Obras

Jakob Lorber

La Infancia de Jesús

tres días en el templo

 

Obra recibida mediante la Voz Interior

Prólogo

que trata de la infancia de Jesús y cuenta de la época en que José acogió a María

«Este evangelio fue escrito por Jacobo, un hijo de José. Pero con el tiempo fue desfigurado de tal manera que ya no fue posible aceptar su incorporación como auténtico en la Escritura. Por esto te voy a transmitir el genuino Evangelio de Jacobo, pero sólo desde la época antes indicada. Pues, él había igualmente indicado la biografía de María desde su nacimiento, así como la de José. Escribe, pues...».

Capítulo 1

José como profesional. El sorteo de María en el Templo.

Testimonio de Dios a José. María en casa de José

1 José andaba ocupado con la construcción de una casa en la zona entre Nazaret y Jerusalén.

2 Este trabajo lo había encargado un ciudadano distinguido de Jerusalén porque entre estas dos ciudades no había albergue alguno.

3 María, tras su educación en el Templo, había crecido y, de acuerdo con las leyes del Templo, tenían que sacarla de allí.

4 Para este fin enviaron mensajeros por toda Judea para anunciar a los padres de familia que aquel que fuera digno podría llevarse a la joven a su casa.

5 José, nada más oír esta noticia, apartó su hacha y se dirigió lo antes posible a Jerusalén, al lugar del Consejo del Templo.

6 Habían pasado tres días cuando, conforme a las instrucciones, los interesados se reunieron en el lugar determinado, cada uno con una vara de lirio. El sacerdote las recogió y se retiró al interior del Templo para rezar.

7 Terminada la oración, el sacerdote salió con las varas y devolvió a cada cual la suya.

8 Pero en esto, todas las varas se cubrieron con manchas; sólo la última, entregada a José, quedó fresca y limpia.

9 Pero algunos de los pretendientes se quejaron y declararon esta prueba como parcial y por tanto nula, y exigieron otra que impidiera cualquier fraude.

10 El sacerdote, algo irritado, mandó llamar a María, le puso una paloma en la mano y la hizo pasar por entre sus pretendientes, para que luego la soltara allí.

11 Antes de que la paloma fuera soltada, el sacerdote avisó a los pretendientes: «Mirad, vosotros que hacéis falsas interpretaciones de las señales de Jehová. Esta paloma es un animal inocente y puro, y no tiene oído para nuestros convenios.

12 Conforme a la Voluntad del Señor no comprende más que la lengua omnipotente de Dios.

13 Ahora, ¡levantad vuestras varas! El propietario de la vara en la que la paloma se pose y en cuya cabeza se posará después, ¡se llevará a María!».

14 Los pretendientes estuvieron de acuerdo: «Sí, ésta será una señal infalible».

15 En el momento en que María por orden del sacerdote soltó la paloma, ésta se dirigió directamente hacia José, se posó en su vara y, acto seguido, en su cabeza.

16 «¡He aquí la Voluntad del Señor!», constató el sacerdote. «A ti, honrado profesional, te ha sido asignado recibir a la virgen del Señor. En el nombre de Dios, llévala a tu casa para que allí la ampares. Amén».

17 Con estas palabras y este resultado José se asustó, y dijo: «Ungido según la ley de Moisés y siervo del Señor Dios Sebaot, ya sabes que soy un anciano. Desde hace mucho tiempo estoy viudo y tengo hijos adultos en casa. Por eso temo que quedaré en ridículo ante los hijos de Israel si llevo a esta joven conmigo a mi casa.

l8 Por esto te ruego que repitas el sorteo, esta vez dejándome esperar fuera para no contar entre los pretendientes».

19 Pero el sacerdote levantó la mano y con voz severa le contestó: «José, ¡teme a Dios el Señor! ¿Acaso ignoras lo que él hizo a Datán, Qóraj y Abiram?

20 Mira: La tierra se abrió ante ellos y se los tragó a todos a causa de su terquedad. ¿No piensas que a ti podría caberte la misma suerte?

21 Has visto la señal infalible de Jehová. ¡Por esto obedece al Señor omnipotente que es justo y que siempre castiga a los que vacilan en llevar a cabo su Voluntad!

22 ¡Teme por los tuyos, para que el Señor no os haga sufrir la misma suerte que a Datán, Qóraj y Abiram!».

23 Profundamente asustado, José respondió al sumo sacerdote: «Te ruego, pues, que reces por mí para que el Señor vuelva a ser misericordioso conmigo y luego entrégame la virgen, según su Voluntad».

24 El sacerdote se retiró al santísimo para rezar por José. Allí el Señor le dijo:

25 «No aflijas al hombre que Yo escogí, pues, no hay hombre más justo en Israel, ni en toda la Tierra y ni tampoco ante mi trono en todos los Cielos.

26 Sal pues y entrega la virgen -a la que Yo mismo eduqué- al hombre más honrado de todo el mundo».

27 El sacerdote se golpeó el pecho y exclamó: «¡Oh, Señor, Dios poderoso de Abraham, Isaac y Jacob, sé misericordioso con el gran pecador que soy, porque ahora veo que visitarás tu pueblo!».

28 El sacerdote se levantó, salió y -en el nombre del Señor- entregó la joven a José que estaba atemorizado.

29 «José, eres justo ante el Señor. Por eso Él te escogió entre muchos miles. Sigue en paz. Amén».

30 José tomó a María de la mano y con fervor pronunció las palabras: «¡Que se cumpla siempre la Voluntad de mi Dios, de mi Señor! Lo que Tú das, Señor, siempre es bueno. Por esto, de buen grado, acepto esta dádiva de tu mano. Bendícela para mí y a mí para ella, para que yo sea digno de ella ante ti, ahora y siempre. ¡Que siempre se haga tú Voluntad! Amén».

31 Al hablar de esta manera al Señor, José se sintió fortalecido en su corazón. Salió con María del Templo y la llevó a su modesta casa en la región de Nazaret.

32 Como le requerían las obligaciones de su trabajo no pudo entretenerse mucho en casa.

33 Por esto dijo a María: «Ya ves que de acuerdo con la Voluntad de Dios, te he recibido del Templo del Señor y te he acogido en mi casa. Pero no puedo permanecer contigo para protegerte porque tengo que seguir con la construcción de la vivienda que te mostré en el camino hacia aquí.

34 Aun así, no te quedarás sola: Una parienta devota se quedará contigo y mi hijo más joven te hará compañía.

35 Dentro de poco volveré con mis cuatro hijos y te seré un guía en los caminos del Señor. Mientras tanto Él cuidará de ti y de mi casa. Amén».

Capítulo 2

El nuevo velo del Templo. Trabajo de María con el velo

1 En aquella época el velo del Templo estaba ya muy deteriorado y era necesario arreglar los defectos.

2 Por esto los sacerdotes reunidos en consejo constataron: «Habrá que hacer un velo para el Templo del Señor y así poder reparar el deteriorado.

3 De acuerdo con la Escritura, pudiera ser que hoy o mañana se presentase el Señor. ¿Cómo quedaríamos ante Él si encontrase el Templo tan descuidado?».

4 «¡Que criterio más insensato!», criticó el sumo sacerdote. «¡Cómo si el Señor cuyo santuario está en el Templo ignorase la situación del mismo!

5 A pesar de todo, mándame siete vírgenes inmaculadas del linaje de David y sortearemos el reparto del trabajo».

6 Los mensajeros se fueron en busca de vírgenes inmaculadas del linaje de David, pero -y esto con dificultad- sólo encontraron seis.

7 El sumo sacerdote se acordó que María, a la que hacía pocas semanas habían entregado a José, también era del linaje de David y lo indicó a los mensajeros.

8 Estos se fueron para informar a José, que se presentó con María, acompañado por los mensajeros del Templo.

9 Cuando las vírgenes estuvieron reunidas en el atrio, el sumo sacerdote salió para hacerles entrar en el Templo.

10 Allí dentro, todos reunidos, el sumo sacerdote tomó la palabra:

11 «Oíd, vírgenes del linaje de David, que conforme a la Voluntad de Dios ordenó que el bordado fino del velo que separa al santísimo del Templo siempre fuera ejecutado por las vírgenes de su linaje.

12 Y que, según su testamento, habría que repartir el trabajo mediante un sorteo. Después cada una de las vírgenes debe cumplir con su trabajo lo mejor que pueda.

13 Aquí veis el velo deteriorado y en esta mesa están ya preparadas las diversas materias primas necesarias para el trabajo.

14 Ya veis la gran falta que hace. Proceded en seguida al sorteo para que se decida quién de vosotras va a hilar el hilo de oro, el de amianto y el de algodón,

15 él de seda, luego el de color jacinto, el de escarlata y el de púrpura auténtica».

16 Un poco tímidas, las vírgenes procedieron al sorteo, mientras que el sumo sacerdote rezaba por ellas.

17 De acuerdo con el resultado, a la virgen María, hija de Ana y de Joaquín, le tocó el escarlata y el púrpura auténtico.

18 Dio gracias a Dios por este trabajo para realizarlo en su honor, tomó la materia prima y volvió con José a su casa.

19 Llegados allí, María empezó su tarea con buenos ánimos. José le recomendó mucho celo, la bendijo y volvió a su obra.

20 Esto aconteció precisamente cuando Zacarías, con ocasión de un sacrificio en el Templo, enmudeció como castigo por una falta de fe. El sorteo de las vírgenes tuvo lugar bajo el sustituto de Zacarías.

21 María era pariente de Zacarías y de su sustituto, lo que le llevó a duplicar su celo para, tal vez, ser la primera en terminar su trabajo.

22 Pero no fue por llamar la atención sino porque se imaginaba que para el Señor sería una alegría mayor.

23 Primero empezó con el hilo escarlata porque éste, para hilarlo, necesitaba la máxima atención. Porque de lo contrario el hilo sería unas veces más fino y otra vez más grueso.

24 Todos los que venían a casa de José se admiraban de su habilidad extraordinaria.

25 Al cabo de tres días terminó con el escarlata y, sin tardar, cogió el púrpura. Pero como había que humedecerlo continuamente, tenía muchas veces que salir con el cántaro a buscar agua.

Capítulo 3

Un ángel anuncia el nacimiento del Señor

1 Era un viernes por la mañana cuando María salió de nuevo con el cántaro para llenarlo de agua, cuando quedó sorprendida por una voz que le dijo:

2 «¡Dios te salve María, llena eres de Gracia! El Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres».

3 María estaba profundamente asustada porque no le sabía de donde había venido aquella voz. Miró por todas partes, pero no pudo descubrir a nadie.

4 Llena de pavor tomó su cántaro y volvió corriendo a casa.

5 Toda temblorosa, dejó el cántaro en su sitio y volvió a su trabajo.

6 Apenas había cogido el ritmo del trabajo, cuando se presentó el ángel del Señor ante ella con estas palabras:

7 «No temas, María, porque el Señor te concede una Gracia extraordinaria: ¡Concebirás en tu seno por la palabra de Dios!».

8 María reflexionó qué podrían significar estas palabras, pero no podía entender su sentido. Por eso preguntó al ángel:

9 «¿Cómo será esto? Estoy todavía lejos de tener un marido y hasta ahora aún no he encontrado a nadie que tenga la intención de casarse conmigo para que después, igual que otras mujeres, me quede encinta y dé a luz a un niño».

10 «Virgen elegida de Dios, no sucederá como tú piensas, porque la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra», le respondió el ángel.

11 «Por esto el Santo que nacerá de ti será el Hijo del Altísimo, y así será llamado.

12 En cuanto des a luz, le darás el nombre de Jesús, pues, Él salvará a su pueblo de todos los pecados, del juicio y de la muerte eterna».

13 María se puso de rodillas ante el ángel y con devoción le dijo: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí su Voluntad, según tu palabra». El ángel desapareció y María volvió a su trabajo.

Capítulo 4

Ingenua conversación de María con Dios

1 Cuando el ángel ya se había ido, María alabó al Señor y en su corazón se dirigió a Él:

2 «Señor, ¿qué soy yo ante ti para que Tú me concedas Gracia tan grande?

3 ¡Yo dar a luz a un niño sin jamas haber conocido hombre y sin saber qué diferencia puede haber entre un hombre y una mujer!

4 ¿Qué es en realidad estar encinta? Señor, ¡no lo sé!

5 ¿Qué sé yo de lo que sucede cuando una mujer da a luz un niño? Señor, ¡mírame con indulgencia, porque no soy más que una muchacha de catorce años y, aparte de algunas palabras que he oído, soy totalmente inexperta!

6 Ay, pobre de mí, ¿qué me ocurrirá cuando esté encinta y cómo será tal estado?

7 ¿Qué dirá el padre José cuando se lo diga o se entere?

8 Me imagino que no puede ser nada malo, sobre todo cuando una criada, como entonces lo era Sara, fue designada por el mismo Señor para eso.

9 En el Templo oí unas cuantas veces que las mujeres se ponen muy contentas cuando están encinta.

10 Entonces tal estado tiene que ser algo muy bueno y una bendición, con lo que seguramente también tendré mucha alegría en cuanto Dios haga que esto sea así...

11 ¿Pero cómo y cuándo sucederá? Tal vez ya he concebido... ¿O tendré que esperar todavía?

12 Oh, Señor, Santo de Israel, ¡da una señal a tu pobre sierva cuando suceda para que te pueda alabar por ello!».

13 En ese momento María fue tocada por un hálito etéreo luminoso y una voz muy suave respondió a su pregunta:

14 «María, no te preocupes en vano. Ya concebiste y el Señor está contigo. Sigue tranquila tu trabajo y termínalo. Y sabe que en adelante ya no se harán trabajos de esta clase para el Templo».

15 Al oír estas palabras María se puso de rodillas, rezó a Dios y le alabó por la gran Gracia concedida. Y se levantó para seguir con su trabajo.

Capítulo 5

Entrega del trabajo terminado por María en el Templo.

Viaje de María a ver a su tía

1 Algunos días después María terminó el trabajo con el hilo púrpura y lo ordenó, junto con el escarlata.

2 Agradeció a Dios que el trabajo hubiera salido tan bien, lo envolvió todo en lienzos limpios y se puso en camino hacia Jerusalén.

3 Fue sola hasta la obra donde José trabajaba. Desde allí José la acompañó al Templo

4 donde ella entregó el trabajo al sumo sacerdote.

5 Este lo examinó y, encantado, lo agradeció con estas palabras:

6 «María, ¡tal habilidad no viene de ti sino del Señor que te ayudó con su propia mano!

7 Te volviste grande por la Gracia de Dios y entre todas las mujeres de la Tierra serás bendita. Pues fuiste la primera en entregar en el Templo tu trabajo al Señor».

8 María, muy humilde y con gran alegría en el corazón, respondió al sumo sacerdote:

9 «Digno siervo del Señor en su santuario, no me alabes demasiado y no me eleves ante las demás porque este trabajo no es mérito mío sino del Señor, que guió mi mano.

10 Por eso toda alabanza y toda honra sean para Él, como también mi incesante adoración y mi gran amor».

11 «Amén. María, virgen pura del Señor, hablaste muy bien. Sigue en paz y que el Señor esté contigo».

12 María se levantó y volvió con José a la obra donde tomó algo de pan, leche y agua.

13 A medio día de viaje de allí, detrás de una pequeña montaña, vivía una tía de María que se llamaba Isabel a la que quería visitar. Por eso le pidió permiso a José.

14 Este, en seguida, se lo concedió y llamó a su hijo mayor para que la acompañase por lo menos hasta donde ya se podía ver la casa de Isabel.

Capítulo 6

Isabel recibe a María. Un evangelio acerca de las mujeres

1 Llegada a la casa de Isabel, María llamó discretamente a la puerta como era la costumbre entre los judíos.

2 Al oír esta llamada tan prudente, Isabel se preguntó quién podía llamar de manera tan suave:

3 «Será un hijo de mi vecina. No es posible que sea mi marido pues todavía está esperando su curación en el Templo.

4 ¿Debo interrumpir mi trabajo por la llamada de un niño?

5 Pues, no. Mi trabajo para el Templo es más importante que las travesuras de un niño que no querrá otra cosa que tomarme el pelo.

6 De modo que me quedo con mi labor y que el niño llame tanto como quiera».

7 Cuando María volvió a llamar, Isabel sintió que el hijo que estaba en su seno brincaba de alegría. Y percibió una voz muy baja desde donde su hijo estaba dando brincos:

8 «¡Corre, madre!, ¡es la madre de nuestro Señor, de nuestro Dios, la que está llamando a la puerta y te hace una visita».

9 Al oír estas palabras Isabel tiró todo lo que tenía en las manos y corrió a abrir la puerta.

10 Conforme a las costumbres de los judíos, primero bendijo a la visitante y luego la recibió con los brazos abiertos, exclamando:

11 «¡Bienvenida, María!, ¡bendita eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!

12 Pero, ¿cómo es que la madre de mi Señor y Dios viene a visitarme?».

13 María, que no entendía nada, le respondió:

14 «Querida tía, vengo simplemente para hacerte una visita amistosa. Pero me estás hablando de cosas que no entiendo... ¿Acaso de veras ya estoy encinta puesto que me llamas madre?».

15 Isabel le explicó lo sucedido: «Cuando llamaste por segunda vez a la puerta, el hijo que llevo dentro de mí dio saltos de alegría y me lo anunció todo, incluso que tú venías».

16 María levantó la vista al cielo y recordó las palabras que el arcángel Gabriel le había dicho y, como todavía no entendía nada de todo esto, dijo pensativa:

17 «Gran Dios de Abraham, Isaac y Jacob, ¿qué has hecho de mí? ¿Y quién soy yo para que todas las generaciones de la Tierra deban considerarme bienaventurada?».

18 «Pero ahora entra, María; entra y confórtate. Ya hablaremos de todo y juntas alabaremos a Dios con todo nuestro corazón».

19 María pasó y aceptó algo de comer y de beber. Se sentía muy a gusto y se puso de buen ánimo.

20 Isabel le preguntó por muchos pormenores acerca de su estancia en el Templo como pupila de custodia del Señor, y qué impresión había sacado de todo ello.

21 María le respondió: «Tía Isabel, yo diría que estas cosas son demasiado elevadas para nosotras. Y las mujeres no hacemos bien discutiendo asuntos para los cuales el Señor ha puesto a los hijos de Aarón.

22 Por eso pienso que las mujeres deberíamos confiar los asuntos divinos a Dios y a quienes Él ha puesto para que se ocupen de ellos.

23 Mientras amemos a Dios sobre todo y cumplamos con sus santos mandamientos, ya vivimos como es debido. Lo que se salga de ahí es cosa de hombres designados por el Señor.

24 Tía Isabel, creo que así tiene que ser. Por eso dispénsame de hacer comentarios referentes al Templo porque nada mejoraría con ello. Si es su Voluntad, entonces el Señor ya castigará y purificará el Templo a su debido tiempo».

25 Al oír estas palabras Isabel reconoció la profunda humildad y modestia de María y confirmó pensativa:

26 «Sí, virgen agraciada de Dios, con ese modo de pensar una tiene que merecer la mayor Gracia ante Dios.

27 Pues únicamente la inocencia más pura puede expresarse como tú. Y quien vive una vida según estos conceptos, seguro que vive una vida justa ante Dios y ante el mundo».

28 «La vida justa no es nuestra sino del Señor y es una Gracia», contestó María.

29 «Y quien cree vivir una vida justa, seguro que ante Dios no aparecerá como tal. Quien, por el contrario, reconoce siempre su culpa ante Dios es el que vive una vida justa ante el Señor.

30 No puedo hablar de mí y decir cómo vivo, sólo que mi vida es pura Gracia del Señor. Por ello no puedo hacer otra cosa sino amarle y alabarle continuamente con toda mi alma. Si tu vida es como la mía, haz entonces lo mismo que yo. Esto agradará más al Señor que cualquier clase de conversación sobre la situación en el Templo».

31 A Isabel le quedó bien claro que en María hablaba el Espíritu divino. Por eso dejó de preguntar más sobre la situación en el Templo.

32 María pasó tres meses en casa de Isabel y le ayudó en sus quehaceres como si fuera su criada.

33 Mientras tanto también José terminó su obra y se encontraba ya en casa con sus hijos cuidando el pequeño terreno que había arrendado.

34 Un día José llamó a su hijo mayor: «Joel, prepárame la mula para mañana, pues quisiera salir temprano a buscar a María.

35 La muchacha lleva ya tres meses fuera de casa y no tengo idea de lo que puede estar pasando.

36 Sé bien que está en compañía de la mujer del sumo sacerdote mudo, sin embargo, nunca se sabe si allí estará libre de las tentaciones de aquel que también tentó a Eva.

37 De modo que mañana iré a buscarla para evitar que los hijos de Israel me puedan calumniar y para que el Señor no me castigue por despreocuparme de ella».

38 Joel lo preparó todo como su padre le había dicho. Pero nada más terminar, María se presentó en la puerta, saludó a José y le pidió permiso para entrar.

39 José se sorprendió al verla: «Mira, mira, ¿Tú aquí? ¡Parece que te olvidaste de nosotros!».

40 «Sí, soy yo, ¡pero no me olvidé de vosotros!», respondió María. «Al contrario, me hubiera gustado haber vuelto antes pero no me he atrevido a atravesar la montaña sola, y como tú tampoco mandaste a nadie para buscarme...

41 Por eso tuve que aprovechar la vuelta de tres levitas que habían venido a visitar a la mujer de Zacarías y se ofrecieron para acompañarme hasta aquí. Ellos me bendijeron y siguieron su camino. Y aquí estoy otra vez contigo, padre José».

42 José había pensado reprenderla por su larga ausencia; pero al fin no fue capaz de hacerlo porque, por un lado, la voz de ella había conmovido su noble corazón y por otro, también se consideraba a sí mismo culpable por no haber mandado antes a alguien para buscarla.

43 De modo que la bendijo y ella, por su parte, acudió a él y le acarició con ternura como los niños inocentes lo hacen con sus padres o con otros bienhechores.

44 José estaba profundamente conmovido y le dijo: «María, ya ves que soy un pobre viejo, pero tu amor fiel me hace olvidarlo. El Señor me ha dado una gran alegría al entregarte a mí. Por eso, hija mía, hasta mi trabajo me dará más satisfacción que antes ya que con él también gano el pan diario para tu subsistencia».

45 Al hablar así, las lágrimas corrían por los ojos del viejo José. María se las secó y dio gracias a Dios por haberle dado un padre adoptivo tan bueno.

46 En esta ocasión José tuvo la impresión de que oía cantar salmos fuera de su casa.

Capítulo 7

Presentimientos y predicciones de José. El consuelo de María.

Embarazo evidente de María.

1 Movido por intuiciones sublimes, José dijo a María: «Hija del Señor, con tu presencia llega una gran alegría a mi casa, ¡mi alma está llena de presentimientos maravillosos!

2 Pero también sé que el Señor prueba dolorosamente a aquellos que ama. Por eso roguémosle siempre que tenga misericordia de nosotros.

3 Es probable que el Señor quiera renovar a través nuestro la antigua Arca de la Alianza, ya bastante deteriorada.

4 ¡Si tengo razón y algo así se está preparando, entonces ¡ay de los dos! En fin, habrá que enfrentarse con lo que venga. Pero, por el momento, no le demos más vueltas al asunto.

5 Lo que tenga que venir, seguro que vendrá, sin que nosotros lo podamos evitar: ¡Cuando se presente ante nosotros nos sobresaltará, nos dominará y nos hará temblar ante Aquel que puso la Tierra en su sitio!».

6 María no entendió nada de todo esto y como vio a José tan preocupado, procuró consolarle:

7 «Querido padre José; no te aflijas con la Voluntad del Señor, pues sabemos que Él siempre procura lo que es mejor para el bien de las almas de sus hijos. Estando Él con nosotros -como siempre lo estuvo con Abraham, Isaac y Jacob, y todos aquellos que le aman- ¿qué nos podrá ocurrir de malo?».

8 Tranquilizado con este consuelo, José agradeció al Señor con todo su corazón el haberle enviado un ángel con María y dijo a sus hijos:

9 «Bueno, ya es tarde. Vamos a entonar un cántico, después cenaremos y cuando sea la hora, iremos a descansar».

10 Lo dicho, hecho. María fue a buscar pan y José lo repartió. Todos admiraron el buen gusto que tenía el pan aquel día.

11 «El Señor sea alabado», dijo José. «Sabido es que lo que Él bendice siempre da buen sabor al paladar».

12 «Tampoco, querido padre, debes temer las aflicciones que el Señor nos pueda haber preparado porque, a la vez, son también sus bendiciones», observó María.

13 «Sí, pura hija del Señor, tienes razón», respondió José. «Tendré que soportar con sumisión todo lo que el Señor quiera cargarme. En fin, espero que su yugo no sea demasiado duro ni su carga demasiado pesada; pues aun en su celo es un padre de bondad y misericordia. Que siempre se haga su Voluntad».

14 Después de esta conversación toda la familia se fue a dormir.

15 Cada día el estado de María era más y más evidente. Y como ella era la primera en darse cuenta, procuraba disimularlo ante José y sus hijos.

16 Pero dos meses más tarde todo disimulo era vano; José empezó a sospechar y, en secreto, fue a uno de sus amigos de Nazaret para consultarle sobre el extraño estado de María.

Capítulo 8

Opinión del médico. José interroga a María

1 El amigo de José era un médico muy experimentado que muchas veces asistía a las comadronas en caso de partos difíciles.

2 Aceptó la invitación de José para poder observar a María en su casa sin llamar su atención. Y después de haberla observado informó a José:

3 «Oye, hermano de Abraham, Isaac y Jacob; una gran desgracia ha sucedido en tu casa. Pues la muchacha está en un estado de embarazo muy avanzado.

4 Tú mismo tienes la culpa porque durante una larga temporada no estuviste en casa debido a la obra en la que trabajaste. Dime, ¿quién cuidó de ella mientras tanto?».

5 «Cuando la traje a casa aquí no se quedó por más de tres semanas», le respondió José. «Pues se fue por tres meses a casa de su tía Isabel.

6 Después de haber vuelto ha pasado aquí otros dos meses bajo nuestra continua vigilancia, y nunca vi a nadie que la visitara abierta o escondidamente.

7 También durante mi ausencia estuvo en óptimas manos, pues mi hijo que la acompañó hasta la casa de su tía me había jurado antes solemnemente que en todo el camino no le tocaría ni el vestido.

8 Por lo tanto estoy seguro de que María, en lo que se refiere a mi esfera, tiene que estar absolutamente pura. Si de la casa de Zacarías se puede decir lo mismo... eso ya es otra cosa.

9 ¿No será obra de uno de los servidores del Templo cuando todavía estaba allí? ¡Pero Dios me libre de semejante sospecha! Seguro que en tal caso el Señor ya hubiera hecho que el sumo sacerdote lo descubriera.

10 Pero ya sé qué tengo que hacer para descubrir la verdad. Tú puedes seguir en paz, interrogaré a todos los míos severamente».

11 Cuando el amigo de José se marchó, este se dirigió en seguida a María y la preguntó:

12 «¿Hija, cómo voy a levantar ahora mi vista hacia mi Dios? ¿Qué voy a decir de ti?

13 ¿Acaso no te recibí del Templo como virgen pura y no he cuidado de ti fielmente con mis oraciones diarias y con los fieles que viven en mi casa?

14 ¡Por eso exijo que me digas quién ha osado traicionarme de tal manera a mí, un hijo de David, y a ti que también desciendes del mismo linaje!

15 ¿Quién ha conseguido trastornar tu mente pura de tal manera que haya podido seducirte a ti, una virgen del Señor, haciéndote una segunda Eva?

16 ¡La antigua historia de Adán se repitió en mí! Pues, ¡es evidente que también a ti te sedujo una serpiente como a Eva! ¡Contesta a mi pregunta y no creas que me puedes engañar!».

17 Desesperado de dolor, José se tiró de bruces encima de un saco lleno de ceniza y rompió a llorar.

18 María, temblando de temor, empezó a llorar y a sollozar, y, por miedo y tristeza, no le salían las palabras.

19 José, entre tanto, se levantó del saco y en tono más moderado le preguntó:

20 «María, hija de Dios, que estuviste bajo la custodia de Él mismo, ¿por qué me haces esto? ¿Por qué rebajaste tanto tu alma y te olvidaste de tu Dios?

21 Tú -educada en el Templo donde recibiste tu alimento de las manos de los ángeles y que tuviste por compañeros a estos siervos relucientes de Dios - ¿cómo has podido hacer algo parecido? ¡Deja de callar y habla ahora!».

22 Entonces María recobró su valor y le respondió: «Padre José, hombre justo e implacable, te digo, tan ciertamente como que Dios existe, que soy pura e inocente y hasta ahora no he conocido a varón alguno».

23 «¿De dónde entonces viene lo que llevas en tu vientre?».

24 «Mira, todavía soy una niña y no entiendo los secretos de Dios. Pero escucha y te diré todo lo que me ha pasado. Y esto es tan verdadero como el Señor mismo».

Capítulo 9

Relato de María sobre los acontecimientos misteriosos y santos.

José está preocupado y decide abandonar a María

1 María empezó su relato, explicando sobre todo lo que le sucedió cuando estaba todavía trabajando con el hilo púrpura. Terminó con la siguiente afirmación:

2 «Por eso, padre José, te repito: Tan cierto como que existe Dios, Señor del Cielo y de la Tierra, es cierto que soy pura, que ni conozco a los hombres ni tampoco el secreto de Dios que ahora tengo que llevar en mi vientre para gran sufrimiento mío».

3 José se quedó profundamente asustado porque estas palabras de María penetraron en su preocupada alma, pues vio confirmada su intuición.

4 Empezó a meditar sobre qué debía hacer y, en su corazón, se dijo a sí mismo:

5 «Tal como es el mundo, María pasará inevitablemente por pecadora. Si ahora la oculto ante el mundo porque para mí es pura, entonces me tratarán de sacrílego ante la ley del Señor, sin que pueda escapar del castigo.

6 Y si contra mi propia convicción la descubro como pecadora ante los hijos de Israel, pese a que según a su declaración que no deja lugar a dudas, lo que lleva bajo de su corazón resulta de un ángel,

7 entonces figuraré ante Dios como alguien que entregó a una inocente a un juicio mortal.

8 ¿Qué haré con ella? ¿Debiera llevarla a las montañas y esconderla para guardar el secreto? ¿O tal vez debiera esperar el día en que el Señor mismo me lo revele?

9 Pero y si mientras tanto viene alguien de Jerusalén y se da cuenta del estado en que se encuentra María, ¿entonces qué? Me parece que lo mejor será llevármela de aquí sin que nadie se entere, aparte de mis hijos.

10 Seguro que con el tiempo el Señor descubrirá su inocencia y todo se arreglará. En el nombre del Señor, que así sea».

11 José le informó de su plan y ella se sometió a su buena voluntad. Como ya era muy tarde, después de terminar con los preparativos se fue a dormir.

12 José, absorto en sus pensamientos, se durmió. En su sueño se le apareció un ángel del Señor que le dijo:

13 «¡José, no temas nada por María, la virgen más pura del Señor! ¡Porque lo que tiene debajo del corazón ha sido engendrado por el Espíritu Santo de Dios! ¡El día que nazca, dale el nombre de “Jesús”!».

14 En este momento José se despertó y alabó a Dios por la singular Gracia que le había concedido.

15 Cuando amaneció, María estaba preparada para el viaje e indicó a José que ya era hora de ponerse en camino.

16 Este la abrazó con cariño. «María, ¿te quedas conmigo?», le dijo « Pues esta noche el Señor me ha dado una gran noticia sobre ti. El hijo al que darás a luz se llamará “Jesús”!».

17 Con esto María supo que el Señor había hablado con José, pues era el mismo nombre que el ángel le había indicado a ella, sin que ella se lo hubiera comunicado a José.

18 José la cuidó mucho y no dejó que le faltase nada que requiriese su estado.

Capítulo 10

El censo romano. El traidor Anás

1 Dos semanas después de este acontecimiento hubo un gran consejo en Jerusalén para averiguar qué era eso que se había oído de que los romanos iban a censar a todo el pueblo judío.

2 Esta noticia espantó a los judíos porque ellos tenían prohibido hacer el recuento de los seres humanos.

3 Por esto el sumo sacerdote convocó una asamblea a la cual todos los ancianos, como José, tenían que presentarse.

4 Pero en aquellos días José había ido a las montañas porque necesitaba madera para la construcción. De modo que durante algún tiempo no estaría presente.

5 En esos días de ausencia llegó un mensajero de Jerusalén con una convocatoria, pero al enterarse de que José no estaba, le dejó el recado a su hijo.

6 José volvió al día siguiente por la mañana y, sin tardar, Joses le informó de las noticias que le habían llegado desde Jerusalén.

7 «Durante cinco días he recorrido las montañas y estoy cansado», le contestó su padre. «Si ahora no descanso algunos días, las piernas me fallarán. Por eso me veo incapaz de cumplir la petición del consejo.

8 Aparte de eso, toda esta reunión no vale para nada, porque el poderoso emperador de Roma, que ya ha extendido su cetro hasta los países de los escitas, poco se va a preocupar por nuestra reunión, y de todos modos hará lo que le dé la gana. ¡De modo que me quedo en casa!».

9 Tres días más tarde se presentó un tal Anás de Jerusalén, que era un gran doctor de la ley, y le dijo a José:

10 «José, a ti, que eres un hombre del linaje de David y que estás muy versado en las Escrituras, te tengo que preguntar por qué no acudiste a la reunión de la asamblea».

11 «Mira, estuve durante cinco días en las montañas», le respondió José, «y no sabía nada acerca de la convocatoria.

12 Cuando volví a casa y mi hijo Joses me informó, me fue imposible ponerme en camino hacia Jerusalén porque estaba demasiado cansado. Además, desde el primer momento comprendí que toda la reunión iba a ser en vano».

13 Mientras José le estaba dando explicaciones, Anás miró alrededor y, por desgracia, descubrió a la virgen en su muy avanzado estado de embarazo.

14 Sin decir ni una palabra abandonó la casa de José y, a toda prisa, fue a Jerusalén.

15 Nada más llegar allí, jadeante, Anás se dirigió al sumo sacerdote:

16 «Escucha y no me preguntes por qué el hijo de David no vino a la reunión, ¡acabo de descubrir la mayor atrocidad en su casa!:

17 José, del que Dios y tú disteis testimonio, confiándole la virgen, ha faltado vilmente ante Dios y ante ti».

18 El sumo sacerdote, espantado, le dijo con impaciencia: «¿Cómo es eso? ¡Dime la verdad, si no hoy morirás!».

19 «Te digo que la virgen María, a la que José, por Orden de Dios, había recibido del Templo en custodia, ha sido depravadamente deshonrada por él», acusó Anás a José. «El estado avanzado de su embarazo es ya más que evidente».

20 Pero el sumo sacerdote exclamó: «¡No, José no sería nunca capaz de algo parecido! ¿Acaso Dios puede dar falso testimonio?».

21 «Entonces envía tus siervos de más confianza», le propuso Anás, «y conocerás el estado tan adelantado de embarazo en que se encuentra la virgen. Y si no es así, ¡que me lapiden aquí mismo!».

Capítulo 11

Detención e interrogatorio de María y José. José, enojado con Dios.

Sentencia de muerte sobre María y José y conmutación por una sentencia divina. María, esposa de José

1 El sumo sacerdote reflexionó un rato y se dijo: «¿Qué puedo hacer? Anás se muere de celos por la adjudicación de María a José, y además nunca se debe seguir el consejo de un envidioso.

2 ¿Pero si la situación de María es realmente así y yo tratase este asunto con indiferencia, ¿qué dirían los hijos de Israel y cuál serían mis responsabilidades?

3 Por eso, si mando en secreto a algunos sirvientes de confianza a José, y se confirma este hecho fatal, tendré que hacerlos traer aquí a los dos inmediatamente».

4 De modo que el sumo sacerdote llamó a algunos sirvientes adecuados y los mandó en secreto a casa de José.

5 Una vez allí se confirmaron las palabras del sumo sacerdote.

6 Y el de más edad dijo a José: «Mira, hemos venido aquí mandados por el Templo para que averigüemos si los comentarios que han llegado a los oídos del sumo sacerdote son verdaderos.

7 Por desgracia, la sospecha se ha confirmado. Por lo tanto síguenos con María, sin oponer resistencia al Templo, en donde el sumo sacerdote pronunciará una sentencia justa».

8 Sin la menor objeción José y María siguieron a los siervos del Templo para presentarse al juicio.

9 Cuando llegaron ante el sumo sacerdote, este, profundamente sorprendido, preguntó a María con voz severa:

10 «¿Por qué, María, nos hiciste esto y cómo es posible que envilecieras tu alma tan gravemente?

11 Tú que fuiste educada en el sancta sanctorum y que recibiste tu alimento diario de la mano del ángel, olvidaste al Señor, tu Dios.

12 Tú que siempre oíste los cánticos de alabanza y que jugaste y bailaste ante el semblante de Dios, dinos, ¿por qué nos hiciste esto?».

13 María, llorando amargamente, se explicó: «Tan cierto como que Dios existe, tan cierto es que yo soy pura y que jamás he conocido a varón. Pregunta a José, el elegido del Señor».

14 Después de estas palabras el sumo sacerdote se dirigió a José: «En el nombre de Dios eternamente vivo te pregunto: ¿Cómo sucedió esto? ¿Lo hiciste tú?».

15 «En nombre de todo lo que para ti y para mí es santo, ¡yo soy inocente ante esta virgen como ante ti y ante Dios!», le respondió José.

16 Pero el sumo sacerdote le replicó: «¡No des falso testimonio ante Dios y di la verdad! Te digo que preparaste tu boda secretamente y con maña, sin haberla anunciado previamente al Templo y sin haber inclinado tu cabeza ante el Todopoderoso, para que Él bendijera tu semen. ¡Por eso exijo que digas la verdad!».

17 Ante semejante acusación por parte del sumo sacerdote, a José le faltaron las palabras y no quiso decir nada, porque este era demasiado injusto con él.

18 Al callarse José, el sumo sacerdote tomo de nuevo la palabra:

19 «¡Devuélvenos a la virgen igual de pura que cuando la recibiste del Templo del Señor; pues era tan pura como el sol del alba!».

20 Anegado en lágrimas, después de un profundo suspiro, José exclamó:

21 «Señor, Dios de Abraham, Isaac y Jacob, ¿qué mal hice yo, pobre anciano, para que me castigues tan despiadadamente?

22 ¡Sácame de este mundo porque para alguien que ante ti y ante él siempre ha sido justo, es demasiado duro sufrir semejante ignominia.

23 Castigaste a mi padre David porque había pecado contra Urías.

24 Pero yo jamás pequé contra nadie ni contra la propiedad de nadie, ni siquiera contra un animal. Y siempre seguí la ley con rigor. Señor, ¿por qué me castigas así?

25 Oh Señor, ¡muéstrame el pecado que cometí ante ti y soportaré voluntariamente la hoguera! Y si realmente he pecado contra ti, ¡entonces, maldita sea la hora en que nací!».

26 Irritado por las palabras de José, el sumo sacerdote decidió lo siguiente:

27 «Como hasta ante Dios niegas tu evidente culpa, os haré beber a los dos del agua maldita de Dios y vuestros pecados se manifestarán ante vosotros y ante el pueblo».

28 Acto seguido, el sumo sacerdote tomó el agua maldita y se la dio a beber a José. Después, de acuerdo con la ley, lo hizo llevar a una montaña cerca de Jerusalén, destinada a tal fin.

29 Mas tarde también le toco a María beber el agua maldita y la llevaron a la misma montaña.

30 Pasados tres días los dos volvieron al Templo sin resultar perjudicados por la bebida y todos se asombraron al ver que no se había manifestado ninguna culpa.

31 El sumo sacerdote, igual de perplejo que los demás, decidió: «Como Dios, el Señor, no quiso manifestar vuestro pecado, yo tampoco os quiero juzgar y os declaro inocentes y libres.

32 Puesto que la virgen ya está embarazada y como guardasteis silencio sobre vuestra unión, ¡que en penitencia ella sea tu mujer! Y si se quedara viuda, aunque fuera muy joven, nunca más podrá tener otro marido!, ¡que así sea! ¡Y ahora id en paz!».

33 Después de esto, José volvió con María a su casa y, sumamente feliz porque ahora ella era su legítima esposa, alabó a Dios de todo corazón.

Capítulo 12

El censo del pueblo, ordenado por Augusto. Más sufrimiento y consuelo

1 José y María, ahora legítimamente casados, pasaron dos meses más con buenos ánimos.

2 Al acercarse la hora del parto hubo otro repentino suceso que causó a José una gran preocupación.

3 Resultó que el emperador Augusto dio orden de censar a todos los pueblos de su imperio por razones de impuestos y alistamientos.

4 Y los nazarenos no estaban excluidos de esta ley. De modo que José también se vio obligado a desplazarse a Belén, la ciudad de David, donde se encontraba la comisión romana del censo.

5 Ante esta orden, por cuya causa el Templo ya le había convocado para ir a Jerusalén, José se dijo a sí mismo:

6 «Dios mío, esto es un golpe duro para mí, precisamente ahora que María está esperando el parto.

7 ¿Qué voy a hacer? En lo que se refiere a mis hijos, no me queda más remedio que empadronarlos, puesto que ante el emperador están sujetos al servicio militar obligatorio. Pero, en el nombre del Señor, ¿qué haré con María?

8 En casa no puedo dejarla sola. ¿Que haría ella si le llegara la hora?

9 Pero si me la llevo conmigo, ¿quién me puede garantizar que el parto no le llegará durante el viaje? Yo, desde luego, en ese momento no sabría qué hacer con ella.

10 Y aunque llegásemos con dificultades a Belén, ¿cómo podría inscribirla ante los funcionarios de Roma?

11 ¿Acaso como mi mujer, si esto hasta ahora sólo lo sabemos el sumo sacerdote y yo?

12 En realidad, casi tengo vergüenza ante los hijos de Israel porque saben que ya soy un viejo de setenta años. ¿Qué dirán si declaro como legítima mujer mía a la joven de ni siquiera quince años cumplidos, y en un estado de embarazo tan avanzado?

13 ¿Y si la inscribiese como mi hija? Pero los hijos de Israel conocen muy bien su procedencia y saben muy bien que no es mi hija.

14 Y si la inscribiera como la virgen del Templo del Señor que me fue confiada, ¿qué dirían aquellos que la ven en tal estado y que no saben que ante el Templo estoy justificado?

15 Ah, ya sé lo que haré: voy a esperar el día en que el Señor actúe según su Voluntad; esto será siempre lo mejor. ¡Que así sea!».

Capítulo 13

Palabras de consuelo de un antiguo amigo de José.

Testimonio consolador desde las alturas. Feliz partida para Belén

1 Ese mismo día vino un antiguo amigo de José para invitarle.

2 «Hermano», le dijo, «así es cómo el Señor lleva a su pueblo por toda clase de desiertos: aquellos que le siguen libremente, a ellos los conduce; y llegarán bien a la meta.

3 Tuvimos que sufrir en Egipto y lloramos bajo la cautividad de Babilonia; pero el Señor nos liberó.

4 Ahora, por Voluntad del Señor, los romanos mandan a sus águilas y tenemos que aceptar su Voluntad; Él tendrá sus motivos».

5 José comprendió muy bien lo que su amigo le decía. Y cuando este, después de haberle bendecido, se fue, José dijo a sus hijos:

6 «Escuchadme. Os digo que es la Voluntad del Señor que todos vayamos a Belén. ¡Aceptemos de buen grado su Voluntad!

7 Tú, Joel, prepara la burra con el aparejo y tú, Joses, embrida el buey y engánchalo al carro en el que llevaremos los víveres.

8 Luego Samuel, Simeón y Jacobo, cargad el carro con frutas que se conserven bien, con pan, miel y queso en cantidad suficiente para quince días. Pues, no sabemos cuando allí nos tocará el turno. Como tampoco sabemos cuándo María dará a luz al niño, llevaremos también lienzos y pañales».

9 Los hijos de José arreglaron todo de la manera que su padre les había indicado.

10 Luego volvieron y dijeron a su padre que todo estaba ya arreglado según su voluntad.

11 Entonces José y los suyos se pusieron de rodillas y oraron a Dios para recibir su bendición.

12 Al terminar su oración, José escuchó una voz que se hizo oír como si viniera de fuera de la casa:

13 «José, fiel hijo de David que era un hombre que complacía Dios...

14 Cuando David se enfrentó al gigante, un ángel estaba con tu padre, y tu padre resultó victorioso.

15 Pero contigo está Él mismo; El que siempre fue y creó los Cielos y la Tierra. El que en la época de Noé hizo que lloviera durante cuarenta días y cuarenta noches e hizo que se ahogase toda criatura contraria a Él;

16 contigo está Aquel que dio Isaac a Abraham, quien guió a tu pueblo en la salida de Egipto y quien habló con Moisés en el monte Sinaí.

17 Él es quien ahora está contigo en tu casa y el que te acompañará a Belén. Por eso no tengas miedo, pues Él no permitirá que nadie te toque ni la punta de un cabello».

18 Al oír estas palabras José se quedó muy sosegado y, sumamente feliz, lo agradeció a Dios e inició el viaje.

19 Sentó a María en la burra lo más cómodamente posible, tomó las riendas en la mano y empezó a guiar a la burra.

20 Los hijos, preocupados por la carga del carro, anduvieron al paso de la burra.

21 Al cabo de un rato José pasó las riendas a su hijo mayor para quedarse al lado de María que, a veces, se sentía débil y casi no podía mantenerse sola en la silla.

Capítulo 14

Comienzo de los dolores. María halla posada en una gruta

1 De este modo la piadosa familia llegó hasta un lugar a unas seis horas de Belén, donde quiso descansar un poco al aire libre.

2 En este momento, a José le pareció que María estaba sufriendo y pensó un tanto confundido:

3 «¿Qué pasa ahora? La expresión de su cara me dice que está sufriendo y los ojos los tiene llenos de lágrimas. ¿Tal vez se esté acercando la hora?».

4 Entonces José la miró más de cerca y se asombró al ver que se estaba riendo.

5 Por eso le preguntó: «María, dime, ¿qué te pasa?».

6 «Mira, ahora tengo dos pueblos ante mí. Uno de los dos lloraba, por lo que yo también tenía que llorar.

7 Pero el otro se me presentó lleno de alegría e hilaridad, de modo que tuve que reírme con él. Esto es lo que has visto en mi cara, dolor y alegría».

8 Oyendo esto, José se calmó porque sabía que María a veces tenía visiones. De modo que siguieron su camino hacia Belén.

9 Pero, antes de llegar allí, María llamó a José:

10 «Escucha, José, ¡el niño empieza a apretar con fuerza. Así que déjanos parar!».

11 José se asustó profundamente porque comprendió que en este momento tan inoportuno había llegado la hora.

12 Por eso les hizo detenerse a todos. Y de nuevo María se dirigió a José:

13 «Bájame de la burra, el niño me está apretando porque quiere salir, ¡ya no puedo resistir!».

14 «Por Dios, ¿no ves que por aquí no hay albergue?», le preguntó José. «¿Dónde quieres que te deje?».

15 «Mira allí en la montaña hay una gruta; no habrá más de cien pasos hasta ella», le respondió María. «Llevadme allí porque me es imposible seguir adelante».

16 José dirigió la pequeña caravana hacia allí, y al llegar se alegró de encontrar algo de paja y heno, pues la gruta servía de establo de emergencia a los pastores. De modo que pudieron preparar en ella un lecho modesto para María.

Capítulo 15

María en la gruta. José en busca de una comadrona.

El testimonio de la naturaleza

1 Cuando el lecho estuvo preparado, José la acostó y ella empezó a notar cierto alivio.

2 Una vez que María estuvo atendida, José dijo a sus hijos:

3 «Los dos mayores ocupaos de María y atendedla caso de que sea necesario, en la medida justa. Y me refiero especialmente a ti, Joel, por los conocimientos que en esta especialidad adquiriste de mis amigos de Nazaret».

4 A los otros tres hijos les ordenó preocuparse por el buey y la burra, y les dijo que procurasen meter también el carro en la gruta ya que esta era bastante grande.

5 Algo después José informó a María que iba a salir: «Iré a la ciudad de mi padre. A ver si encuentro una comadrona; voy a traerla lo antes posible».

6 José salió de la gruta. Como era muy tarde y el cielo estaba completamente despejado podía ver las estrellas.

7 Dejemos que José explique con sus propias palabras lo que al salir de la gruta había experimentado.

8 De modo que José, cuando volvió a la gruta con la comadrona y vio que María ya había dado a luz, dijo a los suyos: «Hijos, se están anunciando cosas maravillosas. Ahora empiezo a entender las palabras que en la víspera del viaje me dijo la voz. Es cierto que si el Señor no estuviera entre nosotros, aunque sea invisiblemente, no podrían suceder cosas tan maravillosas como las que acabo de experimentar.

9 ¡Fijaos en esto!: Cuando salí de la gruta tuve la impresión como si no anduviera. Vi que la luna llena que estaba cerca del horizonte no se movía y asimismo vi que las estrellas no subían ni bajaban. Todo parecía estar quieto.

10 Vi muchos pájaros posados en las ramas de los árboles, todos con las cabezas vueltas hacia la gruta y vi que estaban temblando como si presintiesen que un fenómeno natural se preparaba; y no se dejaban asustar por gestos ni gritos.

11 Y bajando la vista del cielo vi unos labradores cerca de mí, sentados alrededor de un plato hondo lleno de comida.

12 Todos estaban inmóviles, y algunos de ellos tenían sus manos en el plato sin poder servirse la comida. Mientras que los que habían logrado servirse algo, permanecían inmóviles con sus manos ante la boca, sin poder abrirlas. Los ojos los tenían dirigidos hacia el cielo como si vieran cosas grandiosas.

13 También vi como un pastor intentaba empujar a sus ovejas. Sin embargo no se movían y la mano del pastor, levantada para golpearlas, quedó suspendida en el aire como paralizada.

14 También vi un rebaño de corderos con sus cabezas inclinadas para beber, pero que no podían hacerlo puesto que también estaban paralizados.

15 Luego vi un arroyo que terminaba en cascada; pero lo extraño era que el agua estaba parada sin seguir su camino. De modo que tuve la impresión de que toda la vida se hubiera parado.

16 Cuando me quedé así, sin saber si estaba andando o parado, al fin vi algo con vida.

17 Era una mujer que bajaba del monte dirigiéndose directamente hacia mí; y cuando se encontró a mi altura me preguntó: “Amigo, ¿a dónde vas a esta hora?”.

18 “Estoy buscando a una comadrona”, le respondí, “pues hay una mujer a punto de dar a luz en la cueva”.

19 La mujer me preguntó: “¿Es de Israel?”. Le respondí: “Sí señora, somos todos de Israel y David es nuestro padre”.

20 “La mujer que está a punto de dar a luz, ¿es tu mujer, una pariente o una criada?”, insistió ella.

21 A esta pregunta le dije que era mi mujer: “Únicamente ante Dios y el sumo sacerdote, y desde hace muy poco. Sin embargo cuando concibió aún no era mi mujer. Por el testimonio de Dios el Templo me la había dado en custodia; pues ella había recibido su educación en el Templo.

22 Pero no te extrañes por el embarazo, pues concibió por obra y Gracia del Espíritu Santo”. Estupefacta, ella insistió: “¡Buen hombre, te ruego que me digas la verdad!”, con lo que le invité a acompañarme para que pudiera convencerse aquí mismo».

Capítulo 16

Visión de la comadrona y sus palabras proféticas. Salomé, hermana de la comadrona, duda de la virginidad de María

1 La mujer estuvo de acuerdo y siguió a José hasta la gruta. Pero al llegar allí encontraron el sitio de la entrada cubierto por una niebla blanca tan densa, que no podían encontrarla.

2 Asombrada por este fenómeno, la comadrona dijo a José:

3 «Hoy han sucedido cosas maravillosas en mi alma. Esta mañana he tenido la impresión de haber visto de antemano lo que estoy presenciando ahora. Y sé que aún voy a ver mucho más.

4 Tú eres el mismo hombre que el que se me acercó en mi visión. Vi como todo lo que me rodeaba se paralizaba de repente. También vi como una nube cubría la entrada de la gruta y además me vi hablando contigo como lo estoy haciendo ahora.

5 En mi visión vi muchas cosas milagrosas en la gruta y vi que mi hermana, la única persona a quien por la mañana había confiado el secreto de mi visión, me había seguido.

6 Y por eso ante ti y ante Dios mi Señor, te digo que Israel ha recibido una Gracia especial en la hora de nuestro gran desamparo: ha llegado el Salvador desde lo alto».

7 Nada más pronunciar estas palabras, la nube desapareció. Ahora irradiaba una luz tan fuerte desde la gruta que los ojos de ambos no la podían soportar. Viéndolo, la comadrona dijo: «¡De modo que mi visión es verídica! Oh feliz hombre, ¡aquí se trata de algo más que de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés o Elías!».

