dass sie sich selbst betrogen haben. In diesem Leben musst du dir nie eine Sicherheit versprechen, wenn du schon ein guter Ordensmann oder ein andächtiger Einsiedler zu sein scheinst.

4. Oft gerieten eben diejenigen in größere Gefahr, welche von den Menschen höher geschätzt wurden, weil sie zu sehr auf sich selbst vertrauten. Deswegen ist es für viele besser, dass sie nicht von allen Anfechtungen ganz frei bleiben, sondern öfter versucht werden, damit sie nicht in allzu großer Sicherheit leben und etwa zur Hoffart verleitet werden oder lieber äußerlichen Trost suchen. O wer niemals eine vergängliche Freude suchte und sich niemals mit der Welt beschäftigte, wie rein würde er sein Gewissen erhalten! O wer alle eitlen Sorgen ablegte und nur an heilsame und göttliche Dinge dächte und seine ganze Hoffnung auf Gott setzte, welch innigen Frieden und welch süße Ruhe würde er genießen.

5. Niemand ist der himmlischen Tröstungen würdig, wenn er sich nicht zuvor eifrig in der heiligen Zerknirschung des Herzens geübt hat. Wenn du diese innerliche Zerknirschung zu haben verlangst, so gehe in dein Kämmerlein und entferne dich von dem Getümmel der Welt, wie geschrieben steht: „Auf euren Lagern erwecket Reue.“ (Psalm 4,5) In deiner einsamen Wohnung wirst du oft finden, was du außer derselben verlierest. Hältst du dich beständig in deiner Wohnung auf, so wird sie dir angenehm werden; gehst du aber oft aus, so wird sie dir Ekel verursachen. Wenn du im Anfange deiner Bekehrung gerne in derselben bist und sie sorgfältig hütest, so wird sie nachher deine geliebte Freundin und dein angenehmster Trost sein.

6. Im Schweigen und in der Ruhe gewinnt die andächtige Seele. Da werden ihr die verborgenen Geheimnisse der Heiligen Schrift aufgedeckt. Sie findet da jene Tränenbäche, mit denen sie sich alle Nächte wäscht und reinigt, damit sie zu einer desto vertraulicheren Gemeinschaft mit ihrem Schöpfer gelange, je weiter sie von aller Unruhe der Welt entfernt lebt. Wer sich also von Bekannten und Freunden entfernt, dem wird sich Gott mit Seinen heiligen Engeln nähern. Es ist besser verborgen sein und für sich Sorge tragen, als sich selbst vernachlässigen und Wunder wirken. Es gereicht einem Ordensmann zum Lob, wenn er selten ausgeht, nicht gesehen werden will und auch andere Leute nicht zu sehen verlangt.

7. Warum begehrst du zu sehen, was du doch nicht haben darfst? Die Welt vergeht mit ihrer Lust. Die Sinnlichkeit treibt den Menschen hinaus in die Weite; aber wenn die Stunde vorüber ist, was wirst du nach Hause bringen als Unruhe des Gewissens und Zerstreuung des Gemütes? Oft, wenn man freudig ausgeht, kehrt man traurig zurück; und jene Freuden, unter welchen man Nächte durchwacht, bringen einen traurigen Morgen. So schleichen sich alle sinnlichen Freuden schmeichelnd ein, aber am Ende schmerzen und töten sie. Was kannst du anderswo sehen, was du nicht auch hier siehst? Du hast ja den Himmel und die Erde und alle Elemente vor deinen Augen, und aus diesen ist alles übrige gemacht.

8. Was wirst du wohl irgendwo sehen, das lange unter der Sonne bestehe? Du glaubst vielleicht, du werdest befriedigt werden, aber das wirst du nicht erreichen. Wenn du alles Irdische sehen könntest, was wäre es anderes, als ein eitler Anblick? Erhebe deine Augen zu Gott und bitte Ihn um Verzeihung wegen deiner Sünden und Nachlässigkeiten. Überlass eitlen Seelen die Eitelkeit; du aber merke auf das, was Gott von dir fordert. Schließ deine Türe hinter dir zu und rufe Jesum, deinen Geliebten, zu dir. Mit Ihm bleibe in deinem Kämmerlein; denn nirgends wirst du so süßen Frieden finden. Wärest du nicht unter die Leute gegangen und hättest du keine leeren Erzählungen gehört, so würdest du eher seligen Frieden in dir bewahrt haben. Seitdem du aber ein Vergnügen findest, bisweilen Neuigkeiten zu hören, kommt es, dass du auch die Unruhe deines Herzens ertragen musst.

§1.21. Von der Zerknirschung des Herzens.

1. Wenn du Fortschritte machen willst, so erhalte dich in der Furcht Gottes und sei nicht allzu frei, sondern halte alle deine Sinne unter der Zucht und überlass dich keiner unbescheidenen Freude. Übe dich in der Zerknirschung des Herzens, und du wirst die wahre Andacht finden. Durch die Reue erlangt man viel Gutes, was man durch die allzu große Freiheit insgemein bald wieder verliert. Es ist wunderbar wie ein Mensch, welcher sein Elend und so viele Gefahren seiner Seele erwägt und zu Herzen nimmt, sich dennoch in demselben Leben wahrhaft freuen kann.

2. Wegen des Leichtsinnes unseres Herzens und wegen der Gleichgültigkeit gegen unsere Fehler, empfinden wir den armseligen Zustand unserer Seele nicht, sondern wir lachen oft leichtsinnig, wo wir billig weinen sollten. Es gibt keine wahre Freiheit und keine wahre Freude, als in der Furcht Gottes und in einem guten Gewissen. Heil dem, der von allen Hindernissen der Zerstreuung befreit, sich mit einem gesammelten Gemüte in der heiligen Reue üben kann. Heil dem, der sich von allem losmacht, was immer sein Gewissen beflecken oder beschweren kann. Streite großmütig; eine Gewohnheit wird durch die andere überwunden. Wenn du andere Menschen in Ruhe lässt, so werden sie auch dich in deinen Geschäften gewiss nicht hindern.

3. Nimm dich um fremde Geschäfte nicht an und mische dich nicht in Sachen, welche die Vorgesetzten angehen. Richte deine Augen immer zuerst auf dich selbst und trage mehr Sorge, dich zu ermahnen, bevor du auf deine geliebten Freunde denkst. Wenn du die Gunst der Menschen nicht hast, so betrübe dich deswegen nicht; aber das bedauere, dass du nicht so unsträflich und behutsam in deinem Wandel bist, wie ein Diener Gottes und ein andächtiger Ordensmann leben sollte. Es ist oft nützlicher und sicherer, dass der Mensch in seinem Leben nicht viele Tröstungen hat, besonders solche, an welchen auch der Leib teilnimmt. Dass wir aber keine himmlischen haben oder sie nur selten genießen, daran sind wir selbst schuld, weil wir nicht die Zerknirschung des Herzens suchen und den eitlen und äußerlichen Tröstungen gänzlich entsagen.

4. Erkenne, dass du des göttlichen Trostes unwürdig bist und im Gegenteile viele Trübsale verdient hast. Wenn der Mensch ein wahrhaft reumütiges und vollkommen zerknirschtes Herz hat, so ist ihm die ganze Welt beschwerlich und bitter. Ein guter Mensch findet Ursache genug zu trauern und zu weinen; er mag nun sich betrachten oder an den Nebenmenschen denken, so sieht er, dass auf dieser Welt niemand ohne Trübsal lebt. Und je genauer er sich selbst betrachtet, desto mehr wird er Ursache zu trauern haben. Die Ursache eines gerechten Schmerzes und der innerlichen Reue sind unsere Sünden und Laster, in welchen wir so tief begraben liegen, dass wir selten himmlische Dinge zu betrachten imstande sind.

5. Wenn du öfter an deinen Tod als an ein langes Leben dächtest, so würdest du dich ohne Zweifel viel ernstlicher bessern. Wenn du dir auch die künftigen Peinen der Hölle oder des Fegfeuers ernstlich zu Gemüte führtest, so würdest du, wie ich glaube, alle Mühseligkeiten und Schmerzen gerne ausstehen und auch die größten Strengheiten nicht fürchten. Aber weil diese Wahrheiten nicht bis in das Herz dringen und weil wir das noch lieben, was den Sinnen schmeichelt, so verharren wir in unserer Kälte und großen Trägheit. Es ist oft Armut des Geistes, dass sich der armselige Leib so leicht beklagt. Bitte also den Herrn mit Demut, dass Er dir ein zerknirschtes Herz gebe und sage mit dem Propheten: „Speise mich, o Herr, mit Tränenbrot und gib mir Zähren zum Getränke in vollem Maße.“

§1.22. Von der Betrachtung des menschlichen Elends.

1. Du bist elend, wo du immer sein magst und wohin du dich immer wendest, wenn du dich nicht zu Gott wendest. Warum beunruhigst du dich, wenn es dir nicht geht, wie du willst und verlangst? Wem geht wohl alles nach Wunsch? Dessen kann sich niemand rühmen, weder ich, noch du, noch irgendein Mensch auf Erden! Niemand ist auf dieser Welt ohne Trübsal oder Beschwerde, und wenn er auch gleich König oder Papst wäre. Wer ist aber besser daran? Gewiss nur der, welcher für Gott etwas zu leiden vermag.

2. Viele unverständige und schwache Menschen sagen: Welche ein glückseliges Leben hat jener Mensch; wie reich, wie groß, wie mächtig und erhaben ist er! Aber betrachte nur die himmlischen Güter, und du wirst sehen, wie nichtig alle diese zeitlichen sind; wie sie noch über dies sehr ungewiss sind und ihren Besitzer vielmehr beschweren, weil man sie niemals ohne Sorge und Furcht besitzt. Die Glückseligkeit des Menschen besteht nicht darin, dass er zeitliche Güter im Überfluss hat; ein mittelmäßiger Besitz reicht für ihn hin. Es ist in der Tat ein Elend, auf dieser Erde zu leben. Je mehr sich der Mensch befleißt, ein übernatürliches und geistliches Leben zu führen, desto bitterer fällt ihm das gegenwärtige, weil er die Gebrechen der verderbten menschlichen Natur tiefer empfindet und deutlicher einsieht. Denn essen, trinken, wachen, schlafen, ruhen, arbeiten und den übrigen Bedürfnissen der Natur unterworfen sein, ist gewiss ein großes Elend und eine große Beschwerde für einen frommen Menschen, welcher von aller Sünde rein und frei zu sein verlangt.

3. Denn ein Mensch, welcher ein innerliches Leben führt, wird in dieser Welt von den leiblichen Bedürfnissen sehr belästigt. Daher bittet der Prophet andächtig und inständig zu Gott, dass er von diesen befreit werde, indem er sagt: „Errette mich, o Herr, aus meinen Nöten!“ Aber wehe denjenigen, die ihr Elend nicht erkennen; und noch mehr jenen, welche dieses Elend und dieses gebrechliche Leben lieben! Denn es gibt Menschen, welche, obwohl sie kaum imstande sind, sich das Nötige mit Arbeiten oder mit Betteln zu verschaffen, es doch so sehr lieben, dass sie sich nicht im Mindesten um das Himmelreich bekümmern würden, wenn sie immer auf der Erde leben könnten.

4. O wie töricht und glaubensleer sind diejenigen, welche so sehr am Irdischen hängen, dass sie nur an fleischlichen Dingen Geschmack finden! Aber diese Elenden werden am Ende gewiss noch hart genug empfinden, wie schlecht und nichtig dasjenige gewesen sei, was sie geliebt haben. Die Heiligen Gottes dagegen und alle andächtigen Freunde Jesu Christi bekümmerten sich nicht um das, was den Sinnen schmeichelte, noch auch um jenes, was von den Weltkindern hochgeachtet wurde, sondern ihre ganze Hoffnung und Absicht war mit inbrünstiger Sehnsucht nach den ewigen Gütern gerichtet. Ihre ganze Begierde ging himmelwärts zu dem ewig Bleibenden und Unsichtbaren, damit sie nicht von der Liebe der sichtbaren Dinge in die Tiefe gezogen würden. Verliere also, mein Bruder, das Vertrauen nicht, als könntest du in dem geistlichen Leben keine Fortschritte machen; noch hast du Zeit und Gelegenheit.

5. Warum willst du deinen Vorsatz von einer Zeit zur anderen verschieben? Mache dich auf, fange noch diesen Augenblick an und sage: Jetzt ist es Zeit, die Hand ans Werk zu legen; jetzt ist es Zeit, zu streiten; jetzt ist es schickliche Zeit, Verdienste zu sammeln. Du musst durch Feuer und Wasser gehen, ehe du zur Erquickung gelangst. Wenn du dir nicht Gewalt antust, so wirst du das Laster nicht überwinden. Solange wir diesen gebrechlichen Leib umhertragen, können wir nicht ganz von aller Sünde befreit sein, noch ohne Ekel und Schmerzen leben. Wir möchten gerne von allem Elende frei sein, aber weil wir durch Sünde die Unschuld verloren haben, so haben wir auch zugleich die wahre Glückseligkeit verloren. Daher müssen wir Geduld tragen und auf die Barmherzigkeit Gottes warten, bis dieses Elend vorübergeht und alles Sterbliche von dem Leben verschlungen wird.

6. O wie groß ist die menschliche Gebrechlichkeit, da sie beständig zum Bösen geneigt ist! Heute beichtest du deine Sünden, und morgen begehst du sie wieder. Jetzt nimmst du dir vor, dich vor der Sünde zu hüten, und nach einer Stunde lebst du wieder ebenso, als wenn du nie einen Vorsatz gemacht hättest. Wir haben also gerechte Ursache, uns zu demütigen und niemals hohe Gesinnungen von uns zu haben, weil wir so gebrechlich und unbeständig sind. Man kann auch gar bald durch Nachlässigkeit verlieren, was man kaum mit vieler Mühe durch die Gnade erlangt hat.

7. Was wird am Ende noch aus uns werden, wenn wir schon so frühzeitig lau sind? Wehe uns, wenn wir schon jetzt so die Ruhe genießen wollen, als könnten wir in Frieden und Sicherheit leben, während doch in unserem ganzen Wandel noch keine Spur von wahrer Heiligkeit zu finden ist! Es wäre höchst nötig, dass man uns noch einmal in guten Sitten unterrichtete, gleich unwissenden Neulingen, wenn man vielleicht hoffen könnte, dass wir uns einst bessern und in der Tugend größere Fortschritte machen würden.

§1.23. Von der Betrachtung des Todes.

1. Hier wird es sehr bald um dich geschehen sein, siehe also zu, wie es mit dir steht. Heute ist der Mensch, und morgen erscheint er nicht mehr. Wenn wir ihn aber nicht mehr sehen, werden wir auch bald nicht mehr an ihn denken. Wie kurzsichtig und hart ist doch das menschliche Herz, das allein das Gegenwärtige betrachtet und nicht sorgfältig auf das Zukünftige sieht! Du solltest dich bei allen Werken und Gedanken ebenso verhalten, als wenn du heute noch sterben müsstest. Wenn du ein gutes Gewissen hättest, würdest du den Tod nicht sehr fürchten. Es würde besser sein, sich vor Sünden zu hüten, als den Tod zu fliehen. Wenn du heute nicht bereit bist, wie wirst du es morgen sein? Der morgige Tag ist ungewiss, und wie weißt du, ob du ihn erleben wirst?

2. Was nützt es, lange zu leben, wenn wir uns so wenig bessern? Ach, bei einem langen Leben bessert man sich nicht immer, oft vergrößert man die Schuld nur noch mehr. O dass wir doch wenigstens einen einzigen Tag in dieser Welt gut zugebracht hätten! Viele zählen die Jahre seit ihrer Bekehrung, aber oft haben sie sich wenig gebessert. Wenn es fürchterlich ist, zu sterben, so wird es vielleicht noch gefährlicher sein, länger zu leben. Heil dem, der die Stunde seines Todes immer vor Augen hat und sich täglich zum Sterben bereitet. Wenn du einmal einen Menschen hast sterben sehen, so bedenke, dass auch du diesen Weg wandern werdest.

3. In der Frühe denke, dass du vielleicht den Abend nicht mehr erleben wirst. Ist aber der Abend angekommen, so versprich dir den morgigen Tag nicht mehr. Sei daher immer bereit und lebe so, dass dich der Tod nicht unvorbereitet antrifft. Viele sterben plötzlich und unversehens. Denn der Menschensohn wird zu einer Stunde kommen, da man es nicht vermutet. Wenn einmal diese letzte Stunde anbricht, so wirst du von deinem ganzen vergangenen Leben ganz anders zu denken anfangen und es sehr bedauern, dass du so nachlässig und träge gewesen bist.

4. Wie glückselig und weise ist derjenige, welcher sich befleißt, jetzt im Leben so zu sein, wie er wünscht, auf dem Totenbette gefunden zu werden! Denn wer die Welt vollkommen verachtet und ein inbrünstiges Verlangen hat, in den Tugenden zuzunehmen, wer die Zucht liebt und sich in Bußwerken übt, wer schnell gehorcht, sich selbst verleugnet und alle Widerwärtigkeiten aus Liebe zu Jesus Christus erträgt, der wird große Zuversicht haben, selig zu sterben. Jetzt, da du gesund bist, kannst du viel Gutes tun; was du aber in deiner Krankheit wirst tun können, weiß ich nicht. Wenige werden durch Krankheit gebessert, so werden auch diejenigen, welche oft wallfahrten, selten heilig.

5. Verlass dich nicht auf Freunde und Anverwandte und verschiebe die Sorge für dein Heil nicht auf die ungewisse Zukunft, weil die Menschen dich viel schneller vergessen werden, als du dir einbildest. Es ist besser, jetzt zu rechter Zeit für die Zukunft zu sorgen und gute Werke vorauszuschicken, als auf die Hilfe anderer zu hoffen. Wenn du nicht jetzt für dich selbst besorgt bist, wer wird in Zukunft für dich sorgen? Jetzt ist die Zeit sehr kostbar. „Jetzt sind die Tage des Heiles, jetzt ist die erwünschte Zeit.“ Aber ach! Wie sehr ist es zu bedauern, dass du sie nicht nützlicher anwendest, da du dir doch Verdienste für das ewige Leben sammeln könntest? Es wird einmal eine Zeit kommen, da du einen einzigen Tag oder wohl auch nur eine einzige Stunde zur Besserung deines Lebens wünschen wirst; ob du sie aber erhalten wirst, weiß ich nicht.

6. Wohlan denn, mein geliebter Bruder! Siehe zu, aus welch großer Gefahr du dich befreien und welch großem Schrecken du dich entreißen kannst, wenn du jetzt immer in heiliger Furcht lebst und den Tod stets vor Augen hast. Befleiße dich, jetzt so zu leben, dass du dich in der Stunde des Todes mehr freuen könntest, als fürchten müsstest. Lerne jetzt der Welt absterben, damit du dann anfängst, mit Christus zu leben. Lerne jetzt alles verachten, damit du dann ungehindert zu Christus gelangen kannst. Züchtige jetzt deinen Leib durch Buße, damit du dann sichere Hoffnung haben mögest.

7. Ach, törichter Mensch, warum glaubst du, du wirst lange leben, da du doch keinen Tag vor dem Tode sicher bist? Wie viele wurden betrogen, da sie unvermutet von dieser Welt scheiden mussten! Wie oft hast du sagen hören: jener kam durch das Schwert um; dieser ertrank; jener fiel herab und brach sich das Genick; dieser starb unter dem Essen und jener endete sein Leben beim Spiele! Einer ist durch das Feuer, ein anderer durch das Schwert, einer durch Pest, ein anderer durch Mörder umgekommen; und so ist das Ende von allen der Tod; das Leben der Menschen geht eilends vorüber wie ein Schatten.

8. Wer wird nach dem Tode noch an dich denken? Wer wird für dich beten? Jetzt, mein geliebter Bruder, jetzt tue, so viel du immer kannst, weil du nicht weißt, wann du sterben wirst, noch auch, was nach dem Tode für dich geschehen wird. Sammle dir jetzt ewig dauernde Reichtümer, da du noch Zeit hast. Denke an nichts anderes, als an dein Heil; sorge allein für das Reich Gottes. Mache dir jetzt Freunde, damit du die Heiligen Gottes verehrst und ihren Beispiele nachfolgst, damit sie dich am Ende deines Lebens in die ewigen Wohnungen aufnehmen.

9. Betrachte dich auf Erden immer als einen Fremdling und Gast, welchen die Weltgeschäfte nichts angehen. Erhalte dein Herz frei und zu Gott gewendet, denn du hast hier keine bleibende Stätte. Dahin schicke täglich dein Gebet und deine Seufzer unter häufigen Tränen, damit deine Seele nach dem Tode glückselig zum Herrn gelangen möge. Amen.

§1.24. Von dem Gerichte und von den Strafen der Sünden.

1. In allen Dingen schaue auf das Ende und bedenke, wie du vor jenem strengen Richter bestehen wirst, welchem nichts verborgen ist, der weder durch Geschenke besänftigt wird noch eine Entschuldigung annimmt, sondern nach Gerechtigkeit richten wird. O höchst elender und törichter Sünder! Was wirst du Gott antworten, welchem alle deine Laster bekannt sind, da du bisweilen sogar das Angesicht eines erzürnten Menschen fürchtest? Warum bereitest du dich nicht auf den Tag des Gerichts, wo niemand durch einen anderen wird entschuldigt oder verteidigt werden können, sondern ein jeder sorgen muss, wie er für sich selbst bestehe? Jetzt ist deine Bemühung nützlich, jetzt, sind deine Tränen angenehm, dein Seufzen wird erhört, und durch Reue kannst du für deine Sünden genug tun und deine Seele reinigen.

2. Ein geduldiger Mensch hat ein schmerzliches aber heilsames Fegfeuer, wenn er die Beleidigungen erträgt und ihm dabei mehr die Bosheit des anderen, als die widerfahrene Kränkung zu Herzen geht; wenn er für seine Widersacher gerne betet und ihnen ihr Unrecht von Herzen verzeiht; wenn er sich nicht weigert, andere um Verzeihung zu bitten; wenn er zur Barmherzigkeit geneigter ist, als zum Zorn; wenn er sich selbst oft Gewalt antut und sich bemüht, das Fleisch dem Geiste vollkommen zu unterwerfen. Es ist besser, jetzt die Seele von Sünden zu reinigen und die Laster abzulegen, als sie für die Reinigung in jener Welt aufzubehalten. Durch die unordentliche Liebe, welche wir zu uns selbst haben, betrügen wir in der Tat uns selbst.

3. Was anderes wird jenes Feuer aufzehren, als deine Sünden? Je mehr du jetzt dich selbst schonst und der Sinnlichkeit folgst, desto härter wirst du es einst büßen und desto mehr Ursache zur Pein wirst du mit hinübernehmen. Was der Mensch gesündigt hat, das wird an ihm gestraft werden. Dort werden die Trägen mit glühenden Stacheln angetrieben und die Unmäßigen von einem grausamen Hunger und Durst gequält werden. Dort werden die Unzüchtigen und die das Wohlleben liebten mit brennendem Pech und stinkendem Schwefel übergossen werden und die Neidigen vor Schmerzen gleich wütenden Hunden heulen.

4. Es wird kein Laster sein, welches nicht seine eigene Qual haben wird. Dort werden die Hoffärtigen mit aller Schande erfüllt werden und die Geizigen die bitterste Armut leiden müssen. Dort wird eine Stunde Qual härter sein, als hier hundert Jahre der strengsten Buße. Hier ruht man doch wenigsten bisweilen von den Arbeiten aus und genießt einen Trost von seinen Freunden; dort aber ist keine Ruhe, kein Trost für die Verdammten. Sei also jetzt bekümmert und bereue deine Sünden, damit du am Tage des Gerichtes mit den Auserwählten in Sicherheit sein mögest. Denn dann werden die Gerechten mit großer Zuversicht wider diejenigen dastehen, von welchen sie zuvor geängstigt und unterdrückt wurden. Dann wird derjenige, welcher sich jetzt den Urteilen der Menschen demütig unterwirft, als Richter bestellt werden. Dann wird der Arme und Demütige ein großes Vertrauen haben, den Hoffärtigen hingegen wird Furcht und Schrecken von allen Seiten überfallen.

5. Dann wird man erkennen, dass jener in dieser Welt weise gewesen ist, welcher gelernt hat, um Christi willen töricht und verachtet zu sein. Dann wird jede geduldig überstandene Trübsal Freude bringen, die Ungerechtigkeit aber ihren Mund verschließen. Dann werden sich alle Frommen freuen und alle Gottlosen trauern. Dann werden jene, welche ihr Fleisch abgetötet haben, mehr frohlocken, als wenn sie immer in Vergnügungen gelebt hätten. Dann wird die schlechte Kleidung herrlich glänzen, das kostbare Gewand aber seinen Glanz verlieren. Dann wird die arme Wohnung mehr gepriesen werden, als der vergoldete Palast. Dann wird die standhafte Geduld mehr helfen, als alle Macht der Welt. Dann wird der einfältige Gehorsam mehr erhöht werden, als alle Schlauheit der Weltkinder.

6. Dann wird ein reines und gutes Gewissen größere Freude bringen, als die Wissenschaft der Weltweisen. Dann wird die Verachtung der Reichtümer ein größeres Gewicht haben, als alle Schätze der Erde. Dann wirst du mehr getröstet werden wegen des andächtigen Gebetes, als wegen niedlicher Speisen. Dann wirst du dich mehr freuen wegen des beobachteten Schweigens, als wegen langer unnützer Unterredungen. Dann werden die guten Werke mehr gelten, als viele zierlichen Worte. Dann wird ein strenges Leben und eine raue Buße mehr gefallen, als alle irdischen Ergötzlichkeiten. Lerne jetzt das Leichtere mit Geduld ertragen, damit du dann von dem Schwereren befreit werden mögest. Versuche hier zuerst, was du dann vermögen wirst. Wenn du jetzt so wenig ertragen kannst, wie wirst du die ewigen Peinen ausstehen können? Wenn du jetzt wegen einer geringen Widerwärtigkeit in solche Ungeduld ausbrichst, was wirst du dann in der Hölle tun? Glaube sicher, du kannst nicht zweierlei Freuden haben, hier die Weltfreuden genießen und dort mit Christus herrschen.

7. Wenn du auch bis auf den heutigen Tag immer in Ehren und Freuden gelebt hättest, was würde dir dies alles nützen, wenn du jetzt augenblicklich sterben müsstest? Es ist also alles lauter Eitelkeit, außer Gott lieben und Ihm allein dienen. Denn wer Gott aus ganzem Herzen liebt, der fürchtet weder Tod, noch Peinen, noch Gericht, noch Hölle, weil die vollkommene Liebe einen sicheren Zutritt zu Gott verschafft. Wer aber noch Freude am Sündigen hat, der darf sich nicht wundern, wenn er Tod und Gericht fürchtet. Doch ist es gut, dass dich wenigstens die Furcht vor der Hölle in Schranken halte, wenn auch die Liebe noch nicht so stark bei dir ist, dass sie dich vom Sündigen abhalten könnte. Wer aber die Furcht Gottes hintansetzt, der wird nicht lange im Guten verharren können, sondern sehr bald in die Fallstricke des höllischen Feindes fallen.

§1.25. Von der ernstlichen Besserung unseres ganzen Lebens.

1. Sei wachsam und eifrig im Dienste Gottes und denke oft darüber nach: Wozu bist du gekommen und warum hast du die Welt verlassen? Ist es nicht deswegen geschehen, damit du für Gott lebst und ein geistiger Mensch wirst? Darum musst du mit allem Eifer streben, immer besser zu werden, weil du den Lohn für deine Bemühungen bald empfangen wirst; dann aber wird alle Furcht und aller Schmerz von dir verbannt sein. Bemühe dich jetzt eine kurze Zeit, und du wirst süße Ruhe, ja ewig dauernde Freude finden. Wenn du getreu bleibst und deine Pflichten mit Eifer erfüllst, so wird gewiss auch Gott treu sein und dir deine Bemühung reichlich vergelten. Du musst zwar immer mit Vertrauen hoffen, dass du zum Siege gelangen wirst; aber du musst dir keine Sicherheit versprechen, damit du nicht in Trägheit fällst oder dich zur Hoffart verleiten lässt.

2. Als einst jemand zwischen Furcht und Hoffnung lange angstvoll schwebte und sich von Traurigkeit ganz abgemattet in der Kirche vor einem Altar auf seine Knie niederwarf und betete und in seinem Herzen dachte und sagte: O wenn ich doch wüsste, ob ich im Guten verharren werde! - vernahm er sogleich innerlich eine himmlische Stimme, welche zu ihm sprach: Wenn du nun dieses wüsstest, was wolltest du dann tun? Tue jetzt, was du dann tun würdest, und du wirst vollkommen sicher sein. Hiedurch getröstet und gestärkt übergab er sich ganz dem göttlichen Willen, und das ängstliche Zweifeln hörte auf. Er wollte nicht mehr vorwitzig nachforschen, um zu wissen, was ihm künftig bevorstehe, sondern er war vielmehr bedacht, zu erkennen, was Gott am gefälligsten und am vollkommensten nach Seinem Willen wäre, damit er jedes gute Werk unternähme und ausführte.

3. Hoffe auf den Herrn und tue das Gute, sagt der Psalmist, bleib im Lande und nähre dich von seinen Schätzen. Eines ist es, was viele vom Fortgange im Guten und von ernstlicher Besserung des Lebens abhält, nämlich die Furcht vor Beschwerden oder die Mühe des Kampfes. Und in der Tat machen jene den größten Fortgang in den Tugenden, die sich bemühen, das, was ihnen beschwerlich fällt und am meisten zuwider ist, großmütig zu überwinden. Denn der Mensch macht einen umso größeren Fortgang in den Tugenden und verdient sich desto reichlichere Gnade, je mehr er sich selbst überwindet und abtötet.

4. Es haben zwar nicht alle gleichviel zu überwinden und abzutöten, aber ein Mensch, der eifrig nach der Tugend strebt, wird, obgleich er mehrere böse Neigungen zu bekämpfen hat, doch einen größeren Fortgang machen als ein anderer, der zwar ein gutes Gemüt hat, aber nicht mit so großem Eifer nach der Tugend strebt. Zwei Dinge tragen vorzüglich zur ernstlichen Besserung bei, dass man sich nämlich dasjenige mit Gewalt entziehe, wozu man von Natur aus eine sträfliche Neigung empfindet, und dass man mit Eifer jene Tugend zu erlangen strebe, welcher man am meisten bedarf. Auch befleiße dich, dass du dich vor jenem sorgfältiger hütest und jenes großmütiger überwindest, was dir an andern öfter missfällt.

5. Bei jeder Gelegenheit sei auf deinen Fortgang bedacht. Wenn du gute Beispiele siehst oder hörst, so musst du eine Begierde in dir erwecken, sie nachzuahmen. Bemerkst du aber etwas Fehlerhaftes, so hüte dich wohl, es zu tun; oder wenn du es einmal getan hast, so suche es sogleich zu verbessern. Wie deine Augen auf andere gerichtet sind, ebenso wirst du auch wieder von anderen bemerkt. Wie angenehm und trostreich ist es nun, eifrige, andächtige, wohlgesittete und zuchtliebende Brüder um sich zu haben! Wie traurig aber und beschwerlich fällt es nicht, wenn man sehen muss, dass einige unordentlich wandeln und das, wozu sie berufen sind, nicht erfüllen! Wie schändlich ist es, die Pflichten seines Berufes zu vernachlässigen und nicht bedacht sein auf das, was man zu tun schuldig ist.

6. Sei stets deines gemachten Entschlusses eingedenk und stelle dir das Vorbild des Gekreuzigten vor Augen. Du musst dich wahrhaft schämen, wenn du das Leben Jesu Christi betrachtest, weil du dich noch nicht beflissen hast, Ihm gleichförmiger zu werden, obwohl du schon so lange auf dem Wege zu Gott bist. Ein Ordensmann, welcher das heiligste Leben und Leiden unseres Herrn mit Eifer und Andacht betrachtet, wird da alles, was ihm nützlich und notwendig ist, im Überflusse antreffen, und es ist nicht nötig, außer Jesu etwas Besseres zu suchen. O wenn Jesus der Gekreuzigte in unser Herz käme, wie bald und überflüssig würden wir unterrichtet sein!

7. Ein eifriger Ordensmann erträgt alles willig und verrichtet gerne, was ihm befohlen wird. Hingegen ein nachlässiger und lauer hat Trübsal über Trübsal und wird von allen Seiten geängstigt, weil er des inneren Trostes beraubt ist, und weil ihm nicht gestatte wird, denselben von außen zu suchen. Ein Ordensmann, welche nicht nach der Vorschrift seines Standes lebt, ist der Gefahr eines schweren Falles ausgesetzt. Wer eine größere Freiheit sucht und bequemer leben will, wird immer Beklemmung fühlen, denn ihm gefällt bald dieses, bald jenes nicht.

8. Wie machen es so viele andere Ordensgeistliche, welche so sehr eingeschränkt unter der klösterlichen Zucht leben? Sie gehen selten aus, leben einsam, begnügen sich mit den schlechtesten Speisen, tragen raue Kleider, arbeiten viel, reden wenig, wachen lange, stehen früh auf, liegen dem Gebete lange ob, lesen oft und richten sich in allem nach der klösterlichen Zucht. Betrachte einmal die Karthäuser, die Zisterzienser, die Mönche und Nonnen aus verschiedenen Orden, wie sie alle Nacht aufstehen, den Herrn mit Psalmen zu preisen. Daher wäre es eine Schande, wenn du bei einem so heiligen Werke träge sein wolltest, während eine so große Menge von Ordensgeistlichen anfängt, Gott mit Lobliedern zu verherrlichen.

9. O dass wir doch nichts anderes zu tun hätten, als den Herrn, unseren Gott, von ganzem Herzen und mit dem Munde, nach Kräften zu loben! O dass wir doch der Notwendigkeit überhoben wären, zu essen, zu trinken, zu schlafen und immer Gott loben und nur geistlichen Dingen obliegen könnten; dann würden wir viel glückseliger sein, als wir jetzt sind, wo wir der Sinnlichkeit, und sei es auch nur um der nötigsten Lebensbedürfnisse willen, dienen müssen! Es wäre zu wünschen, dass wir von diesen Bedürfnissen frei wären, und dass nur die Seele ihre geistliche Erquickung hätte, welche wir leider jetzt so selten genießen.

10. Wenn der Mensch einmal so weit gekommen ist, dass er seinen Trost bei keinem Geschöpfe mehr sucht, dann erst fängt er an, vollkommen in Gott zu leben; dann wird er auch mit jedem Schicksal vollkommen zufrieden sein. Dann wird er sich über Großes nicht freuen und über Geringes nicht betrüben, sondern mit einem vollkommenen Vertrauen sich Gott überlassen, der ihm alles in allem ist und dem nichts zugrundegeht oder stirbt; denn alles lebt Ihm und gehorcht augenblicklich Seinem Winke.

11. Denke immer an das Ende, denn die verlorene Zeit kehrt nicht mehr zurück. Ohne Sorgfalt und Fleiß wirst du die Tugend nie erlangen. Wenn du anfängst, lau zu werden, so wirst du auch anfangen, dich übel zu befinden. Wenn du aber eifrig bist, wirst du süßen Frieden finden, und die Gnade Gottes und die Liebe zur Tugend wird dir alle Beschweren ungemein erleichtern. Ein eifriger und fleißiger Mensch ist zu allem bereit. Es ist viel beschwerlicher, den Lastern und bösen Neigungen zu widerstehen, als sich mit leiblichen Arbeiten zu ermüden. Wer die geringeren Fehler nicht vermeidet, wird nach und nach in größere fallen. Du wirst dich stets am Abend freuen, wenn du den Tag nützlich zugebracht hast. Wache über dich selbst, ermuntere und ermahne dich selbst; und wie es nun immer mit anderen stehen mag, so vernachlässige dich selbst nicht. In dem Maße wirst du in der Tugend zunehmen, in welchem du dir selbst Gewalt antust. Amen.

§2. Zweites Buch: Inneres Leben

Nützliche Ermahnungen zum inneren Leben

§2.01. Vom inneren Wandel.

1. Das Reich Gottes ist in euch, sagt der Herr. Bekehre dich von ganzem Herzen zum Herrn und verlass diese elende Welt, und deine Seele wird Ruhe finden. Lerne das Äußerliche verachten und das Innerliche schätzen, und du wirst das Reich Gottes zu dir kommen sehen. Denn das Reich Gottes ist Friede und Freude im Heiligen Geiste, darum wird es den Gottlosen nicht zuteil. Christus wird zu dir kommen und dir Seinen Trost zu kosten geben, wenn du Ihm in deinem Inneren eine würdige Wohnung zubereitet haben wirst. All Seine Herrlichkeit und Zierde ist von innen; da nur hat Er Sein Wohlgefallen. Den inneren Menschen besucht Er oft, redet mit ihm auf die angenehmste Weise, tröstet ihn liebreich, gibt ihm tiefen Frieden und geht so zärtlich und vertraulich mit ihm um, dass man darüber nicht genug staunen kann.

2. Wohlan denn, gläubige Seele, bereite diesem Bräutigam dein Herz, damit Er sich würdige, zu dir zukommen und in dir zu wohnen. Denn Er sagt: Wer Mich liebt, wird Mein Wort halten, und Wir werden zu ihm kommen Wohnung bei ihm nehmen. Mache also Christus Platz und verwehre allen übrigen Dingen den Eingang. Wenn du Christum besitzt, so bist du reich und hast genug an Ihm. Er wird Selbst dein treuer Versorger sein und dir alles verschaffen, sodass du nicht nötig hast, auf die Menschen zu hoffen. Denn die Menschen ändern sich bald und vergehen augenblicklich; Christus aber bleibt ewig und Sein Beistand ist bis an das Ende unveränderlich.

3. Auf den Menschen darf man kein großes Vertrauen setzen, denn er ist gebrechlich und sterblich, wenn er uns auch noch so nützlich und lieb sein sollte; ebensowenig darf man sich betrüben, wenn er uns zuweilen entgegen ist und widerspricht. Welche heute auf deiner Seite sind, können morgen wider dich sein, und im Gegenteile ändern sie sich oft wie der Wind. Setze dein ganzes Vertrauen auf Gott und fürchte und liebe Ihn allein. Er wird für dich antworten und alles so richten, wie es am besten sein wird. Du hast hier keine bleibende Stätte, und wo du immer sein magst, bist du ein Fremdling und Wanderer, du wirst niemals Ruhe haben, wenn du nicht innig mit Christus vereinigt bist.

4. Warum siehst du dich auf dieser Welt um, da sie doch nicht der Ort deiner Ruhe ist? Im Himmel soll deine Wohnung sein, und alles Irdische darfst du gleichsam nur im Vorbeigehen anschauen. Alle Dinge vergehen und du mit ihnen. Siehe zu, dass du ihnen nicht anhängst, dass sie dich nicht fesseln und du zugrunde gehst. Beschäftige dich in deinen Gedanken mit dem Allerhöchsten und bete ohne Unterlass zu Christus. Wenn du dich in Betrachtung hoher und himmlischer Dinge nicht aufhalten kannst, so ruhe in Betrachtung des Leidens Christi und wohne gern in Seinen heiligen Wunden. Denn wenn du mit Andacht zu Seinen heiligen Wunden deine Zuflucht nimmst, so wirst du in der Trübsal große Stärke empfinden; du wirst dich wegen Verachtung vonseiten der Menschen wenig bekümmern und verleumderische Worte leicht ertragen.

5. Auch Christus wurde in dieser Welt von den Menschen verachtet und in der größten Not von Bekannten und Freunden unter Schmähungen verlassen. Christus wollte leiden und verachtet werden und du getraust dir, über jemand zu klagen? Christus hatte Feinde und Widersprecher und du willst, dass alle dein Freunde und Guttäter seien? Wie wird deine Geduld gekrönt werden, wenn dir keine Widerwärtigkeit zustößt? Wie wirst du ein Freund Christi sein, wenn du nichts Widriges leiden willst? Leide mit Christus und für Christus, wenn du mit Christus herrschen willst.

6. Wenn du einmal vollkommen ins Innere Jesu Christi eingegangen wärest und von Seiner inbrünstigen Liebe nur ein wenig verkostet hättest, so würdest du um deinen eigenen Vorteil oder Nachteil nicht so viel besorgt sein, sondern dich wegen einer zugefügten Schmach vielmehr freuen; denn die Liebe Jesu macht, dass sich der Mensch selbst verachtet. Wer Jesum und die Wahrheit liebt, wer in sich einkehrt und von unordentlichen Neigungen frei ist, der kann sich ohne Hindernis zu Gott wenden, kann sich über sich selbst erheben und Gott ruhig genießen.

7. Wer alles so beurteilt, wie es an sich selbst ist, nicht aber, wie man insgemein redet und dafür hält, der ist wahrhaft weise und mehr von Gott, als von Menschen unterrichtet. Wer innerlich zu wandeln und äußerliche Dine gering zu achten weiß, sieht nicht auf den Ort, wartet auch nicht auf bestimmte Zeiten, um fromme Übungen zu halten. Ein innerlicher Mensch sammelt sich bald wieder, weil er sich nie ganz in die Außenwelt verliert. Eine äußerliche Arbeit oder eine Beschäftigung, die auf eine Zeit notwendig ist, schadet ihm nicht, sondern er weiß sich in die Dinge zu schicken. Wer sein Inneres wohl geregelt und geordnet hat, der kümmert sich nicht um seltsame oder verkehrte Handlungen anderer. Der Mensch wird nur insoweit gehindert und zerstreut, als er sich von äußerlichen Dingen fesseln lässt.

8. Wenn bei dir alles recht bestellt wäre und du wohl gereinigt wärest, so würde sich dir alles zum Guten wenden und deinen Fortgang in der Tugend befördern. Nur deswegen missfällt dir noch vieles und bringt dich oft in Verwirrung, weil du dir selbst noch nicht vollkommen abgestorben und von allen irdischen Dingen frei bist. Nichts verunreinigt und verstrickt das menschliche Herz so sehr, als die unreine Liebe zu den Geschöpfen. Wenn du den äußerlichen Trost verschmähst, so wirst du himmlische Dinge betrachten und dich oft in deinem Innern erfreuen können.

§2.02. Von der demütigen Unterwerfung.

1. Bekümmere dich nicht viel darum, wer für dich oder wider dich sei, sondern bemühe dich und sorge, dass Gott in allem, was du tust, mit dir sei. Suche ein gutes Gewissen zu erhalten, so wird dich Gott getreu beschützen. Denn keines Menschen Bosheit wird jenem schaden können, dem Gott helfen will. Wenn du schweigen und leiden kannst, so wirst du ohne Zweifel die Hilfe des Herrn erfahren. Ihm ist die Zeit und die Art, dich zu retten, bekannt, und deswegen musst du dich Ihm überlassen. Gott steht es zu, zu helfen und von jeder Verlegenheit zu befreien; um uns in einer tieferen Demut zu erhalten ist es oft sehr nützlich, dass andere unsere Fehler wissen und tadeln.

2. Wenn sich der Mensch wegen seiner Fehler demütigt, so söhnt er andere leicht mit sich aus und wird auch die, welche wider ihn zürnen, leicht besänftigen. Gott beschützt und rettet den Demütigen, den Demütigen liebt und tröstet Er, Er neigt sich herab zu einem demütigen Menschen; dem Demütigen gibt Er große Gnaden und erhebt ihn nach seiner Erniedrigung zur Herrlichkeit. Dem Demütigen offenbart Er seine Geheimnisse, zieht ihn ganz sanft an sich und ladet ihn ein. Der Demütige verharrt unbeweglich im Frieden, wenn er gleich eine Schmach erlitten hat, weil er sich auf Gott und nicht auf die Welt stützt. Glaube nicht, dass du Fortschritte im Guten gemacht hast, wenn du dich nicht für den Geringsten aus allen hältst.

§2.03. Vom guten, friedfertigen Menschen.

1. Lebe zuerst mit dir selbst im Frieden, und dann wirst du ihn auch bei anderen stiften können. Ein friedfertiger Mensch nützt mehr, als ein gelehrter. Ein leidenschaftlicher Mensch missbraucht sogar das Gute zum ösen und glaubt sehr leicht das Böse. Ein guter, friedfertiger Mensch wendet alles zum Guten. Wer mit sich selbst im Frieden lebt, hat wider niemand einen Argwohn; wer aber unzufrieden und in Unruhe ist, wird vielfältig von Argwohn gequält; er ruht selbst nicht und gestattet auch anderen keine Ruhe. Er sagt oft, was er nicht sagen sollte und unterlässt, was ihm zu verrichten nützlich sein würde. Er sinnt über die Pflichten anderer nach und vernachlässigt dabei seine eigenen. Übe also zuerst den Eifer an dir selbst aus, dann kannst du ihn auch billig an anderen zeigen.

2. Du weißt wohl dein Betragen zu entschuldigen und zu beschönigen: aber die Entschuldigungen anderer willst du nicht annehmen. Es wäre billiger, dass du dich selbst anklagtest und deinen Bruder entschuldigtest. Willst du von anderen ertragen werden, so ertrage auch andere. Siehe, wie weit du noch von der wahren Liebe und Demut entfernt bist; diese zürnt über niemand und wird über niemand aufgebracht, als über sich selbst. Es ist nicht Großes, mit guten und sanftmütigen Leuten sich vertragen, denn dies ist allen von Natur angenehm, und jeder hat gern Frieden und liebt diejenigen mehr, welche gleiche Gesinnung mit ihm haben, aber mit rauen, verkehrten und ungesitteten Leuten oder mit unseren Widersachern im Frieden leben, das ist eine große Gnade, das ist höchst lobenswürdig und männlich.

3. Es gibt Menschen, die mit sich selbst im Frieden leben und auch mit anderen Frieden haben. Es gibt aber auch andere, die weder selbst Frieden genießen noch andere in Frieden lassen; sie sind anderen und noch mehr sich selbst zur Last Es gibt auch Menschen, die nicht nur bei sich selbst Frieden haben, sondern auch andere zum Frieden zu bringen suchen. Doch besteht in diesem elenden Leben unser ganzer Friede mehr darin, dass wir die Widerwärtigkeiten mit Demut ertragen, als dass wir sie gar nicht empfinden. Wer sich besser ins Leiden zu schicken weiß, wird desto tieferen Frieden haben. So ein Mensch ist Sieger über sich selbst und Herr der Welt, er ist ein Freund Christi und ein Erbe des Himmels.

§2.04. Von der Einfalt und Lauterkeit.

1. Mit zwei Flügeln schwingt sich der Mensch über das Irdische empor, sie heißen: Einfalt und Lauterkeit. Einfalt muss seinen Absichten zugrundeliegen, Lauterkeit seinen Neigungen. Die Einfalt sucht Gott, die Lauterkeit findet und genießt Ihn. Wenn du in deinem Innern von allen unordentlichen Neigungen frei bist, so wird keine gute Handlung deinen Aufschwung zu Gott hindern. Wenn du nichts anderes suchst, als das Wohlgefallen Gottes und den Nutzen des Nebenmenschen, so wirst du wahre Geistesfreiheit genießen. Wenn dein Herz rein wäre, so würde jedes Geschöpf ein Lebensspiegel und ein Buch voll heiliger Lehren für dich sein. Denn es ist ja kein Geschöpf so gering und so schlecht, dass nicht die Güte Gottes rein aus ihm hervorleuchtete.

2. Wäre dein Inneres gut und rein, so würdest du alles ohne Hindernis einsehen und ohne Mühe begreifen. Ein reines Herz durchdringt Himmel und Hölle. Wie jeder innerlich beschaffen ist, so urteilt er auch äußerlich. Wenn je eine Freude auf der Welt zu finden ist, so genießt sie gewiss ein Mensch, der ein reines Herz hat. Und wenn es irgendwo eine Trübsal und Angst gibt, so erfährt dieselbe ein böses Gewissen am meisten. Gleich wie das Eisen im Feuer den Rost verliert und ganz glühend wird, ebenso wird der Mensch, welcher sich gänzlich zu Gott bekehrt, von seiner Schlafsucht befreit und in einen neuen Menschen umgewandelt.

3. Wenn der Mensch anfängt lau zu werden, so fürchtet er eine geringe Beschwerde und nimmt gern äußeren Trost an. Aber wenn er anfängt, sich vollkommen zu überwinden und beherzt auf dem Wege Gottes zu wandeln, so achtet er jene Dinge nicht mehr, die ihm zuvor hart zu sein scheinen.

§2.05. Von der Aufmerksamkeit auf sich selbst.

1. Wir dürfen uns selbst nicht zu viel zutrauen, weil uns oft die Gnade und die Einsicht abgeht. Wir haben ein schwaches Licht in uns, und aus Nachlässigkeit verlieren wir auch dieses bald ganz. Oft werden wir gar nicht einmal gewahr, wie blind wir in unserem Innern sind. Wir tun oft Böses und handeln noch böser, da wir es entschuldigen. Bisweilen reißt uns eine böse Neigung dahin, und wir halten es für Eifer. Wir tadeln auch an anderen geringe Fehler und unsere eigenen weit größeren übersehen wir. Was wir von anderen leiden, empfinden wir gar bald und halten es für schwer, bemerken aber nicht, was andere von uns leiden. Wer das Seinige ernstlich und gehörig zu Gemüte führte, der hätte wahrlich keine Ursache, streng von anderen zu urteilen.

2. Ein Mensch, der nach dem Geiste lebt, zieht die Sorge für sich allen anderen Sorgen vor, und wer auf sich selbst aufmerksam ist, wird gern von anderen schweigen. Du wirst nie ein gesammelter und andächtiger Mensch werden, wenn du von anderen nicht schweigst und deine Hauptsorge nicht auf dich selbst richtest. Wenn du dich gänzlich mit dir und mit Gott beschäftigst, dann wird das, was du von außen hörst, einen geringen Eindruck auf dich machen. Wo bist du, wenn du dir selbst nicht gegenwärtig bist? Und wenn du die ganze Welt durchläufst, dich selbst aber vernachlässigst, was wird es dir nützen? Wenn du wahren Frieden genießen und eins mit dir selbst sein willst, so musst du alles übrige gering achten und deine Augen auf dich allein richten.

3. Du wirst daher einen guten Fortgang machen, wenn du dich aller zeitlichen Sorgen entschlägst, dagegen aber sehr zurückkommen, wenn du etwas Zeitliches hochschätzen wirst. Halte nichts für groß oder hoch, nichts für angenehm und wert, als nur Gott oder was von Gott ist. Allen Trost, der dir von einem Geschöpfe zukommt, halte für Eitelkeit. Eine Seele, die Gott liebt, verachtet alles, was geringer als Gott ist. Gott allein, der Ewige und Unermessliche, welcher alles erfüllt, ist der wahre Trost der Seele und die wahre Freude des Herzens.

§2.06. Von der Freude eines guten Gewissens.

1. Der Ruhm eines guten Menschen ist das Zeugnis eines guten Gewissens. Bestrebe dich, ein gutes Gewissen zu haben, und du wirst immer freudig sein. Ein gutes Gewissen kann sehr vieles übertragen und es genießt sogar in den Widerwärtigkeiten die größte Freude. Ein böses Gewissen ist immer furchtsam und unruhig. Du wirst sanft ruhen, wenn dir dein Herz nichts vorzuwerfen hat. Freue dich nur dann, wenn du Gutes getan hast. Die Bösen haben nie wahre Freude, sie verkosten auch den inneren Frieden nicht; denn die Gottlosen haben keinen Frieden, spricht der Herr. Und wenn sie auch sagen sollten: wir leben im Frieden, es wird nichts Übles über uns kommen, oder: wer wird sich getrauen, uns zu schaden? - so glaube ihnen nicht, denn der Zorn Gottes wird schnell entbrennen, ihre Werke werden vernichtet und ihre Anschläge vereitelt werden.

2. Wer die wahre Liebe hat, dem fällt es nicht schwer, sich selbst seiner Trübsal zu rühmen, denn sich so rühmen heißt, sich in dem Kreuze unseres Herrn rühmen. Der Ruhm, den die Menschen einander geben und voneinander erhalten, ist von kurzer Dauer. Den Ruhm der Welt begleitet immer Traurigkeit. Der Ruhm der Guten besteht in ihrem guten Gewissen, nicht aber im Munde der Menschen. Die Gerechten freuen sich wegen Gott und in Gott; sie freuen sich wegen der Wahrheit. Wer nach dem wahren und ewigen Ruhm Verlangen trägt, ist wegen des zeitlichen unbekümmert, und wer nach dem zeitlichen Ruhm strebt oder ihn nicht von Herzen verachtet, der gibt dadurch deutlich zu erkennen, dass er noch wenig den himmlischen liebe. Wer weder Lob noch Tadel der Menschen achtet, der wird sanfte Ruhe in seinem Herzen genießen.

3. Wer ein reines Gewissen hat, wird leicht zufrieden und ruhig sein. Du bist nicht heiliger, wenn du gelobt, noch auch schlechter, wenn du getadelt wirst. Was du bist, das bist du; du kannst auch durch Lobeserhebungen nicht größer werden, als du in den Augen Gottes bist. Wenn du auf dein Inneres Achtung gibst, so wirst du dich nicht um das bekümmern, was die Leute von dir reden. „Der Mensch sieht das Äußere, aber Gott schauet das Herz an.“ Der Mensch betrachtet die Handlungen anderer, Gott aber erwägt ihre Absichten. Immer Gutes tun und sich selbst gering achten, das ist ein Zeichen einer demütigen Seele. Nicht von irgendeinem Geschöpfe getröstet sein wollen, ist das Zeichen großer Reinheit und innerer Zuversicht.

4. Wer von außen keine Empfehlung für sich sucht, der gibt zu erkennen, dass er sich gänzlich Gott überlassen habe. Denn nach dem Ausspruche des hl. Paulus „ist nicht jener bewährt, der sich selbst lobt, sondern der, dem Gott das Lob gibt.“ Innerlich mit Gott wandeln und äußerlich von keiner Neigung eingenommen sein, das ist der Zustand eines innerlichen Menschen.

§2.07. Von der Liebe Jesu über alles.

1. Selig ist derjenige, welcher begreift, was es heißt, Jesus lieben und sich selbst wegen Jesus verachten. Oft muss man das Geliebte um des Geliebten willen verlassen, weil Jesus allein über alles geliebt werden will. Die Liebe der Geschöpfe ist betrüglich und unbeständig, die Liebe zu Jesus aber treu und beharrlich. Wer einem Geschöpfe anhängt, wird mit demselben vergehen, weil es vergänglich ist; wer sich aber an Jesus hält, wird in Ewigkeit bestehen. Ihn liebe, Ihn mache dir zum Freunde, Er wird dich nicht verlassen, wenn auch alle anderen von dir weichen und nicht zugeben, dass du am Ende zugrunde gehst. Du musst dich einst von allem trennen, du magst wollen oder nicht.

2. Halte dich an Jesus im Leben und im Tode und verlass dich ganz auf die Treue dessen, der dir allein helfen kann, wenn auch alle anderen dich verlassen. Dein Geliebter ist so beschaffen, dass Er keinen anderen zulassen will; Er allein will dein Herz besitzen, Er allein in demselben herrschen, wie ein König auf seinem Thron. Wenn du dich von allen Geschöpfen loszumachen wüsstest, so würde Jesus gerne bei dir wohnen. Du wirst finden, dass fast alles verloren ist, was du außer Jesus auf die Menschen baust. Vertraue nicht auf ein schwankendes Rohr und stütze dich nicht darauf, denn alles Fleisch ist gleich dem Gras, und alle Herrlichkeit des Menschen wird dahin welken wie des Grases Blume.

3. Du wirst bald betrogen werden, wenn du nur auf den äußeren Schein der Menschen siehst. Denn wenn du bei anderen Trost und Gewinn suchst, so wirst du oft Schaden leiden. Wenn du in allen Dingen nur Jesus suchst, so wirst du auch Jesus ganz gewiss finden; suchst du aber dich selbst, so wirst du auch dich selbst finden, aber zu deinem Schaden. Denn ein Mensch, der Jesus nicht sucht, schadet sich selbst weit mehr, als ihm die ganze Welt und alle seine Feinde schaden können.

§2.08. Von der vertraulichen Freundschaft mit Jesus.

1. Wenn Jesus zugegen ist, so ist alles gut und nichts scheint beschwerlich zu sein; aber wenn Jesus nicht zugegen ist, so ist alles schwer und drückend. Wenn Jesus in dir nicht redet, so ist aller Trost nichtig: wenn aber Jesus auch nur ein einziges Wort redet, so empfindet man großen Trost. Stand nicht Maria Magdalena sogleich auf von jenem Orte, an dem sie weinte, als Martha zu ihr sagte: Der Meister ist da und ruft dich? Glückliche Stunde, wann Jesus von Tränen zur geistigen Freude ruft. Wie trocken und hart ist dein Herz ohne Jesus! Wie töricht und eitel muss dir alles vorkommen, wenn du etwas außer Jesus verlangst! Ist dies nicht ein größerer Schaden, als wenn du die ganze Welt verlörest?

2. Was kann dir die Welt ohne Jesus nützen? Ohne Jesus sein ist eine schreckliche Hölle, und mit Jesus sein ein freudiges Paradies. Wenn Jesus bei dir ist, so kann dir kein Feind schaden. Wer Jesus findet, findet einen reichen Schatz, ja das höchste Gut über alle Güter; und wer Jesus verliert, verliert nur allzu viel und mehr als die ganze Welt. Wer ohne Jesus lebt, der ist der Ärmste; und jener der Reichste, der ein Freund Jesu Christi ist.

3. Mit Jesus zu wandeln wissen, ist eine große Kunst, und Jesus festzuhalten wissen, eine große Weisheit. Sei demütig und friedfertig, und Jesus wird bei dir sein; sein andächtig und ruhig, und Jesus wird bei dir bleiben. Wenn du dich zum Irdischen wendest, so kannst du Jesus bald vertreiben und Seine Gnade verlieren. Und wenn du Ihn einmal vertrieben und verloren hast, zu wem wirst du fliehen und was für einen Freund wirst du dann finden? Ohne Freund kannst du nicht vergnügt leben, und wenn nicht vor allen Jesus dein Freund ist, wirst du immer traurig und trostlos sein. Du handelst also töricht, wenn du auf einen anderen vertraust oder dich in einem anderen erfreust. Man muss sich entschließen, eher die ganze Welt zum Feinde zu haben, als Jesus zu beleidigen. Aus allen deinen Freunden soll allein Jesus dein vorzüglicher Geliebter sein.

4. Alle müssen wegen Jesus geliebt werden, Jesus aber wegen Seiner Selbst. Jesus Christus allein soll vorzüglich geliebt werden, weil Er allein gut ist und vor allen Freunden getreu erfunden wird. Wegen Seiner und in Ihm musst du sowohl Freunde als Feinde lieben; du musst Ihn auch für alle bitten, damit alle zu Seiner Erkenntnis und Liebe gelangen. Du sollst nie verlangen, vorzüglich gelobt oder geliebt zu werden, dann dieses gebührt Gott allein, welchem niemand gleich ist. Du sollst auch nicht wünschen, dass sich jemand in seinem Herzen mit dir beschäftigt, oder dass du dich mit der Liebe eines anderen beschäftigst, sondern Jesus soll in dir und in jedem guten Menschen wohnen.

5. Sei in deinem Innern rein und frei, ohne dich von einem Geschöpfe fesseln zu lassen. Du musst dein Herz rein und unbefleckt vor Gott bringen, wenn du Ihn erkennen und verkosten willst, wie süß der Herr ist. Aber dahin kannst du wahrlich nicht gelangen, wenn dir nicht Seine Gnade zuvorkommt und dich bewegt, dass du dich aller Dinge entledigst, allem entsagst und dich mit Ihm allein vereinigst. Denn wenn die Gnade Gottes zu dem Menschen kommt, dann ist er zu allem fähig; und wenn diese von ihm weicht, so ist er arm und gleichsam den Geißelstreichen überlassen. Doch darf er dabei nicht kleinmütig werden oder den Mut sinken lassen, sondern er muss, wie Gott es will, standhaft ausharren und alles, was über ihn kommt, zur Ehre Jesu Christi leiden, denn auf den Winter folgt der Sommer, und nach der Nacht kehrt der Tag zurück, und nach dem Gewitter wird der Himmel heiter.

§2.09. Vom Mangel allen Trostes.

1. Es ist nicht schwer, menschlichen Trost zu verachten, wenn man himmlischen hat. Aber es ist etwas Großes, ja etwas sehr Großes, sowohl menschlichen als göttlichen Trost entbehren zu können und zur Ehre Gottes freiwillig diese Bedrängnis des Herzens zu leiden, in keiner Sache sich selbst zu suchen und nicht auf eigenen Verdienst zu sehen. Was ist es wohl Großes, wenn du zur Zeit der Gnade fröhlich und andächtig bist? Diese Stunde ist allen erwünscht. Wen die Gnade Gottes trägt, der wandelt mit Vergnügen dahin. Und ist es wohl ein Wunder, dass jener die Last nicht empfindet, der von dem Allmächtigen getragen und von dem höchsten Führer geleitet wird?

2. Wir haben gern etwas zu unserem Trost, und schwer fällt es dem Menschen, sich selbst zu verleugnen. Der hl. Blutzeuge Laurentius überwand die Welt, weil er alles, was in der Welt ergötzlich schien, verachtet; aus Liebe zu Christus übertrug er auch geduldig, dass der Hohepriester Gottes, Papst Sixtus, welchen er innig liebte, ihm entrissen wurde. In ihm hat also die Liebe zu seinem Schöpfer die Liebe zu einem Menschen überwunden, und er hat den göttlichen Willen dem menschlichen Troste vorgezogen. Lerne auch du auf diese Weise einen Verwandten und einen geliebten Freund aus Liebe zu Gott verlassen. Lass es dir auch nicht schwer fallen, wenn du von einem Freunde verlassen wirst; es ist dir ja bekannt, dass wir endlich alle getrennt werden müssen.

3. Der Mensch muss viel und lange mit sich selbst streiten, ehe er sich selbst vollkommen überwinden und seine ganze Neigung auf Gott richten lernt. Wenn sich der Mensch auf sich selbst stützt, verfällt er leicht auf menschliche Tröstungen. Wer aber Jesus Christus wahrhaft liebt und ernstlich nach der Tugend strebt, ist nicht auf Trost bedacht, er sucht auch nicht sinnliche Erquickungen, sondern er will harte Prüfungen ausstehen und für Christus schwere Mühseligkeiten ertragen.

4. Wenn dir also Gott übernatürlichen Trost sendet, so nimm ihn mit Dank an, sieh ihn aber nur als ein Geschenk Gottes an und nicht als dein Verdienst. Werde nicht hochmütig, überlass dich auch nicht einer allzu großen Freude, sei auch nicht vermessen, sondern sei wegen dieses Geschenkes nur umso demütiger, behutsamer und vorsichtiger in allen deinen Handlungen, denn auch diese Stunde wird vorübergehen und die Versuchung darauf folgen. Wenn du nun des Trostes beraubt bist, so lass den Mut nicht gleich sinken, sondern erwarte mit Demut und Geduld die Heimsuchung des Himmels; Gott ist ja mächtig genug, dir einen noch größeren Trost zu geben. Es ist dies auch nichts Neues, und für jene, die in den Wegen Gottes erfahren sind, nichts Ungewöhnliches, weil sogar große Heilige und die alten Propheten oft eine solche Abwechslung erfahren haben.

5. Daher sagte einer derselben zur Zeit des Trostes: „Ich sprach in meinem Überflusse: Ich werde ewiglich nicht wanken.“ Er setzte aber hinzu, was er beim Abgange der Gnade in sich empfunden habe: „Du hast Dein Angesicht von mir abgewendet und ich wurde verwirrt.“ Dessen ungeachtet entfiel ihm der Mut keineswegs, sondern er bat Gott nur desto inständiger und sagte: „Zu Dir, o Herr, will ich rufen und zu meinem Gott flehen.“ Endlich wurde sein Gebet belohnt und er bezeugte mit folgenden Worten, dass er erhört wurde: „Der Herr hat mich erhört und hat sich meiner erbarmt; der Herr ist mein Helfer geworden.“ Aber wie ist dieses geschehen? „Du hast“, sagt er, „meine Trauer in Freude verwandelt, ja mich ganz mit Freuden umgeben.“ Wenn es großen Heiligen so erging, so haben wir Schwache und Arme keine Ursache, kleinmütig zu werden, wenn wir uns schon bald eifrig, bald erkaltet sehen, denn der Geist des Trostes kommt und geht nach Seinem Wohlgefallen. Deshalb sprach der selige Job: „Du suchest ihn schnell heim und prüfest ihn unvermutet.“

6. Auf was kann ich also meine Hoffnung gründen, oder auf wen soll ich vertrauen, als allein auf die große Barmherzigkeit Gottes und auf den einzigen Beistand der göttlichen Gnade? Wenn ich gleich gute Menschen oder gottselige Mitbrüder oder getreue Freunde um mich habe; wenn ich mit heiligen Büchern, mit geistreichen Abhandlungen versehen bin; wenn ich liebliche Gesänge und Loblieder anhöre: so wird mir doch alles dieses wenig nützen und ich werde daran wenig Gefallen finden, wenn ich von der Gnade verlassen und meiner eigene Armut überlassen bin. Dann aber gibt es kein besseres Mittel, als Geduld und Selbstverleugnung nach dem Willen Gottes.

7. Ich habe noch keinen gefunden, der im geistlichen Leben und in der Andacht so weit gekommen ist, dass ihm nicht bisweilen die Gnade entzogen worden wäre, oder dass er nicht eine Verminderung des Eifers empfunden hätte. Kein Heiliger wurde so hoch entzückt oder so sehr erleuchtet, dass er nicht zuvor oder hernach versucht worden wäre. Denn wer nicht um Gottes willen einige Trübsal ausgestanden hat, der ist hoher Beschaulichkeit unwürdig, denn die vorhergehende Versuchung ist gewöhnlich ein Zeichen der künftigen Tröstung. Der himmlische Trost wird denen nämlich versprochen, welche durch Versuchungen geprüft worden sind. „Wer überwinden wird“, heißt es in der Heiligen Schrift, „dem will Ich von dem Baume des Lebens zu essen geben.“

8. Darum wird aber der göttliche Trost gegeben, damit der Mensch gestärkt werde, die Widerwärtigkeiten zu ertragen. Es folgt aber auch die Versuchung darauf, damit er sich nicht wegen des Guten erhebe. Der höllische Geist schläft nicht, und das Fleisch ist noch nicht gestorben; daher musst du dich unaufhörlich zum Streite rüsten; denn es setzen dir von allen Seiten Feinde zu, die niemals ruhen.

§2.10. Von der Dankbarkeit für die Gnade Gottes.

1. Warum suchst du Ruhe, da du doch zur Arbeit geboren bist? Sei mehr beflissen, Geduld zu üben, als Tröstungen zu empfangen und sorge mehr, wie du das Kreuz tragen, als wie du dich erfreuen mögest. Wer von den Weltkindern würde nicht gerne geistlichen Trost und Freude annehmen, wenn er sie nur immer haben könnte? Denn geistlicher Trost übertrifft ja alle Weltfreuden und fleischlichen Gelüste. Alle Weltfreuden sind entweder eitel oder schändlich. Die geistlichen Freuden aber sind allein angenehm und ehrbar, sie entspringen aus Tugenden und werden reinen Seelen von Gott eingegossen, aber niemand kann diese himmlischen Tröstungen immer nach seinem Wunsche genießen, weil die Zeit der Versuchung nicht lange ausbleibt.

2. Falsche Freiheit des Gemütes und allzu großes Vertrauen auf sich selbst sind der himmlischen Heimsuchung sehr zuwider. Gott handelt liebreich, wenn Er die Gnade des Trostes gibt; der Mensch aber handelt nicht wohl, wenn er nicht alles Gott mittels Dankbarkeit gleichsam vergilt. Und deswegen können die Gnaden Gottes sich in uns nicht ergießen, weil wir gegen den Urheber derselben undankbar sind und nicht alles auf den ersten Ursprung wieder zurückleiten. Denn wer nach seiner Schuldigkeit Dank sagt, verdient eine neue Gnade; dem Hochmütigen aber wird genommen, was dem Demütigen gegeben wird.

3. Ich will jenen Trost nicht, der mir die Zerknirschung des Herzens benimmt, und ich trachte nach keiner Beschaulichkeit, die mich zum Hochmut verleitet. Nicht alles, was hoch ist, ist heilig; nicht alles, was angenehm ist, ist gut; nicht alle Begierden sind rein; nicht alles, was uns lieb ist, ist Gott wohlgefällig. Jene Gnade nehme ich gern an, welche mich immer demütiger und vorsichtiger macht und durch welche ich bereitwilliger werde, mich selbst zu verleugnen. Wer von der Gnade Gottes gelehrt und durch ihre schmerzliche Entziehung unterwiesen worden ist, wird sich nicht getrauen, sich selbst etwas Gutes zuzuschreiben, sondern der wird vielmehr bekennen, dass er arm und von allem Guten entblößt ist. Gib Gott, was Gottes ist und schreibe dir selbst zu, was dein ist; danke Gott für die Gnade, erkenne aber zugleich, dass die Schuld dein ist, und dass du durch die Schuld die gebührende Strafe verdient hast.

4. Stelle dich immer unten an, und es wird dir das Höchste gegeben werden, denn das Höchste besteht nicht ohne das Niedrigste. Die in den Augen Gottes die größten Heiligen sind, halten sich selbst für die Geringsten und sie sind desto demütiger, je größer ihre Herrlichkeit ist; sie sind voll der Wahrheit und der himmlischen Herrlichkeit und streben nicht nach eitler Ehre; sie sind auf Gott gegründet und werden durch Ihn befestigt, deswegen können sie keineswegs zum Hochmut verleitet werden. Die alles Gott zuschreiben, was sie immer Gutes empfangen haben, suchen nicht voneinander geehrt zu werden, sondern wollen nur jene Ehre, die allein von Gott kommt; sie wünschen, dass Gott in ihnen und in allen Heiligen über alles gelobt werde und nur nach Ihm trachten sie stets.

5. Sei also auch für das Geringste dankbar, dadurch wirst du dich würdig machen, größere Gnaden zu erlangen. Halte das Geringste für etwas Großes, und was wenig geachtet wird, für eine besondere Gnade. Wenn man auf die Würde des Gebers sieht, so ist keine Gabe gering, keine wird für schlecht gehalten werden, denn es ist nichts gering, was der höchste Gott gibt. Und selbst dann, wenn Er uns auch strafen oder züchtigen sollte, muss es uns angenehm sein, weil Er alles wegen unseres Heiles tut, was Er immer über uns kommen lässt. Wer die Gnade Gottes in sich bewahren will, der muss für die empfangene Gnade dankbar sein und mit Geduld ertragen, wenn sie ihm entzogen wird. Er soll beten, damit er sie wieder erlange; er soll behutsam und demütig sein, damit er sie nicht verliere.

§2.11. Von der kleinen Zahl der Liebhaber des Kreuzes Jesu Christi.

1. Jesus hat jetzt viele, welche Sein himmlisches Reich lieben, aber wenige, welche Sein Kreuz tragen. Er hat viele, welche Trost verlangen, aber wenige, welche Trübsal leiden wollen. Er findet viele, die sich Ihm bei Tische zugesellen, aber wenige, die mit Ihm fasten. Alle verlangen, sich mit Ihm zu erfreuen, nur wenige wollen für Ihn etwas leiden. Viele folgen Jesus bis zur Brechung des Brotes, aber wenige trinken mit Ihm den Kelch des Leidens. Viele verehren Seine Wunden, wenige folgen Ihm bis zur Schmach des Kreuzes nach. Viele lieben Jesus, solange sie keine Widerwärtigkeit zu ertragen haben. Viele loben und preisen Ihn, solange sie von Ihm Trost empfangen. Wenn sich aber Jesus verbirgt und sie einen Augenblick verlässt, so fangen sie an zu klagen oder fallen in die größte Kleinmütigkeit.

2. Die Jesus um Jesu willen lieben und nicht wegen ihres eigenen Trostes, diese preisen Ihn in allen Trübsalen und Bedrängnissen ihres Herzens ebenso wie in den Stunden der höchsten Tröstung. Und wenn Er ihnen auch nie Trost geben würde, so würden sie Ihn doch immer loben und Ihm danken.

3. O wie viel vermag die reine Liebe zu Jesus, die von allem Eigennutz und von aller Eigenliebe frei ist! Muss man nicht alle die für Mietlinge halten, welche beständig nach Tröstungen trachten? Ist es nicht offenbar, dass die mehr sich selbst, als Jesus lieben, welche immer nur ihren eigenen Vorteil und Gewinn suchen? Wo wird man wohl einen Menschen finden, welcher bereit wäre, Gott ohne allen Lohn zu dienen?

4. Selten findet man einen Menschen, der im geistlichen Leben so weit gekommen ist, dass er sich von allem losgemacht hat. Denn wer wird einen wahrhaft im Geiste armen und von allen Geschöpfen entblößten Menschen antreffen? Er ist schätzbarer, als Perlen und Edelsteine aus den entferntesten Ländern. Wenn der Mensch auch sein ganzes Vermögen dahin gibt, so ist es doch noch nichts. Und wenn er noch so strenge Buße wirkt, so ist es doch für gering zu achten. Und wenn er auch alle Wissenschaften innehat, so ist er noch weit entfernt. Und wenn er zu einer hohen Tugend gelangt und von der inbrünstigsten Andacht entzündet ist, so mangelt ihm noch vieles, nämlich das einzige, das ihm höchst notwendig ist. Was ist aber dieses? Dass er nun, nachdem er alles verlassen hat, auch sich selbst verlässt, gleichsam aus sich selbst herausgeht und sich aller Eigenliebe entledigt. Und nachdem er alles getan hat, was er zu tun für seine Pflicht hielt, so soll er doch dafür halten, dass er noch nichts getan hat.

5. Er sehe nichts für groß an, was man für groß halten könnte, sondern gebe sich in der Tat für einen unnützen Knecht aus, wie die ewige Wahrheit sagt: „Wenn ihr alles getan habt, was euch aufgetragen ist, so sprechet: Wir sind unnütze Knechte.“ Dann wird er wahrhaft arm im Geiste und von allen Dingen entblößt sein und mit dem Propheten sagen können: „Ich bin einsam und arm.“ Und doch ist niemand reicher, niemand mächtiger, genießt niemand eine größere Freiheit als jener, der sich selbst und alles übrige zu verleugnen und sich an die unterste Stelle zu setzen weiß.

§2.12. Von dem königlichen Wege des heiligen Kreuzes.

1. Vielen scheint dies eine harte Rede zu sein: „Verleugne dich selbst, nimm dein Kreuz auf dich und folge Jesus nach.“ Aber es wird noch weit härter sein, jenen letzten Ausspruch zu hören: „Weichet von Mir, ihr Verfluchten, in das ewige Feuer.“ Denn jene, welche jetzt gern die Worte des Kreuzes hören und danach leben, werden sich dann vor dem Ausspruche der ewigen Verdammnis nicht fürchten. Dieses Kreuzzeichen wird am Himmel erscheinen, wenn der Herr zum Gerichte kommen wird. Dann werden alle Diener des Kreuzes, welche dem gekreuzigten Erlöser in ihrem Leben gleichförmig wurden, mit großem Vertrauen vor Christus, ihren Richter, treten.

2. Was fürchtest du dich also, das Kreuz auf dich zu nehmen, durch welches man zum Himmelreiche gelangt? Im Kreuz ist Heil, das Kreuz bringt Leben, das Kreuz schützt vor Feinden, das Kreuz erfüllt die Seele mit himmlischer Süßigkeit, das Kreuz stärkt das Gemüt, das Kreuz erfreut den Geist, das Kreuz ist der Inbegriff aller Tugenden, das Kreuz führt zur vollkommenen Heiligkeit. Nur durch das Kreuz gelangt die Seele zu ihrem Heile, und nur durch das Kreuz kann sie das ewige Leben hoffen. Nimm daher dein Kreuz auf dich und folge Jesus nach, und du wirst in das ewige Leben eingehen. Er Selbst ging dir mit Seinem Kreuze voran und starb für dich am Kreuz, damit auch du dein Kreuz trägst und am Kreuz zu sterben verlangst. Denn wenn du mit Ihm sterben wirst, so wirst du auch mit Ihm leben. Und wenn du Sein Mitgenosse im Leiden bist, so wirst du auch an Seiner Herrlichkeit teilnehmen.

3. Siehe, alles kommt darauf an, dass du das Kreuz trägst und dir selbst abstirbst; es ist auch kein anderer Weg zum Leben und zum wahren inneren Frieden, als der Weg des heiligen Kreuzes und der immerwährenden Abtötung. Wo du immer hingehst und was du immer suchst, so wirst du doch nirgends einen sichereren Weg finden, als den Weg des heiligen Kreuzes. Wenn du auch alles nach deinem Willen und Gutdünken anordnest und richtest, so wirst du doch immer etwas leiden müssen, entweder freiwillig oder gezwungen und so wirst du immer das Kreuz finden. Denn entweder wirst du Schmerzen an deinem Leibe haben oder Anfechtungen in deiner Seele ausstehen.

4. Bisweilen wirst du von Gott verlassen werden, bisweilen wirst du von deinem Nächsten zu leiden haben, ja was noch härter ist, du wirst dir oft selbst zur Last, und doch wirst du dich durch kein Hilfsmittel, durch keinen Trost befreien oder dir die Beschwerde erleichtern können, sondern solange Gott will, solange musst du leiden. Denn Gott will, dass du die Trübsal ohne Trost ausstehen lernst, damit du dich Ihm ganz unterwirfst und durch die Trübsal demütiger wirst. Niemand nimmt sich das Leiden Christi so sehr zu Herzen als derjenige, welcher selbst etwas Gleiches leidet. Das Kreuz ist also immer bereit und erwartet dich überall. Du kannst ihm nicht entfliehen, wohin du auch immer läufst, denn wo du immer hinkommst, so trägst du auch dich selbst mit und wirst auch immer dich selbst finden. Du magst dich mit deinen Gedanken in die Höhe erschwingen oder in die Tiefe erniedrigen; du magst von dir selbst ausgehen oder wieder in dein Inneres zurückkehren, überall wirst du Kreuz finden, und überall musst du Geduld haben, wenn du den inneren Frieden genießen und die ewige Krone verdienen willst.

5. Wenn du das Kreuz gern trägst, so wird es dich tragen und zum gewünschten Ziele führen, wo alles Leiden sich endet, obwohl dies hier nicht geschehen wird. Trägst du es wider deinen Willen, so machst du es dir selbst zur Last und beschwerst dich noch mehr, und doch musst du es tragen. Wenn du ein Kreuz abwirfst, so wirst du ohne Zweifel ein anderes und vielleicht ein noch schwereres finden.

6. Glaubst du wohl, du wirst dem entfliehen können, wovon sich noch kein Mensch frei erhalten konnte? Welcher Heilige war in der Welt ohne Kreuz und Trübsal? Selbst Jesus Christus, unser Herr, war, solange Er lebte, nicht eine einzige Stunde ohne Schmerzen und Leiden. Christus, wie Er Selbst sagte, musste leiden und von den Toten auferstehen und so in Seine Herrlichkeit eingehen. Und warum suchst du einen anderen Weg als diesen königlichen, welcher der Weg des heiligen Kreuzes ist?

7. Das ganze Leben Christi war ein lauteres Kreuz und eine beständige Marter, und du suchst nur Ruhe und Freude? Du irrst himmelweit, wenn du etwas anderes suchst, als Trübsale zu leiden, denn dieses ganze sterbliche Leben ist voll Elend und überall mit Kreuz bezeichnet. Und je weiter jemand im geistlichen Leben gekommen ist, desto schwerere Kreuze findet er oft, denn die Beschwerden seiner armseligen Wanderschaft nehmen mit der Liebe zu.

8. Aber ein solcher Mensch, welchen so viele Kreuze drücken, ist doch nicht ohne Linderung und Trost: weil er sieht, dass ihm die geduldige Ertragung seines Kreuzes die herrlichsten Früchte verschafft. Denn da er sich demselben freiwillig unterwirft, so flößt ihm eben die Last der Trübsal, welche er trägt, ein festes Vertrauen auf den göttlichen Trost ein. Und je mehr das Fleisch unter dieser Trübsal leidet, desto mehr wird der Geist durch die innere Gnade gestärkt. Ja bisweilen gibt ihm die Begierde nach Trübsalen und Widerwärtigkeiten so viel Stärke, dass er aus Liebe, Christus in seinem Leiden gleich zu werden, nicht einmal ohne Schmerz und Trübsal sein wollte, weil er sicher glaubt, er werde Gott desto angenehmer sein, je mehrere und größere Beschwerden er für Ihn leiden kann. Nicht die Kräfte des Menschen, sondern die Gnade Jesu Christi vermag und wirkt so Großes in dem gebrechlichen Fleische, dass es, vom Eifer des Geistes angetrieben, solche Dinge unternimmt, ja sogar liebt, die es sonst von Natur aus verabscheut und flieht.

9. Das Kreuz tragen, das Kreuz lieben, den Leib züchtigen und in Dienstbarkeit bringen, Ehren fliehen, Verleumdungen gern ertragen, sich selbst verachten und verachtet zu werden wünschen, alles Widrige mit Aufopferung seines Vorteils leiden und nach keiner Glückseligkeit in dieser Welt trachten: alles dieses ist nicht nach den Gesinnungen der menschlichen Natur. Wenn du auf dich selbst siehst, so wirst du nichts solches aus deinen Kräften vermögen, vertraust du aber auf den Herrn, so wirst du vom Himmel gestärkt werden und Welt und Fleisch unter deine Botmäßigkeit bringen. Ja du wirst sogar den Höllengeist, diesen abgesagten Feind, nicht fürchten, wenn du mit dem Glauben bewaffnet und mit dem Kreuze Christi bezeichnet bist.

10. Mache dich also als ein guter und getreuer Diener Christi gefasst, das Kreuz deines Herrn, der aus Liebe zu dir gekreuzigt worden ist, großmütig zu tragen. Bereite dich, viele Widerwärtigkeiten und verschiedenes Ungemach in diesem armseligen Leben auszustehen, denn das Kreuz wird überall bei dir sein, wo du immer bist, und du wirst es überall finden, wohin du dich immer verbirgst. Es muss so sein und es gibt kein anderes Mittel, der Trübsal und den Schmerzen zu entgehen, als dass du sie geduldig erträgst. Trinke den Kelch des Herrn mit Freude, wenn du Sein Freund sein und an Ihm teilhaben willst. Überlass es Gott, dich zu trösten, Er mag es machen, wie es Ihm wohlgefällt. Du aber mache dich gefasst, Trübsale zu leiden und halte diese für den größten Trost, weil das Leiden dieser Zeit allzu gering ist, die künftige Herrlichkeit zu verdienen, wenn du auch allein alles ausstehen könntest.

11. Wenn du dahin gekommen bist, dass es dir süß und angenehm ist für Christus die Trübsal zu leiden, dann darfst du glauben, dass es gut mit dir steht, denn du hast das Paradies auf Erden gefunden. Solange es dir aber schwer wird, zu leiden und du das Leiden fliehen willst, solange wird es mit dir nicht gut stehen und die Trübsal, der du entfliehen willst, wird dir überall auf dem Fuße nachfolgen.

12. Wenn du dich einmal dazu entschließt, wozu du dich entschließen sollst, nämlich zu leiden und dir selbst abzusterben, so wird es bald besser werden und du wirst den Frieden finden. Wenn du gleich mit dem hl. Paulus in den dritten Himmel verzückt würdest, so wärest du deswegen nicht versichert, dass du niemals eine Widerwärtigkeit zu leiden haben würdest. „Ich“, sagte Jesus, „Ich will ihm zeigen, wieviel er um Meines Namens willen werde leiden müssen.“ Leiden wird also dein Anteil sein, wenn du Jesus lieben und Ihm beständig dienen willst.

13. O dass du würdig wärest, etwas für den Namen Jesu zu leiden; welch eine große Ehre würde dir dieses bringen! Wie würden alle Heiligen Gottes darüber frohlocken! Und wie sehr würde der Nächste dadurch erbaut werden! Denn alle rühmen die Geduld, obwohl nur wenige leiden wollen. Du sollst ja billig gern etwas Weniges für Christus leiden, da viele für die Welt weit größere Beschwerden ausstehen.

14. Sei versichert, dass du in deinem Leben beständig dir selbst absterben musst. Und je mehr man sich selbst abstirbt, desto mehr fängt man an, Gott zu lieben. Niemand ist fähig, himmlische Dinge zu begreifen, der sich nicht freiwillig entschließt, Widerwärtigkeiten für Christus zu ertragen. Nichts ist Gott angenehmer, nichts für dich heilsamer in dieser Welt, als wenn du gerne für Christus leidest. Und wenn es auf deine Wahl ankäme, so sollst du viel eher wünschen, für Christus Widerwärtigkeiten zu leiden, als mit vielem Trost erquickt zu werden, weil du auf diese Weise Christus ähnlicher und allen Heiligen gleichförmiger wärst. Denn unser Verdienst und der Fortgang im Leben besteht nicht in vielen Süßigkeiten und Tröstungen, sondern vielmehr im Ertragen großer Beschwerden und Trübsale.

15. Wenn es etwas Besseres und zum Heile der Menschen Nützlicheres gegeben hätte als Leiden, so würde es ohne Zweifel Christus mit Worten gelehrt und mit Seinem Beispiel gezeigt haben. Er hat aber Seine Jünger, welche Ihm nachfolgten, und alle anderen, welche Ihm nachzufolgen verlangten, ausdrücklich das Kreuz zu tragen ermahnt, indem Er sprach: „Wenn jemand nach Mir (d.i. in den Himmel) kommen will, der verleugne sich selbst, nehme sein Kreuz auf sich und folge Mir nach.“ Nachdem wir nun alles gelesen und erwogen haben, soll dieses unser endlicher Schluss sein. Wir müssen durch viele Trübsale ins Reich Gottes eingehen.

§3. Drittes Buch: Innerer Troste

Vom innerlichen Troste

§3.01. Von der innerlichen Stimme Christi zu einer gläubigen Seele.

1. Ich will hören, was Gott der Herr in mir spricht. Glücklich die Seele, welche den Herrn in sich reden hört und aus Seinem Munde Worte des Trostes vernimmt. Glücklich jene Ohren, welche den leisen Hauch der göttlichen Stimme vernehmen und die Einflüsterungen dieser Welt nicht achten. Wahrhaft selig jene Ohren, welche nicht auf die Stimme, die von außen schallt, merken, sondern auf die Wahrheit, die innerlich lehrt. Selig jene Augen, die für äußerliche Dinge geschlossen sind und nur auf das Innere sehen. Selig die, welche das Innerliche zu begreifen und sich durch ihre täglichen Übungen immer besser zubereiten, die himmlischen Geheimnisse zu erkennen. Selig, die eine Freude haben, sich mit Gott zu beschäftigen und sich von allen Hindernissen der Welt losreißen. Nimm dieses zu Gemüt, meine Seele, und verschließ deiner Sinnlichkeit die Tore, damit du hören kannst, was der Herr dein Gott in dir spricht.

2. So redet zu dir dein Geliebter: Ich bin dein Heil, dein Frieden und dein Leben. Halte dich an Mich und du wirst Frieden finden. Verlass alles Vergängliche und strebe nach dem Ewigen. Was sind alle zeitlichen Dinge anderes als verführerisch? Und was nützen dir alle Geschöpfe, wenn du vom Schöpfer verlassen bist? Entsage also allen Dingen und suche deinem Schöpfer zu gefallen und Ihm treu zu sein, damit du zur wahren Glückseligkeit gelangst.

§3.02. Die Weisheit redet in uns ohne Geräusch der Worte.

1. Rede, o Herr, Dein Diener hört. Ich bin Dein Diener, erteile mir Verstand, damit ich Dein Zeugnis erkenne. Neige mein Herz zu den Worten Deines Mundes; es fließe wie Tau Deine Rede. Die Kinder Israels sprachen einst zu Moses: „Rede du mit uns, und wir wollen hören; der Herr aber rede nicht mit uns, damit wir nicht etwa sterben.“ Nein, o Herr, um dieses bitte ich nicht, ich flehe vielmehr mit dem Propheten Samuel demütig und sehnsüchtig zu Dir: „Rede, o Herr, Dein Diener hört.“ Ich verlange nicht, dass Moses oder ein anderer Prophet mit mir rede, sondern rede Du mit mir, mein Herr und Gott, der Du alle Propheten erleuchtest und begeisterst, Du allein kannst ohne sie mich vollkommen unterreichten, jene aber vermögen ohne Dich nichts.

2. Sie können zwar Worte erschallen lassen, aber den Geist nicht mitteilen. Sie reden schön, aber wenn Du schweigst, entzünden sie das Herz nicht. Sie übergeben den Buchstaben, aber Du erklärst den Sinn. Sie verkünden Geheimnisse, aber Du deckst den Verstand der verborgenen Dinge auf. Sie machen Gebote kund, aber Du hilfst sie erfüllen. Sie zeigen den Weg, aber Du gibst Kräfte, darauf zu wandeln. Sie wirken nur äußerlich, aber Du unterrichtest und erleuchtest das Herz. Sie begießen von außen, aber Du gibst die Fruchtbarkeit. Sie rufen zwar mit Worten zu, aber Du gibst dem Gehöre Kraft, sie zu verstehen.

3. Es soll also nicht Moses mit mir reden, sondern Du, o mein Herr und Gott! Du, o ewige Wahrheit, rede mit mir, damit ich nicht etwa sterbe und keine Frucht bringe, wenn ich nur von außen ermahnt und nicht im Innern entzündet würde, und damit ich nicht einst vor Gerichte strenge Rechenschaft von den Worten geben muss, welche ich zwar gehört, aber nicht in Ausübung gebracht, welche ich erkannt, aber nicht geliebt, welche ich geglaubt, aber nicht gehalten habe. Rede also, o Herr, Dein Diener hört, denn Du hast Worte des ewigen Lebens. Rede mit mir, damit meine Seele doch einen Trost empfängt und ich mein ganzes Leben bessere, damit es zu Deinem Lobe, zu Deiner Ehre und zu Deiner ewigen Verherrlichung gereiche.

§3.03. Das Wort Gottes muss man mit Demut anhören, aber viele nehmen es nicht zu Herzen.

1. Höre, Mein Sohn, Meine Worte: Worte, welche voll Süßigkeit sind und alle Wissenschaften der Weisen und Verständigen dieser Welt übertreffen. Meine Worte sind voll Geist und Leben, und man muss sie nicht nach menschlichem Sinne beurteilen. Man muss kein eitles Vergnügen darin suchen, sondern sie stillschweigend anhören und mit aller Demut und Liebe aufnehmen.

2. Und ich sprach: Selig ist der Mensch, welchen Du, o Herr, Selbst unterweist und welchen Du Selbst Dein Gesetz lehrst, damit Du ihm die bösen Tage milderst, und er nicht trostlos auf dieser Erde wandern muss.

3. Ich, spricht der Herr, habe die Propheten von Anbeginn gelehrt, und bis auf diese Stunde höre Ich nicht auf, allen zum Herzen zu reden, aber viele sind gegen Meine Stimme taub und unbeweglich. Mehrere hören lieber die Welt als Gott an, sie richten sich mehr nach den Neigungen ihrer Sinnlichkeit, als nach den Wohlgefallen Gottes. Die Welt verspricht vergängliche und geringe Belohnungen, und man dient ihr mit großer Begierde; Ich verheiße die höchste und ewige Glückseligkeit, und doch verharren die Herzen der Menschen in ihrer Trägheit. Wer dient und gehorcht Mir in allen Stücken so sorgfältig, wie man der Welt und ihren Herren dient? „Schäme dich, o Sidon!“ spricht das Meer, und wenn du die Ursache wissen willst, so höre: Für eine geringe Belohnung läuft man einen weiten Weg, und für das ewige Leben wollen viele nicht einmal einen Fuß von der Erde aufheben. Man trachtet begierig nach einem schlechten Gewinn; wegen eines einzigen Geldstückes fängt man bisweilen schändlichen Zank an; man trägt kein Bedenken, sich wegen einer eitlen Sache, wegen einer geringen Verheißung Tag und Nacht abzumatten.

4. Aber, o Schande! Für ein unveränderliches Gut, für eine unschätzbare Belohnung, für die höchste Ehre, für die ewige Herrlichkeit ist man zu träge, auch nur eine ganz geringe Beschwerde auf sich zu nehmen. Schäme dich also, du träger mürrischer Knecht, dass jene bereitwilliger zum Verderben sind, als du zum Leben. Sie haben eine größere Freude an Eitelkeit, als du an Wahrheit. Sie werden zwar oft in ihrer Hoffnung betrogen, aber Meine Verheißung betrügt niemand; und keinen, der auf Mich vertraut, entlässt sie leer. Was Ich verheißen habe, werde Ich geben, und was Ich gesagt habe, werde Ich erfüllen, wenn du nur bis an Ende in Meiner Liebe getreu verharrst. Ich belohne alle Guten und prüfe genau alle Gottesfürchtigen.

5. Schreibe Meine Worte in dein Herz und überlege sie fleißig, denn sie werden dir zur Zeit der Versuchung sehr notwendig sein. Was du nicht verstehst, wenn du es liest, das wirst du am Tage der Heimsuchung erkennen. Ich pflege Meine Auserwählten auf zweifache Art heimzusuchen, durch Versuchung nämlich und durch Tröstung, und zweimal des Tages gebe ich ihnen Unterreicht; einmal, indem Ich sie wegen ihrer Fehler strafe, dann, dass Ich zum Fortschreiten in der Tugend ermahne. Wer Mein Wort hat und es verachtet, der hat auch schon seinen Richter am jüngsten Tage.

6. Gebet um die Gnade der Andacht. Herr, mein Gott! Du bist mein alles, und wer bin ich, dass ich mir getrauen sollte, mit Dir zu reden? Ich bin Dein ärmster Knecht, ein elender Erdenwurm; ich bin viel ärmer und verächtlicher als ich es selbst einsehe und mir zu sagen getraue. Gedenke doch, o Herr, dass ich nichts bin, nichts habe und nichts vermag. Du allein bist gut, gerecht und heilig; Du allein kannst alles, Du gibst alles, Du erfüllst alles; den Sünder allein entlässt du leer. Erinnere Dich Deiner Erbarmungen und erfülle mein Herz mit Deiner Gnade, weil Du ja Deine Werke nicht leer lassen willst.