8 Lentamente la luz se volvió más soportable, de modo que los dos pudieron ver como el Niño mamaba por primera vez.

9 José y la comadrona entraron en la gruta. Ella examinó al Niño y a su madre y al comprobar que todo había pasado bien dijo:

10 «En verdad este es el Salvador anunciado por todos los profetas, que ya en el vientre de su madre estaba libre de todo cordón para indicar así que soltará las duras ataduras de la ley.

11 ¿Quién ha visto a un niño que nada más nacer ya mama del pecho de su madre?

12 ¡Con ello parece evidente que este Niño, el día que sea un hombre, no juzgará al mundo según la ley sino según el Amor!

13 Escucha, feliz marido de esta mujer, todo está en su mejor orden. Por eso, déjame salir de la gruta; pues siento un gran peso en mi pecho porque sé que no soy lo bastante pura como para soportar la santa presencia de nuestro Dios».

14 Al oír estas palabras de la comadrona José se asustó profundamente. Y ella salió rápidamente de la gruta.

15 Al salir se encontró con su hermana Salomé que le había seguido a causa de la visión en la que ella le había iniciado.

16 «¡Salomé, ven y mira! ¡Mi visión de esta mañana se ha confirmado!», le comunicó la comadrona. «Ha ocurrido algo que para la naturaleza humana es inconcebible, y te digo la pura verdad: ¡La virgen ha dado a luz a un niño!».

17 Pero Salomé no se lo creía; de modo que dijo: «¡Hasta que no la haya examinado con mis propias manos no podré creer que una virgen haya dado a luz».

Capítulo 17

Castigo y arrepentimiento de Salomé, y su curación

1 Después de pronunciar estas palabras, Salomé entró en la gruta y dijo a María:

2 «Mi alma se encuentra muy confundida. Por eso te ruego que te prepares para que con mi mano experimentada pueda examinar tu virginidad».

3 María estaba dispuesta a concederle su deseo y se preparó para el reconocimiento.

4 Pero nada más tocar el cuerpo de María, Salomé soltó un grito tremendo y empezó a lamentarse:

5 «¡Ay de mí, que soy sacrílega! ¡Por mi falta de fe en Dios mi mano se está quemando en el fuego de la ira divina!».

6 Después de estos lamentos se postró ante el Niño y le rogó:

7 «Dios de mis padres, Tú, Señor omnipotente de todas las maravillas, ¡no olvides que también yo procedo del tronco de Abraham, de Isaac y de Jacob!

8 ¡No permitas que yo sea motivo de burla ante los hijos de Israel y devuélveme la salud de mi mano!».

9 En el mismo instante al lado de Salomé apareció un ángel del Señor. «Dios ha atendido a tus preces», dijo. «¡Acércate al Niño, tómalo en tus brazos y recibirás una gran Gracia».

10 Salomé en seguida le hizo caso y, arrastrándose de rodillas, se dirigió a María para pedirle el Niño.

11 María se lo entregó de buena voluntad. «De acuerdo con lo que ha dicho el ángel, que sea para tu bien. El Señor tenga piedad de ti», dijo María a Salomé.

12 Esta tomó al Niño en sus brazos y, todavía de rodillas, rezó con fervor:

13 «Oh Dios, Señor omnipotente de Israel, que reinas desde las eternidades; en verdad aquí ha nacido el Rey de todos los reyes que será aún más poderoso que David a quien Dios amaba. Alabado seas eternamente».

14 Nada más pronunciar estas palabras, Salomé quedó del todo curada y con su corazón totalmente contrito, devolvió el Niño a María. Luego, acompañada por su hermana, salió de la gruta.

15 Afuera quiso proclamar en voz alta el milagro de los milagros y también comunicar a su hermana lo que le había pasado.

16 Pero en ese momento oyó una voz que la llamó desde las alturas: «Salomé, ¡no hables a nadie de estos acontecimientos extraordinarios, porque ya llegará el momento en que el Señor mismo dará testimonio de sí por medio de palabras y acciones!».

17 Salomé en seguida se calló. En ese momento José salió de la gruta para invitarlas a volver a entrar en ella para que según el deseo de María nadie se enterara del milagro. De modo que ambas, con gran humildad, volvieron a entrar en la gruta.

Capítulo 18

El descanso de la santa familia en la gruta.

Adoración de los pastores

1 Cuando de nuevo todos estuvieron reunidos en la gruta, los hijos de José preguntaron a su padre:

2 «¿Qué vamos a hacer ahora? Todos están bien atendidos. Y nosotros estamos bastante cansados del largo viaje. ¿No nos vamos a acostar?».

3 José dijo: «Ya veis la Gracia especial que nos llegó desde las alturas; por eso, juntos, vamos a velar y a alabar a Dios.

4 Ya habéis visto lo que le ocurrió a Salomé cuando demostró su falta de fe. Por eso, mientras Dios nos concede semejante Gracia, no os dejéis llevar por vuestro cansancio.

5 Acercaos a María y tocad al niño, ¡quién sabe!, tal vez recobraréis vuestras fuerzas como si hubierais dormido profundamente durante muchas horas».

6 Los hijos siguieron el consejo y tocaron al Niño. Este les sonrió y les tendió los brazos como si les hubiera reconocido como sus hermanos.

7 Todos le admiraron y dijeron: «Sinceramente, ¡este niño no es un niño cualquiera! ¿Dónde se ha visto que alguien fuera saludado tan amablemente por un recién nacido?

8 Además, de repente todos nos sentimos tan reposados como si no hubiéramos hecho este viaje y estamos descansados como en casa por la mañana».

9 «¿Veis como mi consejo ha sido bueno?», dijo José. «Pero ahora ya se empieza a sentir frío. Por lo tanto, acercad el buey y la burra. Al estar cerca de nosotros estos animales calentaran un poco el ambiente con el calor de su cuerpo. Y, por la misma razón, acostémonos junto María».

10 Nada más traer los animales, los hijos los acercaron a María y al Niño para que los calentaran con su aliento.

11 Y la comadrona comentó: «De veras, alguien a quien hasta los animales atienden como si tuvieran inteligencia no puede ser cualquiera ante Dios».

12 «Hermano», añadió Salomé pensativa, «parece como si estos animales percibiesen algo que nosotros no vemos ni entendemos, algo en lo que nosotros aún no nos atrevemos ni a pensar, mientras que ellos ya están adorando a aquel que los creó.

13 Créeme, hermana, tan cierto como que Dios existe es que aquí delante de nosotros está el Mesías prometido. Porque sabemos que ni en el nacimiento del mayor de los profetas se presentaron fenómenos tan maravillosos como aquí ahora».

14 «Salomé», continuó María, «Dios te ha concedido una gran Gracia al dejarte ver todo esto que a mí hasta me ha hecho temblar el alma.

15 Pero guarda silencio como te dijo el ángel del Señor; de lo contrario podrías causarnos desdicha en el futuro».

16 Salomé y su hermana prometieron solemnemente guardar silencio durante toda su vida.

17 Así se hizo silencio en la gruta. Pero una hora antes de que el Sol saliera, fuera de la gruta se pudieron oír cánticos alabando a Dios, cantados con voces poderosas.

18 José mandó a su hijo mayor para que averiguase el origen de estas canciones en honor de Dios.

19 Cuando Joel salió, vio que el firmamento estaba cubierto de miríadas de ángeles luminosos, por lo que volvió corriendo a la gruta para llamar a todos la atención sobre lo que había visto.

20 Todos quedaron sorprendidos y todos menos María salieron a prisa para ver si era cierto lo que Joel les había dicho.

21 Al contemplar estas maravillas, José volvió a la gruta para explicar a María lo que se veía:

22 «Oye, virgen la más pura del Señor, el fruto de tu vientre fue realmente engendrado por el Espíritu Santo de Dios; pues todos los Cielos están dando testimonio de ello.

23 ¿Pero qué será de nosotros cuando todo el mundo sepa lo que ha pasado aquí? Porque he visto que muchos pastores tenían su vista dirigida hacia arriba; es claro que mucha gente está viendo este testimonio sobre nosotros que todos los cielos irradian.

24 Los pastores han unido sus voces a los coros de los ángeles y cantan con ellos:

25 “¡Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad y Gloria a Dios que está en Aquel que ha venido!”.

26 Mira María, esto se está manifestando ahora ante todo el mundo, con lo que habrá malvados que nos perseguirán, de modo que tendremos que huir.

27 Por eso pienso que debiéramos irnos de aquí lo antes posible. En cuanto haya cumplido con el empadronamiento, incluso hoy mismo por la mañana, volveremos a Nazaret y, para huir de los judíos, desde allí tendremos que continuar hasta donde viven los griegos, a algunos de los cuales conozco bastante bien. ¿Qué piensas al respecto?».

28 «Confiemos todo al Señor, puesto que sabes que hoy aún no puedo abandonar el lecho», le respondió María. «Él nos trajo aquí bajo su protección; por lo tanto también nos guiará y nos protegerá en el futuro.

29 Si Él quisiera descubrirnos ante el mundo, ¿a qué lugar podríamos huir donde sus cielos no nos pudieran descubrir?

30 Que se haga su Voluntad y todo saldrá bien. Mira, aquí en mi pecho reposa Aquel por cuya causa está ocurriendo todo esto.

31 Aunque huyéramos a donde fuese, estando Él con nosotros, la Gloria de Dios no nos abandonará nunca».

32 Nada más pronunciar estas palabras se presentaron dos ángeles ante la gruta, que habían traído a un grupo de pastores para mostrarles dónde había nacido Aquel a quien sus cánticos de alabanza estaban dirigidos.

33 Los pastores entraron en la gruta y se pusieron de rodillas ante el Niño para adorarlo.

34 Muy sorprendidos, José y sus hijos miraron al Niño. «¡Dios mío!, ¿qué pasa aquí?», exclamó José. «¿Es posible que Tú mismo te hayas encarnado en este Niño?

35 Si no, ¿cómo se explica que hasta tus propios ángeles lo adoren? Y si Tú estás aquí ¿qué será del Templo y del sancta sanctorum?».

36 En este momento uno de los ángeles se acercó a José. «Ni preguntes, ni te preocupes por ello», le dijo. «Como profetizó por boca de sus hijos, sus siervos y sus profetas, el Señor eligió la Tierra como escenario de su misericordia y ahora ha venido para visitar a su pueblo.

37 Lo que ahora está sucediendo ante tus ojos es la Voluntad de Aquel que es santo, sumamente santo».

38 El ángel dejó a José para volver a adorar al Niño que, a todos aquellos que le adoraban, les sonreía y les tendía sus brazos abiertos.

39 Al levantarse el Sol los dos ángeles desaparecieron; sólo los pastores se quedaron allí y le preguntaron a José cómo había sucedido todo esto.

40 Pero José les contestó: «Id, mirad y escuchad el milagro de cómo brotan las hierbas de la tierra: Ved, este milagro ocurre de la misma manera. No os puedo explicar más porque no lo sé. Dios lo quiso así. Esto es todo lo que os puedo decir».

Capítulo 19

Visita del comandante a la gruta

1 Los pastores se conformaron con esta respuesta y se fueron a buscar algunos alimentos para María.

2 Una hora después de levantarse el Sol, José se dirigió a la comadrona:

3 «¿Sabes?, eso del empadronamiento me preocupa bastante y no deseo otra cosa que acabar con este asunto.

4 Vamos a dejar a Salomé aquí con María. Y tú, llévanos a mí y a mis hijos al comandante romano que se encarga del empadronamiento porque yo no sé dónde está el lugar en cuestión.

5 Si llegamos los primeros es fácil que nos despachen pronto».

6 «Hombre lleno de gracia», le respondió la comadrona, «el comandante Cornelio de Roma reside en mi casa, que es una de las primeras al entrar en la ciudad.

7 Además tiene allí su oficina. A pesar de ser pagano es un hombre bueno y justo. Iré allí para indicarle todo menos lo del milagro. Espero que así se os solucione todo a primera hora».

8 Como José tenía mucho miedo de los romanos, se quedó muy contento con esta propuesta y le rogó a la comadrona que lo hiciera así.

9 Esta se fue y en su casa encontró a Cornelio que aún no se había levantado, de modo que con pocas palabras le pudo poner al corriente.

10 En seguida Cornelio se levantó. «Te creo», le respondió a la propietaria de la casa, «así que voy a acompañarte, pues siento un gran impulso de hacerlo.

11 Según tus indicaciones no está lejos de aquí, de modo que podré volver a tiempo al trabajo. Vamos, pues, ahora mismo».

12 La comadrona quedó muy complacida y llevó al sincero y joven romano hasta la gruta. Llegados allí, Cornelio confesó a la mujer: «Te digo que en Roma puedo ver al emperador con todo la tranquilidad del mundo, pero aquí hay algo que me desconcierta, me resulta difícil entrar en esta gruta.

13 ¿Tienes alguna idea de por qué experimento un sentimiento tan extraño? ¡Dímelo con toda franqueza, pues sé que eres una judía muy sincera!».

14 «Oye, comandante, déjame que entre un momento sola en la gruta y te traeré la respuesta», le insinuó la comadrona.

15 Entró para informar a José que el mismo comandante estaba fuera esperando, y que quería entrar pero que no se atrevía sin saber el por qué.

16 Con esta noticia José se sintió aliviado. «¡Oh Dios!», exclamó, «de todo corazón te doy las gracias por haber convertido en bendición aquello que para mí era una gran pesadilla! ¡Tú seas honrado y alabado!».

17 Después de haber pronunciado estas palabras, José salió de la gruta y se puso de rodillas ante Cornelio: «¡Digno representante del emperador de Roma, ten misericordia de un pobre viejo. Mira, mi joven mujer que el Templo me entregó mediante un sorteo, esta noche ha dado a luz a un Niño en esta gruta. Como tan sólo llegamos anoche, no me ha sido posible presentarme antes a ti».

18 Pero Cornelio le cogió del brazo para que se levantara, y le dijo: «Hombre de buenos modales, ¡no te preocupes por eso! Todo está ya en el mejor orden. Pero déjame entrar para ver cómo estás acomodado».

19 José entró con él en la gruta. Cuando Cornelio vio que el Niño le recibía con una sonrisa, se quedó sumamente sorprendido. «¡Por Júpiter!», exclamó. «¿Qué me está ocurriendo? Qué cosa más extraordinaria, ¡me siento como recién nacido!: ¡Nunca en mi vida he sentido tanta paz y tanta alegría dentro de mí como ahora! ¡Os digo que por hoy mi oficina permanece cerrada y me quedo aquí como huésped vuestro!».

Capítulo 20

Cornelio pregunta por el Mesías y presiente la Divinidad en el Niño Jesús

1 José se alegró mucho con este detalle y preguntó al comandante: «Honrado representante del emperador, ¿qué puede un hombre pobre como yo ofrecerte a cambio de tu gran amistad?

2 ¿Qué pudiera ofrecerte yo que fuera digno de tu condición? Mira, en este carro está todo lo que tengo; una parte me la traje de Nazaret y otra parte me la dieron los pastores de aquí como regalo.

3 Si alguna de estas cosas fuera de tu gusto, que cada bocado que tomes te sea bendecido mil veces».

4 «Apreciado amigo, ¡de ninguna manera te preocupes por mí, pues esta mujer de aquí es mi ama de casa», le interrumpió el comandante. «Ella se encargará de todo, y con una pequeña moneda decorada con la imagen del emperador habrá más que suficiente para todos nosotros».

5 Con estas palabras el comandante entregó a la comadrona una moneda de oro para un buen almuerzo, una buena cena y además, en cuanto fuera posible, para un mejor alojamiento de María.

6 En esto José intervino: «Noble amigo, te ruego que no te metas en gastos por nosotros, porque mira, para los pocos días que nos vamos a quedar estamos todavía muy bien abastecidos, gracias a Dios».

7 «Está bien tener suficiente, pero es mejor tener más», contestó el comandante. «Permíteme que de esta manera y con mucho gusto haga una ofrenda a tu Dios. Porque yo honro a los dioses de todos los pueblos.

8 De modo que también voy a honrar al tuyo; pues le aprecio desde que vi su Templo en Jerusalén. Tiene que ser un Dios muy sabio al haberos enseñado un arte de construcción tan impresionante».

9 «Amigo mío, si me fuera posible hacerte comprender que la naturaleza de nuestro Dios es única y exclusiva», le dijo José pensativo, «con gran alegría lo haría para tu mayor y eterno beneficio.

10 Pero soy un hombre débil y no soy capaz de ello. En cambio tú, si tienes interés, puedes buscar algunos de nuestros libros. Léelos y en ellos encontrarás detalles que te llamarán mucho la atención».

11 «Lo que acabas de aconsejarme ya lo hice hace tiempo», respondió el comandante, «y reconozco que realmente he encontrado cosas sorprendentes.

12 Entre otras di con una profecía que promete a los judíos un nuevo rey eterno. A ver si tú sabes interpretármela... ¿Cuándo y de dónde vendrá este rey?».

13 Con esta pregunta José se quedó desconcertado, pero al cabo de un rato respondió: «Vendrá desde los Cielos como hijo eterno del Dios vivo. Y su Reino no será de este mundo sino del mundo del Espíritu y de la Verdad».

14 «Comprendo», dijo Cornelio, «pero también tengo entendido que este rey nacería de una virgen en un establo cerca de esta ciudad... ¿Cómo se entiende esto?».

15 «Reconozco que tienes una mente realmente aguda», observó José. «Lo único que puedo decirte respecto a ello es que vayas a ver a la joven con el Niño recién nacido y encontrarás a la virgen que andas buscando».

16 Cornelio se acercó a la virgen y, con gran atención, procuró averiguar si podría reconocer en el Niño a un futuro rey de los judíos.

17 Motivado por el mismo interés también se dirigió a María para averiguar cómo quedó encinta siendo tan joven.

18 «Noble señor, tan cierto como que mi Dios existe, jamás he conocido varón», le respondió ella con mucha sencillez.

19 «Hace nueve meses se me presentó un ángel del Señor y me dijo que iba a quedarme encinta por el Espíritu de Dios.

20 Y así ocurrió: quedé encinta sin haber conocido jamás a varón. Y aquí, delante de ti, está el fruto de aquella promesa tan milagrosa. ¡Dios es mi testigo!».

21 Volviéndose hacia las dos hermanas, Cornelio preguntó: «¿Qué os parece esta historia? ¿Acaso no pudiera ser una idea astuta de este anciano para sustraerse a su juez, para aparecer inocente de este embarazo ante el pueblo ciego e incrédulo?

22 Sé muy bien que en tales casos los judíos aplican la pena de muerte. Además, si realmente hubiera algo cierto acerca del nuevo rey de los judíos, entonces la situación sería mucho más grave que en el caso anterior, pues me vería obligado aplicar la ley del emperador con toda severidad. Porque esta ley exige sofocar cualquier rebelión en su origen. ¡Decidme la verdad para que sepa a que atenerme con esta familia!».

23 Pero Salomé le advirtió: «Cornelio, ¡guárdate de tomar cualquier medida contra esta familia que por una parte es pobre pero por otra rica.

24 Que me decapiten si no te digo la pura verdad. Todas las fuerzas de los Cielos obedecen a esta familia de la misma forma que te obedece a ti tu propio brazo; de esto me he convencido personalmente».

25 Con estas palabras Cornelio quedó aún más perplejo y preguntó a Salomé: «¿Entonces, también los santos dioses de Roma, sus héroes, sus armas y su fuerza invencible tendrán que obedecer a esta familia? Salomé, ¡piensa lo que estás diciendo!».

26 «Es tal como lo has dicho», confirmó ella, «de eso estoy completamente convencida. Y en caso de que no te lo creas, sal y fíjate en el Sol que ha salido hace ya cuatro horas pero que todavía está inmóvil en el horizonte y no se atreve a seguir su camino».

27 Cornelio salió de la gruta, observó el Sol y volvió a entrar. «Es verdad», dijo con asombro, «tienes toda la razón. Si esto tiene relación con la familia, entonces les obedecerá hasta el dios Apolo.

28 Por consiguiente tiene que tratarse del más poderoso de todos los dioses, de Júpiter. ¡Va a repetirse la época de Deucalión y Pirra! En tal caso estoy obligado a informar a Roma».

29 En este momento aparecieron dos ángeles impresionantes, con sus rostros tan brillantes como el Sol y sus vestidos con la claridad de un relámpago. «Cornelio, ¡mantén en silencio todo lo que has visto!», le advirtieron, «¡de lo contrario incluso hoy pereceréis Roma y tú!».

30 Los dos ángeles desaparecieron, pero a causa de la visión un gran estupor se apoderó de Cornelio. Mirando a José, exclamó: «¡Hombre de Dios!, ¡aquí hay algo infinitamente más sublime que sólo un futuro rey de lo judíos; aquí esta aquel a quien obedecen todos los Cielos y todos los infiernos! ¡Dejadme marchar porque no merezco encontrarme tan cerca de Dios!».

Capítulo 21

Palabras de José acerca de la libre voluntad del hombre

1 José, perplejo por las palabras de Cornelio, reconoció: «Ni yo mismo tenía idea de la gran envergadura que encierra en sí este milagro.

2 Pero puedes creerme que detrás de todo ello hay fuerzas mayores invisibles, puesto que por asuntos de inferior importancia las potencias de los eternos Cielos no se movilizarían de esta manera.

3 Aun así todo ser humano dispone de su libre y espontáneo albedrío, y puede hacer lo que le parezca bien. Esto lo deduzco del aviso que acabas de recibir de los ángeles de Dios.

4 Porque mira: Sería fácil para el Señor controlar nuestra voluntad a través de su Omnipotencia, así como lo hace con los animales, y no nos quedaría otra posibilidad sino actuar de acuerdo con ella.

5 Pero no lo hace; simplemente nos da un mandamiento para que sepamos cuál es su Voluntad y para que lo cumplamos libremente.

6 Dado que no estás sujeto al menor imperativo que limite tu libre voluntad, también eres absolutamente libre de hacer lo que quieras. Si hoy quieres quedarte con nosotros, ¡quédate! Pero si no quieres o no te atrevas a quedarte, entonces eres absolutamente libre de marcharte.

7 Si yo fuera alguien para darte un consejo, por supuesto te aconsejaría que te quedases porque no puede haber otro lugar en el mundo en el que puedas estar en mejores condiciones que aquí, bajo la protección evidente de todas las potencias celestiales».

8 «Sí, hombre justo ante tu Dios y todos los hombres, tu consejo es bueno», contestó Cornelio. «De modo que voy a seguirlo y me quedaré contigo hasta mañana.

9 Sólo que voy a salir un rato con mi ama de casa para buscar algunas cosas que hagan que vuestra estancia aquí en la gruta os pueda resultar algo más agradable».

10 «Apreciado señor, haz lo que te parezca bien y habrá un día en que Dios te compensará», le respondió José.

11 De modo que el comandante y la comadrona se fueron a la ciudad. Allí Cornelio hizo pregonar por todas las calles que aquel día su oficina estaría cerrada. Luego llamó a treinta soldados, les dio tiendas de campaña, mantas y leña, y les mandó llevar todo a la gruta.

12 Mientras tanto la comadrona se ocupó de la comida y de la bebida en cantidad suficiente.

13 De vuelta a la gruta, el comandante hizo montar dentro de ella tres tiendas; la más cómoda para María, otra para él mismo y para José y sus hijos, y otra para la comadrona y su hermana.

14 En la tienda de María, entre otras comodidades convenientes, hizo preparar una cama muy blanda. Como hacía bastante frío en la gruta, Cornelio mandó que los soldados dispusieran un fuego y el mismo lo encendió.

Capítulo 22

Cornelio con la santa familia en la gruta. El nuevo y eterno Sol espiritual

1 De este modo Cornelio cuidó de la sagrada familia en cuya compañía se quedó hasta la noche.

2 Por la tarde volvieron los pastores para adorar al Niño y trajeron toda clase de ofrendas.

3 Pero cuando, al entrar en la gruta, vieron las tiendas y se enteraron de la presencia del comandante romano, quisieron huir por el miedo que le tenían.

4 Pues, algunos de entre ellos no habían cumplido con el censo y temían el castigo que les pudiera caer.

5 Pero el comandante los llamó, se acercó a ellos y les dijo: «No tengáis miedo de mí, pues os voy a perdonar vuestro descuido. No obstante, tenéis que comprender que hay que cumplir con la voluntad del emperador. Por eso venid mañana y os registraré con toda la benevolencia posible».

6 Los pastores, al darse cuenta de que el comandante era un hombre accesible, perdieron su temor; al día siguiente se presentaron en la oficina del comandante para inscribirse.

7 Después del incidente con los pastores, el comandante preguntó a José: «¿Acaso en adelante el Sol ya no se moverá del levante donde ahora está?».

8 «¡Este Sol que hoy ha salido para todo el mundo allí quedará para siempre! Pero lo que se refiere al Sol natural, de acuerdo con la Voluntad del Señor, continúa y continuará su camino habitual y se pondrá dentro de unas horas».

9 En el fondo ni José entendía sus propias palabras que fueron proféticas.

10 Pero el comandante insistió: «¿Qué estás diciendo? No he logrado entender el sentido de tus palabras, ¡háblame de una manera más comprensible!».

11 «Llegará un tiempo en que te calentarás con los santos rayos de este Sol», dijo José, «y te bañarás en la emanación de su espíritu.

12 No puedo decirte más porque ni yo logro entender lo que estoy diciendo. Pero te será revelado con el tiempo, cuando yo ya no exista».

13 El comandante desistió de hacer más preguntas y conservó estas palabras en el fondo de su alma.

14 Al día siguiente el comandante se despidió de toda la familia y les confirmó que mientras se quedaran allí iba a preocuparse de ellos, y que los guardaría durante toda su vida en su corazón.

15 Después volvió a sus quehaceres, y dio una moneda más a su ama de casa para que siguiera ocupándose de la familia.

16 Al irse el comandante, José dijo ante sus hijos: «¿Cómo es posible que un pagano sea mejor que muchos judíos? Tal vez es a esto a lo que se refieren las palabras de Isaías: “Ved, mis siervos lanzarán gritos de júbilo, mientras que vosotros gritaréis de aflicción y lloraréis de desesperación”». Los hijos se lo confirmaron: «Sí padre, no hay la menor duda de que estas palabras adquieren aquí toda su significación».

Capítulo 23

Los seis días en la gruta. El ángel avisa a José para que se ponga en camino hacia Jerusalén

1 José se quedó durante seis días en la gruta donde Cornelio le visitó diariamente preocupándose de que a la familia no le faltara nada.

2 Pero al sexto día por la mañana se le presentó un ángel a José que le dijo: «Procúrate unas tórtolas para marcharte a Jerusalén en cuanto llegue el octavo día.

3 Y que allí, de acuerdo con la ley, María las sacrifique. Hay que circuncidar al Niño y le daréis el nombre que os fue indicado.

4 Después de la circuncisión volved para quedaros aquí hasta que yo os indique cuándo y a dónde debéis poneros en marcha.

5 Sé que te prepararás para salir antes del tiempo indicado, pero te aseguro que no te irás ni un momento antes de que sea la Voluntad de aquel que está contigo en la gruta».

6 Después de estas palabras el ángel desapareció y José se dirigió a María para hablarle de su visita.

7 «Mira, José: Yo, sobre todo, soy una sierva del Señor, de modo que hágase en mí su Voluntad.

8 Esta noche he tenido un sueño en el que vi lo mismo de lo que me estás hablando ahora. Por eso te aconsejo que te preocupes por conseguir las tórtolas. Y al octavo día iré contigo de buen grado a la ciudad del Señor».

9 Poco después de esta conversación, se presentó el comandante de visita matinal. José le dijo que el octavo día tendría que ir a Jerusalén y le explicó la razón.

10 El romano le ofreció toda clase de facilidades y quiso dar orden de que le acompañaran hasta allí.

11 José se alegró de la buena disposición del comandante pero le contestó: «La Voluntad de mi Dios y Señor es que me vaya a Jerusalén de la misma manera que he venido aquí.

12 Y así lo haré para que el Señor no me castigue por mi desobediencia.

13 Si quieres hacerme un favor, entonces procura conseguirme dos tórtolas para que las pueda sacrificar en el Templo como lo exige la tradición, y guárdame este alojamiento.

14 Al noveno día volveremos aquí para quedarnos hasta cuando Dios quiera».

15 Cornelio se lo prometió y pronto volvió personalmente con una jaula llena de tórtolas para que José eligiera las más bonitas.

16 Después el comandante tuvo que volver a sus ocupaciones; la jaula de tórtolas la dejó de momento en la gruta para llevársela por la tarde.

17 Al octavo día, nada más ponerse José en camino hacia Jerusalén, Cornelio colocó un guardia delante de la gruta. Sólo podían entrar y salir los dos hijos mayores de José que se quedaron y Salomé que les traía de comer y de beber. La comadrona acompañó a José a Jerusalén.

Capítulo 24

La circuncisión del Niño. Simeón y el Niño

1 Al octavo día por la tarde (según nuestro cálculo actual a las 15 horas) el Niño fue circuncidado en el Templo y le dieron el nombre de Jesús, de acuerdo con lo que había indicado el ángel aún antes de que María hubiera concebido.

2 Con la virginidad de María comprobada, el plazo de tiempo para su purificación1 podía ser considerado como suficiente. De modo que en ese mismo momento María fue purificada en el Templo.

3 Después de su circuncisión María tomó al Niño en sus brazos y, conforme a la ley de Moisés, José y María lo presentaron al Señor.

4 Porque está escrito: «Que todo varón primogénito sea consagrado al Señor,

5 y que como ofrenda sean sacrificados un par de tórtolas o de pichones».

6 María sacrificó las tórtolas que había traído, dejándolas en la mesa prevista. El sacerdote las aceptó y bendijo a María.

7 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, pues estaba penetrado del Espíritu de Dios.

8 Resulta que el Espíritu santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber contemplado a Jesús, el ungido de Dios y Mesías del mundo.

9 Movido por un impulso interno, Simeón vino al Templo donde encontró a José y a María con el Niño, dispuestos a cumplir lo que les prescribía la ley.

10 Simeón, nada más ver al Niño, se dirigió a sus padres y les rogó que le permitieran tomarlo un rato en sus brazos.

11 Los padres le conocían y le ofrecieron el Niño de buen grado.

12 Simeón lo tomó en sus brazos, lo acarició y, alabando a Dios con fervor, dijo al fin:

13 «Señor, de acuerdo con tu palabra ya puedes dejar que me vaya en paz

14 porque ahora mis ojos ya han visto al Salvador que nos prometiste a través de los ancianos y de los profetas.

15 Éste es a quien has preparado y anunciado:

16 Una Luz para los paganos y una Luz para la gloria de tu pueblo de Israel».

17 María y José quedaron atónitos ante las palabras de Simeón porque aún no podían entender lo que había dicho acerca del Niño.

18 Simeón devolvió al Niño y bendijo a los padres. Dirigiéndose a María, añadió:

19 «Éste es la piedra angular colocada para ruina y salvación de muchos en Israel, y por señal de contradicción.

20 Una espada de dolor atravesará tu alma para que se manifieste lo que está anunciado a muchos corazones».

21 María no entendía estas palabras proféticas de Simeón; no obstante las grabó profundamente en su corazón.

22 También José lo hizo así, alabando a Dios y glorificándole en silencio.

Capítulo 25

Testimonio de la profetisa Ana en el Templo

1 Había en aquel tiempo una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.

2 Además de ser de edad avanzada, era tan piadosa que cuando en su adolescencia se unió con un hombre, conservó su virginidad por amor a Dios durante siete años.

3 A los ochenta años se quedó viuda y se retiró al Templo del cual ya no salió más.

4 Allí, por su propio impulso, servía únicamente a Dios, rezando y ayunando día y noche.

5 Ana permaneció así durante cuatro años, hablando a todos que esperaban al Mesías con las palabras que el Espíritu de Dios le ponía en la boca. Con ocasión de la visita de José y María al Templo, Ana también se dirigió a ellos.

6 Cuando terminó sus palabras proféticas, también le pidió el Niño a María. Lo cogió en brazos y lo acarició, alabando a Dios.

7 Luego se lo devolvió a María con estas palabras: «Virgen afortunada, bendita eres y llena de Gracia porque eres la madre de mi Señor.

8 Pero nunca admitas que te alaben por ello porque el único digno de alabanza y adoración es El que está amamantándose en tu pecho».

9 Con estas palabras la profetisa se retiró. Y José y María, después de haber pasado tres horas en el Templo, fueron a la casa de un pariente para pasar la noche allí.

10 Pero al llegar encontraron la casa cerrada porque el pariente, a causa del mismo censo, también se había ido a Belén.

11 José no sabía qué hacer porque ya era de noche y a esas horas resultaba difícil encontrar alguna casa todavía abierta, más aún siendo víspera de sábado.

12 Para dormir al aire libre hacía demasiado frío, pues había escarcha en los campos y soplaba un viento helado.

13 José reflexionó y rogó al Señor que le ayudara a salir de dicho apuro.

14 De repente se le acercó un joven y distinguido israelita que le preguntó: «¿Qué haces a estas horas en la calle, con tantos como sois? Suponiendo que también seas israelita, ¿es posible que no conozcas nuestras costumbres?».

15 «Soy del linaje de David», se explicó José. «Resulta que estuve en el Templo para sacrificar una ofrenda a Dios y sin darme cuenta la noche me ha sorprendido. Ahora no encuentro alojamiento y estoy profundamente preocupado por mi familia».

16 «Entonces venid conmigo», le invitó el joven israelita, «y os daré una habitación por una pequeña moneda o su equivalente».

17 José siguió con los suyos al israelita a una casa magnífica donde en un anejo encontraron alojamiento en una habitación muy inhóspita.

Capítulo 26

Nicodemo reconoce al Señor

1 Cuando a la mañana siguiente José se preparaba para marcharse, el joven israelita se presentó con la intención de cobrar.

2 Pero al entrar en la habitación se apoderó de él un miedo tan enorme que no pudo pronunciar ni una palabra.

3 A eso, José se le adelantó: «Amigo, examíname y si encuentras algo que yo posea que pueda valer la moneda que vienes a cobrarme, entonces tómalo, pues no tengo dinero».

4 Al joven israelita le costó un poco recobrar su valor. «Hombre de Nazaret, ¡ahora te reconozco!», pronunció al fin, con la voz algo temblorosa. «Tú eres José el carpintero, el mismo a quien hace nueve meses el Templo entregó a María, la virgen del Señor.

5 Aquí veo a la misma virgen. ¿Pero qué has hecho con ella para que haya sido madre a los quince años? ¿Qué es lo que ha ocurrido?

6 Además, tú no puedes ser el padre, porque hombres de tu edad y temerosos de Dios como es tu caso nunca osarían hacer tal cosa.

7 Pero tienes hijos adultos... ¿Puedes garantizar que no es culpa de alguno de ellos? ¿Estás seguro que nunca los perdiste de vista y que siempre estuviste al tanto de sus intenciones?».

8 A esta altura de la conversación José le cortó la palabra: «Ahora también te reconozco a ti: Eres Nicodemo, un hijo de Benjam de la tribu de Leví. ¿Con qué derecho te atreves a pedirme cuentas que están totalmente fuera de tu incumbencia? El Señor me las pidió en el santuario del Templo y en el monte maldito y me justificó ante el sanedrín. ¿Qué clase de culpa esperas todavía encontrar en mí y en mis hijos?

9 Ve al Templo y pregunta al sanedrín y recibirás un testimonio justo sobre toda mi familia».

10 Estas palabras penetraron profundamente en el corazón de Nicodemo. «Pero, por el Amor de Dios, si es así, ¿cómo el posible que ella virgen haya dado a luz a un niño siendo virgen?», se preguntó en voz alta. «¿Es posible que se trate de un milagro? ¡Algo así no puede ser un hecho natural!».

11 En esto la comadrona se dirigió a Nicodemo. «Hombre, ¡por Dios!», le dijo, «¡aquí tienes el dinero por este alojamiento que no ha podido ser más modesto! Pero no nos detengas inútilmente porque tenemos que llegar hoy mismo a Belén.

12 Para que seas consciente de a quién has dado alojamiento tan mezquino como este, por un importe considerable, te digo que tus más espléndidas habitaciones ornamentadas con oro y piedras preciosas habrían sido demasiado pobres para la magnificencia de Dios, que ha entrado en esta celda a lo sumo aceptable para presos.

13 Ahora acércate y toca al Niño para que caiga la densa venda de tus ojos y veas quién te ha visitado. Yo, como comadrona de este Niño, tengo el derecho tradicional de permitirte que lo toques».

14 Nicodemo se acercó al Niño y lo tocó. Y por algunos momentos le fue concedida la visión espiritual, con lo que vio la Gloria de Dios.

15 En seguida cayó de rodillas ante el Niño y exclamó: «Dios mío, ¡qué inmensa Gracia y misericordia has de tener para que Tú visites así a tu pueblo!

16 ¿A qué castigo tendré ahora que someterme por haber ignorado la Gloria de Dios?».

17 «Tú, continúa tal como eres», le aconsejó la comadrona. «Pero guarda un completo silencio acerca de todo lo que aquí has visto, de lo contrario te tocará un severo castigo de Dios». Nicodemo devolvió la moneda y salió llorando del cuarto. José se puso en camino sin perder más tiempo. Y acto seguido Nicodemo mandó adornar este cuarto con oro y piedras preciosas.

Capítulo 27

Vuelta de la santa familia a Belén. Un pesebre como cuna para el niño

1 Por la tarde, una hora antes de la puesta del Sol, volvieron a Belén y de nuevo ocuparon la gruta.

2 Los dos hijos, Salomé y el comandante les recibieron con los brazos abiertos y les preguntaron cómo había ido el viaje.

3 José contó todo lo que les había ocurrido. Al final dijo que estaban todavía en ayunas, pues las modestas provisiones que se habían llevado no habían sido suficientes ni siquiera para María en su estado todavía algo débil.

4 Al oír eso, el comandante fue al fondo de la gruta y trajo una gran cantidad de alimentos de los permitidos a los judíos.

5 «Que tu Dios te los bendiga», le dijo a José. «Y también tú puedes bendecirlos conforme a vuestra costumbre. ¡Y que a todos os aproveche».

6 José dio gracias a Dios, bendijo la comida y todos comieron muy a gusto.

7 Como María había tenido todo el día al Niño en los brazos, se le empezaban a cansar. Por eso dijo a José:

8 «Si tuviera algo cerca para dejar al Niño, entonces podría descansar un poco y además el Niño dormiría mejor».

9 Nada más oír el deseo de María, el comandante fue de nuevo corriendo al fondo de la gruta y trajo un pequeño pesebre, que estaba pensado para las ovejas.

10 En seguida Salomé tomó paja y heno fresco para rellenarlo, lo cubrió con un paño nuevo y así preparó una pequeña cama bastante suave para el Niño.

11 María envolvió al Niño en pañales limpios, lo apretó contra su pecho y lo besó. Después se lo dio a José para que también lo besara y luego se lo dio a todos los demás. Después acostó al Niño en una cama realmente muy modesta para el Señor del Cielo y de la Tierra.

12 Como el Niño en seguida se durmió, ella pudo comer más tranquilamente y fortalecerse con la comida que el generoso comandante les había preparado.

13 «Ahora también me podéis preparar una cama a mí», dijo María después de haber terminado de comer. «Me siento muy fatigada del viaje y me gustaría descansar».

14 «Ven, María, madre de mi Señor, todo está ya preparado», le dijo Salomé.

15 María se levantó, tomó al Niño en sus brazos y rogó que le pusieran el pesebre en su tienda de campaña. Esta fue la primera noche después de haber dado a luz en la que María realmente pudo descansar.

16 El comandante mandó que calentaran piedras blancas en el fuego y que las colocaran alrededor de la tienda de María para que ella y el Niño no pasaran frío. Pues hacía una noche tan cruda que en el exterior de la gruta el agua se estaba helando.

Capítulo 28

José tiene prisa por marcharse. El comandante aconseja esperar todavía. Noticia de una caravana persa. Herodes está buscando al Niño

1 «¿Para qué quedarnos más tiempo aquí?», se preguntó José al día siguiente. «María ya se ha recuperado. De modo que podíamos muy bien irnos, teniendo en cuenta que nos está esperando un hogar bastante más cómodo que éste».

2 Cuando José estaba preparándose para ponerse en camino, volvió el comandante que antes de amanecer ya había ido a la ciudad para resolver un asunto y le dijo a José:

3 «Hombre de Dios, ¿ya te estás preparando para volver a tu casa? Tengo que aconsejarte que no te vayas ni hoy, ni mañana, ni pasado.

4 Pues mira: Acabo de recibir noticias de mis hombres que esta mañana volvieron de Jerusalén, y resulta que tres caravanas persas han llegado allí.

5 Los jefes, tres magos, han pedido información a Herodes sobre el recién nacido rey de los judíos.

6 Y como Herodes no sabía nada, hizo venir a los sacerdotes para que le informaran dónde iba a nacer el ungido.

7 Los sacerdotes le indicaron que según decía la Escritura tendría que acontecer en Belén de Judea.

8 Después de haber despedido a los sacerdotes, Herodes, acompañado de todos sus servidores, visitó a los tres jefes de las caravanas para comunicarles lo que estos le habían dicho.

9 Y les recomendó que buscaran al nuevo ungido de los judíos con todo empeño, rogándoles que después se lo comunicaran porque él, Herodes, también quería ir a rendirle homenaje.

10 Pero sabes, mi apreciado amigo José, que no me fío de los persas y aún menos de Herodes que es extremadamente ambicioso.

11 Dicen que estos persas son magos que supieron el nacimiento por la aparición de una estrella muy particular, lo que en principio no sería imposible teniendo en cuenta la gran cantidad de milagros que aquí hubo al nacer el Niño, por lo que es posible que también ellos vieran en Persia algo parecido.

12 Es evidente que buscan a este Niño. Y si lo encuentran los persas, también lo encontrará Herodes.

13 De modo que tendremos que mantenernos alertas para escapar a las garras de este zorro astuto.

14 Por eso tendrás que quedarte al menos tres días en este lugar apartado. Y yo, mientras tanto, ya encontraré una manera de despistar a los rastreadores del rey de los judíos. Tengo doce legiones a mis órdenes. De modo que no te preocupes. Ahora sabes todo lo necesario. ¡Por eso, de momento, quédate aquí! Ahora me voy y volveré a mediodía».

15 José estaba intimidado por estas noticias y, con toda devoción porque se cumpliese la Voluntad del Señor, esperaba que la situación tan complicada se solucionase.

16 Cuando José contó a María todo lo que el comandante le había dicho, ella respondió simplemente:

17 «¡Hágase la Voluntad del Señor! Ya hemos pasado por otras amarguras y al final el Señor siempre las convirtió en miel.

18 Si los persas vienen a visitarnos, puedes estar seguro de que no lo harán con malas intenciones.

19 E incluso aunque tramasen algo contra nosotros, gracias al Señor, tendríamos la protección del comandante».

20 «A los persas no les temo tanto como al mismo Herodes que es un animal feroz en forma humana», observó José. «¡Hasta el comandante le teme!

21 Si los persas descubren que nuestro Niño es el nuevo rey ungido, tendremos que huir vergonzosamente.

22 Porque entonces incluso nuestro comandante tendrá que volverse nuestro enemigo por lealtad al imperio romano y por su propia seguridad. Y en vez de protegernos nos tendrá que perseguir para no ser considerado rebelde.

23 Estoy seguro que es consciente del compromiso en que se encuentra y no quiere decírnoslo; lo deduzco de ciertas dudas que me confió acerca de Herodes.

24 Será por eso por lo que insiste tanto en que nos quedemos tres días más aquí. Si todo va bien, seguro que seguirá siendo nuestro amigo.

25 Pero si las cosas van mal, encerrados aquí en la gruta, nos tendría completamente en sus manos para entregarnos a la crueldad de Herodes y, encima, recibiría una condecoración por haber exterminado de manera astuta al rey de los judíos que un día podría ser peligroso para el imperio romano».

26 «No le des vueltas a la cabeza con conjeturas vanas», añadió María. «Mira, hemos bebido del agua maldita y no nos ha ocurrido nada. ¿Por qué afligirnos ahora, teniendo en cuenta los muchos testimonios de la Gloria de Dios que ya se han manifestado gracias a este Niño? Suceda lo que suceda, te digo que el Señor es más poderoso que los persas, Herodes, el emperador de Roma y el comandante con sus doce legiones. Así que tranquilízate, ¡ya ves lo tranquila que estoy yo!

27 Además de eso estoy convencida de que el comandante hará todo lo posible antes de ser obligado a la fuerza a volverse nuestro enemigo».

28 Estas palabras de María hicieron que José se tranquilizara. De modo que se conformó en hacer lo único que podía, esperar la vuelta del comandante. Mientras tanto los hijos calentaron la gruta y cocieron algunas frutas.

Capítulo 29

La caravana persa delante de la gruta.

Los tres sabios dan un buen testimonio del Niño

1 José estaba esperando al comandante ansiosamente. Ya era mediodía pero aún no había llegado.

2 Por eso José se dirigió al Señor: «Dios mío, te ruego que no permitas que me tenga que afligir de esta manera. Ya sabes que soy bastante viejo y por lo tanto también débil.

3 ¡Fortaléceme anunciándome qué es lo que debo hacer!».

4 Apenas hubo terminado esta oración, el comandante se presentó en la gruta jadeante.

5 «Ahora mismo vuelvo de una marcha que he hecho hasta Jerusalén con una legión entera», dijo a José, «con el fin de descubrir algo sobre la caravana persa.

6 Coloqué espías por todas partes, pero sin resultado. Pero puedes estar tranquilo. Si se aproximan darán con algunos de mis guardias.

7 Y entonces le será difícil romper estas líneas y avanzar hasta aquí sin que los haya interrogado y examinado. Ahora mismo voy a volver a irme para aumentar la guardia. Al anochecer estaré de vuelta».

8 El comandante partió a toda prisa y, más sosegado, José alabó a Dios. «Podéis servir la comida», dijo a sus hijos, «y tú, Salomé, pregúntale a María si quiere comer con nosotros en la mesa o si prefiere que le llevemos la comida a su lecho».

9 En este momento María, con el Niño en brazos, salió de su tienda y dijo con buenos ánimos: «Como me siento bastante fuerte, tomaré la comida con vosotros en la mesa. Pero traedme el pesebre para el Niño».

10 El buen ánimo de María causó mucha alegría a José que por su parte escogió los mejores bocados para ella. Todos alabaron al Señor y comieron y bebieron con mucho apetito.

11 Apenas terminada la comida, se escuchó un gran alboroto delante de la gruta.

12 Joel salió y vio una gran caravana de persas con camellos de carga.

13 Llamando a su padre, exclamó: «Por Dios, ¡estamos perdidos! Mira, ¡los terribles persas están aquí con muchos camellos y un gran séquito!

14 ¡Están montando sus tiendas de campaña en círculo alrededor de nuestra gruta y tres jefes adornados con oro, plata y piedras preciosas descargan sacos dorados, y parecen tener la intención de entrar aquí!».

15 La noticia asustó a José profundamente. Sólo con un gran esfuerzo pudo pronunciar las palabras: «Señor, ten piedad de tu siervo pecador, ¡ahora, sí, estamos perdidos!». María, a su vez tomó al Niño entre sus brazos y dijo con valor: «¡Mientras yo viva no me quitarán al Niño!».

16 Desde la gruta José y sus hijos observaron furtivamente a los persas para ver lo que hacían.

17 Al ver la gran caravana y las muchas tiendas montadas, José se afligió aún más. De nuevo empezó a implorar fervorosamente al Señor para que les salvara.

18 En este mismo momento el comandante, en montura de combate, se presentó con mil guerreros e hizo que se apostaran a ambos lados de la gruta.

19 Y el mismo comandante se dirigió a los tres magos para preguntarles el motivo de su visita y cómo habían podido llegar hasta allí sin que nadie les hubiera visto.

20 Los tres le respondieron al unísono: «¡No nos tomes por enemigos, pues ya ves que no llevamos armas con nosotros, ni abierta ni ocultamente.

21 Somos astrónomos persas y conocemos una antigua profecía en la que dice que en este tiempo les nacería a los judíos el Rey de los reyes y que una estrella indicaría el lugar de su nacimiento.

22 Y los que vieran esta estrella tendrían que seguirla porque allí donde parase se encontraría al Salvador del mundo.

23 Ved la estrella que incluso a la luz del día es visible para todos encima de este establo. Ella ha sido nuestro guía y puesto que se ha parado aquí, hemos llegado al lugar donde se encuentra la maravilla de las maravillas: un niño recién nacido, el Rey de los reyes, el Señor de los señores desde y para toda la eternidad.

24 Tenemos que verle, adorarle y ofrecerle nuestra mayor veneración. Por eso no nos impidas entrar, pues no es una estrella mala la que nos ha guiado hasta aquí».

25 Guiado por estas palabras el comandante se fijó en una estrella que se encontraba justo encima de ellos. Parecía estar a poca altura y su luz era casi tan potente como la del Sol.

26 Al verificarlo, el comandante dijo a los tres magos: «Vuestras palabras y la estrella me han convencido de que sois de buena índole. Pero aún no comprendo cuál era vuestra intención al ir junto a Herodes a Jerusalén. ¿Acaso la estrella también os mostró ese camino?

27 ¿Por qué vuestro guía milagroso no os condujo directamente hasta aquí, teniendo en cuenta que este era el destino de vuestro viaje? ¡Explicádmelo, de lo contrario no entraréis en la gruta!».

28 Los tres contestaron: «Eso sólo lo sabrá el Altísimo. Seguramente que habrá sido parte de su plan porque ninguno de nosotros teníamos la intención de ver Jerusalén ni de lejos.

29 Puedes creernos que la gente de Jerusalén no nos ha gustado en absoluto, y mucho menos el rey Herodes. Pero una vez allí, con toda la ciudad alerta, hemos tenido que decirles cuál era nuestro propósito.

30 Los sacerdotes nos orientaron a través del rey Herodes y este nos rogó que le informáramos acerca del nuevo Rey, para que, como dijo, también él pudiera venir a rendirle homenaje».

31 El comandante replicó: «¡Ni se os ocurra!, ¡pues yo conozco su índole y su malvada intención! ¡Mejor os tomo como rehenes! De momento voy a entrar sólo en la gruta para comentar este asunto con el padre del Niño».

Capítulo 30

Los tres sabios adoran al Señor en el Niño.

Los espíritus de los tres sabios son Adán, Caín y Abraham

1 A José, al enterarse de la conversación, se le quitó un gran peso de encima.

2 De modo que el comandante volvió y al entrar en la gruta le comentó la situación:

3 «Los hombres orientales que están ahí fuera esperando han encontrado la gruta con la ayuda de Dios. Los he registrado concienzudamente y no he podido encontrar nada sospechoso.

4 De acuerdo con la promesa de su dios ellos quieren rendir homenaje al Niño. Si te parece bien, los puedes dejar entrar sin la menor preocupación».

5 «Si es así», dijo José sosegado, «entonces alabo a Dios, pues de nuevo me ha quitado un peso de encima.

6 Ahora mismo voy a mirar a María a ver cómo se encuentra porque al enterarse de que los persas empezaban a acampar alrededor de la gruta se ha llevado un gran susto. Y para evitarle otro nuevo tengo que advertirle que estos señores van a entrar en la gruta».

7 El comandante estuvo de acuerdo y José informó a María de la situación.

8 La madre estaba de buenísimo ánimo y le respondió: «Paz a todos aquellos cuyo corazón está lleno de buena voluntad y se dejan guiar por Dios.

9 ¡Cuando el Espíritu del Señor se lo indique que vengan, y su fidelidad hacia Él será bendecida! En cuanto a mí, no les tengo el menor miedo.

10 Pero quédate cerca de mí, pues no sería conveniente que yo los recibiera sola en mi tienda».

11 «Si tienes suficientes fuerzas, levántate con el Niño y lo pondremos en el pesebre aquí delante de ti; así podrán venir los visitantes a rendirle homenaje».

12 Dicho y hecho, José avisó al comandante de que estaban preparados para recibir a los visitantes.

13 «Dentro de lo que nuestra modesta situación nos permite estamos preparados. Que entren los tres cuando quieran».

14 El comandante salió para informarlos. Felices por haber conseguido permiso para entrar, los tres se arrodillaron y alabaron a Dios.

15 Luego tomaron los sacos de oro y, con sumo respeto, entraron en la gruta; en este momento el Niño brillaba con luz muy fuerte.

16 Cuando vieron al Niño en el pesebre, se postraron a pocos pasos de Él y lo adoraron con fervor.

17 Permanecieron absortos en su adoración hasta que empezaron a levantarse lentamente al cabo de una hora. De rodillas y con lágrimas en los ojos, miraron al Señor, Creador del infinito y la eternidad.

18 Los nombres de los tres eran Melchor, Gaspar y Baltasar.

19 El primero, que tenía el espíritu de Adán, dijo: «¡Alabad y honrad a Dios, hosanna a Dios trino y uno de eternidades en eternidades!».