7. Wie könnte ich dieses armselige Leben ertragen, wenn mich Deine Barmherzigkeit und Gnade nicht stärkte? Wende Dein Angesicht nicht von mir ab; warte nicht länger mit Deiner Heimsuchung; entziehe mir den Trost nicht, damit meine Seele vor Dir nicht gleich ausgetrocknetem Erdreiche schmachte. Lehre mich, o Herr, Deinen Willen vollziehen; lehre mich gebührend und mit Demut vor Deinem Angesichte wandeln; denn Du bist meine Weisheit, du erkennst mich wahrhaft, ja du hast mich erkannt, ehe die Welt erschaffen wurde, und ehe ich in dieser Welt geboren ward.

§3.04. Man muss in Wahrheit und mit Demut vor Gott wandeln.

1. Mein Sohn! Wandle vor Mir in Wahrheit und suche Mich immer in der Einfalt deines Herzens. Wer in Wahrheit vor Mir wandelt, wird gegen feindliche Anfälle beschützt werde, und die Wahrheit wird ihn von den Verführern und von den Verleumdungen der Gottlosen befreien. Wenn dich die Wahrheit befreit, dann wirst du in der Tat frei sein und dich wegen eitler Reden der Menschen nicht kümmern.

2. Herr! Dein Wort ist Wahrheit. Mir geschehe also, wie Du sagst. Deine Wahrheit lehre mich, sie beschütze mich und erhalte mich zum seligen Ende. Sie befreie mich von aller bösen Neigung und unordentlichen Liebe, dann werde ich in großer Freiheit des Herzens mit Dir wandeln.

3. Ich will dich lehren, spricht die Wahrheit, was Mir recht und wohlgefällig ist. Denke mit großem Missfallen und inniger Betrübnis an deine Sünden und glaube ja nie, dass du um deiner guten Werke willen etwas seist. Du bist in Wahrheit ein Sünder und vielen bösen Neigungen unterworfen und von ihnen gefesselt. Aus dir selbst neigst du dich immer neu zu dem Nichtigen, du fällst schnell, wirst leicht überwunden und gerätst bald in Verwirrung und Ausschweifung. Du hast nichts, wegen dessen du dich rühmen könntest, aber vieles, wegen dessen du dich gering schätzen sollst, denn deine Schwachheit ist viel größer, als du fassen kannst.

4. Deswegen sollst du von allem, was du tust nichts für groß halten, nichts soll dir erhaben, nichts kostbar oder wunderbar, nichts der Hochschätzung würdig scheinen. Denn nichts ist hoch, nichts wahrhaft lobenswürdig und erwünschlich, als was ewig ist. Über alles soll dir die ewige Wahrheit gefallen, an deiner großen Nichtswürdigkeit aber sollt du immer Missfallen haben. Nichts musst du so sehr fürchten, missbilligen und fliehen, als deine Laster und Sünden, diese müssen dir weit mehr zuwider sein als jeder Verlust irdischer Dinge. Einige wandeln nicht aufrichtig vor Mir, sondern wollen aus Vorwitz und Hochmut Meine Geheimnisse wissen und die Tiefen der Gottheit ergründen, während sie sich selbst und ihr Heil vernachlässigen. Solche Leute fallen oft in schwere Versuchungen und Sünden wegen ihrer Hoffart und ihres Vorwitzes, weil Ich ihnen widerstrebe.

5. Fürchte die Urteile Gottes; erzittere vor dem Zorn des Allmächtigen. Erforsche aber nicht die Werke des Allerhöchsten, sondern führe dir deine Bosheiten zu Gemüte und bedenke, wie oft du gesündigt und wieviel Gutes du unterlassen hast. Bei einigen besteht ihre ganze Andacht in Büchern, bei anderen in Bildern, und wieder bei anderen in äußerlichen Zeichen und Vorstellungen. Einige haben Mich im Munde, aber nicht im Herzen. Es gibt auch andere, deren Verstand erleuchtet ist, sie sind auch von bösen Anmutungen gereinigt und trachten immer mit der größten Begierde nach dem Ewigen, es fällt ihnen schwer, Reden von irdischen Dingen anzuhören, sie geben den natürlichen Bedürfnissen nur mit Unlust nach: und diese vernehmen, was der Geist der Wahrheit in ihnen redet. Denn er lehrt sie das Irdische verachten und das Himmlische lieben, die Welt vergessen und Tag und Nacht mit innigster Begierde nach dem Himmel trachten.

§3.05. Von den wunderbaren Wirkungen der göttlichen Liebe.

1. Ich preise Dich, o himmlischer Vater, Du Vater meines Herrn Jesu Christi, dass Du Dich gewürdigt hast, an mich Armen zu denken! O Vater der Barmherzigkeit und Gott allen Trostes! Ich sage Dir Dank, dass Du mich bisweilen mit Deinem Troste erquickst, der ich doch allen Trostes unwürdig bin. Ich preise und verherrliche Dich ohne Aufhören mit deinem eingeborenen Sohn und mit dem Tröster, dem Heiligen Geist, in alle Ewigkeit. Ja, mein Herr und mein Gott, Du reinster Bräutigam meiner Seele! Wenn Du in mein Herz kommst, wird mein Innerstes frohlocken. Du bist mein Ruhm und die Freude meines Herzens. Du bist meine Hoffnung und meine Zuflucht am Tage der Trübsal.

2. Aber weil ich in der Liebe noch schwach und in der Tugend noch unvollkommen bin, so habe ich Deine Stärke und Deinen Trost nötig. Suche mich deshalb öfter heim und unterrichte mich in Deinem heiligen Gesetze. Befreie mich von meine bösen Begierden und heile mein Herz von allen unordentlichen Neigungen, damit ich, innerlich geheilt und gereinigt, fähig werde zum Lieben, stark zum Leiden, standhaft zum Ausharren.

3. Etwas Hohes ist die Liebe und wirklich ein großes Gut, da sie allein alle Beschwerden erleichtert und alles Widrige mit Gleichmut erduldet. Denn sie trägt die Last, ohne gedrückt zu werden, und macht alle Bitterkeit süß und angenehm. Die erhabene Liebe Jesu treibt zu großen Werken an, sie erweckt im Herzen immer das Verlangen nach dem Vollkommeneren. Die Liebe will sich in die Höhe schwingen und lässt sich nie von niedrigen Dingen zurückhalten. Die Liebe will frei und von aller weltlichen Neigung los sein, damit sie in ihrer innerlichen Beschauung nicht gehindert, nicht durch zeitliche Vorteile eingenommen werde oder wegen eines Ungemaches unterliege. Nichts ist süßer, als die Liebe, nichts stärker, nichts höher, nichts sich weiter erstreckend, nichts angenehmer, nichts vollkommener und nichts besser weder im Himmel noch auf Erden; denn die Liebe ist aus Gott geboren und kann, über alles Geschaffene sich emporschwingend, nur in Gott ruhen.

4. Der Liebende fliegt, läuft und frohlockt; er ist frei und kann nicht gehalten werden. Er gibt alles für alles und hat alles in allem, weil er in dem einzigen höchsten Wesen, aus dem alles Gute fließt und hervorgeht, vor allem ruht. Er sieht nicht auf die Gaben, sondern wendet sich vor allen Gütern auf den Geber. Die Liebe weiß von keinem Maße, sondern wird über alles Maß entzündet. Die Liebe empfindet die Last nicht, sie achtet auch die Bemühungen nicht, ihre Begierde erstreckt sich über ihre Kräfte, sie entschuldigt sich nicht mit Kraftlosigkeit, weil sie meint, dass sie alles könne und dürfe. Sie ist also zu allem nützlich, sie vollendet vieles und setzt vieles ins Werk, wo einer, der die Liebe nicht hat, nachlässt und unterliegt.

5. Die Liebe ist wachsam, und selbst schlummernd schläft sie nicht. Wenn sie schon abgemattet wird, erliegt sie der Mattigkeit doch nicht; wenn sie schon beklemmt wird, wird sie doch nicht unterdrückt; wenn sie auch erschreckt wird, wird sie doch nicht in Verwirrung gebracht, sondern gleich einem lebendigen Feuer und einer brennenden Fackel bricht sie in die Höhe aus und dringt überall durch. Wer von Liebe entzündet ist, der weiß, wie laut diese Stimme ruft: denn ein lauter Ruf in den Ohren Gottes ist das heiße Verlangen einer Seele, welche spricht: Mein Gott, meine Liebe! Du bist ganz mein, und ich bin ganz Dein.

6. Vermehre in mir die Liebe, damit ich im Innersten des Herzens verkosten lerne, wie süß es sei zu lieben, ja gleichsam in Liebe zu schwimmen und zu zerfließen. Möchte ich von Liebe ganz eingenommen werden und mich über mich selbst in Inbrunst und Erstaunen erheben! Ich will den Gesang der Liebe singen, ich will Dir als meinem Geliebten in die Höhe folgen, meine Seele soll sich ganz in Deinem Lobe verzehren und aus Liebe frohlocken. Ich will Dich mehr lieben, als mich selbst, mich aber nur Deinetwegen; und alle, welche Dich wahrhaft lieben, will ich in Dir lieben, wie es das Gesetz der Liebe befiehlt, welches an Dir so herrlich hervorleuchtet.

7. Die Liebe ist schnell, aufrichtig, fromm, fröhlich und angenehm; sie ist stark, geduldig, getreu, bescheiden, langmütig, männlich, und sucht nie sich selbst. Denn sobald sich jemand selbst sucht, hat die Liebe ein Ende. Die Liebe ist behutsam, demütig und gerade; sie ist nicht weichlich, nicht leichtfertig, nicht auf Eitelkeit bedacht; sie ist mäßig, keusch, beständig, ruhig; sie bewahrt alle Sinne sorgfältig. Die Liebe ist gegen Vorgesetzte unterwürfig und gehorsam und in ihren eigenen Augen schlecht und verächtlich, gegen Gott andächtig und dankbar; sie vertraut und hofft allzeit auf Ihn, auch zur Zeit, wo sie in Gott kein Vergnügen findet, weil niemand ohne Schmerz in der Liebe lebt.

8. Wer nicht entschlossen ist, alles zu leiden und in den Willen des Geliebten sich zu ergeben, der ist noch nicht würdig, ein Liebender genannt zu werden. Ein wahrhaft Liebender muss wegen des Geliebten alles Harte und Bittere gern annehmen und sich wegen widriger Zufälle von ihm nicht abwenden.

§3.06. Von der Prüfung eines wahrhaft Liebenden.

1. Mein Sohn! Du bist noch nicht stark und weise in der Liebe.

2. Warum nicht, o Herr?

3. Weil du wegen jeder Widerwärtigkeit von deinem Vorhaben abstehst und allzu begierig nach Tröstungen suchst. Wer stark in der Liebe ist, der bleibt in Versuchungen standhaft und glaubt den betrügerischen Vorspiegelungen des Feindes nicht. Gleich wie Ich ihm gefalle im Glück, so missfalle Ich ihm auch im Unglück nicht.

4. Wer weise ist in der Liebe, der sieht nicht sowohl auf die Gabe des Liebenden, als auf die Liebe des Gebenden. Er merkt mehr auf den guten Willen des Gebenden, als auf den Wert des Geschenkes, und achtet alle Gaben geringer als den Geliebten. Wer edel ist in der Liebe, der bleibt nicht bei der Gabe stehen, sondern schwingt sich über alle Gaben zu Mir.

5. Es ist noch nicht alles verloren, wenn du schon bisweilen jene guten Gesinnungen von Mir oder von Meinen Heiligen nicht hast, welche du zu haben wünschst. Jene heiligen und süßen Anmutungen, welche du bisweilen empfindest, sind Wirkungen der gegenwärtigen Gnade und gleichsam ein Vorgeschmack des himmlischen Vaterlandes, aber man darf sich nicht zu viel auf sie verlassen, denn sie gehen und kommen. Wider die aufsteigenden bösen Regungen des Gemütes aber, wider die Eingebungen des höllischen Feindes streiten, das ist ein Zeichen der Tugend und großer Verdienste.

6. Lass dich also von widrigen Vorstellungen und Einbildungen nicht in Verwirrung bringen, sie mögen dir wegen was immer für einer Sache einfallen. Bleibe standhaft auf deinem Vorsatze und habe gegen Gott immer eine aufrichtige Meinung. Es ist keine Täuschung, wenn du bisweilen plötzlich entzückt wirst und gleich darauf wieder in die gewöhnlichen Torheiten deines Herzens verfällst. Denn du leidest sie mehr wider deinen Willen, als dass du wirklich Teil daran hättest, und solange sie dir missfallen und du dich ihnen widersetzt, vermehrst du deine Verdienste, ohne Schaden zu leiden.

7. Glaube mir, der alte Feind bemüht sich auf alle Weise, dich von deinem Verlangen nach dem Guten abzubringen und dich von jeder Andachtsübung abzuhalten, nämlich von der Verehrung er Heiligen, von der gottseligen Erinnerung an Mein Leiden, von dem so heilsamen Andenken an deine Sünden, von der Wachsamkeit über das eigene Herz, von dem festen Vorsatz, in der Tugend Fortschritte zu machen. Er gibt dir viele bösen Gedanken ein, um dir Verdruss und Schrecken zumachen, um dich vom Gebet und geistlichen Lesen abzuhalten. Eine demütige Beichte missfällt ihm, und, wenn er könnte, so würde er dich auch von der heiligen Kommunion entfernen. Glaube ihm nicht und kehre dich nicht an ihn, wenn er dir gleich öfter trügerische Schlingen legt. Kehre wider ihn, was er dir Böses und Unreines eingibt. Sprich zu ihm: Weiche von mir, unreiner Geist, schäme dich, Elender! Du musst voll Unreinheit sein, weil du dich unterstehst, meine Ohren mit solchen Abscheulichkeiten zu belästigen. Weiche von mir, boshafter Verführer, du sollst keinen Teil an mir haben; Jesus wird mir als ein starker Beschützer beistehen, und du wirst beschämt weichen müssen. Ich will eher sterben und alle Peinen aushalten, als in deine Versuchungen einwilligen. Schweige und verstumme, ich werde dich nicht mehr anhören, wenn du mich gleich noch länger beunruhigen solltest; der Herr ist mein Licht und mein Heil, wen soll ich fürchten? Wenn ein ganzes Lager sich wider mich erheben sollte, so würde mein Herz doch ohne Furcht sein. Der Herr ist mein Helfer und mein Erretter.

8. Kämpfe als ein tapferer Streiter: und wenn du bisweilen aus Gebrechlichkeit fällst, so ermanne dich und setze dich mit noch größerem Mut entgegen, habe nur Vertrauen, Ich werde dich mit einer noch größeren Gnade stärken; und hüte dich sorgfältig vor eitlem Wohlgefallen und vor Hoffart, denn dadurch werden viele zum Irrtum verleitet und fallen bisweilen in eine unheilbare Blindheit. Der Fall dieser Hoffärtigen, die töricht auf sich selbst vertrauen, soll dich behutsam machen und in beständiger Demut erhalten.

§3.07. Man muss die Gnade unter der Demut verbergen.

1. Mein Sohn! Es ist für dich viel nützlicher und sicherer, dass du die Gnade der Andacht verbirgst und dich deswegen nicht erhebst oder vieles davon redest, auch nicht zu viel daraus machst, sondern dass du dich selbst verachtest und glaubst, dass sie dir als einem Unwürdigen gegeben worden sei. Man muss dieser Neigung ja nicht zu sehr anhangen, weil sie gar bald ins Gegenteil verändert werden kann. Zur Zeit der Gnade bedenke, wie armselig und dürftig du ohne Gnade zu sein pflegst. Der Fortgang im geistlichen Leben besteht nicht darin allein, dass du die Gnade der inneren Tröstungen hast, sondern dass du dich selbst verleugnest und es mit Demut und Geduld erträgst, wenn dir diese Gnade entzogen wird, so zwar, dass du dich deswegen von der Liebe zum Gebete nicht abwendig machen lässt oder deine übrigen Werke, welche du zu verrichten hast, ganz auf die Seite setzt, sondern dass du alles, was immer von dir abhängt, gern tust, so gut du es kannst und verstehst, und dass du endlich wegen Trockenheit oder Gemütsangst, welche dich plagt, dich selbst nicht völlig vernachlässigst.

2. Denn es sind viele, die sogleich ungeduldig oder träge werden, sobald ihnen etwas nicht gut vonstatten geht: der Weg des Menschen ist nämlich nicht immer in seiner Gewalt, sondern es steht bei Gott, zu geben und zu trösten, wann Er will, wie weit Er will, und wen Er will; wie es Ihm gefällt, und nicht mehr. Manche Unvorsichtige haben sich wegen der Gnade der Andacht selbst zugrunde gerichtet, weil sie mehr tun wollten, als sie konnten, ohne auf ihre geringe Fähigkeit acht zu geben, indem sie mehr dem Triebe des Herzens, als dem Urteile des Verstandes folgten. Und weil sie größere Dinge unternahmen, als Gott gefällig war, so haben sie auch bald die Gnade verloren. Da sie glaubten, sich bis in den Himmel erschwungen zu haben, sind sie arm geworden und standen verlassen in ihrer Niedrigkeit da, damit sie, so gedemütigt und verarmt, lernen möchten, sich nicht mit eigenen Kräften zu erheben, sondern auf Meinen Bestand zu hoffen. Die auf den Wegen Gottes noch Neulinge und Unerfahrene sind, können leicht betrogen und zum Falle gebracht werden, wenn sie nicht von bescheidenen Männern Rat annehmen und sich leiten lassen.

3. Wenn sie eher ihrer eigenen Meinung folgen, als geübten Männern glauben wollen, so wird ihnen ein gefahrvolles Ende bevorstehen, wenn sie sich nicht von ihrer vorgefassten Meinung abbringen lassen. Diejenigen, welche sich selbst für weise halten, haben selten soviel Demut, dass sie sich von anderen leiten lassen. Es ist besser, weniger weise, aber demütig sein; und eine geringe Einsicht ist besser, als große Schätze der Erkenntnis mit eitler Selbstgefälligkeit. Es ist für dich besser, weniger haben, als viel, worauf du stolz werden könntest. Der handelt nicht bescheiden genug, welcher sich ganz der Freude überlässt, dabei aber seine vorige Armseligkeit und jene reine Furcht des Herrn vergisst, welche besorgt ist, die empfangene Gnade zu verlieren. Auch dessen Einsicht ist nicht tugendhaft genug der zur Zeit der Widerwärtigkeit und bei jeder Beschwerde sich zu sehr von Kleinmut hinreißen lässt und mit jenem Vertrauen, welches er haben sollte, an Mich und von Mir denkt.

4. Wer zur Zeit des Friedens in zu großer Sicherheit leben will, der wird zur Zeit des Krieges oft allzu niedergeschlagen und furchtsam sein. Wenn du dich beständig in Demut und Niedrigkeit zu erhalten und deinen Geist recht zu mäßigen und wohl zu leiten wüsstest, so würdest du nicht so leicht in Gefahr kommen und fehlen. Es ist sehr ratsam, dass du zur Zeit des Eifers überlegst, was geschehen werde, wenn das Licht verschwindet. Ist es wirklich verschwunden, so bedenke, dass das Licht, welches Ich dir auf einige Zeit entzogen habe, um dich behutsamer zu machen und Meine Ehre zu befördern, wieder erscheinen kann.

5. Eine solche Prüfung ist dir oft nützlicher, als wenn du das Gute immer nach deinem Wunsche hättest. Denn wenn einer schon mehrere Erscheinungen oder Tröstungen hat, oder in den Schriften erfahren ist, oder in einer höheren Würde steht, so kann man deswegen noch nicht schließen, dass er sich große Verdienste erworben habe. Davon ist man nur dann versichert, wenn er in wahrer Demut gegründet und mit göttlicher Liebe erfüllt ist, wenn er immer nur die Ehre Gottes mit reiner Meinung sucht, wenn er sich selbst für nichts hält und in Wahrheit verachtet und eine größere Freude hat, von anderen verachtet und gedemütigt, als geehrt zu werden.

§3.08. Von der Geringschätzung seiner selbst in den Augen Gottes.

1. Soll ich mir getrauen, zu meinem Herrn zu reden, obwohl ich nur Staub und Asche bin? Wollte ich mich höher schätzen, siehe, so bist Du wider mich: meine Bosheiten legen wider mich ein wahres Zeugnis ab, und ich kann nicht widersprechen. Wenn ich mich aber selbst verdemütige und vernichte, wenn ich alle eigene Hochschätzung ablege und mich bis in den Staub, welchem ich in der Tat gleich bin, erniedrige, so bist Du bereit, mir Deine Gnade zu geben und Dein Licht in meinem Herzen scheinen zu lassen, und es wird sodann alle, sogar auch die geringste Selbstschätzung in dem Abgrunde meines Nichts versenkt und für alle Zeit getilgt werden. Da zeigst Du mir, was ich wirklich bin, was ich einst war und wie weit es mit mir gekommen ist, dass ich nämlich nichts bin und dass ich auch dieses nicht einmal gewusst habe. Wenn ich mir selbst überlassen werde, so bin ich nichts, nichts als Schwachheit; wenn Du aber einen Blick der Gnade auf mich wirfst, dann werde ich sogleich gestärkt und mit neuer Freude erfüllt. Es ist auch höchst wunderbar, dass ich auf einmal so erhöht werde, und dass Du mich so liebreich umfängst, da ich doch von der Last meines eigenen Elendes beständig in den Abgrund gezogen werde.

2. Dieses wirkt Deine Liebe, welche mir ohne meine Verdienste zuvorkommt und in so vielen Nöten Hilfe leistet, mich in schweren Gefahren beschützt, und, damit ich die Wahrheit bekenne, aus unzählbaren Übeln errettet. Denn als ich mich selbst unordentlich liebte, habe ich mich zugrunde gerichtet; und als ich Dich allein suchte und aufrichtig liebte, habe ich mich und Dich zugleich gefunden und aus Liebe zu Dir noch tiefer mich in mein Nichts versenkt. Denn Du, o Süßester, gehst mit mir über alle meine Verdienste liebreich um und verfährst mit mir viel gütiger, als ich es hoffen könnte oder mir zu begehren getraute.

3. Du sollst ewig gepriesen sein, o mein Gott! Denn, obwohl ich aller Gnaden unwürdig bin, so hörst Du doch aus Großmut und unendlicher Güte niemals auf, sogar den Undankbaren und denen, welche sich weit von Dir entfernt haben, Gutes zu tun. Bekehre uns zu Dir, damit wir dankbar, demütig und andächtig sein mögen, denn Du bist unser Heil, unsere Kraft und unsere Stärke.

§3.09. Alles muss auf Gott, als das letzte Ziel, bezogen werden.

1. Mein Sohn! Du musst Mich als das höchste und letzte Ziel ansehen, wenn du verlangst, wahrhaft glückselig zu sein. Durch diese Meinung werden deine Neigungen gereinigt werden, die oft nur auf sich selbst gerichtet sind und sich zum Sinnlichen hinneigen. Denn sobald zu dich selbst in einer Sache suchst, wirst du sogleich Leere und Trockenheit in dir fühlen. Richte also alles vorzüglich zu Mir, denn Ich habe alles gegeben. Betrachte alles als einen Ausfluss von dem höchsten Gute, und deswegen muss alles auf Mich, als auf den ersten Ursprung, zurückgeleitet werden.

2. Der Geringe und der Große, der Arme und der Reiche schöpfen aus Mir, wie aus einer lebendigen Quelle lebendiges Wasser, und jene, die Mir ungezwungen und mit freiem Willen dienen, werden wegen des guten Gebrauches der empfangenen Gnaden neue Gnade erlangen. Wer sich aber außer Mir rühmen oder sich an seinem eigenen Gut wird erfreuen wollen, der wird wahre Freude nicht lange genießen könne, sie wird sein Herz auch niemals erfüllen, sondern es werden ihm überall Hindernisse aufstoßen, und er wird von allen Seiten geängstigt werden. Du musst dir also selbst nichts Gutes zuschreiben oder einem Menschen die Tugend zueignen, sondern gib alles Gott, ohne welchen der Mensch nichts hat. Ich hae alles gegeben, Ich verlange alles wieder zurück, und Ich fordere mit aller Strenge den Dank, welcher Mir gebührt.

3. Durch diese Wahrheit wird die Eitelkeit der Ruhmsucht aus dem Herzen verbannt. Und wenn die himmlische Gnade und die wahre Liebe davon Besitz nimmt, dann wird aller Neid aufhören, das Herz wird von keiner Beklemmung mehr gedrückt werden, und die Eigenliebe wird keinen Platz mehr finden. Denn die göttliche Liebe überwindet alles und erweitert alle Kräfte der Seele. Wenn du weise handeln willst, so musst du dich in Mir allein erfreuen und deine ganze Hoffnung auf Mich setzen, denn niemand ist gut, als Gott allein, welcher über alles gelobt und in allem gepriesen werden soll.

§3.10. Die Welt verachten und Gott dienen ist angenehm.

1. Ich will nun wieder reden, o Herr, und nicht schweigen; ich will meine Stimme erheben, dass sie in den Ohren meines Gottes, meines Herrn und Königs, welcher in der Höhe wohnt, erschalle, und ich will zu Ihm sagen: O wie groß und vielfältig ist Deine verborgenen Süßigkeit, o Herr, welche Du denen aufbehalten hast, die Dich fürchten! Was bist Du erst denen, die Dich lieben? Wahrhaft unaussprechlich ist die Seligkeit Deiner Anschauung für die, welche Dich lieben. Das Übermaß Deiner unbegreiflichen Liebe zeigtest Du gegen mich am deutlichsten, als Du mich schufst, da ich nicht war, und mich, da ich entfernt von Dir herumirrte, wieder zurückführtest, damit ich Dir diente, und mir endlich befahlst, Dich zu lieben.

2. O Quelle der ewigen Liebe! Was soll ich von dir sagen? Wie werde ich Deiner vergessen können, da Du Dich gewürdigt hast, meiner zu gedenken, nachdem ich schon ganz kraftlos und dem Untergange nahe war? Du hast an Deinem Diener Barmherzigkeit erscheinen lassen, die alle Hoffnung übertraf, und mir ohne allen Verdienst Deine Gnade und Freundschaft geschenkt. Wie soll ich Dir nun für diese Gnade danken? Denn nicht alle können auf alles verzichten, die Welt verlassen und das Klosterleben ergreifen. Ist es wohl etwas Großes, dass ich Dir diene, da ja alle Geschöpfe Dir zu dienen schuldig sind? Nein, dass ich Dir diene, das muss mir nicht groß vorkommen, aber dies scheint mir groß und bewunderungswürdig zu sein, dass Du Dich würdigst, einen so Armen und Unwürdigen zu Deinem Diener aufzunehmen und Deinen geliebten Dienern beizuzählen.

3. Siehe, alles ist Dein, was ich habe und womit ich Dir diene. Doch Du dienst wiederum vielmehr mir, als ich Dir diene. Der Himmel und die Erde, welche Du zum Dienst des Menschen erschaffen hast, sind bereit und tun täglich, was Du ihnen befohlen hast. Ja dies ist noch zu wenig, sogar die Engel hast Du zum Dienste des Menschen bestimmt. Und auch mit diesem warst Du noch nicht zufrieden, sondern, was alles übrige übertrifft, Du Selbst hast Dich gewürdigt, dem Menschen zu dienen und versprochen, dass Du Dich ihm selbst zum Lohne geben wirst.

4. Wie soll ich Dir für alle diese unzählbaren Wohltaten danken? O könnte ich Dir doch die ganze Zeit meines Lebens dienen! O wäre ich doch imstande, Dir wenigsten einen einzigen Tag würdig zu dienen! Du bist in der Tat alles Dienstes, aller Ehre würdig, Du bist würdig, ewig gepriesen zu werden. Du bist wahrhaft mein Herr, und ich bin Dein armer Knecht; ich bin schuldig, Dir nach allen meinen Kräften zu dienen; nie sollte es mir schwer fallen, Dich zu loben. So verlange, so wünsche ich es; was immer mir abgeht, das wirst Du gnädig ersetzen.

5. Es ist eine große Ehre, ein großer Ruhm, Dir zu dienen und alles andere Deinetwegen zu verachten. Denn die sich freiwillig Deinem heiligsten Willen unterwerfen, werden große Gnaden erlangen. Die aus Liebe zu Dir allen sinnlichen Ergötzlichkeiten entsagen, werden mit dem süßesten Troste des Heiligen Geistes erfüllt werden. Die um Deines Namens willen den schmalen Weg wandeln und alle weltlichen Sorgen ablegen, werden zu einer großen Freiheit des Gemüts gelangen.

6. O wie angenehm und lieblich ist es, Gott zu dienen, weil der Mensch durch diesen Dienst die wahre Freiheit und Heiligkeit erlangt! O heiliger Stand, sich ganz dem Dienste Gottes zu widmen! Dadurch wird der Mensch den Engeln gleich, er wird in den Augen Gottes angenehm und den bösen Geistern furchtbar, er wird von allen Gläubigen geschätzt. O selige Dienstbarkeit, nach welcher man mit innigster Begierde trachten, welche man mit beiden Armen umfangen soll, weil man dadurch die höchste Glückseligkeit verdient und zu jener Freude gelangt, welche ewig dauern wird.

§3.11. Die Begierden des Herzens muss man prüfen und mäßigen.

1. Mein Sohn! Du musst noch vieles lernen, was du noch nicht recht begriffen hast.

2. Was ist dies o Herr?

3. Dass du deine Begierden vollkommen nach Meinem Wohlgefallen einrichtest und mäßigst, dass du dich nicht selbst liebst, sondern Meinen Willen sorgfältig zu erfüllen strebst. Du wirst oft von Begierden entzündet und heftig angetrieben, aber bedenke wohl, ob Meine Ehre und nicht vielmehr dein eigener Nutzen dich bewege. Bin Ich die Ursache, dann wirst du mit allem zufrieden sein, was Ich anordne; wenn du dich aber selbst, obwohl auf verborgene Art suchst, dann wird dich dieses hindern und beschweren.

4. Nimm dich also in acht, dass du nicht zu sehr auf deinem vorgefassten Wunsch beharrst, ohne Mich zu Rate zu ziehen, damit es dich nachher nicht etwa reue oder dir missfalle, was dir zuerst gefiel und was du als das Beste mit Eifer suchtest. Man darf nicht immer jeder Neigung, die gut zu sein scheint, gleich folgen; man darf aber auch nicht jeder, die beim ersten Anblicke widrig vorkommt, widerstehen. Es ist bisweilen besser, dass du dich in löblichen Übungen und guten Begierden mäßigst, damit du dich nicht durch allzu ungestümen Eifer in Zerstreuungen verwickelst oder durch Unordnung anderen zum Ärgernis wirst oder auch, wenn sich etwa andere widersetzen, in eine plötzliche Verwirrung und in den Fall gerätst.

5. Bisweilen aber musst du selbst Gewalt brauchen und den sinnlichen Begierden standhaft widerstehen und nicht darauf achten, was die Sinnlichkeit will oder nicht will, sondern mehr und mehr darauf hinarbeiten, dass sie sich auch wider ihren Willen dem Geiste unterwerfe. Man muss sie ferner so lange züchtigen und mit Gewalt in die Dienstbarkeit bringen, bis sie zu allem bereit ist und lernt, sich mit wenigem begnügen, sich alles Überflüssigen mit Freuden zu entziehen und mit keinem Worte wider die Unbequemlichkeit zu klagen.

§3.12. Unterricht in der Geduld und von dem Streite wider die Begierlichkeit.

1. Mein Herr und mein Gott! Ich sehe, wie höchst notwendig mir die Geduld ist, weil in diesem Leben viele Widerwärtigkeiten aufstoßen. Denn wie ich auch immer den Frieden zu erhalten suche, so kann ich doch mein Leben nicht ohne Krieg und Schmerzen zubringen.

2. Ja, so ist es, Mein Sohn! Aber Ich will nicht, dass du nach einem solchen Frieden strebst, wo du von Versuchungen ganz frei wärst und nichts Widriges zu leiden hättest, sondern dass du auch dann glaubst, den Frieden gefunden zu haben, wenn du von verschiedenen Trübsalen bedrängt und durch viele Widerwärtigkeiten geprüft wirst. Wirst du vielleicht sagen, dass du nichts Hartes erdulden könntest? Wir wirst du aber dann die Peinen des Fegefeuers ertragen? Aus zwei Übeln muss man immer das geringere wählen: damit du also den ewigen Peinen in der Zukunft entgehen mögest, so befleiße dich, die Beschwerden dieses Lebens willig für Gott zu ertragen. Glaubst du vielleicht, die Kinder dieser Welt haben nichts oder nur wenig zu leiden? Frage nur die Weichlichsten aus ihnen, sie werden dich eines anderen belehren.

3. Du sagst aber, sie haben viele Ergötzlichkeiten und folgen ihrem freien Willen, daher machen ihre Trübsale nur geringen Eindruck auf sie.

4. Gesetzt auch, dass sie alles nach Wunsch haben: aber wie lange, glaubst du wohl, wird dieses dauern? Die in dieser Welt an allem Überfluss haben, werden wie der Rauch verschwinden, es wird ihnen nicht einmal die Erinnerung an ihre vorigen Freuden zurückbleiben. Ja sogar, solange sie noch leben, können sie dieselben nicht ohne Bitterkeit, ohne Ekel und Furcht in Ruhe genießen. Denn oft wird ihnen eben das zur Beschwerde, worin sie Vergnügen zu finden glaubten: und zwar zu ihrer gerechten Strafe dafür, dass sie jene Ergötzungen, welch sie unordentlich suchten und denen sie nachliefen, nicht ohne Schande und Bitterkeit genießen können. O wie kurz, wie betrüblich, wie unordentlich und schändlich sind alle diese Ergötzungen! Und doch erkennen es ihre Anhänger aus Betäubung und Blindheit nicht; wegen einer kurzen Freude dieses vergänglichen Lebens stürzen sie sich, gleich unvernünftigen Tieren, in den Tod der Seele. Hänge also, Mein Sohn, nicht denen Begierden nach und folge nicht deinem Willen. Erfreue dich in dem Herrn und Er wird dir dann geben, was dein Herz begehrt.

5. Willst du dich nun wahrhaft freuen und häufigen Trost von Mir erhalten, so verachte alles Zeitliche und entsage allen irdischen und niedrigen Freuden; dies wird dir Segen und reichlichen Trost bringen. Und je mehr du dir selbst allen Trost der Geschöpfe entziehst, desto lieblichere und stärkere Tröstungen wirst du in Mir finden; aber freilich wirst du anfangs nicht ohne Traurigkeit und beschwerlichen Streit dazu gelangen. Die schon veraltete Gewohnheit wird sich widersetzen, sie wird aber durch die bessere Gewohnheit überwunden werden. Das Fleisch wird dagegen murren, aber durch den Eifer des Geistes wird es bezähmt werden. Die alte Schlange wird dich bestürmen und erbittern, aber durch das Gebet wird sie vertrieben werden; du wirst ihr auch oft durch eine nützliche Arbeit den Zutritt verwehren können.

§3.13. Von dem Gehorsame eines demütigen Untergebenen nach dem Beispiele Jesu Christi.

1. Mein Sohn! Wer sich dem Gehorsam entziehen will, der entzieht sich auch der Gnade, und wer das Besondere sucht, verliert das Allgemeine. Wenn sich jemand nicht willig und ohne Zwang seinem Vorgesetzten unterwirft, so ist es ein Zeichen, dass sein Fleisch ihm noch nicht vollkommen gehorcht, sondern oft noch widerspenstig ist und murrt. Lerne also dich deinem Vorgesetzten ohne Verzug unterwerfen, wenn du das eigene Fleisch bändigen willst. Denn der äußerliche Feind wird leichter überwunden, wenn der innere Mensch nicht in Unordnung ist. Kein Feind ist deiner Seele so überlästig und so schädlich, als du selbst, wenn das Fleisch dem Geiste nicht untertänig ist. Es ist höchst notwendig, dass du dich selbst wahrhaft verachtest, wenn du über Fleisch und Blut obsiegen willst. Weil du dich selbst noch zu unordentlich liebst, so fürchtest du dich, dem Willen anderer dich gänzlich zu überlassen.

2. Was ist es aber wohl Großes, wenn du dich um Gottes willen einem Menschen unterwirfst, da du nur Staub und Nichts bist, und Ich, der allmächtige und höchste Gott, der Ich alles aus Nichts erschaffen habe, Mich deinetwegen dem Menschen demütig unterwarf? Ich wurde der Demütigste und Geringste aus allen, damit du deine Hoffart durch Meine Demut überwändest. Lerne gehorchen, o Staub! Lerne dich demütigen, du Erde, und dich unter die Füße aller erniedrigen. Lerne deinen Willen brechen und dich bei allen Gelegenheiten unterwerfen.

3. Entbrenne in heiligem Eifer wider dich selbst und lass keinen Hochmut in deinem Herzen leben, sondern zeige dich gegen alle so unterwürfig und gering, dass alle auf dir dahergehen könnten und du dich von ihnen gleich dem Staube mit Füßen treten lässt. Hast du wohl Ursache, dich zu beklagen, eitler Mensch? Wie kannst du, schändlicher Sünder, jenen widersprechen, welche dir deine Missetaten vorhalten, nachdem du Gott so oft beleidigt und so oft die Hölle verdient hast? Aber Mein Auge hat dich bisher noch verschont, weil deine Seele vor Meinem Angesichte kostbar war, damit du dadurch Meine Liebe erkennen lernst und für Meine Wohltaten stets dankbar sein möchtest, damit du die wahre Unterwürfigkeit und Demut beständig zu üben strebst und die eigene Verachtung mit Geduld übertrügst.

§3.14. Wir müssen die geheimen Urteile Gottes betrachten, damit wir uns nicht wegen des Guten erheben.

1. Du verkündest mir laut Deine Urteile, o Herr! Alle meine Gebeine zittern aus Furcht und Schrecken vor Dir, und meine Seele ist in der äußersten Angst. Ich entsetze mich, wenn ich bedenke, dass selbst die Himmel nicht einmal vor Deinem Angesichte rein sind. Wenn Du an den Engeln Sünde gefunden hast und sogar ihrer nicht schontest, was wird mit mir geschehen? Die Sterne fielen vom Himmel, was kann also ich geringer Erdenstaub erwarten? Menschen, deren Werke lobenswürdig schienen, fielen so tief herab, und die zuvor das Brot der Engel aßen, sah ich an der Kleie der Schweine sich sättigen.

2. Es gibt also keine Heiligkeit, wenn Du, o Herr, Deine Hand abziehst. Keine Weisheit genügt, wenn Du zu leiten aufhörst. Keine Stärke nützt etwas, wenn Du nicht fortfährst, sie zu erhalten. Keine Keuschheit ist sicher genug, wenn nicht Du sie beschützt. Alle eigene Sorgfalt ist vergebens, wenn nicht Deine heilige Wachsamkeit beisteht. Denn sobald wir verlassen werden, so versinken wir und gehen zugrunde, sobald Du aber uns heimsuchst, so richten wir uns wieder auf und fangen zu leben an. Denn wir sind unbeständig, aber durch Dich werden wir gestärkt; wir sind lau, aber Du entzündest in uns den Eifer.

3. O wie verächtlich und niedrig muss ich von mir selbst denken! Wenn ich auch etwas Gutes zu haben scheine, wie gering ist es zu achten! O wie tief muss ich mich unter Deine unergründlichen Urteile, o Herr, verdemütigen, indem ich au denselben erkenne, dass ich durchaus ein bloßes Nichts bin! O welch unermessliche Last liegt auf mir, welch ein unschiffbares Meer vor mir, wo ich an mir selbst nichts anderes sehe, als ein gänzliches Nichts. Wo findet also die eitle Ehre einen Platz, wo das Vertrauen auf die Tugend? Aller eitle Ruhm wird von Deinen unergründlichen Urteilen über mich verschlungen.

4. Was ist wohl alles Fleisch vor Deinem Angesichte? Kann sich vielleicht der Ton gegen den Töpfer rühmen? Wie sollte sich der durch eitle Reden zum Stolze verleiten lassen, dessen Herz Gott wahrhaft unterworfen ist? Die ganze Welt wird jenen nicht stolz machen können, welchen die Wahrheit sich selbst unterworfen hat, und wer seine ganze Hoffnung fest auf Gott gesetzt hat, der wird sich nicht bewegen lassen, wenn er gleich von allen gelobt würde. Denn alle diese Lobredner sind selbst für Nichts zu achten, sie werden eben so geschwind wie ihre Worte vergehen, aber die Wahrheit des Herrn bleibt ewig.

§3.15. Wie man sich bei allem, was erwünscht zu sein scheint, verhalten und reden soll.

1. Mein Sohn! Bei allen Vorfällen musst du so reden: „Herr! Wenn dieses Dir wohlgefällig ist, soll es so geschehen. Herr! Wenn dieses zu Deiner Ehre ist, so soll es in Deinem Namen geschehen. Herr! Wenn Du siehst, dass dieses für mich gedeihlich ist, und wenn Du erkennst, dass es mir nützt, so gib, dass ich es zu Deiner Ehre gebrauche. Weißt Du aber, dass es mir schädlich und dem Heile meiner Seele nicht zuträglich sein würde, so nimm diesen Wunsch von mir.“ Denn nicht jedes Verlangen ist vom Heiligen Geiste, welches dem Menschen recht und gut zu sein scheint. Es ist oft hart, ein sicheres Urteil zu fällen, ob dich ein guter oder böser Geist antreibt, dieses oder jenes zu wünschen, oder ob du von deinem eigenen Geiste dazu angetrieben wirst. Viele sind am Ende betrogen worden, welche anfangs von einem guten Geiste geleitet zu werden schienen.

2. Deswegen muss man immer in Furcht Gottes und in Demut des Herzens nach dem, was uns wünschenswert vorkommt, Verlangen tragen und darum bitten; vorzüglich muss man mit Übergabe seiner selbst zugleich alles Mir überlassen und sagen: „Herr! Du weißt, wie es besser ist, wie Du willst, soll dieses oder jenes geschehen. Gib, was Du willst, wie und wann Du es willst. Verfahre mit mir nach Deiner Weisheit, wie es Dir wohlgefälliger ist und wie es zu Deiner größeren Ehre gereicht. Stelle mich, wohin Du willst, handle mit mir in allen Dinge ganz nach Deinem Gefallen. Ich bin in Deiner Hand, mach mit mir, was Du willst. Siehe, ich bin Dein Diener, und zu allem bereit, denn ich verlange nicht mir selbst, sondern nur Dir zu leben. O wenn es doch auf eine würdige und vollkommene Weise geschehen möchte!“

3. Gebet um vollkommene Erfüllung des göttlichen Wohlgefallens. Verleihe mir Deine Gnade, o gütigster Jesus, dass sie mir beistehe, mit mir arbeite und bis ans Ende bei mir verharre. Gib, dass ich immer das begehre und wünsche, was Dir angenehmer und wohlgefälliger ist. Dein Wille soll der meinige sein, und der meinige soll immer dem Deinigen folgen und mit ihm gänzlich übereinstimmen. In allem, was Du willst und nicht willst, verlange ich mit Dir einstimmig zu sein; ja ich wünsche unfähig zu sein, etwas zu wollen oder nicht zu wollen, außer was Du willst oder nicht willst.

4. Gib mir die Gnade, dass ich der ganzen Welt absterbe; und dass ich eine Freude habe, wenn ich Deinetwegen verachtet werde und in der Welt unbekannt bleibe. Gib mir die Gnade, dass ich nach nichts trachte, als in Dir zu ruhen und in Dir Friede zu finden. Denn Du bist der wahre Friede des Herzens, Du bist die einzige Ruhe, außer Dir ist alles beschwerlich und voll Unruhe. In diesem Frieden, das ist, in Dir, dem einzigen, dem höchsten und ewigen Gute, will ich sicher schlafen und ruhen. Amen.

§3.16. Den wahren Trost muss man allein in Gott suchen.

1. Was ich immer zu meinem Troste verlangen oder erdenken kann, das erwarte ich nicht hier, sondern in Zukunft. Wenn ich alle Tröstungen dieser Welt allein hätte und alle ihre Freuden genießen könnte, so ist des doch gewiss, dass sie nicht lange dauern würden. Deswegen kannst du, meine Seele, nicht ganz getröstet werden oder eine vollkommene Freude genießen, außer in Gott, welcher die Armen tröstet und die Demütigen aufnimmt. Warte nur eine kurze Zeit, meine Seele, warte auf die göttliche Verheißung, und du wirst im Himmel Überfluss an allem Guten haben. Wenn du allzu unordentlich nach diesem Vergänglichen trachtest, wirst du das Ewige und Himmlische verlieren. Wir dürfen zwar die zeitlichen Güter gebrauchen, aber unsere Begierde muss nach dem Ewigen gerichtet sein. Kein zeitliches Gut kann dich ganz ersättigen, weil du nicht erschaffen bist um diese Güter zu genießen.

2. Wenn du auch alle erschaffenen Güter hättest, so könntest du doch nicht glückselig und völlig zufrieden sein, sondern deine ganze Glückseligkeit und vollkommene Zufriedenheit besteht in Gott, welcher alles erschaffen hat. Dies ist aber nicht jene Glückseligkeit, welche man hier sieht und welche von den törichten Liebhabern der Welt gepriesen wird, sondern es ist eine Glückseligkeit, welche die wahren Gläubigen erwarten, und von welcher jene bisweilen einen Vorgeschmack haben, die nach dem Geiste leben, eines reinen Herzens sind und deren Wandel im Himmel ist. Aller menschliche Trost ist eitel und dauert nur kurze Zeit; aber der Trost, welchen man in seinem Innern von der Wahrheit empfängt, ist wahrhaft und bringt wahre Zufriedenheit. Eine andächtige Seele trägt Jesus, ihren Tröster, überall mit sich und sagt zu ihm: „Jesus, mein Herr, stehe mir überall und immer bei. Dies soll mein Trost sein, dass ich gerne alles menschlichen Trostes beraubt sein will. Und wenn auch Du mich nicht tröstest, so soll mir Dein Wille und diese gerechte Prüfung mein größter Trost sein. Denn Dein Zorn ist ja nicht unerbittlich, und Du wirst nicht immer drohen.“

§3.17. Man muss alle Sorge Gott überlassen.

1. Mein Sohn! Lass Mich mit dir machen, was Ich will; Ich weiß, was dir nützlich ist. Du denkst wie ein Mensch und urteilst in vielen Dingen, wie es dir die menschliche Neigung eingibt.

2. Herr! Es ist wahr, was Du sagst. Du trägst für mich eine viel größere Sorge, als ich für mich selbst tragen könnte. Wer daher nicht alle seine Sorge Dir anheimstellt, der ist in beständiger Gefahr, zu fallen. O Herr! Wenn nur mein Wille aufrichtig und unveränderlich in Dir verharrt, dann mache mit mir, was Dir immer wohlgefällt. Denn was du immer mit mir tun wirst, kann nicht anders als gut sein. Wenn Du mich in Finsternis leben lassen willst, so sei gepriesen, und wenn Du mich mit Deinem Lichte erleuchten willst, so sei wieder gepriesen. Wenn Du Dich würdigst, mich zu trösten, so sei gepriesen, und wenn du willst, dass ich mit Trübsalen geprüft werde, so sei allzeit auf gleiche Weise gepriesen.