20 A continuación tomó el saco tejido con hilo de oro que contenía treinta y tres libras del incienso más fino, y con el mayor respeto lo entregó a María con las siguientes palabras:

21 «Apreciada madre, toma sin vacilación esta pequeña ofrenda material como testimonio de la gran fe que en adelante llenará todo mi ser. Acepta este simple tributo material que toda criatura racional, desde el fondo de su corazón, debe a su Creador omnipotente».

22 María tomó el pesado saco y lo entregó a José. El donador se retiró a la entrada de la gruta donde de nuevo se puso de rodillas para adorar al Señor en el Niño.

23 A continuación se levantó el segundo, un negro que tenía el espíritu de Caín y que traía un saco más pequeño pero del mismo peso, lleno de oro puro. Entregándoselo a María, dijo:

24 «Señor de toda magnificencia, te traigo una ofrenda que es insignificante en relación con lo que correspondería al Rey de los espíritus y de los hombres de la Tierra. ¡Acéptalo, oh madre que diste a luz a aquel que la lengua de todos los ángeles nunca será capaz de expresar!».

25 María tomó el segundo saco y también lo pasó a manos de José. El sabio se levantó, se juntó con el primero y también se puso de rodillas para continuar su adoración del Señor en el Niño.

26 Finalmente se levantó el tercero, tomó su saco de mirra muy fina, esencia aromática que en aquella época tenía un gran valor, y se lo entregó a María con las siguientes palabras:

27 «El espíritu de Abraham está conmigo, y ahora presencia el día del Señor que con tanta ansia había esperado.

28 Yo, Baltasar, ofrezco en miniatura lo que en realidad correspondería al Niño de los niños. Acéptalo, madre de toda Gracia. Una ofrenda mayor que esta la guardo en mi pecho, que es mi amor; esta será la ofrenda verdadera y eterna para el Niño».

29 María también aceptó este saco que pesaba treinta y tres libras como los demás, y se lo entregó a José. Luego el mago se unió a los otros dos para continuar la adoración del Niño. Más tarde, los tres salieron de la gruta y se dirigieron a sus tiendas.

Capítulo 31

Las tres dádivas benditas de Dios: su santa Voluntad, su Gracia y su Amor

1 Una vez que los tres magos hubieron salido de la gruta, María dijo:

2 «Mira, José, que eres pesimista y desconfiado... ¿Ves como el Señor cuida de nosotros, maravillosamente?

3 ¿Quién de nosotros hubiera podido soñar con algo parecido? De nuestro excesivo temor y de todas nuestras preocupaciones Él ha hecho una gran bendición, de modo que las ha transformado en una inmensa alegría.

4 Precisamente vimos adorar al Niño como tan sólo se adora a Dios precisamente a aquellos de quienes habíamos sospechado que iban a amenazar su vida.

5 Y encima de todo hasta nos han traído regalos de tanto valor que con ellos podríamos fácilmente conseguir una buena Tierra en la que podríamos dar una buena educación al divino Niño, una educación del agrado de Dios.

6 Desde hoy tenemos aún más motivos que nunca para agradecer al Señor su bondad; voy a alabarle toda la noche... Pues Él acabó con nuestra pobreza. De modo que en este sentido ya no tenemos de qué preocuparnos. ¿Cómo lo ves tú, José?».

7 «Sí María, Dios es infinitamente bueno para todos los que le aman por encima de todo y ponen toda su esperanza en Él», le respondió. «Pero pienso que como los regalos le fueron ofrecidos al Niño, no tenemos derecho a emplearlos como bien nos parezca.

8 El Niño es hijo del Altísimo. Por eso, antes que nada, tendremos que preguntarle al Padre excelso qué es lo que debemos hacer con estos tesoros.

9 Cumplamos lo que Él disponga... Sin conocer cuál es su Voluntad, no los tocaré en toda mi vida. Prefiero que nos ganemos nuestro sustento bendito aunque sea con el trabajo más duro del mundo.

10 ¿Acaso, hasta ahora, no he sido capaz de alimentaros con el trabajo bendito de mis manos? Y ya veréis como también podré hacerlo en el futuro.

11 No te dejes llevar por lo que se pueda hacer con los regalos, sino únicamente por la Voluntad del Señor, su Gracia y su Amor.

12 Estas son las tres mayores dádivas que nos concedió el Señor una vez para siempre. Te digo que para mí su santa Voluntad es el incienso más delicioso, su Gracia el oro más puro, y su Amor la mirra más exquisita.

13 De estos tres tesoros nos podremos siempre servir sin límites. Pero debemos tocar el incienso, el oro y la mirra de los sacos dorados sin tener en cuenta los tres tesoros fundamentales que hasta ahora, y siempre, nos han dado el mejor resultado.

14 Esto es lo que haremos y sé que el Señor nos mirará con la mayor benevolencia, ¡que esta benevolencia sea nuestro mayor tesoro!

15 Qué te parece, María, ¿no es ésta la mejor aplicación que les podemos dar a los tesoros?».

16 María quedó tan conmovida que se le llenaron los ojos de lágrimas y alabó la sabiduría de José. También muy emocionado, el comandante le abrazó y le dijo: «¡Realmente, tú eres un hombre que vive de acuerdo con la Voluntad de tu Dios!».

17 El Niño miró a José con una sonrisa y levantó una manita como si quisiera bendecirle.

Capítulo 32

El ángel, consejero de los tres sabios

1 Los tres sabios se juntaron en una de sus tiendas para discutir lo que debían hacer:

2 «¿Vamos a cumplir con la palabra que hemos dado a Herodes o sería mejor que faltemos a ella por primera vez?

3 Si tomamos otro camino para volver a nuestro país, ¿cómo sabremos si es seguro?».

4 Y entre ellos se preguntaban: «¿Quién sabe si la estrella milagrosa que nos ha traído hasta aquí también nos guiará a nuestra Tierra si tomamos otro camino que el que ella nos indica?».

5 De repente, mientras que los sabios estudiaban el asunto, apareció un ángel entre ellos que les dijo: «No os preocupéis, el camino está libre;

6 Pues mañana seréis guiados a vuestra patria, sin pasar por Jerusalén, tan derechamente como cae un rayo de Sol sobre la Tierra al mediodía».

7 Apenas pronunciadas estas palabras, el ángel desapareció y los tres se acostaron. A la mañana siguiente, muy temprano, se pusieron en camino y con fe en el Dios único llegaron a su patria por el camino más corto.

8 En la misma mañana de la salida de los tres magos, José preguntó al comandante cuánto tiempo debía de quedarse todavía en la gruta.

9 «Hombre de mi mayor consideración, ¿acaso crees que te retengo como a un prisionero?», exclamó el comandante. «¡Vaya idea más absurda!

10 Yo, un gusano ante el poder de tu Dios, ¿cómo iba a mantenerte cautivo? ¿Pero cómo es posible que las precauciones que tomo por amor hacia ti las interpretes como un encarcelamiento?

11 Del alcance de mi poder eres libre en cuanto quieras; puedes ir a donde te dé la gana aun cuando mi corazón siempre desee retenerte aquí porque os ama profundamente a ti y al niño.

12 Ten todavía un poco de paciencia por algunos días. En seguida mandaré algunos espías a Jerusalén para que vigilen la actitud de Herodes por si acaso los persas no cumplen su palabra.

13 Entonces sabré a qué atenerme y os protegeré contra cualquier persecución por parte de esa fiera humana.

14 Puedes creerme, Herodes es el mayor enemigo de mi corazón y voy a combatirle cuando y donde pueda.

15 Por cierto no soy más que un comandante subordinado al general que reside en Sidón y Esmirna, y que manda las doce legiones de Asia.

16 Por otro lado, como soy patricio, tampoco soy un centurión corriente. Este título me autoriza a mandar sobre las doce legiones de Asia y si las necesitase, no preciso la aprobación de Esmirna. Como patricio no tengo más que mandarles para que me obedezcan. De modo que puedes contar conmigo si a Herodes se le ocurriera a sublevarse».

17 José agradeció al comandante sus atenciones. Sin embargo aún argumentó:

18 «Sabes la gran estima en que te tengo y te agradezco lo mucho que te empeñaras en vigilar a los persas. Pero a la hora de la verdad, ¿qué resultado tuvieron tus esfuerzos?

19 Pese a los mil vigilantes que colocaste a los persas, pudieron llegar hasta aquí y ya tenían sus tiendas de campaña levantadas antes de que vieras al primero de ellos.

20 Si entonces el Señor, mi Dios, no me hubiera protegido, ¿dónde estaría yo ahora pese a toda tu ayuda? Antes de que hubieras llegado, habrían tenido tiempo más que suficiente para acabar conmigo y con toda mi familia.

21 Por eso, como amigo muy agradecido, te digo que la ayuda de los seres humanos no vale para nada porque ante Dios no son nada.

22 De modo que si Dios quiere ayudarnos, y Él es el único que nos puede ayudar, no vale la pena que nos empeñemos tanto, porque a pesar de todo nuestro empeño siempre se cumplirá la Voluntad del Señor y nunca la nuestra.

23 Por eso no te expongas inútilmente en Jerusalén, lo que es muy arriesgado; pues no ganamos nada con ello sino al contrario, si descubrieran que estás espiando, sólo conseguirías crear una situación amarga para ti mismo.

24 Seguro que esta noche el Señor me revelará las intenciones de Herodes y lo que tengo que hacer. De modo que podemos estar tranquilos y dejar que el Señor reine sobre nosotros, con lo que todo andará bien».

25 El comandante se quedó desconcertado ante estas palabras de José y al mismo tiempo sintió mucho que rechazara su ayuda.

26 «Apreciado amigo mío», continuó José, «me parece que estás disgustado porque te aconsejo que no te preocupes por nuestra causa.

27 Pero, considerándolo bien, hasta tú mismo tienes que llegar obligatoriamente a la misma conclusión.

28 ¿Quién de nosotros jamás ha contribuido a que el Sol, la Luna y las demás estrellas anduvieran su camino por el firmamento? ¿O acaso alguno de nosotros ha podido dar ordenes a los vientos y a los rayos?

29 ¿Quién cavó el lecho del enorme mar? ¿Quién indicó el rumbo a los grandes ríos?

30 ¿Dónde está el pájaro al que hayamos enseñado el vuelo rápido y al que hayamos dado su garganta armoniosa y sonora?

31 ¿Dónde la hierba para la cual criamos la semilla viva?

32 Todo esto el Señor lo hace diariamente. Si su actividad poderosa y maravillosa en cada momento te hace recordar su presencia infinitamente amorosa, ¿cómo puedes desconcertarte si yo, muy amigo tuyo, llamo tu atención sobre el hecho de que ante Dios toda ayuda por parte del hombre es inútil?».

33 Con este razonamiento de José el estado de ánimo del comandante mejoró visiblemente. No obstante, en secreto, todavía mandó a algunos espías a Jerusalén para enterarse de lo que allí pasaba.

Capítulo 33

Preparación de la huida a Egipto

1 A María y a José se les presentó en sueños aquella noche un ángel que les dijo:

2 «José, vende los tesoros y cómprate algunos animales de carga porque con toda tu familia tienes que huir a Egipto.

3 Herodes, al verse traicionado por los tres sabios, se irritó sobremanera y decidió mandar matar a todos los niños menores de doce años.

4 Su idea era que los tres le indicasen el lugar donde se encontraba el nuevo rey recién nacido con el fin de poder mandar a sus verdugos para que mataran al Niño.

5 Nosotros, los ángeles de los Cielos, recibimos la Orden del Señor, antes de su encarnación en este mundo, de que veláramos cuidadosamente por vuestra seguridad.

6 Por eso vine a informarte sobre lo que Herodes hará al no poder apoderarse con certeza de aquel a quien está buscando.

7 El propio comandante tendrá que prestarle su apoyo si no quiere que le denuncie al emperador. Por eso tendrás que emprender el viaje mañana mismo.

8 Puedes comunicárselo todo al comandante y él te ayudará en esta salida precipitada. Así sea, en el nombre de aquel que vive y está amamantándose del pecho de María».

9 En esto los dos se despertaron. Con voz tímida, María llamó a José para contarle el sueño que había tenido. Este, al ver que se trataba de su misma visión, le dijo:

10 «María, no hay motivos para preocuparnos. Aún antes del mediodía estaremos al otro lado de la montaña y dentro de siete días en Egipto.

11 Como ya está amaneciendo voy a salir a hacer los preparativos necesarios para poder marcharnos lo antes posible».

12 Y José salió junto con sus tres hijos mayores, llevándose los tesoros para vendérselos a un cambista. Este en seguida les abrió la puerta y les pagó su equivalente real.

13 Luego, acompañado por un sirviente del cambista, José fue a un vendedor de caballos y compró seis burros fuertes de carga. Así equipado volvió a la gruta.

14 Allí ya le estaba esperando el comandante que le contó las noticias crueles llegadas de Jerusalén.

15 El comandante, al comprobar que José no se extrañaba, le pidió explicaciones:

16 «Apreciado amigo, todo lo que ahora me estás diciendo, y con muchos más detalles acerca de las intenciones de Herodes, ya me lo ha revelado el Señor esta noche tal como iba a suceder.

17 Incluso tú mismo tendrás que prestarle apoyo porque ha mandado que maten a todos los niños de Belén y sus alrededores, desde los recién nacidos hasta los de doce años, para estar seguro de que entre ellos también se encuentre el mío.

18 Tengo que huir hoy mismo hacia donde me lleve el Espíritu del Señor para escapar a la crueldad de Herodes.

19 Ahora te ruego que me indiques el camino más seguro hacia Sidón porque partiré en una hora».

20 Oyéndolo, el comandante se enfureció tanto contra Herodes que le juró venganza eterna:

21 «Te digo que tan seguro como que ahora el Sol se levanta y tan cierto como que tu Dios existe, yo, un verdadero patricio de Roma, prefiero dejar que me crucifiquen antes de que tal acción de esa fiera humana quede sin castigo.

22 Ahora mismo voy a acompañarte personalmente por las montañas y con una buena escolta. Una vez que sepa que estás seguro, volveré para mandar un mensajero a Roma que informe al emperador sobre todo lo que Herodes esta haciendo.

23 Por mi parte haré todo lo posible para que fracasen los planes de esta fiera humana».

24 Y José le dijo: «Amigo mío, si piensas que puedes conseguir algo, procura salvar entonces si te es posible por lo menos a los niños de tres a doce años.

25 A los menores de tres años y a los recién nacidos no los podrás salvar.

26 Incluso la salvación de los mayores de tres años no la conseguirás a la fuerza sino sólo con astucia.

27 Pero el Señor te guiará y para ello no hará falta que reflexiones mucho sobre qué es lo que hay que hacer porque Él te inspirará en secreto».

28 El comandante protestó: «¡No!, ¡no se puede derramar la sangre de los niños! ¡Antes usaré la fuerza militar!».

29 A lo que José contestó: «¿Qué harás si Herodes ya hubiera salido de Jerusalén con una legión romana? ¡Se supone que no vas a luchar contra tu propio ejército! Así que haz lo que el Señor te inspire para que finalmente puedas salvar pacíficamente al menos a los que tengan de tres a doce años». El comandante se rindió a la evidencia.

Capítulo 34

La huida. El incidente de los ladrones. José llega a Tiro

1 Después de la conversación con el comandante José se dirigió a sus hijos para decirles que preparasen los animales:

2 «Los seis burros nuevos son para vosotros y para mí, y el viejo que ya está acostumbrado a María es para ella. Llevad tantos alimentos como podáis. Como recuerdo y como recompensa por la atención que ha tenido hacia nosotros le dejaremos a la comadrona el buey y el carro».

3 De modo que la comadrona se quedó con el buey y con el carro, y en adelante el animal ya no fue utilizado para trabajo alguno.

4 A Salomé le hubiera gustado ir con la familia y se lo propuso a José.

5 «Eso depende únicamente de ti misma», le respondió. «Tú sabes que soy pobre y que en caso de que quisieras servirnos como criada no te podría pagar salario.

6 Pero si tienes medios para alimentarte y vestirte y estás preparada para preocuparte por nuestro bien, entonces serás bienvenida».

7 «Hijo del gran rey David, mis ahorros son suficientes no sólo para mí sino también para toda tu familia, y esto durante cien años», le anunció Salomé,

8 «pues soy más rica en bienes mundanos de lo que te puedes imaginar. Espérame sólo una hora y estaré de vuelta con muchos tesoros».

9 Pero José le contestó: «Oye, Salomé, tú eres una viuda joven y además eres madre. De modo que también tendrás que traer a tus dos hijos.

10 Todo esto te causará mucho trastorno. Yo, sin embargo, ya no puedo perder ni un minuto más porque dentro de tres horas Herodes estará aquí y, en una, ya se habrá presentado su vanguardia.

11 De modo que comprenderás que de ninguna manera puedo esperar a que te hayas preparado.

12 A mí me parece mejor que te quedes. Así, por lo menos, no me harás perder tiempo. Si es la Voluntad del Señor que algún día volvamos, entonces será para quedarnos en Nazaret.

13 Si estás dispuesta a prestarme un servicio, entonces, en cuanto puedas, ve a Nazaret. Allí, para que mi propiedad no caiga en manos de extraños, arriéndala por tres o hasta tal vez por diez años».

14 Finalmente Salomé desistió de su idea y se conformó con este encargo.

15 José abrazó al comandante y le bendijo; y a María le dijo que ya había llegado la hora que montase en el burro con el Niño.

16 Viendo que todos estaban preparados para el viaje, el romano todavía le preguntó a José: «¿Amigo mío, ¿piensas que alguna vez volveré a verte, y también al Niño y a su madre?».

17 «Antes de que pasen tres años te volveré a saludar junto con el Niño y con su madre. De eso puedes estar seguro. Pero ahora déjanos ir. Amen».

18 Todos tomaron sus animales y salieron de la gruta.

19 Pero nada más salir, se vieron rodeados por una gran muchedumbre. Todos querían ver la partida del recién nacido, pues se habían enterado de ello por la comadrona y por el cambista.

20 A José esta curiosidad popular le resultaba muy inoportuna, por lo que rogó al Señor que le liberase de la indiscreción de de estos ociosos indiscretos.

21 En ese mismo instante cayó sobre toda la ciudad una niebla tan densa que nadie podía ver más allá de cinco pasos.

22 La gente se retiró contrariada, mientras que José, el comandante y Salomé que lo acompañaban, pudieron alcanzar las montañas próximas sin ser vistos.

23 Cuando llegaron a la frontera de Judea con Siria, el comandante le entregó un salvoconducto para Cirenio, gobernador de Siria.

24 José se lo agradeció mucho y el comandante le explicó: «Cirenio es mi hermano. No hace falta que te diga más. ¡Buen viaje y buen regreso!». El comandante y Salomé dieron la vuelta y la pequeña caravana siguió su camino.

25 Hacia el mediodía José alcanzó la cumbre de la montaña, que entonces los romanos llamaban «Celesiria», ya totalmente en Siria, a doce horas de Belén.

26 Había sido preciso hacer este desvío porque desde Palestina no había ningún camino seguro hacia Egipto.

27 El primer día la familia llegó hasta cerca de la pequeña ciudad de Bostra donde pasó la noche. En aquella ocasión unos ladrones quisieron aprovecharse de la oportunidad para robarle,

28 pero al ver al Niño, cayeron de rodillas ante Él y huyeron espantados hacia la montaña.

29 Al día siguiente, José atravesó otra montaña y por la noche llegó hasta cerca de Panea, una pequeña ciudad en la frontera entre Palestina y Siria.

30 Al tercer día llegó a la provincia de Fenicia y se dirigió hacia Tiro, donde al cuarto día, provisto de la carta de recomendación, visitó a Cirenio que en aquellas fechas residía allí para resolver algunos asuntos urgentes.

31 Cirenio recibió a José con gran amabilidad y le preguntó si le podía ser útil. «Intento ir a Egipto de la manera más segura», fue la respuesta de José.

32 «Pero hombre, ¡menuda vuelta la que has dado!», exclamó Cirenio. «Palestina está mucho más cerca de Egipto que Fenicia. Ahora te tocará volver por Palestina... Desde aquí tendrás que ir por Samaria, Joppe, Ascalón, Gaza, Geras y Elusa que está en Arabia».

33 Al oírlo, José se puso muy triste por haber dado semejante vuelta. Pero Cirenio tuvo compasión de él: «Tu situación me aflige, aunque seas judío y por tanto enemigo de los romanos. Pero como mi hermano que es todo para mí te quiere tanto, también yo estoy dispuesto a prestarte un servicio.

34 Mañana un barco, pequeño pero seguro, saldrá de aquí para Zoán, en Egipto. También te daré una carta de recomendación que te permitirá vivir allí. Por hoy eres mi invitado; ya puedes decir a tus hijos que traigan vuestro equipaje».

Capítulo 35

La sagrada familia en la casa de Cirenio

1 José salió para buscar a su familia y Cirenio mandó a sus siervos que cuidasen de los burros.

2 Luego Cirenio llevó a José, a María y a los cinco hijos a la mejor sala que tenía, que estaba sobrecargada de piedras preciosas, oro y plata.

3 Lo que a José le llamó mucho la atención fue una mesa de mármol blanco muy fino con una gran cantidad de estatuas de bronce de Corinto muy bien hechas,

4 por lo que le preguntó al gobernador qué representaban esas estatuas.

5 «Son nuestros dioses», le explicó este, «y conforme a la ley de Roma los tenemos que colocar aunque no creamos en ellos.

6 Yo los considero solamente como obras de arte, es lo único en que para mí tienen valor. Pero por lo demás, los miro con desprecio».

7 «Pero dime, si piensas así, entonces eres un hombre sin Dios ni religión. ¿No inquieta eso a tu conciencia?», le preguntó José, sorprendido.

8 «En absoluto», le respondió este, «porque si no hay otro dios sino estos de bronce, entonces cada ser humano es más dios que este vil metal sin vida. En mi opinión tiene que haber un dios verdadero, eterno y todopoderoso. Por eso desprecio tamañas tonterías».

9 Cirenio era un gran amigo de los niños. Por eso se acercó a María que tenía al Niño en sus brazos y la preguntó si no se cansaba de tenerlo continuamente encima.

10 «Sí, señor, por supuesto estoy muy cansada. Sin embargo, mi gran amor al Niño me hace olvidar toda fatiga», le respondió ella.

11 «Yo también soy muy amigo de los niños y estoy casado, pero desgraciadamente ni la naturaleza ni Dios me han bendecido con descendientes», se lamentó el gobernador. «Por eso ya he adoptado unos cuantos, aunque sean hijos de esclavos.

12 Bueno, con esto no quiero hacer alusiones a que me dejes el tuyo porque es parte de tu vida...

13 Pero aun así te ruego que me permitas que lo tome un rato en mis brazos para poder acariciarlo un poco».

14 Como el gobernador lo pidió con tanto cariño, María se lo dio diciéndole las siguientes palabras: «Quien tiene un corazón como tú, muy bien puede tomar a mi Niño en sus brazos».

15 En el momento en que lo tocó, el gobernador se vio invadido por un estado de inmensa felicidad que nunca antes había experimentado.

16 Dando vueltas en la sala, se acercó con el Niño a la mesa en la que se encontraban las estatuas de los dioses.

17 Fue el fin de las estatuas: todas se derritieron como cera sobre hierro incandescente.

18 Al verlo, Cirenio se espantó y exclamó: «¿Qué pasa aquí? ¡El bronce se ha derretido sin dejar rastro! Sabio hombre de Palestina, ¡dame una explicación! ¿Acaso eres mago?».

Capítulo 36

José, interrogado severamente acerca del nacimiento y naturaleza del Niño Jesús. Justificación enérgica de José ante el «procurador»

1 También José estaba profundamente sorprendido por este acontecimiento y se explicó ante Cirenio: «Gobernador poderoso del país, supongo que sabes que según las leyes de mi pueblo a todo mago le corresponde la hoguera.

2 De modo que si fuera mago nunca hubiera llegado a la edad que tengo porque desde hace mucho ya habría caído en manos de los sumos sacerdotes de Jerusalén.

3 La única explicación plausible que encuentro es que el fenómeno tenga que ver con la gran santidad de este Niño.

4 Ya acompañaron a su nacimiento unos cuantos prodigios que asombraron a todos quienes los vieron: los cielos se abrieron, los vientos se calmaron, los ríos y arroyos se detuvieron, y el Sol quedó inmóvil en el horizonte.

5 Durante tres horas ni la Luna ni las estrellas se movieron. Los animales no comieron ni bebieron y todo lo que en general se mueve estaba paralizado. También yo que estaba andando me quedé inmóvil».

6 Al oír este relato, Cirenio dijo: «Entonces tiene que ser éste el Niño tan singular del que mi hermano me ha escrito:

7 “Hermano, tengo que transmitirte una novedad: cerca de Belén, una joven judía dio vida a un niño del que emana una gran fuerza milagrosa. Yo opino que tiene que tratarse de un hijo de los dioses.

8 Pero como su padre es un judío tan honrado y leal, no he sido capaz de investigar el asunto más profundamente.

9 Si dentro de poco fueras a Jerusalén valdría la pena hacerle una visita. A mí me parece que este niño tiene que ser un joven Júpiter o por lo menos un Apolo. Ve y convéncete tú mismo”.

10 Esto es todo lo que sé del asunto. Pero lo que ahora acabas de contarme es completamente nuevo para mí. Por eso dime si eres el mismo hombre sobre el que mi hermano me ha escrito».

11 «Sí, poderoso señor, soy el mismo», le confirmó José. «Y tu hermano tiene suerte por no haberte informado más acerca del Niño.

12 Pues ha recibido un aviso del Cielo para que no hable de todos esos acontecimientos. Si te hubiera dicho más, cierto es que a Roma le habría acontecido lo mismo que a las estatuas de esta mesa.

13 Dichosos, tú y tu hermano, si guardáis silencio; pues seréis bendecidos por el Señor, el Dios eternamente vivo y Creador del Cielo y de la Tierra».

14 Estas palabras despertaron en Cirenio un gran respeto por José y miedo ante el Niño, tanto que inmediatamente lo devolvió a los brazos de María.

15 Luego, de nuevo, se dirigió a José. «Ya me he dado cuenta de que eres un hombre muy honesto», le dijo. «Y ahora presta atención a lo que te voy a decir,

16 porque se me acaba de pasar una idea por la cabeza; te la expondré y luego me vas a contestar con precisión.

17 Si este niño es de ascendencia divina, entonces tú, siendo su padre, también tienes que serlo porque “ex trunco non fit Mercurius”2. Del mismo modo de un simple ser humano no puede resultar un niño divino.

18 Y tú, por lo demás me pareces ser un hombre común, incluso tus cinco hijos. Tampoco la madre, a pesar de la buena impresión que produce, parece tener nada de diosa.

19 Según la tradición, alguna vez ha habido mujeres que tuvieron relaciones con los dioses; pero para ello tenían que ser de una belleza sobrenatural. Yo, por supuesto, no tengo tanta fe como para creérmelo.

20 Además tengo que llamar tu atención sobre otra discrepancia: Cuando con tu hijo divino te pusiste en camino desde Belén a Egipto, ¿cómo es posible que te equivocaras de camino? Me di cuenta de que así ha sido porque te pusiste triste y perplejo cuando te indiqué cuanto te habías desviado para ir a Egipto.

21 ¿Será posible que tu Dios desconozca el camino más corto desde Belén a Egipto?

22 Estas contradicciones evidentes aumentan a medida que profundizamos en los hechos. Aparte de esto proferiste una amenaza sobre el exterminio de Roma si yo o mi hermano hubiéramos divulgado acerca del niño.

23 ¿Por qué los dioses han de amenazar a los débiles mortales como si tuvieran miedo de ellos? Bastaría que aparecieran en la Tierra para que todos les siguieran ciegamente.

24 Me parece que tus explicaciones no son nada más que pretextos para engañarme y para que no me dé cuenta de quién eres en realidad: un mago judío camino de Egipto para poderse ganar allí la vida con su arte, puesto que en su patria ya no se siente seguro,

25 o un experto espía judío pagado por Herodes para descubrir las fortificaciones marítimas de los romanos.

26 Verdad es que tengo la carta de recomendación de mi hermano y la que te leí, pero aún no he llegado a hablar con él sobre este asunto. De modo que todavía cabe dentro de lo posible que se traten de falsificaciones, pues también la letra de mi hermano puede haber sido imitada.

27 A mí me parece que eres las dos cosas: mago y espía. Justifícate ahora exhaustivamente. De lo contrario serás mi prisionero y no escaparás al debido castigo».

28 Durante todo este discurso de Cirenio José le miraba fijamente a los ojos y a continuación le contestó: «Manda las dos cartas con un mensajero a tu hermano Cornelio y que él mismo te dé testimonio referente a mi causa, a ver si resulta tan abominable como tú la pintas con tanta malicia vergonzosa.

29 Esto te lo exijo porque mi honra está justificada ante Dios y no va a venir ahora un pagano a ultrajarla. Por muy patricio romano que seas, yo soy descendiente del gran rey David ante quien la tierra temblaba, y como tal no me dejo deshonrar por un pagano.

30 ¡Y ahora no me iré de tu lado hasta que no restablezcas mi honor, porque mi honor ha sido recibido de Dios y no me lo va a quitar un pagano!».

31 Ante estas enérgicas palabras de José, Cirenio quedó totalmente desconcertado porque jamás nadie había osado hablar de tal manera ante él, gobernador y dueño absoluto de la vida y de la muerte. Por eso se dijo a sí mismo: «Si este hombre no fuera consciente de que le respalda un poder extraordinario y superior al mío, no podría hablarme así. De modo que tendré que emplear una estrategia distinta».

Capítulo 37

Cirenio adora al Niño

1 Con este propósito Cirenio se dirigió de nuevo a José y le dijo: «Hombre, ¡no hace falta que te enojes conmigo! Pues tienes que reconocer que como gobernador tengo perfectamente derecho a examinar a quien sea para ver cuál es su intención.

2 Y aunque lo hubiera evitado con mucho gusto, no podía hacer una excepción contigo. Ya que la fatal desaparición de los adornos de aquella mesa tiene que ver algo con tu presencia aquí, tendrás que permitirme que a personas como tú haya de examinarlas algo más rigurosamente.

3 Si bien lo miras, no lo deberías tomar como una ofensa sino como un honor, pues te he dado una gran importancia y hablé contigo como me corresponde en tanto que gobernador.

4 La única cosa que me interesa saber y que considero muy importante es la verdad acerca de tu procedencia.

5 Y por esta razón tenía que comprometerte para que te explicaras con claridad.

6 En fin, tus palabras me han confirmado que eres un hombre que no conoce el engaño; de modo que no necesito más información por parte de mi hermano ni tampoco por otra. Ya veo que eres un judío muy sincero, de modo que no necesito más justificación. ¿Estás conforme?».

7 José todavía insistió: «Amigo, como ves, soy pobre. En cambio tú eres un señor poderoso. Mi riqueza consiste en la lealtad a mi Dios, y en la honradez absoluta ante los demás.

8 Tú, aparte de la lealtad a tu emperador eres sumamente rico en bienes mundanos que yo no tengo. Si te deshonrasen todavía te quedarían tus bienes mundanos.

9 ¿Pero qué me queda a mí si pierdo mi honor? Tú lo puedes comprar con tus tesoros mundanos. ¿Con qué lo compraría yo?

10 Una vez que el pobre ha perdido su honor y libertad ante el rico, se vuelve un esclavo.

11 Me has amenazado con apresarme. ¿Acaso no perdería así mi honor y mi libertad?

12 Si tú, gobernador de Siria y vicegobernador de la costa de Tiro y Sidón, me pediste explicaciones, ¿no tenía yo derecho a justificarme?».

13 El gobernador transigió: «Buen hombre, ahora te ruego que olvidemos este asunto.

14 Mira, el Sol ya se oculta en el horizonte y mis servidores han preparado una buena comida. Venid conmigo al comedor. No es cocina romana sino comida que corresponde a las reglas de vuestro pueblo, de modo que la podéis comer a gusto. Seguidme sin rencor; ahora soy vuestro amigo».

15 José, María y los cinco hijos le siguieron. Al entrar en la sala se sorprendieron del esplendor extraordinario de la misma y de la vajilla que casi toda estaba hecha de oro y plata, y adornada con piedras preciosas.

16 Viendo que las preciosas copas estaban adornadas con figuras de dioses paganos, José observó:

17 «Amigo, veo que toda tu vajilla está decorada con tus dioses. Como ya conoces la fuerte irradiación de mi Hijo,

18 si ahora me siento con mi mujer y el Niño a la mesa, temo que en un solo instante puedas perder toda tu vajilla.

19 Por eso te aconsejo que la cambies por otra que no esté decorada con vuestros dioses, o ponla simplemente de barro».

20 Ante estas palabras de José, Cirenio se sobresaltó y, profundamente asustado, mandó a sus siervos que cambiasen toda la vajilla preciosa por otra de barro.

21Pero la curiosidad le tentó tanto que dejó una preciosa copa de oro cerca del Niño para averiguar si su cercanía también podía aniquilar el oro como antes el bronce.

22 Finalmente Cirenio tuvo que pagar su curiosidad con la pérdida repentina de esa copa preciosa.

23 Por eso pareció como si un rayo le hubiera alcanzado. Le costó un buen rato recobrar el ánimo.

24 «¡Bueno, José!, ¡te agradezco el buen consejo que me has dado!», dijo Cirenio después de haberse tranquilizado un poco;

25 «¡pero que yo sea condenado si me muevo de este sitio sin que me hayas dicho quién es este niño para que pueda emanar de él tal fuerza!».

26 En pocas palabras José le relató la historia de la anunciación y del nacimiento del Niño.

27 Al enterarse, Cirenio se hincó de rodillas ante el Niño y lo adoró.

28 Y en el mismo momento la copa deshecha reapareció ante Cirenio, con el mismo peso, pero totalmente lisa. Cirenio se levantó y no cabía en sí de contento.

Capítulo 38

Propuesta pagana de Cirenio para llevar al Niño milagroso a la corte

del emperador en Roma

1 Todavía arrebatado, Cirenio confesó a José: «¡Te digo que si yo fuera el emperador de Roma, ahora mismo te cedería el trono y la corona!

2 Y si el mismo emperador Augusto supiera lo de este Niño, también haría lo mismo. Le importa mucho que le consideren como el emperador más poderoso del mundo; pero aun así sé que considera todo lo divino como algo muy superior a él.

3 Si quieres, le escribo. Y te afirmo de antemano que te llamará a Roma para colmarte de honores.

4 Y al Niño, como hijo del supremo Dios, le hará construir el Templo más grande y magnífico donde se le ensalzará sobremanera. Y él mismo se humillará ante el Señor al que los dioses y los elementos tienen que obedecer.

5 Por segunda vez me he convencido de quién es el Niño. Pues, ni siquiera Júpiter podría defenderse contra Él y no hay metal que pueda resistir su poder.

6 Te lo repito: Si quieres, hoy mismo mandaré un mensajero a Roma. Sepas que causaría una enorme sensación en la metrópoli, y seguro que desarmaría un poco al orgulloso sacerdocio que ya no sabe como puede engañar a la humanidad más provechosamente».

7 Pero José le contestó: «Amigo mío, ¿piensas que le va importar el homenaje de Roma a aquel al que obedecen el Sol, la Luna, las estrellas y todos los elementos?

8 Si Él hubiera querido que todo el mundo le rindiera homenaje como a un ídolo, entonces habría descendido a la Tierra revestido de su eterna e infinita majestad divina. Pero ello hubiera paralizado inevitablemente el libre criterio de cada cual y así habrían caído en la perdición.

9 Él, sin embargo, eligió precisamente la bajeza del mundo para beatificarlo, tal como está escrito en el libro de los profetas. ¡De modo que vale más que olvides eso del mensajero de Roma!

10 Si no te importa correr el riesgo de la destrucción de Roma, entonces haz lo que te parezca. Porque mira: Éste ha venido para caída de todos los grandes y poderosos, para salvación de los necesitados, sosiego de los afligidos y para la resurrección de quienes están en la muerte.

11 Esta es mi firme convicción que vivo con todo mi corazón. Te la revelé únicamente a ti y nadie más me la oirá.

12 Pero ahora guarda estas palabras en el santuario de tu corazón hasta que el nuevo Sol de la vida salga un día para ti, y te irá muy bien».

13 Estas palabras penetraron el corazón de Cirenio como flechas y le hicieron cambiar de actitud, hasta el punto de que ya estaba dispuesto a renunciar a todo prestigio y continuar en la más baja condición, cuando José le advirtió:

14 «Amigo mío, sigue como lo que eres porque el poder en manos de hombres con tu forma de pensar y actuar es una bendición de Dios para el pueblo. Porque lo que eres no lo eres por ti mismo ni por Roma sino únicamente por Dios. Por eso ¡continúa siéndolo!».

15 Cirenio alabó al Dios para él desconocido y, de muy buen ánimo, invitó a José y a María a que se sentasen con él a la mesa.

Capítulo 39

La sobriedad de Cirenio al comer y beber. Oración de gracias de José y su buena influencia sobre Cirenio. Palabras de José acerca de la muerte

y la Vida eterna. Naturaleza y valor de la Gracia

1 Pese a que los romanos en general estaban acostumbrados a banquetes muy prolongados, Cirenio era una excepción.

2 Aparte de las grandes fiestas que de vez en cuando tenía que dar en honor del emperador de Roma, sus comidas eran normalmente ligeras. Pues Cirenio estaba de acuerdo con aquellos filósofos que decían: «El hombre no vive para comer sino come para vivir; y para eso no hacen falta banquetes que duren varios días».

3 De modo que también esta comida sagrada fue frugal y no hubo más de lo que el cuerpo necesita para su alimentación.

4 Después de la comida José dio las gracias a Dios y bendijo al anfitrión por haberla ofrecido.

5 Cirenio estaba profundamente conmovido y reconoció: «¡Cuánto más vale tu religión que la mía y cuánto más cerca estás tú de la Divinidad todopoderosa que yo!

6 ¡Por eso eres más hombre de lo que yo nunca podré ser!».

7 «Pero noble amigo, no te preocupes por algo que ya es tuyo», le tranquilizó José, «pues, ¡el Señor acaba de dártelo!

8 Te digo: Sigue tal como eres. No obstante, en tu corazón humíllate únicamente ante Dios, el eterno Señor. Procura hacer el bien secretamente a quien puedas y estarás tan cerca de Dios como mis padres Abraham, Isaac y Jacob.

9 ¡Considera que en este Niño te visitó el Dios todopoderoso y que lo tuviste entre los brazos! ¿Qué más podrías desear? ¡Te digo que estás salvado de la muerte eterna y nunca sentirás la muerte!».

10 Ante estas palabras Cirenio dio un salto de alegría y exclamó: «¿Qué me dices?, ¿que no moriré?

11 Dime, ¿cómo será esto? ¡Porque hasta ahora nadie se salvó de la muerte! ¿Es posible que realmente pudiera ser admitido entre los dioses inmortales y continuar vivo como ahora soy y existo...?».

12 «Espera, noble amigo, ¡no me has comprendido!», le interrumpió José. «Pero voy a revelarte cómo se desarrollará tu fin terreno:

13 Si murieras sin esta Gracia, sería porque una enfermedad grave, dolores, preocupaciones y desesperación habrían matado tu espíritu y tu alma, junto con el cuerpo; y después de semejante muerte no te quedaría sino una conciencia vaga y penosa de tu existencia.

14 En este caso te parecerías a uno sobre el que se ha derrumbado su casa: Debajo de los escombros, enterrado vivo y sin poder salvarse, tiene que sentir el proceso de la muerte con amargura y desesperación...

15 Pero si mueres en Gracia de Dios sólo te será quitado el pesado cuerpo y te despertarás a una Vida eterna y perfecta en la que ya no preguntarás dónde ha quedado tu cuerpo terreno...

16 En cuanto el Señor de la Vida te llame, podrás tú mismo, en la medida de tu libertad espiritual, quitarte tu cuerpo de encima como un viejo vestido ya molesto».

17 Estas palabras surtieron un efecto tan grande en Cirenio que se postró ante el Niño y exclamó: «Oh, Señor de los Cielos, ¡concédeme esta Gracia!». Y el Niño le sonrió y le tendió la mano.

Capítulo 40

Gran estima de Cirenio por María.

Palabras de José acerca de la verdadera sabiduría

1 Luego Cirenio se levantó y se dirigió a María: «Oh tú, ¡la más dichosa de todas las mujeres y madres de la Tierra! ¡Qué sensación tiene que experimentar tu corazón al estar totalmente convencido de que llevas el cielo y la Tierra en los brazos!».

2 «¡Me estás preguntando algo que tu propio corazón ya ha respondido!», le contestó ella. «Andamos en la Tierra que Dios ha creado de su propia esencia y estamos continuamente pisando sus milagros con los pies;

3 y aun así hay millones y millones de hombres que prefieren doblar las rodillas ante las obras de sus propias manos en vez de hacerlo ante el eternamente vivo y verdadero Dios.

4 Si las grandes obras de Dios no son capaces de despertar a los hombres, ¿cómo podrá hacerlo un niño que todavía está en pañales?

5 Por eso pocos tendrán el don de reconocer al Señor en este Niño, a no ser que posean la misma buena voluntad que tú.

6 Ellos no necesitarán venir a mí para que les diga qué es lo que siento en mi corazón;

7 pues el Niño mismo se manifestará en sus corazones, los bendecirá y les hará sentir lo mismo que siente la madre que lo tiene en brazos.

8 Sí, soy feliz, sumamente feliz por llevar este Niño en mis brazos,

9 pero aún más felices serán aquellos que, en el futuro, lo lleven únicamente en el corazón.

10 Llévalo tú también grabado en él y experimentarás lo que mi marido, José, te ha prometido».

11 Al oír estas palabras Cirenio se admiró de la sabiduría de María y, dirigiéndose a José, exclamó:

12 «Hombre más feliz de toda la Tierra, ¿quién habría sospechado semejante sabiduría en tu mujer tan joven como es?

13 Si realmente existiera algo parecido a Minerva, ¡tendría que esconderse muy lejos ante esta madre tan encantadora!».

14 «Cada cual puede ser sabio a su manera, pero aun así consta que sin Dios no habría sabiduría en la Tierra.

15 De esta manera se explica también la sabiduría de mi mujer...

16 Si el Señor habló con los hombres incluso a través de la boca de animales, ¿cómo no iba a poderlo hacer a través de bocas humanas?

17 Pero dejemos eso ahora porque me parece que ya es hora para preparar el viaje de mañana».

18 «No te preocupes, pues ya hace rato que he tomado las disposiciones necesarias», le respondió Cirenio. «Mañana yo mismo te acompañaré hasta Zoán».

Capítulo 41

José predice la matanza de los inocentes. Ira de Cirenio contra Herodes.

El afortunado viaje a Egipto. Bendición de Cirenio y los barqueros como recompensa por el viaje

1 «Noble amigo, tienes las mejores intenciones», reconoció José, «pero te resultará imposible realizarlas.

2 Porque mira: esta noche te llegarán cartas de Herodes en las que te obligará a capturar en la franja costera mediterránea a todos los niños varones de dos años abajo, para que los mandes a Jerusalén donde en seguida los matará.

3 Tú, por supuesto, puedes oponerte a Herodes. Pero tu hermano Cornelio, por desgracia, tiene que poner políticamente a mal tiempo buena cara, para no exponerse a la picadura de la más venenosa de todas las serpientes.

4 Créeme, en este mismo momento cientos de madres lloran el cruel asesinato de sus hijos.

5 Y todo eso acontece a causa de este Niño del que los tres magos persas testimoniaron, en el sentido espiritual, que será el Rey de los judíos.

6 Pero Herodes cree que se trata de un rey mundano. Y como quiere asegurar su poderío sobre Judea en base a la línea de sucesión, ahora intenta matarle ineluctablemente; pues teme que un día pudiera quitarle su reinado. Herodes no puede pensar que este Niño sólo ha venido al mundo para salvar a la humanidad de la muerte eterna».

7 Al oír estas palabras, Cirenio se sobresaltó y, lleno de ira contra Herodes, exclamó:

8 «Hombre de Dios, ¡te digo que este monstruo no hará de mí un instrumento suyo! Hoy mismo partiré contigo en mi galera particular que dispone de treinta remos. En ella encontraréis un buen lecho.

9 Daré instrucciones a mis ayudantes más seguros, los que prestaron juramento en nombre de todos los dioses, sobre lo que deben hacer con todos los mensajeros que lleguen hasta aquí con mensajes de Herodes para mí.

10 Conforme a nuestras leyes secretas los mensajeros quedarán detenidos hasta que yo mismo vuelva.

11 Mis ayudantes les quitarán las cartas y tomarán medidas para que estas me sigan sin que los mensajeros se enteren; pues es preciso que sepa su contenido.

12 Si después llegara un segundo grupo de mensajeros, también para ellos habrá en la torre alojamiento suficiente hasta que yo vuelva.

13 Ahora avisa a tu familia para que se prepare porque en seguida embarcaremos».

14 José estuvo de acuerdo y al cabo de una hora estaban todos bien acomodados en la galera, incluso los animales de carga. Soplaba un viento del norte que les favorecía.

15 El viaje duró siete días y toda la tripulación afirmaba que nunca habían atravesado estas aguas sin el menor contratiempo como ahora.

16 Dijeron que era sorprendente porque -según su credo- en aquella temporada Neptuno solía comportarse muy caprichosamente dentro de su elemento, porque ordenaba sus creaciones en el fondo del mar y celebraba consejos con su servidumbre.

17 «Oíd, hay dos clases de ignorancia: una es libre, la otra impuesta», fue la reacción de Cirenio;

18 «si vuestra ignorancia fuera la libre, entonces aún habría remedio. Pero la vuestra es impuesta y sancionada... ¡De modo que para vosotros no hay remedio!

19 Seguid pues con vuestra creencia de que Neptuno ha perdido su tridente y que por eso no se atreve a castigar nuestra imprudencia con su mano escamosa».

20 José cambió de tema: «¿Supongo que es costumbre dar a la tripulación una recompensa? Dímelo y haré lo que se debe según la costumbre; tampoco quiero que después nos critiquen».

21 «No te preocupes; están a mi servicio y reciben un sueldo».

22 «Eso se supone. No obstante, son humanos como nosotros y como tales debiéramos tratarles.

23 Si su ignorancia es impuesta, ¡que consagren su piel a los que les mandan, pero mi dádiva liberará su espíritu!

24 Por eso diles que se acerquen para que los bendiga y para que sus corazones sean conscientes de que también para ellos ha surgido el Sol de la Gracia y de la salvación».

25 En seguida Cirenio llamó a la tripulación y José tomó la palabra:

26 «Siervos fieles de Roma y de este vuestro señor; manejasteis esta galera con diligencia y lealtad. Como habéis hecho este viaje sobre todo por mi causa merecéis una recompensa por mi parte.

27 Soy pobre y no tengo oro ni plata, pero poseo en abundancia la Gracia de Dios al que vosotros llamáis “el Dios desconocido”.

28 ¡Quiera el gran Dios derramar esta Gracia en vuestros corazones para que vivifique vuestro espíritu!».

29 Nada más pronunciar estas palabras, todos los tripulantes entraron en un estado de delicias y empezaron a alabar al Dios «desconocido».

30 Cirenio se admiró del efecto de la bendición y se dejó también bendecir.

Capítulo 42

Llegada a Zoán (Egipto)

1 «Ahora experimento la misma sensación deliciosa que cuando tenía el Niño en los brazos», dijo Cirenio;

2 «¿acaso tú y el Niño sois de una sola naturaleza? ¿O cómo se explica que ahora experimenta la misma dicha?».

3 José lo negó terminantemente: «¡Este poder no viene de mí sino que únicamente puede emanar del Señor del Cielo y de la Tierra!

4 En ocasiones como esta, tal fuerza apenas me traspasa para luego fluir en ti, bendiciéndote. Yo, personalmente, ni pensar en que pudiera tener una fuerza semejante, ¡nunca! ¡Únicamente Dios está en todo sobre todo!

5 Honra siempre a este único y verdadero Dios, hónrale en tu corazón y la plenitud de su bendición nunca te abandonará».

6 Y luego continuó: «En fin, con la ayuda del Señor hemos llegado a la costa; pero me parece que todavía nos falta mucho para Zoán.

7 ¿Por dónde habrá que ir para poder dirigirnos directamente allí? ¿Qué vamos a hacer, pues el día ya está declinando? ¿Qué será mejor, continuar o pasar la noche aquí en el barco?».

8 «Estamos a la entrada de la gran bahía a la derecha de cuyo confín se encuentra Zoán, un puerto mercantil muy rico.

9 En menos de tres horas podremos estar allí; pero como llega la noche tendremos dificultades para encontrar posada. Por eso soy de la opinión que vale más pasarla en el barco y continuar mañana».

10 «Bueno, ¡si no nos faltan más que tres horas entonces seguiremos adelante! Tu barco puede quedarse aquí para que no llames la atención en Zoán, pues me interesa llegar desapercibido al lugar de mi destino.

11 Porque si la guarnición romana se enterara de la llegada del barco de un gobernador romano, tendrían que recibirte con grandes honores. Y yo, nolens volens3, tendría que participar en los homenajes, lo que me resultaría fatal.

12 Por eso me interesa continuar ahora mismo a pie.

13 Durante este viaje mis animales de carga han descansado mucho y pueden llevarnos fácilmente en poco tiempo hasta Zoán; mis hijos son fuertes y pueden muy bien andar a pie.

14 Tú y algunos siervos tuyos podéis serviros de estos cinco animales».

15 Cirenio estuvo de acuerdo, entregó el barco a la tripulación, y él y cuatro de sus siervos montaron los animales de carga de José.

16 En dos horas llegaron a Zoán donde, al entrar, la guardia les exigió que presentaran los salvoconductos. Cuando Cirenio se identificó ante el comandante de la guardia, este ordenó que sus soldados le hiciesen el saludo militar y que preparasen un alojamiento. De esta manera el grupo de viajeros llegó sin contratiempos y aun encontró un sitio bastante confortable para pasar la noche.

Capítulo 43

Cirenio compra una casa para la sagrada familia

1 A la mañana siguiente Cirenio mandó un mensajero al jefe de la guarnición para que viniera a verle, pero eso sin llamar la atención.

2 Este vino sin demora y le saludó con las siguientes palabras: «Ilustre representante del emperador en Celesiria y comandante mayor de Tiro y Sidón, ¡hazme saber tu voluntad!».

3 «Apreciado coronel», le explicó Cirenio, «sobre todo evitad toda clase de homenaje porque esta vez he venido de incógnito.

4 Luego me gustaría saber si aquí en la misma ciudad o en sus cercanías hay una modesta casa en venta o por lo menos en alquiler.

5 Pues, la querría adquirir para una familia judía que tengo en mucho aprecio.

6 Resulta que esta familia tuvo que huir de Palestina, pues el sucio Herodes la persigue por motivos que nos son bien conocidos, y ahora busca protección, y justicia constante y estricta acogiéndose a la lealtad romana.

7 Yo mismo examiné todos los pormenores relacionados con ella y aprobé su gran pureza y rectitud. Se comprende que con dichos criterios nadie puede mantenerse ante Herodes; de modo que el monstruoso tetrarca de Palestina y una parte de Judea son los peores enemigos de Roma.

8 Supongo que me habrás comprendido muy bien... Es por ello por lo que busco algo para esta familia, algo que sea sencillo y cómodo.

9 De modo que si sabes de algo, haz el favor de indicármelo. Pues, esta vez no puedo entretenerme aquí porque en Tiro me están esperando asuntos muy importantes. Por eso la tengo que arreglarlo todo hoy mismo».

10 «Excelencia, este asunto tiene fácil solución: Apenas a media milla de la ciudad hice construir una casa de campo bastante confortable que tiene huertas y tres trigales preciosos.

11 Pero resulta que no tengo bastante tiempo para cuidarla convenientemente. Es propiedad legítima mía y está libre de impuestos. Si quieres comprarla, te la vendo por cien libras».

12 Sin rodeos Cirenio le estrechó la mano en señal de conformidad, ordenó a uno de sus siervos que le trajera su bolsa y pagó la casa sin haberla visto; y sin que José se enterase, dejó que el coronel le llevara a inspeccionar su compra.

13 Al verla, Cirenio quedó muy complacido y les dijo a sus siervos que le esperaran allí hasta que volviera con la familia.

14 Luego se fue con el coronel a la ciudad donde este le expidió un salvoconducto para la familia. Se despidió de él y, lleno de alegría, volvió a encontrarse con José.

15 Este, todavía muy preocupado, en seguida le abrió su corazón: «Amigo mío, tengo que dar gracias a Dios por haberte bendecido tanto, pues continuamente me has demostrado tu amistad.

16 Ahora estoy a salvo y esta noche incluso he tenido un recibimiento formidable. Pero en adelante, ¿dónde me alojaré? ¿Y cómo aseguraré mi sustento? Es preciso que empiece ahora mismo a ocuparme de ello».

17 «Por supuesto», le respondió Cirenio, «por eso di a tus hijos que recojan vuestro equipaje; voy a mostrarte un hogar en las inmediaciones de la ciudad porque, según tengo entendido, más céntrico no hay nada de momento».

18 José quedó muy contento e hizo lo que Cirenio le había indicado.

Capítulo 44

José y la sagrada familia en el nuevo hogar. Cirenio, invitado

1 Llegados allí, todos estuvieron encantados. «Noble amigo, una casa como ésta ya me gustaría», reconoció José, «pues no hay lujo de ninguna clase.

2 Hay un jardín lleno de árboles frutales: Hay dátiles, higos, granadas, naranjas, manzanas, peras y cerezas.

3 Hay uvas, almendras, melones y una gran variedad de verduras. Luego hay pasto y tres trigales que se supone que forman parte de la finca.

4 Te confieso que no quiero ningún lujo vano. Pero me gustaría alquilar o comprar algo como esta casa de campo, tan práctica y con todo organizado. Además tiene mucho en común con la nuestra, la que alquilé en Nazaret de Judea».

5 En este momento Cirenio sacó el contrato de compraventa y el salvoconducto.

6 «El Señor, tu Dios, que ahora también es el mío, bendiga esta casa», le dijo, entregándole los documentos. «A partir de ahora eres el legítimo propietario de esta finca que está libre de toda clase de impuestos.

7 Todo lo que ves cercado con arbustos o vallado forma parte de ella. Y detrás hay un corral espacioso para burros y vacas. Encontrarás también dos vacas, pues animales da carga ya tienes suficientes.

8 Si un día vuelves a tu patria, puedes venderlo todo y con el producto te compras después lo que te parezca conveniente.

9 En suma, amigo mío, esta finca es tuya y puedes hacer con ella lo que quieras.

10 En cuanto a mí, aún me quedaré aquí contigo, para que los malvados mensajeros de Herodes tengan que esperarme todavía más.

11 Sólo por mi gran afecto hacia ti disfrutaré esta casa tuya durante unos cuantos días.

12 Pese a que sólo tendría que decirlo para que me prepararan el palacio imperial, en primer lugar porque represento al emperador,

13 y en segundo porque soy pariente próximo suyo.

14 Pero todo lo rechazo por mi gran afecto hacia ti y en particular al Niño al que indiscutiblemente considero hijo de Dios supremo».

15 José quedó tan emocionado ante esta noble y maravillosa sorpresa que no pudo hacer nada sino llorar de gratitud y alegría.

16 A María le pasó lo mismo, sólo que se sosegó antes. Para demostrar su gratitud se dirigió a Cirenio y le puso el Niño en los brazos.

17 «¡Oh, Dios mío! ¿Es posible que también un pecador pueda ser digno de tenerte en sus brazos? Entonces, Señor, ¡ten piedad de mí!», exclamó este, todo conmovido.

Capítulo 45

Visita al nuevo hogar. Cirenio se interesa por la historia de Israel

1 Después de haber recobrado su serenidad, José, acompañado por Cirenio, dio una vuelta por el nuevo hogar para inspeccionarlo.

2 María, tras recoger el Niño de los brazos de Cirenio, les siguió. Estaba llena de gratitud ante la gran bondad del Señor que cuidaba tan bien de ellos también en los asuntos terrenales.

3 Después de haberlo visto todo, María comentó sumamente impresionada:

4 «Sabes, José, que soy muy feliz porque el Señor cuida tan maravillosamente de nosotros.

5 Me parece como si el Señor hubiera invertido todo el antiguo Orden.

6 En otro tiempo el Señor guió a los hijos de Israel desde Egipto hacia la Tierra Prometida, Palestina, que entonces se llamaba Canaán;

7 mientras que ahora convirtió de nuevo a Egipto en Tierra Prometida, al huir con nosotros o más bien guiándonos personalmente hasta aquí».

8 «En cierto sentido no estás equivocada», le confirmó José.

9 «Sin embargo, me parece tu observación sólo podemos aplicarla a nuestra situación actual de aquí...

10 Por lo demás tengo la impresión de que el Señor ha hecho ahora con nosotros lo mismo que en su tiempo con los hijos de Jacob cuando, precisamente en Canaán, se produjo el hambre.

11 Desde entonces hasta la era de Moisés el pueblo israelita se quedó en Egipto; pero después lo devolvió de nuevo a su patria a través del desierto.

12 Y a mí me parece que a nosotros nos cabrá la misma suerte: tampoco nos enterrarán aquí; en cuanto llegue el momento, también tendremos que volver a Canaán...

13 Para la vuelta de nuestros antepasados hizo falta inspirar a un hombre como Moisés, pero nosotros ya tenemos con nosotros el Moisés de todos los Moisés.

14 Por lo tanto, pienso que pasará lo que acabo de decir».

15 María guardó estas palabras en su corazón, pues sabía que José tenía toda la razón.

16 Cirenio, que fue testigo de esta conversación, dijo a José que le gustaría que le enseñara algo sobre la historia antigua de los judíos.

Capítulo 46

Relato de José sobre la creación de la humanidad y del pueblo judío

1 José dijo a sus hijos que atendieran a los animales y comprobasen la situación de los alimentos.

2 Acto seguido ellos abastecieron los animales y ordeñaron las vacas.

3 Luego fueron a la despensa donde encontraron una gran cantidad de harina, pan y fruta, y también unos cuantos tarros de miel.

4 Pues el jefe de la guardia era un gran apicultor al estilo de los romanos que tenía gran fama por su buena miel y por ello había sido ensalzado hasta en los versos de un poeta contemporáneo de Roma.

5 De modo que trajeron pan, mantequilla, miel y leche, y los pusieron en la mesa en el comedor, delante de José.

6 Este dio las gracias a Dios, bendijo los alimentos e invitó a Cirenio a participar en la comida.

7 Este aceptó con mucho gusto porque también era un gran entusiasta de la leche y del pan con miel.

8 Durante la comida José le contó brevemente la historia del pueblo judío y la de la creación de la humanidad;

9 lo que expuso de una manera tan concisa y lógica que Cirenio quedó plenamente convencido de la veracidad del relato.

10 Estaba muy contento por lo que acababa de aprender. Sin embargo, al mismo tiempo estaba muy preocupado por los suyos de Roma; pues sabía muy bien en que tinieblas andaban, y eso le entristecía.

11 «Mira, José, te considero ahora como el mejor amigo de mi vida.

12 He trazado un plan: Todo lo que acabas de revelarme voy a comunicárselo al emperador Augusto que es casi un hermano mío. Pero se lo presentaré de tal manera que piense que todo lo he oído de la boca de un judío desconocido pero digno de toda confianza.

13 Tu nombre y paradero no serán mencionados. Mi intención es evitar que mi hermano, el emperador Augusto, muera un día sin conocimientos espirituales».

14 Esta vez José estuvo de acuerdo y Cirenio se quedó todavía tres días en Zoán, escribiendo todo el tiempo. El manuscrito le llegó al emperador por medio de un navío especial.

15 La lectura del relato abrió los ojos al emperador y empezó a respetar a los judíos, dándoles incluso la oportunidad de hacerse ciudadanos romanos pagando una tasa razonable.

16 Al mismo tiempo los astutos sacerdotes predicadores del paganismo fueron desterrados de Roma con uno u otro pretexto.

17 Al poeta Olvidio, tan popular en aquella ciudad, le tocó la misma suerte y el motivo de su destierro nunca se hizo público. A partir de entonces el clero pagano tuvo la vida bastante difícil bajo el dominio de Augusto.

Capítulo 47

Vuelta de Cirenio y previsiones suyas para la seguridad de la sagrada familia. Noticias del infanticidio

1 Al cuarto día Cirenio se despidió, después de haber recomendado al comandante de la ciudad que protegiera a aquella familia en las ocasiones que fueran necesarias.

2 Al marcharse, toda la familia quiso acompañarle hasta la mar donde su navío estaba anclado.

3 Pero Cirenio se negó agradecido y dijo: «Vale más que os quedéis en paz aquí;

4 pues nunca se puede saber qué especie de mensajeros habrán llegado ya a mi barco y qué noticias traerán.

5 Aunque ahora estés absolutamente seguro aquí, también es necesario que tenga una cierta prudencia. Pues ninguno de los mensajeros que vengan debe enterarse en manera alguna por qué he visitado Egipto en el mes de enero».

6 José comprendió perfectamente y, bendiciéndole en el pasillo de su casa, se despidió de su bienhechor.

7 Cirenio prometió a José que volvería pronto y, junto con cuatro siervos, se puso en camino a pie.

8 Llegado al navío, fue aclamado con gran júbilo. Pero había algunos mensajeros recién llegados que le recibieron con grandes lamentos.

9 Se trataba de algunos padres que desde las costas de Palestina habían huido de la persecución de Herodes, el infanticida, y que relataron las atrocidades cometidas por el tetrarca en los alrededores de Belén y en todo el sur de Palestina con la ayuda de los soldados romanos.

10 Inmediatamente Cirenio se puso a escribir una carta al prefecto de Jerusalén y otra, en el mismo sentido, a Herodes.

11 Escribió en los siguientes términos: «Yo, Cirenio, hermano del emperador, y gobernador de Asia y Egipto, en nombre del emperador os ordeno que ceséis inmediatamente vuestras crueldades.

12 De lo contrario, consideraré a Herodes como auténtico rebelde y lo castigaré de acuerdo con la ley, la justicia y mi justa ira.

13 El prefecto de Jerusalén tiene que investigar minuciosamente las crueldades de Herodes e informarme inmediatamente para que esa fiera no escape a su justo castigo.

14 Escrito a bordo de mi navío “Augusto” en la costa de Zoán, en nombre del emperador. Cirenio, en representación de Augusto, supremo representante suyo en Asia y Egipto y, por decreto especial, gobernador de Celesiria, Tiro y Sidón».

Capítulo 48

Efectos de la carta. El ardid de Herodes. Segunda carta de Cirenio a Herodes

1 El prefecto de Jerusalén y Herodes se asustaron profundamente con la carta de Cirenio, pararon sus atrocidades y mandaron mensajeros a Tiro y Sidón para informar a Cirenio sobre los importantes motivos que les habían obligado a actuar de esa manera.

2 Con colores muy vivos describieron la expedición persa incomprensible y pretendieron haber descubierto intrigas secretas en las que el mismo hermano de Cirenio, Cornelio, estaba comprometido como cabecilla.

3 Pues, se habían enterado de que Cornelio había puesto a ese nuevo rey de los judíos bajo su protección,

4 por cuya causa Herodes ahora estaba dispuesto a mandar mensajeros a Roma, a no ser que Cirenio le diera garantías.

5 De modo que Cirenio debía someter a Cornelio a un interrogatorio severo; de lo contrario el informe al emperador tendría que salir inmediatamente.

6 Cirenio recibió esta carta cuando estaba en Tiro. Y de momento le dejó perplejo, aunque en seguida se calmó.

7 Inspirado por el Espíritu divino, escribió las siguientes líneas a Herodes:

8 «¿Cuál es el texto de la ley secreta de Augusto sobre casos de conspiraciones descubiertas?: Si alguien descubre una, debe mantenerse sereno e informar inmediatamente a la suprema autoridad del país.

9 De ninguna manera un prefecto, y menos todavía un jefe local, tienen derecho a usar las armas sin autorización previa de la suprema autoridad.

10 Muy fácilmente una acción precipitada puede perjudicar al estado porque los conspiradores se retiran

11 para volver a atacar en condiciones más favorables para ellos. Luego, sirviéndose de artimañas aún más eficaces, podrán fácilmente tener más éxito que la primera vez.

12 He aquí la ley que el sabio emperador promulgó al respecto.

13 ¿Acaso actuasteis de acuerdo con este decreto? Mi hermano Cornelio sí lo hizo. Él inmediatamente detuvo al pretendido nuevo rey de los judíos y me lo entregó a mí.

14 Y yo ya he tomado sobre dicho rey de los judíos las medidas justas que me correspondían.

15 Mi hermano os lo explicó todo al respecto, sin embargo habló a oídos sordos.

16 Como auténticos rebeldes y en contra de todas las disposiciones de mi hermano cometisteis un infanticidio. ¡Y encima de todo aún queréis obligarme con increíble descaro a que os preste mi apoyo! ¿Y a eso lo llamáis cumplir con las leyes del emperador?

17 Escuchadme: ¡El emperador ya está al corriente y me autorizó a destituir al prefecto de Jerusalén, pese a que es pariente mío. Y referente a Herodes, me autorizó a imponerle una multa de diez mil libras de oro.

18 El prefecto destituido tiene que presentarse ante mí en cinco días y Herodes tiene que pagar la multa entera en treinta días, de lo contrario perderá sus derechos. Así sea. Cirenio, representante de Augusto».

Capítulo 49

Efectos de la segunda carta. Llegada a Tiro de Herodes y del prefecto

de Jerusalén. Maronio Pila ante Cirenio

1 Esta carta llenó de angustia al prefecto y a Herodes.

2 Por eso Herodes y el prefecto que se llamaba Maronio Pila se apresuraron a aparecer ante Cirenio;

3 Herodes para regatear su multa, y el prefecto para conseguir que le devolvieran el cargo.

4 Cuando llegaron a Tiro con su gran séquito, el pueblo se espantó: pues todos pensaron que Herodes también iba a realizar allí sus atrocidades, esta vez con el consentimiento de Cirenio.

5 Al principio, como ignoraba el motivo de las manifestaciones del pueblo, Cirenio se asustó.

6 Pero en seguida preguntó al pueblo por el motivo de su alteración y por qué gritaban tanto.

7 «¡Él ha llegado!», oyó gritar, «¡ha llegado el más cruel de los crueles que en Palestina mandó matar a muchos miles de niños inocentes!».

8 Al escuchar los gritos comprendió por qué el pueblo estaba tan asustado. Pero lo supo calmar y se preparó para recibir a los dos personajes.

9 Nada más marcharse el pueblo, aparecieron ambos y pidieron audiencia.

10 Herodes fue el primero en presentarse ante Cirenio, hizo una gran reverencia ante su alteza imperial y pidió permiso para hablar.

11 «¡Habla, tú, para quien el calificativo de infernal es demasiado bueno para que te dé un nombre!», exclamó Cirenio, profundamente alterado. «¡Escoria del más bajo infierno!, ¿qué quieres de mí?».

12 Estas palabras atronadoras le hicieron a Herodes perder el color y con voz temblorosa se atrevió decir: «Señor de la magnificencia de Roma, la multa que dictaste es exorbitante, ¡perdóname la mitad!

13 Porque Júpiter es testigo de que todo lo que hice, lo hice por celo en favor de Roma.

14 No hay duda de que mi acción resultó cruel, ¡pero no había otro remedio! Fue la actitud de la expedición persa la que me obligó a actuar de esta manera porque me engañaron faltando a su palabra».

15 «¡Lárgate de aquí, perverso mentiroso que piensas únicamente en tu propio beneficio!», fue la reacción de Cirenio, «¡firma inmediatamente tu acuerdo con la multa impuesta o ahora mismo haré que te corten la cabeza!».

16 Ante estas perspectivas Herodes aceptó la multa. Aún tuvo que entregar como prenda el certificado de su poder que le fue devuelto el día que la pagó.

17 Cirenio lo despachó e hizo llamar a Maronio Pila.

18 Este, como en la antesala había oído la voz atronadora de Cirenio, parecía más un cadáver que una persona viva.

19 Por eso se sorprendió no poco cuando Cirenio lo recibió con las siguientes palabras: «Pila, ¡recobra el valor! Pues sé que te obligaron. He hecho que te llamen para que me des importantes informaciones. A ti no te espera pena alguna a no ser la penitencia ante Dios».

Capítulo 50

Cirenio interroga al prefecto. Intentos del prefecto de embellecer las cosas. Confesión y castigo de Maronio Pila

1 Estas palabras de Cirenio hicieron que a Maronio Pila se le quitara un gran peso de encima. Su pulso empezó a volverse normal y pronto estuvo en condiciones de dar explicaciones.

2 Cuando Cirenio se dio cuenta que el prefecto se había repuesto, empezó la investigación:

3 «Te advierto que debes contestarme en conciencia a cada una de mis preguntas, ¡cualquier subterfugio provocará mi cólera!

4 Dime, ¿conoces a la familia cuyo primogénito dicen que va a ser el nuevo rey de los judíos?».

5 «Sí, la conozco personalmente y también por las informaciones que me han dado los sacerdotes de los judíos. El padre se llama José, es carpintero y tiene buena fama en toda Judea y también en parte de Palestina. Vive cerca de Nazaret.

6 Su lealtad es conocida en todo el país, como también en toda Jerusalén. Hace unos once meses el Templo de los judíos, mediante una especie de sorteo, le dio en custodia una joven mujer ya madura.

7 Esta joven, tal vez durante la ausencia del respetable carpintero, debió rendir demasiado pronto homenaje a Venus, la diosa del amor, y quedó encinta. Tengo entendido que eso le ocasionó grandes dificultades ante el sacerdocio.

8 Hasta este punto estoy perfectamente al corriente. En cuanto al parto de esa joven corrieron leyendas sumamente misteriosas entre la gente del pueblo; es difícil hacerse una idea clara de todo ello. Dicen que el carpintero se había casado con la joven antes de que ella diera a luz para evitar la difamación por parte de sus correligionarios.

9 Ella dio a luz en un establo mientras estaban en camino a Belén, con motivo del censo.

10 Todo lo demás me es totalmente desconocido.

11 Según me dijo Herodes esa familia le había resultado sospechosa debido al comportamiento de los persas. Puesto que es bien consciente que tu hermano Cornelio no es precisamente su amigo, está convencido de que habrá intentado ocultársela para disputarle el trono.

12 Esta es la razón por la que Herodes se decidió a cometer tamaña crueldad: más bien para hacer fracasar el plan de Cornelio que para apoderarse de ese nuevo rey.

13 Ante todo Herodes quería vengarse de tu hermano; de modo que no cometió el infanticidio únicamente por miedo al nuevo rey. Eso es todo lo que te puedo decir acerca de esa familia tan particular».

14 «Tus palabras me confirman que has dicho la verdad», le respondió Cirenio. «No obstante, tampoco se me escapa que procuras justificar el procedimiento de Herodes...

15 Pero te digo: ¡El crimen de Herodes no tiene perdón!

16 Déjame que te explique yo ahora por qué Herodes cometió tan inhumana crueldad:

17 Sabemos que es el individuo más despótico que jamás pisó la tierra.

18 Si tuviera el poder necesario, hoy mismo acabaría con los romanos, incluido Augusto, de la misma manera que lo hizo con los niños inocentes. ¿Me comprendes?

19 ¡Cometió el infanticidio únicamente para demostrar a los romanos su sumisión y con qué resolución defiende nuestros intereses! Quería mostrarse así como auténtico patriota romano para que el emperador le otorgue también mi cargo.

20 Con lo que tendría en sus manos, como yo ahora, un tercio de todo el poder romano, resultándole fácil separarse de Roma y reinar como soberano de Asia y Egipto.

21 ¿Me sigues? Tales son los proyectos de semejante monstruo, ahora ya conocidos por Augusto.

22 Dime si sabías algo referente a estos planes de Herodes cuando te convirtió en su instrumento macabro.

23 ¡Habla!, ¡pero ten en cuenta que cualquier mentira o pretexto te costará la vida! Estoy al tanto de todos los pormenores».

24 De nuevo Maronio Pila le cambió el aspecto: parecía más bien un cadáver que de una persona viva. Balbuciendo respondió: «Sí, tienes razón: sabía lo que Herodes estaba tramando.

25 Te confieso que temía su gran facultad de tramar perversas intrigas. Por eso, y con el fin de evitar mayores maquinaciones, tuve que actuar como quiso.

26 Pero no lo conocía tan a fondo como ahora le conozco ahora por lo que me has dicho, de lo contrario Herodes ya no viviría».

27 «Bien, en nombre del emperador te perdono la vida. Pero tu cargo no te será devuelto hasta que tu alma no se restablezca de esta grave enfermedad. Aquí, conmigo, estarás bien cuidado. Tu cargo, de momento, será entregado a mi hermano Cornelio, pues de ti ya no me fío. De modo que te quedarás aquí hasta que estés curado del todo».

Capítulo 51

Confesión completa de Maronio Pila. Cirenio, sabio juez

1 Al oír esta sentencia, Maronio Pila dijo con voz trémula:

2 «¡Ay de mí!, ¡todo se ha descubierto! ¡Soy republicano y el emperador ya está al tanto! ¡Estoy perdido!».

3 Cirenio le dijo: «Sé muy bien qué clase de espíritu os animaba y cuál era el motivo que hizo que te unieras a Herodes para el infanticidio.

4 Por eso que hice lo que hice.

5 Te digo que si no fueras patricio romano como yo, ya habría ordenado de que te corten la cabeza, ¡y eso sin perdón!

6 La única alternativa habría sido clavarte en una cruz... Pero te perdono la vida porque, primero, sé que Herodes te sedujo y, segundo, porque eres uno de los primeros patricios de Roma, como Cesar Augusto y como yo.

7 Pero mientras Herodes siga vivo y tú aún no te hayas curado del todo, no ocuparás tu puesto.

8 Cumplirás estas condiciones sin la menor réplica ejecutando todos los trabajos que te encargue durante tu estancia aquí. Además, te vigilaré rigurosamente.

9 En primavera tendré que hacer un viaje oficial a Egipto a donde me acompañarás.

10 Allí, cerca de Zoán, vive un sabio anciano. Te examinará y descubrirá todos tus males.

11 Y entonces sabremos hasta qué punto puede uno confiar en tus palabras.

12 Prepárate, porque allí encontrarás algo más que el oráculo de Delfos.

13 Allí tendrás que presentarte ante un juez cuya mirada hace que los metales se derritan como la cera. ¡Prepárate pues!».

Capítulo 52

Viaje de Cirenio a Egipto. Las primeras palabras del Niño

1 La primavera no se hizo esperar, pues en aquella región empieza ya a mediados de febrero.

2 Pero Cirenio preparó su viaje para mediados de marzo porque era costumbre romana usar dicho mes para asuntos militares.

3 De modo que dio orden de que preparasen su barco para el día quince de marzo.

4 Esta vez le costó cinco días hasta llegar a Zoán.

5 Como su visita era oficial, fue recibido con todos los honores militares,

6 de modo que tuvo que pasar muchas revistas a las tropas romanas.

7 Por eso la visita de Cirenio causó una gran sensación cuyo eco llegó hasta donde vivía José con su familia.

8 Este mandó a sus dos hijos mayores a la ciudad para que averiguasen la causa del alboroto.

9 Los dos hijos no tardaron mucho en regresar con la buena nueva de que Cirenio había vuelto; también se habían enterado dónde vivía.

10 «Con enorme gratitud visitaremos a este noble bienhechor nuestro», dijo José a María, «y el Niño nos acompañará».

11 «¡Por supuesto!», dijo María, llena de alegría por la buena nueva, «porque precisamente el Niño es el gran favorito de Cirenio!».

12 En seguida le puso ropa nueva que ella misma había confeccionado, y en su amor maternal le dijo:

13 «¿No es así, hijito mío, que Tú también vendrás con nosotros para visitar a nuestro querido Cirenio?».

14 Sonriendo a María, el Niño le respondió, pronunciando sus primeras palabras:

15 «María, te sigo a ti hasta el día en que tú me sigas a mí».

16 Estas palabras causaron una gran alegría en la casa de José, con lo que casi olvidaron que querían ir a visitar a Cirenio.

17 Pero el mismo Niño les recordó que no tardaran porque, esta vez, el gobernador tenía que hacer mucho para bien de los hombres.

Capítulo 53

José y María quieren huir del lugar del desfile.

Encuentro con Cirenio y Maronio Pila

1 En seguida José y María se pusieron en camino. El hijo mayor de José los llevó por el camino más directo hacia la fortaleza donde Cirenio residía.

2 Pero cuando llegaron a la plaza mayor, la encontraron tan llena de soldados que parecía imposible seguir adelante hacia la entrada de la fortaleza.

3 José estaba preocupado. «Lo que para los mortales es imposible, siempre nos será imposible», dijo a María. «Es evidente que no hay forma de abrirnos paso a través de todas estas filas de soldados.

4 Por eso será mejor dar la vuelta y esperar un momento más oportuno.

5 También el Niño mira las filas de tantos rudos guerreros con algo de angustia. Fácilmente podría asustarse y luego caer enfermo y nosotros tendríamos la culpa. Por eso vale más que demos la vuelta».

6 «Espera, José, si mi vista no me engaña, aquel hombre que en este momento está pasando ante la última fila y que lleva un casco brillante, debe ser el mismo Cirenio.

7 Esperemos todavía un poco hasta que se acerque. Tal vez nos verá y nos hará una señal para indicarnos lo que debemos hacer».

8 «Pues sí, tienes razón; también a mí me parece que debe ser Cirenio.

9 Pero fíjate en el otro hombre que le acompaña. ¡Si no es el prefecto tan cruel de Jerusalén, entonces no me llamo José!

10 ¿Qué hará éste aquí? ¿Y si ha venido por nosotros? ¡No puedo imaginarme que Cirenio nos haya engañado de esta manera!

11 Menos mal que el prefecto no nos conoce personalmente; eso nos permitirá poder aún huir al interior de Egipto.

12 Con que nos conozca sólo a uno de los dos, ya estaríamos perdidos; pues está ya tan cerca que fácilmente podría detenernos.

13 ¡Vámonos, rápido, antes de que Cirenio nos vea, porque él ciertamente nos reconocería en seguida!».

14 También María estaba profundamente asustada y quería dar la vuelta para huir, pero la densidad de la muchedumbre había aumentado de tal manera que ya no pudieron dar ni un solo paso atrás.

15 José dijo: «Me parece que tenemos que entregarnos a la Voluntad de Dios. ¡Él no nos abandonará!

16 ¡Tal vez vale más que bajemos la cabeza para que Cirenio no nos vea de frente!».

17 En este momento Cirenio estaba tan cerca de José que tuvo que empujarle un poco para poder pasar. Pero como José no podía retroceder ni un palmo, Cirenio se volvió hacia el hombre que no se apartaba y, desde luego, lo reconoció inmediatamente.

18 Al ver a toda la familia, incluso al Niño que le estaba sonriendo, sus ojos se le llenaron de lágrimas de alegría. Estaba tan feliz que por un momento no pudo ni hablar.

19 Pero en seguida se repuso, apretó la mano de José contra su pecho y le dijo:

20 «Apreciado amigo, perdóname que aún no haya podido visitarte, pero ya ves como mis obligaciones me tienen ocupado.

21 Pero la revista de las tropas ha terminado ahora mismo, de modo que voy a mandarlas a sus cuarteles.

22 Todavía tengo que dar una orden al comandante para mañana, y en seguida volveré cambiado para acompañarte a casa».

23 E inclinándose hacia María y el Niño, lo acarició y le dijo:

24 «Mi vida, mi amor, ¿me conoces todavía? ¿Me quieres, mi pequeño adorable?».

25 Y el Niño tendió los brazos abiertos hacia Cirenio, le sonrió cariñosamente y dijo con voz muy clara:

26 «Por supuesto, Cirenio, te conozco muy bien y te amo porque tú me amas mucho. Ven, acércate, ¡quiero bendecirte!».

27 Fue demasiado para el corazón de Cirenio... Impulsivamente tomó al Niño en los brazos y lo apretó contra su pecho.

28 «Sí, vida mía, ¡contigo en mis brazos voy a conseguir que haya paz entre los pueblos!».

29 Luego Cirenio llamó al comandante. Le expresó su entera aprobación y le dijo que las tropas comieran a cuenta suya4 durante tres días y que ya podía retirarlas. A continuación invitó a algunos oficiales a una buena comida en casa de José.

30 Cirenio, con el Niño en brazos y acompañado por Maronio Pila, José y María, se pusieron en camino hacia la casa de campo.

31 Viendo que el gobernador era tan amigo de los niños, toda la población se entusiasmó con él.

Capítulo 54

José intranquilo por la presencia de Maronio Pila

1 Ante el giro favorable de la situación José estuvo de acuerdo con todo y alabó a Dios de todo corazón.

2 No obstante, todavía le incomodaba la presencia de Maronio Pila, porque aún no sabía qué era, en realidad, lo que ese amigo de Herodes podía buscar allí.

3 Por eso se dirigió discretamente a Cirenio y le preguntó en voz baja:

4 «Amigo mío, este hombre que va delante de nosotros, ¿no es el Maronio de Jerusalén?

5 Si es él, ¿qué puede haberle traído?

6 ¿Acaso se ha enterado que estoy aquí y quiere hacerme preso?

7 Por favor, ¡no me dejes en esta incertidumbre tan horrible!».

8 Cirenio tomó la mano de José y le respondió también en voz baja:

9 «Sí, se trata del prefecto de Jerusalén, pero no le tengas miedo; está destituido de su cargo.

10 Hoy mismo entenderás que tiene mucho más motivos para temerte a ti que tú a él.

11 Ahora es más bien mi prisionero y no volverá a su antiguo puesto antes de que esté curado del todo.

12 Precisamente por tu causa lo traje aquí, porque cuando le interrogué por el infanticidio pretendió conocerte a ti y a María personalmente.

13 Pero ahora es evidente que no os conoce.

14 De modo que ignora que estáis aquí, y por eso tienes que guardar el incógnito.

16 Espera encontrar a un hombre muy sabio que le descubrirá hasta sus propias entrañas.

17 Ya entiendes que se trata de ti. Le he explicado que este encuentro, a fin de cuentas, sería para su propio bien.

18 Ya se está consumiendo de miedo, pues por su palidez debe sospechar que tú eres el hombre elegido por mí.

19 Te digo estas pocas palabras sólo para que puedas tranquilizarte; más tarde te lo explicaré todo detalladamente».

20 José se quedó más aliviado y, muy discretamente, informó también a María y al hijo mayor, para que supieran a qué atenerse con Maronio Pila y para que el plan de Cirenio no fuera descubierto.

21 Caminando muy despacio llegaron a la casa de campo donde los siervos de Cirenio prepararon en seguida un gran banquete.

Capítulo 55

Banquete en casa de José. La sabiduría divina del Niño eclipsa toda filosofía

1 Cuando los invitados llegaron, el banquete estaba ya preparado. Durante todo el camino Cirenio se había dedicado al Niño, jugando con Él y acariciándole. Llegados a la casa, Cirenio devolvió el Niño a su madre y dio la señal para que sus siervos preparasen la mesa.

2 Todos se sentaron a la mesa, menos María porque no tenía ropa elegante. Por eso se fue con el Niño a un cuarto contiguo donde se sentó a la mesa de los hijos de José.

3 Pero en seguida Cirenio se dio cuenta de este detalle y fue corriendo a buscarla.

4 «Mujer de mi vida, qué haces? ¡Precisamente tú y el Niño me importáis más que todos los demás!

5 Tú eres la reina de nuestra asamblea ¿y precisamente no quieres participar en la fiesta de regocijo que hice preparar sólo para ti?

6 ¡Eso no puede ser! Tú vienes a la sala y te sientas a mi derecha; a mi izquierda se sienta tu marido!».

7 «Oh, señor, ¡mira mi pobre ropa y verás que no combina con la tuya esplendorosa!», replicó María.

8 Pero Cirenio insistió: «Querida madre, si sólo te turba mi ropa de gala que para mí, por supuesto, no tiene el menor valor, entonces rápidamente la cambiaré por el uniforme de un simple marinero con tal de no verme privado de tu grata presencia en mi mesa».

9 Ante tal humildad de Cirenio, María volvió y se sentó a su lado con el Niño en brazos.

10 Cuando todos estuvieron ya sentados, el Niño miraba continuamente a Cirenio, sonriéndole. Y también Cirenio, conmovido por tanta muestra de Amor hacia él, tuvo que mirarlo continuamente.

11 Durante unos instantes Cirenio sostuvo su mirada, pero pronto el Amor al Niño se hizo tan intenso en él, que tuvo que preguntarle:

12 «¿No es verdad, vida mía, que te gustaría mucho que te tomara de nuevo en brazos?».

13 El Niño le miró con una sonrisa encantadora y le dijo con palabras muy claras:

14 «Mi querido Cirenio, me gusta mucho estar contigo. Y como me amas tanto, Yo también te amo mucho».

15 Ante esta invitación Cirenio tomó al Niño en los brazos y lo apretó con fervor.

16 Viéndolo, María dijo divertida al Pequeño: «Oye, ¡espero que no ensuciarás la ropa del señor Cirenio...!».

17 Cirenio respondió muy conmovido: «Oh, querida madre, ¡me gustaría ser yo mismo tan puro como este Niño para ser digno de llevarlo en mis brazos!

18 ¡Este Niño nunca puede ensuciarme sólo limpiarme!».

19 De nuevo, dirigiéndose al Niño, le preguntó: «¿No es verdad, amor mío, que todavía soy bastante impuro y por eso poco digno de tenerte en mis brazos?».

20 Y el Niño pronunció con claridad: «Cirenio, quien me ama como tú es puro y Yo le amo como él me ama a mí».

21 Completamente fascinado, Cirenio continuó preguntando: «¿Cómo es posible que con los pocos meses que tienes, puedas hablar tan clara y sabiamente? ¿Te lo ha enseñado tu madre?».

22 El Niño se enderezó completamente en los brazos del romano como un hombrecito.

23 «Cirenio, eso no depende de la edad ni de la enseñanza recibida sino únicamente del espíritu del que uno esté animado. Sólo el cuerpo y el alma tienen que aprender, pero el espíritu ya lo tiene todo dentro de sí mismo, de Dios.

24 Como Yo tengo el Espíritu de Dios dentro de mí... por Él puedo hablar tan precozmente».

25 Esta respuesta hizo que Cirenio y todos los demás se quedaran sumamente admirados, hasta que el comandante exclamó: «¡Por Júpiter!, ¡con tales respuestas este niño eclipsa a todos nuestros sabios! ¿Qué son ante Él Platón, Sócrates y cientos de otros sabios? Me pregunto, ¿qué hará este niño cuando sea mayor?».

26 «¡Seguramente más que todos nuestros sabios e incluso más que todos nuestros dioses!», fue la respuesta de Cirenio.

Capítulo 56

Elevada opinión de Maronio acerca del Niño

1 Poco después de las palabras sorprendentes del Niño, Cirenio se dirigió a Maronio Pila que, desde hacía un rato, se estaba poniendo cada vez más pálido.

2 «Maronio Pila, ¿qué impresión tienes de este Niño?», le preguntó. «¿Acaso viste algo parecido?

3 ¿No es más que nuestro mito de Júpiter, de quien dicen que en una isla mamó la leche de una cabra?

4 ¿No supera la tradición dudosa de los fundadores de Roma, amamantados por una loba?

5 ¡Habla! Por ello te traje aquí: Para que oigas, veas y aprendas algo y después me des tu juicio al respecto!».

6 Maronio Pila se controló en la medida de lo posible y respondió:

7 «Eminente gobernador de Asia y Egipto, ¿qué podría decir yo, un pobre diablo, cuando los mayores sabios de la antigüedad tienen que callar, y cuando la sabiduría de Apolo y de Minerva queda abominablemente aplastada como una chapa quebradiza bajo los martillazos de Vulcano en su yunque incandescente?

8 De esto no puedo decir sino que los dioses se han complacido en elegir a uno de los más sabios entre ellos y lo han mandado a esta Tierra. Y precisamente a Egipto, a la antigua tierra favorecida por todos los dioses, es decir, a la patria de este dios de todos los dioses; una Tierra que no conoce la nieve ni el hielo».

9 «En cierto sentido tienes razón», le respondió Cirenio con una sonrisa en los labios,

10 «pero parece que en un detalle te equivocaste mucho; pues, has llamado a este Niño hijo de todos los dioses...

11 Aquí, a mi lado, están su padre y su madre, y ellos son hombres como tú y como yo.

12 ¿Cómo podría salir de ellos un hijo de los dioses?

13 Además, de esta manera los excelsos habitantes del Olimpo habrían metido claramente un huevo de cuco en su propio nido, que por su gran sabiduría pronto los superará a todos.

14 Así que me parece que tendrás que pensar en otra interpretación; de lo contrario te arriesgas a que por tu audacia todos los dioses te ataquen a la vez, y que, completamente vivo, te lleven ante Minos, Aeakus y Rhadamanthus, para luego entregarte al suplicio de Tántalo».

15 Maronio se quedó desconcertado, pero después de un rato dijo: «Alteza imperial, me parece que eso del juicio de los tres jueces inexorables de almas ya se está acabando y los dioses están en plan de abandonar el Olimpo.

16 Si encontramos bastantes hombres sabios de categoría, pronto podremos aprender a prescindir de los consejos de nuestros dioses.

17 Realmente, ¡las palabras de este niño prodigioso tienen para mí más significado que tres Olimpos repletos de dioses recién fabricados!».

18 «Maronio, si has hablado con toda convicción, que entonces te sea todo perdonado», dijo Cirenio. «En adelante aún entraremos en detalles al respecto. Sin embargo, por ahora, vale ya».

Capítulo 57

Maronio Pila es interrogado sobre la sagrada familia.

Él reconoce su mentira inocente

1 Después de la comida, que con Cirenio nunca duraba más de dos horas, el comandante y los centuriones volvieron a la ciudad con la orden explícita de Cirenio de que no le preparasen ningún homenaje ese día.

2 Sólo cuando se hubieron ido, Cirenio empezó a interrogar a Maronio abiertamente.

3 En presencia de José y María, que de nuevo tenía el Niño en los brazos, le preguntó:

4 «Maronio, cuando en Tiro te interrogué a continuación de Herodes, me dijiste que conocías personalmente a un tal José, carpintero de Nazaret.

5 Y también afirmaste conocer a una tal María que el carpintero había recibido del Templo para esposa o sólo en custodia.

6 Como ahora estamos en casa de mi amigo sin que nos molesten, cuéntame detalladamente el asunto.

7 Pues he sabido que dicha familia debe realmente encontrarse aquí en Egipto, pero parece que no tiene nada que ver con la familia que me entregó mi hermano y que todavía se encuentra bajo mi guarda.

8 Espero que pese a tu complicidad con el cruel Herodes, te quede todavía suficiente sentimiento de justicia y humanidad para reconocer que sería muy brutal guardar a inocentes en prisión sin ninguna necesidad.

9 Así que descríbeme ahora a esa desacreditada pareja lo más exactamente posible, para que pueda buscarla y detenerla porque así lo exigen las severas leyes de nuestro estado.

10 Me veo obligado a exigirte estas informaciones porque tú mismo confesaste ante mí que conocías a esa familia personalmente, y para mí es de la mayor importancia poder detenerla».

11 De nuevo Maronio quedó desconcertado y no sabía qué contestar pues nunca había visto a ninguno de los dos.

12 «Alteza», dijo con voz trémula después de un rato, «apelando a tu bondad e indulgencia,

13 al fin tengo que confesarte que al tal José no le conozco en absoluto ni tampoco a su mujer, María.

14 Mi confesión de Tiro no fue sino un pretexto porque entonces todavía quería engañarte.

15 Me di cuenta de que a ti no se te puede engañar, por lo que cambié de idea y desde entonces te digo la pura verdad».

16 José hizo un movimiento para decir algo, pero Cirenio le hizo una señal de que esperase todavía.

17 «Vaya», dijo a Maronio, «ahora sé a qué atenerme contigo. De modo que aún tendré que vigilarte más de cerca porque veo que eres un individuo peligroso. ¡En adelante contestarás mis preguntas bajo juramento!».

Capítulo 58

Discurso de defensa de Maronio. José como árbitro.

Sentencia noble de Cirenio

1 «Pero alteza», protestó Maronio, «¿cómo puedo ser todavía un sospechoso partidario de Herodes y un peligro para el estado?

2 Ahora ya sé que ese sanguinario sólo aspira a la autocracia en Asia.

3 ¿Cómo iba a apoyarle en eso? ¿Cómo conseguiría sus fines? El puñado de cómplices que tiene en Jerusalén sólo le permite a Herodes atacar a los hijos de los judíos.

4 Y ese acto de violencia le ha perjudicado ya de tal manera que nunca volverá a hacer cosa parecida.

5 No fui más sino una herramienta en sus manos que tuvo que actuar de acuerdo con su voluntad porque me amenazaba con acusarme a Roma.

6 Pero como ya me has explicado claramente la naturaleza del caso, y como ni tengo ni quiero tener poder en mis manos,

7 no veo en manera alguna cómo podría todavía ser un individuo peligroso para el estado.

8 Para garantizar mi lealtad a Roma guárdame contigo como rehén perpetuo y así me harás más feliz que si volvieras a nombrarme prefecto de Palestina y de Judea».

9 Maronio pronunció estas palabras con toda seriedad, sin que hubiera en ellas la menor ambigüedad.

10 Así que Cirenio reconoció: «Muy bien, hermano mío, te creo porque has hablado con toda seriedad.

11 Pero para confirmar definitivamente tus declaraciones necesito todavía algo más: el parecer de ese hombre sabio del que te hablé en Tiro.

12 Y este hombre, oráculo de oráculos, está aquí delante de nosotros.

13 Para Él tus pensamientos más íntimos son manifiestos. Por eso vamos a preguntarle ahora qué opina de ti.

14 Su juicio será definitivo. Si te rehabilita, entonces hoy mismo volverás a ser prefecto de Jerusalén.

15 Pero si tiene motivos para negarte la rehabilitación, entonces seguirás siendo rehén mío».

16 Al ser invitado para que hablase, José dijo: «Noble amigo Cirenio, para mí Maronio es ahora puro y puedes devolverle si reservas su cargo.

17 Y referente a nosotros estamos en las manos del Dios Todopoderoso: ¿Qué poder, entonces, podrá levantarse contra nosotros?».

18 Ante estas palabras Cirenio levantó la mano y concluyó: «De modo que en el nombre del Dios Vivo de este sabio, te juro, Maronio Pila, que desde ahora eres prefecto de Jerusalén».

19 Pero Maronio lo rechazó: «¡Da este cargo a otro y déjame que continúe contigo como amigo, y me harás mucho más feliz!».

20 «Entonces, mientras Herodes todavía viva, sé mi compañero de armas y sólo después serás gobernador de toda Judea».

21 Maronio aceptó la propuesta lleno de gratitud.

Capítulo 59

La corona de sufrimiento de Herodes y su triste fin

1 Luego José se dirigió a Maronio: «Como la Gracia de mi Dios y Señor me ha revelado que ya no tienes malas intenciones,

2 supongo que sabrás en qué estado se encuentra ahora el corazón de Herodes por los niños que mató a causa del nuevo rey de los judíos.

3 ¿No se le ablandó ni por tanta sangre como derramó ni por los gritos de dolor de las madres?

4 Dime: ¿Qué haría si supiese que, pese a haber asesinado a tantos niños, no ha alcanzado al que buscaba?,

5 ¿si supiera que el Niño en cuestión todavía vive por ahí, en Palestina o en Judea, sano y salvo?».

6 Maronio le miró perplejo. «Hombre sumamente sabio», le respondió pensativo, después de una pausa de reflexión.

7 «No puedo decirte otra cosa sino que

8 si quisieras sacar el provecho más indigno de tu sabiduría, exigiéndole diez mil libras de oro por revelarle el actual paradero de ese niño,

9 te digo que te daría dicha fortuna por anticipado.

10 Pues, ante su ambición de poder, el oro no le importa nada,

11 porque tiene tanto oro que hasta podría construirse casas de oro puro. Pero si se trata de asegurar su trono, entonces no le importa tirar todo su oro al mar y matar a la humanidad entera...

12 También a mí quiso sobornarme al principio con oro, diamantes, rubíes y las más grandes perlas.

13 Pero a ese viejo sanguinario se lo impidió mi sangre de patricio romano,

14 lo que hizo que su ira se encendiese aún más y, simulando patriotismo, me amenazara con denunciarme a Roma.

15 Ya no me quedaba ningún argumento y desde entonces me he visto obligado a hacer lo que me exigía. De su misma mano recibí un documento en que asumía toda la responsabilidad ante Roma.

16 Así es como fui obligado a hacer lo que seguramente ya sabes...

17 De modo que puedes tener la certeza absoluta de que, hasta este momento, no hay que esperar nada bueno de su corazón.

18 Ya que eres un gran sabio, no hará falta que te diga nada más acerca de este rey de todas las furias, auténtica cabeza viviente de Medusa».

19 «Maronio, que el Dios eterno único y verdadero te bendiga por tus sinceras palabras.

20 Créeme, y te convencerás de ello, que a esa escoria de la humanidad, que por su ansia de llevar corona se volvió sanguinario, Dios le proporcionará una, todavía en esta Tierra, de la que todo el mundo se espantará».

21 En este momento el Niño levantó su mano y dijo muy claramente: «Herodes, Herodes, no tengo ninguna maldición para ti, y tendrás tu corona, ¡una corona que te atormentará mucho, causándote más dolor que el peso del oro que tuviste que pagar a Roma!».

22 En el mismo momento en que el Niño pronunció estas palabras, Herodes se vio cubierto de piojos y durante el resto de su vida sus siervos casi no tuvieron otra cosa que hacer que limpiarlo de estos bichos que se multiplicaron más y más, hasta el punto de que le ocasionaron la muerte.

Capítulo 60

Ira de Cirenio contra Herodes y palabras de apaciguamiento del Niño Jesús. El Niño pregunta: ¿Quién tiene el brazo más largo?

1 Cuando Cirenio escuchó el relato de Maronio, seguido por el juicio de José y por el del Niño, montó en cólera.

2 «¡Oh, fuerzas eternas del Señor todopoderoso del infinito!, ¿ya no tenéis rayos para fulminar a ese monstruoso vasallo de Roma?

3 Oh, Augusto César, buen hermano mío, ¿qué furia habrá cegado tu vista hasta el punto de dar el feudo de Palestina y Judea a esa escoria del tártaro inferior, del auténtico orco?

4 ¡No, y otra vez no!, ¡es demasiado! Maronio, ¿por qué no me dijiste todo eso en Tiro cuando estaba interrogando a Herodes?

5 ¡En el mismo momento habría dado orden de que le cortaran su cabeza de Medusa

6 y hace mucho tiempo que tendríamos ya en su puesto un vasallo más digno.

7 ¿Qué puedo hacer ahora? Ya pagó la multa, de modo que no puedo imponerle otra.

8 Pero espera un poco, viejo sanguinario y hiena de las hienas, ¡te prepararemos una caza digna de todas las furias!».

9 Maronio, José y María temblaron ante la ira de Cirenio; pues, no sabían qué medidas sería capaz de adoptar.

10 Y nadie se atrevió a hacerle preguntas porque estaba demasiado excitado.

11 Sólo el Niño no tenía miedo de la voz potente de Cirenio, sino que continuaba mirándole con toda tranquilidad.

12 Cuando se hubo calmado un poco, de repente el Niño le llamó:

13 «Oye, Cirenio, ¡ven y cógeme en tus brazos! ¡Y llévame fuera de la casa donde quiero mostrarte algo!».

14 Estas palabras fueron como un bálsamo para el corazón de Cirenio. Rápidamente se acercó al Niño y lo tomó con mucho cariño en los brazos, y acompañado por María José y Maronio, lo llevó fuera.

15 Una vez al aire libre, en seguida el Niño le preguntó:

16 «Cirenio, ¡a ver cuál de nosotros dos tiene el brazo más largo! ¡Mide el tuyo y compáralo con el mío!».

17 Cirenio se extrañó ante esta invitación y no supo a qué atenerse, porque le parecía demasiado evidente que su brazo era tres veces más largo que los dos brazos del Niño juntos.

18 Viendo la confusión de Cirenio, el Niño tomo de nuevo la palabra: «Ya veo que encuentras que tu brazo es mucho más largo que el mío...

19 ¡Pero te digo que el mío es mucho más largo que el tuyo!

20 ¿Ves allá lejos una columna adornada con un ídolo?

21 ¡Cógela desde aquí con tu largo brazo, derrúmbala y redúcela a polvo con tus dedos!».

22 Aún más perplejo que antes, Cirenio comentó: «Pero, pequeño mío, ¡salvo Dios, nadie podría hacer algo así!».

23 Entonces el Niño extendió el brazo en dirección a la columna que se encontraba a una distancia de unos cien pasos y esta, en el mismo instante, se derrumbó y quedó pulverizada.

24 Y el Niño añadió: «Que la demostración te sirva para no preocuparte por Herodes; ya ves que mi brazo alcanza más que el tuyo. Herodes ya tiene su merecido; pero tú, perdónale como Yo le perdoné, así será mejor para ti. Pues también él es un habitante ciego de esta Tierra».

25 Estas palabras apagaron toda la ira de Cirenio e íntimamente empezó a adorar al Niño.

Capítulo 61

Confesión pagana de Maronio

1 Este hecho milagroso fue causa de que Maronio se espantara sobremanera; todo su cuerpo estaba temblando como las hojas del álamo durante la tormenta.

2 Al saber José la gran aflicción de Maronio, se acercó a él y le preguntó:

3 «Maronio Pila, ¿qué te pasa? ¿Por qué tiemblas tanto?».

4 Y Maronio respondió a José: «Buen hombre, sin igual en este mundo, ¡para ti es todo muy fácil, porque eres un dios y todos los elementos tienen que obedecerte!

5 Pero yo no soy más que un débil mortal cuya vida, tal como la existencia de esa columna, está en tus manos.

6 Simplemente con tu pensamiento puedes destruirme en un solo instante, y la destrucción de un mundo entero no te costará más.

7 ¿Cómo, pues, no voy a temblar ante tu presencia, teniendo en cuenta que has de ser el patriarca más poderoso de todos nuestros dioses, si realmente existen?

8 Desde hace mucho esta columna estaba consagrada a Júpiter Stator, y todas las fuerzas de la naturaleza resultaron siempre impotentes ante ella.

9 Y ahora la aniquiló ¡un niño menor de edad! Y si tu hijo ya hizo esto, ¡qué poder no tendrás tú!

10 ¡Permite que un pobre e indigno gusano de la tierra te adore!».

11 Pero José en seguida le contestó: «Maronio, escucha, ¡estás totalmente equivocado!

12 ¡Yo no soy más que tú! Es decir, ¡soy tan mortal como tú! Y si sabes guardar un secreto, entonces te revelaré algo.

13 ¡Pero si no sabes callar, te cabrá la misma suerte que a la columna!

14 Si quieres y si tienes valor para ello, ¡óyeme, pues!».

15 Pero Maronio rogó a José de rodillas que no le contara nada, porque si alguna vez se le escapaba una palabra estaría perdido...

16 «No te preocupes por eso», le tranquilizó José, «¡porque el Señor del Cielo nunca castiga a nadie por casualidad!

17 Por eso puedes escucharme sin preocupaciones. Además, lo que voy a decirte no es ni mucho menos en perjuicio tuyo sino para que perdures, eternamente».

18 Cirenio, todavía adorando y entreteniendo al Niño, se acercó a José y le aconsejó:

19 «Me parece que vale más que, de momento, dejes a Maronio tal como es. Yo mismo voy a prepararle hoy y mañana podrás iniciarlo más profundamente».

20 José estuvo conforme y todos volvieron a entrar en la casa.

Capítulo 62

Empeño amoroso por salvar un alma humana. Por qué los hombres

tenemos dos ojos y dos orejas, pero una sola boca

1 Ya estaba oscuro cuando Cirenio se dirigió a José para informarle que no podía quedarse esa noche con él, agregando:

2 «También lamento que mañana hasta la tarde tenga que dedicarme a asuntos oficiales.

3 Pero a la tercera hora volveré con Maronio y después de que le haya preparado un poco, podrás revelarle tu santa palabra.

4 Pues me gustaría mucho que este hombre de amplios conocimientos fuera salvado por la santa escuela de vida de tu Dios, única a la que considero verdadera y viva».

5 «Es una buena idea», reconoció José. «Porque al Señor le agrada mucho que tratemos con amor a los enemigos, cuidando de su bien material y espiritual.

6 Si consideramos a cada pecador como a un hermano extraviado, también Dios nos considerará como hijos suyos extraviados.

7 Mientras que en caso contrario sólo nos considerará como criaturas malévolas, siempre sometidas a su juicio y expuestos a la muerte efímera.

8 Por eso el Señor nos ha dado a los hombres dos ojos y solamente una boca para hablar: Para que con un ojo viéramos a los hombres como hombres, y con el otro los viéramos como hermanos.

9 Si los hombres erran ante nosotros, debemos abrir nuestro ojo de hermanos y cerrar el de hombres.

10 Si los hermanos erran ante nosotros, debemos cerrar el ojo de hermanos y dirigir el los hombres a nosotros mismos, para que, de esta manera, nos miremos ante todo a nosotros mismos como hombres que fallan.

11 Con la boca que tenemos debemos todos reconocer a un Dios, un Señor y un Padre, y Él nos reconocerá a todos como a hijos suyos.

12 Porque también Dios tiene dos ojos y una boca: Con uno de los ojos ve a sus criaturas y con el otro a sus hijos.

13 Si miramos a nuestro prójimo con el ojo de hermanos, entonces el Padre nos mirará con el ojo de Padre,

14 pero si miramos a nuestro prójimo con el ojo de hombres, entonces Dios nos mirará solamente con el ojo de Creador. Y por su única boca manifiesta su Amor sólo a sus hijos, mientras que a las criaturas les comunicará su juicio.