3. Mein Sohn! Wenn du mit Mir zu wandeln verlangst, so musst du so beschaffen sein: du musst ebenso bereitwillig sein zum Leiden, wie zur Freude. Du musst ebenso gern dürftig und arm sein, als begütert und reich.

4. Herr! Ich will gerne für dich leiden, was Du immer über mich kommen lassen willst. Ich will ohne Unterschied das Gute und das Böse, das Süße und das Bittere, das Freudige und das Traurige von Deiner Hand annehmen und für alles was mir begegnet, Dank sagen. Bewahre mich nur vor aller Sünde, so werde ich weder den Tod noch die Hölle fürchten. Wenn Du mich nur nicht ewig verstößt und meinen Namen nicht aus dem Buche des Lebens tilgst, so werden mir alle Trübsale, welche immer über mich kommen mögen, nicht schaden.

§3.18. Man muss nach dem Beispiele Jesu Christi die Leiden dieses Lebens mit Gleichmut ertragen.

1. Mein Sohn! Ich bin um deines Heiles willen vom Himmel herabgestiegen; Ich habe, nicht aus Not gezwungen, sondern nur von Liebe angetrieben, deine Leiden auf Mich genommen, damit du Geduld lerntest und dir das zeitliche Elend nicht zu schwer fallen ließest. Denn von dem ersten Augenblick Meiner Geburt an war Ich nie von Schmerzen frei. Ich habe großen Mangel an zeitlichen Dingen gelitten; Ich musste oft viele Klagen wider Mich anhören; Ich habe Beschämungen und Schmähungen sanftmütig getragen; für Wohltaten Undank empfangen; für Meine Wunder wurde Ich gelästert und für meine Lehre getadelt.

2. Nachdem Du, o Herr, in Deinem Leben so geduldig gewesen bist und dadurch vorzüglich den Willen Deines Vaters erfüllt hast, so ist ja billig, dass ich, armseliger Sünder, mich selbst nach Deinem Willen mit Geduld übertrage und die Last dieses vergänglichen Lebens, solange Du willst, zu meinem Heile trage. Denn, obwohl das gegenwärtige Leben beschwerlich fällt, so ist es doch durch Deine Gnade sehr verdienstlich geworden, und wenn wir Dein Beispiel ansehen und in die Fußstapfen Deiner Heiligen treten, ist es uns schwachen Menschen viel erträglicher, es bringt auch vielmehr Trost, als einst in dem alten Gesetze, da die Pforte des Himmels noch verschlossen war und der Weg zum Himmel noch viel weniger bekannt zu sein schien, weil sich damals so wenige bestrebten, das Himmelreich zu erlangen. Ja sogar die Gerechten jener Zeit, die zur Seligkeit bestimmt waren, konnten vor Deinem Leiden, und ehe Du unsere Schulden durch Deinen heiligen Tod getilgt hattest, nicht in das Himmelreich eingehen.

3. O welch großen Dank bin ich Dir schuldig, dass Du Dich gewürdigt hast, mir und allen Gläubigen den rechten und geraden Weg zu Deinem Reiche zu zeigen! Denn Dein Leben ist unser Weg, und durch heilige Geduld wandeln wir zu Dir, der Du unsere Krone bist. Wenn nicht Du uns vorangegangen wärst und uns durch Deine Lehre selbst unterrichtet hättest, wer würde es sich angelegen sein lassen, Dir nachzufolgen? O wie viele würden weit zurückbleiben, wenn sie nicht Deine vortrefflichen Beispiele vor Augen hätten! Wir lassen uns leider noch jetzt von Lauheit zurückhalten, da wir doch wissen, wie viele Wunder Du gewirkt hast und da uns Deine Lehren bekannt sind. Was würde erst geschehen, wenn nicht ein so helles Licht uns den Weg zu Deiner Nachfolge erleuchtete?

§3.19. Vom Ertragen von Unrecht, und wer als wahrhaft geduldig befunden werde.

1. Was redest du, Mein Sohn? Höre auf zu klagen, wenn du Mein Leiden und das Leiden der Heiligen betrachtest. Du hast noch nicht bis zum Blute Widerstand getan. Was du leidest, ist gering im Vergleiche mit jenen, welche so vieles gelitten haben, so heftig versucht, mit so schweren Trübsalen beladen, so vielfältig geprüft und in so harten Kämpfen geübt worden sind. Du musst dir also zu Gemüte führen, um wieviel schwerer die Trübsale anderer gewesen sind, damit du deine ganz geringen desto leichter erträgst. Und wenn sie dir nicht ganz gering scheinen, so siehe zu, ob nicht auch dieses von deiner Ungeduld herkommt. Es mag nun aber, was du leidest, gering oder schwer sein, so befleiße dich, alles mit Geduld zu ertragen.

2. Je besser du dich zum Leiden vorbereitest, desto weiser handelst du und desto größere Verdienste sammelst du dir. Du wirst auch alles viel leichter ertragen, wenn du dein Gemüt sorgfältig vorbereitet und dich emsig geübt hast. Sage nicht: „Von einem Menschen kann ich dieses nicht leiden“, oder: „So etwas kann ich nicht gedulden, denn er hat mir einen großen Schaden zugefügt, und er bürdet mir Sachen auf, welche mir nie in den Sinn kamen, aber von einem anderen will ich gerne leiden, soviel ich sehe, dass es sich tun lässt.“ Wer so denkt, ist töricht, denn er erwägt nicht die Tugend der Geduld, noch von wem sie einst belohnt werden wird, sondern er sieht vielmehr auf seine Beleidiger und auf das Unrecht, welches ihm zugefügt worden ist.

3. Jener ist nicht wahrhaft geduldig, welcher nur leiden will, insoweit er es für gut findet und von wem es ihm gefällig ist. Ein wahrhaft Geduldiger aber sieht nicht darauf, wer ihm das Leiden verursacht; ob es von seinem Vorgesetzten oder von seinesgleichen oder von einem Geringeren; ob es von einem guten und heiligen Manne, oder von einem verkehrten und verächtlichen Menschen komme. Sondern alles, was ihm immer Widriges zustößt und so oft es ihm zustößt, nimmt er ohne Unterschied von allen Geschöpfen als eine Schickung aus der Hand Gottes mit Dank an und hält es für einen großen Gewinn, weil bei Gott nichts, was man für Ihn leidet, so gering es auch immer sein mag, ohne Verdienst bleiben kann.

4. Deswegen musst du zum Streite gerüstet sein, wenn du den Sieg erhalten willst. Ohne Kampf kannst du die Krone der Geduld nicht erlangen. Wenn du nicht leiden willst, so willst du auch nicht gekörnt werden. Wenn du aber verlangst, gekrönt zu werden, so kämpfe männlich und halte den Streit geduldig aus. Ohne Mühe gelangt man nicht zur Ruhe, und ohne Streit erringt man den Sieg nicht.

5. Mache mir, o Herr, durch Deine Gnade möglich, was mir gemäß meiner Natur unmöglich scheint. Du weißt, dass ich nichts ertragen kann und dass mich jede Widerwärtigkeit, die mir begegnet, zu Boden schlägt. Alle Trübsale, welche ich um Deines Namens willen leide, sollen mir angenehm und erwünscht werden, denn es ist meiner Seele sehr heilsam, dass ich für Dich leide und bedrängt werde.

§3.20. Von der Bekenntnis seiner eigenen Schwachheit und von den Armseligkeiten dieses Lebens.

1. Ich will wider mich meine Bosheit bekennen; ich will Dir, o Herr, meine Schwachheit klagen. Oft nimmt mir etwas Geringes den Mut und versenkt mich in Traurigkeit. Ich mache zwar den Vorsatz, starkmütig zu handeln, aber sobald eine geringe Versuchung über mich kommt, werde ich in große Angst versetzt. Bisweilen entsteht aus einer geringen Kleinigkeit eine heftige Versuchung. Und da ich glaube, ich sei auf eine Zeit sicher, muss ich sehen, dass ich, ohne es zu merken, fast von einem leichten Hauche überwunden worden bin.

2. Siehe also, o Herr, auf meine Niedrigkeit und auf mein Gebrechlichkeit, welche Dir genug bekannt ist. Erbarme Dich meiner, und ziehe mich aus diesem Schlamme, damit ich nicht stecken bleibe und in gänzliche Trostlosigkeit verfalle. Ich betrübe mich oft und werde vor Deinem Angesichte schamrot, dass ich so leicht falle und so schwach bin, den bösen Neigungen Widerstand zu leisten. Obwohl ich nicht gänzlich einwillige, so ist es für mich doch lästig und beschwerlich, dass ich von ihnen beunruhigt werde, es verursacht mir auch großen Widerwillen, dass ich beständig in diesem Streite leben muss. Daher erkenne ich meine Schwachheit, weil die hässlichsten Vorstellungen weit leichter in mein Herz sich einschleichen, als aus demselben verschwinden.

3. O dass doch Du, starker Gott Israels, Du Eiferer getreuer Seelen, mich Deinen Diener in meiner Mühseligkeit und in meinen Schmerzen ansähest und mir in allem, was ich unternehme, beiständest! Befestige mich mit himmlischer Stärke, damit nicht der alte Mensch, die Sinnlichkeit, welche dem Geiste noch nicht ganz unterworfen ist, in mir herrsche, denn wider sie muss man beständig streiten, solange noch ein Hauch von diesem äußerst armseligen Leben übrig ist. Ach welch ein elendes Leben ist dies, wo man niemals von Anfechtungen und Trübsalen frei sein kann, wo alles von Nachstellungen und Feinden voll ist. Denn während eine Trübsal oder Versuchung weicht, wird man von einer anderen überfallen und indes noch der Streit mit der ersten dauert, folgen sogleich mehrere, und zwar ganz unvermutet, darauf.

4. Und wie kann man wohl ein Leben lieben, welches so viel Bitteres hat und das so vielen Unglücksfällen und Armseligkeiten unterworfen ist? Ja wie kann man dieses Leben auch nur ein Leben nennen, da es so vielfältig Tod und Pest mit sich bringt Und doch liebt man es und viele suchen, in demselben ihre Freuden und Ergötzungen zu finden. Man tadelt oft die Welt wegen ihrer Betrügereien und wegen ihrer Eitelkeit, und doch will man sich nicht entschließen, dieselbe zu verlassen, weil die Begierlichkeit des Fleisches allzu sehr herrscht. Einerseits werden wir gereizt, die Welt zu lieben, andererseits wird sie uns als verächtlich vorgestellt. Fleischeslust, Augenlust und Hoffart des Lebens zieht uns zur Liebe dieser Welt hin, aber wegen der Strafen und des Elendes, welches mit Recht darauf folgt, wird uns die Welt verhasst und ekelhaft.

5. Und doch wird leider eine Seele, welche der Welt ergeben ist, von der sündhaften Ergötzlichkeit überwunden. Sie glaubt, sie werde unter den Dornen Freude finden, weil sie weder gesehen, noch verkostet hat, wie lieblich der Umgang mit Gott und wie holdselig die Tugend ist. Die aber die Welt vollkommen verachten und sich befleißen, nach einer heiligen Vorschrift nur für Gott zu leben, kennen wohl jene göttliche Süßigkeit, welche denen verheißen ist, die wahrhaft allem entsagen. Sie sehen auch viel besser ein, wie sehr die Welt irrt und wie mannigfach sie betrogen wird.

§3.21. Man muss die Ruhe vielmehr in Gott, als in was immer für Gütern und Gaben suchen.

1. Über alles und in allem wirst du, o meine Seele, allzeit im Herrn ruhen, denn Er ist die ewige Ruhe der Heiligen. Lass mich, o süßester und geliebtester Jesus, mehr in Dir, als in allen Geschöpfen Ruhe finden. Du sollst mir erwünschter sein als eine vollkommene Gesundheit und Schönheit; erwünschter, als alle Herrlichkeit und Ehre; als alle Macht und Würde; als alle Wissenschaft und Klugheit; erwünschter, als alle Reichtümer und Künste, als alle Freude und Frohlockung, als aller Ruhm und alles Lob; erwünschter, als alle Annehmlichkeit und aller Trost, als alle Hoffnung und alle Verheißungen, als alle Verdienste und Begierden; erwünschter, als alle Gaben und Geschenke, welche Du geben und dem Menschen mitteilen kannst; als alle Freude und das innigste Vergnügen, welches das menschliche Herz fasst und empfinden kann; endlich erwünschter, als selbst die Engel und Erzengel und als das ganze himmlische Heer; als alle sichtbaren und unsichtbaren Dinge und als alles, was nicht Du, o mein Gott, bist.

2. Denn Du, o mein Herr und Gott, bist ohne Vergleich besser, als alles andere; Du allein bist der Höchste, Du allein der Mächtigste, Du allein vermagst alle Begierden zu stillen und begreifst die Fülle alles Guten in Dir, Du allein bist voll der Süßigkeit, bei Dir allein findet man vollkommenen Trost, Du allein bist der Schönste und Liebenswürdigste, Du allein bist der Vortrefflichste und Herrlichste, Du allein enthältst alles Gute zugleich und vollkommen in Dir, es ist auch immer in Dir gewesen und wird immer in Dir sein: und deshalb ist alles geringer und ungenügend, was Du mir immer außer Dir schenkst oder von Dir offenbarst oder versprichst, wenn ich Dich nicht sehe und Dich nicht vollkommen genieße: weil mein Herz nicht wahrhaft ruhen, nicht ganz befriedigt werden kann, wenn es nicht in Dir ruht und sich nicht über alle Deine Gaben und über alle Geschöpfe zu Dir Selbst erschwingt.

3. O mein geliebtester Bräutigam Jesus Christus, Du reinster Liebhaber, Du höchster Beherrscher aller Geschöpfe, wer wird mir wahre Freiheit, wer mir Flügel geben, dass ich mich zu Dir erheben und in Dir ruhen kann? O wann werde ich mich einmal nur mit Dir beschäftigen können? Wann werde ich verkosten, wie süß Du, o Herr, mein Gott bist? Wann werde ich mich ganz in dir sammeln, dass ich vor Inbrunst Deiner Liebe mich selbst nicht mehr empfinde, sondern allein Dich genieße und zwar auf eine Art, die alle Empfindung und alles Maß übersteigt und auf eine Weise, die nicht allen bekannt ist? Jetzt aber seufze ich oft und trage mein Unglück mit Schmerzen, weil mir in diesem Jammertale vieles aufstößt, das mich oft in Verwirrung bringt, in Traurigkeit versenkt und mit Finsternis umgibt. Oft werde ich von diesen Übeln gehindert und zerstreut, angelockt und verwickelt, sodass ich keinen freien Zutritt zu Dir habe und Deine freudenvollen Umarmungen nicht genießen kann, welche die seligen Geister beständig genießen. Lass Dich doch durch mein Seufzen und durch meine Trostlosigkeit, in welcher ich auf dieser Welt lebe, zur Barmherzigkeit bewegen.

4. O Jesus! Du Glanz der ewigen Herrlichkeit, Du Trost der Seelen auf ihrer Wanderschaft! In Deiner Gegenwart verstimmt mein Mund, und ich kann Dir mein Elend nur durch mein Stillschweigen zu erkennen geben. Wie lange verweilst Du, mein Herr und Gott, zu mir zu kommen? O komm zu mir, Deinem armen Diener, und erfülle mich mit Freuden! Strecke Deine Hand aus und errette mich Elenden aus aller Bedrängnis. Komm, o Herr, komm eilends, weil ich ohne Dich keinen Tag, ja nicht einmal eine einzige Stunde in einer wahren Freude leben kann, denn Du bist meine ganze Freude, und ohne Dich ist mein Tisch leer. Ich bin elend, gleichsam eingekerkert und mit Fesseln beladen, bis Du mich mit dem Lichte Deiner Gegenwart erquickst, in Freiheit setzt und mir Dein liebreiches Angesicht zeigst.

5. Andere mögen außer Dir suchen, was sie wollen, mir gefällt jedoch nichts und wird auch nichts gefallen, als Du, mein Gott, Du meine Hoffnung und mein ewiges Heil! Ich will nicht schweigen und nicht aufhören zu bitten, bis Deine Gnade wieder zurückkehrt und Du zu mir in meinem Innern sprichst:

6. „Siehe, hier bin Ich. Ich komme zu dir, weil du Mich gerufen hast. Deine Tränen und die Sehnsucht deiner Seele, deine Verdemütigung und reumütige Zerknirschung haben Mein Herz erweicht und Mich bewogen, zu dir zu kommen.“

7. Ich aber sprach: ,Ja, o Herr, ich habe Dich gerufen und ein Verlangen getragen, Dich zu genießen, ich bin auch bereit, Deinetwegen allem zu entsagen. Denn Du hast mich zuerst ermuntert, Dich zu suchen. Sie also gepriesen, o Herr, dass Du Dich nach der Menge Deiner Barmherzigkeit so gütig gegen mich, Deinen Diener, gezeigt hast. Was kann ich, Dein Diener, in Deiner Gegenwart anderes reden, als dass ich mich vor Dir tief demütige und allzeit an meine eigenen Bosheit und Niedrigkeit denke? Denn unter allen Wundern des Himmels und der Erde ist Dir keines gleich. Deine Werke sind gut, Deine Urteile wahrhaft, und durch Deine Weisheit wird alles geleitet. Dir sei also Lob und Herrlichkeit, o Weisheit des Vaters! Ich will Dich mit Mund und Herzen loben, und alle Geschöpfe sollen sich mit mir vereinigen, Dich zu preisen.“

§3.22. Vom Andenken an die vielfältigen Wohltaten Gottes.

1. Öffne, o Herr, mein Herz Deinem Gesetze und lehre mich auf dem Wege Deiner Gebote wandeln. Gib mir Deinen Willen zu erkennen und erleuchte mich, dass ich mit großer Ehrfurcht an Deine sowohl allgemeinen, als auch besonderen Wohltaten denke und sie fleißig erwäge, damit ich Dir gebührend danken kann. Doch ich weiß und bekenne es, dass ich unfähig bin, sogar für die geringsten Wohltaten Dir gebührend zu danken und Dich geziemend zu loben. Ich bin aller Gnaden, die Du mir erwiesen hast, unwürdig, und wenn ich Deine Hoheit betrachte, so unterliegt mein Geist unter der Größe derselben.

2. Alles, was wir an der Seele oder am Leibe haben, alles, was wir innerlich oder äußerlich besitzen, alle natürlichen oder übernatürlichen Gaben sind Wohltaten von Dir und beweisen, wie gnädig, wie mild und gütig Du bist, von welchem wir alles Gute empfangen haben. Wenn schon einer mehr, der andere weniger empfangen hat, so ist doch alles Dein, und ohne Dich kann der Mensch nicht das Geringste erlangen. Wer größere Gaben empfangen hat, kann sich derselben nicht wegen seines Verdienstes rühmen, er darf sich auch nicht über andere erheben oder jene, welche weniger empfangen haben, verachten. Denn nur der ist größer und besser, welche sich selbst weniger zuschreibt und mit mehr Demut und Andacht dankt. Und wer sich für den Schlechtesten aus allen hält und als den Unwürdigsten schätzt, der ist der Tauglichste, größere Gnaden zu empfangen.

3. Wer aber weniger empfangen hat, muss deswegen nicht traurig und unwillig werden oder den Reichen beneiden, er muss vielmehr auf Dich hoffen und dich wegen Deiner Güter nach allen Kräften loben, dass Du Deine Gaben so unverdient und reichlich und so gerne austeilst, ohne einen Unterschied zwischen diesem oder jenem Menschen zu machen. Alles ist von Dir, und deswegen musst Du in allen Dingen gelobt werden. Du weißt, welche Gaben einem jeden die nützlichsten sind; es steht auch nicht uns zu, sondern Dir, zu entscheiden, warum dieser weniger, ein anderer mehr haben soll, weil Dir die Verdienste eines jeden bekannt sind.

4. Deswegen, o mein Herr und mein Gott, halte ich es sogar für eine besondere Wohltat, dass ich keine großen Vorzüge habe, wodurch ich mir äußerlich und bei den Menschen Lob und Ruhm erwerben könnte. So, wenn einer seine Armut und Verächtlichkeit bedenkt, soll er es sich nicht schwer fallen lassen und deswegen traurig oder niedergeschlagen werden, sondern vielmehr Trost und große Freude empfinden, weil Du, o Gott, die Armen und Demütigen und die in dieser Welt Verachteten erwählt hast, um sie zu Deiner Vertraulichkeit zuzulassen und unter Deine Hausgenossen aufzunehmen. Davon sind die Apostel selbst Zeugen, welche Du als Fürsten über die ganze Welt gesetzt hast. Dessen ungeachtet wandelten sie, ohne sich zu beklagen, auf dieser Erde zufrieden, in großer Demut und Einfalt, frei von aller Bosheit und von allem Betrug, sodass sie sich sogar freuten, zur Ehre Deines Namens Schmach zu leiden, und das mit innigem Vergnügen umfingen, was die Welt verabscheut.

5. Wer also Dich liebt und Deine Wohltaten erkennt, den muss nichts so sehr freuen, als dass Dein Wille an ihm geschieht und dass alles nach Deiner ewigen Anordnung an ihm vollzogen wird. Darüber muss er sich so vollkommen beruhigen und trösten, dass er ebensogern der Geringste sein will, als ein Ehrgeiziger der Höchste zu sein wünschen würde; so ruhig und zufrieden am letzten Platze, wie am ersten, und dass er ebensogern verächtlich und verstoßen, ohne Ehre und Ruhm sein wollte, als wenn er in der Welt vor anderen geehrt und erhöht würde. Denn Dein Wille und die Begierde, Deine Ehre zu vermehren, muss vor allem anderen den Vorzug haben; dieses muss ihn auch mehr trösten und ihm besser gefallen, als alle Wohltaten, die ihm erwiesen worden sind oder ihm noch erwiesen werden können.

§3.23. Von vier Stücken, welche großen Frieden bringen.

1. Mein Sohn! Ich will dich jetzt den Weg des Friedens und der wahren Freiheit lehren.

2. Tue, o Herr, nach Deinem Worte, denn dies ist mir angenehm zu hören.

3. Befleiße dich, Mein Sohn, eher den Willen eines anderen zu tun, als den deinigen. Will immer lieber weniger, als mehr besitzen. Trachte immer nach dem untersten Orte und strebe, allen untertänig zu sein. Wünsche und bitte immer, dass der Wille Gottes an dir vollkommen erfüllt werde. Siehe, ein solcher Mensch geht in das Land des Friedens und der Ruhe ein.

4. Dein Unterricht, o Herr, ist kurz, aber r enthält große Vollkommenheit in sich. Der Worte sind wenig, aber sinnvoll und reich an Früchten. Wenn ich diesem Unterrichte genau nachkäme, so würde nicht so leicht eine Unruhe in mir entstehen. Denn so oft ich mich unruhig und niedergeschlagen fühle, so oft erfahre ich auch, dass ich von dieser Lehre abgewichen bin. Aber Du, der Du alles kannst und allzeit eine Freude hast, die Seelen in der Tugend zu befördern, vermehre in mir die Gnade, damit ich Deiner Lehre nachkommen und mein Heil wirken kann.

5. Gebet wider böse Gedanken. O Herr, mein Gott, entferne Dich nicht von mir. Sieh, o mein Gott, auf meine Hilfe; denn es steigen in mir verschiedene Gedanken auf, und ich werden von großer Furcht überfallen, welche meine Seele ängstigt. Wie werde ich ohne Schaden durchkommen? Wie werde ich sie unterdrücken können?

6. Ich, sagt der Herr, will vor dir hergehen, und Ich will die Stolzen der Erde demütigen. Ich will die Türe des Kerkers öffnen und dir die verborgensten Geheimnisse aufdecken.

7. Tue, o Herr, wie Du sagst; alle bösen Gedanken sollen vor Deinem Angesichte weichen. Dies soll meine Hoffnung und mein einziger Trost sein, dass ich in aller Trübsal zu Dir fliehe, dass ich mich gänzlich Dir anvertraue, dass ich Dich mit der ganzen Inbrunst meines Herzens anrufe und mit Geduld auf Deine Tröstung warte.

8. Gebet um Erleuchtung des Verstandes. Erleuchte mich, gütigster Jesus, mit der Klarheit des inneren Lichtes und vertreibe alle Finsternisse aus meinem Herzen. Behüte mich vor ausschweifenden Gedanken und vertilge die heftigen Versuchungen. Kämpfe für mich und bezwinge die Begierlichkeiten, die zwar reizend scheinen, aber in der Tat grausamer als die wilden Tiere sind; damit durch Deine Kraft der Friede hergestellt werde und Dein Lob in Deinem heiligen Tempel, das ist, in einem reinen Gewissen, herrlich erschalle. Befiehl den Winden und dem Ungewitter; sprich zum Meere: „sei ruhig“ und zum Nordwinde: „wehe nicht“, und sogleich wird große Stille sein.

9. Sende Dein Licht und Deine Wahrheit von oben herab, damit sie auf der Erde leuchten: denn solange Du mich nicht erleuchtest, bin ich einem leeren und unfruchtbaren Erdboden gleich. Gieß Deine Gnade über mich aus; befeuchte mein Herz mit himmlischem Tau; lass das Wasser der Andacht fließen, um die Erde zu befeuchten, damit sie gute, ja die besten Früchte hervorbringe. Erhebe mein von der Last der Sünden darniedergedrücktes Gemüt und hefte meine ganze Begierde an himmlische Dinge, damit ich verkosten kann, wie süß und angenehm jene Glückseligkeit ist, welche oben auf uns wartet und Ekel empfinde, an irdische Dinge auch nur zu denken.

10. Zieh mich mit Gewalt zu Dir und entreiß mir allen vergänglichen Trost der Geschöpfe; denn nichts Erschaffenes kann meine Sehnsucht ganz stillen und mich vollkommen trösten. Vereinige mich mit Dir durch das unzertrennliche Band der Liebe; denn einem Liebenden bist Du allein genug, und ohne Dich ist alles leer und nichtig.

§3.24. Erforsche nicht vorwitzig, wie andere leben.

1. Mein Sohn! Sei nicht vorwitzig und quäle dich nicht mit leeren Sorgen. Was geht dieses oder jenes dich an? Folge du Mir nach. Denn was geht es dich an, ob jener so oder anders beschaffen sei oder ob dieser so oder anders handle oder rede? Du hast nicht nötig, für andere zu antworten, sondern wirst für dich selbst Rechenschaft geben. Was verwickelst du dich daher mit anderen? Siehe, Ich kenne alle und sehe alles, was unter der Sonne geschieht, und Ich weiß, wie es mit jedem steht, was er denkt, was er will und nach welchem Ziele seine Absicht gerichtet ist. Mir muss also alles überlassen werden. Du aber erhalte dich in ruhigem Frieden und lass einen jeden, der sich selbst in Unruhen verwickelt, nach seinem Sinne walten und ihn unternehmen, was er will, was er immer tut oder sagt, wird über ihn kommen, denn Mich kann er nicht betrügen.

2. Bekümmere dich nicht um den Schatten eines großen Namens oder um die vertrauliche Gemeinschaft mit vielen, auch nicht darum, dass du von einigen Menschen besonders geliebt wirst. Denn dies alles verursacht Zerstreuung und große Finsternis im Herzen. Ich würde gern Mein Wort zu dir reden und Meine Geheimnisse dir entdecken, wenn du sorgfältig auf Meine Ankunft acht gäbest und Mir die Türe deines Herzens öffnetest. Sei vorsichtig und wachsam im Gebete und demütige dich in allen Dingen.

§3.25. Worin der dauerhafte Friede des Herzens und der wahre Fortgang im Guten bestehe.

1. Mein Sohn! Ich habe gesagt: „Den Frieden hinterlasse Ich euch, Meinen Frieden gebe Ich euch; Ich gebe ihn aber nicht, wie ihn die Welt gibt.“ Es verlangen zwar alle den Frieden, aber nicht alle sind um das besorgt, was zum wahren Frieden nötig ist. Mein Friede wird nur den Sanftmütigen und von Herzen Demütigen zuteil. Du kannst den Frieden nicht anders als durch viel Geduld erhalten. Wenn du Mich hörst und Meiner Stimme folgst, so wirst du in sanftem Frieden leben können.

2. Was soll ich also tun?

3. Sein in allen Dingen aufmerksam auf dich selbst, was du tust und was du redest, undrichte deine ganze Absicht dahin, dass du Mir allein gefällst und außer Mir nichts verlangst oder suchst. Aber auch über die Reden und Handlungen anderer Menschen urteile nicht vermessen, und nimm dich um jene Sachen nicht an, welche dich nicht angehen: dann wirst du nur wenig oder selten in Unruhe geraten. Dass man aber nie Unruhe empfindet oder eine Beschwerde am Leibe oder an der Seele zu leiden hat, dieses gehört nicht für die gegenwärtige Zeit, sondern für die ewige Ruhe. Glaube also nicht, du hast den wahren Frieden schon gefunden, sobald du keine Beschwerden empfindest, und bilde dir nicht ein, es sei alles im guten Stande, wenn du von keinem Widersacher etwas zu leiden hast, oder die Vollkommenheit bestehe darin, dass alles nach deinem Wunsche gehe. Wenn du auch große Andacht und Süßigkeit empfindest, so musst du dich deswegen doch nicht für groß halten oder glauben, du wirst vorzüglich geliebt, denn daraus kann man einen wahren Freund der Tugend nicht erkennen; auch besteht der Fortgang im geistlichen Leben und die Vollkommenheit des Menschen darin keineswegs.

4. Worin also, o Herr?

5. Darin, dass du dich dem göttlichen Willen aus ganzem Herzen aufopferst und nicht suchst, was dein ist, weder im Großen noch im Kleinen, weder in der Zeit noch in der Ewigkeit; so zwar, dass du in Wohlstand und in Widerwärtigkeiten mit gleicher Ergebenheit fortfährst zu danken und alles für gleich achtest. Wenn du einmal so stark und langmütig in der Hoffnung bist, dass du dein Herz vorbereitest, noch größere Beschwerden zu ertragen auch zur Zeit,, da dir der innere Trost entzogen wird, und wenn du dich nicht rechtfertigst, als hättest du nicht verdient, diese so große Beschwerden zu leiden, sondern in allen Anordnungen Mich rechtfertigst und Mich als heilig lobst: alsdann wandelst du auf dem wahren und rechten Wege des Friedens und kannst ungezweifelt hoffen, du wirst Mein Angesicht wieder mit Frohlocken sehen. Wenn du einmal zur vollkommenen Verachtung deiner selbst gelangt bist, so sei versichert, du wirst den Frieden in seiner ganzen Fülle genießen, soweit es in dieser Wanderschaft möglich ist.

§3.26. Von der Vortrefflichkeit eines freien Gemüts, welches man sich mehr durch demütiges

1. Gebet als durch Lesen erwirbt. Dies, o Herr, ist das Werk einer vollkommenen Seele, dass man das Gemüt nie von Betrachtung himmlischer Dinge abziehe und bei so vielen Sorgen gleichsam ohne Sorgen lebe; nicht zwar aus Unempfindlichkeit, sondern wegen Erhabenheit des freien Gemüts, das keinem Geschöpfe mit unordentlicher Neigung anhängt.

2. Ich bitte Dich, mein gütigster Gott, bewahre mich vor den Sorgen dieses Lebens, damit ich nicht allzu sehr darin verstrickt, und vor vielen Bedürfnissen des Leibes, damit ich nicht von Wollust verführt werde. Räume alle Hindernisse eines christlichen Lebens hinweg, damit ich den Beschwerden nicht unterliege und den Mut nicht sinken lasse. Ich verstehe hier nicht allein jene Dinge, nach welchen die eitlen Weltmenschen mit ihrer ganzen Begierde trachten, sondern jenes Elend, welches wegen des allgemeinen Fluches, der über alle Menschen ergangen ist, der Seele Deines Dieners zur beschwerlichen Pein wird und sie zurückhält, dass sie nicht so oft als sie wünschte, die Freiheit des Geistes genießen kann.

3. O mein Gott, Du unaussprechliche Süßigkeit! Verwandle mir in Bitterkeit allen irdischen und sinnlichen Trost, der mich von der Liebe zum Ewigen abzieht und mich unter dem Schein eines reizenden gegenwärtigen Gutes an sich lockt. Nein o mein Gott, Fleisch und Blut sollen mich ja nicht überwinden; die Welt und ihre kurze Herrlichkeit soll mich nicht betrügen; der böse Feind mit seiner List mich nicht hintergehen. Gib mir, o Herr, Stärke, zu widerstehen; Geduld, die Beschwerden zu ertragen und Beständigkeit, getreu zu verharren. Gib mir statt aller Tröstungen der Welt die so liebliche Salbung Deines Geistes, und statt der sinnlichen Liebe flöße mir ein die Liebe Deines Namens.

4. Speise, Trank, Kleidung und was sonst zur Erhaltung des Leibes nötig ist, fällt einer eifrigen Seele beschwerlich. Gib mir, o Herr, die Gnade, dass ich dergleichen Erquickungen mäßig gebrauche und nicht mit zu großer Begierde danach trachte. Man kann sich nicht aller Dinge entschlagen, weil man die Natur erhalten und ihr zu Hilfe kommen muss, aber nach überflüssigen und nur nach solchen Dingen streben, welche größeres Vergnügen bringen, verbietet das heilige Gesetz, denn sonst würde sich das Fleisch wider den Geist empören. Ich bitte Dich, o Herr, leite mich an Deiner Hand und lehre mich, dass ich beim Gebrauche der zeitlichen Dinge das Maß nicht überschreite.

§3.27. Die Eigenliebe hält uns am meisten von dem höchsten Gute zurück.

1. Mein Sohn! Für das Ganze musst du dich auch ganz geben und in keinem Stücke mehr dir selbst zugehören. Sei versichert, deine Eigenliebe schadet dir mehr als alles andere in der Welt. Jede Sache wird dir mehr oder weniger ankleben, je nachdem die Liebe und die Neigung, welche du dazu trägst, beschaffen ist. Ist deine Liebe rein, aufrichtig und wohl geordnet, so wirst du dich von irdischen Dingen nicht zuviel einnehmen lassen. Strebe nicht nach Sachen, welche du nicht besitzen darfst, besitze auch nichts, was dich hindern oder dir die innere Freiheit des Geistes rauben könnte. Es ist zu bewundern (=Es ist verwunderlich; Anm.), dass du dich nicht von ganzem Herzen Mir übergibst samt allem, was du verlangen oder haben kannst.

2. Warum lässt du dich von einer leeren Traurigkeit ganz verzehren? Warum ermüdest du dich mit überflüssigen Sorgen? Richte dich nach Meinem Wohlgefallen, und du wirst keinen Schaden leiden. Wenn du nach dieser oder jener Sache strebst und an diesem oder jenem Orte sein willst, damit du alles füglicher nach deiner Bequemlichkeit und nach deinem Belieben hast, so wirst du nie in Ruhe, nie von ängstlicher Sorge frei sein, weil keine Sache ohne Mangel ist, und weil an jedem Orte etwas dir zuwider sein wird.

3. Deswegen helfen dir äußerliche Dinge, die du erlangt oder vermehrt hast, nichts, sondern vielmehr, wenn du sie verachtest und ganz aus deinem Herzen verbannst. Und dieses ist nicht nur von Geld und Reichtümern zu verstehen, sondern auch von dem Streben nach Ehre und von der Begierde nach eitlem Lobe; alles dieses vergeht mit der Welt. Wenig Schutz gewährt ein Ort, wenn der Geist der Inbrunst abgeht und der Friede, welchen man von außen sucht, wird kurzen Bestand haben, wenn es dem Herzen an einem wahren Grunde fehlt, das ist, wenn du dich nicht an Mir festhältst; du kannst wohl den Aufenthalt ändern, aber deswegen bist du doch nicht besser. Denn wenn sich eine Gelegenheit ereignet, oder wenn du sie selbst veranlassest, so wirst du wieder alles das, was du geflohen hast, und noch mehr dazu finden.

4. Gebet um Reinheit des Herzens und um himmlische Weisheit. Befestige mich, o Gott, durch die Gnade des Heiligen Geistes. Gib mir Kraft, dass ich am inneren Menschen gestärkt werde; dass ich mein Herz von aller unnützen Sorge und Ängstlichkeit befreie und dass ich mich auch nicht von allerlei Begierden nach irgendeinem geringen oder kostbaren Dinge dahinreißen lasse, sondern alles als vergänglich ansehe und mir zu Gemüte führe, dass auch ich zugleich mit diesen Dingen vergehen werde, weil unter der Sonne nichts beständig bleibt, wo alles lauter Eitelkeit und Bedrängnis des Geistes ist. O wie weise ist der, welcher alles so ansieht.

5. Gib mir, o Herr, himmlische Weisheit, auf dass ich lerne, vor allem Dich suchen und finden, vor allem an Dir mein Vergnügen haben, Dich lieben und alles andere nach der Anordnung Deiner Weisheit, wie es in der Tat ist, betrachten. Gib mir Weisheit und Stärke, dass ich mich von Schmeichlern nicht betören lasse und meine Widersacher geduldig ertrage. Denn das ist große Weisheit, dass man sich nicht von jedem Winde der Worte hin- und hertreiben lässt, noch den Lockungen der verführerischen Schmeichelei Gehör gibt, denn so wandert man sicher auf dem betretenen Wege fort.

§3.28. Wider verleumderische Zungen.

1. Mein Sohn! Lass es dir nicht hart fallen, wenn einige von dir bös denken und reden, was du nicht gern hörst. Du musst von dir selbst noch schlechter denken und niemand für schwächer halten, als dich selbst. Wenn du ein inneres Leben führst, so wirst du die vorüberfliegenden Worte nicht viel achten. Es ist keine geringe Klugheit, wenn man zu einer bösen Zeit schweigt, sich innerlich zu Mir wendet und sich von dem Urteile der Menschen in keine Unruhe stürzen lässt.

2. Dein Frieden muss nicht von dem Reden der Menschen abhängen, sie mögen dein Verhalten gut oder bös auslegen, so bist du deswegen doch kein anderer Mensch. Wo ist der wahre Friede und die wahre Ehre? Sind sie denn nicht in Mir zu finden? Und wer den Menschen nicht zu gefallen sucht und sich auch nicht fürchtet, ihnen zu missfallen, der wird in ruhigem Frieden leben. Aus unordentlicher Liebe und eitler Furcht entspringt alle Unruhe des Herzens und alle Zerstreuung der Sinne.

§3.29. Wie man zur Zeit der Trübsal Gott anrufen und preisen soll.

1. Dein Name, o Herr, sei ewig gepriesen; Dein Wille war es, dass diese Versuchung und diese Trübsal über mich komme. Ich kann ihr nicht entfliehen, sondern ich bin gezwungen, zu Dir meine Zuflucht zu nehmen und Dich zu bitten, Du wollest mir zu Hilfe kommen und alles so anordnen, dass es mir zum Heile gereiche. O Herr! Ich bin jetzt in Trübsal, mein Herz ist nicht in Ruhe, sondern die bösen Neigungen, die wirklich in mir aufsteigen, ängstigen mich. Und jetzt, o liebster Vater, was soll ich sagen? Ich werde von allen Seiten geängstigt, errette mich aus dieser Trübsal! Sie ist aber nur deswegen über mich gekommen, damit Du verherrlicht wirst, wenn ich gedemütigt und dann durch Dich befreit werde. Lass es Dir gefallen, o Herr, mich zu retten, denn was kann ich Armer tun, und wohin soll ich ohne Dich gehen? Gib mir, o Herr, auch diesmal Geduld. Komm mir zu Hilfe, o mein Gott, und ich werde nichts fürchten, so sehr ich auch darniedergedrückt werde.

2. Und was soll ich nun in dieser Bedrängnis sagen als: Herr, Dein Wille geschehe! Ich habe wohl verdient, dass Trübsal und Beschwerden über mich kommen. Es ist also höchst billig, dass ich leide, und möchte es doch mit Geduld geschehen, bis dieser Sturm vorübergeht und es besser wird. Aber Deine allmächtige Hand ist stark genug, auch diese Versuchung von mir hinwegzunehmen und ihrer Gewalt Einhalt zu tun, damit ich nicht gänzlich unterliege. Diese Gnade hast Du mir vorhin schon öfter erwiesen, o mein Gott und mein barmherziger Vater! Und je härter es mir fällt, desto leichter kann die Hand des Allerhöchsten diese Änderung zuwegebringen.

§3.30. Man soll zu Gott um Hilfe rufen und vertrauen, man werde die Gnade wieder erlangen.

1. Mein Sohn! Ich bin der Herr, welcher am Tage der Trübsal stärkt. Komm zu Mir, wenn es dir nicht gut geht. Du wendest dich allzu langsam zum Gebete, und eben dieses hindert den himmlischen Trost am meisten. Denn ehe du Mich eifrig bittest, suchst du indessen vielen anderen Trost und ergötzt dich mit Außendingen. Daher geschieht es, dass alles geringen Nutzen bringt, bis du endlich merkst, dass Ich es bin, der jene rettet, welche auf Mich hoffen, und dass es außer Mir keine mächtige Hilfe, keinen heilsamen Rat und kein dauerhaftes Mittel gibt. Aber erhole dich nun wieder nach dem Sturme und fasse neue Kräfte in der Erwägung Meiner Erbarmungen; denn Ich bin nahe, spricht der Herr, damit Ich nicht nur alles ergänze, sondern auch überflüssig und vollkommen wiederherstelle.

2. Ist Mir wohl etwas zu schwer, oder werde Ich jenen gleich sein, welche etwas verheißen und es nicht tun? Wo ist dein Glaube? Stehe fest und beharrlich. Sei langmütig und zeige dich als einen tapferen Mann; zu seiner Zeit wirst du getröstet werden. Harre auf Mich, harre nur, Ich werde kommen und dich heilen. Es ist nichts als eine Versuchung, welche dich jetzt plagt, und eine eitle Furcht, die dich in Unruhe setzt. Was nützt eine allzu große Sorgfalt für das, was in der Zukunft geschehen wird, als dass du in immer größere Traurigkeit fällst. Ein jeder Tag hat seine eigene Plage. Es ist eitel und unnütz, wegen künftiger Dinge, welche vielleicht nie geschehen werden, sich in großer Unruhe stürzen lassen oder sich zu sehr darüber freuen.

3. Zwar ist es menschliche Schwachheit, dass man sich von derlei Einbildungen betören lässt, aber es ist immer ein Zeichen eines kleinen Geistes, wenn man sich von den Einflüsterungen des Feindes so leicht dahinreißen lässt. Denn ihm liegt wenig daran, ob er uns mit wahren oder falschen Eingebungen täuscht und betrügt, ob er uns durch die Liebe zum Gegenwärtigen oder mit der Furcht des Zukünftigen überwindet. Lass also keine Verwirrung und keine Furcht in dein Herz eindringen. Glaube nur an Mich, und setze auf Meine Barmherzigkeit ein festes Vertrauen. Wenn du glaubst, weit von Mir entfernt zu sein, so bin Ich dir oft am nächsten. Wenn du fast alles für verloren hältst, so ist es oft die beste Gelegenheit, Verdienst zu sammeln. Es ist nicht alles verloren, wenn schon eine Sache widrig ausfällt. Du musst nicht nach der gegenwärtigen Empfindung urteilen, du musst dich auch von keiner Beschwerde, woher sie auch kommen mag, so sehr einnehmen lassen, dass du glaubst, alle Hoffnung zu entkommen, sei verloren.

4. Glaube nur nicht, du seist ganz verlassen, wenn Ich dir auf einige Zeit eine Trübsal zuschicke oder den gewünschten Trost entziehe, denn so gelangt man zum Himmelreich. Es ist ferner ohne Zweifel sowohl dir als auch Meinen übrigen Dienern weit nützlicher, dass ihr durch Widerwärtigkeiten geprüft werdet, als wenn ihr alles nach Wunsch haben würdet. Mir sind die verborgenen Gedanken bekannt, und Ich weiß, dass es deinem Heile sehr zuträglich ist, wenn du bisweilen ohne Geschmack am Guten gelassen wirst, damit du dich bei dem guten Erfolg nicht erhebst und nicht etwa dir selbst in einer Sache, welche doch nicht dir zugehört, gefällst. Was Ich gegeben habe, kann Ich wieder nehmen und dir auch wieder nach Meinem Gefallen zurückstellen.

5. Wenn Ich es gebe, so ist es Mein, wenn Ich es dir entziehe, so habe Ich nicht das Deinige genommen, den alle guten Gaben und vollkommenen Geschenke sind Mein. Wenn Ich dir eine Beschwerde oder was immer für eine Widerwärtigkeit zuschicke, musst du darüber nicht unwillig oder mutlos werden, Ich kann dich sogleich wieder aufrichten und all dein Leid in Freude verwandeln. Ich bin aber dessen ungeachtet gerecht und hoch zu preisen, wenn Ich so gegen dich verfahre.

6. Wenn du weise bist und die Sache nach ihrem wahren Werte beurteilst, so musst du dich wegen Widerwärtigkeiten nie zu sehr betrüben, sondern dich vielmehr freuen und danken, ja es sogar für deine einzige Freude halten, dass Ich dich mit Schmerzen überhäufe und deiner nicht schone. „Gleich wie Mich Mein Vater geliebt hat, so liebe Ich auch euch“, so sagte Ich einst zu Meinen geliebten Jüngern. Und diese habe Ich gewiss nicht gesendet zu zeitlichen Freuden, sondern zu harten Kämpfen; nicht zu hohen Ehren, sondern zu vieler Verachtung; nicht zum Müßiggang, sondern zur Arbeit und Mühseligkeit; nicht zu sanfter Ruhe, sondern um viele Frucht in Geduld zu bringen. Gedenke dieser Worte, Mein Sohn!

§3.31. Vom Verlassen aller Geschöpfe, um desto eher den Schöpfer zu finden.

1. O Herr! Ich habe eine noch größere Gnade nötig, wenn ich dahin gelangen soll, wo mich kein Mensch und kein anderes Geschöpf vor Dir wird abhalten können. Denn solange mich noch etwas zurückhält, kann ich mich nicht frei zu Dir emporschwingen. Jener wünschte frei fliegen zu können, welcher sagte: „Wer wird mir Taubenflügel geben, damit ich mich in die Höhe schwinge und Ruhe finde?“ Was ist ruhiger als ein aufrichtiges Auge? Und was genießt eine vollkommenere Freude als ein Herz, welches nichts auf Erden verlangt? Man muss sich also über alle Geschöpfe erheben, sich selbst vollkommen verlassen und gleichsam in einer Entäußerung des Gemüts leben und sehen, dass Du, der Schöpfer aller Dinge, nichts mit den Geschöpfen gemein hast. Wer sich nicht von allen Geschöpfen losmacht, der kann nicht mit der gehörigen Freiheit auf das Göttliche bedacht sein. Darum findet man auch so wenige, welche ein beschauliches Leben führen, weil sich so wenige von vergänglichen Dingen und von den Geschöpfen ganz loszumachen wissen.