15 De modo que es más que justo que cuidemos de nuestro hermano Maronio».

16 Después de eso José bendijo a Cirenio y a Maronio que, con su séquito, se fueron a la ciudad. Y José se ocupó de sus quehaceres domésticos.

Capítulo 63

Jacobo de niñera; su curiosidad y reprimenda del pequeño Salvador

1 Por la noche María dejó al Niño en una cuna que José había hecho en Zoán.

2 Y, como de costumbre, Jacobo, el hijo menor5 de José, tenía que hacer de niñera. Por eso acunaba al Niño para que se durmiera.

3 María se fue a la cocina para preparar la cena.

4 A Jacobo le hubiera gustado que el Niño al que acunaba se hubiera dormido esta vez un poco antes, porque tenía ganas de juntarse con sus hermanos que estaban admirando afuera la iluminación de un arco de triunfo erigido en honor de Cirenio bastante cerca de la casa.

5 Con esta intención acunó al Niño con mucho empeño, cantando y silbando.

6 Pero, a pesar de todo, el Niño no quería dormir. Cada vez que Jacobo dejaba de acunarlo, en seguida se movía para indicar al niñero que aún no estaba dormido.

7 El niñero ya estaba medio desesperado porque veía que afuera había cada vez más luz por las muchas antorchas encendidas.

8 Así que, pese a que aún no dormía, Jacobo se decidió a dejar al Niño un momento solo para poder contemplar el espectáculo.

9 Pero cuando intentó levantarse, el Niño le detuvo: «Jacobo, ¡si ahora me dejas solo sufrirás las consecuencias!

10 ¿Acaso no valgo más que todo el estúpido espectáculo de ahí fuera y que tu vana curiosidad?

11 Todas las estrellas y todos los ángeles te envidian por el servicio que puedes prestarme, ¿y tú estás impaciente conmigo y quieres dejarme solo?

12 Si lo hicieras, no merecerías tenerme como hermano.

13 ¡Sal, pues, si el espectáculo mundano te interesa más que Yo!

14 Si tu mínimo y fácil servicio te pesa todo el cuarto está lleno de ángeles dispuestos a servirme».

15 Estas palabras le quitaron a Jacobo todas las ganas de salir.

16 Se quedó al lado de la cuna y, acunándole con mucho empeño, rogó al Niño que le perdonase.

17 Y el Niño dijo a Jacobo: «Todo te es perdonado. ¡Pero otra vez no te dejes tentar por el mundo!

18 ¡Porque Yo soy más que el mundo entero, los Cielos y todos los hombres y los ángeles!».

19 Al escuchar estas palabras, por poco Jacobo no se desmaya porque poco a poco estaba percibiendo quién se ocultaba en este Niño.

20 En ese momento entraron María y José con sus otros cuatro hijos para sentarse a la mesa. Jacobo les contó en seguida lo que había pasado.

Capítulo 64

José predica sobre el amor a Dios y el amor al mundo

1 Cuando Jacobo hubo terminado su relato, José dio su opinión:

2 «Así es, era y será siempre. Pues hasta en los detalles más ínfimos hay que amar a Dios más que a todas las magnificencias del mundo.

3 ¿Qué provecho pueden traer al hombre sus más llamativas maravillas?

4 Hasta David tuvo que huir de su propio hijo... Y Salomón, finalmente, tuvo que experimentar con amargura que había caído en desgracia ante el Señor por entregarse demasiado a las delicias del mundo.

5 Cada segundo Dios nos regala una nueva vida. ¿Cómo no vamos a amarle hasta en las cosas más ínfimas, más que a todo el mundo perecedero y lleno de inmundicias?

6 Todos nosotros estamos convencidos de que este Niño nuestro viene de lo alto y es hijo de Dios.

7 Por lo que, evidentemente, forma parte de Él. Por eso es justo que lo amemos más que a cualquier cosa del mundo.

8 Fijaos en el pagano Cirenio: El motivo del bien que nos hace es únicamente el Niño; pues la intuición de su corazón le dice que un ser divino supremo tiene que estar en íntima unión con este nuestro Niño, y por ello lo teme y ama.

9 Si un pagano actúa así, ¡cuánto más nos toca a nosotros hacer lo mismo, pues sabemos perfectamente el origen del Niño y quién es su Padre!

10 ¡Por eso dediquemos siempre nuestra atención a este Niño porque Él es más que nosotros y que todo el mundo!

11 ¡Tomadme como ejemplo y veréis los muchos sacrificios que yo, un hombre anciano, hice por este Niño divino!

12 Pero siempre me resultó fácil porque amo a Dios más que al mundo entero.

13 ¿Acaso hemos perdido algo con los sacrificios? Seguro que no; a la larga todos los sacrificios nos han traído siempre beneficios.

14 Pensad y actuad todos de la misma manera y nunca perderéis nada sino que siempre saldréis ganando inmensamente.

15 Además este Niño es de todos modos tan cariñoso que resulta una alegría estar con Él.

16 Raras veces llora. Nunca ha estado enfermo y si alguien se dedica a Él, siempre le sonríe tan cariñosamente que uno se conmueve casi hasta las lágrimas.

17 Y ahora que ya ha empezado a hablar tan de repente, ¡dan unas ganas de estrecharle continuamente con mucho cariño...!

18 Por ello, queridos hijos, tened en cuenta quién es este Niño y cuidadlo con mucho celo.

19 Si se os ocurre apreciar las locuras vanas del mundo más que a Él, nuestro mayor bien, entonces puede ser fácil que os castigue en reciprocidad».

20 Estas palabras de José hicieron que sus cinco hijos se emocionasen y se levantaran para acercarse a la cuna del Niño.

21 Este miró a sus hermanos con gran cariño, los bendijo y les dijo: «Hermanos míos, ¡si siempre queréis ser felices, entonces volveos como Yo». Los hermanos quedaron impresionados y aquella noche ya no comieron nada.

Capítulo 65

El Niño predice una tempestad

1 Los hijos de José no daban muestras de querer separarse de la cuna porque estaban demasiado llenos de amor para con su pequeño y divino hermano.

2 Como la hora estaba ya bien avanzada, José observó:

3 «Vemos que le amáis mucho,

4 pero aun así conviene que os preparéis para descansar, porque ya es muy tarde y la noche se hará corta.

5 El Niño ya duerme. Por eso, con mucho cuidado, poned la cuna al lado de la cama de su madre y retiraos a vuestro dormitorio».

6 Sin embargo, nada más pronunciar José estas palabras, el Niño abrió los ojos y dijo:

7 «Esta noche quedaos todos aquí y dejad vuestro dormitorio para la gente que vendrá buscando refugio.

8 Porque no tardará mucho en levantarse una tempestad de una violencia aquí nunca conocida.

9 Pero no tengáis miedo porque saldréis todos ilesos.

10 Y no cerréis las puertas para que los refugiados puedan salvarse en esta casa».

11 José se asustó por la predicción del Niño y salió corriendo para ver desde dónde se acercaría la tempestad.

12 Pero fuera no se podía ver ni una sola nube; el cielo estaba absolutamente despejado y el aire completamente inmóvil.

13 Un silencio sepulcral cubría toda la región y no había ni el menor indicio de una posible tormenta.

14 De modo que José volvió a entrar y, alabando a Dios, dijo:

15 «Es posible que el Niño lo haya soñado porque no hay ni el mínimo rastro de tormenta.

16 El cielo está totalmente sereno y no se ve nube alguna. ¿De dónde iba a levantarse una tormenta?».

17 Pero apenas pronunciadas estas palabras se escuchó un estruendo como un estallido de mil truenos y la tierra tembló tan intensamente que varias casas y templos de la ciudad se derrumbaron.

18 En el mismo momento se levantó una tormenta tan violenta que desde el mar cercano llegaron olas enormes que amenazaban la ciudad. Todo el pueblo, despierto por el temblor, salió de la ciudad para alcanzar lugares más altos.

19 También Cirenio y Maronio, con su séquito, vinieron a todo correr y contaron a la familia las escenas horribles causadas por el terremoto y la tempestad.

20 Pero José tranquilizó a Cirenio contándole todo lo que el Niño había predicho, con lo que Cirenio volvió a respirar más libremente y la violencia de la tormenta ya no le preocupó, pues se sentía seguro.

Capítulo 66

La tormenta aumenta pero el Niño duerme. Un evangelio de la fe en Dios

1 Cuando Cirenio se hubo tranquilizado del todo, se dirigió a la cuna y, lleno de sublimes pensamientos en su corazón, observó al Niño.

2 Pero este dormía tranquilamente y el terrible furor de los elementos no le perturbaba.

3 Mientras tanto, poco a poco, el huracán fue aumentando de tal manera que Cirenio temió que la casa se derrumbara.

4 «Como la vehemencia de la tormenta aumenta cada vez más, me parece que sería prudente que abandonemos esta casa», dijo el gobernador muy preocupado,

5 «porque una tromba pudiera llevársela muy fácilmente enterrándonos bajo sus escombros.

6 Por eso vale más que huyamos lo antes posible porque nadie puede saber si el desastre de la ciudad se repetirá aquí».

7 En este momento el Niño volvió a abrir sus divinos ojos, reconoció en seguida a Cirenio y le dijo con voz muy clara:

8 «Escucha, Cirenio, cuando estás conmigo no has de temer a la tormenta

9 porque también las tormentas, como el mundo entero, dependen de tu Dios.

10 Pues también las tormentas tienen que existir para ahuyentare al malvado engendro del infierno.

11 Pero a los que están conmigo no los pueden perjudicar, porque también las tormentas conocen a su Señor y no son libres de hacer lo que quieren.

12 Porque el Todopoderoso que es lleno de Amor, tiene las riendas en su manos.

13 Por eso no tengas miedo, Cirenio, porque aquí conmigo nada le pasará a nadie.

14 Esta tormenta sabe muy bien quién vive aquí en esta casa.

15 Esta noche los hombres te han rendido un gran homenaje con muchos fuegos encendidos pese a que no eres más que un hombre.

16 Pero ahora la tormenta rinde homenaje a alguien que es más que un hombre. ¿Te parece injusto?

17 Mira, se trata de un cántico de gloria de la naturaleza, que alaba a su Señor y Creador. ¿Será injusto?

18 Oh, Cirenio, el aire que te acaricia también entiende a Aquel que lo creó y por eso también tiene derecho a alabarle».

19 Con estas palabras el Niño volvió a dormirse y nadie pudo hacer comentario alguno. Cirenio se puso de rodillas y adoró al Niño en la cuna.

Capítulo 67

Noticia horrible de los mensajeros. Petición sedienta de sangre de los sacerdotes paganos. Dilema de Cirenio entre su conciencia y el mundo

1 En la casa de campo entró la tranquilidad sin que nadie se preocupara más de los elementos que bramaban.

2 Pasada una hora, llegaron unos mensajeros y le dijeron a Cirenio:

3 «Alteza, ¡están ocurriendo cosas horrorosas!:

4 En unos cuantos lugares salen columnas de fuego de la tierra,

5 los vientos arrastran enormes lenguas de fuego que destruyen todo lo que está a su alcance y no hay nada que pueda resistir a su violencia.

6 Los sacerdotes declaran que todos los dioses se han irritado

7 y quieren aniquilarnos a todos.

8 Es evidente: se distingue claramente el ladrido del Cerbero... Las furias bailan por todas partes...

9 Vulcano ha dirigido sus chimeneas hacia la superficie de la tierra y sus poderosos cíclopes destruyen casas y montañas...

10 Neptuno ha concentrado todos sus poderes en una sola fuerza;

11 pues, levanta al mar como a una montaña y quiere ahogarnos a todos...

12 Si no ofrecemos grandes sacrificios humanos a los dioses tan profundamente enojados, estaremos todos perdidos.

13 Los sacerdotes ya han escogido mil mancebos y mil vírgenes para tal fin. ¡Y a nosotros nos enviaron a toda prisa para que nos des tu aprobación!».

14 Cirenio, profundamente asustado ante estas noticias, no sabía qué hacer.

15 Por razones políticas no se atrevía a oponerse abiertamente a los sacerdotes,

16 pero aún resultaba más intolerable a su corazón aprobar este sacrificio que oponerse al sacerdocio.

17 Por ello se dirigió al Niño que se había despertado en aquel momento y le pidió consejo.

18 El Niño le dijo: «¡Cálmate, Cirenio, dentro de unos momentos la tormenta cesará y aquellos que querían asesinar a tantos seres humanos ya no existirán!».

Capítulo 68

Aflicción de las dos mil víctimas

1 Mientras tanto, los mensajeros esperaban la orden de Cirenio.

2 Este se levantó de donde estaba arrodillado ante la cuna del Niño y fue a su encuentro.

3 «Id y pedir a los sacerdotes la lista de las vírgenes y de los mancebos destinados al sacrificio porque tengo que comprobar que la selección ha sido justa».

4 Los mensajeros se fueron corriendo.

5 Mientras tanto la tormenta se calmó del todo.

6 Cuando los tres mensajeros llegaron a la ciudad, quedaron casi paralizados al saber que el palacio de los sacerdotes había quedado reducido a escombros. Salvo tres sacerdotes subalternos todos los demás habían quedado allí enterrados.

7 Así que los mensajeros volvieron en seguida a donde estaba Cirenio, para informarle sobre la suerte de los sacerdotes.

8 Ahora, totalmente convencido de las palabras del Niño, de nuevo Cirenio no sabía qué medidas tomar.

9 Iba a volver a dirigirse al Niño, cuando aparecieron los tres sacerdotes subalternos supervivientes

10 y le pidieron que les diera instrucciones porque un temblor de tierra reciente había sepultado en su palacio a los piadosos servidores de los dioses, cuando ya estaban preparados para ejecutar el sacrificio.

11 Le dijeron que las víctimas prestas al sacrificio estaban ya en la plaza donde antes se levantaba la columna de Júpiter que había quedado totalmente destruida.

12 Querían saber cuándo debían empezar a ofrecer el sacrificio, si inmediatamente o si debían esperar a la mañana cuando saliera el Sol.

13 De todos modos habría que hacerlo porque si no, los dioses podrían caer en una ira aún mayor a causa de la ingratitud de los hombres.

14 Cirenio les comunicó su decisión:

15 «De ninguna manera se procederá al sacrificio ni hoy ni después del amanecer, y eso bajo castigo de pena de muerte; sólo se hará cuando yo, personalmente, dé la orden para ello».

16 Los sacerdotes subalternos se fueron hacia la plaza donde las pobres víctimas, angustiadas mortalmente, lloraban y se lamentaban.

17 Cirenio, mientras tanto, casi no podía esperar a la mañana siguiente porque sabía que las asustadas víctimas iban a pasar una noche de espanto.

Capítulo 69

Los tres diabólicos sacerdotes paganos. Justa sentencia de Cirenio:

libertad para las víctimas y muerte para los tres sacerdotes

1 Nada más llegar a la plaza del suplicio, los tres sacerdotes subalternos anunciaron a los guardias y a las víctimas muertas de miedo, que el inevitable sacrificio iba a ser ejecutado definitivamente por la mañana, porque así lo había dispuesto el mismo Cirenio.

2 No será necesario describir el estado de ánimo en el que estas noticias pusieron a las dos mil víctimas. Pues quien conoce la tradición histórica sabe que en semejantes sacrificios para pacificar a los diversos dioses, las víctimas también eran torturadas y muertas de las más variadas maneras.

3 Sería demasiado horrible describir las formas diversas de torturas

4 con lo que más vale hacer caso omiso de todo eso y volver a Cirenio, Maronio y José.

5 Muy de mañana los tres se dirigieron a la plaza del sacrificio.

6 Con profunda amargura Cirenio escuchó ya de lejos los gritos de pavor de las jóvenes víctimas.

7 Por eso aceleró sus pasos para acabar lo antes posible con esa escena tan macabra.

8 Al llegar a la plaza, se espantó ante la actitud inhumana de los tres sacerdotes subalternos que esperaban con impaciencia la orden para empezar el degüello.

9 En seguida Cirenio hizo que vinieran los sacerdotes y se dirigió a ellos: «Decidme, ¿no os duele asesinar tan cruelmente a esta preciosa juventud? ¿No tenéis en vuestro corazón ni la menor compasión por ellos?».

10 Y le respondieron los sacerdotes subalternos: «¡Cuando se trata de los sentimientos de los dioses, no caben sentimientos humanos!

11 Para los dioses una vida humana no significa nada, sino abominación. Nosotros, sus siervos en la Tierra, reaccionamos a su manera, ¡por lo que no podemos sentir ni tener compasión!

12 ¡Tenemos por el contrario que sentir placer y júbilo de poder cumplir minuciosamente nuestro servicio para con ellos!

13 De modo que, con suma alegría, estamos preparados para realizar el sacrificio que, de todos modos, los dioses exigen raras veces».

14 La afirmación dio tamaño golpe en el corazón de Cirenio que este empezó a temblar de ira contra los sacerdotes subalternos.

15 No obstante, tras un momento, se controló y continuó interrogándolos: «Pero si el propio Júpiter estuviera aquí y les perdonase la vida, ¿qué haríais?».

16 «Entonces habría que proceder al sacrificio aún con más diligencia porque sólo se trataría de una prueba para comprobar nuestra lealtad sacerdotal.

17 Si en tal caso tuviéramos misericordia de las víctimas, Júpiter nos tomaría por sacrílegos y nos aniquilaría con rayos y truenos».

18 Cirenio insistió: «¿Y en qué habrán pecado vuestros superiores ante los dioses para haber sido enterrados tan cruelmente entre los escombros de su palacio?».

19 Los sacerdotes subalternos respondieron: «¿Acaso no sabes que por encima de todos los dioses y sus sacerdotes reina un hado inexorable?

20 ¡Él fue quien mató a los sacerdotes!, pues a los dioses sólo los ha podido irritar, ya que son inmortales».

21 «Muy bien», concluyó Cirenio lacónicamente, «pues esta misma noche, después de las doce, vino el hado a visitarme y me ordenó perdonar la vida a todos estos jóvenes, y a cambio sacrificaros a vosotros tres, orden que es inexorable como yo me llamo Cirenio y soy hermano de Augusto César, supremo cónsul y emperador de Roma. ¿Qué decís ahora?».

22 Esta noticia hizo que los tres sacerdotes subalternos se pusieran pálidos y que las víctimas recobrasen los ánimos. En seguida el gobernador dio órdenes para que atasen a los sacerdotes subalternos y preparasen todo lo necesario para su ejecución, mientras que anunció a las víctimas su libertad.

Capítulo 70

José trata de intervenir. Los condenados imploran la misericordia de Cirenio

1 En esto José se acercó a Cirenio. «Noble amigo, ¿acaso de veras quieres matar a estos idólatras?».

2 «Sí, amigo mío», le respondió Cirenio con amargura y lleno de ira contra esos tigres en forma humana,

3 «por esta vez deseo que el caso sirva como escarmiento, con el fin de que el pueblo sepa que no hay nada que yo castigue tanto como la absoluta ausencia de amor.

4 Porque un hombre sin amor ni compasión es el mayor mal en este mundo.

5 Comparados con él, todos los animales feroces son como corderos. Y las furias del infierno apenas unos aprendices ineptos.

6 Por eso considero como mi mayor deber exterminar a estas bestias.

7 La primera obligación de los sacerdotes es precisamente el educar al pueblo en el amor y darle un buen ejemplo.

8 Pero si los maestros y guías del pueblo se vuelven furias, ¿qué será entonces de sus alumnos?

9 Por eso, ¡que mueran estas tres bestias! ¡Todavía me queda pensar en la forma de martirio más cruel que merecen. En cuanto me haya decidido, rápidamente doblaré la vara de la justicia sobre ellos».

10 José no se atrevía a intervenir porque Cirenio había pronunciado estas palabras con una severidad impresionante.

11 En el acto, los tres sacerdotes subalternos cayeron de rodillas ante Cirenio, pidiéndole misericordia y prometiendo cambiar de vida. Incluso renunciaron a su puesto sacerdotal.

12 Para obtener el indulto apelaron a la ley sacerdotal que los obligaba a actuar de aquella manera.

13 Pero Cirenio descubrió sus intenciones: «Malvados, ¿acaso creéis que no conozco las leyes del sacerdocio?

14 ¡Escuchad, pues! La ley de los sacrificios extraordinarios dice así: “...Cuando un pueblo se vuelve claramente infiel a sus dioses por su libertinaje, y estos los castigan a continuación con guerras, hambre y pestes, entonces los sacerdotes deben advertirlo y guiarlo a la necesaria regeneración.

15 Si el pueblo no hace caso, entonces los sacerdotes deben bendecirlo y llamarle la atención para que cumplan con su deber de sacrificar oro, ganado y cereales para apaciguar a los dioses. Los sacerdotes bendecirán las ofrendas y prepararán un holocausto con ellas.

16 Pero si se trata de un pueblo obstinado que no admite los consejos y que se burla de los sacerdotes, entonces estos deben detener a los blasfemos, juntos con sus descendientes, y, durante siete meses, educarlos en recintos subterráneos bajo el látigo.

17 Si los blasfemos se arrepienten, entonces hay que devolverles la libertad. En caso contrario, tendrán que morir por la espada y solamente después serán entregados a las llamas para el apaciguamiento de los dioses...”.

18 ¿Acaso la antigua y sabia ley del sacrificio no es así? Y aquí, ¿dónde ha habido guerra, hambre y pestes?... Y esta juventud hermosa, ¿acaso ha sido infiel a los dioses?... ¿La instruisteis antes durante siete meses?... - ¡Nada de eso! ¡Sólo por pura ambición y perversidad queríais matarla! Por eso, ahora, vosotros debéis morir, ¡por ser los mayores infractores de vuestra propia ley!».

Capítulo 71

La simulada condena de los tres sacerdotes subalternos,

remedio para su mejora

1 Una vez pronunciada la sentencia de Cirenio, de nuevo José procuró intervenir:

2 «Noble gobernador, yo soy de la opinión de que el castigo de estos siervos paganos, aunque realmente sean unos malvados, deberías volver a ponerlo en las manos del Señor.

3 Créeme, nadie presta un servicio agradable al Señor todopoderoso del Cielo y de la Tierra, matando incluso al mayor malhechor.

4 Por eso deja con toda confianza que el Todopoderoso prepare el castigo que les corresponde a estos tres hombres, a no ser que cambien a fondo de intención y se arrepientan. Y el Señor te bendecirá por tu sabia decisión».

5 Estas palabras encontraron sitio en el corazón de Cirenio y el gobernador empezó realmente a reflexionar qué era más conveniente hacer.

6 Después de un rato decidió hacerles pasar como mínimo un miedo mortal para que supiesen en carne propia los sufrimientos que habían ocasionado a los pobres jóvenes.

7 «Amigo mío, tus palabras me han dado mucho que pensar», reconoció ante José, «y pienso cumplir tu consejo.

8 No obstante, ahora mismo es demasiado pronto. Antes debo todavía doblar la vara de la justicia sobre ellos y condenarlos al suplicio más cruel que tienen merecido.

9 Solamente después de que hayan pasado durante veinticuatro horas unas angustias mortales en el lugar del suplicio, ruégame ante todo el pueblo que les perdone la vida.

10 Entonces atenderé tu ruego públicamente y los tres malvados quedarán con vida dentro del orden de la ley.

11 Me parece que esta decisión es justa. Pues no puedo indultarlos sin más ni más porque descubrí que han violado la ley sacerdotal.

12 De acuerdo con esta ley, tienen que escuchar su sentencia de muerte. Sólo después, en casos muy extraordinarios, el perdón de la vida puede cambiar el veredicto.

13 Ahora mismo voy a proceder».

14 José estuvo de acuerdo y Cirenio llamó a los jueces y a los esbirros, diciéndoles:

15 «¡Traed tres cruces de hierro y unas cadenas! ¡Plantad las cruces en el suelo, encended una hoguera alrededor de ellas y mantenedla durante veinticuatro horas.

16 Cuanto las cruces estén al rojo vivo, volveré para ordenar que suban a ellas a los tres blasfemos. ¡Así será!».

17 Luego Cirenio tomó una vara, la rompió y la tiró delante de los pies de los condenados.

18 «Habéis escuchado el veredicto», dijo Cirenio. «Esta es la muerte que merecéis, ¡preparaos, pues!».

19 La sentencia cayó sobre los condenados como mil rayos. Se pusieron a chillar y lamentarse, llamando a todos los dioses en su socorro.

20 Sin perder tiempo, los guardias los tomaron en custodia y los verdugos fueron a la sala de tortura para buscar los instrumentos de martirio. Cirenio, José y Maronio volvieron a casa.

Capítulo 72

María duda de la Omnipotencia del Niño. Por qué el poderoso león de Judea huyó ante Herodes. Bienaventuranza de los niños degollados

1 Cuando se acercaron a la casa de campo, María con el Niño en los brazos vino a su encuentro.

2 «Decidme, ¿qué les ha pasado a los jóvenes?», preguntó llena de angustia.

3 «Porque si con la ocasión de parecidas tormentas, que aquí tal vez no sean raras, cada vez se practican semejantes sacrificios, entonces también nosotros tendremos que temer por nuestro Niño.

4 Pues pese su gran poder tuvimos que huir de Palestina a causa de Herodes,

5 de lo cual hay que deducir que en ciertos casos el Niño no tiene tanto poder. De modo que es nuestro deber protegerlo de todos los grandes peligros».

6 «Mujer, ¡no te preocupes por eso!», le contestó José,

7 «porque ni la punta de un pelo les fue tocado a los jóvenes destinados a sacrificios tan crueles.

8 Nuestro querido Cirenio en seguida les dio la libertad y en cambio, a los tres sacerdotes subalternos que ayer vinieron a casa para pedirle que diera su consentimiento para degollar a los jóvenes, los condenó al penoso suplicio de la cruz incandescente.

9 Sin embargo, dicho sea en confianza, la condena será simulada. Pues mañana por la mañana recibirán el indulto.

10 Mientras tanto, esta lección les servirá de escarmiento, y en adelante dejarán de proponer parecidos sacrificios.

11 Por eso, ¡queda tranquila y ten en cuenta que el Señor que hasta ahora nos ha guiado con tanta seguridad, tampoco en adelante nos dejará caer en manos paganas».

12 María quedó tranquilizada y su fisonomía volvió a iluminarse.

13 El Niño sonrió a la madre y le dijo:

14 «María, si alguien domesticase un león tan perfectamente que le transportaría como si fuera un animal de carga,

15 ¿acaso te parecería razonable si, sentado en el león, el domador tuviera miedo de una liebre fugitiva?».

16 María se sorprendió de la gran sabiduría de estas palabras, sin embargo no las comprendió.

17 Pero el Niño continuó, aunque esta vez lo hizo con una cara más seria:

18 «Yo soy el poderoso león de Judea y te llevo a ti a cuestas. ¿Cómo, entonces es posible que tengas miedo a aquellos a quienes Yo, con un simple soplo, puedo deshacer como a una brizna de paja?

19 ¿Acaso imaginas que he huido de Herodes para salvarme de su ira?

20 ¡Ni mucho menos! ¡He huido de él para preservarle a él mismo! ¡Porque si nos hubiéramos enfrentado, se habría perdido eternamente!

21 En cuanto a los niños que por mi causa han sido degollados, se encuentran ahora en mi Reino y son inmensamente felices. Todos los días están conmigo y me reconocen como a su Señor eterno.

22 Mira, María, así andan las cosas. Todo esto, por supuesto, lo guardarás para ti. Tú, sin embargo, debes bien saber quién es Aquel al que ya llamaste “hijo de Dios”».

23 Estas palabras penetraron en María y le conmovieron profundamente; y en ese mismo momento percibió muy claramente que estaba llevando al Señor en sus brazos.

24 Pero también Maronio, que se encontraba cerca de María, había oído las palabras del Niño, y se hincó de rodillas ante Él.

25 Sólo en este momento Cirenio, muy ocupado antes en una conversación con uno de los secretarios que le acompañaban, se dio cuenta de la presencia de María.

26 Nada más verla, corrió hacia el Niño, lo saludó y lo acarició. Y este le dijo: «Cirenio, eleva a Maronio; pues, ya está preparado para conocerme. ¿Comprendes lo que quiero decir?».

Capítulo 73

El Niño Jesús pone condiciones a favor de las tres víctimas

1 Cuando el grupo llegó a la casa de campo, Cirenio mandó a su ayudante a la ciudad para que informara al comandante que ni ese día ni el siguiente deberían realizarse desfiles ni revistas de tropas.

2 Porque era costumbre entre los romanos, en general bastante sensatos, que cuando se presentaban acontecimientos extraordinarios,

3 como un eclipse solar o lunar, cometas, aparición repentina de un loco, un ataque de epilepsia, una fuerte tormenta, y hasta ejecuciones a manos del verdugo,

4 no podía haber asuntos de gobierno al mismo tiempo.

5 Para los romanos tales días constaban como días nefastos o más bien días especiales de los dioses que los hombres tenían que respetar, sin abusar de ellos para sus propios fines.

6 Aunque a Cirenio semejantes costumbres vanas le dejaban indiferente, tenía que tenerlas en cuenta ante el pueblo, todavía profundamente apegado a tal género de supersticiones.

7 Cuando el ayudante se fue, Cirenio dijo a José: «Si te parece bien, podemos ahora tomar un desayuno y después ir todos a la ciudad para inspeccionar las devastaciones causadas por la tormenta.

8 Seguro que encontraremos a muchos ciudadanos afectados y les podremos ayudar de una u otra manera.

9 Después también iremos a visitar el puerto para ver en qué estado se encuentran los barcos.

10 Se supone que habrá mucho trabajo para ti y tus hijos a los que nombraré intendentes generales, pues esta ciudad carece de constructores.

11 Porque Egipto hoy día ya no es lo que fue arquitectónicamente hace mil años en tiempos de los faraones».

12 En seguida José cumplió las instrucciones de Cirenio e hizo que preparasen un desayuno frugal que consistió en pan, miel, leche y fruta.

13 Nada más terminar el desayuno, Cirenio y los demás se levantaron para ir a la ciudad.

14 Pero en este momento el Niño le llamó: «Cirenio, veo que quieres ir a la ciudad para ayudar a los necesitados y tu mayor deseo es que Yo vaya contigo.

15 Pues sí, iré contigo, pero bajo la condición de que me escuches y aceptes mis consejos.

16 Mira, quienes están sufriendo más que todos los demás, son los tres hombres que has condenado a veinticuatro horas de angustia mortal.

17 Considera que Yo no tengo satisfacción alguna con el dolor excesivo de los miserables. Por eso vayamos antes allí para socorrer a esos tres infelices. Y después visitaremos en la ciudad y en el puerto a los demás que son menos desdichados.

18 Si me haces caso, entonces voy contigo. De lo contrario me quedo en casa. Porque mira: Yo también, a mi manera, soy señor y puedo hacer lo que quiero sin necesidad de ti. De modo que ya sabes: Iré contigo si aceptas mi consejo».

Capítulo 74

Indulto de los tres sacerdotes subalternos.

Estos mueren de alegría, pero el Niño Jesús los reanima

1 Al escuchar estas palabras del pequeño orador en la cuna, como Cirenio a veces le llamaba, quedó totalmente desconcertado y no sabía qué hacer.

2 Porque, por un lado, se veía profundamente comprometido ante el pueblo que lo consideraría un gobernador vacilante

3 y por otro tenía demasiado respeto al poder comprobado del Niño.

4 Y como tras larga reflexión no pudo llegar a tomar una decisión, dijo más bien para sí mismo: «¡Vaya con el escollo de Escila...! ¡Vaya con el torbellino de Caribdis...! Oh, ¡mito de Hércules en la encrucijada!

5 Aquí estoy yo, ¡el héroe entre el escollo y el torbellino!

6 Aunque escape del uno, ¡seguro que el otro será mi perdición!

7 ¿Qué puedo hacer? ¿Me mostraré por primera vez indeciso ante el pueblo por cumplir con la Voluntad de este Niño tan poderoso?

8 ¿O voy a atenerme a mi propia decisión de por sí ya tan misericordiosa?».

9 A esto el Niño le llamó de nuevo y le dijo sonriendo: «Mi querido amigo, ¡estás mezclando huevos vacíos con nueces huecas!

10 ¿Qué son ante mí Escila, Caribdis y Hércules el héroe? Tú, ¡sígueme a mí y no tendrás que ver nada con semejantes vanidades!».

11 Con estas palabras del Niño, a Cirenio se le disiparon las dudas:

12 «¡Sí, vida mía, mi pequeño Sócrates, Platón y Aristóteles en la cuna! Te satisfaré ¡cueste lo que cueste!

13 ¡Adelante pues, vayamos al lugar del suplicio para que en seguida pueda conmutar la sentencia de muerte en indulto!».

14 En este momento Maronio se acercó a Cirenio.

15 «Alteza imperial, es aconsejable cumplir con el consejo del Niño, porque ahora mismo recuerdo que, en asuntos del clero, la pena de muerte sobre sacerdotes no debe ser pronunciada sin el consentimiento del Pontifex maximus6,

16 a no ser que se trate de un asunto subversivo. Pero en este caso se trata sólo de unos que siguen ciegamente la propia causa.

17 De modo que sería muy conveniente hacerle caso del consejo del Niño».

18 Cirenio se alegró mucho de la observación de Maronio y, junto con todo el grupo, rápidamente se puso en camino hacia el lugar del suplicio.

19 Una vez allí, encontró a los tres sacerdotes subalternos casi inanimados por la angustia de una muerte tan horrible.

20 Sólo a uno de ellos le quedaba todavía suficiente lucidez para pedir a Cirenio una ejecución más misericordiosa.

21 Pero Cirenio respondió, dirigiéndose a los tres: «¡Ved este Niño en los brazos de su madre! ¡Este Niño os devuelve la vida, con lo que también yo os la regalo!, así pues, ¡revoco mi sentencia!

22 ¡Levantaos, pues, sois libres! Y vosotros, guardias, jueces y verdugos, ¡idos y llevaos todos los utensilios! ¡He dicho!».

23 Esta demostración de misericordia arrebató la vida a los tres sacerdotes subalternos de tal manera que murieron. Pero el Niño extendió el brazo sobre ellos y se despertaron. Luego siguieron a su pequeño salvador.

Capítulo 75

Visita a la ciudad después de la tormenta. Cirenio quiere tirar su espada

1 Dejando rápidamente el lugar del suplicio, todo el grupo, incluidos los tres sacerdotes subalternos indultados, se dirigió a la ciudad.

2 Cuando llegaron a la plaza mayor y vieron los montones de escombros que habían quedado del Templo y del palacio de los sacerdotes,

3 Cirenio se llevó las manos a la cabeza y exclamó en voz alta:

4 «¡Cómo ha cambiado todo esto! ¡Sólo puede ser obra de un Dios!

5 ¡A Él no le cuesta nada más que un gesto y con su Omnipotencia reduce todo el mundo a polvo!

6 ¿Y vosotros, criaturas, queréis desafiar a Aquel a quien obedecen los elementos?

7 ¿Vosotros queréis ser jueces en donde la Omnipotencia divina reina, y queréis dominar donde el menor gesto del Señor eterno os destruye?

8 ¡Y yo, insensato, llevo todavía una espada como si tuviera algún poder!

9 ¡Fuera este trasto! ¡Este mismo montón de escombros es el sitio más adecuado para ella! ¡Mi verdadera espada serás Tú, a quien la madre lleva en sus brazos!».

10 Dicho y hecho: Cirenio se quitó la espada junto con el cinturón de honor para lanzarlos con toda fuerza al montón de escombros.

11 Pero el Niño, desde los brazos de su madre, le detuvo:

12 «No, Cirenio, ¡no hagas eso! Porque quien lleva la espada como tú, la lleva con todo derecho.

13 Quien la utiliza como arma, ¡que la tire!

14 Pero quien la lleva como báculo pastoral, ¡que la guarde! Porque así es la Voluntad de Aquel a quien el Cielo y la Tierra tienen que obedecer eternamente.

15 Tú eres un pastor para aquellos que están inscritos en el libro de tu espada.

16 Por lo tanto, vuelve a ceñírtela, para que tu pueblo sepa que eres su pastor.

17 Si tu rebaño consistiera únicamente en ovejas, entonces no necesitarías báculo.

18 Pero entre las ovejas hay muchos carneros por lo que sería más conveniente darte un báculo más que quitarte uno...

19 Es cierto que no existe poder alguno fuera de Dios. Pero si Dios mismo te concede un cierto poder, ¡no lo menosprecies tirando tu espada sobre algo que Dios ya ha juzgado!».

20 Al oír estas palabras, Cirenio volvió a ceñirse su espada, adorando al Niño en silencio.

21 Los tres sacerdotes subalternos quedaron pasmados ante la sabiduría del Niño Jesús.

Capítulo 76

José presenta una breve y buena mitología de los dioses

1 Con el mayor respeto los tres sacerdotes subalternos se acercaron a José y le preguntaron de qué manera este niño había podido llegar a tanta sabiduría y cuál era su edad.

2 José dijo: «No preguntéis antes de tiempo, porque una respuesta prematura podría costaros la vida.

3 Seguid antes nuestro ejemplo, olvidad vuestros muchos dioses y creed que no hay más que un solo Dios verdadero de los Cielos y de la Tierra. Creed que este único y verdadero Dios es Aquel a quien el pueblo de Israel adora y honra en Jerusalén. De esta manera descubriréis en vuestro interior de dónde proviene su sabiduría».

4 «Nos hablas unas cosas muy extrañas», contestaron los tres sacerdotes subalternos. «¿Quieres decir que nuestros dioses principales

5 como Júpiter, Apolo, Mercurio, Vulcano, Plutón, Marte y Neptuno, Juno, Minerva y Venus son meros productos de la fantasía humana?».

6 «Escuchad, amigos: Todos vuestros dioses fueron creados por la fantasía de vuestros antepasados que todavía conocían al Dios Unico.

7 Eran poetas y cantantes muy originales en las cortes de los antiguos reyes de este país, y con interpretaciones adecuadas, personificaron las cualidades del verdadero Dios único.

8 Para ellos Júpiter representaba la bondad y el amor del Padre, desde la eternidad. Apolo era la sabiduría del Padre y Minerva el poder de dicha sabiduría.

9 Mercurio representaba la omnipresencia del Dios único mediante su Voluntad omnipotente.

10 Venus representaba la gloria, la hermosura y la eterna juventud del ser divino.

11 Vulcano y Plutón representaban el pleno poder del Dios Unico sobre la Tierra.

12 Marte representaba la seriedad divina, el juicio y la muerte para los condenados.

13 Neptuno representaba al Espíritu activo del Dios único en todas las aguas y cómo animaba a la Tierra a través de ellas.

14 Del mismo modo la antigua Isis, como también Osiris, representaban la sagrada santidad divina que, desde todas las eternidades, es el amor y la sabiduría divina en sí.

15 E igualmente todos los demás dioses de menor categoría representaban cualidades del Dios Unico en cuadros correspondientes.

16 De modo que se trataba de una interpretación muy acertada porque entonces se sabía que todo se refería a uno y el mismo Dios único en sus diversas manifestaciones.

17 Pero con el tiempo los hombres quedaron ofuscados y cegados por su egoísmo, amor propio y ambición.

18 Perdieron el espíritu y no les quedó sino la materia, con lo que se convirtieron en paganos; es decir, se volvieron verdaderos materialistas y perdieron al Dios único, royendo las imágenes externas huecas y no comprendidas como perros que con hambre feroz roen huesos ya totalmente descarnados. ¿Me habéis comprendido?».

19 Los tres sacerdotes subalternos se miraron arqueando las cejas y respondieron: «En efecto ¡estás mejor informado sobre nuestra religión que nosotros mismos! ¿Cómo es posible que sepas todo eso?».

20 «Tened un poco de paciencia y el Niño os lo revelará», les indicó José. «Ahora seguidnos y no volváis a reincidir más».

Capítulo 77

Exhumación de los enterrados. Reanimación de los tres guías

de las catacumbas aparentemente muertos

1 Los tres sacerdotes subalternos dejaron de hacer más preguntas porque reconocieron en José a un hombre muy iniciado en los antiguos misterios de Egipto, conocimientos que fueron guardados en secreto por los sumos sacerdotes de aquel país.

2 Cirenio preguntó a los tres sacerdotes subalternos sobre cuántos colegas suyos podían haber encontrado la muerte debajo de los escombros.

3 «Señor gobernador, no podemos decirlo con precisión,

4 pero seguramente fueron más que setecientos, sin contar los discípulos de ambos sexos».

5 «En fin», respondió Cirenio, «ya nos enteraremos más detalladamente».

6 Luego le preguntó a José si no sería mejor extraer las víctimas enterradas de debajo de los escombros.

7 «Sin duda alguna», le respondió este. «Es hasta un deber porque aún cabe dentro de lo posible que haya algunos alumnos con vida en las catacumbas».

8 Ante este consejo Cirenio movilizó dos mil obreros para que quitaran los escombros.

9 En pocas horas recuperaron siete cadáveres; se trataba de los cuerpos de los guías de las catacumbas.

10 «Lo siento mucho», dijo Cirenio, «porque sin su ayuda nos resultará imposible orientarnos en las catacumbas».

11 A eso intervino el Niño: «Oye, Cirenio, en las catacumbas encontrarás pocas cosas interesantes

12 porque están abandonadas desde hace varios siglos y repletas de barro y sabandijas de toda clase.

13 Estos siete hombres únicamente tenían el título de guía de las catacumbas, pero no las habían pisado nunca.

14 Y para que creas todo lo que te estoy diciendo, también te informaré de que no han muerto real sino sólo aparentemente. De modo que es posible volver a reanimarlos.

15 Haz que vengan unas cuantas mujeres fuertes para que les froten las sienes, el pecho, la nuca, las manos y los pies, y veréis lo pronto que los siete despiertan de su catalepsia».

16 «Pero si Tú los tocaras, seguro que también se despertarían», dijo Cirenio.

17 «Cumple lo que te dije», insistió el Niño, «porque no debo hacer demasiado si no quiero que la bendición se convierta en un juicio para el mundo».

18 Cirenio no comprendió estas palabras, no obstante, siguió el consejo.

19 En seguida hizo que trajeran a diez mujeres robustas que frotaron a los siete guías.

20 Después de algunos minutos, los siete se despertaron y preguntaron a los presentes qué era lo que les había sucedido y qué estaba pasando allí.

21 En seguida Cirenio dispuso que los llevasen a un buen albergue. El pueblo quedó profundamente admirado por esta resurrección y faltó poco para que venerasen a las diez mujeres.

Capítulo 78

Más reanimaciones. Una tormenta inteligente

1 Los trabajos de excavación continuaron. Cirenio dio la orden de separar los cuerpos menos mutilados, llevarlos a determinada plaza y ponerlos boca abajo, encima de una especie de esteras.

2 «Y sólo a los mutilados los quemáis o los enterráis en el cementerio, a ocho pies de profundidad;

3 de modo que únicamente a los menos mutilados les aplicáis el mismo tratamiento vivificador que a los siete guías.

4 Si alguno de ellos volviera en sí, llevadle al mismo albergue donde están los otros siete».

5 Dadas estas órdenes, Cirenio se fue con su séquito para visitar otras partes de la ciudad.

6 Al constatar que en parte alguna había ninguna casa particular dañada, se admiró sobremanera,

7 y tanto más cuanto que todos los templos paganos habían quedado reducidos a escombros excepto uno pequeño cuya puerta cerrada llevaba la inscripción: «Al Dios desconocido».

8 Una vez que Cirenio y con su séquito inspeccionaron toda la ciudad de unos ochenta mil habitantes, llamó la atención a José sobre su observación:

9 «Te digo en secreto que tengo ganas de reírme del resultado tan extraño del terremoto y de la tormenta.

10 Pues mira: A lo largo de esta misma calle sólo se ven casas construidas muy pobremente con piedras sin argamasa.

11 Se diría que no deben tener solidez suficiente ni para soportar la coz de un caballo fuerte.

12 Lo curioso es que estas casas tan frágiles han quedado todas intactas; no veo ni una sola que esté dañada,

13 mientras que los templos que estaban construidos para durar miles de años y que se encontraban en medio de estas casas frágiles, han sido todos reducidos a montones de polvo.

14 ¿Qué opinas tú acerca de este fenómeno? ¿No es evidente que el terremoto y la tormenta hayan actuado con inteligencia?

15 Tengo que confesarte la impresión que tengo, para mí una gran satisfacción:

16 Si no fue tu hijo el que con sus dedos omnipotentes ha jugado un poco debajo de los templos, entonces no me llamo Cirenio».

17 «Guarda ese secreto para ti», le dijo José, «pues también yo supongo que debe de ser así.

18 Pero de momento me parece que sería conveniente irnos al puerto; tal vez haya allí un trabajo para mí».

19 Cirenio estuvo de acuerdo y, andando por la costa, se dirigieron al puerto.

Capítulo 79

En el puerto y de vuelta a la casa. Desvío al volver a casa

1 Llegados al puerto, en parte estaba construido por la naturaleza y en parte por la mano del hombre, Cirenio quedó bastante sorprendido

2 porque no pudo descubrir daño alguno, a excepción de que en su magnífico barco todos los ornamentos mitológicos estaban completamente destruidos.

3 «Con el buen estado en que están las cosas, tus hijos no encontrarán mucho trabajo aquí», dijo a José.

4 «Ni un solo barco fue dañado, salvo el mío, donde, con mi total asentimiento, parece que los ídolos llegaron a tragar agua salada.

5 A mí me parece muy bien y seguro que nunca más volveré a colocar algo semejante en mi barco.

6 Por eso: ¡Alabado sea tu Dios!

7 No hay duda que habrá que reparar algunos daños insignificantes en los barcos. Pero de todos modos remuneraré a tus hijos como si los daños hubieron sido más graves».

8 «No te preocupes por el jornal de mis hijos», le contestó José.

9 «Mira: te hemos ofrecido nuestra asistencia no por la ganancia sino por la alegría de poder prestarte un buen servicio. Pero vemos que el Señor ya te ayudó, y mejor así porque ya no nos necesitas.

10 Como ya lo hemos visto todo y como es bastante tarde, me parece mejor que nos volvamos a casa. Si aún queda algo más por inspeccionar, podremos muy bien hacerlo mañana».

11 Cirenio estuvo de acuerdo: «Tienes razón; y además la madre me preocupa. ¡Volvamos, pues!

12 Haré traer una litera para que con su Niño la puedan llevar a casa».

13 En este mismo momento el Niño se hizo oír:

14 «Muy buena idea», dijo a Cirenio, «porque mi madre está ya bastante cansada de tener que llevarme todo el tiempo.

15 Pero no toméis el camino de la plaza donde están depositados los sacerdotes,

16 porque si Yo pasara por donde ahora hay unos cien cuerpos tendidos en las esteras,

17 todos resucitarían a la vez, lo que para ti y para todo el pueblo acarrearía un juicio7 de malas consecuencias.

18 Pero si despiertan durante la noche con la ayuda humana y mi influencia secreta,

19 entonces se disimulará la evidencia de un milagro, y tú y todo el pueblo evitaréis el riesgo de caer en un juicio que causa la muerte eterna del espíritu».

20 Cirenio siguió el consejo con mucho gusto. Poco después llegó la litera y María la ocupó con el Niño;

21 y todo el grupo, incluso los tres sacerdotes subalternos, tomaron otro camino para la vuelta y llegaron a la casa de José sin contratiempos.

Capítulo 80

Alegría del Niño al encontrar a Jacobo.

«A los que amo, también les gasto bromas y les pellizco»

1 De vuelta a casa, José se dirigió a sus hijos que ya estaban preparando el almuerzo:

2 «Muy bien hecho, hijos míos, os anticipasteis a lo que os quería pedir. Pero hoy tenemos tres invitados más; se trata de los tres sacerdotes subalternos que esta mañana estaban todavía condenados a muerte.

3 Los trataremos con la mayor atención para que lleguen a ser nuestros amigos y reconozcan a nuestro Padre en el Cielo que,

4 mediante la alianza establecida entre Él y nuestros padres, nos ha elegido como hijos.

5 Tú, Jacobo, sal en seguida para atender a la madre que está muy cansada y encárgate de nuestro adorable Niño.

6 Y llévalo en seguida a la cuna porque parece que tiene mucho sueño».

7 Sin demora Jacobo salió afuera donde, en el mismo momento, María estaba bajándose de la litera. Con gran cariño tomó al Niño de los brazos de la madre.

8 Pero también el Niño manifestó una gran alegría y brincó en los brazos de Jacobo. Sonriéndole, le pellizcó y le tiró de los pelos hasta donde sus manitas alcanzaban.

9 Los tres sacerdotes subalternos que tenían un gran respeto hacia el Niño se alegraron en el fondo de sus corazones al ver algo realmente infantil en él.

10 Uno de ellos se acercó a Jacobo y le preguntó en buen hebreo:

11 «Dime, ¿este niño milagroso siempre es tan travieso como los otros cuando tienen dos o tres años?».

12 Antes de que Jacobo hubiera podido decir algo, el Niño respondió:

13 «Sí, sí, amigo mío, a aquellos que amo también les gasto bromas, y pellizco a todo el que esté a mi alcance. Pero eso lo hago sólo con aquellos que me aman como Jacobo.

14 Pero no les hago daño. ¿Verdad, mi querido Jacobo, que no te hago daño cuando te pellizco y te tiro en los pelos?».

15 Jacobo, conmovido hasta las lágrimas como siempre, le respondió: «Mi pequeño divino hermano, ¿cómo podrías Tú hacerme daño?».

16 «Jacobo, ¡tú me amas de verdad!», dijo el Niño;

17 «y te digo que también Yo te amo, y tanto, que ni aún después de eternidades estarás realmente consciente de lo mucho que te amo.

18 Mira: Los Cielos son inimaginablemente inmensos y contienen incontables y brillantes mundos de luz, portadores de incontables seres de tu especie, seres sumamente felices.

19 Pero entre ellos no hay quien sea más feliz que tú ahora, mi querido hermano. Aunque aún no me comprendas, con el tiempo ya me comprenderás... Y como todos estáis todavía levantados, de momento Yo tampoco quiero dormir, ¡pero sí quedarme contigo!».

20 Estas palabras de nuevo conmovieron a Jacobo de tal manera que lloró lágrimas de alegría y de amor, mientras que el sacerdote que había hecho la pregunta, casi se desplomó por un profundo respeto y alta consideración hacia el Niño.

Capítulo 81

Cirenio desea que el santo Niño también le pellizque.

Una profecía sobre Roma

1 Cirenio que había oído perfectamente esta conversación, en seguida se dirigió al Niño para reclamar con cariño:

2 «Mi amor, ¿entonces a mí no me amas tanto puesto que hasta ahora nunca me pellizcaste ni me diste tirones cuando te tuve en brazos?».

3 «¡No te preocupes, Cirenio! Porque mira: Todas las contrariedades que pasaste por mi causa fueron pellizcos y tirones que venían de mí porque te amo mucho.

4 ¿Entiendes lo que quiero decirte?

5 Aún te pellizcaré muchas veces y, por Amor hacia ti, seré bastante travieso...

6 Pero no tengas miedo de mí porque, como hasta ahora, no te haré daño alguno».

7 «Sí, mi vida, te comprendo muy bien», dijo Cirenio algo perplejo y con el corazón lleno de respeto ante el Niño,

8 «y sé que todo lo que me has dicho es de una gran importancia.

9 ¡Pero aun así me gustaría mucho que me pellizcaras y bromearas un poco conmigo como lo haces con tu hermano!».

10 «Pero amigo mío, ¡no seas más infantil que Yo!

11 ¿Acaso te imaginas que te daría más Amor pellizcándote?

12 Estás muy equivocado, ¡porque amarte más de lo que ya te amo es imposible!

13 Te digo que tampoco tú, aun después de eternidades, podrás percibir ni aproximadamente la inmensidad de mi Amor para contigo.

14 Te digo que no pasará ni un siglo y gran parte de Roma entrará en mi Reino.

15 Aún no ha llegado la hora, pero créeme: estás ante el umbral que dentro de poco muchos traspasarán,

16 bien entendido no física sino espiritualmente, para entrar para siempre en mi futuro Reino».

17 Con estas palabras del Niño todos quedaron boquiabiertos y tampoco Cirenio sabía cómo interpretarlas.

18 Por eso se dirigió a María para preguntarle si había comprendido lo que el divino Niño había dicho.

19 «Si se tratara de un niño corriente, nosotros los humanos le comprenderíamos», le respondió pensativa,

20 pero como es de una naturaleza superior no lo comprendemos. De todos modos guardemos sus palabras dentro de nosotros, y a la hora debida nos será revelado su sentido.

Capítulo 82

José cita el velo de Isis; buena explicación de Maronio

1 Poco después José salió de la casa para invitar a todos a la mesa, pues la comida estaba ya preparada.

2 Pero Cirenio andaba todavía demasiado ocupado con sublimes pensamientos a los que daba vueltas en su cabeza. Por eso Cirenio le llamó y le contó todo lo que le habían dicho el Niño y después también María.

3 De modo que le preguntó a José cómo tenía que interpretar las palabras del Niño.

4 José, al darse cuenta del estado entre emocionado y excitado en que Cirenio se encontraba, respondió a su pregunta con otra:

5 «Hermano, ¿acaso no conoces el mito que cuenta la historia de un hombre que quiso levantar el velo de Isis?».

6 «Por supuesto, ese mito me es perfectamente conocido. Aquel hombre pereció miserablemente.

7 Pero ¿qué relación hay entre este mito y mi pregunta?».

8 «¡Quiero decirte que aquí hay alguien más importante que Isis!

9 ¡Por eso sigue al consejo de mi mujer y siempre andarás bien!».

10 Maronio Pila, que se encontraba cerca de ambos, añadió:

11 «Alteza imperial, aunque en general soy bastante ignorante respecto a estas cosas, por esta vez me parece que he comprendido enteramente al sabio».

12 «Si estás tan convencido, ¡enhorabuena!

13 Yo, de momento, aún no tengo esta suerte...

14 En general mi cerebro no me abandona, pero esta vez se niega a prestarme el servicio debido».

15 «Según mi entender, yo lo comprendo así», continuó Maronio Pila: «¡No extiendas la mano a cosas que están fuera de tu alcance porque tu brazo resultará demasiado corto!

16 Por supuesto, sería un gran honor ser un Faetón presuntuoso;

17 pero ¿qué puede hacer el pobre mortal si el Sol sigue su camino demasiado lejos de él?

18 El débil mortal tiene que conformarse con su luz. Y, conforme o no, ha de admitir que el poder de mover el Sol y el honor de guiarlo corresponden a otros seres que tienen brazos más largos que los suyos.

19 Lo que alcanza el brazo invisible de este Niño, ya lo vimos ayer...

20 Eso es, alteza imperial. ¿Acaso estoy equivocado?».

21 Cirenio le dio toda razón y su corazón empezó a calmarse. Luego todos entraron en la casa para confortarse con la frugal comida.

22 Los tres sacerdotes subalternos casi no se atrevían a levantar sus ojos; pues, estaban convencidos que el Niño era Zeus o el destino en persona.

Capítulo 83

Los tres sacerdotes subalternos paganos quieren huir

1 Después de la comida, cuando todos ya se hubieron levantado de la mesa, uno de los sacerdotes se dirigió con profunda humildad a José:

2 «¡Urano o por lo menos Saturno, padre de Júpiter!, porque eres indudablemente uno de ellos en persona, pese a que en la ciudad procuraste disimular tu Divinidad ante nosotros.

3 Sabemos que lo hiciste únicamente con la intención de ponernos a prueba para ver si te reconocíamos o no.

4 Y durante algún tiempo realmente no te reconocimos, por lo que ahora te pedimos perdón por nuestra gran ceguera.

5 Las palabras de tu hijo nos han orientado y ahora sabemos muy bien a qué atenernos.

6 ¡Concédenos la alegría de indicarnos de qué forma podríamos ofrecerte un sacrificio a ti, a tu divina esposa y a tu hijo, que seguramente es Júpiter rejuvenecido mediante tu omnipotencia».

7 José estaba sorprendido por el cambio de actitud de los tres sacerdotes a los cuales, en la ciudad, les había explicado tan clara y explícitamente el error fundamental de su creencia pagana.

8 Por eso reflexionó sobre lo que debía responderles.

9 Pero el Niño que estaba en brazos de Jacobo, le pidió que lo acercase hasta donde se encontraba José, y una vez a su lado, le dijo:

10 «Deja a estos pobres sacerdotes subalternos y no les hagas ningún reproche; pues son ciegos que duermen y sueñan.

11 Pero retenlos algunos días aquí y mis hermanos ya se encargarán de despertarlos de sus sueños. ¡En cuanto sepan que vosotros mismos rezáis a Dios, dejarán a su Urano, a su Saturno y a su Júpiter!».

12 Estas palabras tranquilizaron a José del todo y sin demora invitó a los sacerdotes subalternos a que por el momento se quedasen en su casa hasta que se encontrara para ellos una función conveniente.

13 Los tres sacerdotes subalternos que, por profundo respeto, casi no tenían valor ni para respirar, menos todavía se atrevieron a rechazar la invitación porque no sabían el terreno que pisaban.

14 Por eso aceptaron. Pero murmuraban entre sí:

15 «Si fuera posible escaparnos de aquí para escondernos en el último rincón de la Tierra, ¡que felices seríamos!

16 Pero nos ha tocado quedarnos en presencia de estos dioses principales... ¡Menudo sufrimiento para nosotros que somos indignos!».

17 Cirenio escuchó lo que los tres sacerdotes subalternos refunfuñaban y se acercó a ellos para reprenderlos.

18 Pero el Niño intervino: «¡Detente, Cirenio, Yo sé muy bien en qué estado de ánimo se encuentran.

19 Su plan es fruto de su ceguera y de su miedo exagerado. Sólo intentan huir de nosotros al rincón más remoto de la Tierra.

20 Eso es todo; de modo que no hay nada que reprocharles.

21 En esta casa la justicia, ¡déjamela a mí! Y puedes estar seguro que nadie será víctima de injusticia alguna».

22 Cirenio quedó conforme y, junto con José, volvió a salir de la casa, mientras que los tres sacerdotes subalternos se fueron al cuarto que se les había asignado.

Capítulo 84

Leyenda sobre el origen de la ciudad de Zoán

1 José y Cirenio conversaron al aire libre sobre diversos asuntos mientras que María se quedó en la casa para atender al Niño.

2 Los hijos de José estaban ocupados en asuntos domésticos y los siervos de Cirenio les ayudaban.

3 Después de haber charlado sobre cosas de menor importancia, Cirenio dijo:

4 «Esta ciudad tiene aproximadamente ochenta mil habitantes, contando también los de los barrios de las afueras.

5 Entre ellos existen muy pocos de tu creencia y religión.

6 Según tengo entendido, en su mayoría son paganos enraizados que profesan la idolatría desde hace miles de años.

7 Tienen todos sus templos en esta antigua ciudad, de la cual una leyenda cuenta que fue construida por el mismo Zeus como monumento a la victoria de los dioses sobre los gigantes de la Tierra, tras una guerra que hubo entre ellos.

8 La leyenda dice que Mercurio recogió los huesos de los gigantes y los hundió en el mar y de esta manera surgió este país.

9 Durante un mes Zeus hizo llover arena y ceniza sobre los huesos y, ocasionalmente, también rocas más o menos pesadas.

10 Luego mandó a la vieja Ceres que fertilizara estas tierras y que construyera una ciudadela y una ciudad no muy lejos del mar, como símbolo de la gran victoria.

11 Zeus mismo la poblaría con el género humano por los tiempos de los tiempos...

12 Con esta leyenda podrás comprender fácilmente que este pueblo, más que cualquier otro del mundo, está convencido que habita la ciudad que los dioses construyeron.

13 Y esa es la razón por la que nadie se atreve a reparar los considerables desperfectos de las casas construidas por los dioses, para no pecar contra ellos.

14 Están convencidos de que la construcción de los templos fue obra de la vieja Ceres, que ella misma puso manos a la obra ayudada por Mercurio y por Apolo.

15 El mito se ha convertido en firme convicción de este pueblo que, por lo demás, es de buena índole, un pueblo extraordinariamente honrado y hospitalario a pesar de su pobreza.

16 Ahora me pregunto qué habría que hacer si se les ocurriera exigir la reconstrucción de sus templos...

17 ¿Deberíamos reconstruirlos o no? ¿O tal vez convendría convertir a los habitantes a tu doctrina?

18 En el caso de una conversión, ¿qué consecuencias traería para los pueblos vecinos que frecuentemente visitan Zoán, ciudad que desde luego hace ya mucho tiempo que más parece un campo de ruinas que una ciudad?».

Capítulo 85

José recomienda una sólida fe en Dios y anuncia el fin de Zoán

1 Todavía dirigiéndose a José, Cirenio continuó: «En este asunto resulta difícil decidir.

2 Si con tu sabiduría verdaderamente divina pudieras darme un consejo, te lo agradecería mucho.

3 Porque cuanto más reflexiono sobre ello, tanto más complicado y confuso se vuelve».

4 «Estate tranquilo, ¡de este apuro puedes salir fácilmente!

5 Porque voy a darte un buen consejo que te mostrará claramente las medidas que tienes que tomar. Óyeme, pues:

6 En tu corazón ya vives la misma fe que yo y amas y honras al mismo Dios único y verdadero.

7 Y ahora te digo: ¡Mientras continúes preocupándote por cualquier tipo de asunto, Dios no hará nada por ti!

8 Pero si le entregas todas tus preocupaciones, y no te inquietas nada más que por llegar a conocer y amar más y más a este Dios verdadero,

9 entonces empezará a ayudarte en todo. Y lo que hoy todavía te parece oscuro, mañana lo tendrás claro.

10 De momento, que continúen limpiando los escombros de la ciudad, pero sólo donde todavía pudiera haber personas enterradas debajo de ellos.

11 Pero en los templos, donde lo más que puede haber son estatuas paganas enterradas, ¡deja las ruinas en su estado actual!

12 Porque este pueblo ignorante cree que fueron los dioses los que destruyeron todo lo que destruyeron los elementos.

13 Y por esa razón no intentarán reconstruir los templos

14 porque piensan que así actuarían contra la voluntad de los dioses que luego los castigarían sensiblemente.

15 En cuanto a los sacerdotes que por su propio interés pudieran pretender haber recibido orden de los dioses para reconstruirlos con el esfuerzo y la contribución del pueblo, ya no existen.

16 Y los que todavía existen, nunca más edificarán templos paganos...

17 Por consiguiente puedes estar totalmente tranquilo; pues el Señor del Cielo y de la Tierra hará lo mejor para ti y para todo el pueblo.

18 De todos modos, en la época actual la misma suerte les tocará aún a más ciudades que, a su vez, quedarán reducidas a escombros. De modo que no llamará la atención que Zoán sea definitivamente una ruina dentro de diez años».

19 Con estas palabras de José, Cirenio quedó bastante tranquilizado y le volvieron sus buenos ánimos.

Capítulo 86

Cirenio y su séquito se despiden de José

1 Los dos volvieron al comedor donde Cirenio dijo a José: «En este momento se me ocurre una buena idea:

2 ¿No piensas que sería conveniente preguntar su opinión sobre lo que hemos discutido fuera a los tres sacerdotes subalternos aquí presentes?

3 ¿Tal vez tranquilizarían mi conciencia definitivamente?».

4 «Si lo que te dije aún no te basta, ¡pregúntales, pues! Aquí, de todos modos, tú eres el jefe y para calmar tu corazón eres libre de hacer lo que quieras.

5 Pero te digo que no sacarás mucho provecho de ellos mientras todavía me tomen por Urano o por Saturno y al Niño por Júpiter rejuvenecido.

6 Si les preguntas sobre lo que te preocupa, ya verás que te mandarán a mí o al Niño».

7 Cirenio entendió que José tenía toda la razón y desistió de su idea.

8 «Ahora todo está claro y me quedo tranquilo», contestó Cirenio al poco. «De modo que puedo volver a ocuparme de mis obligaciones oficiales.

9 Por eso, y como el día ya se declina, volveré con mi séquito a la ciudad.

10 Mañana por la tarde estaré de nuevo contigo. Sólo en el caso de que necesite tu consejo, tal vez haga que te busquen por la mañana».

11 José le bendijo como también a Maronio. Cirenio se dirigió aún a la cuna y dio cuidadosamente un beso al Niño que dormía.

12 Luego se levantó y, con lágrimas en los ojos, salió de la casa y se marchó.

13 Ya alejándose, miró muchas veces para atrás; pues esta casa significaba para él más que todos los tesoros del mundo.

14 José envió una bendición tras otra a Cirenio y a su grupo mientras pudo divisarlos.

15 Sólo cuando ya no pudo ver el menor rastro de ellos, volvió a la casa donde María, como siempre a aquella hora, se encontraba profundamente absorta en sus oraciones.

16 Pero al sentir la presencia de José, en seguida se levantó y le dijo: «El día de hoy me ha impresionado: ¡Pues, veo cada vez más claramente que el mundo no representa ventaja alguna para los seres humanos!».

17 «Eso por supuesto; pero mientras que el Señor este con nosotros, tampoco perderemos nada en el mundo. Por eso ¡ánimo! Mañana el antiguo Sol volverá a salir espléndido como siempre; ¡Dios sea alabado eternamente! Amen».

Capítulo 87

María, ejemplo de humildad femenina

1 María nunca hablaba mucho. Y en contra de la costumbre de las mujeres de querer siempre tener la última palabra, quedó conforme con el simple y conciso consuelo de José.

2 Luego se fue a dormir, mientras que José la encomendaba al Señor en su corazón.

3 Después José se dirigió a sus hijos para decirles: «Hoy hace una tarde magnífica y podemos muy bien salir un poco al aire libre.

4 Ahí, en la inmensidad del santo Templo del Señor, vamos a entonar un cántico de alabanza para agradecerle lo mucho que nos ha concedido desde el principio del mundo».

5 Inmediatamente los hijos dejaron todo como estaba y le siguieron.

6 José los llevó a una pequeña colina a unos cien pasos de la casa. La colina formaba parte de su propiedad y tenía una altura de unas veinte brazas.

7 Los tres sacerdotes subalternos se dieron cuenta del desplazamiento y pensaron que los dioses iban a dirigirse al Olimpo para participar en una reunión con los otros dioses.

8 Por eso los tres salieron de su cuarto para seguir furtivamente al pequeño grupo.

9 Llegados a la colina, se quedaron detrás de una higuera para escuchar desde allí lo que los supuestos dioses iban a decidir en el Olimpo.

10 Pero ¡qué sorpresa se llevaron cuando oyeron que sus imaginarios dioses de primer orden empezaban a adorar y alabar fervorosamente a un solo Dios!

11 Lo que les impresionó más que todo fue el salmo 90 de David:

12 «Señor, Tú nos has sido refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la Tierra y el mundo, y desde la eternidad y hasta la eternidad, tú eres Dios.

13 Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, y dices: “¡Convertíos, hijos de la Tierra!”.

14 Porque mil años ante tus ojos, son como el día de ayer que pasó como una vigilia en la noche.

15 Los haces pasar como un río, son como sueño; como la hierba que crece en la mañana;

16 en la mañana florece y crece, durante el día se marchita, a la tarde es cortada y se seca.

17 Tu furor nos consume, y tu ira la que nos hace perecer tan repentinamente,

18 Pusiste nuestras maldades frente a ti, nuestros yerros a la luz de tu rostro.

19 Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira; acabamos nuestros años como un suspiro.

20 Los días de nuestra edad son setenta años; que si en los más robustos son ochenta, y si hemos disfrutado de ella, fue a base de molestias y de trabajo; pues, se fue como si estuviéramos volando.

21 ¿Quién pesa la fortaleza de tu ira, y tu indignación según la que debes ser temido?

22 Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.

23 Vuélvete, Señor, hacia nosotros y aplácate con tus siervos.

24 Sácianos presto de tu misericordia: y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días.

25 Alégranos conforme a los días que nos afligiste, y los años que vivimos mal.

26 Aparezca en tus siervos tu obra, y tu Gloria sobre sus hijos.

27 Y sea la Luz del Señor, nuestro Dios, sobre nosotros: y ordena la obra de nuestras manos; la obra de nuestras manos confirma».

28 Nada más haber oído este cántico, los tres sacerdotes subalternos volvieron a su cuarto.

29 Allí uno de ellos dijo a los demás: «¡Desde luego que no pueden ser dioses, por su manera de rezar a un dios y de reconocer sobre ellos su ira e indignación!».

30 «En eso, en realidad, no veo mucha importancia», respondió otro. «Pero lo que sí resulta escalofriante ¡es que esa oración se refirió plenamente a nosotros!

31 ¡Pero callémonos ahora que los que rezaban vuelven! Mañana estudiaremos este asunto más profundamente. ¡Ya vienen!».

Capítulo 88

Joel muere por la picadura de una serpiente. Resurrección del muerto

1 José dijo a sus hijos que terminaran sus quehaceres y que después se acostaran.

2 Y como él mismo también tenía bastante sueño, se fue igualmente a descansar.

3 Así terminó para ellos esta jornada tan cargada de acontecimientos.

4 Al día siguiente José se levantó, como de costumbre, bastante antes de salir el Sol y despertó también a sus hijos para el trabajo.

5 «Al que madruga, Dios le ayuda», fueron sus palabras. «Pues, en lo que se hace muy de mañana hay más bendición que en todo el empeño del resto del día».

6 Como Jacobo tenía que quedarse de niñero, José se fue al campo con sus cuatro hijos mayores para trabajar la tierra.

7 El hijo mayor trabajó con más empeño que ninguno porque quería adelantar a los demás.

8 Pero cuando estaba removiendo la tierra, de repente, salió una serpiente muy venenosa del suelo.

9 Se lanzó velozmente contra Joel y le mordió el pie.

10 ¡Cómo no iban a acudir sus hermanos corriendo para matarla a palos!, pero a pesar de todo el pie de Joel se hinchó visiblemente. Pronto se desmayó y le sobrevino la muerte.

11 José y los tres hermanos empezaron a llorar y a pedir a Dios que le volviera a la vida.

12 Y José maldijo a la serpiente y exclamó: «¡Nunca más una serpiente se arrastrará en este suelo!».

13 Y, dirigiéndose a sus hijos, continuó: «¡Levantad a vuestro hermano y llevadle a casa! ¡Habrá sido la Voluntad del Señor la que me quitó al primogénito!».

14 Con muchas lágrimas los tres hermanos llevaron al Joel a casa. José rasgó su ropa y les siguió lamentándose.

15 Cuando llegaron, María, asustada por los lamentos, vino a su encuentro con el Niño en los brazos y acompañada por Jacobo.

16 Ambos gritaron de dolor al ver a Joel inanimado y a José con la ropa rasgada.

17 También los tres sacerdotes subalternos acudieron y se asustaron mucho al ver al muerto.

18 Uno de ellos se dirigió a José y le dijo: «Sólo ahora estoy del todo convencido que tú no eres sino un hombre; porque si fueras un dios, ¿cómo podría morir un hijo tuyo sin que en seguida le resucitases?».

19 «¡Estáis todos equivocados!», intervino el Niño, «Sé que Joel está desmayado y duerme, ¡pero no muerto!

20 ¡Traed una cebolla albarrana para apretarla contra la herida, y dentro de poco Joel volverá en sí!».

21 Corriendo José fue buscar la cebolla y se la puso a Joel en la herida.

22 A los pocos momentos, Joel volvió en sí y preguntó qué es lo que le había pasado.

23 Se lo contaron todo y alabaron a Dios por su salvación. Este acontecimiento inspiró a los tres sacerdotes subalternos un gran respeto hacia el Niño; pero aún más grande fue su respeto ante la cebolla...

Capítulo 89

José hace la promesa de un sacrificio. El Niño Jesús protesta.

El sacrificio agradable a Dios

1 Después José fue con su familia al dormitorio donde durante una hora, en voz alta, alabó a Dios,

2 e hizo la promesa de que ofrecería un sacrificio al Señor en cuanto volviera a Jerusalén.

3 Pero el Niño lo criticó: «¿Acaso piensas que al Señor le complace algo así?

4 ¡Entonces estás totalmente equivocado! Escucha: el Señor no tiene agrado ni en holocaustos, ni en la sangre de los animales, ni tampoco en la harina, el aceite o los cereales,

5 sino únicamente en un corazón contrito, arrepentido y humilde que le ama sobre todo.

6 Pero si algo te sobra, dalo a los necesitados y harás un sacrificio agradable a Dios.

7 Por eso te dispenso de tu promesa y de la obligación ante el Templo; pues Yo tengo pleno poder para ello.

8 Un día, en Jerusalén, Yo mismo cumpliré con tu promesa, y de una manera que con ello toda la Tierra quedará saciada para toda la eternidad».

9 José tomó al Niño en sus brazos, lo besó y le dijo:

10 «Mi querido pequeño Jesús, ¡tu José te lo agradece con todo su corazón y reconoce la plena y santa Verdad de tus palabras!

11 Pero mira: Dios, tú y Padre nuestro, ordenó tales cosas a través de Moisés para que nosotros, sus hijos, cumpliésemos con ellas.

12 ¡Oh dime, Hijo mío, si pese a tu origen divino, santo y milagroso, tienes derecho a anular las leyes del gran Padre que mora eternamente en los Cielos!».

13 «José, aunque te dijera Quién soy, no me creerías; pues, no ves en mí nada más que a un hijo de los hombres.

14 Pero aun así te digo: Donde Yo estoy, también está el Padre. Y donde Yo no me encuentro, tampoco se encuentra el Padre.

15 Ahora estoy aquí y no en el Templo; ¿cómo, entonces, podría encontrarse el Padre en el Templo?

16 ¿Entiendes? Escucha: Donde está el Amor del Padre, allí se encuentra también su corazón. El Amor del Padre está en Mí, ¡y por consiguiente también su corazón!

17 Porque nadie lleva su corazón fuera de sí, de modo que tampoco el Padre. Donde se encuentra su corazón, allí también está Él. ¿Me comprendes?».

18 Estas palabras llenaron a José, María y los cinco hijos de José de presentimientos profundos y sublimes. Y todos alabaron en su corazón al Padre tan cercano a ellos.

Capítulo 90

La cuestión de las abluciones. Oposición de los tres sacerdotes

a las instrucciones de José. El Niño los lleva a la obediencia

1 María preparó el desayuno que consistía en leche fresca caliente, algo de miel perfumada con tomillo, y pan.

2 María preparó la mesa personalmente y los llamó a todos, incluso a los tres sacerdotes.

3 José se acercó con el Niño en brazos, lo entregó a María y se sentó a la mesa.

4 En seguida entonó un cántico para alabar al Señor. Y cuando terminó, preguntó por costumbre si todos se habían lavado.

5 María y los cinco hijos asintieron.

6 «¡Entonces podéis empezar!», respondió José. Luego preguntó también a los tres sacerdotes: «Y vosotros, ¿también os habéis lavado?».

7 «Nosotros no acostumbramos a lavarnos por la mañana con agua, sino por la noche.

8 Por la mañana nos ponemos aceite para defendernos mejor contra el calor del día».

9 «Eso está muy bien; y si yo estuviera en vuestra casa, haría lo mismo.

10 Pero como ahora estáis en la mía, adaptaos a mis costumbres que son mejores que las vuestras».

11 Los tres le rogaron que les dispensara de tal costumbre.

12 Cuando José dijo que aceptaría sus ruegos, intervino el Niño:

13 «¡Que cada bocado que tomen se vuelva piedra en su estómago, si no quieren lavarse con agua antes de participar en la mesa en la que Yo estoy presente!».

14 Estas palabras bastaron para que los tres sacerdotes rompiesen con su costumbre, pues pidieron agua y se lavaron.

15 De nuevo José los invitó a que participasen en el desayuno.

16 Pero esta vez se negaron; pues no se atrevían porque temían al Niño.

17 A eso el Niño de nuevo les amenazó: «Si ahora rehusáis sentaros a la mesa y tomar el desayuno con nosotros, ¡entonces moriréis!».

18 Estas palabras convencieron a los tres sacerdotes subalternos que se sentaron y comieron con un profundo respecto hacia el Niño.

19 Terminado el desayuno, José se levantó y dio gracias a Dios.

20 En seguida los tres sacerdotes subalternos le preguntaron: «¿A qué dios estás alabando? ¿No es el niño el primero y verdadero dios? ¿Cómo, entonces, es posible que te dirijas a otro para alabarle?».

21 Esta pregunta desconcertó a José de tal manera que no supo que contestar.

22 El Niño le sacó de apuros: «No te intranquilices en vano, José, porque lo que los tres dijeron se cumplirá. Por eso no te preocupes porque de todos modos rezas a un solo Padre y Dios único».

Capítulo 91

El amor, verdadera oración a Dios

1 José besó al Niño impulsivamente y exclamó: «¡Si no estuviera en ti el Corazón del Padre, nunca podrías pronunciar estas palabras!

2 ¿Dónde, en esta Tierra, existe un niño de tu edad, capaz de hablar palabras como estas que jamás pronunció sabio alguno?

3 ¡Ahora dime si debo adorarte tan sólo a ti como a mi Señor y Dios!».

4 Con esta pregunta tan directa dirigida al Niño, José sorprendió a todos los presentes.

5 Pero el Niño, con una sonrisa cariñosa, le respondió con otra pregunta: «¿Sabes, José, cómo debe el hombre rezar a Dios?

6 Ya veo que no lo sabes y por eso voy a explicártelo:

7 ¡Debe rezar a Dios en el espíritu y en la Verdad, y no moviendo los labios como los hijos del mundo que se imaginan que desgastándolos durante algún tiempo le hacen un servicio!

8 Si quieres rezar en el espíritu y la Verdad, entonces ama a Dios en tu corazón. Haz el bien a todos, tanto a amigos como a enemigos, y ante Dios tu oración valdrá como tal.

9 Pero aquel que sólo a ciertas horas determinadas fatiga sus labios ante Dios, y si durante tal empeño está pensando en diversas cosas mundanas que le importan más que esa oración y tal vez más que Dios mismo, dime, ¿acaso se puede llamar a eso una “oración”?

10 Te digo que millones de tales oraciones ante Dios, serán desoídas como una piedra desoye el griterío de un alborotador.

11 Si rezas a Dios con amor, entonces sobra la pregunta de si debieras rezarme a mí como Dios santísimo y Padre.

12 Porque quien reza de esta manera a Dios, está al mismo tiempo rezándome a Mí; pues, el Padre y Yo somos de un mismo Amor y de un mismo Corazón».

13 Con estas palabras del Niño todos llegaron a un más profundo entendimiento, pues comprendieron que Jesús es Hijo de Dios.

14 El pecho de José se llenó de la más pura felicidad celestial

15 y María, en secreto, estaba llena de júbilo por el Niño y guardaba todas esas palabras en su corazón; y lo mismo ocurría con los hijos de José.

16 Pero los tres sacerdotes se dirigieron a José:

17 «Noble sabio de todos los tiempos, nos urge hablar algunas palabras confidenciales contigo; si te parece bien, lo podemos hacer en la colina donde anoche, con tus hijos, rezaste con tanta entrega a tu Dios».

18 En este momento el Niño intervino:

19 «¿Acaso creéis que mis oídos son demasiado cortos para alcanzar vuestras bocas en la colina? ¡Qué equivocación! ¡Sabed que mis oídos tienen el mismo alcance que mis manos! De modo que muy bien podéis hablar aquí en mi presencia».

Capítulo 92

La ceguera e insensatez de los tres sacerdotes al descubierto.

El Templo del corazón

1 Los tres sacerdotes muy perplejos no sabían qué hacer, pues, no se atrevían a descubrir sus intenciones a José ante la presencia del Niño.

2 Pero el Niño los miró y dijo con voz potente:

3 «¿No es verdad que hasta de mí queréis hacer un ídolo?

4 Ya sé que en aquella colina queríais erigir un templo y colocar en él, sobre un altar de oro, una escultura que me representara y ofrecerle sacrificios a vuestra manera.

5 ¡Que no se os ocurra algo parecido porque os advierto que el que para ello dé el primer paso o haga la primera gestión, ¡caerá muerto al mismo instante!

6 Ya que estáis dispuestos a construirme un templo, ¡hacedlo en vuestro corazón, que sea un templo vivo!

7 Porque Yo estoy vivo y no muerto; por lo que quiero templos vivos pero nunca muertos...

8 Ya que parecéis convencidos de que en mí reside la plenitud de la Divinidad en persona, entonces, ¿es que no soy Yo mismo un templo suficiente para vosotros, un templo vivo? ¿Para qué queréis entonces hacerme una escultura de madera y un templo de piedra?

9 ¿Qué puede valer más, Yo mismo o un templo sin sentido con una estatua mía inanimada?

10 Si el que está vivo está con nosotros y entre vosotros, ¿para qué os podría servir uno muerto?

11 ¡Que ciegos e insensatos! ¿Acaso no es preferible que me améis a mí, en vez de erigir mil templos de piedra en los que desgastéis vuestros labios durante miles de años ante imágenes mías con ropajes bordados?

12 Si se os presentara un hombre desnudo que no tiene para comer y beber, y vosotros os dijerais:

13 “Es un semidiós porque estos seres sobrehumanos suelen presentarse así;

14 ¡hagámosle una estatua y coloquémosla en un templo, para que allí podamos adorarle!”,

15 decidme, ¿qué servicio habríais prestado a este pobre hombre, aunque hubierais fabricado su estatua de oro puro?

16 ¿No habría sido más provechoso para él que según vuestro amor lo hubierais vestido y saciado con comida y bebida?

17 Continúo: ¿Acaso Dios no está más vivo que cualquier hombre en la Tierra, si toda vida surge de Él?

18 ¿Acaso Dios podría ser ciego8, Él, que creó el Sol y te dio la vista?

19 ¿O podría ser sordo Aquel que hizo tu oído, o insensible Aquel que te dio la sensibilidad?

20 ¡Qué ideas más absurdas!

21 Ya que Dios es la Vida más perfecta y el Amor más perfecto, ¿cómo es posible que os empeñéis en adorarle y honrarle bajo una forma muerta?

22 ¡Meditad sobre ello para que se os cure vuestra ceguera!».

23 La lección hizo que los tres sacerdotes se desplomasen; pues, percibieron la santa Verdad. Durante aquel día ya no hablaron ni una sola palabra...

Capítulo 93

La mendiga ciega y su sueño. Curación de la ciega con el agua

del baño del Niño

1 Después de esta alta manifestación, los sacerdotes se retiraron a su cuarto donde se quedaron hasta la puesta del Sol.

2 Ya no hablaron nada, sino que cada uno de ellos meditó sobre las palabras de aquel Niño que hablaba tan maravillosamente.

3 José alabó a Dios en su corazón y le agradeció fervorosamente por haberle concedido la gran Gracia de llegar a ser el padre adoptivo del Hijo de Dios.

4 Después de que María hubo atendido al Niño, este fue entregado a Jacobo.

5 José, después de dar a María su ropa rasgada para que se la cosiera, se fue con sus cuatro hijos a labrar sus tierras.

6 Mientras tanto María limpió toda la casa para que todo estuviera bien dispuesto para recibir a los invitados que habían prometido venir por la tarde.

7 Terminada la limpieza, volvió a ver al Niño para asegurarse que no le faltaba nada.

8 En seguida el Niño reclamó el pecho y después su baño de agua fresca.

9 Nada más terminar el baño del Niño, una ciega entró en el cuarto de María, quejándose mucho de su desgracia.

10 María le dijo: «Veo muy bien que eres desgraciada, ¿pero qué puedo hacer yo para ayudarte?».

11 «Óyeme, pues esta noche tuve un sueño extraordinario.

12 Vi que tenías un niño muy luminoso que te pedía el pecho y un baño.

13 El baño era de agua fresca muy clara y, al bañar al Niño en ella, se llenó de muchas estrellas luminosas.

14 En aquel momento me acordé de que soy ciega y quedé sorprendida de cómo era posible que yo lo hubiera visto.

15 Entonces me dijiste: “¡Lava tus ojos con este agua y verás!”.

16 Pero cuando quise tomar el agua para lavarme los ojos, me desperté, ciega como antes.

17 Hoy por la mañana alguien me dijo: “¡Sal y busca, y encontrarás a la mujer con el Niño! ¡Y la primera casa en la que entres será la de aquella mujer!”.

18 Aquí estoy ahora, al final de mi camino, un camino lleno de peligros y de angustia».

19 Entonces María dio a la ciega el agua del baño. La mujer se lavó la cara y desde ese mismo momento vio.

20 La mujer no sabía cómo demostrar su gratitud, y en su gran alegría quería pregonarlo a los cuatro vientos en seguida; pero María se lo prohibió terminantemente.

Capítulo 94

La mujer curada predice la veneración a María

1 La mujer rogó a María que le permitiera quedarse una temporada en su casa para servir a la familia que le había hecho tanto bien.

2 María dijo: «No me corresponde a mí darte una respuesta definitiva porque no soy más que una sierva del Señor.

3 Pero si esperas hasta que vuelva mi marido del campo, él te la dará».

4 La mujer se echó a los pies de María y se puso a adorarla como a una diosa; pues como era ciega de nacimiento, consideró su curación como un milagro impresionante.

5 Pero María se lo prohibió terminantemente y se fue a otra habitación.

6 La mujer empezó a llorar porque estaba convencida de haber ofendido a su mayor bienhechora.

7 Jacobo, que estaba en el mismo cuarto jugando con el Niño, miró a la mujer.

8 «¿Por qué lloras como si alguien te hubiera hecho daño?».

9 «Apreciado joven, ¡he ofendido a la mujer que dio vista a mis ojos! ¿Cómo no voy a llorar?».

10 «¡De ninguna manera pienses algo parecido porque la joven mujer que te dio el agua del baño es más mansa que una tórtola! Por eso es imposible que le hayas ofendido.

11 Aunque alguien tuviera la intención de ofenderla, le resultaría imposible.

12 Porque a una ofensa ella contestaría con diez bendiciones, pidiendo al ofensor su amistad de manera que ni siquiera una piedra podría resistirse.

13 ¡Ves que buena es esta mujer! Así que ¡tranquilízate!, pues no me sorprendería que en este mismo momento estuviera rezando a Dios por ti».

14 Y realmente, así era. María estaba rezando para que Él iluminara la mente de aquella pobre mujer, para que entendiera que ella, María, no era sino una débil mujer.

15 Cierto que María procedía de la alta nobleza por ser descendiente del rey David, pero también lo era en el sentido espiritual; pues, cuanto más la humillaban, fuera quién fuera, tanto más satisfacción sentía.

16 Después de un rato María volvió y pidió perdón a la mujer por haberle hablado demasiado rudamente.

17 Este comportamiento de María causó tal emoción a la agradecida mujer que fue arrebatada por un inmenso amor a María.

18 En su arrebato de amor, exclamó:

19 «Oh, alma hermosa de mi sexo, ¡lo que antes tu noble corazón me negó, pueblos enteros lo harán en el futuro!

20 Cierto que entre todas las mujeres de la Tierra tú eres la primera que está en unión con los dioses y aparte de tus virtudes divinas, eres llena de amor e indescriptiblemente amable y bella».

21 «Que después de mi muerte la gente haga conmigo lo que quiera», fue la reacción de María, «¡pero durante mi vida en manera alguna!».

22 En aquel momento José volvió con los cuatro hijos y María le presentó la mujer, contándole todo que había acontecido.

Capítulo 95

Acogida de la curada en la casa de José. Novelesca historia de la mujer

1 Cuando la mujer se enteró de que José era el marido de María, se dirigió directamente a él para preguntarle si podía quedarse en su casa.

2 «Como recibiste tal Gracia según me contó mi mujer en tu presencia, y si por esta razón quieres demostrar tu gratitud, entonces puedes quedarte en nuestra casa.

3 Pues tengo bastantes tierras y también algunos animales domésticos. Y la casa es bastante espaciosa.

4 Por eso no faltará trabajo y hay bastante sitio para alojarte.

5 Aparte de eso mi mujer es de constitución un poco débil. Por ello nos podrías prestar un buen servicio ayudándole en sus quehaceres domésticos.

6 Todas tus necesidades estarán cubiertas; sin embargo no podré pagarte porque no tengo dinero.

7 Si estás de acuerdo con estas condiciones, entonces puedes quedarte aquí hasta cuando quieras, pero ni mucho menos porque tengas obligación alguna».

8 Con estas palabras la mujer se quedó muy feliz y alabó sobremanera la casa en que recibió tanto bien.

9 José le preguntó por el lugar de su nacimiento, por su edad y su religión.

10 «Nací en Roma y soy hija de un poderoso patricio.

11 Mi aspecto de vieja no corresponde a mi verdadera edad, pues no tengo ni veinte años.

12 Nací ciega. Había un sacerdote que aconsejó a mis padres que me llevaran a Delfos porque allí la misericordia de Apolo daría la vista a mis ojos.

13 Entonces tenía diez años y siete meses.

14 Mis padres eran muy ricos y, por ser hija única, me amaban mucho y siguieron el consejo.

15 De modo que alquilaron un barco para llevarme a Delfos.

16 Pero al tercer día se levantó una gran tempestad en alta mar que nos empujó con gran violencia hacia estas tierras.

17 A unas doscientas brazas de la costa según el marinero que me salvó la vida y que me lo contó muchas veces, el navío fue arrojado contra un arrecife

18 y todos murieron, incluidos mis padres salvo yo y el marinero que me salvó.

19 Nunca se me presentó ocasión de volver a mi ciudad natal. El marinero ya murió hace cinco años y ahora soy una mendiga abandonada en esta ciudad, enflaquecida por la miseria y la tristeza.

20 Pero como ahora los dioses me concedieron la gran Gracia de dar vista a mis ojos, puedo contemplar a mis bienhechores y de buen grado olvido mi gran aflicción».

21 Este relato de la pobre mujer hizo llorar a todos. Pero José la consoló: «Pobre huérfana, ¡tranquilízate!, ¡aquí encontrarás a tus padres en muchos sentidos!».

Capítulo 96

Pregunta de la mujer sobre «esos padres». Cree que José es Júpiter

1 La mujer no comprendió las palabras de José. Por eso le preguntó:

2 «Apreciado señor, en cuya casa me fue concedida esta inmensa Gracia, ¿qué significan tus palabras de que aquí voy a encontrar a mis padres en muchos sentidos?».

3 «Te digo que en mi casa, durante toda tu vida, serás tratada como mis propios hijos.

4 En mi casa aprenderás a conocer al único eterno y verdadero Dios, el mismo que te creó y que ahora ha dado la vista a tus ojos.

5 Conocerás a tu Dios personalmente y Él mismo te enseñará.

6 Dentro de poco encontrarás en mi casa a un romano distinguido que arreglará tus asuntos en Roma;

7 se trata de Cirenio, un hermano de Augusto.

8 Es fácil que también haya conocido a tus padres. Y todo esto, en el sentido espiritual y físico, me parece más que si hubieras encontrado a tus padres.

9 Porque si tus padres viviesen todavía, dime, ¿habrían podido hacer más por ti?

10 ¿Habrían ellos podido dar la vista a tus ojos? ¿Acaso habrían podido mostrarte al Dios único, eterno y verdadero?

11 Es cierto que tus padres terrenos te habrían sustentado temporalmente, mientras que aquí tendrás tu sustento eterno si lo quieres admitir.

12 Entonces qué vale más, ¿tus padres terrenales, los que se ahogaron en el mar, o los de ahora, a los cuales, en nombre del único Dios, el mar tiene que obedecer?».

13 La mujer quedó callada, llena de amor y respeto ante José.

14 Como ya había oído rumores de que en alguna parte cerca de Zoán vivía Zeus, ahora estaba convencida de encontrarse delante de él mismo.

15 Pero José en seguida se dio cuenta del error y le dijo:

16 «Hija mía, ¡no me tomes de manera ninguna por algo más de lo que soy, y menos todavía por algo que no existe!

17 Soy un ser humano como tú. Pero por el momento confórmate con todo lo que te he dicho; con el tiempo todo se te aclarará...

18 ¡Ahora traed el almuerzo y después trataremos más asuntos!».

Capítulo 97

José adopta a la ciega curada

1 Los hijos de José salieron para traer el almuerzo.

2 «¿Qué pasa con los tres sacerdotes?», preguntó José, «¿comerán con nosotros o en su cuarto?

3 Id a preguntarles y que coman donde prefieran».

4 Cuando los hijos preguntaron a los tres sacerdotes, estos no hablaron sino que les dieron a entender que antes de la puesta del Sol no hablarían ni tomarían comida o bebida alguna.

5 En seguida los hijos volvieron con estas noticias.

6 «Si de ello hacen un caso de conciencia», respondió José, «entonces sería un pecado que no les dejásemos cumplir su voto.

7 Pero nosotros vamos a sentarnos todos a la mesa y, en nombre del Señor, comamos con gratitud lo que Él nos ofrece».

8 Pero la mujer objetó: «Mi buen anfitrión, tú eres demasiado bueno y yo no soy nada ni nadie. Por lo tanto no me corresponde comer en tu mesa. Con gratitud tomaré en el vestíbulo lo que tu bondad me conceda.

9 Además, mi ropa andrajosa está muy sucia y yo misma también; eso impide que pueda sentarme a la mesa de un señor como tú».

10 Sin demora José dispuso: «¡Llevad cuatro cántaros grandes a la habitación de María.

11 ¡Tú, María, lávala y péinala, y dale tu mejor ropa.

12 Una vez que esté bien arreglada, tráela aquí para que sin reserva alguna pueda participar en nuestro almuerzo».

13 Al cabo de media hora, en vez de una mujer andrajosa se les presentó una joven encantadora, algo tímida y llena de gratitud, en cuya cara apenas podían descubrirse ya rasgos de su antigua tristeza.

15 José sintió una gran alegría por esta joven: «Oh, Señor, te agradezco que me escogieras a mí para salvar a esta pobre. ¡En tu santísimo nombre la acepto como hija».

16 Y dirigiéndose a sus hijos, continuó: «He aquí a vuestra pobre hermana, saludadla como hermanos!».

17 Con gran alegría ellos la saludaron; el Niño también dijo:

18 «De la misma manera como vosotros la aceptáis, también la acepto Yo. Pues, es una buena obra que me causa gran alegría».

19 Cuando la joven oyó al Niño hablar de esta manera, se sorprendió y exclamó: «¡Milagro!, ¿cómo es posible?, ¡este niño habla como un dios!».

Capítulo 98

Cariñosa escena entre la joven y el Niño

1 La joven se acercó en seguida al Niño y dijo:

2 «Oh, ¡que niño más extraordinario y prodigioso eres!

3 Pues sí, eres el mismo niño luminoso con el que he soñado tan maravillosamente que la madre lo estaba bañando y que luego la misma agua del baño daba la vista a mis ojos...

4 Sí, sí, ¡Tú me diste la vista! ¡Tú eres mi Salvador y Tú eres el verdadero Apolo de Delfos!

5 ¡En mi corazón Tú eres más que todos los dioses de Roma, Grecia y Egipto!

6 ¡Qué espíritu más elevado y divino debe morar en ti, para que tan pronto se te soltara la lengua y para que ahora, a través de ti, se manifieste tan milagrosamente!

7 Hombres de la Tierra que vivís como yo en tinieblas y en aflicción ¡la salvación está cercana!

8 Ciegos del mundo, ¡aquí está el Sol de los Cielos que os devolverá la vista como a mí!

9 Oh Roma, gran conquistadora de la Tierra, ¡aquí me está sonriendo el héroe que un día te reducirá a un montón de polvo!

10 ¡Un día Él erigirá su bandera sobre tus murallas y tú habrás de morir! ¡De la misma manera que el viento arrastra una paja, también te dispersará a ti!».

11 El Niño extendió sus manos hacia la joven y quiso irse con ella.

12 Con gran alegría, ella lo tomó en sus brazos y lo apretó contra su corazón con mucho cariño.

13 Jesús jugó con su cabello abundante y le dijo en voz muy baja:

14 «¿Crees realmente en las palabras que hace un momento pronunciaste ante mí, cuando todavía estaba en los brazos de mi hermano?».

15 La joven le respondió también en voz baja:

16 «¡Por supuesto, mi Salvador, mi primer Sol de la aurora; y ahora que me lo preguntas, lo creo aún mucho más profundamente!».

17 «Es para tu propio bien si tu corazón realmente siente lo que han dicho tus palabras.

18 Pero ante todo: ¡Guarda para ti el secreto de esta confesión de fe!

19 Porque nunca el enemigo de toda vida aguzó tanto el oído como precisamente en la época actual.

20 Por eso no hables de mí y no me descubras, de lo contrario ese enemigo te dará la muerte eterna».

21 La joven lo prometió con firmeza y luego empezó a jugar con el Niño. Al verla así, todos se dieron cuenta de que su hermosura juvenil era impresionante. La muchacha no cabía en sí de gozo y empezó a tenerles cada vez más confianza.

Capítulo 99

Llegada de Cirenio y Maronio Pila.

Cirenio se interesa por la hija adoptiva de José

1 Cuando la joven estaba todavía inundada de alegría, llegó Cirenio en compañía de Pila, tal como habían prometido la noche anterior.

2 José y María los recibieron cordialmente.

3 «¿Ha pasado algo importante en mi ausencia?», preguntó Cirenio, «pues, ¡os veo tan contentos!».

4 José le llamó la atención sobre la joven y le dijo:

5 «Mira: ¡Allí está la causa de nuestra alegría, con el Niño en los brazos y arrebatada de felicidad!».

6 Cirenio miró a la joven de más cerca.

7 «¿Es una niñera? ¿De dónde viene esta joven israelita tan hermosa?».

8 Cirenio ardía de curiosidad cuando José le respondió.

9 «Un milagro la trajo a esta casa. Llegó ciega y con aspecto de vieja y paupérrima mendiga.

10 El poder milagroso del Niño le dio la vista. Con eso y arreglarse resultó evidente que no tiene ni veinte años. Como es huérfana, la adopté como hija ¡y ese es el motivo esencial de nuestra alegría!».

11 Cirenio la miraba cada vez con más agrado. Ella, en su arrebato de felicidad, no se daba cuenta de su presencia pese al gran esplendor de su persona.

12 Y Cirenio dijo a José: «Amigo, ¡cuánto lamento ahora ser un encumbrado patricio romano!

13 ¡Te digo que daría todo por ser un judío para poder pedirte la mano de esta maravillosa judía!

14 Ya sabes que soy soltero y que no tengo hijos. ¡Lo que para mí significaría tener una esposa bendecida por ti!».

15 «¿Qué dirías si esta joven no fuera judía, sino romana de familia noble como tú?

16 ¿Y si fuera la hija única de unos patricios que en un viaje a Delfos perecieron en las aguas del mar?».

17 Cirenio le miró con estupefacción y preguntó después de reflexionar un instante:

18 «¿Qué me estás diciendo? ¡Explícate más detalladamente porque me suena que este asunto me incumbe!».

19 Pero José le detuvo: «Noble amigo, ¡cada cosa a su tiempo! Si tienes un poco de paciencia, ya te lo contará todo la misma joven.

20 Por el momento, dime: ¿Cómo va el asunto de los cadáveres encontrados bajo los escombros del Templo?».

Capítulo 100

Relato de Cirenio sobre los doscientos aparentemente muertos.

El triple derecho matrimonial en Roma

1 Cirenio dijo a José: «No te preocupes por los muertos, porque ya hay unos doscientos reanimados. Y toda esta mañana la he pasado preocupándome de su hospedaje.

2 Y si mientras continúen las obras de rescate, si aún se encuentran más cuerpos intactos, recibirán las mismas atenciones que los anteriores.

3 Eso es todo lo que te puedo decir por el momento. Pero mucho más me interesa ahora esta joven que por tu afirmación fidedigna debe de ser la hija de un patricio romano naufragado...

4 Por eso déjame antes que averigüe todo lo que pueda estar relacionado con ella, para que, en seguida, tome las disposiciones necesarias para el bien de esta huérfana.

5 Como ya te he dicho en otra ocasión que estoy soltero y que no tengo descendientes, ¿podría ella casarse más ventajosamente que conmigo, hermano del emperador?

6 Así que todo lo relacionado con esta joven me interesa cada vez más.

7 Permíteme, pues, que ahora mismo pueda hablarle para hacerme una idea».

8 «¡Espera un momento! Ahora mismo me has dicho que estabas soltero, mientras que en Tiro me dijiste que eras casado, aunque no tenías hijos con tu mujer...

9 ¿Cómo debo interpretarlo? Tengo entendido que, como romano, puedes tomar una segunda esposa si la primera resulta estéril. Pero lo que no comprendo es cómo tú, un hombre casado, puedas figurar a la vez como soltero... Eso, por favor, explícamelo».

10 Cirenio sonrió. «Amigo mío», dijo, «veo que no estás muy al día en leyes romanas.

11 Mira: Los romanos tenemos una triple ley del matrimonio: Hay dos formas de matrimonio sin compromiso, y una sola que es obligatoria.

12 Dentro de las dos formas no obligatorias puedo casarme hasta con una esclava. Pero esta no es una esposa definitiva sino más bien una concubina legítima, con lo que todavía sigo siendo soltero y libre para buscarme una mujer conforme a mi condición.

13 La diferencia entre las dos leyes no obligatorias consiste en lo siguiente: En el primer caso puedo buscarme una concubina sin la menor obligación de hacerla mi esposa.

14 En el segundo caso puedo unirme con la hija de una familia conforme a mi condición y con el consentimiento de sus padres, bajo la condición de hacerla mi esposa si tengo con ella entre uno y tres hijos vivos, de los cuales, por lo menos, uno tendría que ser varón.

15 Unicamente en el tercer caso se aplica la ley obligatoria, conforme con la cual ante el altar del Himeneo9 un sacerdote autorizado me une con una esposa legítima; con lo que después ya no sería soltero sino casado.

16 De modo que para los romanos ni las nupcias, ni tampoco el matrimonio a examen levantan el estado de soltero, sino únicamente el matrimonio definitivo. Eso según las leyes de hoy día.

17 Por eso continúo siendo soltero; y más todavía porque de la concubina no me nacen hijos.

18 Pero hasta con hijos continuaría siendo soltero porque los que nacen de un concubinato no tienen derecho a la filiación paterna, a no ser que el padre los adopte con el consentimiento del emperador.

19 De modo que ya lo sabes todo acerca de mi estado civil. Y por eso te ruego que ahora mismo me expliques más en detalle la historia de esta joven, pues estoy decidido a ir con ella directamente al matrimonio definitivo».

20 «Siendo así, voy a informarla personalmente y a prepararla para que tal propuesta no la trastorne».

Capítulo 101

Un descubrimiento fascinante: Tulia, prima y primer amor de Cirenio

1 En seguida José se dirigió a la joven que todavía estaba ocupada con el Niño, le tiró ligeramente de la manga y le dijo:

2 «Oye, hija mía, ¿es posible que aún no te hayas dado cuenta de quién ha venido a visitarnos? ¡Levanta por una vez la vista y verás!».

3 Entonces la muchacha despertó de su ensueño y vio a Cirenio con su espléndido uniforme, y se asustó.

4 «Padre José, ¿quién es este hombre que me deslumbra tanto?», preguntó con voz tímida. «¿De dónde viene y qué quiere?».

5 «No tengas miedo, Tulia. Es el bondadoso Cirenio, hermano del emperador y gobernador de Asia y de una parte de Africa.

6 Seguro que te arreglará tu asunto en Roma de la mejor manera; pues desde que te ha visto te ha tomado mucho cariño.

7 Ve a él, ruégale que te preste atención y cuéntale la historia de tu vida. Puedes estar segura que no hablarás a oídos sordos».

8 «A eso no me atrevo, porque sé muy bien que señores como estos examinan con terrible inclemencia en ocasiones así. Y si al final descubren un punto imposible de comprobar, en seguida, te amenazan con la muerte.

9 Lo sé por propia experiencia porque una vez, en mis tiempos de desdicha, un cierto señor empezó a examinar de dónde venía.

10 Después de haberle contado todo, me exigió pruebas irrebatibles.

11 Y como en mi completa soledad y absoluta pobreza no las podía presentar, me ordenó un riguroso silencio y me amenazó con la muerte si continuaba hablando de ello a quien fuera.

12 Por eso te ruego que no me descubras, porque de lo contrario puede que esté perdida».

13 En este momento Cirenio, que había oído de la conversación, se acercó a ella y le dijo:

14 «Tulia, ¡no temas a quien desea hacer todo lo posible para hacerte lo más feliz que pueda!

15 Dime, únicamente, el nombre de tu padre si todavía lo recuerdas. No necesito más.

16 Y aunque lo hayas olvidado, no te preocupes. Porque siempre me importarás mucho por ser ahora hija de este mi mayor amigo».

17 Al escuchar estas palabras, Tulia empezó a cobrar valor y le dijo: «Si la suavidad de tu mirada me engaña, ¡entonces todo el mundo debe ser mentira! Así que, voy a decirte el nombre de mi buen padre:

18 Se llamaba Victor Aurelius Dexter Latii y si tú eres hermano del emperador, este nombre no puede resultarte desconocido».

19 Al oír este nombre, Cirenio quedó visiblemente conmovido y dijo con voz rota:

20 «Ay, Tulia, ¡era hermano de mi madre! Sí, ¡de él sé que con una mujer legítima tuvo una hija ciega de nacimiento a la que amaba sobre todo!

21 ¡Cuántas veces le envidié por su felicidad que, en el fondo, era una desgracia! Pero su hija ciega, Tulia, significaba más que todo el mundo para él.

22 Entonces, pese que no tenías nada más que cuatro o cinco años, ¡yo estaba enamorado de ti! ¡Cuántas veces me juré a mí mismo: “Un día, ésta, y ninguna otra, tendrá que ser mi legítima esposa!”.