2. Dazu wird eine hohe Gnade erfordert, dass sie die Seele erhebe und über sich selbst hinaufführe. Und wenn der Mensch nicht im Geiste erhoben, von allen Geschöpfen frei und ganz mit Gott vereinigt wird, so ist alles, was er auch weiß und haben mag, nicht von großem Wert. Wer etwas anderes hoch achtet als das einzige, unermessliche und ewige Gut, der wird lange klein sein und am Staube kleben. Denn was immer nicht Gott ist, ist nichts und muss für nichts gehalten werden. Es ist ein großer Unterschied zwischen der Weisheit eines andächtigen, gotterleuchteten Mannes und zwischen der Wissenschaft eines gelehrten und studierten Geistlichen. Jene Gelehrsamkeit, welche aus göttlichem Einflusse von oben herabkommt, ist viel vortrefflicher als jene, welche sich der menschliche Verstand mühsam erwirbt.

3. Man trifft viele an, welche eine Begierde nach dem beschaulichen Leben haben, aber sie sind nicht besorgt, im Werke auszuüben, was dazu erfordert wird. Es ist auch ein großes Hindernis auf dem Wege der Vollkommenheit, dass man bei äußerlichen Zeichen und sinnlichen Dingen stehenbleibt und sich in vollkommener Abtötung wenig übt. Ich weiß nicht, was es ist, oder was für ein Geist uns leitet, die wir ein innerliches geistliches Leben zu führen scheinen, oder was wir zu unserer Entschuldigung werden vorbringen können, da wir auf vergängliche und schlechte Dinge so viele Mühe verwenden und so große Sorge dafür tragen, während wir doch nur selten unsere Sinne vollkommen sammeln, um über unser Inneres nachzudenken.

4. Und wenn wir uns auch ein wenig gesammelt haben, so beschäftigen wir uns doch gleich wieder mit äußerlichen Dingen und untersuchen unsere Handlungen eben nicht genau. Wir geben nicht acht, auf was unsere Neigungen gerichtet sind, und so unrein auch in unsrem Herzen alles ist, so beweinen wir es doch nicht. Denn alle Menschen hatten ihren Weg verfehlt, deswegen erfolgte die große Sündflut. Da also unser innerlicher Trieb verdorben ist, so muss auch die daraus hervorgehende Handlung, welche ein Zeichen des Mangels an innerer Kraft ist, auch verdorben sein. Aus einem reinen Herzen entspringt die Frucht eines guten Lebens.

5. Man fragt, wieviel dieser oder jener getan hat; man erforscht aber nicht so sorgfältig, wie gut er es getan hat. Man erkundigt sich; ob jemand tapfer, reich, schön, geschickt ist; ob er schön schreiben, gut singen oder trefflich arbeiten kann; aber wie arm am Geiste, wie geduldig und sanftmütig, wie andächtig und gottselig er ist, davon spricht niemand. Die Natur sieht nur auf das Äußere des Menschen; aber die Gnade wendet sich zum Inneren. Die Natur wird oft betrogen, aber die Gnade hofft auf Gott, damit sie nicht betrogen werde.

§3.32. Von der Selbstverleugnung und Unterdrückung aller Begierlichkeit.

1. Mein Sohn! Du kannst die vollkommene Freiheit nicht genießen, wenn du dich selbst nicht ganz verleugnest. Alle, welche nach Reichtum streben, sich selbst lieben, lüstern, vorwitzig, genusssüchtig sind, welche immer nur nach einem weichlichem Leben und nicht nach dem, was Jesu Christi ist, trachten, sich in ihren Gedanken und Einbildungen oft mit Dingen beschäftigen, die keinen Bestand haben, alle diese sind gleichsam mit Banden verstrickt. Denn alles, was nicht von Gott entspringt, wird zugrunde gehen. Merke dir nur diese wenigen Worte, welche alles in sich begreifen: „Verlass alles, und du wirst alles finden, verlass die Begierde, und du wirst die Ruhe finden.“ Nimm dieses wohl zu Herzen, und wenn du danach handelst, dann wirst du alles vollkommen verstehen.

2. Herr! Dies ist nicht das Werk eines Tages, es ist auch kein Kinderspiel, sondern in diesen wenigen Worten ist die ganze Vollkommenheit derer, die Gott suchen, enthalten.

3. Mein Sohn! Du musst dich nicht abwendig machen lassen oder sogleich den Mut verlieren, wenn du von dem Wege der Vollkommenheit hörst, sondern dich desto mehr zu höherer Vollkommenheit angetrieben fühlen, wenigstens sollst du mit ganzer Begierde danach seufzen. Stände es doch so mit dir, und wärest du einmal so weit gekommen, dass du, frei von Eigenliebe, nur auf Meinen Wink und auf den Wink jenes Vorgesetzten, welchen Ich dir gegeben habe, bereit ständest, dann würde Ich das größte Wohlgefallen an dir haben, und dein ganzes Leben würde in Freude und Frieden vorübergehen. Du musst noch vieles verlassen und wenn du es nicht ganz Mir übergibst, so wirst du nicht erhalten, was du begehrst. Ich rate dir, dass du bewährtes Gold von Mir kaufest, damit du reich werdest, das ist himmlische Weisheit, welche alles Irdische mit Füßen tritt. Dieser setze die weltliche Weisheit und alles menschliche und eigene Wohlgefallen nach.

4. Ich sagte, du müsstest das in den Augen der Menschen Schlechtere für das Kostbare und Hohe einkaufen. Denn die wahre himmlische Weisheit, welche nicht hoch von sich denkt, und nicht verlangt auf dieser Welt gepriesen zu werden, wird für sehr schlecht und gering gehalten und scheint fast in gänzlicher Vergessenheit zu sein. Viele rühmen sie zwar mit dem Munde, aber in ihrem Leben weichen sie weit von ihr ab, sie ist aber doch eine kostbare Perle, welche vielen verborgen ist.

§3.33. Von der Unbeständigkeit des Herzens und von der Richtung desselben auf Gott als das letzte Ziel.

1. Mein Sohn! Vertraue nicht auf die Empfindung, welche du jetzt hast, sie wird bald sich ändern. Solange du lebst, bist du auch wider deinen Willen der Veränderlichkeit unterworfen, so zwar, dass du bald freudig, bald traurig, bald in Ruhe, bald in Unruhe,

78 bald andächtig, bald ohne Andacht, bald emsig, bald träge, bald ernsthaft, bald leichtsinnig sein wirst. Aber der Weise und in dem geistlichen Leben wohl Unterrichtete ist über diese Veränderlichkeiten erhaben. Er gibt nicht acht, was er in sich empfindet, oder von welcher Seite der Wind der Unbeständigkeit weht, sondern er ist nur bedacht, dass die Richtung seines ganzen Gemütes zu dem gehörigen und besten Ziele führe. Denn nur so kann er sich selbst gleich und unerschüttert bleiben, indem er bei so vielen verschiedenen Zufällen mit reinem Auge der Absicht ohne Unterlass auf Mich blickt.

2. Je reiner aber dieses Auge der Absicht ist, desto beständiger wird man auch durch die widrigen Stürme fortwandeln. Allein bei vielen ist dieses Auge der reinen Absicht dunkel und sieht bald wieder auf das Angenehme hin, das ihm begegnet. Denn nur selten ist jemand von dem Fehler der Selbstsucht ganz frei. So kamen einst die Juden nach Bethanien zu Martha und Maria, nicht allein wegen Jesus, sondern auch, damit sie den Lazarus sähen. Man muss also die Absicht reinigen, damit sie einfältig und aufrichtig sein möge, sie muss auf Mich gerichtet werden und nicht bei anderen Gegenständen weilen.

§3.34. Einem Liebenden gefällt Gott über alles und in allen Dingen.

1. Siehe, o mein Gott und mein Alles, was will ich noch mehr und was kann ich Seligeres verlangen? O liebliches und süßes Wort! Aber nur für jenen, welcher das Wort und nicht die Welt oder was in der Welt ist, liebt. Mein Gott und mein Alles! Wer es versteht, dem genügt dieses, und wer liebt, dem ist es angenehm, dieses oft zu wiederholen. Denn wenn Du zugegen bist, so ist alles angenehm, bist Du aber abwesend, so ist alles bitter und unangenehm. Du beruhigst das Herz, Du gibst sanften Frieden und große Freude. Du machst, dass wir alles gut finden und Dich in allem loben, und nichts kann uns lange ohne Dich gefallen, sondern, wenn es angenehm sein und man ein Vergnügen dabei finden soll, so muss Deine Gnade zugegen sein und alles mit Deiner Weisheit gewürzt werden.

2. Was wird dem unangenehm sein können, der sein Vergnügen an Dir findet? Und was wird dagegen demjenigen unangenehm sein können, der an Dir kein Vergnügen findet? Aber die Weisen dieser Welt und Menschen, die den fleischlichen Gelüsten nachhängen, fassen Deine Weisheit nicht, weil die Welt voll Eitelkeit ist und die fleischliche Wollust den Tod bringt. Diejenigen aber, welche das Zeitliche verachten und das Fleisch abtöten und so Dir nachfolgen, zeigen sich als wahre Weise, weil sie von der Eitelkeit zur Wahrheit, von dem Fleische zum Geiste übergehen. Diese finden ihr Vergnügen an Gott, und was man immer an den Geschöpfen Gutes antrifft, richten sie zum Lobe ihres Schöpfers. Es ist aber ein Unterschied, und zwar ein sehr großer, zwischen dem Vergnügen, das man an dem Schöpfer und an dem Geschöpfe, an der Ewigkeit und an der Zeit, an dem unerschaffenen Lichte und an dem erschaffenen findet.

3. O ewiges Licht, das Du alles erschaffene Licht weit übertriffst, lass Deinen Strahl von der Höhe erscheinen, damit er das Innerste meins Herzens durchdringe! Reinige, erfreue, erleuchte und belebe meinen Geist samt allen seinen Kräften, damit ich Dir mit freudiger Entzückung anhänge. O wann wird einmal jene selige und erwünschte Stunde kommen, wo Du mich mit Deiner Gegenwart ganz erfüllst und mir in allen Dingen alles bist? Solange dieses nicht geschieht, wird die Freude nie vollkommen sein. Der alte Mensch lebt leider noch in mir, er ist nicht ganz gekreuzigt, er ist nicht vollkommen abgestorben, er lehnt sich noch heftig wider den Geist auf, er erregt inneren Krieg und lässt das Reich der Seele nicht in Ruhe.

4. Aber Du, der Du über die Gewalt des Meeres herrschst und seine tobenden Wellen bändigst, mache Dich auf und komme mir zu Hilfe. Zerstreue die Völker, welche Krieg suchen, zermalme sie mit Deiner mächtigen Kraft. Zeige doch Deine Hoheit, damit Deine rechte Hand verherrlicht werde, denn ich habe keine andere Hoffnung und keine Zuflucht als Dich, o Herr, mein Gott!

§3.35. In diesem Leben ist man niemals vor Versuchungen sicher.

1. Mein Sohn! In diesem Leben bist du nie sicher, sondern du hast immer die geistlichen Waffen nötig, solange du lebst. Du bist mitten unter Feinden und wirst von allen Seiten bekämpft. Wenn du dich also nicht überall mit dem Schilde der Geduld bedeckst, so wirst du nicht lange ohne Wunden sein. Über das, wenn du dich nicht fest an Mich hältst, mit festem Willen alles Meinetwegen zu leiden, so wirst du jenen gewaltigen Streit nicht aushalten können, noch zum Siege der Heiligen gelangen. Männlich musst du also durch alles dringen und mit tapferer Hand alles Widrige abhalten. Denn das Himmelsbrot wird dem Überwinder gegeben, auf den Zaghaften aber wartet großes Elend.

2. Wenn du in diesem Leben die Ruhe suchst, wie wirst du dann zur ewigen Ruhe gelangen? Hier musst du nicht nach süßer Ruhe streben, sondern dich zu großer Geduld gefasst machen. Suche den wahren Frieden, aber nicht auf der Erde, sondern im Himmel; nicht bei den Menschen oder bei den übrigen Geschöpfen, sondern bei Gott allein. Aus Liebe zu Gott musst du alles gerne leiden, Mühseligkeiten nämlich und Schmerzen, Versuchungen, Verfolgungen, Ängste, Not, Krankheiten, Unrecht, Widerreden, Tadel, Verdemütigungen, Beschämungen, Bestrafungen und Verachtungen. Diese Dinge helfen zur Tugend; sie sind Prüfungen, wodurch ein Lehrjünger Jesu Christi bewährt wird; durch sie wird die himmlische Krone bereitet. Für kurze Bemühung werde Ich eine ewige Belohnung geben und für eine schnell vorübergehende Beschämung eine unendliche Herrlichkeit.

3. Glaubst du wohl, du wirst geistliche Tröstungen immer nach Wunsch haben? Meine Heiligen hatten sie nicht immer, sondern mussten viele Beschwerden, verschiedene Versuchungen und große Trostlosigkeit ertragen. Sie verloren aber doch die Geduld nie und vertrauten mehr auf Gott als auf sich selbst, weil sie wohl wussten, dass die Leiden dieser Zeit mit der künftigen Herrlichkeit, die man dadurch verdient, nicht verglichen werden können. Willst du so geschwind haben, was viele nur mit Tränen und großen Mühseligkeiten kaum erhielten? Harre auf den Herrn, sei mannhaft und fasse Mut; lass dich nicht von Misstrauen einnehmen und weiche der Beschwerde nicht, sondern wende sowohl die Kräfte deines Leibes als auch die Fähigkeiten deiner Seele zur Ehre Gottes an. Ich werde alles reichlich ersetzen, Ich werde zur Zeit der Trübsal bei dir sein.

§3.36. Wider die eitlen Urteile der Menschen.

1. Mein Sohn! Setze dein ganzes Vertrauen unbeweglich auf den Herrn, und fürchte die Urteile der Menschen nicht, wenn du nach dem Zeugnisse deines Gewissens unsträflich und schuldfrei bist. Auf diese Weise leiden ist gut und wird einem demütigen Herzen, das mehr auf Gott, als auf sich selbst vertraut, nicht schwer fallen. Viele Leute reden vieles, und deswegen muss man nicht leicht glauben. Es ist aber auch nicht möglich, allen Genüge zu leisten. Obwohl sich der hl. Paulus Mühe gab, allen in dem Herrn zu gefallen, und obwohl er allen Alles geworden ist, achtete er es doch sehr wenig, dass er von den Menschen beurteilt wurde.

2. Dieser heilige Apostel hat zur Erbauung anderer und für ihr Heil genug gearbeitet, indem er alle seine Kräfte und alle mögliche Mühe darauf verwendet hat, aber dessen ungeachtet konnte er doch nicht hindern, dass er nicht bisweilen von anderen gerichtet und getadelt wurde. Deswegen überließ er alles Gott, dem alles bekannt war, und verteidigte sich nur mit Geduld und Demut wider jene boshaften Menschen, welche böse von ihm redeten, ungegründet und irrig von ihm dachten und nach ihrem Mutwillen allerlei lügenhafte Sagen wider ihn ausstreuten. Bisweilen antwortete er doch auf derlei Verleumdungen, damit den Schwachen durch sein Stillschweigen kein Ärgernis gegeben werde.

3. Wer bist du, dass du dich vor einem sterblichen Menschen fürchtest? Heute ist er, und morgen erscheint er nicht mehr. Fürchte Gott, und die Menschen werden dir keinen Schrecken einjagen. Was vermag ein Mensch wider dich mit Worten oder Unrecht? Er schadet vielmehr sich selbst als dir, und wer es auch immer sein mag, so wird er dem Urteile Gottes nicht entfliehen. Habe Gott vor Augen und beklage dich nicht so sehr. Wenn es schon jetzt das Ansehen hat als unterliegest und leidest du eine unverdiente Schmach, so musst du deswegen doch nicht unwillig werden und deinen Lohn nicht durch Ungeduld verringern, sondern vielmehr deine Augen zu Mir in den Himmel erheben. Ich bin mächtig genug, dich aller Beschämung und allen Unrechts zu entreißen und jedem nach seinen Werken zu vergelten.

§3.37. Vom aufrichtigen und völligen Verlassen seiner selbst, um die Freiheit des Herzens zu erlangen.

1. Mein Sohn! Verlass dich selbst, und du wirst Mich finden. Erwähle nichts von dir selbst und entschlage dich alles Eigentums, und du wirst dadurch immer gewinnen. Denn sobald du dich Mir ganz übergibst und diese Übergabe nicht mehr zurücknimmst, wird dir eine größere Gnade gegeben werden.

2. Wie oft, o Herr, soll ich mich Dir übergeben, und in welchen Stücken soll ich mich selbst überlassen?

3. Allzeit und zu jeder Stunde; wie im Kleinen so auch im Großen. Ich nehme nichts aus, sondern Ich verlange, dass du von aller Anhänglichkeit an was immer für einer Sache frei seist. Wie werde Ich sonst dein und du Mein sein, wenn du nicht allen Eigenwillen, innerlich und äußerlich, gänzlich ablegst? Je geschwinder du dieses tust, desto besser wird es mit dir sein, und je vollkommener und aufrichtiger es geschieht, desto mehr wirst du Mir gefallen und dadurch gewinnen.

4. Einige übergeben sich Mir, aber mit gewissem Vorbehalt, denn sie vertrauen nicht vollkommen auf Gott, deswegen bemühen sie sich, sich selbst vorzusehen. Andere bringen anfangs das ganze zum Opfer, aber wenn die Versuchung darauf folgt, kehren sie wieder zu ihren vorigen Gesinnungen zurück; daher machen sie auch in der Tugend keine Fortschritte. Diese werden nie zur wahren Freiheit eines reinen Herzens, noch zur Gnade Meines vertrauten und süßen Umgangs gelangen, wenn sie nicht zuvor sich Mir ganz übergeben und täglich sich selbst Mir zum Opfer bringen. Ohne dieses können und werden sie nie zur beschaulichen Vereinigung gelangen.

5. Ich habe dir schon sehr oft gesagt und sage es dir jetzt wieder: Verlass dich selbst, übergib dich Mir, und du wirst großen inneren Frieden genießen. Gib alles für alles, verlange nichts und fordere nichts zurück, halte dich einzig und ohne Bedenken an Mir fest, und du wirst Mich besitzen. Du wirst im Herzen frei sein, und die Finsternisse werden dir nicht schaden. Danach strebe, darum bitte, dies begehre, damit du dich allen Eigentumes entschlagen und dem armen Jesus arm nachfolgen, dir selbst absterben und ewig Mir leben mögest. Dann werden alle leeren Einbildungen verschwinden, die quälenden Unruhen und überflüssigen Sorgen werden aufhören. Dann wird die unmäßige Furcht weichen und die Eigenliebe absterben.

§3.38. Man muss sich im Äußerlichen wohl zu beherrschen wissen und in Gefahren seine Zuflucht zu Gott nehmen.

1. Mein Sohn! Du musst dir alle Mühe geben, dass du an allen Orten, bei allen Handlungen oder äußerlichen Beschäftigungen in deinem Innern gesammelt bleibst, dass du frei und deiner mächtig seist, über alles herrschst und dich von den Geschöpfen nicht beherrschen lässt, dass du Herr über deine Handlungen seist und sie anordnest, nicht aber ihr Knecht oder ihr Leibeigener wirst, sondern dass du vielmehr gleich einem freigelassenen und wahren Israeliten zum Anteile und zur Freiheit der Kinder Gottes gelangst, die über das Zeitliche erhaben sind und nach dem Ewigen streben, die das Vergängliche nur mit dem linken Auge ansehen, ihr rechtes Auge aber unverrückt an das Himmlische halten, die sich von irdischen Gütern nicht dahinreißen lassen, noch ihnen anhängen, sondern sich derselben wohl bedienen, wie sie von Gott angeordnet und von dem Schöpfer bestimmt sind, welcher an Seinen Werken alles zu einem bestimmten Ziele gerichtet hat.

2. Wenn du auch in allen Vorfällen nicht bei dem äußerlichen Scheine stehenbleibst, und was du gesehen oder gehört hast nicht nach dem fleischlichen Sinne betrachtest, sondern bei allen Angelegenheiten sogleich mit Moses in das Heiligtum gehst, den Herrn um Rat zu fragen: so wirst du bisweilen die göttliche Stimme hören und bei deiner Zurückkunft von vielen gegenwärtigen und zukünftigen Dingen unterrichtet sein. Denn so oft ein Zweifel entstand oder eine Frage zu beantworten war, begab sich Moses immer in die Stiftshütte und nahm seine Zuflucht zum Gebete, um die Gefahren abzuwenden und der Bosheit der Menschen Einhalt zu tun. Ebenso musst auch du dich in das Innerste deines Herzens verfügen und den göttlichen Beistand desto eifriger anrufen. Denn darum wurden Josue und die Israeliten, wie man liest, von den Gabaoniten betrogen, weil sie nicht zuvor den Herrn um Rat fragten, sondern den schönen Worten glaubten und sich so durch verstellte Aufrichtigkeit hintergehen ließen.

§3.39. Der Mensch muss in seinen Geschäften nicht ungestüm sein.

1. Mein Sohn! Überlass Mir stets deine Sache, Ich werde alles zu seiner Zeit wohl machen. Warte auf Meine Anordnung, und du wirst erfahren, dass dieses zu deinem Vorteile und Nutzen gereicht.

2. O Herr! Gerne überlasse ich Dir alles, denn ich kann mit meinem Nachsinnen nicht viel ausrichten. O wenn ich mich doch nicht so sehr wegen künftiger Dinge bekümmerte, sondern mich unverzüglich Deinem Wohlgefallen aufopferte!

3. Mein Sohn! Ein Mensch strebt oft mit vieler Unruhe nach einer Sache, welche er wünscht. Aber wenn er sie erlangt hat, so fängt er an, anders zu denken, weil die Neigung zu ihr nicht dauerhaft ist, sondern vielmehr das Gemüt bald zu diesem, bald zu einem anderen Gegenstande hinreißt. Es ist also nichts Geringes, auch in den geringsten Dingen sich selbst verleugnen.

4. Der wahre Fortgang eines Menschen besteht in der Selbstverleugnung, und der Mensch, welcher sich selbst verleugnet, genießt große Freiheit und Sicherheit. Aber der alte Feind, welcher sich allem Guten widersetzt, hört nicht auf, ihn zu versuchen, sondern Tag und Nacht setzt er ihm mit seinen Nachstellungen heftig zu und trachtet auf alle Weise, den Unvorsichtigen in seine betrügerischen Fallstricke zu verwickeln und zum Falle zu bringen. Wachet und betet, sagt der Herr, damit ihr nicht in Versuchung fallet.

§3.40. Der Mensch hat nichts Gutes von sich selbst und kann sich auch wegen nichts rühmen.

1. O Herr, was ist der Mensch, das Du seiner gedenkst; was ist des Menschen Sohn, dass Du ihn heimsuchst? Was hat der Mensch verdient, dass Du ihm Deine Gnade gibst? Kann ich, o Herr, mich beklagen, wenn Du mich verlässt? Oder was kann ich mit Grund vorwenden, wenn Du mich in meinen Bitten nicht erhörst? Dies kann ich mit Wahrheit denken und sagen: Herr! Ich bin nichts, ich kann nichts, ich habe aus mir selbst nicht Gutes; überall fehle ich und strebe immer nach dem, was nichts ist. Wenn nicht Du mir zu Hilfe kommst und mich unterrichtest, so verfalle ich ganz in Lauheit und Ausschweifung.

2. Aber Du, o Herr, bist allezeit der Nämliche und bleibst in Ewigkeit gütig, gerecht und heilig. Alles, was Du tust, ist gut, gerecht und heilig, und Du ordnest alles mit höchster Weisheit an. Aber ich bin viel geneigter, im Guten nachzulassen, als in der Tugend fortzuschreiten, und ich bleibe nicht immer in dem nämlichen Stande, weil ich beständig Abwechslungen erfahren muss. Und doch wird es sogleich besser, wenn es Dir gefällig ist, und wenn Du Deine helfende Hand mir reichst, weil Du mir allein ohne Zutun eines Menschen helfen und mich so stärken kannst, dass ich mein Angesicht nicht mehr von Dir auf verschiedene Gegenstände abwende, sondern dass mein Herz auf Dich allein gerichtet ist und in Dir allein ruht.

3. Wenn ich es also recht verstände, allem menschlichen Troste zu entsagen sowohl da ich nach Andacht strebe als auch da mich eine Not zwingt, bei Dir Hilfe zu suchen, weil doch kein Mensch zu finden ist, welcher mich tröstet, so könnte ich billig auf Deine Gnade hoffen und mich im Herzen freuen, dass Du mir einen neuen Trost schenkst.

4. Ich danke Dir, weil alles von Dir kommt, so oft es mir gut ergeht. Ich aber bin vor Deinen Augen eine bloße Eitelkeit und ein leeres Nichts, ein unbeständiger und schwacher Mensch. Worüber kann ich mich also rühmen, oder warum verlange ich geschätzt zu werden? Vielleicht wegen meines Nichts? Dieses ist ja das allereitelste. Fürwahr ein leerer Ruhm, eine verderbliche Pest, eine große Eitelkeit, denn sie zieht den Menschen von der wahren Ehre ab und beraubt ihn der himmlischen Gnade. Wenn der Mensch an sich selbst ein Wohlgefallen hat, so missfällt er Dir, und während er begierig nach menschlichem Lobe trachtet, verliert er dadurch die wahren Tugenden.

5. Die wahre Ehre aber und die heilige Freude besteht darin, dass man sich in Dir und nicht in sich selbst rühme, dass man sich in Deinem Namen und nicht über seine eigene Stärke freue, und dass man an keinem Geschöpfe, außer Deinetwegen, ein Wohlgefallen habe. Dein Name soll gelobt werden, und nicht der meinige; Dein Werk soll verherrlicht werden, und nicht das meinige; Dein heiliger Name soll gepriesen werden, mir aber soll von dem Lobe der Menschen nicht zugeeignet werden. Du bist mein Ruhm, Du die Freude meines Herzens; den ganzen Tag will ich mich in Dir rühmen und frohlocken; was aber mich betrifft, so will ich mich nur in meinen Schwachheiten rühmen.

6. Die Juden mögen nach der Ehre trachten, welche die Menschen einander erweisen; ich will nur jene Ehren suchen, die von Gott allein kommt. Aller Menschen-Ruhm, alle zeitliche Ehre, alle weltliche Hoheit ist im Vergleich mit Deiner ewigen Herrlichkeit nichts als Eitelkeit und Torheit. O mein Gott, Du meine Wahrheit und meine Barmherzigkeit, o seligste Dreieinigkeit, Dir allein sei Lob, Ehre, Macht und Herrlichkeit in alle Ewigkeit!

§3.41. Von der Verachtung aller zeitlichen Ehren.

1. Mein Sohn! Betrübe dich nicht, wenn du siehst, dass andere geehrt und erhoben werden, du aber verachtet und gedemütigt wirst. Erhebe nur dein Herz zu Mir in den Himmel, und du wirst dich nicht betrüben, wenn du schon von den Menschen auf Erden verachtet wirst.

2. O Herr! Wir sind blind und lassen uns gar bald von der Eitelkeit verführen. Wenn ich mich recht erforsche, so muss ich bekennen, dass mir nie von einem Geschöpfe ein Unrecht zugefügt worden ist, deswegen kann ich mich auch nicht mit Grund wider Dich beklagen. Weil ich aber oft und schwer wider Dich gesündigt habe, so ist es billig, dass alle Geschöpfe sich wider mich bewaffnen. Mir gebührt also mit Recht Schmach und Verachtung, Dir aber Lob, Ehre und Herrlichkeit. Und wenn ich mich nicht gefasst mache, gerne von allen Geschöpfen verachtet und verlassen und in ihren Augen für Nichts gehalten zu werden, so kann ich weder zum inneren Frieden noch zu einer beständigen Ruhe gelangen; ich werde auch unfähig sein, von dem himmlischen Lichte erleuchtet zu werden und mich mit Dir vollkommen zu vereinigen.

§3.42. Man muss seinen Frieden nicht auf Menschen bauen.

1. Mein Sohn! Wenn du deinen Frieden auf einen Menschen baust, weil er mit dir gleichgesinnt ist und mit dir lebt, so wirst du unbeständig sein und in viele Unruhen verwickelt werden. Wenn du aber zu der immer lebendigen und bleibenden Wahrheit deine Zuflucht nimmst, so wird es dich nicht betrüben, auch wenn dich ein Freund verlässt oder wenn er stirbt. Die Liebe zu einem Freunde muss ihren Grund in Mir haben, und du musst Meinetwegen alle lieben, welche dir immer gut zu sein scheinen und welche du in diesem Leben vorzüglich liebst. Ohne Mich vermag die Freundschaft nichts und wird keinen Bestand haben, und die Liebe, welche nicht von Mir kommt, ist nicht wahrhaft und nicht rein. Du musst solchen Neigungen zu geliebten Freunden so abgestorben sein, dass du, soviel auf dich ankommt, ohne allen menschlichen Umgang zu leben wünschtest. Der Mensch nähert sich Gott umso mehr, je weiter er sich von allem menschlichen Troste entfernt. Er steigt auch desto höher zu Gott hinauf, je tiefer er in sich selbst hinabsteigt und je geringer er sich selbst achtet.

2. Wer aber sich selbst etwas Gutes zuschreibt, der hindert die Gnade Gottes, zu ihm zu kommen, weil die Gnade des Heiligen Geistes immer ein demütiges Herz fordert. Wenn du dich vollkommen in deiner Nichtigkeit zu erkennen und von aller erschaffenen Liebe zu reinigen wüsstest, so würde Ich Mich dir mit großen Gnaden mitteilen. Wenn du deine Augen auf die Geschöpfe wendest, so wird dir die Anschauung des Schöpfers entzogen. Lerne dich selbst in allen Dingen wegen des Schöpfers überwinden, dann kannst du zur Erkenntnis Gottes gelangen. So gering eine Sache auch immer sein mag, wenn man eine unordentliche Liebe und Neigung dazu trägt, so hält sie doch vom höchsten Gute ab und bringt vielen Schaden.

§3.43. Wider die eitle Wissenschaft der Welt.

1. Mein Sohn! Lass dich von den zierlichen und spitzfindigen Reden der Menschen nicht betören, denn das Reich Gottes besteht nicht in Worten, sondern in Kraft. Merke auf Meine Worte, welche das Herz entzünden und den Verstand erleuchten, zur Reue bewegen und vielfältigen Trost bringen. Lies nie auch nur ein einziges Wort bloß darum, damit du für gelehrter oder weiser gehalten wirst. Übe dich in der Abtötung und bestrebe dich, deine sündhaften Gewohnheiten auszurotten, denn diese wird dir viel nützlicher sein, als wenn du viele schweren Fragen zu beantworten wüsstest.

2. Nachdem du vieles gelesen und gelernt hast, musst du doch immer wieder auf den nämlichen Ursprung zurückkehren. Ich lehre die Menschen Wissenschaft und gebe den Kleinen eine viel deutlichere und hellere Kenntnis als ihnen von den Menschen beigebracht werden könnte. Zu welchem Ich rede, der wird bald weise sein und große geistige Fortschritte machen. Wehe denen, welche sich um viele unnütze Dinge aus Vorwitz bei den Menschen erkundigen und dagegen wenig besorgt sind, wie sie Mir dienen sollen. Es wird eine Zeit kommen, wo Christus, der Lehrmeister aller Lehrmeister, der Herr der Engel erscheinen wird, um zu vernehmen, was jeder gelernt hat, das ist, um das Gewissen eines jeden zu prüfen. Und da wird Er Jerusalem mit hellem Lichte durchsuchen; was in Finsternissen verborgen lag, wird an den Tag kommen, und alle Beredsamkeit wird dann verstummen.

3. Eine demütige Seele erleuchte Ich in einem Augenblicke so vollkommen, dass sie von den ewigen Wahrheiten mehr versteht, als wenn sie sich zehn Jahre in den Schulen auf die Wissenschaften verlegt hätte. Ich lehre ohne Geräusch der Worte, ohne Verwirrung der Meinungen, ohne Stolz und Ehrgeiz, ohne Zank und Wortwechsel. Ich lehre das Irdische verachten, Ekel an dem Gegenwärtigen haben, das Ewige suche, an dem Unvergänglichen Vergnügen finden, die Ehren fliehen, die Ärgernisse geduldig ertragen, alle Hoffnung auf Mich setzen, außer Mir nichts verlangen, und Mich inbrünstig über alles lieben.

4. Wer Mich innig liebt, der wird göttliche Geheimnisse erfahren und wunderbare Dinge reden. Er wird einen besseren Fortgang machen, wenn er allem Irdischen entsagt, als wenn er sich mit leeren Spitzfindigkeiten beschäftigt. Zu einigen rede Ich Allgemeines, zu anderen Besonderes; einige erquicke Ich, da Ich ihnen in Zeichen und Bildern erscheine, anderen aber offenbare Ich Geheimnisse in hellem Lichte. Nur eine Stimme redet in den Büchern, aber sie unterrichtet nicht alle auf gleich Weise, weil Ich innerlich die Wahrheit lehre, das Herz erforsche, die Gedanken einsehe, die guten Werke befördere, und allen Meine Gnaden so austeile, wie Ich es für billig erachte.

§3.44. Man muss äußerliche Sachen nicht an sich ziehen.

1. Mein Sohn! In vielen Stücken musst du unwissend sein und dich gleichsam auf der Welt für einen Toten ansehen, dem die ganze Welt gekreuzigt ist. Du musst vieles vorübergehen lassen als hörtest du es nicht und mehr für das besorgt sein, was dich im Frieden erhalten kann. Es ist nützlicher, die Augen von missfälligen Sachen abwenden und jeden bei seiner Meinung lassen, als sich anderen mit zänkischen Worten widersetzen. Wenn du mit Gott gut stehst und auf Sein Urteil siehst, so wird es dich leicht ankommen, nachzugeben.

2. O Herr, wie weit ist es mit uns gekommen! Siehe, einen zeitlichen Schaden beweint man, um einen geringen Gewinn beeilt und müht sich der Mensch, aber den Schaden an seiner Seele vergisst er und kehrt oft kaum nach langen Verirrungen zurück. Man gibt auf Sachen acht, welche wenig oder gar keinen Nutzen bringen, was aber höchst notwendig ist, das wird aus Nachlässigkeit versäumt, weil sich der ganze Mensch mit äußerlichen Dingen beschäftigt, und wenn er nicht sogleich von seiner Unbesonnenheit zurückkommt, immer mehr Lust an äußerlichen Gegenständen findet.

§3.45. Man muss nicht jedermann glauben; man kann auch sich selbst leicht im Reden verfehlen.

1. Komm mir in der Trübsal zu Hilfe, o Herr! Denn man wartet vergebens auf die Hilfe der Menschen. Wie oft fand ich keine Treue, wo ich glaubte, dass ich mich sicher darauf verlassen könnte? Und wie oft habe ich sie auch gefunden, wo ich es am wenigsten vermutete? Eitel ist also die Hoffnung, welche man auf Menschen setzt; die Gerechten aber können sicher von Dir, o Gott, Hilfe erwarten. Du, o Herr, mein Gott, sollst in allem, was uns widerfährt, gepriesen sein. Wir sind schwach und unbeständig, wir betrügen und ändern uns gar bald.

2. Wer ist jener Mensch, der sich in allem so behutsam und sorgfältig zu verwahren weiß, dass er nicht bisweilen betrogen wird oder in eine Verwirrung fällt? Aber, wer auf Dich, o Herr, vertraut und Dich mit aufrichtigem Herzen sucht, der fällt nicht so leicht. Sollte er auch in eine Trübsal geraten und wie immer darin verwickelt sein, so wird er doch geschwinder durch Dich errettet oder von Dir getröstet werden, denn Du verlässt jene nicht, welche immer auf Dich hoffen. Man findet nur wenige getreue Freunde, welche ihren Freunden in allen Bedrängnissen getreu bleiben. Du allein, o Herr, bist in allen Vorfällen der Getreueste, und außer Dir gibt es keinen solchen Freund.

3. O wie recht hatte jene heilige Seele, welche sprach: „Mein Gemüt ist befestigt und gegründet in Christo!“ Wäre ich auch so beschaffen, so würde mich die menschliche Furcht nicht so leicht ängstigen, und vorüberfliegende Worte würden mich nicht so sehr beunruhigen. Wer kann alles vorher sehen und alle künftigen Übel verhüten? Und wenn die vorhergesehenen oft eine Wunde schlagen, wie ist es möglich, dass man die unvorhergesehenen nicht hart empfinden sollte? Aber warum habe ich Elender mich nicht besser vorgesehen? Warum habe ich anderen so leicht geglaubt? Doch wir sind Menschen, und zwar sehr gebrechliche Menschen, wenn wir schon von vielen für Engel gehalten und Engel genannt werden. Wem soll ich glauben, o Herr? Wem außer Dir? Du bist die Wahrheit, welche nicht betrügt und nicht betrogen werden kann. Und wieder: „Alle Menschen sind lügenhaft“, schwach, unbeständig und verfehlen sich leicht, besonders in Worten, so zwar, dass man auch jenes kaum glauben sollte, was dem Ansehen nach wahr zu sein scheint.

4. Wie weislich hast Du doch gewarnt, man müsse sich vor den Menschen hüten, und weil des Menschen Feinde seine eigenen Hausgenossen sind, so müsse man auch nicht glauben, wenn einer sagt: „Siehe, hier, oder siehe, dort ist Er.“ Ich bin zu meinem Schaden belehrt worden und wollte Gott, dass ich dadurch behutsamer würde und dass es mir nicht zur Schmach gereiche. Sei behutsam, sagte jemand zu mir, sei behutsam und behalte bei dir, was ich dir sage. Und da ich schwieg und glaubte, alles sei geheim, da konnte er selbst da nicht verschweigen, vorüber er von mir Verschwiegenheit gefordert hatte, sondern er verriet sogleich mich und sich selbst und ging davon. Bewahre mich, o Herr, vor solchen Plaudereien und vor so unbehutsamen, geschwätzigen Menschen, damit ich ihnen nicht in die Hände falle noch jemals selbst ihnen gleiche. Lege, o Herr, nur wahre und feste Worte in meinen Mund und bewahre meine Zunge vor aller Verschlagenheit. Was ich von anderen nicht leiden will, davor muss ich mich selbst sorgfältig hüten.

5. O wie gut ist es und wie zuträglich, dass man um den Frieden zu erhalten, von anderen schweigt und nicht alles ohne Unterschied glaubt oder voreilig davon weiterredet, dass man sein Inneres nur wenigen entdeckt, aber immer sich bestrebt, Dich, o Gott, zum Aufseher über sein Herz zu haben, dass man sich nicht von jedem Winde der Worte hin- und hertreiben lässt, sondern wünscht, alles, im Innern wie im Äußern, nach Deinem Willen und Wohlgefallen zu vollbringen. Wie nützlich ist es zur Bewahrung der göttlichen Gnade, dass man jenes flieht, was bei den Menschen Aufsehen macht und nicht nach Dingen trachtet, welche bei anderen Verwunderung erregen, sondern mit allem Fleiße nach dem strebt, was uns zur Besserung des Lebens und zum Eifer im Guten behilflich ist? Wie vielen schadete es, dass ihre Tugend bekannt war und allzu früh gelobt wurde? Welch großen Nutzen brachte es hingegen, wenn man die Gnade in diesem gebrechlichen Leben, das lauter Versuchung und Kampf ist, mit Stillschweigen bewahrte.

§3.46. Man muss sein Vertrauen auf Gott setzen, wenn man durch Worte beleidigt wird.

1. Mein Sohn! Sei standhaft und hoffe auf Mich. Denn was sind die Worte anderes als Worte? Sie fliegen zwar durch die Luft, aber einem Steine können sie kein Leid zufügen. Bist du schuldig, so denke, du willst dich gerne bessern; weißt du dich aber keines Fehlers schuldig, so denke, du willst es gerne wegen Gott leiden. Es ist nicht zu viel, wenn du wenigstens bisweilen einige missfällige Worte überträgst, da du doch nicht stark genug bist, heftige Streiche auszuhalten. Und warum lässt du dir etwas so Geringes so sehr zu Herzen gehen, als weil du noch zu sinnlich bist und mehr, als du solltest, auf die Menschen merkst? Denn weil du die Verachtung fürchtest, so willst du wegen deiner Fehler nicht getadelt werden und suchst Scheingründe hervor, um dich zu entschuldigen.

2. Aber erforsche dein Herz nur genauer, und du wirst erkennen, dass die Welt und eitle Liebe, den Menschen zu gefallen, noch in dir leben. Denn da du wegen deiner Fehler nicht gedemütigt und beschämt werden willst, so ist es ein offenbares Zeichen, dass du noch nicht wahrhaft demütig, noch nicht ganz der Welt abgestorben bist, und dass auch die Welt dir noch nicht gekreuzigt ist. Aber höre Meine Worte, und du wirst alles Reden der Menschen nicht achten. Siehe, wenn alles wider dich gesagt würde, was man immer auf die boshafteste Weise ersinnen könnte, was würde es dir schaden, wenn du es, ohne dich auch nur mit einem Worte zu verteidigen, vorübergehen ließest und dich darüber ebensowenig als wegen eines Splitters bekümmerst? Würdest du deswegen auch nur ein Haar von deinem Haupte verlieren?

3. Aber wer im Gemüte nicht gesammelt ist und Gott nicht vor Augen hat, der wird leicht vom Tadel beunruhigt. Wer aber auf Mich vertraut und nicht an sein eigenes Urteil sich zu halten verlangt, der wird von der Menschenfurcht frei sein. Denn Ich bin Richter und erkenne alles Verborgene; Ich weiß, wie die Sache geschehen ist; Ich kenne den Beleidiger und den Beleidigten. Alles dieses kam von Mir; auf Meine Zulassung geschah es, damit die Gedanken vieler Herzen kund werden. Ich werde den Schuldigen und den Unschuldigen richten, aber Ich wollte sie zuvor beide durch ein geheimes Urteil prüfen.

4. Das Zeugnis des Menschen betrügt oft, aber Mein Urteil ist wahrhaft, es wird fest stehen und nicht umgestoßen werden. Es ist zwar insgemein verborgen und nur wenigen im einzelnen offenbar; doch irrt es nie und kann auch nicht irren, obwohl es in den Augen der Toren irrig zu sein scheint. Man muss also in allen Vorfällen seine Zuflucht zu Mir nehmen und sich nicht auf sein eigenes Urteil verlassen. Der Gerechte wird nicht in Verwirrung geraten, was Gott auch immer über ihn verhängt. Obwohl wider ihn ungerechterweise etwas geredet worden ist, so wird er doch darum nicht viel bekümmert sein. Er wird sich aber auch nicht übermäßig freuen, wenn sich andere seiner annehmen und ihn mit Grund verteidigen. Denn er gedenkt, dass Ich die Herzen und Nieren durchforsche und nicht nach dem Äußern und nach dem betrüglichen Scheine, der oft das menschliche Auge blendet, urteile. In Meinen Augen wird oft etwas für strafbar erfunden, was nach dem Urteile der Menschen für löblich gehalten wird.

5. O Herr, mein Gott, Du gerechter, starker und langmütiger Richter! Dir ist die Gebrechlichkeit der Menschen und ihr Verderben bekannt. Sei Du meine Stärke und meine ganze Zuversicht, denn auf mein Gewissen kann ich mich nicht stützen. Du weißt, was ich nicht weiß, darum hätte ich mich demütigen und es sanftmütig übertragen sollen, so oft ich getadelt wurde. Verzeihe mir auch gnädig, so oft ich dieses nicht getan habe, und gib mir die Gnade einer größeren Geduld. Denn Deine reichliche Barmherzigkeit ist mir viel notwendiger, um Verzeihung zu erlangen, als meine eingebildete Gerechtigkeit, um die geheimsten Gedanken meines Gewissens zu verteidigen. Denn wenn ich mir schon nichts bewusst bin, so kann ich mich doch deswegen nicht rechtfertigen, weil ohne Deine Barmherzigkeit kein Mensch vor Deinem Angesichte gerechtfertigt werden wird.

§3.47. Wegen des ewigen Lebens muss man alle Beschwerden ertragen.

1. Mein Sohn! Lass dir von den Mühseligkeiten, welche du Meinetwegen auf dich genommen hast, den Mut nicht nehmen. Lass dich auch von den Trübsalen nicht ganz zu Boden drücken, sondern Meine Verheißung soll dich bei allen Vorfällen stärken und trösten. Ich bin mächtig genug, dir eine unbeschreiblich große, eine unermessliche Belohnung zu geben. Du wirst hier nicht lange in Mühseligkeit sein, noch immer von Schmerzen gequält werden. Warte nur eine kurze Zeit, und du wirst es sehen, wie deine Übel bald enden werden. Es wird eine Stunde kommen, wo alle Mühseligkeit und Unruhe aufhört. Alles aber, was mit der Zeit vergeht, ist nur gering und kurz.

2. Tue emsig, was dir obliegt; arbeite getreu in Meinem Weinberge; Ich Selbst werde dein Lohn sein. Schreibe, lies, singe, seufze, schweige, bete, übertrage Widerwärtiges großmütig, das ewige Leben ist würdig, dass man diese und noch härtere Kämpfe aussteht. An einem Tage, welcher dem Herrn bekannt ist, wird der Friede kommen, und alsdann wird kein Tag und keine Nacht wie jetzt auf dieser Welt mehr sein, sondern ein immerwährendes Licht, eine unendliche Klarheit, ein dauerhafter Friede und eine sichere Ruhe. Alsdann wirst du nicht mehr sagen: „Wer wird mich von diesem sterblichen Leibe befreien?“ Du wirst auch nicht mehr rufen: „Weh mir, mein Aufenthalt dauert allzu lange!“ Denn dem Tode wird seine Macht genommen werden, die Glückseligkeit wird vollkommen sein und keine Angst, sondern selige Freude, süße und edle Gesellschaft dir zuteil werden.

3. O wenn du gesehen hättest, wie die ewigen Kronen der Heiligen im Himmel glänzen, und mit welcher Herrlichkeit jetzt jene geziert sind, die in dieser Welt einst für verächtlich und sogar des Lebens unwürdig gehalten wurden, du würdest dich sogleich bis in den Staub demütigen und lieber allen untertänig sein als auch nur einem einzigen zu befehlen verlangen. Du würdest dir auch in diesem Leben keine Freudentage zu haben wünschen, sondern dich vielmehr freuen, wegen Gott Trübsal zu leiden und es für den größten Gewinn ansehen, von den Menschen für Nichts gehalten zu werden.

4. O dass du dieses verständest und recht zu Herzen nähmest! Wie würdest du dir getrauen, dich auch nur ein einziges Mal zu beklagen? Sollte man denn für das ewige Leben nicht gerne alle Mühseligkeiten ertragen? Es ist nichts Geringes, das Reich Gottes zu verlieren oder zu gewinnen. Erhebe also deine Augen zum Himmel, betrachte Mich und sieh Meine Heiligen, die in der Welt so heftige Kämpfe auszustehen hatten. Jetzt freuen sie sich mit Mir, sie sind vollkommen getröstet, sind jetzt in einer gänzlichen Sicherheit, ruhen jetzt ohne alle Gefahr und werden in dem Reiche Meines Vaters ewig mit Mir herrschen.

§3.48. Von dem Tage der Ewigkeit und von den Ängsten dieses Lebens.