23 Y ahora, ¡Dios mío!, encuentro a la misma maravillosa Tulia aquí en casa de mi celestial amigo...

24 Oh, Dios mío, ¡esta es una Gracia demasiado grande para un pobre mortal, con lo poco o nada que yo hice por ti!».

25 Sumamente emocionado, Cirenio cayó en una silla y le costó un buen rato recuperase.

Capítulo 102

Cirenio pide la mano de Tulia y ella le pone a prueba.

Un evangelio del matrimonio

1 Después de haberse recuperado de su emoción, Cirenio continuó su conversación con la joven: «Tulia, si te lo pido desde el fondo de mi corazón, ¿me darás tu mano para convertirte en mi legítima esposa?».

2 «Y qué harías conmigo si te la negara?».

3 Un poco perplejo, pero siempre con buen humor, Cirenio respondió:

4 «Entonces sacrificaría todo a Aquel a quien tienes en tus brazos y me marcharía de aquí completamente entristecido».

5 «¿Qué harías si pidiera el parecer de Aquel a quien tengo en mis brazos,

6 y si Él me recomendase que renuncie a tu propuesta para ser fiel a la familia que me acogió tan cariñosamente?».

7 Cirenio se quedó un poco desconcertado con esta pregunta.

8 «Pues... Pues entonces, carísima mía, por supuesto tendría que desistir de mi deseo sin réplica alguna.

9 Porque contra de Voluntad de Aquel a quien obedecen todos los elementos, el hombre mortal nunca podría levantarse.

10 ¡Pero pregúntaselo en seguida para que sepa lo antes posible a qué atenerme!».

11 En este momento el Niño se alzó y dijo: «Yo no soy dueño de lo que pertenece al mundo. Por lo tanto, en todo lo relacionado con mundo, sois libres.

12 Pero si en vuestros corazones alimentáis amor puro el uno por el otro, entonces no deberéis romperlo.

13 Porque para mí no cuenta otra ley para el matrimonio que la que con letras ardientes esté escrita en vuestros corazones.

14 Si desde el primer momento que os visteis ya os unisteis por esta ley viva, entonces, si no queréis pecar ante mí, no deberéis separaros.

15 Pues para mí no vale en absoluto la unión mundana del matrimonio, sino únicamente la unión de los corazones...

16 El que rompe con esta ley es un auténtico adultero, ante mí.

17 Tú, Cirenio, regalaste a Tulia tu corazón; de modo que en adelante no se lo quites.

18 Y tú, Tulia, desde el primer momento tu corazón ardía por Cirenio; de modo que ante mí ya eres su esposa, con lo que ya estás casada con él.

19 Aquí no se trata de daros o no un consejo mundano, pues ante mí únicamente cuenta el parecer de vuestros corazones.

20 Permaneced fieles a vuestro corazón si no queréis volveros adúlteros ante mí.

21 Y maldito sea aquel que por razones mundanas va en contra de los asuntos del amor; pues, el amor es asunto mío.

22 ¿Qué puede valer más: El amor vivo que surge de mí o la razón mundana que surge del infierno?

23 Por eso, ¡ay del amor cuyo móvil es el mundo! ¡Sea maldito!».

24 Ante estas palabras del Niño todos quedaron asustados y nadie se atrevió ya a añadir nada respecto al tema del matrimonio.

Capítulo 103

Explicación del Niño sobre la ley viva y continua del matrimonio

1 Como a causa de las explicaciones del Niño todos habían quedado callados, de nuevo Él tomó la palabra:

2 «¿Por qué estáis todos tan tristes alrededor mío? ¡No he hecho mal a nadie!

3 A ti, Cirenio, te di lo que tu corazón anhelaba. Y a ti, Tulia, te di lo mismo. Entonces, ¿qué más queréis?

4 ¿Acaso habría debido aprobar el adulterio del espíritu, mientras que vosotros, hombres, sancionáis al muerto10 con la pena de muerte?

5 ¡Qué exigencia más insensata sería! ¿Acaso no tiene más importancia lo que sucede en la vida que lo que se encuentra en el juicio de la muerte?11

6 ¡Yo diría que debierais más bien alegraros en vez de sentir que las cosas son así!

7 Aquel que ama, ¿ama acaso con la cabeza o con el corazón?

8 ¡A pesar de todo, vuestras leyes matrimoniales son meros productos de la cabeza y en manera alguna del corazón!...

9 Pero la vida se encuentra únicamente en el corazón, desde donde vivifica el resto del cuerpo, incluso la cabeza que de por sí no tiene vida alguna sino que está muerta.

10 Si las leyes que provienen de la cabeza, que junto con la cabeza están muertas, ya las sancionáis con la muerte, ¡cuanto más grato tendrá que ser respetar las leyes vivas y eternas del corazón!...

11 Por lo tanto, alegraos de que Yo, el vivo entre vosotros, cuide las leyes de la vida. Si no lo hiciera, entonces la muerte eterna ya os habría engullido hace mucho tiempo.

12 Vine al mundo para que a través mío todas las obras y leyes de la muerte fueran destruidas y para que fueran reemplazadas por las antiguas leyes de la vida.

13 Si Yo, de antemano, llamo vuestra atención sobre las leyes de la vida y de la muerte, ¿qué mal os hago para que estéis tan desconcertados y me temáis como si os hubiera traído la muerte en vez de la vida?

14 ¡Vaya insensatos! La antigua Vida eterna ha venido desde mí a vosotros, ¿como es posible que estéis tristes en vez de alegraros?

15 Tú, Cirenio, toma a la mujer que Yo te doy y tú, Tulia, al marido que te he traído. ¡Y en adelante no os dejéis!

16 Si un día la muerte física os separa, entonces aquel de los dos que sobreviva será aparentemente libre, pero que su amor continúe eternamente. Amen».

17 Estas palabras del Niño causaron una gran admiración a todos

18 y Tulia, temblando de profunda veneración, dijo:

19 «Oh hombres de este mundo, ¡este Niño no es de aquí sino la suprema Deidad en persona!

20 Porque un hombre de este mundo no puede hablar de esta manera, ¡sino únicamente Dios! Sólo Dios, por ser la Vida fundamental misma, puede conocer las leyes de la vida y las puede despertar dentro de nosotros.

21 En sentido espiritual los seres humanos estamos todos muertos. ¿Cómo podríamos encontrar las leyes de la vida y cumplirlas?

22 Oh, Niño santísimo, ahora percibo claridad lo que antes sólo presentía vagamente: ¡Tú eres el Señor del Cielo y de la Tierra, desde eternidades! ¡Por eso te dedico toda mi adoración!».

Capítulo 104

El Niño exige que Cirenio renuncie a Eudosia. La firme Voluntad del Niño

1 Este lenguaje sublime de Tulia impresionó a Cirenio. Por eso se acercó a ella, que todavía tenía el Niño en los brazos, y, con profunda emoción, dijo a Jesús:

2 «Verdadero Dios de mi corazón, ya que me uniste tan bondadosamente con Tulia, a mí, pobre pecador; ahora también te pido que me des tu bendición, por la que te seré fiel durante toda mi vida».

3 El Niño se alzó y dijo: «Sí, Cirenio, te bendigo junto con tu esposa Tulia.

4 Pero en cambio tendrás que cederme la mujer con la cual estuviste comprometido hasta ahora.

5 Porque si no lo hicieras, caerías ante mí en el pecado de adulterio, porque la amaste y todavía la amas mucho.

6 Pero si me la entregas totalmente, sacrificándomela, entonces también me entregas tu pecado.

7 Es precisamente por lo que vine al mundo: para cargar con los pecados de los hombres y para que a través de mí Amor se borren para siempre. Amen».

8 Esta sugerencia fue un compromiso considerable para Cirenio; pues su ex-esposa era una esclava griega sumamente bella y comprada por mucho dinero.

9 Debido a su belleza extraordinaria la amaba mucho, a pesar de que no había tenido hijos con ella.

10 Aunque ya tenía treinta años, su belleza era tan llamativa que los paganos la adoraban como a una Venus.

11 Por eso, a Cirenio, la sugerencia le hizo poca gracia y hubiera preferido que el tema no tomara este derrotero.

12 Pero el Niño no se dejó ablandar sino que insistió.

13 Como Cirenio vio que el Niño no cedería, le dijo:

14 «¿Sabes?, a la bella Eudosia le tengo mucho cariño y la echaría mucho de menos.

15 A decir verdad, casi prefiero que te quedes con Tulia para no tener que cederte la bella Eudosia».

16 El Niño le sonrió. «¿Acaso me tomas por un comerciante que canjea objetos? ¡Estás muy equivocado!

17 ¿O me tomas por alguno con quien se puede regatear después de dar una palabra?

18 Si me dijeras: “¡Haz que el cielo y la Tierra12 desaparezcan!”, más fácilmente prestaría oídos a esta petición que revocar la palabra una vez dada.

19 Te digo: El Sol, la Luna, las estrellas y esta Tierra acabarán, ¡pero mis palabras nunca jamás!

20 Por eso, sin demora, dispondrás que traigan a Eudosia y sólo entonces recibirás a Tulia, bendecida por mí.

21 Si te opones, haré que Eudosia muera, pero nunca tendrás a Tulia...

22 Aun así eres totalmente libre de decidir y hacer lo que quieras, porque un acto impuesto carece de todo valor para mí.

23 Si Eudosia muriera quedarías comprometido por el amor que habrías de guardarle, de modo que no podrías casarte con Tulia.

24 Sin embargo, si por mí sacrificas a Eudosia, entonces serás verdaderamente libre y podrás tomar a Tulia como esposa legítima ante mí.

25 Según mi orden dos mujeres es imposible; pues ya en el principio no fueron creados sino un hombre y una mujer...

26 Haz, pues, lo que te dije, para que no caigas en juicio».13

27 Estas palabras del Niño llevaron a Cirenio a la súbita decisión de mandar a buscar a Eudosia.

28 Pues la había traído de Tiro, pero cuidando que nadie la viera para que no fueran tentados por sus grandes encantos.

29 E incluso en la nueva situación no la confiaba a nadie más que al hijo mayor de José y a Maronio Pila.

30 Ambos, acompañados por la guardia de Cirenio, fueron a su residencia y trajeron sin tardanza la bella Eudosia a la casa de José.

31 Ella estaba muy sorprendida y no podía imaginar cómo era posible que Cirenio, por primera vez, la mandara buscar por hombres extraños.

Capítulo 105

Victoria del espíritu en Cirenio. María consuela a Eudosia

1 Cuando Cirenio vio a Eudosia al lado de Tulia, fue aún más evidente que era considerablemente más hermosa que esta última, y sintió mucho tener que separarse de ella, evidentemente para siempre.

2 Por eso, preguntó al Niño una vez más si no la podría conservar, al menos como criada y compañera de Tulia.

3 «Puedes tomar tantas criadas en tu casa como quieras», fue la respuesta del Niño,

4 «menos a Eudosia. A ésta la tienes que dejar aquí porque así lo deseo por tu propio bien».

5 Cuando Eudosia se dio cuenta de la manera despótica en que el Niño había contestado a Cirenio, se espantó.

6 «Por todos los dioses, ¿cómo hay que entender esto? ¿Un niño menor de edad da órdenes a aquel cuyas sentencias hacen temblar Asia y Egipto?

7 ¡Y el gran soberano oye tímidamente a este pequeño déspota y se somete espontáneamente a su juicio!

8 Vaya, ¡no será tan fácil como lo imagina este pequeño!

9 Para ti, poderoso Cirenio, sería una auténtica vergüenza admitir órdenes de este niño menor de edad. Por lo tanto, ¡sé un hombre y un romano!».

10 Al oír la reacción de Eudosia, Cirenio se alteró:

11 «¡Sí, Eudosia! ¡Precisamente ahora voy a mostrarte que soy un hombre y un romano!

12 Mira, si este Niño me hablase así aunque no fuera de origen divino, le haría caso.

13 Pero lo es y por ello voy a hacerle caso en todo.

14 Tú, ¿qué prefieres?, ¿aceptar lo que quiere este Niño de todos los niños o morir eternamente?».

15 Estas palabras de Cirenio surtieron un gran efecto sobre Eudosia.

16 Aunque de momento empezó a llorar por tener que privarse tan repentinamente de todo lujo y esplendor,

17 pero también sabía que el criterio de un dios sería inalterable; por lo que se sometió a la fatalidad.

18 En esto María se acercó a ella. «Eudosia, ¡no estés triste por este cambio!

19 Cediste un esplendor muy mediocre para recibir algo muy distinto y maravilloso...

20 Mira, también yo soy hija de rey, pero la magnificencia real se acabó hace mucho tiempo. Y ves, ahora soy una sierva del Señor, y en ello hay mayor magnificencia que en la realeza de todo el mundo».

21 Estas palabras surtieron un gran efecto sobre Eudosia que empezó a tener confianza en José y los suyos.

Capítulo 106

El Niño Jesús habla con Eudosia

1 Eudosia preguntó a María cómo era posible que este Niño fuera tan milagroso y tuviera una naturaleza tan sumamente divina,

2 y por qué Cirenio, de repente, dependía tanto de las palabras del Niño.

3 «Mira, Eudosia, no se puede precipitar nada.

4 Cada cosa necesita su tiempo y con paciencia obtenemos los mejores resultados.

5 Cuando pases algún tiempo con nosotros lo comprenderás todo. Por el momento confórmate con saber que este Niño es más que todos los héroes y dioses de Roma.

6 Seguro que anteayer sentiste el gran poder de la tempestad...

7 Pues, surgía de la mano poderosa de este Niño.

8 Todo lo que el poder de la tempestad ha hecho en la ciudad con los templos, también podría Él hacerlo con toda la Tierra.

9 De momento sabes bastante; y a causa de tu propia salvación no conviene decirte más.

10 En la medida en que madures también llegarás a tener más conocimientos.

11 Por eso, y por tu propio bien, tienes que guardar silencio ante todo el mundo; de lo contrario habrás de sufrir las consecuencias».

12 Ya calmada, Eudosia empezó realmente a meditar seriamente sobre lo que había oído.

13 En esto María se dirigió a Tulia para tomar al Niño, y dijo:

14 «A ti, mi hijo ya te ha bendecido en abundancia, con lo que siempre serás feliz.

15 Pero queda todavía la pobre Eudosia que hasta ahora aún no ha sentido el gran bien de su bendición».

16 Algunos momentos después, María entregó el Niño a Eudosia.

17 «Aquí, Eudosia, está la salvación de todos nosotros. Toma al Niño un rato en tus brazos y comprenderás mi felicidad por ser su madre».

18 Con gran respeto Eudosia tomó al Niño.

19 Pero como en secreto lo temía por ser tan misterioso, le faltaba el valor para hacer el menor movimiento.

20 Pero el Niño le sonrió y le dijo: «Eudosia, ¿no irás a tenerme miedo? ¡No voy a destruirte sino a salvarte!

21 En poco tiempo aprenderás a conocerme mejor. Entonces ya no me temerás sino que me amarás como Yo te amo».

22 Estas palabras quitaron a Eudosia todo el miedo y empezó a acariciar y a besar al Niño.

Capítulo 107

Gratitud de Cirenio que quiere confiar ocho huérfanos a José

para que los eduque

1 Cirenio se dirigió a José para preguntarle qué le debía tras todo lo sucedido:

2 «Apreciado amigo mío, en tu casa he alcanzado la mayor felicidad en todos los sentidos. Dime, ¿cómo puedo retribuir al menos una pequeñísima parte de todo el bien que me hiciste?

3 Pero no vayas a decirme que con esta casa de campo ya te he dado algo, porque es demasiado insignificante y miserable como recompensa».

4 «Amigo, ¿qué concepto tienes de mí?

5 ¿No pensarás que soy un comerciante que negocia con el bien y que lo hago sólo por la recompensa?

6 Si así fuera te has equivocado por completo.

7 Para mí no existe cosa más repugnante que cobrar el bien.

8 ¡Maldito yo y maldita la hora que nací, si aceptase de ti una sola moneda!

9 Llévate tranquilamente a tu mujer, a Tulia purificada, y todo lo que hagas por ella y por los pobres lo consideraré siempre como la mejor recompensa a lo que hice por ti.

10 Dispensa a esta casa de donaciones de cualquier clase; pues lo que tengo aquí es suficiente para todos nosotros. ¿Para qué, entonces, más?

11 ¿Acaso piensas que voy a cobrar el sustento de Eudosia? ¡Eso de ninguna manera!

12 La he adoptado como hija y la educaré en la Gracia de Dios.

13 ¿Qué padre cobraría la educación de su propia hija?

14 Te digo que Eudosia vale más que todo el mundo, por lo que en todo el mundo no puede haber nada que sea suficiente para ofrecerlo a cambio.

15 La gran recompensa por todo lo que hago está en los brazos de Eudosia».

16 Al conocer el gran altruismo de José, Cirenio contestó profundamente conmovido:

17 «¡He aquí al único verdadero hombre ante Dios y todos los hombres de la Tierra!

18 ¡Alabarte con palabras sería esfuerzo vano porque estás por encima de lo que las palabras humanas pueden expresar!

19 Pero ya sé lo que puedo hacer para mostrarte la gran estima en que te tengo.

20 Te regalaré algo que seguramente no rechazarás:

21 En Tiro mantengo tres hijas y cinco hijos de padres indigentes que ya murieron.

22 Te mandaré a estos jóvenes para que los eduques aquí.

23 Pero queda entendido que me ocuparé de su sustento.

24 ¿Rehusarás?».

25 «No, hermano mío. Esto, claro que no. Mándalos aquí lo antes que puedas; yo cuidaré de ellos y les daré todo lo que precisen».

Capítulo 108

Cirenio se preocupa sobre el reconocimiento de su matrimonio

por un sumo sacerdote de Himeneo

1 Cirenio se alegró ante la promesa de José y dijo:

2 «Ahora todos mis deseos se han cumplido.

3 No obstante, resta un solo inconveniente fatal para mi felicidad:

4 Ante Dios la dulce Tulia es ahora mi legítima mujer. Pero como soy romano, y sobre todo a causa del pueblo, tendrá que dar fe de mi matrimonio un sacerdote.

5 Además, para que nuestra unión sea confirmada, tendrá que ser un sumo sacerdote de Himeneo.

6 ¿Qué se puede hacer en este caso? Porque aparte de los tres sacerdotes subalternos ya no hay ninguno aquí».

7 «¿Pero por qué te preocupas de algo tan vano como eso?», le preguntó José.

8 «En cuanto vuelvas a Tiro, encontrarás sacerdotes de sobra que, por dinero, darán fe de tu matrimonio, ya que eso te interesa tanto...

9 Harías mejor, dejando todo como está. Pero, en fin, eres dueño de tu propia ley.

10 Por otro lado, recuerdo haber oído a un romano que en Roma existe un reglamento secreto que dice:

11 Si un hombre escoge a una mujer en presencia de un mudo, de un tonto o de un niño menor de edad

12 que durante el acontecimiento se comporta amistosamente y sonríe a la pareja, entonces el matrimonio es legalmente válido, con la condición de que después habrá que informar al sacerdote competente,

13 en cuyo caso, por supuesto, un adecuado donativo en metálico no deberá faltar...

14 Si este reglamento es cierto, ¿qué más te hace falta?

15 Manda buscar a los tres sacerdotes subalternos que viven en mi casa; ellos testimoniarán que elegiste a Tulia en presencia de un niño de apenas cuatro meses, que te bendijo y que te sonrió.

16 Con ese testimonio verídico y un poco de oro, ¿qué más necesitas para quedar bien ante el pueblo romano?».

17 Cirenio dio un salto de júbilo y dijo a José:

18 «¡Es verdad!, ¡realmente existe un reglamento así!, lo olvidé del todo porque nunca le encontré valor alguno.

19 Ahora, por supuesto, todo está en orden. Haz traer a los tres sacerdotes y tendré una seria conversación con ellos sobre el asunto».

20 Sin tardar, José mandó entrar a los tres sacerdotes que todavía seguían sin hablar.

Capítulo 109

Los sacerdotes ponen reparos. Enlace de Cirenio y Tulia

1 Los tres sacerdotes vinieron en seguida.

2 «Unicamente una orden del gobernador podrá soltarnos la lengua», dijo uno de ellos. «Pues, esta mañana hicimos promesa de silencio y ayuno.

3 Si un día romperla nos pone en un compromiso, ¡que él responda!».

4 «Vamos, ¡nadie os ha obligado!», observó Cirenio, «pero si eso preocupa vuestra conciencia, yo cargaré con las consecuencias.

5 Pues como aquí estoy en la casa de Aquel a quien incumben tales cuentas, no creo que tenga tantas dificultades en arreglarlas como vosotros imagináis inútilmente».

6 «Arreglado está», le interrumpió José, «explícales a los tres lo que quieres de ellos».

7 Uno de los sacerdotes se adelantó ante Cirenio: «¿En qué podemos servirte?».

8 Con pocas palabras Cirenio formuló su demanda.

9 Los tres asintieron: «Tal ley existe y las circunstancias se corresponden con ella. Pero nosotros no somos más que sacerdotes subalternos y nuestro testimonio no será considerado válido».

10 Cirenio les recordó que en este caso, como allí no había sumo sacerdote alguno, todo sacerdote subalterno tiene el derecho y puede hasta ser obligado a ejercer el oficio de sumo sacerdote.

11 «Esto es cierto. Pero ya ves: Cuando hace dos días estábamos a punto de ejercer el poder del sumo sacerdote, nos condenaste.

12 Por eso nos parece arriesgado volver a ejercerlo ante ti».

13 Cirenio respondió un poco alterado: «Entonces os condené porque abusasteis del derecho del sumo sacerdote ilegalmente, mientras que en el caso presente actuaréis según la ley.

14 Si actuáis conforme a esta disposición legal, por supuesto no tendréis que temer consecuencia alguna por mi parte.

15 Al contrario: Os concederé un donativo que os servirá de sustento para toda vuestra vida. Y también Roma tendrá un donativo considerable».

16 «Estamos de acuerdo, pero ahora ya no pertenecemos a los dioses y no queremos saber nada del paganismo romano.

17 ¿Será reconocido nuestro testimonio en Roma si allí descubren que nos hemos convertido a la religión israelita?».

18 «Sabéis tan bien como yo que por dinero cualquier testimonio es válido en Roma.

19 Por lo tanto, haced lo que os digo. Y de lo demás ya me ocuparé yo mismo».

20 Esta afirmación convenció a los sacerdotes para que prepararan el documento.

21 Una vez que Cirenio lo tuvo, tomó la mano de Tulia,

22 le puso un anillo e hizo que le trajeran de la ciudad un traje regio.

Capítulo 110

Tulia con traje real y pena de Eudosia. El Niño la consuela;

lágrimas de alegría de Eudosia

1 Al poco llegó el traje real y Tulia se lo puso.

2 María recogió sus vestidos, los lavó y los guardó para su propio uso.

3 Cirenio también le quería dar a ella ropa regia,

4 pero tanto María como José declinaron el ofrecimiento muy agradecidos.

5 Ver a Tulia vestida con esplendor, causó mucha pena a Eudosia, que empezó a suspirar íntimamente.

6 Pero el Niño le dijo en voz baja: «Eudosia, te digo que no suspires a causa del mundo; más te valdría hacerlo por tus pecados...

7 Porque mira: Yo soy más que Cirenio y que Roma. Y teniéndome a mí, tienes más que si tuvieras el mundo entero.

8 Pero si quieres tenerme del todo debes arrepentirte del pecado por cuya causa te volviste estéril.

9 Y si por amor hacia mí te arrepientes de tus pecados, entonces, en la medida de tu amor para conmigo, sabrás Quien soy en realidad.

10 En cuanto me conozcas estarás más dichosa que si fueras la esposa del mismo emperador.

11 Mira: El emperador tiene que andar con cuidado para que no lo echen del trono.

12 Yo, sin embargo, Yo me basto a mí mismo. A mí me obedecen espíritus, Soles, Lunas, Tierras y todos los elementos, y no necesito guardianes.

13 Y sin embargo dejo que me lleves en tus brazos, a pesar de que eres una pecadora... Así que cálmate y no llores. Pues recibiste lo que Tulia perdió al tener el vestido real.

14 Y es infinitamente más que esa ropa bordada en oro que no tiene vida y trae la muerte.

15 Tú, sin embargo, tienes la vida en tus brazos. Por eso, amándome a mí, nunca sufrirás la muerte».

16 Estas palabras del Niño surtieron un gran efecto en el alma de Eudosia que, llena de alegría y de gran admiración, empezó a llorar.

17 María se dio cuenta de que Eudosia estaba muy conmovida, y dijo:

18 «¿Qué ha pasado para que tengas tus ojos llenos de lágrimas?».

19 Eudosia suspiró de felicidad y respondió:

20 «Oh tú, la madre más feliz de toda la Tierra, ¡tu hijo me ha dicho unas palabras tan maravillosas!

21 Realmente, ¡no es posible que hombres mortales aun del mayor prestigio mundano puedan pronunciar palabras como éstas, únicamente los dioses!

22 María, ahora mi corazón está lleno de sublimes pensamientos y sentimientos que como estrellas brillantes del mar surgen dentro de mí desde una profundidad oculta... ¡Por eso lloro de felicidad!».

23 «Y si tienes un poco de paciencia», añadió María, «verás como después de las estrellas vendrá el Sol en cuya luz verás dónde estás.

24 ¡Pero ahora callemos que Cirenio viene hacia aquí!».

Capítulo 111

El Niño bendice a los recién casados

1 Eudosia tenía todavía al Niño en brazos, cuando Cirenio se acercó y dijo al Niño:

2 «Vida mía, ¡solamente a ti te debo esta gran felicidad mía!».

3 «Es tan poco lo que he hecho por ti... Tú, sin embargo, me has recompensado fabulosamente y has hecho de mí el hombre más feliz de esta Tierra.

4 Yo, pobre pecador, ¿cómo podré jamás agradecértelo suficientemente?».

5 Estirándose, el Niño levantó la mano derecha y dijo:

6 «Mi querido Cirenio Quirino, os bendigo para que ambos viváis felices en este mundo.

7 Pero tengo que advertirte que no estimes demasiado tu dicha en él, sino tómalo más bien, junto con tu bienestar, por escenario de engaño; aprovecharás sabiamente la vida terrena.

8 Porque el mundo entero es precisamente lo contrario de lo que parece. Unicamente el amor, el que nace del fondo del corazón, es verdadero y justo.

9 Donde te parezca que hay vida, pero sin amor, no es vida sino muerte.

10 Pero donde por la paz en que está el amor parece que no hay vida sino muerte, precisamente allí encuentras la vida y nadie puede dañarla.

11 No tienes idea de lo flojo que es el suelo en el que andas. Yo lo sé y por eso te lo digo.

12 Aquí mismo cava la tierra y apenas a una profundidad de mil brazas encontrarás debajo de ti un enorme abismo que te tragará.

13 De modo que no entres demasiado en las profundidades del mundo ni te alegres excesivamente por tus logros tal vez soberbios,

14 porque dondequiera que alguno penetra mucho en el mundo, él mismo se prepara su propia perdición.

15 No te fíes del terreno en que te encuentras; es poco consistente.

16 Ten presente: Todo lo que es del mundo puede destruirte porque lleva la muerte dentro de sí, salvo el amor, si lo mantienes en su pureza.

17 Pero si lo mezclas con asuntos mundanos, entonces hasta el amor se vuelve pesado y puede matarte, tanto física como espiritualmente.

18 Por eso mantente dentro del amor puro y altruista. Ama sobre todo a Dios Único como tu Padre y Creador. Y a los hombres ámalos como hermanos tanto como a ti mismo. Y con tal amor tendrás la Vida eterna... Amen».

19 Estas palabras sumamente sabias del Niño llenaron a todos de un respeto tan profundo que les hizo temblar todo el cuerpo.

20 Tras un poco, José se dirigió a Cirenio para tranquilizarle: «Cálmate, hermano, y regresa a la ciudad con la bendición de esta casa. Pero todo lo que aquí pasó, guárdalo en secreto. Y mañana vuelve para el banquete nupcial».

Capítulo 112

Nueva sorpresa en casa de José: Unos jóvenes desconocidos

vestidos de blanco ayudan al trabajo doméstico

1 Ya era de noche, cuando Cirenio volvió a la ciudad.

2 En seguida José repartió el trabajo doméstico que quedaba por hacer y dijo a sus hijos: «...Y cuidad bien las vacas y los burros. Luego podéis prepararnos una buena cena; pues hoy voy a adoptar y bendecir a mi nueva hija en medio de una cena de júbilo».

3 Los hijos se pusieron a la obra sin demora.

4 Pero en el establo les esperaba una gran sorpresa: había unos cuantos jóvenes vestidos de blanco que se ocupaban de los animales con mucho empeño.

5 Los hijos de José les preguntaron quién les había mandado hacer eso, y los jóvenes respondieron:

6 «Somos de siempre los siervos del Señor. Él nos ordenó hacerlo; de modo que cumplimos su Voluntad».

7 «¿Pero quién es vuestro amo y dónde vive? ¿Acaso es Cirenio?».

8 «Nuestro Señor también es el vuestro y vive con vosotros, pero no se llama Cirenio».

9 Los hijos concluyeron que tenía que tratarse de su propio padre, y dijeron a los jóvenes:

10 «Entonces venid con nosotros para que nuestro padre, el amo de esta casa, compruebe que realmente sois sus siervos».

11 «Ordeñad antes las vacas y luego iremos con vosotros para presentarnos a vuestro amo».

12 Los hijos ordeñaron las vacas y consiguieron dos veces más leche que de costumbre.

13 Todos se quedaron perplejos y no se podían explicar por qué las vacas daban tanta leche esa vez.

14 «Muy bien», dijeron los jóvenes. «Como ya habéis acabado vuestro trabajo, podemos entrar con vosotros en la casa donde vive el Señor de todos nosotros.

15 Pero vuestro padre también os encargó que prepararais una buena cena.

16 Tendrá que estar lista antes de entrar en la habitación del Señor».

17 En seguida todos se fueron a la cocina y, gran sorpresa, allí había aún más jóvenes ocupados en preparar una cena deliciosa.

18 Mientras tanto, a José le parecía que sus hijos tardaban más que de costumbre. Por eso salió a ver qué estaban haciendo.

19 ¡Cuál fue su sorpresa, cuando al entrar en la cocina la encontró llena de personas!

20 En seguida quiso dirigirse a sus hijos para preguntarles qué estaba sucediendo, en el nombre del Señor.

21 Pero los jóvenes se adelantaron. «¡No te preocupes, José! Todo lo que aquí ocurre es a causa del Señor. Déjanos preparar la cena antes y luego el Señor mismo te dará más explicaciones».

Capítulo 113

Los ángeles adoran al Niño

1 José volvió al cuarto para contar a María y a Eudosia lo que había visto en la cocina.

2 Las dos se admiraron y María exclamó:

3 «¡Oh, gran Dios! ¡No hay momento en que no lleguen visitas! ¡Apenas acaba una cuando ya se presentan unas cuantas nuevas!

4 Señor, ¿no quieres concedernos sosiego alguno? ¿Es posible que otra vez tengamos que huir, y esta vez para escapar a los romanos? ¿Qué desenlace tendrá este nuevo asunto?».

5 José procuró calmarla: «¡No te inquietes en vano! Recuerda que todos somos peregrinos en este mundo y el Señor es nuestro guía.

6 Sigamos con devoción su santa Voluntad, adonde Él quiera llevarnos. Pues únicamente Él sabe qué es lo mejor para nosotros.

7 Siempre tienes miedo cuando el Señor nos prepara algo nuevo. Yo, sin embargo, me lleno de alegría porque sé que el Señor siempre vela por nuestro bien.

8 Hoy por la mañana me sometió a una prueba muy dura y me entristecí mucho.

9 Pero la tristeza no duró mucho porque la víctima resucitó y vive.

10 Haz lo que yo y te sentirás mucho mejor que con tus miedos infantiles».

11 María se tranquilizó y empezó a sentir curiosidad por ver a los nuevos cocineros.

12 Ya iba a levantarse para ir a la cocina, cuando los hijos de José entraron cargados con los platos. Los jóvenes les seguían con profundo respeto.

13 Cuando estuvieron cerca del Niño, se postraron ante Él y lo adoraron.

14 Pero Jesús se alzó y les dijo: «¡Levantaos, ángeles de mis Cielos infinitos!

15 Atendí vuestra petición. Vuestro amor desea servirme también aquí en mi simplicidad terrena aunque Yo, vuestro Señor desde las eternidades, nunca he necesitado vuestro servicio.

16 Pero como vuestro amor es tan profundo, quedaos tres días terrenales aquí y servid esta casa. Salvo quienes viven en ella que nadie se entere de quiénes sois.

17 Ahora cenad con mis padres terrenales, con esta su hija que me tiene en sus brazos, con los tres investigadores y con mis hermanos».

18 Los jóvenes se levantaron y María tomó al Niño. Todos se sentaron alrededor de la mesa y entonaron un cántico de alabanza, y luego comieron y bebieron llenos de felicidad y de alegría.

19 Y los arcángeles lloraban de bienaventuranza, diciendo:

20 «Eternidades pasaron ante nuestra vista, llenas de supremas delicias,

21 pero todas aquellas eternidades, incluso las más maravillosas, no son comparables con este momento en que estamos a la mesa con el Señor y sus hijos, entre los cuales él se encuentra en toda plenitud... Oh, Señor, ¡permite que también nosotros podamos llegar a ser hijos tuyos!».

Capítulo 114

María habla con Zuriel y Gabriel

1 Cuando terminó la cena, todos cantaron otro cántico de alabanza al Señor y uno de los jóvenes dijo a María:

2 «María, agraciada entre todas las mujeres de esta Tierra, ¿ya no te acuerdas de mí? ¿No recuerdas que fui yo quien en el Templo jugó tantas veces contigo? ¿No recuerdas las veces que te traje cosas ricas para comer y beber?».

3 María se sorprendió y dijo: «Ahora te reconozco, sí, ¡eres Zuriel, el arcángel que tantas veces me gastó bromas cuando hablaba conmigo sin dejarse ver!

4 ¡Cuántas veces tuve que suplicarte para que alguna vez te dignases dejarte ver!».

5 «Bendita Madre, ¡tal fue la Voluntad del Señor que te ama sobremanera!

6 Así como tu corazón, sede del amor, empuja y da empellones a todo tu ser,

7 así ocurre también con el Amor del Señor, que continuamente instiga y excita a sus amados. Precisamente así forma la vida y la hace duradera para la eternidad».

8 María se alegró por esta explicación y alabó la gran bondad del Señor. Luego otro joven se dirigió a María.

9 «Virgen agraciada, ¿acaso tampoco me reconoces a mí? No hace mucho más de un año que te visité en Nazaret».

10 A éste María le reconoció por la voz. «Sí, ¡eres Gabriel! En verdad, eres único, porque fuiste tú quién trajo a la Tierra el más grande de los mensajes: La salvación de todos los pueblos».

11 «Virgen del Señor, te equivocas en una cosa. Porque para realizar la obra más grande, el Señor ya conmigo empezó a servirse de los medios más humildes.

12 Por lo tanto soy tal vez el menor y más ínfimo en el Reino de Dios, y ni mucho menos el mayor.

13 Es cierto que traje la buena nueva más sublime y grandiosa a la Tierra; pero eso no quiere decir que en el Reino de Dios no haya otros iguales a mí, no en grandeza sino en pequeñez».

14 María y José se admiraron de la gran humildad del joven.

15 «Sí, ¡este ángel tiene razón!», añadió el Niño. «Porque al principio el mayor14 era el más próximo a mí.

16 Pero se rebeló y quiso ser igual que Yo y superarme, por lo que se alejó de mí.

17 Eso me motivó a crear el cielo y la Tierra15 y a establecer un orden en el que únicamente lo más humilde sea lo más cercano a mí.

18 Y Yo mismo elegí la más baja condición terrenal para mí. Por eso solamente serán mayores en mi Reino los que como Yo, ante el mundo y ante ellos mismos, sean los menores y más humildes.

19 Tú, Gabriel, y mi madre, los dos tenéis razón según se mire el asunto; eres el mayor porque interiormente eres el menor».

20 Cuando los demás jóvenes oyeron cómo el Niño habló con Gabriel, todos se hincaron de rodillas ante Él y lo adoraron.

21 Eudosia aguzó mucho los oídos, pues no sabía a qué atenerse ya que estos jóvenes tan sumamente hermosos le llamaban mucho la atención.

22 Había escuchado muy bien que les llamaron «mensajeros del Reino de Dios», pero ella creía que tal reino era Palestina o el Alto Egipto. Por eso les preguntó si eran delegados.

23 Uno de los jóvenes se dirigió a ella: «Ten aún un poco de paciencia, Eudosia, nos quedaremos aquí tres días con vosotros. De modo que ya nos conoceremos mejor».

24 Eudosia quedó conforme y después se retiró para dormir.

Capítulo 115

Un asalto de trescientos malvados rechazado por los ángeles

1 José señaló lo avanzado de la hora: «Hijos y amigos, ya es muy tarde y me parece mejor que nos acostemos».

2 «Sí, José, tienes razón», confirmaron los jóvenes. «Todos vosotros que todavía tenéis cuerpos físicos, id a descansar.

3 Sólo nosotros vamos a salir fuera para guardar tu casa.

4 Resulta que el enemigo de la vida supo que el Señor de la Vida mora aquí, y decidió con astucia asaltar esta casa esta misma noche.

5 Por eso estamos aquí. Y en cuanto llegue el enemigo, quedará maltrecho».

6 Todos se asustaron mucho con esta noticia y José decidió:

7 «Si las cosas andan así, no me acostaré sino que velaré durante toda la noche, junto con vosotros».

8 Pero los jóvenes insistieron en que nadie se preocupara: «Somos bastantes y por Voluntad del Señor tenemos poder suficiente para convertir toda la creación en nada.

9 ¿Cómo, pues, íbamos a temer a un puñado de cobardes asesinos pagados?

10 El caso es el siguiente: Algunos allegados a los sacerdotes aniquilados descubrieron mediante el esfuerzo de Satanás que Cirenio se ha vuelto amigo de los judíos gracias a esta familia.

11 Por eso han tramado una conspiración secreta y juraron asaltar la casa durante la noche y asesinar a todos que se encontraran en ella.

12 Pero como tal plan no podía sernos desconocido, vinimos para protegerla.

13 De modo que podéis quedaros absolutamente tranquilos y ya verás mañana como hemos trabajado para ti».

14 José quedó tranquilo con la promesa de protección de los jóvenes, y alabó a Dios.

15 Luego mostró a Eudosia su dormitorio y la bendijo como hija suya. Ella fue la primera que se acostó.

16 María se acostó en el mismo dormitorio; y esta vez se llevó consigo al Niño a la cama.

17 Luego los tres sacerdotes se retiraron, y únicamente José y sus hijos se quedaron en el comedor velando.

18 Sólo los jóvenes salieron fuera y se apostaron alrededor de la casa.

19 Hacia medianoche se oyó un fragor de armas que se acercaba desde la ciudad.

20 A los pocos minutos la casa estaba rodeada por trescientos hombres armados.

21 Cuando los intrusos quisieron entrar, los jóvenes se levantaron y los estrangularon a todos, menos a uno.

22 A este lo ataron y lo vigilaron, para que al día siguiente sirviera de testigo.

23 De esta manera fue milagrosamente salvado el hogar de José; en adelante continuó en paz.

Capítulo 116

Disposiciones para el banquete de bodas.

Reanimación de los asesinos muertos con el agua del baño del Niño

1 Muy de mañana, antes de la salida del Sol, ya había una gran actividad en casa de José.

2 Los jóvenes, junto con los hijos de José, se ocuparon de la cocina y de los animales porque había que preparar muchas cosas para el banquete de bodas de Cirenio.

3 José, acompañado por Zuriel y Gabriel, salió afuera para ver los cadáveres y preguntó a los dos:

4 «¿Qué haremos con ellos? Habrá que enterrarlos antes de que Cirenio vuelva de la ciudad».

5 Pero los jóvenes le dijeron que no se preocupara.

6 «Precisamente el gobernador tiene que conocer el poder que reside en tu casa. Por lo tanto los cadáveres, que se queden de momento como están y luego, cuando Cirenio llegue, él mismo podrá disponer que se los lleven».

7 José estuvo conforme y volvió con ellos a la casa

8 donde María estaba bañando al Niño, en lo que Eudosia le ayudaba como podía.

9 Con el mayor respeto los dos ángeles aguardaron de pie con los brazos cruzados sobre el pecho.

10 Después del baño, y ya arreglado con ropa limpia, el Niño llamó a José y le dijo:

11 «En esta casa nadie ha de perder la vida.

12 Por eso te llamo, para que guardes el agua del baño.

13 En cuanto Cirenio vuelva de la ciudad y después que haya visto a lo estrangulados, tomas esta agua y los rocías con ella. Los muertos se reanimarán y podrán ser presentados al tribunal del estado.

14 Pero atadles antes a todos las manos a la espalda para que cuando se despierten no puedan empuñar las armas y defenderse».

15 Con la ayuda de los dos ángeles, José cumplió inmediatamente la Voluntad del Niño.

16 Y nada más haber atado las manos del último cadáver, Cirenio llegó de la ciudad, en todo su esplendor y con un gran séquito.

17 Al ver los cadáveres atados, se asustó y preguntó con sobresalto qué había pasado.

18 Tras contárselo, José mandó traer el agua de baño del Niño y roció a los muertos con ella; y todos se levantaron como de un sueño profundo.

19 Cirenio, ahora al cabo de todo, mandó los reanimados a prisión.

20 Una vez que se los llevaron, junto con el sobreviviente, Cirenio y su novia entraron en la casa y alabaron al Dios de Israel con gran fervor.

Capítulo 117

Indignación de Cirenio contra los traidores

1 A pesar de que todo había salido bien, Cirenio estaba molesto porque no sabía qué hacer con los traidores.

2 Por eso se dirigió a José para discutir el asunto con él.

3 José le aconsejó que no se preocupara, porque saldría absolutamente indemne de la situación.

4 «No hay duda de que, en este mundo, eres mi mayor amigo y bienhechor. No obstante, la noche pasada, ¿de qué me habría servido toda tu amistad?

5 Estos asesinos pagados habrían podido matarnos de mil maneras y ni te habrías enterado hasta hoy por la mañana.

6 ¿Quién piensas que fue nuestro salvador? ¿Quién era el que, hace tiempo, descubrió los planes secretos de los malvados y nos envió ayuda en el momento oportuno?

7 ¡Fue el Señor, mi Dios y tu Dios! De modo que puedes estar de buen ánimo porque también te encuentras ahora bajo la mano protectora del Señor que no permitirá que sea tocado un solo de tus cabellos».

8 Cirenio le agradeció estas palabras de todo corazón.

9 Mientras tanto Tulia estaba entreteniendo al Niño.

10 En este momento Cirenio descubrió a dos jóvenes y se enteró de que en la cocina había aún más. Por eso le preguntó a José que de dónde venían jóvenes tan hermosos y delicados, o si acaso se trataba de algunas de las víctimas salvadas.

11 «Cada señor tiene sus siervos y ya sabes que mi hijo también es un Señor; estos jóvenes son sus siervos», le respondió José.

12 «Y fueron los mismos los que la noche pasada nos protegieron del exterminio.

13 Pero no trates de adivinar de dónde vienen. Lo que sí es evidente, es que son increíblemente poderosos».

14 Pero Cirenio insistió: «¿Entonces son semidioses como los que nosotros tenemos en nuestra doctrina llena de mitos?

15 ¿Es posible que además del Dios único también tengáis semidioses, destinados a ayudar a los hombres y al Dios principal?».

16 «¡Por supuesto, que no! ¡Ni hablar de semidioses!

17 Pero sí hay espíritus sumamente bienaventurados que antes vivían en la Tierra como tú y yo, y que ahora son ángeles de Dios.

18 Sobre todo lo que te acabo de decir tienes que guardar silencio como si nunca hubieras oído nada. De lo contrario sufrirás las consecuencias».

19 Con el dedo sobre los labios Cirenio juró guardar silencio hasta el día de su muerte.

20 En este mismo momento los dos jóvenes se acercaron y le dijeron: «Cirenio, sal afuera con nosotros y te mostraremos nuestro poder».

21 Cirenio les siguió afuera y vio como a una sola palabra de ellos, una montaña desaparecía a lo lejos.

22 Por tal hecho Cirenio comprendió por qué tenía que guardar silencio, y lo guardó durante toda su vida. Y los demás que estaban con él cumplieron la misma promesa.

Capítulo 118

Diferencia entre el poder del Señor y el de sus siervos

1 Después de la demostración de su poder los dos ángeles y Cirenio volvieron al cuarto donde estaban José, María con el Niño, Tulia, Eudosia, los tres sacerdotes, Maronio y algunos otros del séquito de Cirenio.

2 En seguida José se dirigió a Cirenio y le preguntó:

3 «¿Qué te parecen estos siervos del Señor?».

4 «Oh..., que entre ellos y el Señor hay poca diferencia; pues parece que tienen el mismo poder que Él.

5 Hace poco que el Niño destruyó una gran estatua de Júpiter con un simple gesto.

6 Y estos siervos destruyeron una montaña entera con una sola palabra. ¿Cuál es la diferencia entre Señor y siervo?».

7 «Pues sí, ¡hay una diferencia fundamental!

8 El Señor hace todo eso por sí mismo, desde eternidades. Mientras que sus siervos sólo pueden hacerlo con el poder de Él y cuando Él lo quiere así.

9 Si no lo quiere, entonces ellos no tienen más poder que tú o yo, y no pueden destruir ni la menor partícula».

10 Cirenio comprendió y no precisó más explicaciones.

11 Pero aún quería saber para qué le sirven al Señor siervos que carecen de poder propio, si a fin de cuentas Él mismo lo hace todo...

12 Ahí José tuvo que remitirle al Niño: «¡Pregúntaselo a Él y te dará una respuesta mejor!».

13 Cirenio siguió el consejo de José y el Niño le respondió:

14 «Ahora estás casado y anoche te uniste con tu esposa para tener descendencia.

15 Te digo que tendrás doce hijos. Pero cuando los tengas, dime, ¿para qué te servirán? ¿En realidad para qué los quieres tener?

16 ¿Acaso no puedes desempeñar satisfactoriamente con tus cargos sin ellos?».

17 Cirenio quedo un tanto perplejo y le costó un buen rato responder:

18 «Bueno, en lo que se refiere a mis cargos, todo va como es debido; para eso, por supuesto, no preciso de hijos.

19 Sin embargo, en mi corazón se manifiesta un gran deseo de tenerlos y a este deseo se le llama amor».

20 «Muy bien. Y el día que los tengas y por amor a ellos ¿no los iniciarás en tus asuntos y no les darás poderes porque son tus hijos? ¿Acaso tus hijos no llegarán a ser poderosos siervos tuyos?».

21 Cirenio confirmó que así lo haría.

22 «Mira», continuó el Niño, «si tú, siendo hombre actúas así por amor a tus hijos, ¿por qué entonces Dios, Padre santo, no iba a hacerlo con los suyos por su infinito amor hacia ellos?».

23 Cirenio y todos los demás quedaron profundamente impresionados con esta explicación tan plausible.

Capítulo 119

La ropa festiva de los ángeles

1 No pasó mucho tiempo y los hijos de José entraron para decirle que el desayuno estaba preparado:

2 «Si te parece bien vamos a servirlo en la mesa grande».

3 «Muy bien; y vestíos con vuestra ropa nueva porque vamos a celebrar el banquete de bodas esta mañana.

4 Como estaréis en la mesa habréis de estar vestidos adecuadamente».

5 Sin tardar los hijos cumplieron las órdenes de su padre.

6 En esto los dos jóvenes llamaron a José la atención sobre la ropa que llevaban.

7 «Es nuestra ropa de trabajo. ¿Te parece bien que también nosotros vengamos con traje de bodas?».

8 «Sois ángeles del Señor y esta ropa de trabajo vuestra ya es una ropa de bodas muy hermosa. ¿Para qué cambiaros?».

9 «Mira, José, no queremos contrariar a nadie. Pero como dijiste a tus hijos que se cambiasen, nosotros también queremos presentarnos con nuestro traje de boda.

10 Por eso permítenos que también nos cambiemos de ropa».

11 «Haced lo que os parezca bien. Como sois siervos del Señor siempre conocéis su Voluntad. ¡Cumplidla!».

12 Los dos jóvenes salieron afuera y al poco volvieron acompañados por los otros y por los hijos de José.

13 Los ángeles se presentaron con una ropa luminosa como los colores de la aurora, y sus caras, manos y pies resplandecían como el sol naciente.

14 Cirenio y su séquito se espantaron ante esta demostración esplendorosa.

15 «Apreciado amigo José, ahora estoy al corriente de la infinita Gloria de tu casa», comentó Cirenio en su gran aflicción. «Así que déjame que me vaya porque esta magnificencia me consume.

16 ¿Por qué mandaste a tus hijos que se cambiaran de ropa? Seguro que si no lo hubieras hecho, los siervos del Señor habrían permanecido en su simplicidad anterior, sin brillo, con el aspecto tan agradable que tenían».

17 José, igualmente incómodo por tanto brillo, decidió ordenar a sus hijos que volvieran a ponerse la ropa de diario.

18 Cumplieron la voluntad de su padre inmediatamente y, después de ellos, también los jóvenes se cambiaron.

19 De modo que todos volvieron a su simplicidad anterior.

20 Cirenio se sintió aliviado y se dirigió a la mesa con su esposa y sus compañeros.

21 Él y los suyos ocuparon la cabecera. José, María con el Niño, Eudosia, los hijos de José y los jóvenes se sentaron en los demás asientos. José entonó un cántico de alabanza y luego todos empezaron a servirse.

22 El comandante y algunos oficiales tenían realmente la impresión de estar a la mesa de los dioses en el Olimpo, por cuyo motivo se creó un ambiente de gran alegría. Ignoraban Quién estaba entre ellos.

Capítulo 120

Preocupación de José por la conmemoración de la Pascua,

e inconveniente de la presencia de muchos paganos

1 Después del banquete matinal que duró casi una hora, José dio gracias al Señor y todos se levantaron.

2 Como era el día antes del sábado, es decir viernes, y además viernes de la Pascua de los judíos, José estaba en un dilema porque no sabía cómo iba a santificarlo debidamente entre tantos romanos.

3 Sabía que también irían a visitarle el sábado de Pascuas como si fuera cualquier día normal.

4 Como los ángeles eran conscientes del dilema, le rodearon y le dijeron:

5 «José, eres un hombre muy recto; pero en este caso te preocupas en vano...

6 Sabes muy bien que en estas mismas fechas también los ángeles de Dios, es decir, los arcángeles, los querubines y los serafines, siempre se han presentado en Jerusalén.

7 Siempre han estado presentes en el santísimo; y eso lo sabes tanto tú como tu mujer.

8 Sabes que nosotros seguimos al Señor y no al Templo de Jerusalén; por eso no estamos en el Templo.

9 Cuando el Señor estaba en el Templo de Jerusalén, también nosotros estábamos allí.

10 Pero como Él mora ahora aquí, también nosotros, para celebrar la Pascua junto contigo. De modo que ninguno está en el Templo, ahora bastante abandonado.

11 ¿Acaso puede haber manera mejor de celebrar la Pascua que como lo hacemos nosotros?

12 Mañana haremos igual que estamos haciendo hoy... Y estará bien hecho.

13 Tú, junto con nosotros, ¡haz lo mismo! Y santificarás debidamente el sábado y la Pascua en presencia del Señor del sábado y de todas las demás fiestas.

14 Pregúntale al sublime Niño y verás como Él te dirá lo mismo».

15 «Todo eso me parece muy bien, ¿pero qué pasa con la ley de Moisés? ¿Ya no se aplica?».

16 «¡Estás muy equivocado! ¿Acaso Moisés dispuso que hubiera que celebrar la Pascua en Jerusalén?

17 ¿No indicó que había que celebrarla donde el Señor esté, donde esté el arca de la alianza?

18 Pero el Señor ya no está en el arca sino contigo en tu hogar, en persona...

19 Dinos entonces, ¿dónde hay que celebrar realmente la Pascua según Moisés?».

20 «¡Por supuesto que aquí! ¿Pero qué hacemos con todos estos paganos?».

21 «Hijo justo de David, ¡no te preocupes! ¡Haz lo que nosotros hacemos y estará bien hecho!».

22 Entonces el Niño llamó a José, a causa de lo cual todos los jóvenes se postraron en el suelo, y le dijo:

23 «¡Deja de preocuparte por los no circuncidados, porque ahora son mejores que los circuncisos.

24 Te digo que la circuncisión del prepucio no tiene la menor importancia; pero sí la del corazón...

25 Los romanos de aquí son muy nobles del corazón. Por eso voy a celebrar la Pascua con ellos y no con los judíos».

26 Estas palabras devolvieron a José la tranquilidad, y alegremente confió a los jóvenes todos los preparativos de la Pascua.

Capítulo 121

José en apuros; Cirenio le invita a celebrar la Pascua en su palacio

1 Resuelta la cuestión de la celebración de la Pascua, Cirenio se dirigió a José:

2 «Hoy fui tu invitado y todavía me quedaré hasta la noche.