1. O seliger Aufenthalt in der himmlischen Stadt Jerusalem! O hellschimmernder Tag der Ewigkeit, welchen keine Nacht mehr verfinstert, sondern die höchste Wahrheit immer erleuchtet! Tag der immerwährenden Freude und Sicherheit, der keinen Wechsel kennt! Wollte Gott, jener erwünschte Tag wäre schon angebrochen und alles dieses Zeitliche hätte sich geendet! Er schimmert zwar den Heiligen in einer ewigen und herrlichen Klarheit, aber wir, die wir noch auf dieser Erde pilgern, erblicken seinen Glanz nur von Ferne und gleichsam in einem Spiegel.

2. Die Himmelsbürger wissen, wie freudig jener Tag ist. Die Kinder Evas, die noch im Elende sind, seufzen über dies ihr bitteres und kummervolles Leben. Die Tage dieser Zeit sind kurz und bös, voll Schmerz und Angst, wo der Mensch von vielen Sünden verunreinigt, von vielen bösen Neigungen verstrickt, von vieler Furcht geängstigt, von vielen Sorgen gequält, von vielem Vorwitze zerstreut, in viele Eitelkeiten verwickelt, von vielen Irrtümern verwirrt, von vielen Mühseligkeiten ermüdet, von Versuchungen geplagt, durch die sinnlichen Lüste entkräftet, von Armut endlich gequält wird.

3. Ach, wann werden diese Übel einmal ein Ende nehmen? Wann werde ich von der elenden Dienstbarkeit der Laster befreit werden? Wann werde ich, o Herr, an Dich allein denken? Wann werde ich mich vollkommen in Dir erfreuen? Wann werde ich einmal ungehindert und von der Last des Gemütes und des Leibes befreit die wahre Freiheit genießen? Wann wird einmal ein fester, unzerstörbarer und sicherer Friede, Friede von innen und außen, mir zuteil werden? Gütigster Jesus! Wann werde ich einmal vor Deinem Angesichte stehen, um Dich zu schauen? Wann werde ich die Herrlichkeit Deines Reiches betrachten? Wann wirst Du mir alles in allem sein? O wann werde ich einmal in Dein Reich gelangen, welches Du Deinen Geliebten von Ewigkeit her bereitet hast? Ich armer und vertriebener Flüchtling bin in einem feindlichen Lande zurückgelassen, wo tägliche Kriege und die größten Unglücksfälle mich von allen Seiten umgeben.

4. Tröste mich in meinem Elende, lindere meinen Schmerz, weil sich meine ganze Seele mit inbrünstiger Begierde nach Dir sehnt. Denn was mir immer diese Welt zum Troste anbietet, ist mir zur Last. Ich verlange sehnsuchtsvoll, Dich zu genießen, aber ich kann noch nicht dahin gelangen. Ich verlange, mich nur mit himmlischen Dingen zu beschäftigen, aber die Liebe zum Irdischen, meine bösen noch unabgetöteten Neigungen halten mich zurück. Meine Seele verlangt, sich über alles zu erheben, aber das Fleisch zwingt mich, wider meinen Willen stets zu unterliegen. So streite ich unglückseliger Mensch mit mir selbst und werde mir selbst zur Last, da sich der Geist in die Höhe schwingen will, und das Fleisch in die Tiefe zurücksinkt.

5. Ach, wie hart ist mein innerliches Leiden, wenn mir beim Gebete sogleich eine Menge fleischlicher Gedanken einfällt, wenn ich im Geiste das Himmlische erwäge! Entferne Dich nicht von mir, o mein Gott, und weiche nicht im Zorn von Deinem Diener. Lass Dein Licht gleich einem Blitz erscheinen und zerstreue all diese Blendwerke. Sende Deine Pfeile, damit alle leeren Vorspiegelungen des Feindes vernichtet werden. Sammle all meine Sinne zu Dir, mache, dass ich alles Irdische vergesse, gib mir Gnade, dass ich schnell alle sündhaften Vorstellungen verachte und sie aus dem Gemüte verbanne. Komm mir zu Hilfe, o ewige Wahrheit, damit mich keine Eitelkeit betöre. Komm, himmlische Süßigkeit, alle Unreinheit soll vor Deinem Angesichte weichen! Verzeihe mir auch, o Gott, und erlass es mir barmherzig, so oft ich im Gebete an etwas anderes als an Dich denke. Denn ich bekenne in Wahrheit, dass ich insgemein sehr zerstreut bin. Denn ich bin oft nicht dort, wo ich dem Leibe nach stehe oder sitze, sondern vielmehr dort, wohin ich von meinen Gedanken gezogen werde. Dort bin ich, wo meine Gedanken sind. Meine Gedanken sind aber vielfältig dort, wo das ist, was ich liebe. Was mich natürlicherweise erfreut oder mir wegen langer Gewohnheit gefällt, dieses kommt mir geschwind in den Sinn.

6. Deswegen hast auch Du, o ewige Wahrheit, ausdrücklich gesagt: „Wo dein Schatz ist, da ist auch dein Herz. „ Wenn ich den Himmel liebe, denke ich gerne an himmlische Dinge. Wenn ich die Welt liebe, habe ich eine Freude an den Glückseligkeiten der Welt und betrübe mich über ihre Widerwärtigkeiten. Wenn ich das Fleisch liebe, habe ich oft fleischliche Vorstellungen. Wenn ich den Geist liebe, habe ich eine Freude, an geistliche Dinge zu denken. Denn was ich immer liebe, von diesem rede und höre ich gerne und bringe die Vorstellungen davon mit mir nach Hause. Aber selig ist jener Mensch, welcher allen Geschöpfen aus Liebe zu Dir, o Herr, entsagt, der Natur Gewalt antut und die Begierlichkeit des Fleisches in feurigem Eifer des Geistes kreuzigt, damit er Dir mit ruhigem und heiterem Gemüte ein reines Gebet zum Opfer bringe und würdig werde, den Chören der Engel beizuwohnen, nachdem er alles Irdische, äußerlich und innerlich, von sich verbannt hat.

§3.49. Von der Begierde nach dem ewigen Leben und von den herrlichen Gütern, welche den Kämpfenden verheißen sind.

1. Mein Sohn! Wenn du fühlst, dass dir eine Begierde nach der ewigen Glückseligkeit von oben herab eingegossen wird, und wenn du ein Verlangen trägst, von dem Kerker dieses Leibes befreit zu werden, damit du Meine Herrlichkeit ohne Schatten einer Abwechslung betrachten kannst, so erweitere dein Herz und nimm diese Einsprechung mit der ganzen Begierde deiner Seele auf. Danke nach Möglichkeit der göttlichen Güte, welche so liebreich mit dir umgeht, dich so gütig heimsucht, dir eine so brennende Begierde einflößt und dich so mächtig unterstützt, damit du nicht nach deiner angeborenen Schwere zum Irdischen gezogen wirst. Denn dies ist nicht das Werk deiner Gedanken oder deiner Bemühung, sondern ein Geschenk der himmlischen Gnade und der göttlichen Erbarmung, damit du in der Tugend vorwärts schreitest und dich in der Demut tiefer gründest, damit du dich zu den bevorstehenden Kämpfen vorbereitest und dich befleißt, Mir mit der ganzen Neigung deines Herzens anzuhängen und mit eifrigem Willen zu dienen.

2. Mein Sohn! Oft brennt das Feuer, aber die Flamme steigt nicht ohne Rauch in die Höhe. So brennen auch einige vor Begierde zu himmlischen Dingen und sind doch von der Versuchung fleischlicher Neigungen nicht frei. Deswegen tun sie das, um was sie so inständig bitten, nicht ganz rein zur Ehre Gottes. So ist oft auch deine Begierde beschaffen, von welcher du sagst, dass sie bis zum Ungestüm anhalten werde. Denn das ist nicht rein und vollkommen, was von Eigenliebe befleckt ist.

3. Begehre nicht, was dir erfreulich und bequem, sondern was Mir angenehm ist und zu Meiner Ehre gereicht, denn wenn du recht urteilst, so musst du Meine Anordnung deiner Begierde und allem, wozu du ein Verlangen trägst, vorziehen und ihr nachkommen. Deine Begierde ist Mir genug bekannt und Ich habe deine häufigen Seufzer angehört. Du möchtest schon jetzt in der Freiheit der Kinder Gottes sein. Die ewige Wohnung und das freudenvolle himmlische Vaterland erfreut dich schon jetzt, aber jene Stunde ist noch nicht gekommen, sondern es ist noch eine andere Zeit nämlich die Zeit des Kampfes, die Zeit der Mühseligkeit und der Prüfung. Du wünscht mit dem höchsten Gute erfüllt zu werden, aber noch kannst du nicht dazu gelangen. Ich bin es, harre auf Mich, sagt der Herr, bis das Reich Gottes kommt.

4. Du musst noch auf der Welt geprüft und in vielen Dingen geübt werden. Du wirst zuweilen einen Trost erhalten, aber zur völligen Sättigung nicht kommen. Ermuntere dich also und sei starkmütig sowohl wenn du tätig bist als auch wenn du leidest, was der Natur zuwider ist. Du musst einen neuen Menschen anziehen und ganz anders werden. Du musst oft tun, was du nicht willst, und unterlassen, was du willst. Was anderen gefällt, wird glücklich vonstatten gehen, was aber dir gefällt, wird nicht zustandekommen. Man wird anhören, was andere sagen, was aber du sagst, wird für Nichts geachtet werden. Andere werden bitten, und sie werden empfangen, du wirst auch bitten, aber nichts erhalten.

5. Andere werden bei den Menschen für groß gehalten werden, von dir aber wird man schweigen. Anderen wird dieses oder jenes Geschäft anvertraut werden, dich aber wird man zu allem untauglich erklären. Deine Natur wird sich öfters darüber betrüben, aber es ist schon etwas Großes, wenn du es stillschweigend überträgst. Ein getreuer Diener des Herrn wird oft in diesen und in vielen anderen ähnlichen Dingen geprüft, inwiefern er sich selbst verleugnen und in allen Dingen seinen Willen brechen könne. Es ist kaum etwas, wo es so nötig ist, dir selbst abzusterben, als wenn du Dinge sehen und erdulden musst, welche deinem Willen zuwider sind, besonders dann, wenn dir aufgetragen wird, was unschicklich oder dir nicht nützlich zu sein scheint. Und weil du dir nicht getraust, einer höheren Gewalt zu widerstehen, indem du einem Herrn unterworfen bist, so fällt es dir hart, dich nach dem Winke eines anderen zu richten und deinem eigenen Urteil in allem zu entsagen.

6. Aber bedenke, Mein Sohn, welche Früchte diese Mühseligkeit bringt, wie geschwind sie sich endet und welch übergroße Belohnung du einst dafür zu erwarten hast, und es wird dir nicht schwer fallen, sie zu ertragen, sondern du wirst den süßesten Trost wegen deiner Geduld genießen. Denn zum Lohne, dass du jetzt in einer geringen Sache deinem Willen freudig entsagtest, wird im Himmel alles nach deinem Willen sein. Dort wirst du nämlich alles finden, was du willst, alles, wozu du ein Verlangen tragen kannst. Dort wirst du alles Gute haben ohne Furcht, es jemals zu verlieren. Dort wird dein Wille, welcher allzeit mit dem Meinigen vereinigt sein wird, nichts außer Mir und nicht Eigenes verlangen. Dort wird dir niemand widerstehen, niemand über dich klagen, niemand dich hindern; es wird dir nichts Widriges begegnen, sondern du wirst alles Gewünschte zugleich gegenwärtig haben; dieses wird dein Verlangen stillen und demselben vollkommen genügen. Dort werde Ich die erlittene Schmach mit Herrlichkeit, die Trauer mit Freude vergelten, und statt des letzten niedrigsten Ortes werde Ich einen Sitz in dem ewigen Reiche anweisen. Dort wird die Frucht des Gewissens erscheinen; die Büßer werden sich ihrer überstandenen Mühe freuen und die Demütigen für ihre Unterwerfung herrlich gekrönt werden.

7. Unterwirf dich also jetzt allen mit Demut; bekümmere dich auch nicht, wer dieses oder jenes gesagt oder befohlen hat. Sondern wenn entweder dein Vorgesetzter oder ein Jüngerer oder einer, welcher dir gleich ist, etwas von dir verlangt oder dich an etwas erinnert, so trage alle Sorge, dass du es gut aufnimmst und dich mit Aufrichtigkeit befleißt, dem Verlangen Genüge zu leisten. Einer mag dieses, ein anderer jenes suchen; jener mag sich in jenem, und dieser in diesem rühmen und tausendmal tausend Lobsprüche erhalten. Aber du musst dich weder in diesem noch in jenem freuen, sondern nur in die Verachtung deiner selbst deine Freude setzen und dann frohlocken, wenn alles nach Meinem Wohlgefallen geschieht und Meine Ehre befördert wird. Dies allein musst du wünschen, dass Gott allzeit in dir verherrlicht werde, es mag nun im Leben oder durch den Tod geschehen.

§3.50. Wie sich ein Mensch in der Trostlosigkeit der Hand Gottes übergeben soll.

1. Mein Herr und Gott, Heiliger Vater! Du sollst jetzt und in Ewigkeit gepriesen sein, weil es geschehen ist, wie Du willst, und was Du tust, ist gut. Dein Diener soll sich in Dir, nicht aber in sich selbst, noch in jemand anderem freuen, weil Du, o Herr, allein die wahre Fröhlichkeit, weil du meine Hoffnung und meine Krone, meine Freude und mein Ruhm bist. Was besitzt Dein Diener nicht von Dir was er, und zwar ohne sein Verdienst, empfangen hat? Alles, was Du gegeben und geschaffen hast, ist Dein. Ich bin arm und von Jugend auf in Mühseligkeiten, und meine Seele ist bisweilen so sehr betrübt, dass ich in Tränen zerfließe und wegen der bösen Neigungen, welche in ihr aufsteigen, fällt sie bisweilen in Verwirrung.

2. Ich trage ein heftiges Verlangen nach der Freude des Friedens; ich bitte inständig um den Frieden Deiner Kinder, welche im Lichte des Trostes von Dir erquickt werden. Wenn Du Frieden gibst, wenn Du heilige Freude in das Herz gießt, so wird die Seele Deines Dieners voll Freuden Lobgesänge anstimmen und aus Inbrunst und Andacht nicht aufhören, Dich zu loben. Aber wenn Du Deine süße Gegenwart entziehst, wie Du oft zu tun pflegst, so wird Dein Diener auf dem Wege Deiner Gebote nicht mehr fortwandeln können, sondern er wird sich auf seine Knie werfen und an seine Brust schlagen, weil er nun nicht mehr empfindet, was er gestern und vorgestern empfunden hat, da Dein Licht über seinem Haupte schimmerte, und da Du ihn unter dem Schatten deiner Flügel vor den Anfällen der Versuchungen beschützt.

3. Gerechter und allzeit lobenswürdiger Vater! Die Stunde ist gekommen, dass Dein Diener geprüft werden soll. Liebenswürdiger Vater! Es ist billig, dass Dein Diener zu dieser Stunde etwas für Dich leide. Allzeit ehrwürdiger Vater! Jene Stunde ist gekommen, welche Du schon von Ewigkeit her voraussahst, dass Dein Diener auf kurze Zeit dem äußerlichen Scheine nach unterliege, aber allzeit innerlich bei Dir lebe, dass er auf kurze Zeit verachtet, gedemütigt und vor den Menschen verkleinert, ja sogar von seinen eigenen bösen Neigungen und Gebrechlichkeiten heftig bestritten werde, damit er bei der Morgenröte des neuen Lichtes wieder mit Dir auferstehe und in dem Himmel mit Dir verherrlicht werde. Heiliger Vater! Du hast es so angeordnet und so gewollt, und was Du befohlen hast, das ist geschehen.

4. Denn dies ist eine Gnade, welche Du Deinen Freunden erweist, dass sie in dieser Welt aus Liebe zu Dir leiden und Trübsal ausstehen, so oft und durch wen Du dieses immer zulässt. Ohne Deinen Ratschluss, ohne Deine Vorsicht und ohne weise Ursache geschieht nichts in der Welt. Es ist mir gut, o Herr, dass Du mich gedemütigt hast, damit ich Deine gerechten Anordnungen kennenlerne, mein Herz vor allem Stolz bewahre und in keine Vermessenheit falle. Es ist mir nützlich, dass mein Angesicht mit Beschämung bedeckt wurde, damit ich mehr bei Dir als bei den Menschen Trost suche. Auch habe ich daraus Dein unerforschliches Urteil fürchten gelernt, indem Du den Gerechten wie den Gottlosen züchtigst, aber dennoch nicht wider Billigkeit und Gerechtigkeit.

5. Ich danke Dir, dass Du meiner in meinen Übeln nicht schontest, sondern mir harte Streiche versetztest, mich mit Schmerzen überhäuftest und innerlich und äußerlich mit Ängsten quältest. Unter allen Menschen, welche auf der ganzen Welt sind, ist kein einziger, welcher mich trösten könnte, als Du, mein Herr und Gott, Du himmlischer Arzt der Seelen! Du schlägst und heilst, Du führst bis zum Abgrunde und wieder zurück. Du züchtigst mich zwar, aber selbst Deine väterliche Strafrute unterrichtet mich.

6. Siehe, geliebter Vater, ich bin in Deinen Händen, ich beuge mich unter die Zuchtrute, mit der Du mich besserst. Schlage auf meinen Rücken auf meinen Nacken, damit ich meine Widerspenstigkeit ablege und mich nach Deinem Willen lenke. Mache aus mir einen frommen und demütigen Lehrjünger, wie Du es so oft getan hast, damit ich immer nach Deinem Winke wandle. Ich übergebe mich Dir selbst und all das Meinige, damit Du es verbesserst, denn es ist besser, in dieser als in der anderen Welt gestraft werden. Du weiß alles und nichts ist Dir im menschlichen Herzen verborgen. Dir ist das Zukünftige bekannt, bevor es geschieht, und Du hast nicht nötig, dass Dich jemand lehre oder unterrichte, was in der Welt vorgeht. Du weißt, was zu meinem Fortgange nützlich ist und wieviel die Trübsal beiträgt, mich von dem Roste meiner Sünden zu reinigen. Verfahre mit mir nach Deinem Wohlgefallen, und verachte mich nicht wegen meines sündhaften Lebens, welches niemand besser kennt als Du allein.

7. Lass mich, o Herr, das wissen, was ich wissen soll; das lieben, was liebenswert ist; das loben, was Dir am besten gefällt; das schätzen, was vor Dir kostbar ist; das tadeln, was in Deinen Augen verächtlich ist. Lass nicht zu, dass ich nur nach dem äußerlichen Scheine urteile oder mich in meinen Meinungen nach den Reden unerfahrener Leute richte, sondern über das Sichtbare und Unsichtbare der Wahrheit gemäß entscheide und vor allem erforsche, was Dir wohlgefällig ist.

8. Die Sinne der Menschen täuschen sich oft in ihren Urteilen; es täuschen sich auch die Liebhaber dieser Welt, indem sie nur das Sichtbare lieben. Um was aber ist der Mensch besser, wenn er von anderen Menschen höher geachtet wird? Der Falsche betrügt den Falschen, der Eitle den Eitlen, der Blinde den Blinden, der Schwache den Schwachen, da er ihn lobt, und in der Tat, wer einen anderen ohne Ursache lobt, beschämt ihn vielmehr. Denn, wie der demütige hl. Franziskus Seraphikus sagt: „Ein jeder ist nur das, was er in Deinen Augen ist, und nichts weiter.“

§3.51. Man muss sich an kleine Tugendübungen halten, wenn man sich mit den höheren nicht beschäftigen kann.

1. Mein Sohn! Du kannst das inbrünstige Verlangen nach Tugend nicht immer bei dir unterhalten noch dich beständig mit hoher Beschaulichkeit beschäftigen, sondern du must dich wegen des angeborenen Verderbens bisweilen zu niedrigen Dingen herablassen und die Last dieses vergänglichen Lebens auch wider deinen Willen und mit Ekel tragen. Solange du im sterblichen Leibe wandelst, wirst du Traurigkeit und Betrübnis des Herzens empfinden. In diesem Fleische musst du also oft über die Last des Fleisches seufzen, weil du den geistlichen Übungen und der Betrachtung göttlicher Dinge nicht ohne Unterlass obliegen kannst.

2. In solchen Umständen ist es für dich nützlich, dass du zu niedrigen und äußerlichen Tugendübungen deine Zuflucht nimmst und dich in Ausübung guter Werke zu trösten suchst, dass du Meine Ankunft und die Heimsuchung von oben mit festem Vertrauen erwartest und dein Elend und die Trockenheit des Gemütes geduldig erträgst, bis du wieder von Mir heimgesucht und von allen Ängsten befreit wirst. Denn Ich werde bewirken, dass du die Mühseligkeiten vergessen und innere Ruhe genießen können wirst. Ich werde den Sinn der Heiligen Schrift wie ein weites Feld vor dir öffnen, damit sich dein Herz erweitere und du anfängst, auf dem Wege Meiner Gebote zu wandeln. Und dann wirst du sagen: „Wahrlich, die Leiden dieser Zeit sind mit der künftigen Herrlichkeit, welche an uns wird offenbar werden, nicht zu vergleichen.“

§3.52. Der Mensch soll sich nicht des Trostes, sondern vielmehr der Strafe würdig halten.

1. O Herr, ich bin Deines Trostes oder einer innerlichen Heimsuchung nicht würdig, und deswegen handelst Du gerecht mit mir, wenn Du mich in meiner Armut und Trostlosigkeit lässt. Denn wenn ich auch ein ganzes Meer von Bußtränen weinen sollte, so wäre ich doch Deines Trostes noch nicht würdig. Ich habe Dich schwer und oft beleidigt und viele Sünden begangen, deswegen habe ich nichts anderes als Züchtigung und Strafe verdient. Wenn ich also den wahren Grund untersuche, so muss ich bekennen, dass ich nicht des geringsten Trostes würdig bin. Aber Du, gütiger und barmherziger Gott, willst nicht, dass Deine Werke zugrunde gehen, und um den Reichtum Deiner Güter an den Gefäßen Deiner Barmherzigkeit zu zeigen, würdigst Du Dich sogar, Deinen Diener ohne alle seine Verdienste zu trösten, auf eine Weise, welche allen menschlichen Trost übertrifft, denn Deine Tröstungen sind nicht wie menschlicher Zuspruch.

2. Was habe ich getan, o Herr, dass Du mich mit himmlischem Troste heimgesucht hast? Ich erkenne, dass ich nichts Gutes getan habe, sondern dass ich immer zum Sündigen geneigt und zur Besserung träge gewesen bin. Es ist wahr und ich kann es nicht leugnen. Wenn ich anders reden würde, so würdest Du mich Lügen strafen und niemand könnte mich verteidigen. Was habe ich wohl durch meine Sünden verdient als die Hölle und das ewige Feuer? Ich muss es in Wahrheit bekennen, dass ich allen Spottes und aller Verachtung würdig bin und nicht verdiene, unter Deine andächtigen Diener gezählt zu werden. Und obwohl ich dieses ungern höre, so will ich doch, wie es die Wahrheit fordert, wider mich selbst Zeugnis geben und mich wegen meiner Sünden anklagen, damit ich mich eher würdig mache, Barmherzigkeit bei Dir zu erlangen.

3. Ich bin schuldig und voll der Beschämung, mehr zu sagen als: Ich habe gesündigt, o Herr, ich habe gesündigt, erbarme Dich meiner, verzeihe mir! Gestatte mir nur noch kurze Zeit, dass ich mein Elend beweine, bevor ich in das finstere, mit dem Schatten des Todes bedeckte Land hinziehe. Was forderst Du so sehr von einem schuldigen und elenden Sünder, als dass er seine Sünden bereue und sich wegen seiner Laster demütige? Aus einer aufrichtigen Reue und Demut entspringt die Hoffnung der Verzeihung; das geängstigte Gewissen erlangt wieder Ruhe, die verlorene Gnade wird wieder gefunden und der Mensch vor dem künftigen Zorne beschützt; Gott und die bußfertige Seele begegnen sich im heiligen Friedenskusse.

4. Eine demütige Reue über die Sünden ist Dir, o Herr, ein angenehmes Opfer, das vor Dir einen viel herrlicheren Geruch hat, als das Opfer des Rauchwerkes. Diese Reue ist jene köstliche Salbe, welche Du auf Deine heiligen Füße hast gießen lassen wollen, denn ein zerknirschtes und gedemütigtes Herz hast Du noch nie verachtet. Da findet man Zuflucht wider den Zorn des Feindes. Da werden alle Fehler, welche man begangen hat, wieder gebessert, und die Makeln, mit denen man sich verunreinigt hat, wieder abgewaschen.

§3.53. Die Gnade Gottes kann mit der Liebe zu irdischen Dingen nicht bestehen.

1. Mein Sohn! Meine Gnade ist kostbar, sie kann mit der Liebe zu äußerlichen Dingen und mit den irdischen Tröstungen nicht bestehen. Du musst also alle Hindernisse der Gnade wegräumen, wenn du verlangst, dass sie dir gegeben werde. Wähle dir einen einsamen Ort und halte dich gerne allein auf; suche auch keine Gelegenheit, dich mit anderen von unnützen Dingen zu unterreden, sondern beschäftige dich vielmehr mit Gott in andächtigem Gebete, damit du in immerwährender Sammlung des Gemütes leben und dein Gewissen allzeit rein erhalten mögest. Achte die ganze Welt für nichts; ziehe den Umgang mit Gott allem Äußerlichen vor, denn du kannst dich nicht zugleich mit Mir unterhalten und die vergänglichen Freuden genießen. Du musst dich von deinen Bekannten und geliebten Freunden trennen und dich selbst alles zeitlichen Trostes berauben. So ermahnt und bittet der hl. Apostel Petrus die Christen, dass sie sich in dieser Welt als Fremdlinge und Pilger ansehen und allem entsagen sollten.

2. Welch großes Vertrauen wird nicht jener auf dem Totenbett haben, der von keiner Neigung zu einer Sache mehr in der Welt zurückgehalten wird? Aber ein von allen Dingen so losgeschältes Herz zu haben ist über die Kraft des noch schwachen Gemütes, und der sinnliche Mensch kennt die Freiheit eines inneren Menschen nicht. Und doch, wenn er ein wahrhaft geistliches Leben führen will, muss er allen Menschen, Verwandten und nicht Verwandten entsagen und sich vor niemand sorgfältiger als vor sich selbst hüten. Denn wenn du einmal dich selbst vollkommen überwunden hast, so wirst du alles übrige leicht überwinden. Der vollkommene Sieg besteht aber darin, dass man über sich selbst herrsche. Denn wer sich selbst in Unterwürfigkeit zu erhalten weiß, so, dass die Sinnlichkeit der Vernunft und die Vernunft Mir in allen Dingen gehorcht, der ist wahrhaft ein Überwinder seiner selbst und ein Herr der ganzen Welt.

3. Suchst du nun diesen Gipfel der Vollkommenheit zu erreichen, so musst du großmütig anfangen und die Axt an die Wurzel setzen, damit du die unordentliche Neigung zu dir selbst, zu allem Eigennutz und zu allen irdischen Gütern ausrottest und vertilgst. Von diesem Fehler, von der unordentlichen Liebe nämlich, welche der Mensch zu sich selbst trägt, hängt fast alles ab, was der Mensch überwinden und ausrotten muss. Ist dieser Feind einmal bezwungen und zur Ruhe gebracht, so wird sogleich tiefer Friede und süße Ruhe folgen. Aber weil nur wenige sich die Mühe geben, sich selbst vollkommen abzusterben und ganz aus sich herauszutreten, so bleiben sie auch beständig in sich selbst verwickelt und können ihren Geist nicht erheben. Wer aber Verlangen trägt, in Freiheit des Geistes mit Mir zu wandeln, der muss alle seine bösen und unordentlichen Neigungen abtöten und keinem Geschöpfe aus Eigenliebe anhängen.

§3.54. Von den verschiedenen Regungen der Natur und der Gnade.

1. Mein Sohn! Merke fleißig auf die Regungen der Natur und der Gnade, denn diese Regungen sind einander sehr entgegen und so fein, dass sie nur der, welcher Kenntnis vom innerlichen Leben hat und vollkommen erleuchtet ist, unterscheiden kann. Es streben zwar alle nach dem Guten, sie glauben auch, dass sie bei ihren Reden und Handlungen etwas Gutes zum Ziel haben, deswegen werden viele unter dem Scheine des Guten betrogen.

2. Die Natur ist schlau und bringt viele auf ihre Seite, verstrickt und betrügt sie und hat immer nur sich selbst zum Endzweck. Aber die Gnade wandelt mit Aufrichtigkeit, entfernt sich von allem bösen Scheine, legt niemand Fallstricke, tut alles nur wegen Gott, sieht Gott als ihr letztes Ziel an und sucht ihre endliche Ruhe allein in Ihm.

3. Die Natur will sich selbst nicht absterben, will nicht unterdrückt oder überwunden werden, sie will nicht untertänig sein und sich freiwillig unter das Joch des Gehorsams bringen lassen. Die Gnade aber ist beflissen, sich selbst abzutöten; sie widersteht der Sinnlichkeit; sie sucht sich dem Gehorsam zu unterwerfen; sie verlangt überwunden zu werden und will nicht nach ihrer eigenen Freiheit handeln; sie liebt die Zucht und verlangt über niemand zu herrschen, sondern allzeit unter der Anleitung Gottes zu leben, zu wandeln und zu sein; sie ist auch bereit, sich wegen Gott allen Geschöpfen mit Demut zu unterwerfen.

4. Die Natur bemüht sich für ihren Vorteil; sie gibt acht, was für ein Nutzen ihr von anderen zuwachse. Die Gnade aber bedenkt nicht, was für sie nützlich oder vorteilhaft sei, sondern ist vielmehr auf das bedacht, was vielen ersprießlich ist.

5. Die Natur nimmt gern Ehre und Ehrenbezeigungen von anderen an; die Gnade aber eignet alle Ehre und allen Ruhm Gott zu.

6. Die Natur fürchtet Beschämung und Verachtung; die Gnade aber freut sich, um Jesu willen Schmach zu leiden.

7. Die Natur liebt Müßiggang und leibliche Ruhe; die Gnade aber kann nicht müßig sein, sondern übernimmt freiwillig Arbeit.

8. Die Natur strebt nach seltenen und schönen Dingen und verabscheut das Schlechte und Geringe. Die Gnade aber hat Freude am Einfachen und Demütigen, verachtet das Raue nicht und weigert sich nicht, alte und abgenützte Kleider zu tragen.

9. Die Natur sieht auf das Zeitliche, sie freut sich wegen eines irdischen Gewinnes, sie trauert über einen Schaden, sie wird durch jedes beleidigende Wort aufgebracht. Die Gnade aber ist für das Ewige besorgt; sie klebt nicht am Zeitlichen; der Verlust irdischer Güter beunruhigt sie nicht; sogar die empfindlichsten Worte können sie nicht erbittern, denn ihr Schatz und ihre ganze Freude ist im Himmel, wo nichts zugrunde geht.

10. Die Natur ist begierig und empfängt lieber als sie gibt; sie liebt ihr Eigentum und was ihr besonders zugehört. Die Gnade aber ist wohltätig und mitteilend; sie vermeidet das Sonderbare; sie begnügt sich mit wenigem und hält das Geben für seliger als das Nehmen.

11. Die Natur neigt sich zu den Geschöpfen, zur Eigenliebe, zur Eitelkeit und zu weltlichen Unterredungen. Die Gnade aber führt zu Gott und zur Tugend; sie entsagt den Geschöpfen, flieht die Welt, hasst die Begierden des Fleisches, enthält sich von Zerstreuungen und unnötiger Gesellschaft und zeigt eine bescheidene Schamhaftigkeit, wenn sie öffentlich erscheinen muss.

12. Die Natur hat gern äußerlichen Trost, um sich auf sinnliche Weise zu freuen. Die Gnade aber sucht ihren Trost nur bei Gott; sie will sich nicht in sichtbaren Dingen, sondern nur in dem höchsten Gute freuen.

13. Die Natur tut alles wegen ihres eigenen Nutzens und Vorteils; sie kann nichts unentgeltlich tun, sondern hofft, für ihre Wohltaten entweder eine gleiche oder noch größere Wohltat oder Lob und Gunst zur Belohnung zu erhalten; sie verlangt, dass man ihre Taten und ihre Geschenke hochschätze. Die Gnade aber sucht nichts Zeitliches, sie begehrt keinen anderen Lohn als Gott allein und verlangt zum Unterhalte des Lebens nicht mehr zu haben als was dienlich ist, um das Ewige zu erlangen.

14. Die Natur freut sich über eine große Anzahl von Freunden und Verwandten, rühmt sich des Adels und der hohen Geburt, gibt dem Mächtigen Beifall, schmeichelt dem Reichen, lobt Ihresgleichen. Die Gnade aber liebt sogar die Feinde; sie wird nicht stolz auf die Menge ihrer Freunde; sie achtet Adel und hohe Abkunft nicht, wenn nicht Tugend damit verbunden ist; sie begünstigt mehr die Armen als die Reichen; sie hat größeres Mitleid mit Unschuldigen, als mit Mächtigen; sie freut sich mit den Liebhabern der Wahrheit, nicht mit den Betrügern; sie ermahnt stets die Guten, nach den besten Gaben zu streben und dem Sohne Gottes in den Tugenden nachzufolgen.

15. Die Natur beklagt sich gern über Mangel und Beschwerden; die Gnade erträgt standhaft die Armut.

16. Die Natur eignet alles sich selbst zu, kämpft und streitet für sich. Die Gnade aber führt alles wieder zu Gott, von welchem ursprünglich alles herkommt; sie schreibt sich selbst nichts Gutes zu; sie handelt nicht stolz oder vermessen; sie zankt nicht und zieht ihre Meinung anderen nicht vor, sondern unterwirft ihre Meinung und ihren Verstand allzeit der ewigen Weisheit und dem göttliche Urteile. Die Natur verlangt Geheimnisse zu erfahren und Neuigkeiten zu hören, sie will sich äußerlich zeigen und vieles durch ihre Sinne vernehmen; sie strebt bekannt zu werden, durch ihre Taten Lob zu erhalten und Bewunderung zu erwecken; die Gnade aber gibt sich keine Mühe, Neuigkeiten innezuwerden oder seltsame Dinge zu erfahren, denn alles dieses entsteht aus dem alten Verderben, indem ja doch nichts Neues und Dauerhaftes auf der Welt zu finden ist. Sie lehrt also die Sinne im Zaume halten; eitles Wohlgefallen an sich selbst und Stolz fliehen; was man loben und billig bewundern sollte, mit Demut verbergen, bei allen Dingen und in jeder Wissenschaft das suchen, was uns zum Heile, Gott aber zum Lobe und zur Ehre gereicht. Sie will nicht, dass sie oder ihre Werke gelobt werden, sondern wünscht, dass Gott, welcher dem Menschen alles nur aus Güte zukommen lässt, in Seinen Gaben gepriesen werde.

17. Diese Gnade ist ein übernatürliches Licht und eine besondere Gabe Gottes; sie ist eigentlich ein Kennzeichen der Auserwählten und ein Unterpfand des ewigen Heiles. Diese Gnade erhebt den Menschen über alles Irdische und flößt ihm Liebe zum Himmlischen ein; sie bildet ihn aus einem fleischlichen Menschen zu einem geistigen um. Je mehr also die Natur durch Abtötung unterdrückt und überwunden wird, desto mehr Gnade wird die Seele erhalten, und desto mehr wird sich der innere Mensch durch neue Heimsuchungen nach dem Ebenbilde Gottes umwandeln.

§3.55. Von dem Verderben der Natur und von der Wirksamkeit der Gnade.

1. O Herr, mein Gott! Du hast mich nach Deinem Ebenbilde und nach Deiner Ähnlichkeit erschaffen und mir gezeigt, wie mächtig Deine Gnade und wie notwendig sie mir zu meinem Heile ist. Gib mir sie also, damit ich meine äußerst böse Natur, welche mich zur Sünde verleitet und ins Verderben stürzt, überwinden möge. Denn ich empfinde in meinem Fleische das Gesetz der Sünde, welches dem Gesetz meines Geistes widerspricht und mich wie einen Gefangenen dahin schleppt, sodass ich gar oft der Sinnlichkeit nachgebe. Ich kann ihren bösen Neigungen nicht widerstehen, wenn nicht Du mein Herz mit Deiner heiligen Gnade stärkst und mir beistehst.

2. Deine Gnade, und große Gnade ist nötig, damit die Natur, welche von Jugend auf zum Bösen geneigt ist, überwunden werde. Denn weil sie durch den ersten Menschen gefallen und durch die Sünde verderbt ist, so ist die Strafe dieses Verderbens auf alle Menschen gekommen, so zwar, dass jetzt die Natur selbst, die Du doch gut und ursprünglich in Gerechtigkeit erschaffen hattest, für Sünde und Schwäche gilt, weil ihre Triebe, sich selbst überlassen, zum Bösen und zu irdischen Dingen verleiten. Denn jene geringe Kraft, welche noch übriggeblieben ist, gleicht einem Feuerfunken, welcher in Asche verborgen liegt. Und dieser Funke ist nichts anderes als die natürliche Vernunft, die mit dichter Finsternis umgeben zwar das Gute vom Bösen, das Wahre vom Falschen unterscheiden kann, obwohl sie unfähig ist, das zu vollbringen, was sie gut heißt und noch nicht die Wahrheit im hellen Lichte sieht oder in ihren Neigungen vom Verderben frei ist.

3. Daher kommt es, o Gott, dass ich mich zwar nach dem inneren Menschen an Deinem Gesetze erfreue, indem ich weiß, dass Deine Gebote gut, gerecht und heilig sind und alles Böse und Sündhafte zu fliehen gebieten; dem Fleische nach aber dem Gesetze der Sünde diene, weil ich mehr der Sinnlichkeit als der Vernunft gehorche, das Gute zwar wünsche, aber nicht vermag, es zu vollbringen. Deswegen mache ich oft viele gute Vorsätze, aber weil mir die Gnade, welche meiner Schwachheit zu Hilfe kommen sollte, mangelt, so weiche ich bei jedem Widerstand zurück und stehe von meinem Vorhaben ab. Daher geschieht es, dass ich zwar den Weg der Vollkommenheit erkenne und deutlich genug sehe, wie ich wandeln sollte, aber, von der Last meines eigenen Verderbens niedergedrückt, mich nicht zur Vollkommenheit emporschwinge.

4. O wie überaus notwendig ist mir Deine Gnade, o Herr, um Gutes anzufangen, fortzusetzen und zu vollenden! Denn ohne Gnade kann ich nichts tun, in Dir aber vermag ich alles, wenn Du mich durch Deine Gnade stärkst. O wahrhaft himmlische Gnade, ohne welche alle eigenen Verdienste und alle Gaben der Natur keinen Wert haben! Künste, Reichtümer, Schönheit, Stärke, Verstand, Beredsamkeit gelten ohne die Gnade nichts vor Dir, o Herr! Denn die Gaben der Natur sind den Guten und Bösen gemein, aber die Gnade oder die Liebe ist die eigentümliche Gabe der Auserwählten. Sind sie mit dieser geziert, so werden sie des ewigen Lebens für würdig gehalten. Diese Gnade ist so sehr über alles erhaben, dass weder die Gabe der Weissagung, noch die Kraft Wunder zu wirken, noch was immer für eine hohe Erkenntnis, ohne sie Achtung verdient. Ja sogar der Glaube, die Hoffnung und die übrigen Tugenden sind Dir ohne die Liebe und Gnade nicht angenehm.

5. O höchst selige Gnade! Die Armen im Geiste machst Du an Tugenden reich und jenen, welche Überfluss an Gütern haben, flößt Du wahre Demut des Herzens ein! O komm, steige zu mir herab und erfülle mich sogleich mit Deinem Troste, damit meine Seele nicht vor Mattigkeit und innerlicher Trockenheit schwach werde. Ich bitte Dich, o Herr, lass mich vor Deinem Angesichte Gnade finden, denn Deine Gnade genügt mir, wenn ich schon alles übrige, wonach die Natur Verlangen trägt, nicht erhalte. Wenn ich versucht und von vielen Trübsalen geängstigt werde, will ich doch kein Übel fürchten, wenn nur Deine Gnade mir beisteht. Sie ist meine Stärke sie wird mir Rat und Hilfe verschaffen. Sie ist mächtiger als alle Feinde und übertrifft an Weisheit alle Weisen.

6. Sie ist die Lehrerin der Wahrheit und die Mutter der Zucht, das Licht des Herzens und der Trost in Bedrängnis; sie vertreibt die Traurigkeit, benimmt die Furcht, nährt die Andacht und bringt Tränen hervor. Was bin ich ohne die Gnade anderes als ein dürres Holz und ein unnützer, verwerflicher Stamm? Darum, o Herr, komme mir Deine Gnade stets zuvor und folge mir nach; sie leite mich, dass ich in Ausübung guter Werke beständig verharre, durch Jesus Christus Deinen Sohn. Amen.

§3.56. Wir müssen uns selbst verleugnen und Christus durch das Kreuz nachfolgen.

1. Mein Sohn! Je mehr es dir gelingt, aus dir selbst herauszugehen, desto mehr wirst du in Mich eingehen. Wie man zum inneren Frieden kommt, wenn man von außen nichts verlangt, so gelangt man auch zur Vereinigung mit Gott, wenn man sich selbst innerlich verlässt. Ich will, dass du dich selbst nach Meinem Willen vollkommen ohne Widerrede und ohne Klage verleugnen lernst. Folge Mir nach; Ich bin der Weg, die Wahrheit und das Leben. Ohne Weg kann man nicht wandeln, ohne Wahrheit gibt es keine Erkenntnis, und ohne Leben kann man nicht leben. Ich bin der Weg, auf welchem du wandeln musst; Ich bin die Wahrheit, welche du glauben musst; Ich bin das Leben, welches du hoffen musst; Ich bin der Weg ohne Fehl, die Wahrheit ohne Trug, das Leben ohne Ende. Ich bin der richtigste Weg und die höchste Wahrheit; Ich bin das wahre, selige und unerschaffene Leben. Wenn du auf Meinem Wege bleibst, so wirst du die Wahrheit erkennen; die Wahrheit wird dich frei machen, und du wirst zum ewigen Leben gelangen.

2. Willst du zum Leben eingehen, so halte die Gebote. Willst du die Wahrheit erkennen, so glaube Mir. Willst du vollkommen sein, so verkaufe alles. Willst du Mein Lehrjünger sein, so verleugne dich selbst. Willst du zum ewigen Leben gelangen, so verachte das gegenwärtige. Willst du im Himmel erhöht werden, so erniedrige dich selbst auf der Welt. Willst du mit Mir herrschen, so trage auch das Kreuz mit Mir. Denn nur die Diener des Kreuzes finden den Weg zur Glückseligkeit und zum wahren Lichte.

3. O Herr Jesus Christ! Du führst ein strenges und vor der Welt verachtetes Leben. Gib mir die Gnade, dass auch ich von der Welt verachtet werde und Dir nachfolge. Denn der Knecht ist nicht mehr als sein Herr, und der Schüler nicht über seinem Meister. Ich bin Dein Diener; ich muss also Dein Beispiel beständig vor Augen haben und mein Leben nach dem Deinigen einrichten; denn da ist mein Heil und die wahre Heiligkeit. Was ich sonst immer lese oder höre, kann mir keine Erquickung und keine vollkommene Freude verschaffen.

4. Mein Sohn! Du weißt nun dieses und hast alles gelesen; selig wirst du sein, wenn du es im Werke vollziehst. Wer Meine Gebote hat und sie hält, der liebt Mich; Ich werde auch ihn lieben und Mich ihm offenbaren, und Ich werde ihm in dem Reiche Meines Vaters einen Sitz zubereiten, wo er mit Mir herrschen wird.

5. O Jesus, mein Herr und Seligmacher! Ja, wie Du es gesagt und verheißen hast, so soll es auch geschehen, und mit Deiner Gnade will ich die versprochene Glückseligkeit zu verdienen trachten. Ich habe das Kreuz auf mich genommen, habe es von Deiner Hand empfangen; ich will es tragen und will es bis in den Tod tragen, wie Du mir dasselbe auferlegt hast. Das Leben eines eifrigen Dieners Gottes ist wahrhaft ein Kreuz, aber es führt ins Paradies. Der Anfang ist gemacht, zurückkehren darf ich nicht mehr, und die Bürde wieder ablegen ziemt sich nicht.

6. Wohlan denn, meine Brüder, wir wollen miteinander auf dem angetretenen Wege fortwandeln; Jesus wird mit uns sein. Wegen Jesus haben wir dieses Kreuz auf uns genommen; wegen Jesus wollen wir es beständig tragen. Jesus ist unser Führer, Er geht voran, Er wird unser Helfer sein. Sehet, unser König zieht vor unser her, Er wird für uns streiten. Wir wollen Ihm beherzt nachfolgen; niemand lasse sich von einem leeren Schrecken einnehmen; halten wir uns gefasst, tapfer im Streite zu sterben, und beflecken wir unsere Ehre nicht, dass wir vor dem Kreuze fliehen.

§3.57. Man muss nicht zu kleinmütig werden, wenn man in einige Fehler fällt.

1. Mein Sohn! Ich habe größeres Wohlgefallen an Geduld und Demut zur Zeit der Widerwärtigkeit als an häufigem Troste und zärtlicher Andacht zur Zeit des Glückes. Warum wirst du sogleich betrübt, wenn man auch nur etwas Unbedeutendes wider dich aussagt? Du hättest dich nicht beunruhigen lassen sollen, wenn es auch etwas Wichtigeres gewesen wäre. Aber nun lass der Sache ihren Lauf; es ist nicht das erste Mal; es ist auch nichts Neues, und wenn du länger leben wirst, so wird es auch nicht das letzte Mal sein. Du bist standhaft genug, solange dir nichts Widriges begegnet. Du weißt anderen gut zu raten und ihnen Mut einzusprechen, aber sobald eine unvermutete Trübsal über dich kommt, so ist dein ganzer Mut dahin, und du weißt dir nicht mehr zu helfen. Erwäge deine große Gebrechlichkeit, welche du so oft, auch bei geringen Vorfällen, erfährst, doch wenn dieses oder etwas Ähnliches geschieht, so geschieht es nur zu deinem Heile.

2. Schlage es dir so gut du kannst aus dem Sinne, und wenn es dich auch ergreift, so musst du nicht allen Mut verlieren oder dich zu sehr der Schwermut überlassen. Übertrage es wenigstens mit Geduld, wenn du es nicht mit Freuden übertragen kannst. Wenn du es schon nicht gern hörst, und wenn du empfindest, das du zur Ungeduld angetrieben wirst, so tue dir Gewalt an und lass kein unschickliches Wort aus deinem Munde kommen, wodurch du den Kleinen Ärgernis geben könntest. Wenn du auch in eine Unruhe gefallen bist, so wird sie sich doch bald heben, der innerliche Schmerz und die Bitterkeit des Herzens werden weichen, sobald die Gnade wieder zurückkehrt. „Ich lebe noch, spricht der Herr, und bin bereit, dir zu helfen und dich mehr als je mit Trost zu erfüllen, wenn du dein Vertrauen auf Mich setzt und Mich mit Andacht anrufst.“

3. Sei starkmütig und mache dich auf noch größere Beschwerden gefasst. Es ist nicht alles verloren, wenn schon viel Trübsal über die kommt oder wenn du in schwere Versuchungen fällst. Du bist ein Mensch und nicht Gott; du bist Fleisch und kein Engel. Wie solltest du stets in dem nämlichen Stande der Tugend verharren, da weder die Engel im Himmel, noch die ersten Menschen im Paradies verharrten? Ich tröste die Trauernden und richte sie wieder auf, und die ihre Schwachheit erkennen, ziehe Ich zu Meiner Gottheit empor.

§3.58. Man muss die hohen Geheimnisse und die verborgenen Urteile Gottes nicht vorwitzig erforschen.

1. Mein Sohn! Hüte dich, über hohe Dinge und die verborgenen Urteile Gottes zu streiten; warum zum Beispiel dieser so verlassen, dagegen jenem eine so vorzügliche Gnade gegeben wird: oder warum dieser so hart gedrückt und jener so sehr erhöht wird. Dieses übersteigt allen menschlichen Verstand. Der Mensch kann mit all seiner Vernunft und Einsicht das göttliche Urteil nicht ergründen. Wenn dir also der Feind so etwas in den Sinn gibt, oder wenn dich vorwitzige Leute darum fragen, so antworte ihnen mit folgenden Worten des königlichen Propheten: „Herr! Du bist gerecht und recht ist Dein Gericht.“ Und mit jenen: „Die Gerichte des Herrn sind wahrhaft, gerechtfertigt in sich selbst.“ Meine Gerichte muss man fürchten und nicht erforschen, weil sie dem menschlichen Verstand unbegreiflich sind.

2. Du musst auch nicht nachforschen über die Verdienste der Heiligen, noch darüber grübeln, welcher aus ihnen den anderen an Heiligkeit übertrifft, oder welcher im Himmelreich größer sei. Denn dies erzeugt gar oft Streitigkeiten und unnütze Zänkereien und nährt die Hoffart und Eitelkeit, daraus entspringt Neid und Uneinigkeit, indem einer diesen Heiligen, ein andere jenen, nicht sowohl aus Andacht als auch Hochmut zu erheben und vorzuziehen sich bemüht. Die Begierde aber, so etwas zu wissen und zu ergründen, bringt keinen Nutzen, sondern missfällt vielmehr den Heiligen, weil Ich kein Gott der Zwietracht, sondern ein Gott des Friedens bin. Der Friede aber besteht mehr in wahrer Demut als in eitler Selbsterhöhung.

3. Einige Menschen haben aus einer gewissen eifernden Liebe größere Neigung zu diesem als zu jenem Heiligen, doch ist diese Liebe mehr menschlich als göttlich. Ich bin es, der alle Heiligen geschaffen hat; Ich habe ihnen die Gnade gegeben und sie mit Herrlichkeit gekrönt. Mir sind die Verdienste eines jeden bekannt; Ich bin ihnen mit den Segnungen Meiner Liebe zuvorgekommen. Ich wusste Meine Geliebten schon von Ewigkeit her; Ich habe sie aus den übrigen Menschen erwählt, nicht sie haben Mich erwählt. Ich habe sie durch die Gnade berufen und aus Barmherzigkeit an Mich gezogen; Ich habe sie endlich durch verschiedene Versuchungen zum vorgesteckten Ziele geführt. Ich habe sie mit unbeschreiblichem Troste erfüllt, ihnen die Gnade der Beharrlichkeit gegeben und ihre Geduld gekrönt.

4. Ich kenne den Ersten und den Letzten und umfange alle mit unbeschreiblicher Liebe. In allen Heiligen muss Ich gelobt, über alles gepriesen und in jedem aus ihnen geehrt werden, weil Ich sie ohne alle ihre vorhergehenden Verdienste zu einer so großen Herrlichkeit erhoben und bestimmt habe. Wer also einen dieser Meiner Geringsten verachtet, der ehrt auch den Großen nicht, denn Ich habe den Kleinen wie den Großen gebildet. Und wer einen aus den Heiligen entehrt, der entehrt auch Mich und alle, die im Himmelreich sind. Alle sind eins durch das Band der Liebe, alle haben gleiche Gesinnungen, gleichen Willen, alle lieben einander gegenseitig.

5. Ja was noch weit mehr ist, so lieben sie Mich viel mehr als sich selbst und ihre Verdienste. Denn weil sie über sich selbst erhaben und von aller Eigenliebe befreit sind, so ergeben sie sich ganz Meiner Liebe, welche sie in einer unzerstörbaren Ruhe genießen. Nichts kann sie mehr davon abwenden oder zu niedrigeren Sachen hinziehen, weil sie die ewige Wahrheit im vollen Lichte schauen und von dem Feuer einer unauslöschlichen Liebe brennen. Jene fleischlichen und sinnlichen Menschen, die nur ihre eigenen Freuden zu lieben wissen, sollen also schweigen und sich nicht unterstehen, von dem Zustande der Heiligen zu reden. Denn sie setzen hinzu und nehmen hinweg, wie es ihnen ihre Neigung ein gibt, nicht wie des der ewigen Wahrheit gefällt.

6. Viele sind unwissend, vorzüglich jene, die aus Mangel der Erleuchtung selten jemand auf eine vollkommene und geistliche Weise zu lieben wissen Sie sind diesen oder jenen Großen aus natürlicher Neigung und menschlicher Freundschaft zugetan, und wie es bei ihnen in dieser Welt zugeht, so stellen sie sich auch das Himmelreich vor. Aber es ist ein ungleich größerer Unterschied zwischen den eingebildeten Vorstellungen der Unvollkommenen und zwischen jener Erkenntnis, welche erleuchtete Seelen durch himmlische Offenbarung erhalten haben.

7. Hüte dich also, Mein Sohn, von diesen Dingen, welche deine Wissenschaft übertreffen, vorwitzig zu reden, sorge vielmehr und wende alle Mühe an, dass du wenigstens den untersten Platz im Himmelreich erlangst. Und wenn jemand auch wüsste, wer heiliger oder größer im Himmelreich ist, was würde ihm dieses nützen, wenn er nicht daraus Anlass nähme, sich desto mehr vor Mir zu demütigen und Meinen Namen umso mehr zu loben? Der erweist Gott ein viel größeres Wohlgefallen, welcher ernstlich zu Gemüte führt, wie viele und schwere Sünden er begangen, welch schlechten Fortgang er in der Tugend gemacht und wie weit er noch von der Vollkommenheit der Heiligen entfernt ist als jener, der über ihre höhere oder geringere Heiligkeit streitet. Es ist viel besser, mit andächtigem Gebete und mit Tränen zu den Heiligen seine Zuflucht nehmen und ihre mächtige Fürbitte mit Demut anrufen, als das, was uns von ihnen unbekannt ist, durch eitles Nachforschen zu ergründen suchen.

8. Die Heiligen im Himmel sind zufrieden und vollkommen vergnügt, wenn nur auch die Menschen sich begnügen und mit ihren leeren Reden schweigen möchten. Sie rühmen sich nicht wegen ihrer eigenen Verdienste, weil sie sich selbst nichts Gutes zuschreiben, sondern alles als eine Gabe von Mir ansehen, indem Ich ihnen alles aus unendlicher Liebe geschenkt habe. Sie sind von der göttlichen Liebe und einer unbegreiflichen Freude so voll, dass ihrer Herrlichkeit und Seligkeit nichts fehlt und fehlen kann. Alle Heiligen, je erhabener sie in der Herrlichkeit sind, desto demütiger sind sie in sich selbst, desto mehr nähern sie sich Mir, und desto inniger liebe Ich sie. Deswegen steht geschrieben: „Sie legten ihre Kronen vor Gott nieder, fielen vor dem Lamme auf ihr Angesicht und beteten Den an, der da lebt von Ewigkeit zu Ewigkeit.“

9. Viele erforschen vorwitzig, wer der Größere im Reiche Gottes sei, ungeachtet sie nicht wissen, ob sie einst würdig sein werden, unter die Geringsten gezählt zu werden. Es ist etwas Großes, sogar der Geringste im Himmel zu sein, wo alle groß sind, weil alle Kinder Gottes heißen und wirklich sein werden. Der Geringste wird eine unbeschreibliche Herrlichkeit besitzen, der verstockte Sünder hingegen wird des ewigen Todes sterben. Als die Jünger den göttlichen Erlöser fragten, wer der Größere im Himmelreich sein werde, erhielten sie folgende Antwort: „Wenn ihr euch nicht bekehrt und den Kindern gleich werdet, so werdet ihr nicht in das Himmelreich eingehen. Wer also immer so demütig sein wird, wie dieses Kind, der wird auch im Himmelreiche der Größere sein.“

10. Wehe denen, die sich nicht freiwillig so demütigen wollen, dass sie den Kindern gleichen, denn sie werden durch die enge Türe des Himmelreiches nicht eingehen können. Wehe auch den Reichen, welche ihren Trost auf dieser Welt haben, denn während die Armen ins Reich Gottes eingehen, werden sie unter Heulen ausgeschlossen werden. Freuet euch, ihr Demütigen, und frohlocket, ihr Armen, denn euer ist das Reich Gottes, wenn ihr nur in Aufrichtigkeit und Wahrheit wandelt.

§3.59. Man muss alle Hoffnung und sein ganzes Vertrauen allein auf Gott setzen.

1. Auf was, o Herr, kann ich in diesem Leben mein Vertrauen setzen? Oder was wir mir aus allen Dingen, welche unter der Sonne sind, den größten Trost bringen? Bist nicht Du mein Herr und Gott, mein größter Trost? Du, dessen Erbarmen unzählig ist? Wann ist es mir je ohne Dich wohl ergangen? Oder wann könnte es mir je übel gehen, da Du bei mir warst? Ich will lieber Deinetwegen arm, als ohne Dich reich sein. Ich will lieber als ein Wanderer auf dieser Erde mit Dir sein, als ohne Dich den Himmel besitzen. Wo Du bist, da ist der Himmel, und wo du nicht bist, da ist Tod und Hölle. Ich brenne vor Begierde, Dich zu besitzen und kann daher nicht aufhören, nach Dir zu seufzen und zu rufen und Dich zu bitten. Ich kann auf niemand vollkommen vertrauen, der mir in meinen Nöten besser helfen könnte, als allein auf Dich, o mein Gott! Du bist meine Hoffnung, Du meine einzige Zuversicht, Du mein Tröster in allen Anliegen.

2. Alle Menschen suchen nur ihren eigenen Nutzen, aber Du schaust allein auf mein Heil und auf meinen Fortgang in der Tugend und wendest mir alles zum Guten. Wenn Du auch verschiedene Versuchungen und Widerwärtigkeiten über mich kommen lässt, so ordnest Du dieses alles zu meinem Nutzen an, weil Du Deine Geliebten auf tausenderlei Arten zu prüfen pflegst. Und in dieser Prüfung bin ich nicht weniger schuldig Dich zu lieben und zu loben, als wenn Du mich mit himmlischen Tröstungen erfülltest.

3. Auf Dich, o mein Herr und Gott, setze ich also meine ganze Hoffnung; Du bist meine Zuflucht; dir stelle ich alle Trübsale und Ängste anheim, weil alles, was ich außer Dir sehe, schwach und unbeständig ist. Denn die größte Anzahl von Freunden wird unnütz sein, starke Helfer werden nicht helfen, kluge Ratgeber keinen nützlichen Rat erteilen können, in den Büchern der Gelehrten werde ich keinen Trost finden, alle Kostbarkeiten werden nicht vermögen, mich zu befreien, kein verborgener und ausgesuchter Ort kann mir Sicherheit verschaffen, wenn nicht Du selbst, o mein Gott, mir beistehst, wenn nicht Du hilfst, Du stärkst, tröstest, unterrichtest und beschützt.

4. Denn alles, was den Frieden zu verschaffen und die Glückseligkeit zu befördern scheint, ist ohne Dich nichts und macht nicht wahrhaft glückselig. Du bist also der Ursprung alles Guten, Du das Ziel und die wahre Glückseligkeit des Lebens, Du bist erhabener als eine menschliche Zunge aussprechen kann, und Deine Diener finden den größten Trost darin, dass sie mehr auf Dich, als auf andere hoffen. Auf Dich, o mein Gott, sind meine Augen gerichtet; auf Dich, o Vater der Erbarmungen, setze ich mein ganzes Vertrauen. Segne und heilige meine Seele mit himmlischem Segen, damit sie Deine heilige Wohnung und ein Thron Deiner ewigen Herrlichkeit werde. Und in diesem Aufenthalt Deiner Gottheit soll nichts mehr anzutreffen sein, was Deinen reinsten Augen missfallen könnte. Lass Dich von Deiner großen Güte rühren, nach dem Maße Deiner unendlichen Erbarmungen sieh mich gnädig an und erhöre das Gebet Deines armen Dieners, welcher weit von Dir ins Elend verbannt ist und im finsteren Lande des Todes herumirrt. Beschütze Deinen demütigen Diener und erhalte seine Seele unter so vielen Gefahren dieses vergänglichen Lebens unverletzt; stehe mir mit Deiner Gnade allzeit bei und leite mich auf dem Wege des Friedens zum Vaterlande der ewigen Herrlichkeit. Amen.

§4. Viertes Buch: Kommunion

Von dem heiligsten Sakramente des Altares. Andächtige Ermahnungen zur heiligen Kommunion.

§4.00. Die Stimme Christi.

1. „Kommet alle zu Mir, die ihr mühselig und beladen seid, und Ich will euch erquicken“, spricht der Herr. „Das Brot, welches Ich geben werde, ist Mein Fleisch, hingegeben für das Leben der Welt. Nehmet hin und esset, dies ist Mein Leib, welcher für euch wird dargegeben werden; tut dies zu meinem Andenken. Wer Mein Fleisch isst und Mein Blut trinkt, der bleibt in Mir und Ich in ihm. Die Worte, welche Ich zu euch geredet habe, sind Geist und Leben.“

§4.01. Mit welcher Ehrfurcht man Christus empfangen soll.

Die Stimme desJüngers.

1. Dies sind Deine Worte, o mein Jesus, Du ewige Wahrheit! Obwohl sie nicht zu einer Zeit geredet und an einem Orte aufgezeichnet worden sind. Weil sie also Deine Worte und weil sie wahrhaft sind, so muss ich sie alle dankbar und getreu annehmen. Sie sind Dein und Du hast sie geredet; sie sind auch mein, weil Du sie zu meinem Heile geredet hast. Ich höre sie gern aus Deinem Munde, damit sie desto tiefer in mein Herz dringen. Diese so gütigen Worte, voll Süßigkeit und Liebe, ermuntern mich zum Vertrauen, aber meine Sünden erfüllen mich mit Furcht, und mein böses Gewissen hält mich vom Genusse dieses so hohen Geheimnisses zurück. Deine liebreichen Worte rufen mich, aber die Last meiner vielen Sünden drückt mich nieder.

2. Du befiehlst, dass ich mit Vertrauen zu Dir hintrete, wenn ich teil an Dir haben will, und dass ich die Speise der Unsterblichkeit genieße, wenn ich ewiges Leben und ewige Herrlichkeit zu erhalten verlange. „Kommet“, sagst Du, „kommet alle zu Mir, die ihr mühselig und beladen seid, und Ich will euch erquicken“. O wie süß und freundlich ist dieses Wort in dem Ohre eines Sünders, da Du, mein Herr und Gott, einen Dürftigen und Armen zum Empfange Deines heiligsten Leibes einlädst. Aber wer bin ich, o Herr, dass ich mir getrauen sollte, Dir zu nahen? Der Himmel kann Dich nicht fassen und Du sagst: Kommet alle zu Mir?

3. Was willst Du mit dieser so gütigen Herablassung, mit dieser so liebreichen Einladung? Wie werde ich mir getrauen, zu Dir zu kommen, da ich mir nicht bewusst bin, Gutes getan zu haben, wodurch ich Anspruch auf diese Gnade machen könnte? Wie soll ich Dich in mein Haus einführen, da ich Dich so oft beleidigt und Dein liebreiches Angesicht betrübt habe? Die Engel und Erzengel bezeugen ihre Ehrfurcht, die Heiligen und Gerechten sind von Ehrfurcht durchdrungen und Du sagst: Kommet alle zu Mir! Wer würde es wohl glauben können, wenn Du, o Herr, es nicht Selbst sagtest? Und wer würde es wagen, hinzugehen, wenn es nicht Dein Befehl wäre?

4. Noah, jener gerechte Mann, brachte hundert Jahre mit dem Bau der Arche zu, damit er mit einigen wenigen gerettet würde, und ich, wie werde ich mich in der kurzen Zeit einer einzigen Stunde so zubereiten können, dass ich den Schöpfer der Welt mit Ehrfurcht und Andacht empfange? Moses, Dein großer Diener und geliebter Freund, baute die Bundeslade aus unverweslichem Holze, er überzog sie mit dem reinste Golde, um die Gesetztafeln darin aufzubewahren, und ich , ein verwesliches Geschöpf, soll mir getrauen, den Urheber des Gesetzes und den Geber des Lebens so leicht zu empfangen? Salomon, der weiseste aus den Königen Israels, verwendete sieben Jahre auf den Bau jenes herrlichen Tempels, welchen er zur Ehre Deines Namens aufgeführt hat, und feierte acht Tage lang die Einweihung desselben; er brachte tausend Friedensopfer und ließ feierlich die Bundeslade unter Trompetenschall und Freudengesang an die dazu bereitete Stätte bringen, und ich, einer der elendesten und ärmsten Menschen, wie kann ich Dich in meine Wohnung einführen, da ich kaum eine halbe Stunde in Andacht zubringen kann? O dass ich auch nur wenigstens einmal eine halbe Stunde würdig zugebracht hätte!

5. O mein Gott, wie vieles ließen sich jene kosten, damit sie Dir gefallen möchten! Und ach, wie gering ist das, was ich tue? Welch kurze Zeit wende ich an, wenn ich mich zum Tische des Herrn vorbereite! Ich bin selten vollkommen gesammelt und fast nie von aller Zerstreuung befreit. Wenigstens sollte mir, mein Gott, in Deiner heilsamen Gegenwart nicht einmal ein unanständiger Gedanke in den Sinn kommen, mein Herz soll von allen Geschöpfen frei sein, weil ich nicht einen Engel, sondern den Herrn der Engel in meinem Herzen aufnehmen will.

6. Und doch ist ein sehr großer Unterschied zwischen der Bundeslade samt allem, was sie enthielt, und zwischen Deinem reinsten Leibe samt Seinen unbeschreiblichen Vortrefflichkeiten, zwischen den Opfern des alten Bundes, welche die künftigen Geheimnisse nur vorbildeten, und zwischen dem wahren Opfer Deines Leibes, durch welches alle alten Opfer in Erfüllung gehen.

7. Warum entbrennt also nicht größerer Eifer in mir bei Deiner verehrungswürdigen Gegenwart? Warum bereit ich mich nicht mit größerer Sorgfalt zu, um Deine heiligen Geheimnisse zu empfangen, da doch jene alten heiligen Patriarchen und Propheten, Könige und Fürsten mit dem ganzen Volke bei dem Gottesdienste eine so große Inbrunst und Andacht zeigten?

8. Der gottselige König David tanzte vor der heiligen Bundeslade nach allen Kräften, indem er jener Wohltaten gedachte, welche einst den Vätern erwiesen wurden. Er ließ verschiedene Musikinstrumente machen, verfasste Psalmen und verordnete, dass sie mit Freuden gesungen werden sollten; er spielte oft selbst auf der Harfe, wenn er von der Gnade des Heiligen Geistes gerührt war; er lehrte das israelitische Volk Gott mit ganzem Herzen loben und täglich mit fröhlichem Munde preisen und verherrlichen. Wenn damals eine so große Andacht war und das Lob Gottes vor der Bundeslade mit so großem Eifer angestimmt wurde: welche Ehrfurcht und Andacht sollte nicht mir und dem ganzen christlichen Volke jetzt die Gegenwart des heiligsten Sakramentes und der Empfang des anbetungswürdigsten Leibes Jesu Christi einflößen?

9. Viele laufen an verschiedene Orte, um die Reliquien der Heiligen zu besuchen, und hören mit Verwunderung deren Taten erzählen, sie beschauen die prachtvollen Kirchen und küssen die in Gold und Seide gefassten Gebeine der Heiligen. Und siehe, Du, o mein Gott, Du Heiliger aller Heiligen, Du Schöpfer der Menschen und Herr der Engel, Du bist hier auf dem Altar gegenwärtig! Oft ist es nur menschliche Neugierde, solche Dinge zu sehen, welche man noch nie gesehen hat, der Reiz der Neuheit zieht an, gar oft aber kommt man nicht viel besser zurück, besonders wenn man ganz leichtsinnig herumläuft, ohne wahre Zerknirschung des Herzens. Hier aber, in dem heiligsten Sakramente des Altars, bist Du, o Jesus Christus, als Mensch und als Gott zugegen, hier empfängt man immer reichliche Frucht des Heiles, so oft man Dich würdig und mit Andacht empfängt. Zu diesem Geheimnis aber zieht uns kein Leichtsinn, keine Neugierde und keine Sinnlichkeit, sondern ein fester Glaube, andächtige Hoffnung und aufrichtige Liebe.

10. O Gott, Du unsichtbarer Schöpfer der Welt, wie wunderbar handelst Du mit uns? Wie liebreich und gnädig verfährst Du mit Deinen Auserwählten, denen Du Dich Selbst in dem heiligsten Altarssakramente als eine Seelenspeise zu genießen gibst? Dieses Geheimnis übersteigt allen Verstand, es zieht die Herzen der Andächtigen besonders an und entzündet in ihnen die Liebe. Denn diese wahren Gläubigen, welche beständig an der Besserung ihres Lebens arbeiten, erhalten durch den Genuss dieses heiligsten Sakramentes oft die Gnade einer inbrünstigen Andacht und die Liebe zur Tugend.

11. O wunderbare und verborgene Gnade dieses Geheimnisses, welches nur den getreuen Dienern Jesu Christi bekannt ist! Denn die Treulosen und die Sklaven der Sünde können sie nicht erfahren. Zu diesem Geheimnisse wird die geistliche Gnade mitgeteilt, die Seele erlangt wieder ihre verlorenen Kräfte, und ihre durch die Sünde entstellte Schönheit wird wieder hergestellt. Bisweilen ist dies Gnade so groß, dass durch die Fülle der verliehen Andacht nicht nur die Seele gestärkt, sondern auch der Leib neue Kräfte erlangt.

12. Es ist aber sehr zu bedauern und zu beweinen, dass wir aus Lauheit und Trägheit nicht eine größere Begierde haben, Christus zu empfangen, da doch alle, welche selig werden wollen, ihre ganze Hoffnung auf Ihn setzen und ihre Verdienste nur durch Ihn erhalten müssen. Denn Er ist unsere Heiligung und Erlösung; Er ist der Trost der noch auf Erden Lebenden; Er macht die ewige Seligkeit der Heiligen im Himmel aus. Es ist also sehr zu bedauern, dass viele dieses heilbringende Geheimnis, welches den Himmel mit Freuden erfüllt und die ganze Welt erhält, so wenig achten. Ach wie blind und hartherzig sind doch die Menschen, dass sie eine so unaussprechlich große Gnade nicht höher schätzen, ja durch den täglichen Gebrauch sogar in Unempfindlichkeit und Gleichgültigkeit verfallen!

13. Wenn dieses heiligste Geheimnis nur an einem Orte und von einem Priester gewandelt und geopfert würde: welch große Begierde würden nicht dann die Leute nach jenem Orte und zu jenem Priester haben, damit sie die göttlichen Geheimnisse feiern sehen könnten? Nun aber sind viele zur priesterlichen Würde erhoben, und Christus wird an vielen Orten geopfert, damit die Gnade und Liebe Gottes gegen die Menschen desto sichtbarer werde, je mehr der Genuss des heiligsten Abendmahls durch die ganze Welt verbreitet ist. Ewiger Dank sie Dir, gütigster Jesus, Du ewiger Hirt! Dass Du Dich gewürdigt hast, uns Arme und im Elende Schmachtende mit Deinem heiligsten Leibe und Deinem kostbaren Blute zu erquicken und zum Empfang dieses heiligsten Geheimnisses sogar selbst mit Deinen eigenen Worten einzuladen, indem Du sagtest: „Kommet alle zu Mir, die ihr mühselig und beladen seid, und Ich will euch erquicken.“

§4.02. Gott erweist dem Menschen im heiligsten Altarssakramente große Güte und Liebe.

Die Stimme desJüngers

1. Ich verlasse mich auf Deine Güte und auf Deine Barmherzigkeit, o Herr, und komme als ein Kranker zu meinem Arzt und Heiland, als ein Hungriger und Durstiger zur Quelle des Lebens, als ein Dürftiger zum König des Himmels, als ein Diener zu meinem Herrn, als ein Geschöpf zu meinem Schöpfer, als ein Trostloser zu meinem liebevollen Tröster. Aber woher wird mir diese Gnade zuteil, dass Du zu mir kommst? Wer bin ich, dass Du Dich selbst mir schenkst? Wie darf sich ein Sünder getrauen, vor Dir zu erscheinen? Und wie kannst du dich würdigen, zu einem Sünder zu kommen? Du kennst ja deinen Diener und weißt, dass er nichts Gutes an sich hat, wodurch er eine solche Gnade verdient. Ich bekenne also meine Unwürdigkeit, ich erkenne Deine Güte, ich lobe Deine milde Barmherzigkeit und danke Dir wegen deiner übergroßen Liebe. Denn um Deinetwillen tust Du dieses und nicht wegen meiner Verdienste, damit ich Deine Güte besser erkenne, immer mehr in der Liebe entzündet und nachdrücklicher zur Demut bewogen werde. Weil Dir also dieses wohlgefällig ist, und weil du befohlen hast, dass es so geschehen soll, so nehme auch ich diese Deine Gnade mit Freuden an. O wenn ich nur nicht mehr so unglückselig wäre, durch meine Sünden ihre Wirkungen zu hindern!

2. O süßester und gütigster Jesus! Welche Ehrfurcht, Danksagung und unaufhörliches Lob ist man Dir nicht schuldig für den Genuss Deines heiligsten Leibes, dessen Würde kein Mensch auf Erden zu erklären vermag? Was soll ich bei der heiligen Kommunion denken, da ich zu meinem Herrn hinzutrete, welchen ich zwar nicht gebührend ehren kann und doch mit Andacht zu empfangen wünsche? Ach was kann ich Besseres und Heilsameres denken, als dass ich mich vor Dir gänzlich demütige und Deine unendliche Güte preise und über mich erhöhe? Ich lobe und preise Dich, o mein Gott, in Ewigkeit. Ich verachte mich selbst, und in der Tiefe meiner Unwürdigkeit unterwerfe ich mich Dir.

3. Du bist der Heilige aller Heiligen, und ich bin voll der Sünden. Du neigest Dich bis zu mir herab, da ich noch nicht einmal würdig bin, meine Augen zu Dir zu erheben. Du kommst zu mir und willst bei mir sein, Du lädst mich zu Deinem Gastmahle ein. Du willst mir eine himmlische Speise und das Brot der Engel zu essen geben; kein anderes Brot willst Du mir geben als Dich Selbst, jenes lebendige Brot, welches vom Himmel herabgestiegen ist und der Welt das Leben gibt.

4. Sehet, hier ist die Quelle der Liebe! Welche Güte leuchtet aus ihr hervor! Welch großer Dank und welches Lob gebührt Dir nicht dafür! O wie heilsam und segensreich war Deine Absicht, als Du dieses Geheimnis eingesetzt hast! Wie lieblich und freudenvoll ist dieses Gastmahl, in welchem Du Dich Selbst zur Speise gibst? Wie wunderbar sind Deine Werke, o Herr, wie mächtig Deine Kraft, wie unaussprechlich Deine Wahrheit! Denn Du sprachst, und auf Dein Wort stand die ganze Schöpfung da, und auch in diesem Geheimnisse ist geschehen, was Du befohlen hast.

5. Es ist ein großes Wunder, welches allen Glauben verdient, ungeachtet es den menschlichen Verstand weit übersteigt, dass Du, mein Herr und Gott, wahrer Gott und Mensch zugleich, unter den kleinen Gestalten des Brotes und Weines ganz enthalten bist, und ohne verzehrt zu werden als eine Speise von den Menschen genossen wirst. Du, o Herr aller Dinge, der Du nichts bedarfst, hast durch dieses Dein Sakrament bei uns, ja sogar in uns wohnen wollen. Erhalte mein Herz und meinen Leib unbefleckt, damit ich mich stets mit einem freudigen und reinen Gewissen Deinem heiligsten Geheimnisse nähern und jenes himmlische Mahl zu meinem ewigen Seelenheile oft empfangen kann, welches Du besonders zu Deiner Ehre und zu Deinem ewigen Gedächtnis bestimmt und eingesetzt hast.

6. Freue dich, meine Seele, und danke Gott, dass Er dir in diesem Tränentale ein so vortreffliches Geschenk und einen so köstlichen Trost hinterlassen hat. Denn sooft du dieses Geheimnis betrachtest und den Leib Jesu Christi empfängst, sooft arbeitest du an dem Werke deiner Erlösung und wirst aller Verdienste Jesu Christi teilhaftig. Denn die Liebe Jesu Christi wird nie gemindert und der unermessliche Wert Seiner Versöhnung nie erschöpft. Du musst dich also mit stets wiederholter Erneuerung des Gemütes darauf vorbereiten und dieses große Geheimnis des Heiles mit höchster Aufmerksamkeit betrachten. So groß, so neu, so tröstlich soll es dir scheinen, wenn du das heilige Messopfer darbringst oder demselben beiwohnst, als wenn Christus an eben diesem Tage in den Schoß der seligsten Jungfrau herabgestiegen und Mensch geworden wäre, oder am Kreuze hängend für das Heil der Menschen gelitten hätte und gestorben wäre.

§4.03. Es ist nützlich, oft zu kommunizieren.

Die Stimme desJüngers.

1. Sieh, o Herr, ich komme zu Dir, damit ich an den Gnaden teilnehme, welche Du mir durch dieses Dein Geschenk anbietest, und mich an Deinem heiligen Gastmahl erfreuen möge, welches Du, o Gott, uns armen Menschen aus liebevoller Güte zubereitet hast. Alles, was ich verlangen kann und soll, finde ich an Dir; Du bist mein Heil und meine Erlösung, meine Hoffnung und meine Stärke, meine Zierde und mein Ruhm. Erfreue also heute das Herz Deines Dieners, weil ich zu Dir, O Herr Jesus, meine Seele erhoben habe. Ich verlange Dich jetzt mit Andacht und Ehrfurcht zu empfangen, ich verlange Dich in meine Wohnung aufzunehmen, damit ich gleich dem Zachäus verdiene, von Dir gesegnet und ein Sohn Abrahams genannt zu werden. Meine Seele sehnt sich nach Deinem heiligsten Leibe, und mein Herz brennt vor Begierde, mit Dir vereinigt zu werden.

2. Schenke Dich mir, und ich habe genug. Denn außer Dir ist aller Trost eitel. Ich kann ohne Dich nicht sein, und ohne Deine Heimsuchung vermag ich nicht zu leben. Deswegen muss ich mich Dir oft nahen und Dich als ein Mittel meines Heils empfangen, damit ich nicht etwa auf dem Wege schwach werde, wenn ich dieser himmlischen Nahrung beraubt bin. Denn so hast Du, o barmherziger Jesus, als Du dem Volk predigtest und verschiedene Krankheiten heiltest, einst gesagt: „Ich will sie nicht hungrig nach Hause ziehen lassen, damit sie nicht etwa auf dem Wege erliegen.“ Mache es denn auch so mit mir, Du bist ja zum Troste Deiner Gläubigen in dem heiligsten Altarsakramente gegenwärtig. Du bist die angenehmste Erquickung einer Seele, wer Dich würdig empfängt, der wird an der ewigen Seligkeit teilnehmen und sie als Erbteil erhalten. Weil ich so oft falle und sündige, sogleich lau und schwach werde, so ist es mir nötig, dass ich mich durch öfteres Gebe, durch öfteres Beichten, durch den heiligen Empfang Deines Leibes in der Andacht erneuere, von Sünden reinige und meinen Eifer entzünde, damit ich nicht von meinen heiligen Vorsätzen abweiche, wenn ich mich länger von diesem himmlischen Tische entfernt halte.

3. Der Sinn und die Gedanken des Menschen sind von Jugend auf zum Bösen geneigt, und wenn nicht Du ihm mit göttlicher Arznei zu Hilfe kommst, so fällt er bald in größere Sünden. Die heilige Kommunion hält also vom Bösen ab und stärkt im Guten. Und wenn ich jetzt so soft nachlässig und lau bin, da ich doch die heilige Kommunion empfange oder die heilige Messe feiere: was würde erst geschehen, wenn ich dieses Heilmittel nicht gebrauchen und diese so mächtige Hilfe nicht suchen würde? Und obwohl ich nicht alle Tage würdig genug vorbereitet bin, dieses heilige Opfer zu feiern, so will ich mich doch wenigstens befleißen, zu schicklichen Zeiten dieses göttliche Geheimnis zu empfangen und an einer so großen Gnade Anteil zu nehmen. Denn dieses ist der vorzüglichste Trost einer treuen Seele, solange sie, Deiner Anschauung beraubt, in diesem sterblichen Leibe auf Erden pilgert, dass sie oft an ihren Gott denkt und ihren Geliebten mit herzlicher Andacht empfängt.

4. O wie wunderbar ist Deine Güte und Herablassung gegen uns, da Du, o Herr und Gott, der Du alles, was lebt, erschaffen und belebt hast, Dich würdigst, zu einer armen Seele zu kommen und ihren Hunger mit Deiner ganzen Gottheit und Menschheit überflüssig zu sättigen. O seliges Herz, o glückliche Seele, welche gewürdigt wird, Dich, ihren Gott und Herrn, mit Andacht zu empfange, und da sie Dich empfängt, mit geistlicher Freude erfüllt zu werden! O welch großen Herrn empfängt sie! Welch geliebten Gast nimmt sie auf! Mit welch erwünschten Gefährten macht sie Gemeinschaft! Mit welch getreuem Freunde verbindet sie sich! Welch einen Bräutigam umfängt sie, der an Schönheit alle Geliebten übertrifft und über alles Erwünschliche geliebt zu werden verdient! Vor Deinem Angesichte, süßester Jesus, Du Geliebter meiner Seele, sollen Himmel und Erde und all ihre Zierde verstummen. Denn was sie immer Herrliches und Schönes haben, müssen sie Deiner Freigebigkeit verdanken, und all ihre Herrlichkeit wird der Herrlichkeit Deines Namens nie gleich kommen, denn Deine Weisheit ist unermesslich.

§4.04. Wer mit Andacht kommuniziert, erlangt viele Gnaden.

Die Stimme desJüngers.

1. Mein Herr und Gott! Komm Deinem Diener mit dem Segen Deiner Liebe zuvor, damit ich zu Deinem höchsten Geheimnis würdig und mit Andacht hinzugehen möge. Erhebe mein Herz zu Dir und befreie mich von meiner großen Trägheit. Such mich heim mit Deiner heilbringenden Gnade und gib mir im Geiste jene Süßigkeit zu kosten, welche in diesem heiligsten Sakramente, wie in einer Quelle, reichlich verborgen ist. Erleuchte auch meine Augen, um dieses so hohe Geheimnis zu schauen und stärke mich, dasselbe fest und ungezweifelt zu glauben, denn es ist Dein Werk, nicht Menschenwerk; Deine heilige Einsetzung, nicht Erfindung der Menschen. Kein Mensch ist aus sich selbst fähig, dieses Wunder, welches sogar den Verstand der Engel übersteigt, zu fassen und zu verstehen. Wie soll also ich unwürdiger Sünder, ich Staub und Asche, dieses so hohe und heilige Geheimnis ergründen und fassen können?

2. Mit aufrichtigem Herzen mit festem Glauben und auf Deinen Befehl komme ich voll Hoffnung und Ehrfurcht zu Dir, o Herr, und glaube als unbezweifelte Wahrheit, dass Du hier in dem heiligsten Sakramente als Gott und Mensch wahrhaft zugegen bist. Du verlangst also, dass ich Dich empfange und mich in Liebe mit Dir vereinige. Ich wende mich darum zu Dir, o gütigster Jesus, und flehe Dich an, Du wollest mir die ganz besondere Gnade geben, dass mein Herz aus Liebe zu Dir zerfließe und außer Dir keinen anderen Trost mehr suche. Denn dieses höchste und vortrefflichste Sakrament ist heilbringend für Leib und Seele, es ist eine Arznei wider alle Krankheiten des Geistes, es heilt jeden Schaden der Sünde, bezähmt die bösen Neigungen, verleiht größere Gnade, vermehrt die angefangene Tugend, stärkt den Glauben, befestigt die Hoffnung, erweitert und entzündet in Liebe das Herz.

3. Denn Du, o mein Gott, der Du meine Seele gütig aufnimmst, die menschliche Gebrechlichkeit heilst und der Geber alles innerlichen Trostes bist, Du hast Deinen Geliebten, welche sich mit Andacht Deinem Tische nähern, bei dem Genusse dieses Geheimnisses schon viele Gnaden erwiesen und fährst noch immer fort, sie ihnen zu erweisen. Du erfüllst sie nämlich in verschiedenen Widerwärtigkeiten mit häufigem Trost; Du versicherst sie Deines Schutzes und richtest sie dadurch von dem Abgrunde ihrer eigenen Niedrigkeit wieder zur Hoffnung auf, und durch eine neue Gnade, welche Du ihnen mitteilst, erquickst und erleuchtest Du sie, sodass jene, die zuerst voll Ängsten waren und vor der Kommunion keine Andacht in sich verspürten, nach der Kommunion, erquickt durch himmlische Speise und Trank, neue Kraft und neues Leben in sich fühlen. Darum gehst Du also mit Deinen Auserwählten um, damit sie klar erkenne und aus Erfahrung lernen, wie schwach sie in sich selbst sind und welche Wohltaten und Gnaden sie von Dir erhalten: denn aus sich selbst sind sie kalt, unempfindlich und unandächtig, von Dir aber erlangen sie die Gnade des Eifers, der heiligen Freude und der Andacht. Wer geht auch wohl mit Demut zur Quelle der Süßigkeit, ohne ein wenig davon mit sich zurückzubringen? Oder wer kann bei einem großen Feuer stehen, ohne wenigstens etwas erwärmt zu werden? Und Du bist die immer volle und überfließende Quelle, Du bist das ewig flammende, nie verlöschende Feuer.

4. Wenn ich nun nicht aus der vollen Quelle schöpfen, noch meinen Durst ganz löschen kann, so will ich doch meinen Mund an die Öffnung dieses himmlischen Brunnens halten, damit ich meinen Durst wenigstens mit einigen Tröpflein stillen möge und nicht gänzlich austrockne. Und wenn ich noch nicht, gleich den Cherubim und Seraphim, ein ganz himmlisches Leben führen und von einem unauslöschlichen Feuer der Liebe brennen kann, so will ich mich doch bestreben, der Andacht obzuliegen und mein Herz vorzubereiten, damit ich durch demütigen Genuss dieses lebendig machenden Sakraments wenigstens einen kleinen Funken des göttlichen Feuers erhalte. Was mir aber immer noch abgeht, gütigster Jesus, göttlicher Heiland, dieses ersetzt Du für mich, gemäß Deiner liebevollen Güte, mit welcher Du Dich gewürdigt hast, alle zu Dir zu rufen mit jenen trostreichen Worten: „Kommet alle zu Mir, die ihr mühselig und beladen seid, und Ich will euch erquicken.“

5. Ich verrichte meine Arbeiten unter tausend Beschwerden und im Schweiß meines Angesichts. Ich werde von innerlichen Schmerzen gequält, von der Last der Sünde gedrückt, von Versuchungen beunruhigt, in viele böse Neigungen verstrickt und von ihnen zur Sünde gereizt, und niemand ist, der mir zu Hilfe käme, niemand, der mich befreite und aus diesem Elend rettete, als Du, mein Herr und Gott, Du mein Erretter! Dir übergebe ich mich nun auch ganz und all das Meinige, damit Du mich beschützest und zum ewigen Leben führst. Du hast mir Deinen Leib und Dein Blut zur Speise und zum Getränke bereitet, nimm mich auf zum Lobe und zur Ehre Deines Namens. Mein Herr und Gott, Du mein Heiland, verleihe mir die Gnade, dass durch den öfteren Empfang Deines heiligsten Geheimnisses die Andacht in mir zunehme und wachse.

§4.05. Von der Vortrefflichkeit des heiligsten Altarssakramentes und von dem Priesterstande.

Die Stimme des Geliebten.

1. Wenn du eine englische Reinheit hättest und zur Heiligkeit des hl. Johannes des Täufers gelangt wärest, so wärest du doch nicht würdig, dieses Sakrament zu empfangen oder zu wandeln. Denn man muss es nicht den Verdiensten der Menschen zuschreiben, dass ein Mensch das Geheimnis des Leibes und Blutes Christi wandelt und ausspendet, und das Brot der Engel als Speise genießt. Es ist ein hohes Geheimnis, und die Würde des Priester ist groß, denn sie haben eine Gewalt empfange, welche den Engeln selbst nicht gegeben wurde. Denn nur die rechtmäßig geweihten Priester der Kirche haben die Gewalt, das heilige Messopfer darzubringen und den Leib Jesu Christi zu wandeln. Der Priester ist zwar nur der Diener Gottes, der sich auf den Befehl und nach der Einsetzung Gottes der göttlichen Worte bedient, Gott aber ist es hier, welcher hauptsächlich handelt und auf eine unsichtbare Weise wirkt, alles, was Er will, ist Ihm untertänig, und alles, was Er befiehlt, gehorcht Ihm.

2. Du musst also in diesem vortrefflichsten Sakramente mehr dem allmächtigen Gott glauben als deinen eigenen Sinnen oder einem sichtbaren Zeichen. Deswegen musst du dich diesem großen Werke mit Furcht und Ehrerbietigkeit nähern. Gib auf dich selbst acht und siehe zu, was für ein hohes Amt dir durch Auflegung der bischöflichen Hände übergeben worden ist. Siehe, du bist Priester geworden, geweiht, um die heiligen Geheimnisse zu feiern; trage daher Sorge, dass du zu seiner Zeit Gott das heiligste Opfer getreu und mit Andacht darbringst und einen unsträflichen Wandel führst. Du hast durch das Priestertum deine Bürde nicht erleichtert, sondern bist schuldig, in strengerer Zucht zu leben und nach größerer Vollkommenheit und Heiligkeit zu streben. Ein Priester muss mit allen Tugenden geziert sein und anderen ein Beispiel seines gottseligen Wandels geben. Sein Umgang darf nicht nach der Art des gemeinen und großen Haufens der Menschen eingerichtet sein, sondern er muss sich mit seinen Gedanken höher erschwingen und mit den Engeln im Himmel oder doch mit vollkommenen Seelen auf Erden Umgang suchen.

3. Wenn ein Priester mit den heiligen Gewanden angetan ist, so vertritt er die Stelle Jesu Christi, damit er Gott für sich und das ganze Volk flehentlich und demütig bitte. Er hat vor sich und auf dem Rücken das heilige Kreuzzeichen, damit er sich beständig an das Leiden Christi erinnere. Vor sich trägt er auf dem Messgewande das Kreuzzeichen, damit er die Fußstapfen Christi fleißig betrachte und mit Eifer in dieselben trete. Auf dem Rücken ist er mit dem Kreuze bezeichnet, damit er die Widerwärtigkeiten, welche ihm von anderen verursacht werden, Gott zu Liebe sanftmütig ertrage. Vor sich trägt er das Kreuz, damit er über seine eigenen Sünden trauere und sie betreue; auf dem Rücken, damit er auch aus Mitleid über die Sünden anderer weine und gedenke, er sei als Mittler zwischen Gott und dem Sünder bestellt, und damit er sich vom Gebete und heiligen Opfer nie aus Verdruss und Trägheit abhalten lasse, bis er endlich Gnade und Barmherzigkeit erlangt. Wenn ein Priester das heilige Messopfer darbringt, so ehrt er Gott, erfreut die Engel, erbaut die Kirche, kommt den Lebenden zu Hilfe, befördert die Verstorbenen zur ewigen Ruhe und nimmt dadurch selbst an allem Guten teil.

§4.06. Wie soll man sich zur Kommunion vorbereiten?

Die Stimme desJüngers.

1. Wenn ich, o Herr, Deine Hoheit und meine Niedrigkeit betrachte, so zittere ich vor Furcht und schäme mich vor mir selbst. Denn wenn ich nicht zu Deinem Mahle gehe, so fliehe ich das Leben; und wage ich es, unwürdig hinzugehen, so sündige ich. Was soll ich also tun, o mein Gott, Du mein Helfer und Ratgeber in meinen Nöten?

2. Zeige Du mir den rechten Weg und lehre mich, wie ich mich auf die heilige Kommunion würdig vorbereiten soll. Denn es ist nützlich zu wissen, wie ich dir mein Herz mit Andacht und Ehrfurcht zubereiten soll, damit ich Dein heiligstes Sakrament zu meinem Heile empfange oder auch dieses große und göttliche Opfer würdig feiere.

§4.07. Von der Erforschung des Gewissens und von dem Vorsatze, sich zu bessern.

1. Vor allem muss ein Priester des Herrn mit tiefster Demut seines Herzens, mit größter Ehrfurcht, mit festem Glauben und mit frommer Absicht Gott zu ehren hintreten, um dieses Sakrament zu wandeln, zu verwalten und zu genießen. Erforsche fleißig dein Gewissen, reinige und läutere es so gut du kannst, durch wahre Reue und demütige Beichte, sodass du dich nicht mehr an etwas erinnerst, was dich drückt oder ängstigt, und dich abhält, frei hinzuzugehen. Verabscheue alle deine Sünden überhaupt, und die täglichen Übertretungen bereue insbesondere und seufze darüber. Und wenn es die Zeit zulässt, so bekenne vor dem Angesichte Gottes das Elend deiner bösen Neigungen in der Stille des Herzens.

2. Seufze und beweine, dass du noch so sinnlich und irdisch bist; so unabgetötet in deinen bösen Neigungen; so voll von aufsteigenden Begierlichkeiten; so unbehutsam in den äußerlichen Sinnen; so oft in eitle Einbildungen verwickelt; so sehr zum Äußerlichen geneigt; so nachlässig in Hinsicht auf dein Inneres; so leichtfertig zum Lachen und zur Ausgelassenheit; so hart zum Weinen und zur Zerknirschung des Herzens; so bereit zum freien Leben und zu den Bequemlichkeiten des Fleisches; so träge zur Strenge und zum Eifer; so begierig, Neuigkeiten zu hören und Schönes zu sehen; so untätig zu ergreifen, was gering und demütigen ist; so begierig, vieles zu haben; so sparsam im Geben; so geizig im Zurückhalten; so unbesonnen im Reden; so unenthaltsam im Schweigen; so unordentlich im Betragen; so ungestüm im Handeln; der Esslust so sehr ergeben; so taub gegen das Wort Gottes, so hurtig zur Ruhe; so langsam zur Arbeit; so wachsam zum unnützen Geschwätz; so träge und schläfrig zum heiligen Wachen; so eilfertig, bald zum Ende zu kommen; so flüchtig im Aufmerken; so nachlässig beim Beten der priesterlichen Tagzeiten; so lau in Entrichtung des heiligen Messopfers; so trocken beim Empfang der heiligen Kommunion; so geschwind zerstreut; so selten ganz gesammelt; so schnell zornig; so leichtsinnig, anderen Missfälliges zu tun; so geneigt, über andere zu urteilen; so streng in Bestrafung anderer; so freudig im Glücke; so niedergeschlagen und schwach im Unglücke; so oft eifrig und hurtig in guten Vorsätzen, hingegen so träge und schläfrig in Erfüllung derselben.

3. Nachdem du diese und andere Fehler, welche du etwa begangen hast, mit Schmerzen und großem Missfallen an deiner eigenen Schwachheit vor dem Angesichte Gottes bekannt und beweint hast, so fassen festen Entschluss, immerwährend dein Leben zu bessern und im Guten fortzuschreiten. Sodann opfere dich selbst auf dem Altare deines Herzens zur Ehre Meines Namens zu einem beständigen Brandopfer auf mit völliger Ergebung deiner selbst und mit vollkommen freiem Willen, indem du deinen Leib und deine Seele Mir vertrauensvoll überlässt, damit du nämlich auf diese Weise würdig werdest, dich dem Altare zu nähern und Gott das Opfer darzubringen und in diesem heiligsten Geheimnisse Meinen Leib zu deinem Heile zu empfangen.

4. Denn es gibt kein würdigeres Opfer und keine größere Genugtuung zur Tilgung der Sünden, als wenn man bei der heiligen Messe und Kommunion mit dem Opfer des Leibes und Blutes Jesu Christi sich selbst Gott ganz und vollkommen aufopfert. Wenn der Mensch tut, soviel in seinen Kräften ist, und wenn er eine wahre Reue über seine Sünden hat, so wird er, sooft er zu Mir kommt, um Verzeihung und Gnade zu bitten, dieselbe auch immer erlangen. „Denn so wahr Ich lebe, spricht der Herr, Ich will nicht den Tod des Sünders, sondern vielmehr, dass er sich bekehre und lebe, und Ich will all seiner Sünden, welche er begangen hat, nicht mehr gedenken, sondern alles wird ihm verziehen sein.“

§4.08. Von der Aufopferung Christi am Kreuze, und wie wir uns selbst opfern sollen.

Die Stimme des Geliebten.

1. Gleich wie Ich Mich Selbst am Kreuze mit ausgestreckten Armen und mit bloßem Leibe für deine Sünden Gott dem Vater freiwillig aufgeopfert habe, so zwar, dass nichts an Mir übrigblieb, was nicht ganz zum Opfer der göttlichen Versöhnung geworden wäre, ebenso musst auch du Mir alle Tage bei der heiligen Messe dich selbst mit allen deinen Kräften und Neigungen, so inbrünstig du immer kannst, zu einem reinen und heiligen Opfer freiwillig darbringen. Verlange Ich wohl etwas anderes so sehnlich von dir, als dass du dich befleißest, dich Mir ganz zu übergeben? Was du Mir immer außer dir selbst gibst, das achte Ich nicht, weil Ich nicht deine Gabe, sondern dich suche.

2. Gleich wie es dir nicht genügen würde, wenn du alles außer Mir hättest, so kann auch Mir nicht gefallen, was du Mir immer gibst, wenn du dich nicht selbst Mir gibst. Opfere dich Mir und gib dich ganz für Gott hin, so wird dein Opfer angenehm sein. Siehe, Ich habe Mich Meinem Vater ganz für dich aufgeopfert; Ich habe auch Meinen Leib und Mein Blut dir zur Speise dargegeben, damit Ich ganz dein sei und du Mein bleibest. Wenn du aber ein Vertrauen auf dich selbst setzt und dich Mir nicht freiwillig nach Meinem Willen übergibst, so ist das Opfer nicht vollkommen, und es wird auch keine vollkommene Vereinigung zwischen uns sein. Deswegen musst du vor allen deinen Werken dich selbst freiwillig in die Hände Gottes übergeben, wenn du die Freiheit und Gnade erlangen willst. Denn nur darum sind so wenige erleuchtet und innerlich frei, weil sie sich selbst nicht ganz zu verleugnen wissen. Mein Ausspruch bleibt unveränderlich: „Wer immer nicht allem entsagt, der kann Mein Jünger nicht sein.“ Wenn du also Mein Jünger zu sein verlangst, so opfere Mir dich selbst samt allen deinen Neigungen auf.

§4.09. Wir müssen uns selbst und all das Unsrige Gott zum Opfer bringen und Ihn für alle bitten.

Die Stimme desJüngers.

1. O Herr! Alles ist Dein, was im Himmel und auf Erden ist. Ich verlange, Dir mich selbst zu einem freiwilligen Opfer darzubringen und ewig Dein zu bleiben. O Herr! Ich opfere Dir heute mich selbst als einen ewigen Diener auf zu Deinem Dienste und zu einem immerwährenden Lobopfer. Nimm mich auf mit diesem heiligen Opfer Deines kostbaren Leibes, welches ich Dir heute in Gegenwart der Engel darbringe, die demselben unsichtbar beiwohnen, damit es mir und Deinem ganzen Volke ersprießlich sein möge.

2. O Herr! All meine Sünden und Verbrechen, welche ich von jenem Tage an, als ich zuerst fähig war zu sündigen, bis auf diese Stunde vor Dir und Deinen heiligen Engeln begangen habe, nehme ich zusammen und lege sie auf Deinen Sühnaltar, damit Du sie alle anzündest und durch das Feuer Deiner Liebe verbrennst, alle Makeln meiner Sünden abwäschst, mein Gewissen von allen Missetaten reinigst und mir die Gnade, welche ich durch die Sünde verloren habe, zurückstellst, damit Du mir alles vollkommen nachlässt und mich barmherzig zum Friedenskuss aufnimmst.

3. Was kann ich für meine Sünden anderes tun als sie demütig bekennen, darüber weinen und Dich beständig um Barmherzigkeit anrufen? Ich bitte Dich, erhöre mich gnädig, wenn ich vor Dir, o mein Gott, erscheine. All meine Sünden sind mir herzlich leid; ich will sie nicht mehr begehen; ich bereue sie und will, solange ich leben werde, nicht aufhören, sie zu bereuen; ich bin auch bereit Buße zu wirken und so nach allen Kräften Genugtuung zu leisten. Verzeihe mir, o mein Gott, verzeihe mir meine Sünden um Deines heiligen Namens willen; errette meine Seele, welche Du mit Deinem kostbaren Blute erlöst hast. Siehe, ich überlasse mich ganz Deiner Barmherzigkeit, ich übergebe mich Deinen Händen. Verfahre mit mir nach Deiner Güte, nicht nach meiner Bosheit und Ungerechtigkeit.

4. Ich opfere Dir auch alles auf, was in mir Gutes ist, obwohl dieses sehr wenig und unvollkommen ist, damit Du es verbesserst und heiligst; damit Du es dir angenehm und wohlgefällig machst und zu immer größerer Vollkommenheit bringst und endlich mich trägen, unnützen und schlechten Menschen zu einem seligen und rühmlichen Ziele führst.

5. Ich opfere Dir auch auf alle gottseligen Begierden andächtiger Seelen; die Anliegen meiner Eltern, meiner Freunde, meiner Brüder und Schwestern, all meiner Lieben, sowie auch derjenigen, welche mir oder anderen aus Liebe zu Dir Gutes getan, welche verlangt oder begehrt haben, dass ich für sie und all die Ihrigen bete und das heilige Messopfer darbringe, sie mögen nun noch leben oder gestorben sein, damit sie alle sehen, dass Du ihnen mit Deiner Gnade zu Hilfe kommst, sie tröstest, in Gefahren beschützt und von ihren Anliegen befreist, damit sie allen ihren Übeln entrissen werden und Dir mit Freuden danken.

6. Ich opfere Dir auch auf das Gebet und das Versöhnungsopfer besonders für jene, welche mir ein Leid zugefügt, mich betrübt oder getadelt oder einen Schaden oder eine Beschwerde verursacht haben; auch für alle jene, welche ich betrübt, beunruhigt, beschwert und geärgert habe mit Worten oder Werken, wissentlich oder unwissentlich, damit Du uns allen unsere Sünden und Beleidigungen verzeihst. Nimm, o Herr, von unseren Herzen allen Argwohn, allen Unwillen, Zorn und Streit und alles, was immer die christliche Liebe verletzen und die brüderliche Eintracht vermindern kann. Erbarme Dich, o Herr, erbarme Dich über alle, die Deine Barmherzigkeit anrufen, gib den Dürftigen Deine Gnade und lass uns unser Leben so einrichten, dass wir würdig werden, Deine Gnade hier zu genießen und auf dem Wege Deiner Tugenden zum ewigen Leben fortwandeln. Amen.

§4.10. Man muss die heilige Kommunion nicht leichtsinnigerweise unterlassen.

Die Stimme des Geliebten.

1. Nimm oft zum Quell der Gnade und der göttlichen Barmherzigkeit, zum Quell der Gottseligkeit und aller Güte deine Zuflucht, damit du von deinen bösen Neigungen und Sünden rein und wider alle Versuchungen und Täuschungen des bösen Feindes stärker und wachsamer werden mögest. Weil der Feind weiß, dass man aus der heiligen Kommunion den größten Nutzen schöpft und das sicherste Heilsmittel da antrifft, so sucht er auf alle Weise und bei jeder Gelegenheit, die Gläubigen und andächtigen Seelen, so viel er kann, davon abzuhalten oder zu verhindern.

2. Denn einige werden von den sündhaften Eingebungen des Teufels eben da am meisten geplagt, wenn sie sich zur Kommunion vorbereiten wollen. Dieser boshafte Geist tritt, wie im Buch Job geschrieben steht, unter die Kinder Gottes, um sie durch seine bekannte Bosheit zu verwirren und furchtsam zu machen, indem er die guten Anmutungen bei ihnen unterdrückt, oder ihnen durch diese Anfälle den Glauben nimmt, sodass sie entweder die Kommunion gar unterlassen oder mit Lauheit und kaltem Herzen hinzugehen. Lass dich aber durch seine Kunstgriffe und Vorspiegelungen, so schändlich und schrecklich sie auch sein mögen, nicht irremachen, sondern kehre alle seine Blendwerke wider ihn. Verachte und verlache den elenden Betrüger, und unterlass die heilige Kommunion nicht wegen der Anfälle und Begierden, welche er in dir erregt.

3. Oft ist die zu große Sorgfalt, eine empfindliche Andacht zu erzwingen, und eine gewisse Ängstlichkeit wegen der Beichte, ein Hindernis der heiligen Kommunion. Folge daher dem Rate der Weisen und lege die Ängstlichkeit und die übertriebene Furcht ab, denn dadurch wird die Gnade Gottes gehindert und die innerliche Andacht ganz zerstört. Unterlass ja nie die Kommunion wegen einer kleinen Unruhe oder Besorgnis, sondern verfüge dich sogleich zur Beichte und verzeihe anderen alle Beleidigungen gutwillig. Hast du aber jemanden beleidigt, so bitte mit Demut um Verzeihung, und Gott wird dir den Fehler gerne vergeben.

4. Was nützt es, die Beichte und die heilige Kommunion lange aufzuschieben? Reinige alsbald dein Gewissen, speie das Gift geschwind aus, eile, das rechte Mittel zu gebrauchen, und du wirst dich besser befinden als wenn du lange zögerst. Unterlässt du die Kommunion heute wegen dieses oder jenes Hindernisses, so wird vielleicht morgen ein wichtigeres dazwischen kommen, und auf solche Weise könntest du lange Zeit davon abgehalten und immer untauglicher dazu werden. Ermuntere dich und entreiß dich, sobald du kannst, der gegenwärtigen Schwermut und Trägheit, denn es nützt nichts, sich lange mit Ängstlichkeit plagen und viel Zeit mit Unruhe zuzubringen, und wegen täglicher Hindernisse sich von den göttlichen Geheimnissen selbst auszuschließen. Ja vielmehr ist es schädlich, wenn man die Kommunion lange hinausschiebt, weil man dadurch insgemein in große Schläfrigkeit zu allem Guten fällt. Es ist leider sehr zu bedauern, dass einige laue Seelen und Christen von einem freieren Lebenswandel jede Gelegenheit, die Beichte aufzuschieben, willig annehmen und selbst verlangen, sich längere Zeit von der heiligen Kommunion zu enthalten, damit sie sich nicht bessern und nicht sorgfältiger über sich selbst wachen müssen.

5. Ach, welch geringe Liebe, welch schwache Andacht haben nicht jene Leute, welche die heilige Kommunion so leicht unterlassen! Wie glücklich und angenehm bei Gott ist aber derjenige, welcher so lebt und sein Gewissen so rein erhält, dass er täglich kommunizieren könnte, und dass er es auch zu tun wünschte, wenn es ihm erlaubt wäre, und wenn er es, ohne Aufsehen zu machen, tun könnte! Wenn sich jemand bisweilen aus Demut oder wegen einer rechtmäßigen Ursache enthält, so ist er wegen seiner Ehrfurcht zu loben. Wenn sich aber Trägheit bei ihm einschleicht, so muss er sich selbst ermuntern und was in seinen Kräften ist anwenden; der Herr wird wegen des guten Willens, welchen er vorzüglich ansieht, sein Verlangen erfüllen.

6. Ist er aber rechtmäßigerweise verhindert, so wird er doch allzeit den guten Willen und ein heiliges Verlangen haben, die heilige Kommunion zu empfangen und wird so den Nutzen des heiligsten Sakraments nicht verlieren. Es wird auch jeder andächtigen Seele ohne Hindernis gestattet, den Leib und das Blut Christi täglich und stündlich zu ihrem Nutzen geistlicherweise zu empfangen. Man muss aber doch an gewissen Tagen und zu bestimmten Zeiten den Leib seines göttlichen Erlösers mit allen Empfindungen der Ehrfurcht in dem heiligsten Sakramente wirklich empfangen und dabei mehr auf das Lob Gottes und Seine Ehre sehen als den eigenen Trost suchen. Denn sooft jemand das Geheimnis der Menschwerdung Jesu Christi und Sein Leiden mit Andacht erwägt und in Seiner Liebe entzündet wird, sooft kommuniziert er geistlicherweise und wird unsichtbarerweise genährt und gestärkt.

7. Wer sich aber erst dann zubereitet, wenn ein Festtag kommt oder wenn ihn die Gewohnheit dazu zwingt, der wird oft unbereitet sein. Selig ist, wer sich dem Herrn als ein Brandopfer ganz übergibt, sooft er das Messopfer darbringt oder die heilige Kommunion empfängt. Bei der Feier der heiligen Messe musst du weder zu langsam noch zu geschwind sein, sondern dich nach dem löblichen gemeinen Gebrauche derjenigen richten, unter denen du lebst. Du musst anderen keine Ungelegenheit und Verdruss verursachen, sondern auf dem gemeinen Wege nach der Anordnung und dem Gebrauche deiner gottseligen Vorfahren wandeln und mehr auf den Nutzen anderer als auf deine Andacht und Neigung sehen.

§4.11. Der Leib Jesu Christi und die Heilige Schrift sind einer gläubigen Seele höchst notwendig.

Die Stimme desJüngers.

1. O süßester Jesus, welche Süßigkeit kostet nicht eine andächtige Seele, welche bei Dir an Deinem Gastmahl teilnimmt, wo ihr keine andere Speise vorgesetzt wird als Du, ihr einzig Geliebter nach welcher sie mit ganzer Inbrunst ihres Herzens sich sehnt! Es wäre mir zwar erwünscht, wenn ich in Deiner Gegenwart mit innigst gerührtem Herzen weinen und gleich der gottseligen Magdalena Deine Füße mit meinen Tränen benetzen könnte. Aber wo ist diese zärtliche Andacht? Wo diese reichliche Quelle heiliger Tränen? Ohne Zweifel sollte vor Deinem Angesichte und in Gegenwart Deiner Engel mein ganzes Herz von Liebe brennen und meine Augen Freudentränen vergießen, denn in dem heiligsten Sakramente habe ich Dich wahrhaft gegenwärtig, obwohl Du unter einer fremden Gestalt verborgen bist.

2. Denn meine Augen sind zu schwach, um Dich in Deiner eigenen und göttlichen Klarheit zu schauen, ja nicht einmal die ganze Welt würde in dem Glanze Deiner Herrlichkeit und Majestät bestehen können. Du richtest Dich darum nach meiner Schwachheit, da Du Dich im heiligsten Sakramente verbirgst. Ich habe eben jenen Gott wahrhaft gegenwärtig und bete Ihn an, welchen die Engel im Himmel anbeten. Ich erkenne Ihn zwar jetzt nur im Glauben, da sie Ihn von Angesicht und ohne Schleier sehen. Doch muss ich mit dem Lichte des wahren Glaubens zufrieden sein und nach demselben wandeln, bis der Tag der ewigen Klarheit anbricht und die Schatten der Vorbilder weichen. Wenn wir aber zur Vollkommenheit kommen, so wird der Gebrauch der Sakramente aufhören, weil die Seligen in der himmlischen Herrlichkeit diese Arznei der Sakramente nicht nötig haben. Denn sie freuen sich ohne Ende in der Gegenwart Gottes, da sie Seine Herrlichkeit von Angesicht zu Angesicht schauen und von Klarheit zu Klarheit umstaltet das göttliche Wort genießen, welches Fleisch geworden ist, so wie es im Anfange war und ewig bleiben wird.

3. Wenn ich an diese hohen Geheimnisse denke, so wird mir auch jeder geistliche Trost sehr beschwerlich, weil ich alles, was ich in der Welt sehe und höre, für Nichts halte,

123 solange ich meinen Herrn nicht offenbar in Seiner Herrlichkeit schauen kann. Du selbst, o Gott, bist mein Zeuge, dass mich nichts trösten und kein Geschöpf beruhigen kann, außer Du, mein Gott, den ich mit innigster Begierde ewig zu schauen verlange. Allein dieses ist nicht möglich, solange ich in diesem sterblichen Fleische wandle. Ich muss also große Geduld haben und mich in allen Begierden Dir ganz unterwerfen. Denn auch Deine Heilige, o Herr, welche sich jetzt mit Dir im Himmelreiche freuen, haben, als sie noch lebten, im Glauben und mit großer Geduld auf die Ankunft Deiner Herrlichkeit gewartet. Was sie glaubten, glaube auch ich; was sie hofften, hoffe auch ich; und ich lebe in der sicheren Zuversicht, dass ich durch Deine Gnade auch dahin gelangen werde, wohin sie gelangt sind. Unterdessen will ich im Glauben wandeln und mich mit dem Beispiele der Heiligen ermuntern. Ich werde zu meinem Trost auch die heiligen Bücher haben, sie werden mir zugleich als ein Lebensspiegel dienen, und über dies alles wird Dein heiligster Leib mein vortrefflichstes Heilsmittel und meine Zuflucht sein.

4. Ich merke nämlich, dass mir in diesem Leben zwei Dinge höchst nötig sind, ohne welche es mir unerträglich sein würde, solange ich in dem Kerker dieses Leibes eingeschlossen bin, kann ich zwei Dinge nicht entbehren, Speise nämlich und Licht. Du hast mir Schwachen also Deinen heiligen Leib zur Nahrung der Seele und des Lebens, und Dein Wort als Leuchte meiner Füße gegeben. Ohne diese zwei Hilfsmittel könnte ich nicht gut leben, denn das göttliche Wort ist das Licht meiner Seele, und Dein Sakrament ist das Brot des Lebens. Man kann sie auch zwei Tische nennen, wovon der eine in der Schatzkammer der heiligen Kirche auf dieser, der andere auf der anderen Seite steht. Der eine ist der Tisch des geheiligten Altars, auf welchem das heilige Brot, der kostbare Leib Jesu Christi nämlich, aufbehalten wird; der andere ist der Tisch des göttlichen Gesetzes, welcher die heilige Lehre enthält, den wahren Unterricht im Glauben gibt und ohne Gefahr eines Irrtums durch den Vorhang in das Innerste zum Heiligtume führt. Ich danke Dir, Herr Jesus Christ, Du Licht vom ewigen Lichte, für den Tisch der heiligen Lehre, welche Du uns durch Deine Diener, die Propheten, Apostel und andere Lehrer hast vortragen lassen.

5. Ich sage Dir Dank, du Schöpfer und Erlöser der Menschen, dass Du, um die ganze Welt von Deiner Liebe zu überzeugen, jenes große Abendmahl zubereitet hast, in welchem Du nicht etwa ein Lamm als ein Vorbild, sondern Deinen heiligsten Leib und Dein heiligstes Blut zu genießen aufgesetzt hast. Bei diesem heiligsten Gastmahle erfüllst Du alle Gläubigen mit Freuden; Du tränkst sie mit dem heilbringenden Kelche, in welchem alle Freuden des Paradieses sind. Die heiligen Engel nehmen mit uns an diesem Freudenmahle teil, aber sie genießen dabei eine noch größere und glückseligere Süßigkeit.

6. O wie erhaben und ehrwürdig ist das Amt der Priester, denen die Gewalt gegeben ist, den Herrn der Herrlichkeit durch die heiligen Worte zu wandeln, Ihn mit ihrem Munde zu preisen, in den Händen zu halten, als eine Seelenspeise mit dem Munde zu genießen und anderen mitzuteilen! O wie rein müssen jene Hände sein, wie rein der Mund, wie heilig der Leib, wie unbefleckt muss das Herz eines Priesters sein, bei welchem der Urheber aller Reinheit so oft einkehrt! Aus dem Munde eines Priesters, welcher das Sakrament des Leibes und Blutes Jesu Christi so oft empfängt, müssen keine anderen als heilige und ehrbare Worte hervorkommen, er muss nichts anderes als Nützliches reden.

7. Seine Augen, gewöhnt, den Leib Christi anzusehen, müssen einfältig und eingezogen sein, rein und zum Himmel erhoben die Hände, mit denen er den Schöpfer des Himmels und der Erde zu halten und zu erheben pflegt. In dem Gesetze wird vorzüglich zu den Priestern gesagt: „Seid heilig, weil Ich heilig bin, Ich der Herr, euer Gott.“

8. Komm uns mit Deiner Gnade zu Hilfe, allmächtiger Gott, damit wir als Priester, deren Amt wir auf uns genommen haben, Dir würdig und mit Andacht in aller Reinheit und gutem Gewissen dienen mögen. Und wenn wir nicht so unschuldig, wie wir sollten, leben können, so verleihe uns die Gnade, dass wir wenigstens die Sünden, welche wir begangen haben, reumütig beweinen und Dir im Geiste der Demut, mit festem Vorsatze und gutem Willen künftig eifriger dienen.

§4.12. Wer Jesus Christus in der heiligen Kommunion empfangen will, muss sich mit großem Fleiße dazu vorbereiten.

Die Stimme des Geliebten.

1. Ich bin ein Freund der Reinheit und der Geber aller Heiligkeit. Ich suche ein reines Herz und schlage in demselben Meine Wohnung auf, um dort zu ruhen. Bereite Mir einen großen, schön gezierten Speisesaal zu, und Ich, nebst Meinen Jüngern, will mit dir Ostern halten. Wenn du willst, dass Ich zu dir komme und bei dir bleibe, so fege den alten Sauerteig aus und reinige die Wohnung deines Herzens. Schließ die ganze Welt und alle sündhafte Unruhe aus demselben aus. Wie der Sperling einsam auf dem Dache sitzt, so halte auch du dich in Einsamkeit auf und denke mit Bitterkeit deiner Seele an deine Vergehungen. Bereitet doch jeder Liebende seinem geliebten Freunde den besten und schönsten Ort, denn daraus erkennt man, mit welcher Neigung er den Geliebten aufnimmt.

2. Wisse jedoch, dass du dich durch die Verdienste deiner eigenen Werke nie genug zubereiten kannst, wenn du auch ein ganzes Jahr darauf verwenden solltest, ohne je an etwas anderes zu denken, sondern es wird dir nur aus Meiner Güte und Gnade gestattet, dass du dich Meinem Tische nähern darfst, ebenso, als wenn ein Bettler von einem Reichen zum Mittagsmahle berufen würde und demselben seine Wohltat nicht anders erwidern könnte, als dass er sich vor ihm demütigte und ihm dankte. Tue, so viel in deinen Kräften ist, und tue es fleißig. Empfange den Leib des Herrn, deines geliebten Gottes, welcher sich würdigt, zu dir zu kommen. Empfange Ihn aber nicht aus Gewohnheit, nicht aus Zwang, sondern mit kindlicher Furcht, mit Andacht und Liebe. Ich habe dich ja selbst berufen, Ich habe es befohlen, Ich werde auch ersetzen, was dir abgeht, komm nur und empfange Mich.

3. Wenn Ich dir die Gnade der Andacht gebe, so danke deinem Gott, nicht als seist du derselben würdig, sondern wie Ich Mich deiner erbarmt habe. Hast du aber diese tröstliche Andacht nicht, sondern befindest dich vielmehr in Trockenheit, so verharre im Gebet, seufze und klopfe an, und lass nicht eher nach, bis du gewürdigt bist, eine Brosame oder ein Tröpflein dieser heilsamen Gnade zu empfangen. Du hast Meiner nötig, Ich bedarf deiner nicht. Du kommst auch nicht, um Mich zu heiligen, sondern Ich komme, um dich zu heiligen und zu erheben. Du kommst, damit du von Mir geheiligt und mit Mir vereinigt werdest, damit du neue Gnade erlangst und mit neuem Eifer, dich zu bessern, entzündet werdest. Versäume diese Gnade nicht, sondern bereite dein Herz mit allem Fleiße vor und führe deinen Geliebten in die Wohnung deines Herzens ein.

4. Es ist aber vonnöten, dass du dich nicht bloß vor der Kommunion zur Andacht bereitest, sondern du musst auch nach dem Empfange des heiligsten Sakraments dich sorgfältig in derselben zu erhalten suchen. Eine strenge Wachsamkeit ist nachher ebenso notwendig als eine andächtige Vorbereitung vorher. Denn eine genaue Wachsamkeit nach der Kommunion ist wieder die beste Vorbereitung, um eine größere Gnade zu erlangen. Wer sich hingegen gleich danach zu sehr zerstreut und äußerlichen Trost zu begierig sucht, wird eben dadurch sehr untauglich zum Himmelreich. Hüte dich vor vielem Reden; bleibe in der Einsamkeit und unterhalte dich mit deinem Gott. Du hast ja Den in deinem Herzen, welchen dir die ganze Welt nicht entreißen kann. Mir, deinem Gott, musst du dich ganz ergeben; so zwar, dass du künftig nicht mehr in dir selbst, sondern in Mir ohne alle Sorge lebst.

§4.13. Eine andächtige Seele muss im heiligsten Sakramente aus allen Kräften nach Vereinigung mit Jesus Christus streben.

Die Stimme desJüngers.

1. Ach wann werde ich einmal so glücklich sein, dass ich Dich, o Herr, allein finde, Dir mein ganzes Herz offenbare und Dich nach dem Verlangen meiner Seele genieße, dass mich nun niemand mehr verachte, dass mich kein Geschöpf mehr abwendig mache, sondern dass Du allein mit mir redest und ich mit Dir, wie ein Geliebter mit seinem Geliebten zu reden und ein Freund mit seinem Freunde sich bei einem Gastmahle zu unterhalten pflegt? Um diese Gnade bitte ich, das verlange ich, dass ich ganz mit Dir vereinigt werde, dass ich mein Herz von allen erschaffenen Dingen losschäle und durch die heilige Kommunion und das öftere Messopfer immer besser lerne, an dem Himmlischen und Ewigen Freude zu finden. Ach, Herr mein Gott! Wann werde ich ganz mit Dir vereinigt und in Dich versenkt werden und zugleich meiner selbst völlig vergessen? Du bist jetzt in mir und ich in Dir! Verleihe mir die Gnade, in dieser Vereinigung beständig zu verharren.

2. Du bist wahrhaft mein Geliebter, auserwählt von tausenden; in Dir wünscht meine Seele alle Tage ihres Lebens zu wohnen. Du bist wahrhaft mein Friedensstifter, in welchem der unzerstörliche Friede und die wahre Ruhe ist und außer welchem nichts als Mühseligkeit und Schmerz und Elend ohne Ende zu finden ist. Du bist wahrhaft ein verborgener Gott, und die Gottlosen erkennen Deine Anschläge nicht, aber mit den Demütigen und Aufrichtigen gehst Du vertraut um. Wie lieblich ist, o Herr, Dein Geist, da Du Dich sogleich würdigst, Deine liebevolle Güte gegen Deine Kinder zu bezeigen, sie mit dem angenehmsten Brote, welches vom Himmel gekommen ist, zu speisen und zu erquicken! Wahrhaftig, kein anderes Volk ist so groß, dass es sich rühmen könnte, seine Götter so nahe zu haben, weil Du unser Gott allen Deinen Gläubigen nahe bist, denen Du Dich selbst als eine Speise zu essen und zu genießen gibst, zu ihrem täglichen Troste, um ihr Herz aufzurichten und zum Himmel zu erheben.

3. Denn welches Volk ist so herrlich wie das christliche Volk? Oder was für ein Geschöpf unter der Sonne genießt so große Liebe wie eine andächtige Seele, zu welcher Gott eingeht, um sie mit Seinem glorreichen Fleische zu nähren? O unaussprechliche Gnade, o bewunderungswürdige Herablassung, o unermessliche Liebe, welche allein den Menschen zuteil geworden ist! Aber wie vergelte ich nun dem Herrn diese Gnade, diese so vorzügliche Liebe? Ich kann Ihm nichts Angenehmeres geben, als wenn ich meinem Gott mein ganzes Herz vollkommen schenke und innigst mit Ihm vereinige. Dann wird mein ganzes Herz vor Freuden aufspringen, wenn meine Seele vollkommen mit Gott vereinigt sein wird. Dann wird Er zu mir sagen: „ Wann du bei Mir sein willst, so will auch Ich bei dir sein.“ Und ich werde Ihm antworten: „Würdige Dich, o Herr, bei mir zu bleiben, ich will gerne bei Dir sein. Ja, dieses ist mein ganzes Verlangen, dass mein Herz mit Dir vereinigt sein möge.“

§4.14. Von der inbrünstigen Begierde einiger andächtigen Seelen nach dem Leibe Jesu Christi.

Die Stimme desJüngers.

1. Wie groß, o Herr, ist die Fülle Deiner verborgenen Süßigkeit, welche Du für jene aufbewahrst, die Dich fürchten! Wenn ich an so manche andächtigen Seelen denke, die mit der größten Andacht und Liebe deinem Sakramente, o Herr, sich nähern, so werde ich oft in meinem Herzen mit Scham erfüllt, dass ich bei Deinem Altare und bei dem Tische der heiligen Kommunion so lau und kalt erscheine, dass ich so trocken bleibe und mein Herz nicht gerührt wird, dass ich in Deiner Gegenwart, o mein Gott, nicht ganz entzündet, nicht auch so heftig angezogen und ergriffen werde, wie viele andächtige Seelen waren, welche vor sehnsuchtsvollem Verlangen nach der heiligen Kommunion und vor inniger Liebe ihres Herzens sich des Weinens nicht enthalten konnten, sondern mit aller Begierde des Herzens und zugleich mit allen Kräften des Leibes nach Dir, o Gott, als der lebendigen Quelle des Heiles schmachteten, weil sie ihren Hunger nicht anders stillen und sättigen konnten, als bis sie Deinen Leib mit aller Seelenlust empfangen hatten.

2. O dieser wahre und lebendige Glaube ist ein zuverlässiger Beweis Deiner heiligen Gegenwart: denn jene erkennen ihren Herrn wahrhaft am Brotbrechen, die eine so große Inbrunst in ihrem Herzen empfinden, wenn Jesus mit ihnen wandelt. O wie ferne ist oft von mir solcher Eifer, solche Andacht, solch herzliche Innigkeit und Liebe! Sei mir gnädig, o gütiger, o süßer, o liebreicher Jesus, und verleihe mir als Deinem armen Bettler die Gnade, dass ich bei der heiligen Kommunion wenigstens bisweilen etwas weniges von der Innigkeit Deiner Liebe empfinde, damit mein Glaube mehr gestärkt werde, meine Hoffnung auf Deine Güte stets wachse und meine Liebe nie mehr verlösche, nachdem sie einmal vollkommen entzündet worden ist und das Himmelsbrot verkostet hat.

3. Deine Barmherzigkeit ist mächtig genug, mir diese so sehr gewünschte Gnade zu erweisen, mich am rechten Dir wohlgefälligen Tage in Gnaden heimzusuchen und mir zugleich den Geist der Liebe und des Eifers einzuflößen. Denn obwohl ich noch nicht von so inniger Sehnsucht wie Deine vorzüglich geliebten und Dir ganz ergebenen Seelen entzündet bin, so habe ich doch durch Deine Gnade ein aufrichtiges Verlangen, eine so heftige und inbrünstige Sehnsucht zu empfinden. Ich bitte und verlange, an den heiligen Begierden aller Deiner Diener, welche Dich so innig lieben, teilzunehmen und ihrer heiligen Gesellschaft beigezählt zu werden.

§4.15. Die Gnade der Andacht erlangt man durch Demut und Selbstverleugnung.

Die Stimme des Geliebten.

1. Die Gnade der Andacht musst du sorgfältig suchen, mit Begierde darum flehen, mit Geduld und Vertrauen darauf warten, mit Dankbarkeit annehmen, mit Demut bewahren, emsig mit ihr wirken und endlich die Zeit und Weise der himmlischen Heimsuchung, bis sie kommt, Gott überlassen. Du musst dich demütigen, besonders wenn du in deinem Herzen nur geringe oder gar keine Andacht empfindest, aber du darfst auch nicht zu niedergeschlagen und zu traurig werden. Gott gibt oft in einem Augenblicke, was Er zuvor lange Zeit verweigerte: bisweilen gib Er am Ende des Gebetes, was Er am Anfange desselben zu geben verschoben hat.

2. Wenn die Gnade immer sogleich gegeben würde und man sie immer nach Wunsch haben könnte, so würde es der schwache Mensch nicht leicht ertragen können. Man muss daher die Gnade der Andacht mit fester Hoffnung und demütiger Geduld erwarten. Doch muss du es dir selbst und deinen Sünden zuschreiben, wenn sie dir nicht gegeben oder auch auf verborgene Weise genommen wird. Bisweilen ist es etwas Geringes, was die Gnade hindert und verbirgt, wenn man je etwas gering nennen kann und nicht vielmehr für wichtig und groß halten muss, was uns ein so großes Gut entzieht. Und wenn du dieses geringe oder große Hindernis gehoben und gänzlich auf die Seite geräumt hast, so wirst du besitzen, was du verlangtest.

3. Denn sobald du dich Gott von ganzem Herzen übergibst und nicht dieses oder jenes nach deinem Belieben oder Verlangen suchst, sondern dich Ihm ganz anvertraust und überlässt so bist du wirklich schon zur Vereinigung mit Ihm gelangt und alles wird bei dir in Ruhe sein, weil dir nichts so angenehm und wohlgefällig sein wird, als wenn der göttliche Wille geschieht. Wer also immer seine Absicht mit aufrichtigem Herzen aufwärts zu Gott richtet und alle unordentliche Liebe oder Abneigung gegen die Außenwelt ablegt, der ist am tauglichsten, die Gnade zu empfangen, und er wird dadurch würdig werden, die Gabe der Andacht zu erhalten. Denn der Herr gibt dort Seinen Segen, wo Er gereinigte Gefäße findet. Und je vollkommener jemand den irdischen und niedrigen Dingen entsagt, je mehr er sich selbst verachtet und durch diese Verachtung sich selbst abstirbt, desto geschwinder wird die Gnade zu ihm kommen, desto reichlicher wird sie ihm mitgeteilt werden, und desto höher wird sie sein freies Herz erheben.

4. Dann wird er den Überfluss seines Reichtums sehen, wird staunen darüber und sein Herz wird sich vor Freude erweitern, weil der Herr, in dessen Hände er sich für immer ganz ergeben hat, für ihn so liebreich sorgt. Sehet, so wird jener Mensch gesegnet werden, welcher Gott von ganzem Herzen sucht und in seinen Gedanken nicht nach Eitelkeit strebt. Dieser wird durch den Genuss des heiligen Sakraments die große Gnade einer innigen Vereinigung mit Gott verdienen, weil er nicht die eigenen Andacht oder seinen Trost zur Absicht hat, sondern die Ehre Gottes und Seine Verherrlichung aller Andacht und allem Troste vorzieht.

§4.16. Wir müssen unser Anliegen Jesus Christus vortragen und Ihn um Seine Gnade bitten.

1. O süßester und geliebtester Jesus, ich verlange Dich jetzt mit Andacht zu empfangen. Du kennst meine Schwachheit und die Not, welche ich leide. Du weißt, in wie vielen Übeln und Sünden ich stecke, wie oft ich beschwert, versucht, beunruhigt und von der Sünde verunreinigt werde. Ich komme zu Dir, dass Du mich heilst, ich bitte Dich um Trost und Hilfe. Ich rede zu Dir, der Du alles weißt, dem mein ganzes Herz offenbar ist, und der Du allein mich vollkommen trösten und mir helfen kannst. Du weißt, welcher Gnaden ich am meisten bedarf und wie arm ich an Tugenden bin.

2. Siehe, ich stehe vor Dir arm und bloß: ich bitte um Gnade und rufe Deine Barmherzigkeit an. Erquicke mich elenenden Bettler und stille meinen Hunger; entzünde mein kaltes Herz mit dem Feuer Deiner Liebe; erleuchte meinen blinden Verstand mit der Klarheit Deiner Gegenwart. Lass mir alles Irdische bitter werden; lass mich alles Harte und Widrige mit Geduld ertragen, alles Niedrige und Erschaffene verachten und vergessen. Erhebe mein Herz zu Dir in den Himmel und lass mich nicht auf der Erde herumschweifen. Von jetzt an bis in Ewigkeit sollst Du allein mir süß vorkommen, weil Du allein meine Speise und mein Trank, meine Liebe und meine Freude, meine Süßigkeit und mein höchstes Gut bist.

3. O möchtest Du mich doch durch Deine Gegenwart ganz entzünden, verzehren und in Dich umgestalten, damit ich ein Geist mit Dir würde durch die Gnade der inneren Vereinigung und durch das Feuer einer brennenden Liebe, das alles Harte in mir erweicht! Lass mich doch nicht nüchtern und trocken von Dir zurückkehren, sondern erzeige auch mir jene Barmherzigkeit, welche Du an Deinen Heiligen oft so wunderbar hast erscheinen lassen. Wäre es wohl ein Wunder, wenn ich durch Dich ganz entzündet und in mir selbst verzehrt würde, da Du jenes Feuer bist, das allzeit brennt und nie abnimmt, Du die Liebe, welche die Herzen reinigt und den Verstand erleuchtet?

§4.17. Von der inbrünstigen Liebe und dem heißen Wunsche, Christus zu empfangen.

Die Stimme des Jüngers.

1. Ich verlange Dich, o Herr, mit höchster Andacht und innigster Liebe, mit aller Sehnsucht und Begierde meines Herzens zu empfangen, wie viele heilige und fromme Seelen bei der Kommunion sich nach Dir sehnten, durch die Heiligkeit ihres Lebens Dir wohlgefielen und in heißer Andacht stets entzündet waren. O mein Gott, Du ewige Liebe, Du mein höchstes Gut, Du ewig dauernde Glückseligkeit! Ich verlange Dich zu empfangen mit jener inbrünstigen Begierde und tiefsten Ehrfurcht, welche je ein Heiliger gehabt hat oder haben konnte.

2. Und obwohl ich unwürdig bin, alle jene Empfindungen der Andacht zu haben, so opfere ich Dir doch alle Neigungen meines Herzens ebenso auf, als wenn ich alle jene Dir so angenehmen und inbrünstigen Begierden allein hätte. Über dieses gebe und bringe ich Dir auch alles mit der größten Ehrfrucht und dem innigsten Eifer dar, was immer ein gottseliges Gemüt sich vorstellen und wünschen kann. Ich verlange mir nichts vorzubehalten, sondern ich will Dir mich selbst und all das Meinige freiwillig und mit der größten Bereitwilligkeit aufopfern. Ja, o Herr, mein Gott, Du mein Schöpfer und Erlöser, ich wünsche Dich mit jener Innigkeit, mit jener Demut, Ehrfurcht und Dankbarkeit, Würdigkeit und Liebe, mit jenem Glauben, jener Hoffnung und Reinheit heute zu empfangen, wie einst Deine heiligste Mutter, die glorwürdige Jungfrau Maria, nach Dir sich gesehnt und Dich empfangen hat, da ihr der Engel das Geheimnis Deiner Menschwerdung verkündigte und sie ihm demütig und andächtig antwortete: „Siehe, ich bin eine Magd es Herrn; mir geschehe nach deinem Worte!“

3. Und gleich wie Dein heiliger Vorläufer, der Vortrefflichste aus den Heiligen, Johannes der Täufer, da er noch im Mutterleibe verschlossen war, mit der Freude des Heiligen Geistes erfüllt, in Deiner Gegenwart frohlockend aufsprang und später, als er Jesus unter den Menschen wandeln sah, sich tief demütigte und mit inniger Andacht sagte: „Der Freund des Bräutigams, welcher bei ihm steht und ihn anhört, freut sich von ganzem Herzen über die Stimme des Bräutigams.“ Ebenso verlange auch ich mit inbrünstigen und heiligen Begierden entzündet zu werden und Dir mich selbst von ganzem Herzen zum Opfer darzubringen. Deswegen opfere ich Dir auf das Frohlocken, die brennenden Begierden, die Entzückungen, die übernatürlichen Erleuchtungen und die himmlischen Erscheinungen aller andächtigen Seelen; Ich stelle dir diese dar mit allen Tugenden, mit allem Lobe, das Dir von allen Geschöpfen im Himmel und auf Erde dargebracht worden ist oder noch dargebracht werden wird; und dieses für mich und alle, welche mir im Gebet empfohlen worden sind, damit Du von allen würdig gelobt und ewig verherrlicht wirst.

4. Nimm, o Herr, mein Gott, nimm an meine Wünsche und Begierden, Dich ohne Ende zu loben und zu preisen, denn wegen Deiner unaussprechlichen Hoheit gebührt Dir billig alles Lob und aller Preis. Dieses verlange ich Dir alle Tage und alle Augenblicke zu erweisen, und ich lade alle himmlischen Geister und alle Deine Gläubigen ein und bitte sie von ganzem Herzen, das sie, vereint mit mir, Dir danken und Dich preisen.

5. Alle Völker, alle Geschlechter und Zungen sollen Dich loben und Deinen heiligen und honigfließenden Namen mit dem innigsten Frohlocken und mit heißer Andacht verherrlichen. Lass, o Herr, alle, welche Dein höchstes Geheimnis mit Ehrfurcht und Andacht wandeln und mit lebendigem Glauben empfangen, Gnade und Barmherzigkeit bei Dir finden und für mich armen Sünder bitten. Und nachdem sie durch erwünschte Andacht zu jener Vereinigung mit Dir gelangt sind, welche ihr jetziger Zustand ertragen kann und voll Trostes und wunderbarweise erquickt und gestärkt von dem himmlischen Tische zurückzukehren, wollen sie sich auch würdigen, an mich Armen zu denken.

§4.18. Der Mensch muss das heiligste Altarsakrament nicht vorwitzig erforschen, sondern Jesus Christus in Demut nachahmen und seinen Verstand dem heiligen Glauben unterwerfen.

Die Stimme des Geliebten.

1. Hüte dich, über dieses höchste Geheimnis auf eine vorwitzige und unnütze Weise zu grübeln, wenn du nicht in unzählbare Zweifel verwickelt werden willst. „Wer die göttliche Hoheit ergründen will, wird von Seiner Herrlichkeit unterdrückt werden.“ Gott kann mehr wirken als der Mensch zu begreifen fähig ist. Erlaubt ist jedoch eine gottselige und demütige Erforschung der Wahrheit, welche sich gerne belehren lässt und sich an die gesunde Lehre der Väter hält.

2. Selig ist jene heilige Einfalt, die sich in spitzfindige und schwierige Fragen nicht einlässt, sondern auf dem ebenen und gebahnten Wege der Gebote Gottes wandelt. Viele haben die Andacht verloren, weil sie die hohen Geheimnisse ergründen wollten. Ein demütiger Glaube und ein unsträfliches Leben wird von dir gefordert, nicht aber hoher Verstand oder Erkenntnis hoher Geheimnisse. Wenn du nicht einmal verstehst und begreifst, was unter dir ist: wie wirst du dasjenige ergründen, was ober dir ist? Unterwirf dich Gott und demütige deinen Verstand unter das Joch des Glaubens, dann wird dir das Licht der Erkenntnis zuteil werden, soweit es dir nützlich und notwendig sein wird.

3. Einige leiden schwere Versuchungen wegen des Glaubens und dieses Sakramentes; man muss aber nicht ihnen, sondern vielmehr dem Feinde die Schuld beimessen. Achte es nicht, lass dich auch mit deinen Gedanken in keinen Streit ein und antworte nicht auf die Zweifel, welche dir der Versucher eingibt, sondern glaube dem Worte Gottes, glaube Seinen Heiligen und Seinen Propheten, und der boshafte Feind wird vor dir fliehen. Oft ist es sehr nützlich, dass ein Diener Gottes dergleichen Anfällt leidet. Denn die Ungläubigen und Sünder, welche er schon sicher besitzt, versucht der allgemeine Feind nicht, aber die andächtigen Gläubigen versucht und beunruhigt er auf verschiedene Arten.

4. Lass dich also in deinem aufrichtigen und ungezweifelten Glauben nicht irremanchen und nähere dich mit demütiger Ehrfurcht diesem Sakramente. Alles, was du nicht verstehen kannst, überlass dem allmächtigen Gott mit gänzlicher Sicherheit. Gott betrügt dich nicht, aber der wird betrogen, der sich selbst zu viel glaubt. Gott wandelt mit den Einfältigen, offenbart Sich den Demütigen, gibt den Kleinen und Geringen Verstand, deckt reinen Herzen den verborgenen Sinn auf, den Vorwitzigen und Hoffärtigen aber verbirgt Er seine Gnade. Die menschliche Vernunft ist schwach und kann leicht betrogen werden, aber der Glaube ist wahrhaft und vor allem Betruge sicher.

5. Die ganze Vernunft und alle vernünftige Forschung muss dem Glauben nachfolgen und ihm nicht vorangehen oder ihn untergraben. Denn der Glaube und die Liebe zeigen sich da am meisten und wirken in diesem heiligsten und vortrefflichsten Sakramente auf verborgene Weise. Der ewige, unermessliche und unendlich mächtige Gott wirkt große und unerforschliche Dinge im Himmel und auf Erden, und Seine wunderbaren Werke können nicht ergründet werden. Wenn die Werke Gottes so beschaffen wären, dass sie von der menschlichen Vernunft leicht begriffen werden könnten, dann wären sie keine Wunder und man könnte sie nicht unaussprechlich nennen.