3 Pero mañana daré una pequeña fiesta en mi palacio y te invito con todos los tuyos.

4 Espero que no me niegues esta prueba de amistad...

5 No es ni mucho menos para corresponder a tu invitación, sino simplemente una señal del gran amor y estima que os tengo a todos.

6 Resulta que he de fijar mi vuelta para pasado mañana, porque no puedo quedarme tanto tiempo como había pensado.

7 Hay asuntos urgentes que me obligan a cambiar mis planes.

8 Precisamente por ello es por lo que me gustaría tener la alegría de servirte una vez en mi casa con la dignidad que mereces».

9 De nuevo José no sabía qué hacer porque, al menos el sábado santo de Pascua lo quería celebrar en su casa.

10 Por eso procuró explicarse ante Cirenio:

11 «Mira: Mañana, es el día festivo más importante que tenemos los judíos. Ese día todo judío, si no puede ir al Templo de Jerusalén, tiene que conmemorarlo al menos dentro de su hogar.

12 Si no, yo tendría grandes remordimientos por haber pecado contra esta ley nuestra tan importante.

13 Por eso no puedo hacerte promesa alguna en este sentido.

14 Pero si quieres venir a mi casa que en realidad es la tuya, y celebrar tu fiesta aquí, estaré muy contento».

15 «Vaya, hermano, ¿es posible que tú, según tus propias palabras tengas menos fe que yo, pagano de nacimiento?

16 ¿No es tu hijo, el Señor, de quien proceden todas tus leyes?

17 ¿No son estos jóvenes sus siervos desde los tiempos primordiales? ¿No tiene Él el derecho de hacer y abolir las leyes?

18 Si Él me hiciera caso, ¿acaso, tu día festivo te importaría más que su Palabra divina?».

19 En ese momento el Niño se estiró y dijo: «Sí, Cirenio, ¡muy bien observado! Pero tranquilo, ¡mañana seremos todos invitados tuyos!

20 Porque donde estoy Yo, allí está la verdadera Pascua, ¡porque Yo soy el libertador de los Israelitas de Egipto!».

21 A estas palabras del Niño José abandonó su concepto de la Pascua y aceptó la invitación de Cirenio.

Capítulo 122

José preocupado por el destino de los trescientos asesinos pagados

y de los sacerdotes subalternos

1 Luego José se dirigió a Cirenio para preguntarle cómo iban de adelantados los trabajos de descombro de los templos, y qué sabía de los exhumados.

2 Este le confirmó que ya había tomado todas las disposiciones adecuadas.

3 «Los escombros están recogidos hasta la última piedra.

4 Los sacerdotes que habían quedado sepultados y que ya no tenían remedio, ya están enterrados. A los rescatados, mañana los llevaré conmigo a Tiro donde me preocuparé de ellos.

5 Bueno, así andan las cosas. Me parece que todo está resuelto de la manera más conveniente».

6 «Muy bien, porque ni siquiera un padre habría tomado mejores disposiciones para sus propios hijos. Estoy conforme del todo.

7 ¿Pero qué piensas hacer con los asesinos pagados que asaltaron mi casa?».

8 «Como delincuentes de alta traición merecerían la pena de muerte.

9 Pero como ya sabes que no soy amigo de derramar sangre, les perdoné la vida. No obstante, serán esclavos durante el resto de su vida.

10 Me parece que este castigo, comparado con la pena de muerte, no es demasiado severo.

11 Además para aquellos que realmente mejoren, existe la posibilidad de una amnistía sin que lo sepan.

12 Ellos irán igualmente a Tiro donde tomaré las disposiciones adecuadas».

13 «Hermano, también en eso has actuado del todo dentro del Orden divino y tengo que elogiarte por ser un gobernador verdaderamente sabio.

14 Pero todavía hay algo que me preocupa: El destino de los tres sacerdotes subalternos».

15 Pero, también para estos, Cirenio ya había previsto todo lo necesario:

16 «A Maronio, que ahora piensa como yo, le voy a confiar un cargo y ellos se quedarán con él, como funcionarios.

17 ¿Te parece bien? Si mi entendimiento fuera algo más amplio y profundo, sabría tomar disposiciones más acertadas...

18 En fin, actúo con la mejor intención y supongo que tu Señor y Dios bendecirá mi buena voluntad».

19 «El Señor ya bendijo tu entendimiento y tu buena voluntad. Por eso tomaste las mejores medidas.

20 Ahora no me queda más que una sola pregunta: ¿Cuándo vas a mandarme los ocho chiquillos, es decir, los cinco niños y las tres niñas de quienes me hablaste?».

21 «Esa será mi primera ocupación en cuanto llegue a Tiro».

22 A continuación José invitó a todos a salir un poco al aire libre porque hacía un día fabuloso.

Capítulo 123

Excursión a un monte sagrado. Los dos jóvenes celestiales amansan

a unas bestias salvajes

1 Cirenio con su séquito, Maronio con los tres sacerdotes, José y María con el Niño, los dos ángeles y Eudosia, se pusieron en camino.

2 María y Eudosia iban montadas en burros que estaban guiados por los dos ángeles.

3 Los demás se habían quedado en casa con los hijos de José, para ayudarles en sus quehaceres.

4 Fuera de la ciudad había un monte de una altura de unas cuatrocientos brazas, cubierto de cedros.

5 Los paganos lo veneraban como santuario, por cuyo motivo nunca se había cortado ni un solo árbol.

6 No existía más que un solo camino, preparado por sacerdotes, que llevaba a la cumbre donde se encontraba un templo abierto, desde el cual se podía apreciar un panorama encantador.

7 Debido al arbolado tan denso, había allí una gran cantidad de bestias feroces que representaban un gran peligro para los visitantes.

8 Los tres sacerdotes conocían este peligro y cuando vieron que Cirenio estaba a punto de subir, se dirigieron a él para advertirle.

9 Pero Cirenio les contestó: «¿Acaso no veis que no tengo miedo?

10 ¿Por qué iba a tener miedo, sabiendo que el Señor de todos los Cielos y mundos se encuentra en medio de nosotros, y con Él dos de sus siervos omnipotentes?».

11 Con estas palabras de Cirenio los sacerdotes recobraron valor y todos continuaron el camino, subiendo la cuesta.

12 Cuando el grupo ya había caminado durante media hora, de repente, saltaron tres leones inmensos de la espesura y le cortaron el camino a Cirenio.

13 Este se asustó sobremanera y pidió auxilio.

14 Inmediatamente los dos ángeles amenazaron a las tres bestias que, rugiendo, se apartaron del grupo;

15 pero no se retiraron a la espesura sino que se pusieron a acompañar al grupo sin hacer mal a nadie.

16 Pero, media hora después, el grupo se vio enfrentado a una manada de leones, panteras y tigres.

17 Al ver a los ángeles, la caravana inquietante de fieras se separó en dos hileras para dejar pasar a los visitantes.

18 A muchos del séquito de Cirenio este encuentro les produjo un gran temor, de forma que casi no se atrevían a respirar.

19 Pero cuando vieron que las bestias se agachaban temblando ante la cercanía del Niño, muchos de los miedosos paganos empezaron a presentir, Quién, en realidad, se ocultaba en Él.

Capítulo 124

Serpientes venenosas en la cumbre. María y el Niño limpian el lugar

1 La caravana de bestias feroces no se detuvo sino, gruñendo, continuó su camino.

2 Eudosia, al lado de María, como Tulia, al lado de Cirenio que andaba delante los burros, casi sufrieron un desmayo por este espectáculo.

3 Pero José y María pudieron inspirarles el valor suficiente como para que se les pasara el miedo.

4 Sin más contratiempos, el grupo continuó su camino hasta a la cumbre del monte.

5 Pero una vez llegados arriba, donde en un claro precioso se encontraba un templo, de nuevo, se les presentó una contrariedad:

6 Cerca del Templo la cumbre estaba infestada de víboras y de serpientes de cascabel altamente venenosas.

7 A centenares tomaban el sol en un amplio claro que rodeaba el Templo.

8 Cuando estos reptiles emitieron sus estridentes silbidos, empezando a cascabelear y a silbar de manera amenazadora, al séquito de Cirenio se le heló la sangre en las venas.

9 Especialmente Tulia que andaba a pie, lo pasó fatal. Le faltaba poco para perder el sentido y ya veía llegado el fin de sus días.

10 Pero no sólo las personas tenían miedo sino que también los tres leones soltaron aullidos de terror y se arrimaron a las personas, tanto como les fue posible.

11 Sólo Cirenio permaneció indiferente, aunque, no obstante, se inquietó a causa de su mujer y de su séquito.

12 Por eso se dirigió a José: «Hermano, ¿por qué no pides a los dos siervos del Señor que echen de aquí a estas serpientes?».

13 «No hace falta, porque mi mujer es maestra en este asunto.

14 Dejémosle a ella que se adelante con su burro

15 y verás como las serpientes huirán ante ella».

16 María, con el Niño, avanzó con su burro

17 y cuando las serpientes vieron que se estaba acercando, huyeron a toda prisa y no quedó a la vista ni una sola.

18 El séquito de Cirenio se asombró y muchos se preguntaban:

19 «¿No será ella Higieia, la misma diosa de la salud, de la cual dicen que hasta las culebras le obedecen a la primera señal?».

20 Pero Cirenio, al oír semejantes disparates, los criticó: «¿Qué estáis diciendo de una Higieia que nunca existió?

21 Aquí hay más que Juno, que tampoco existió: ¡Ella es la mujer que el Dios supremo eligió para este sublime sabio!».

22 Todos los del séquito de Cirenio se quedaron perplejos y no se atrevieron a hacer más preguntas.

Capítulo 125

El Templo peligroso. El enjambre de moscas negras

1 Cuando de esta manera la cumbre del monte quedó limpia de todo bicho, Cirenio llamó a su servidumbre y dispuso:

2 «Haced limpieza en el Templo y cubrid el altar con paños limpios. Luego ponéis encima las provisiones que hemos traído con nosotros.

3 Después, aprovechando de la magnífica vista que hay desde el Templo, comeremos y beberemos algo».

4 Sin demora su servidumbre cumplió con el encargo.

5 Cuando todo estaba arreglado, Cirenio invitó a José y María a que le siguieran al Templo para merendar con él.

6 Pero José le advirtió: «Oye, hermano, si nosotros entramos en el Templo, te arriesgas que se derrumbe antes de que hayas recuperado todas tus cosas; por eso vale más que vuelvan a sacar todo, a toda prisa.

7 Esta construcción, que en sus tiempos sirvió a los sacerdotes para fines viles, está ahora medio desmoronada y es muy frágil.

8 Sólo algunos espíritus malvados la mantienen todavía en pie.

9 Si yo, ahora, entro con mi mujer y el Niño, los espíritus malvados huirán y en seguida todo el Templo se derrumbará sobre nosotros.

10 Por eso te ruego que sigas mi consejo y todo saldrá bien».

11 Cirenio estaba sorprendido, pero hizo en seguida lo que José le había dicho.

12 Pero pese a toda prisa que se dieron, aún no habían recuperado todas las cosas cuando una enorme cantidad de moscas negras abandonó el Templo con un zumbido irritante.

13 José, nada más verlo, llamó en voz alta a los siervos de Cirenio: «¡Salid corriendo del Templo antes de que ocurra una desgracia!».

14 Y todos abandonaron el Templo como arrastrados por una tormenta.

15 Y nada más salir el último, se derrumbó el Templo con un gran estruendo.

16 Todos se espantaron y los tres leones fieles huyeron, aunque volvieron al rato.

17 Todos se preguntaban entre ellos qué podía significar todo eso. Ninguno entre los paganos, con excepción de Cirenio, estaba en medida de dar una explicación.

18 Cuando todo el grupo se hubo recuperado del primer susto, Cirenio le preguntó a José dónde, según él, habría un sitio seguro para poder preparar la merienda.

19 Y José le indicó un pequeño césped con una higuera silvestre, llena de frutos.

20 En seguida Cirenio mandó que limpiaran aquel lugar y que sirvieran la merienda allí.

Capítulo 126

Merienda al aire libre. Incendio del palacio imperial

1 De nuevo Cirenio invitó a José, María con el Niño y a Eudosia para que tomaran la merienda con él.

2 Todos fueron al sitio indicado y José bendijo los alimentos.

3 También los dos jóvenes y el resto del grupo siguieron su ejemplo.

4 Cuando todos estaban comiendo y bebiendo con mucha gana,

5 Maronio se dio cuenta de que por encima de la ciudad de Zoán se estaba levantando una columna de humo

6 y que también algo más lejos, hacia la costa, se veía más columnas de un humo muy denso.

7 En seguida avisó a Cirenio. Este se dio cuenta que se trataba de su palacio que estaba en llamas, y sospechaba que lo que se quemaba algo mas lejos podrían ser sus barcos incendiados.

8 Como si hubiera sido fulminado por mil rayos, dio un salto y gritó:

9 «¡Por Dios! ¿Qué es lo que veo? ¿Es posible que esto sean los frutos de mi bondad para los miserables habitantes de esta ciudad de Zoán?

10 ¡Mi bondad se acabó! ¡Voy a transformarla en la ferocidad de un tigre y pagaréis vuestra maldad! ¡Y sufriréis las consecuencias como jamás las sufrió una furia en el tártaro más profundo!

11 ¡Vámonos, amigos!, ¡aquí sobramos! ¡Adelante para vengarnos de los delincuentes!».

12 A este grito de guerra, todo el séquito de Cirenio se levantó de golpe y recogió todo a toda prisa.

13 Sólo José y los suyos continuaron sentados con toda calma sin hacer caso ni mirar hacia donde se veía el fuego.

14 Bastante irritado por este comportamiento, Cirenio preguntó con aspereza:

15 «¿Qué clase de amigo eres tú para que en el momento de mi desdicha puedes quedarte sentado tan tranquilamente?

16 Sabes muy bien que sin ti no puedo volver por este camino debido a la cantidad de bestias que hay en él.

17 ¡Así que levántate y cuida de mi seguridad, de lo contrario me darás motivo hasta para enfadarme contigo!».

18 «Vaya romano irascible, ¡en este preciso momento no te voy a seguir!

19 ¿Qué harás cuando llegues allí dentro de dos horas? ¿No crees que mientras tanto las llamas ya lo habrán devorado todo?

20 Y si es únicamente por la venganza, yo diría que queda todavía mucho tiempo...

21 Si no te hubieras encolerizado tanto se lo habría dicho a los dos ángeles y ellos, en un momento, habrían acabado con él.

22 Pero como te enfureciste tanto, ¡ahora ve tú mismo y apaga las llamas con tu ira!».

Capítulo 127

El poder de la voluntad de los jóvenes apaga el fuego a distancia

1 El tono tan serio de las palabras de José, surtió un gran efecto sobre Cirenio que no supo qué responder.

2 Pero tampoco se atrevió a dirigirse más a él porque le parecía que José estaba un poco excitado.

3 Por eso Cirenio se dirigió a Tulia: «Ve y explícale a este sabio que mi irritación era una consecuencia excusable por mi desgracia.

4 Pídele perdón y asegúrale que en adelante no volverá a ocurrir nada parecido.

5 Pero, por esta vez, que no se me plante sino que me saque del apuro».

6 Como José escuchó estas palabras, se levantó y dijo a Cirenio:

7 «Apreciado amigo, hasta ahora no hemos necesitado intermediarios

8 porque siempre nos lo dijimos todo francamente.

9 ¿Por qué, entonces, te sirves ahora de tu mujer como intermediario, como si nosotros dos no nos bastáramos?

10 ¿Acaso piensas que también yo puedo enfadarme por cualquier cosa?

11 ¡Entonces estás muy equivocado! Si me ves tan serio, es por mi gran amor hacia ti.

12 Mal amigo sería aquel que no fuera capaz de hacer una observación crítica porque no le conviniera.

13 Si hubiera algo de real en lo que ahora te preocupa tanto, entonces, como siempre, ya te habría advertido.

14 Pero no se trata sino de una fantasmagoría de los espíritus malvados que han sido expulsados de aquí.

15 Es simplemente de un acto de venganza de dichos espíritus, ebrios de ira porque los despachamos de su nido.

16 Y eso es todo... Pero no me diste ni tiempo para decírtelo, sino que en seguida te pusiste furioso. No valía la pena ni que te levantases...

17 Pero en seguida confiaste de tus sentidos, y te excitaste en vano...

18 ¡Ahora siéntate otra vez y observa el incendio con sangre fría, puedes estar seguro que el fuego se acabará en seguida!».

19 Precisamente esta explicación no contribuyó a disminuir la confusión de Cirenio.

20 No obstante y pese a haber entendido poca cosa, creyó lo que José le decía.

21 Dirigiéndose hacia los ángeles, José continuó:

22 «¡Mirad también vosotros un poco hacia el lugar donde los expulsados están haciendo de las suyas, para que se acabe el asunto y mi hermano pueda tranquilizarse!».

23 Los dos ángeles cumplieron el deseo de José y ¡menuda sorpresa!, en el mismo momento se acabó toda la farsa del incendio.

24 Sólo entonces Cirenio comprendió el sentido de las palabras de José y recuperó todo su buen humor. No obstante, el incidente aumentó considerablemente su gran respeto a los dos ángeles y a José.

Capítulo 128

Los tirones de pelo del Señor prometidos a Cirenio

1 Una vez restablecida la calma, el Niño se dirigió a Cirenio:

2 «Escucha, hombre de corazón lleno de nobleza, ¿recuerdas todavía cómo le tiré de los pelos al hermano Jacobo?

3 Entonces me pediste que hiciera lo mismo contigo.

4 Te lo prometí, y ya ves que cumplo con mis promesas.

5 Pues, todas las pequeñas sorpresas que has tenido desde entonces, no son sino los prometidos tirones de pelos.

6 Y si en el futuro hay más, recuerda mis palabras y no temas nada. Pero sobre todo: ¡nunca te pongas furioso!

7 No has de perder ni un solo pelo a causa de mis tirones. A quién trato de esta manera, le amo. Y no tiene que temer cosa alguna ni en este mundo ni tampoco en el otro».

8 Con esta explicación del Niño los ojos de Cirenio se llenaron de lágrimas de amor y gratitud.

9 Pero muchos de los paganos presentes también oyeron las palabras del Niño y se admiraron de que un niño de tres meses ya pudiera hablar tan clara y sabiamente.

10 Por eso algunos de ellos se acercaron a José para preguntarle cómo eso era posible.

11 Este encogió los hombros y dijo: «Amigos, en esta Tierra se pueden ver muchos fenómenos maravillosos, especialmente en lo que concierne a la vida.

12 Se manifiestan ante nuestros ojos, pero ¿quién podría desentrañar las leyes secretas con las que el Dios Creador los hace?

13 Nosotros mismos, que somos el mayor milagro, pisamos continuamente milagros y más milagros, y no les prestamos la menor atención.

14 ¿Quién de nosotros sabe cómo surgen todas esas maravillas: las hierbas, el árbol, el gusano, el mosquito y el pez en el agua?

15 ¡No podemos hacer otra cosa que admirar todos estos milagros y adorar y alabar a su santo Creador!».

16 Con esta explicación todos los paganos se contentaron.

17 Y desde ese momento miraron toda la creación con otros ojos.

18 Luego se dispersaron por la cumbre y contemplaron las maravillas de la creación.

19 Pero Cirenio, con disimulo, se dirigió a José para preguntarle si realmente ignoraba la razón de todo eso.

20 Este asintió, aconsejándole: «Si quieres saber más, tendrás que dirigirte al Niño que te dará la mejor respuesta».

Capítulo 129

Pregunta de Cirenio sobre la facultad de hablar del Niño

que no tenía sino tres meses

1 Sin perder tiempo y con gran humildad, Cirenio se dirigió al Niño:

2 «Vida mía, aun sabiendo Quién eres, resulta misterioso que Tú, a tus tres meses, sepas hablar tan correcta y sabiamente.

3 Ya que en este monte se han realizado tantos milagros, me gustaría recibir alguna Luz sobre este asunto. ¿Me la darás?».

4 «Allí al lado de José están mis dos siervos. Pregúntales a ellos y te lo explicarán».

5 Cirenio repitió su pregunta a los dos jóvenes que le respondieron:

6 «Mira: este caso es un asunto puramente celestial y aunque te lo expliquemos, no nos comprenderás.

7 Porque los hombres naturales nunca comprenderán lo puramente celestial, porque su espíritu está todavía cautivo de la materia del mundo.

8 También tú, en gran parte, eres material. Por eso no comprenderás lo que vamos a decirte.

9 Pero como te has empeñado y como es conforme a la Voluntad del Señor, te lo explicaremos.

10 Lo que no podemos darte es su comprensión, porque todavía eres un hombre natural. ¡Óyenos, pues!

11 Al Niño, según su condición natural, aún le costará mucho llegar a poder hablar con vosotros de manera natural.

12 Tal vez dentro de un año pueda hablaros de esa manera.

13 Pero en el corazón del Niño reside la plenitud de la eterna Divinidad omnipotente.

14 Si ahora este Niño te habla clara y sabiamente, entonces no es el niño natural y palpable el que te habla, sino que es la Divinidad dentro de Él la que dirige directamente las palabras a tu alma, capacitada para este fin.

15 De esta manera percibes las palabras como si el niño natural te las dirigiera.

16 Pero no es así. Quién te habla es únicamente la Divinidad, invisible para ti.

17 Lo que crees oír a través de tu oído, en realidad lo estás oyendo dentro de ti mismo. E igual pasa con todos los que escuchan al Niño.

18 Para que puedas convencerte de ello, anda y aléjate de aquí hasta que pienses que ya no podrás oír su voz natural.

19 Aun así verás que Él te habla. Y desde allí lejos le oirás igual de bien que si estuviera a tu lado. ¡Ve y haz la prueba!».

20 A pesar de no comprender nada de todo aquello, Cirenio se alejó unos mil pasos, lo que le permitió el terreno.

21 Allí, de pronto, escuchó la voz del Niño que le llamaba claramente:

22 «¡Cirenio, vuelve de prisa porque te has parado encima de una madriguera de tigres!

23 ¡Ya te olfatearon! ¡Corre, pues, y vuelve antes de que te vean!».

24 Cuando oyó esto, Cirenio volvió con la velocidad del viento y luego se detuvo totalmente desconcertado. Todavía quería continuar indagando, pero al fin y al cabo ni él mismo sabía el que podría preguntar, pues la experiencia le resultaba demasiado fantástica.

Capítulo 130

Testimonio claro de los ángeles sobre la naturaleza del Señor

y de su encarnación

1 Los dos jóvenes no dijeron nada más. Pero la demostración despertó tanta curiosidad en Cirenio que no se conformó sin seguir preguntando.

2 Después de un tiempo de reflexión, de nuevo se dirigió a los jóvenes:

3 «Apreciados siervos de Dios, vuestra explicación y vuestra demostración sobrepasa en mucho mi entendimiento para que pueda conformarme con ellas; han excitado cada fibra de mi vida.

4 Ahora tengo perfecta conciencia de que soy un hombre material que carece de toda sabiduría elevada y que no entiende mucho más de lo que puede palpar.

5 ¿Acaso os es realmente imposible proporcionarme sólo un poco más de comprensión?

6 Os ruego con toda humildad que estimuléis mi entendimiento con algo más lúcido que, tal vez, ya mora ocultamente en mi interior,

7 para que, por lo menos, aquello que ya me revelasteis lo pueda entender más claramente».

8 «Cirenio, estás pidiendo algo que es imposible antes de su tiempo.

9 Porque mientras todavía estés en la carne, no habrá forma de que entiendas las cosas de la sabiduría divina.

10 Imagínate lo siguiente: Dios el Señor, que ahora habita este Niño en su plenitud infinita y eterna, tiene incontables miríadas de mundos y Tierras maravillosas y enormes, una parte infinitamente pequeña de las cuales puedes ver como estrellas en el cielo nocturno.

11 Entre todos esos mundos habría podido escoger uno para su encarnación. No obstante eligió esta tierra tan árida, que entre todos los incontables astros es la más miserable y la peor, y eso en todos los sentidos.

12 El eterno Señor de la infinitud hizo todo tal como lo vemos, porque así fue de su agrado.

13 ¿Piensas que para hacerlo necesitó consejo o nuestro consentimiento?

14 ¡Estarías muy equivocado! Desde todas las eternidades Él hacía y hace únicamente lo que quiere, y nunca tuvo un consejero.

15 Quién iba a preguntarle: “Señor, ¿qué estás haciendo y por qué lo haces?”.

16 Él mismo es en sí la suma sabiduría, el más profundo amor, la máxima perfección y la suma mansedumbre; y es el supremo poder y la máxima fuerza.

17 Bastaría una sola idea destructiva suya y todo se reduciría a nada.

18 Pero ya ves que, a pesar de todo, Él está aquí en la débil forma de un ser humano y se deja llevar en los brazos de una virgen judía.

19 El que desde eternidades mantiene incontables Soles y mundos, y el que con abundancia alimenta seres de infinita variedad con el alimento adecuado más sabiamente elegido, está en esta tierra tan árida, mamando de los débiles pechos de una virgen de quince años.

20 Siendo la Vida básica de toda vida, se vistió con el ropaje de la muerte y del pecado y se encuentra secretamente detrás de la carne y de la sangre.

21 ¿Qué dices ahora? ¿No te gustaría también que te diéramos una lucidez más profunda sobre este asunto?

22 Así como esto nunca lo comprenderás en toda su profundidad, tampoco comprenderás cómo es que este Niño sublime puede hablar tan precozmente.

23 Ámalo con todas tus fuerzas y no lo descubras a nadie. En ese amor encontrarás algo que ningún Cielo podrá revelarte».

24 Estas palabras llenaron a Cirenio de tamaño respeto por el Niño, que se echó al suelo ante Él.

25 «Oh, Señor», dijo llorando, «¡ni en toda la eternidad mereceré la Gracia que aquí estoy recibiendo!».

26 Pero el Niño le respondió: «Cirenio, levántate y no me descubras. Conozco tu corazón; te amo y te bendigo».

2/ Y Cirenio se levantó, temblando de amor y de respeto.

Capítulo 131

Los leones presienten una tempestad y huyen

1 Llegó un momento en el que todos los que se habían dispersado en la cumbre del monte volvieron con caras preocupadas

2 porque habían observado que desde el sudoeste estaban acercándose unas nubes densas y negras de las que siempre anuncian fuertes tormentas,

3 mientras que en el noreste, hacia Zoán, el cielo estaba limpio.

4 Por eso todos sugirieron una vuelta inmediata y rápida.

5 Pero Cirenio los paró: «Estos poderosos sabios que están con nosotros ya nos indicarán la hora adecuada para emprender la vuelta.

6 Mientras que ellos estén tranquilos no hace falta que nos preocupemos».

7 Pero Maronio y el capitán insistieron: «Sube a aquella pequeña colina y cambiarás de opinión,

8 porque eso tiene un aspecto como si todas las furias hubieran abrasado la Tierra».

9 Cirenio se dirigió a José que estaba medio dormido:

10 «Hermano, ¿Has oído lo que estos hombres nos advierten?».

11 «Estaba medio dormido y no sé de qué se trata».

12 «Entonces levántate y acompáñame a la mismísima cima donde sabrás que es lo que ocurre».

13 José se levantó y le acompañó.

14 Cuando llegaron allí, no hizo falta que Cirenio diera más explicaciones.

15 «Ya veo», contestó José, «y ¿qué piensas hacer?

16 ¿Huir? ¿ A dónde? Dentro de un cuarto de hora la tempestad nos habrá alcanzado.

17 Para llegar a Zoán necesitaríamos hora y media. Y antes de que llegásemos a la parte superior del bosque, la tempestad ya estaría encima de nosotros.

18 Y ¿qué haríamos en la quebrada, con una legión de bestias atacándonos, comportamiento muy frecuente en tales ocasiones?

19 Y si encima de todo las lluvias torrenciales nos arrastrasen cuesta abajo, ¿qué haríamos?

20 Por eso me parece más conveniente quedarnos en esta meseta donde a lo sumo nos mojaremos, mientras que en el bosque fácilmente estaríamos expuestos a cualquier desgracia».

21 De acuerdo con el consejo, Cirenio volvió con José bajo la higuera.

22 Pero el séquito de Cirenio se mostró muy preocupado, sobre todo cuando vio que los tres leones se refugiaron de repente en las matas.

23 Dirigiéndose a José, Maronio opinó: «Evidentemente, las tres fieras que se hicieron amigas nuestras han huido presintiendo la calamidad que se nos echa encima. ¿No sería mejor que también nosotros buscásemos protección?».

24 «El hombre no tiene que aprender del animal sino del Señor de la naturaleza.

25 Yo soy de esa opinión y tengo más inteligencia que el animal. Por eso me quedo a pasar la tempestad aquí; sólo me iré después».

26 Todos estuvieron de acuerdo y se quedaron, aunque todavía preocupados por lo que se estaba preparando.

Capítulo 132

Los paganos temen la ira de los dioses.

La tempestad se serena con la palabra poderosa del Niño

1 Todavía no había pasado ni un cuarto de hora, cuando, súbitamente, la cumbre quedó envuelta en una niebla tan densa que lo oscureció todo.

2 El séquito de Cirenio empezó a quejarse.

3 «¡He aquí el resultado!: ¡Júpiter nos dará una buena paliza!

4 Dice el proverbio: “lejos de Júpiter, lejos del rayo”, y ¡mirad lo cerca que aquí estamos de Él!

5 Por eso, si los mortales queremos continuar sanos y salvos en la Tierra, no deberíamos acercarnos demasiado a los dioses».

6 «¡Que se vayan a hacer gárgaras, vuestros dioses!», fue la reacción algo sarcástica de Cirenio.

7 «Yo encontré a un Dios mejor al que no se puede aplicar vuestro “lejos de Júpiter, lejos del rayo”,

8 sino todo lo contrario: “Lejos de Él” significa lejos de la Vida, pero cerca del rayo mortal...

9 De modo que “cerca de Él” significa cerca de la Vida y muy lejos del rayo mortal.

10 ¡Por eso estas nieblas no pueden asustarme, porque sé que todos estamos lejos del rayo mortal!».

11 Nada más pronunciadas estas palabras, precisamente delante del grupo, estalló un relámpago con gran estrépito, relámpago que no fue sino el preludio de un gran espectáculo de rayos y truenos.

12 Esto desconcertó incluso a Cirenio y sus compañeros le provocaron: «¿Eso es parte de tu manifestación?».

13 «Sí, porque pese a todo este espectáculo infernal ninguno de nosotros sufrió daño alguno.

14 A mí me parece que vuestros dioses se enteraron de que el hermano del emperador está aquí, y Alguien más. Por eso es por lo que nos rinden semejante homenaje».

15 Un capitán del séquito de Cirenio, todavía dominado por el politeísmo, dijo:

16 «Alteza, ¡no se le ocurra burlarse de los dioses! Porque es fácil que Mercurio pueda avisar velozmente a Júpiter y un solo rayo sería suficiente para acabar con todos nosotros».

17 «Mi apreciado capitán, ¡relájate!

18 Me suena que Júpiter condenó a Mercurio a arresto domiciliario perpetuo. Y el mismo Júpiter se llevó una bofetada tal por parte de una Juno muy particular, que ya no oye ni ve hasta al fin de todos los tiempos.

19 En este sentido, puedes estar absolutamente tranquilo. Pues, desde ahora, Júpiter ya no se dedicará más a mandar rayos y truenos».

20 Pero precisamente en aquel momento la actividad de los elementos aumentó considerablemente, por lo que el capitán comentó:

21 «¡Seguro que su alteza aún tendrá que arrepentirse de sus improperios contra los dioses!».

22 Pero Cirenio mantuvo su sangre fría: «Hoy por cierto que no. Tal vez mañana, si es que encuentro tiempo suficiente para ello.

23 Escucha, si yo temiese a los dioses como tú y otros insensatos, no hablaría así bajo esta lluvia de fuego.

24 ¡Hablo de esta manera porque no los temo en absoluto!».

25 Así fue despachado el capitán que ya no se atrevió a insistir ante su alteza imperial.

26 De repente cayó un relámpago exactamente entre José, María y los dos ángeles.

27 Entonces el Niño se enderezó e intervino: «¡Date a conocer, monstruo!».

28 Instantáneamente todas las nubes desaparecieron y el cielo quedó absolutamente sereno. Sin embargo, aparecieron arrastrándose por el suelo gran cantidad de sabandijas.

29 Y bastó con que los dos jóvenes miraran al suelo para que una parte de las sabandijas quedara destruida; las otras huyeron entre las matas.

30 Lo sucedido hizo que todos se quedasen callados porque estaban totalmente desconcertados.

Capítulo 133

El estupefacto capitán quiere saber. Las leyes de la naturaleza y su legislador

1 Después de un rato de estupefacción, el capitán, muy tímidamente, se dirigió a Cirenio.

2 «Sé que su alteza se ha dedicado mucho a las ciencias naturales, como es costumbre entre los personajes ilustres de Roma.

3 Yo siempre fui más bien un soldado que un naturalista.

4 Pero este fenómeno que se ha presentado ante nuestros ojos me obliga a reflexionar.

5 Pero no encuentro ninguna otra razón sino el muy milagroso e insólito poder de este niño judío.

6 ¿Es posible que no haya otra? ¿Y si hubiera leyes ocultas de la naturaleza que permitieran explicar este acontecimiento como ocurre con la lluvia o con la nieve?

7 Ruego a su alteza que me dé una pequeña explicación al respecto, para que yo también pueda comprender algo y no siga siendo un ignorante».

8 «Oh, amigo, poca suerte tienes dirigiéndote a mí, porque de este asunto no comprendo más que tú.

9 De todos modos no cabe duda de que esto obedece a alguna ley.

10 Pero únicamente el Legislador de la naturaleza puede conocer la naturaleza de tal ley...

11 Otra cuestión es si los mortales estamos autorizados a preguntárselo; de eso no tengo la menor idea».

12 «Pero ahí están el sabio judío, su hijo milagroso y los dos jóvenes tan singulares que esta mañana nos desconcertaron tanto con su vestimenta luminosa.

13 ¿Y, si a propósito de este asunto tan extraordinario nos dirigiéramos a ellos?».

14 «¡Inténtalo tú mismo si te atreves, porque yo no tengo valor suficiente para hacerlo.

15 Pues, ahora veo claramente que son seres de una naturaleza distinta que la nuestra».

16 «No es que me falte el valor,

17 pero si su alteza es de esta opinión, no quiero interferir y me conformo con mi ignorancia».

18 Entonces José se dirigió a Cirenio: «Hermano, ahora conviene que preparemos la vuelta, porque el día empieza ya a declinar».

19 Al poco tiempo todo estuvo organizado y la vuelta se realizó sin contratiempos. De modo que dos horas más tarde el grupo llegó a la casa de campo.

Capítulo 134

Relato de Joel. Los tres leones, guardianes de Cirenio

1 Llegados a la casa, los ángeles que se habían quedado allí los recibieron con mucha atención.

2 Los hijos mostraron a José que habían cumplido sus encargos.

3 El mayor le informó sobre algunos acontecimientos milagrosos ocurridos en los alrededores de Zoán.

4 «Sobre todo», dijo el narrador, «el incendio del palacio residencial asustó a todos los ciudadanos.

5 Pero cuando se pusieron a extinguirlo, el violento fuego se apagó repentinamente y, además, sin dejar rastro alguno.

6 Luego vimos que el monte empezó a cubrirse de nubes de fuego y que miles de rayos se cruzaban.

7 Nos acordamos del monte Sinaí que tal vez tuvo el mismo aspecto en la época de la gran revelación de Dios a nuestros antepasados.

8 De modo que estábamos muy preocupados por vosotros, pero los jóvenes nos consolaron y nos aseguraron que nadie sufriría daño alguno.

9 Pero cuando en el monte la actividad de las nubes, del fuego y de los rayos llegaba a su colmo, aún nos llevamos otro susto:

10 De repente, llegaron del monte tres leones enormes, y se dirigieron directamente hacia nosotros a grandes saltos.

11 Menos mal que los jóvenes en seguida nos calmaron y nos dijeron que no teníamos que temer nada porque estos animales buscaban protección en la morada de Aquel a quien todos los elementos obedecen.

12 Y así fue. Los leones se metieron en nuestra cuadra donde todavía están, absolutamente tranquilos.

13 Después de la tormenta fuimos a verlos acompañados por algunos de los jóvenes.

14 Y las fieras, al vernos, se pusieron de pie como para demostrarnos su sumisión y su afabilidad».

15 «Muy bien, hijo mío, pero no me dices nada nuevo porque también nosotros asistimos a todo ello.

16 Ahora preparad la mesa porque los acontecimientos del monte han agotado nuestras fuerzas y necesitamos reponernos».

17 Con la ayuda de algunos jóvenes todo estuvo preparado en seguida.

18 «Lo que me sorprende», comentó Cirenio a José, «es que las tres fieras en vez de esconderse en sus cavernas, buscaron refugio aquí.

19 A lo mejor se quedan en esta casa y la guardan fielmente, como ya se ha oído decir alguna vez de esta especie de animales».

20 «Todo lo que es del agrado del Señor, también es bueno para mí.

21 También cabe dentro de lo posible que hayan venido para protegerte».

22 «Estoy de acuerdo contigo. No obstante estoy seguro de que el Señor también sabrá protegerme sin estos leones».

23 En ese mismo momento los tres leones salieron y le rodearon, mostrándole de esta manera su amistad.

24 «¡Qué cosa más sorprendente!», exclamó Cirenio, «¡sólo hace falta que pronuncies unas palabras y se realizan!».

25 Entonces los dos ángeles le revelaron que los tres leones le prestarían un gran servicio aquella misma noche.

26 «Porque el Señor siempre conoce los medios más adecuados para ayudar.

27 En muchas ocasiones animales como estos estuvieron ya al servicio divino. Por eso también han sido elegidos ahora para servirte en un asunto en el que vas a tener necesidad de ellos. Así sea».

Capítulo 135

El Niño predice una agresión contra Cirenio

1 Después de aquella conversación, los leones de Cirenio se retiraron a la cuadra.

2 Cirenio sentía curiosidad por saber más detalles, pero justamente en aquel momento los hijos de José anunciaron que la comida estaba ya preparada en la mesa.

3 José invito a todo el grupo a entrar en el comedor.

4 Todos se sentaron a la mesa y se confortaron con la comida bendecida y con agua con un poco de zumo de limón.

5 La comida duró cerca de una hora y después José bendijo a los invitados y le dio las gracias.

6 El Niño quiso hablar a Cirenio que se acercó a Él con gran respeto.

7 «Oye, Cirenio, esta misma noche, en tu dormitorio, te asaltará una cuadrilla de traidores asesinos.

8 Por eso te doy los tres leones. Te lo digo para que los dejes entrar a tu dormitorio cuando te sigan.

9 En cuanto la cuadrilla entre, los leones los atacarán y acabarán con ellos.

10 Pero tú no sufrirás ni el menor daño porque los animales te reconocen como su amo absoluto».

11 Con el corazón lleno de agradecimiento, Cirenio cubrió al Niño de besos. También abrazó a su mujer que no sabía lo que el Niño había hablado con su marido.

12 Por la noche Cirenio se despidió sin olvidarse de repetir su invitación para el día siguiente.

13 Nada más salir por la puerta, los tres leones se unieron a él para acompañarle hasta su casa.

14 Cuando Cirenio y Tulia se acostaron, los leones les rodearon, con los ojos relucientes dirigidos hacia la entrada.

15 De algunos siervos que todavía se movían en la casa no hacían caso.

16 Fue a la hora de la segunda ronda, cuando veinte hombres enmascarados penetraron en el dormitorio de Cirenio y, sin hacer ruido, se acercaron hacia la cama.

17 Cuando sacaron sus puñales, a cinco pasos de la cama, los tres leones se lanzaron encima de ellos y los despedazaron instantáneamente, sin que ninguno de ellos pudiera huir

18 porque no esperaban un ataque y menos todavía de esta clase.

19 De modo que ante el asalto de los leones todos quedaron paralizados sin poder defenderse.

20 Así fue Cirenio salvado milagrosamente.

21 Y por la mañana, cuando se despertó de su profundo sueño, no se asombró poco al ver los cadáveres despedazados.

Capítulo 136

El interrogatorio de la servidumbre de Cirenio.

Pánico ante los tres jueces. La justicia del león

1 Inmediatamente Cirenio convocó a toda su servidumbre para interrogarla sobre cómo semejante traición había sido posible.

2 Al ver la escena macabra, se asustaron profundamente y procuraron defenderse ante él.

3 «Justo y poderoso señor, los dioses son testigos de que no teníamos idea alguna de todo esto.

4 Y todos mereceríamos la muerte si hubiéramos estado implicados en el ataque».

5 «Bueno, entonces retirad los cadáveres y enterradlos delante de la ciudadela, en la plaza mayor, para que sirvan de advertencia a aquellos que por desgracia tengan todavía las mismas intenciones».

6 Pero la servidumbre tenía demasiado miedo de los leones que todavía se encontraban junto a la cama.

7 «Señor, no nos atrevemos a tocar cosa alguna porque estas tres fieras podrían acabar con nosotros como lo hicieron con los traidores».

8 «¡Tranquilos! Todos los que tengáis la conciencia limpia, ¡adelantaos y convenceos que estas fieras respetan la fidelidad!».

9 Todos menos uno se adelantaron y los leones permanecieron indiferentes.

10 A éste Cirenio le preguntó: «¿Cómo es que te quedas atrás, viendo que tus camaradas no han sido molestados por los leones?».

11 «Señor, oh señor, ¡ten misericordia de mí!», gimió el servidor, «¡mi conciencia no está limpia!».

12 «¿Y en qué consiste tu mala conciencia? ¡Habla si no quieres que te condene a muerte inmediatamente!».

13 «Ay, desde ayer sabía de esta conspiración y no te informé porque me sobornaron con cien monedas de plata...

14 Pues pensaba que de todos modos saldrías ileso al igual que el viejo sabio quedó salvo allí en la casa de campo. ¡Por eso acepté la plata!».

15 Con brusquedad Cirenio se puso de pie y exclamó: «¡De modo que hasta el mayor bienhechor de la humanidad tiene que tener un diablo entre sus servidores y amigos!

16 ¡Eres un miserable! ¡Ahora mismo te enfrentarás a la justicia de Dios! Si encuentras indulgencia ante este juez , tampoco yo te juzgaré.

17 Pero si no la encuentras, ¡entonces recibirás tu merecido!».

18 Horrorizado por tal sentencia, el servidor se desmayó.

19 En esto uno de los leones se levantó, agarró al servidor por la mano y le arrastró cuidadosamente hacia Cirenio, donde el culpable quedó inmóvil.

20 Luego, con unos cuantos saltos, el mismo león entró en una cámara lateral y volvió trayendo un bulto.

21 Lo deshizo en mil pedazos, y aparecieron las cien monedas de plata que el servidor había recibido por su silencio.

22 Cirenio no se asombró menos por este detalle.

23 Volviendo hasta donde estaba el culpable, el león le arrastró a la misma cámara lateral y le soltó precisamente allí donde el bulto había estado escondido.

24 Luego el animal le dio unos latigazos con la cola que le hicieron volver en sí. Aparte de eso no le ocurrió nada más.

25 Después el león se volvió a juntar con los otros dos y todos permanecieron absolutamente tranquilos.

26 Los servidores se pusieron a recoger los cadáveres y Cirenio alabó al Dios de Israel por haberle salvado tan milagrosamente.

27 Una hora más tarde el dormitorio estaba de nuevo limpio.

Capítulo 137

Tulia despierta de un sueño profundo

1 Cuando Tulia se despertó ya no había rastro de lo que había pasado durante la noche.

2 Cirenio le preguntó si había dormido bien.

3 «He descansado de maravilla», le respondió Tulia, «porque la excursión me había cansado bastante».

4 «Más te vale, porque si te hubieras enterado de los acontecimientos de esta noche, habrías pasado mucho miedo.

5 No hace más de una hora el dormitorio parecía todavía un campo de batalla».

6 Toda sorprendida Tulia preguntó qué había ocurrido.

7 Cirenio señaló a los tres leones y le dijo con voz solemne:

8 «Fíjate en estas tres bestias feroces.

9 Irritadas, manifiestan que son los reyes de la fuerza, de la ira y de la crueldad animal.

10 Y ¡ay del caminante que se aventura allí donde ocupan el territorio!

11 Nada le protege de ellas... Un solo salto y el caminante cae despedazado en el polvo ardiente del desierto.

12 No obstante, existen hombres peores.

13 Precisamente la noche pasada estas bestias nos salvaron a los dos de intrigas humanas, pues acabaron con veinte traidores que penetraron en este dormitorio».

14 Tulia se espantó al oír este relato y preguntó:

15 «¿Pero sabías que eso iba a ocurrir y no me dijiste nada para no inquietarme?».

16 «Sabía que algo iba a ocurrir esta noche,

17 pero no tenía la menor idea de los pormenores. Lo poco que sabía me lo dijo el Niño divino de mi amigo.

18 Y si no te comenté nada es por lo mucho que te quiero.

19 Ahora todo está bien; el Dios de Israel nos salvó milagrosamente de una muerte horrorosa.

20 Por eso, ¡amémosle y alabémosle de todo corazón durante toda nuestra vida!

21 Ahora, ya que estás preparada, iremos al encuentro de la sagrada familia y a recibirla a las puertas de la ciudad».

22 Cirenio recordó a su servidumbre que arreglara todo de la mejor forma para la fiesta.

23 Al servidor traidor le ordenó que le siguiera hasta la entrada de la ciudad.

24 Pero en el mismo momento se presentó Maronio, acompañado por los tres sacerdotes, y le anunció a Cirenio que la noble familia ya estaba acercándose al palacio.

25 Sin más, Cirenio lo abandonó todo y, con el corazón lleno de júbilo, corrió al encuentro de su amigo José que venía con María, el Niño y todo el séquito divino.

Capítulo 138

Amor y piedad valen más que justicia

1 Los dos amigos se acercaron uno al otro con los brazos abiertos y se abrazaron con el mayor afecto. En pocas palabras Cirenio informó a José sobre los acontecimientos de la noche pasada.

2 «Yo ya sabía cómo iba a desarrollarse todo lo que quieres contarme», le respondió este,

3 «pero no debías haber sepultado públicamente los cadáveres despedazados,

4 aunque hayas actuado con criterio político,

5 para que sirva al pueblo de escarmiento ante tales tentativas.

6 El remedio es poco duradero porque nada en el mundo pasa tan rápidamente como el susto, el miedo y la tristeza.

7 Así que un remedio que estimula estos tres factores no es ni un palmo más duradero que ellos mismos.

8 Una vez que la libre voluntad del hombre hace que desaparezcan, empieza a alimentar deseos de venganza y se lanza con ira redoblada contra el juez inclemente.

9 Por eso conduce a los hombres siempre con el amor que es eternamente duradero. Los procedimientos necesarios pero horribles como en el caso presente, procura disimularlos ante el pueblo y siempre disfrutarás de su amor.

10 Te digo que una gota de piedad concedida a tiempo vale más que todo un palacio de justicia inclemente.

11 Porque la compasión mejora tanto al amigo como al enemigo, mientras que la mejor justicia inclemente vuelve al justo orgulloso y engreído.

12 El culpable condenado, entretanto, se llena de ira y trama planes de venganza contra el justo.

13 En fin, lo que hiciste ya no se puede deshacer.

14 Pero recuerda en el futuro esta lema que vale más que oro puro».

15 De nuevo Cirenio abrazó a José, agradeciéndole esta enseñanza como un hijo a su padre.

16 Luego todo el grupo se dirigió al dormitorio de Cirenio que, de acuerdo con la costumbre romana, era una sala muy grande.

17 Resulta que los romanos estaban convencidos de que el hombre, cuando duerme, expulsa sus enfermedades.

18 Y si no encuentran bastante sitio en la sala para disiparse, recaerán sobre la misma persona que, entonces, se pondrá realmente enferma.

19 Por este motivo los romanos más ricos tenían hasta fuentes en sus dormitorios, para que estas purificasen el aire y absorbieran las malas exhalaciones.

20 También en este palacio, el dormitorio de Cirenio era la sala más grande y estaba provista de dos fuentes con piletas anchas en las que flotaban varias cebollas albarranas16.

21 El suelo era de mármol negro y marrón; y toda la sala resplandecía con el antiguo fasto egipcio.

22 Allí se encontraba todo el grupo, discutiendo sobre lo que había ocurrido.

Capítulo 139

Arrepentimiento del traidor. Los tres leones lo compadecen

1 El servidor traidor se había quedado a solas en un rincón de la sala, profundamente arrepentido del pecado contra su patrón.

2 Pero nadie le prestaba atención porque todos estaban absortos en conversaciones más interesantes.

3 Y la servidumbre de Cirenio estaba demasiado ocupada en la cocina y arreglando las mesas.

4 De modo que tampoco los sirvientes se acordaban de su tan contrito compañero.

5 De repente los tres leones se levantaron, se acercaron a él y le lamieron, para mostrarle así su compasión.

6 Maronio fue el primero que se dio cuenta del comportamiento de los animales y se lo indicó a Cirenio;

7 pues temía que a las fieras se les abriera el apetito con el sirviente.

8 Sólo al percatarse de su delicada situación, Cirenio se dirigió a José para discutir con él sobre el delito del traidor.

9 Y José dijo: «He aquí la prueba de lo que te aconsejé hace poco, avisándote de que más vale una gota de piedad que todo un palacio de justicia.

10 Estos animales te dan un buen ejemplo. Tú, que eres hombre, ve y haz algo aún mejor.

11 En el camino hacia aquí, uno de los ángeles del Señor me habló de lo mucho que esta mañana habías alabado a estos tres animales ante tu mujer...

12 Pero, ¿cómo puede ser que ahora tengan que demostrarte lo que debías haber hecho ya desde el principio?

13 En fin, ya ves como el Señor instruye continuamente a los hombres.

14 Nada en el mundo acontece en vano. Hasta del giro de una minúscula partícula17 se puede inferir una gran sabiduría;

15 pues la partícula está mantenida y su giro controlado con la misma sabiduría y Omnipotencia de Dios que rige el Sol y la Luna.

16 Por lo tanto, puedes considerar el hecho como un poderoso aviso del Señor que te indica claramente lo que debes hacer.

17 ¡Ve y levanta al pobre caído, levanta al hermano triste y profundamente arrepentido!

18 Porque el Señor te lo ha preparado para que se vuelva un fiel hermano tuyo».

19 Cirenio se acercó rápidamente al siervo y, alzándole, le dijo:

20 «Hermano, te comportaste mal conmigo. Pero como veo que estás arrepentido... ¡Levántate!

21 Y, desde ahora en adelante, ya no serás mi siervo sino un hermano fiel a mi lado».

22 Estas palabras le partieron el alma al siervo, por lo que empezó a llorar desesperadamente y a lamentarse de cómo había sido posible que pecara tan vilmente contra tanta nobleza humana.

Capítulo 140

La servidumbre que se queja a Cirenio por celos

1 Conmovido por los remordimientos de su sirviente, Cirenio le consoló:

2 «Mira, todos los hombres somos falibles ante Dios. Pero Él nos perdona nuestras faltas si las reconocemos y nos arrepentimos de ellas.

3 Dios es santo, mientras que todos nosotros somos grandes pecadores ante Él.

4 Ya que Dios perdona, ¿por qué nosotros, los pecadores, no vamos a perdonarnos nuestras faltas unos a otros?

5 Mientras que un hombre no se transforme en una verdadera furia, la Gracia de Dios no le abandonará.

6 Pero si un hombre se vuelve un auténtico demonio en este mundo, entonces Dios le priva de su Gracia y le entrega al juicio del infierno.

7 Por esta misma razón los tres leones despedazaron a los veinte atracadores; eran auténticos diablos.

8 Sólo tú saliste ileso porque te habían engañado y no sabías lo que hacías.

9 Dios el Señor no retiró su Gracia de ti sino que te abrió los ojos, dándote la facultad de reconocer tu error.

10 Como te arrepentiste de tu pecado, Dios te perdonó.

11 Por eso también yo perdono tu pecado contra mí, considerándote desde ahora como amigo y hermano en el Señor.

12 De modo que te alzo y ahora mismo te presentaré a mis queridos amigos.

13 Ten ánimo y sígueme, para que recibas la bendición de mi gran amigo».

14 Estas nobles palabras de Cirenio surtieron un gran efecto sobre el sirviente traidor.

15 Reconfortado se levantó, hecho un mar de lágrimas... Y Cirenio le condujo hacia el grupo.

16 Viéndole llegar, José levantó sus brazos y dijo simplemente: «El Señor esté contigo».

17 Luego Cirenio ordenó que trajeran ropa espléndida para el servidor,

18 le dio un beso fraternal y un título honorífico.

19 Después reunió a toda su servidumbre para presentarle a este nuevo hermano, y les ordenó obedecerle.

20 Pero los servidores se quejaron: «¿Qué clase de juez eres si elevas al traidor, y a nosotros, que siempre fuimos tus fieles servidores, nos rebajas?».

21 «¡Vaya!, ¿os escandalizáis si soy bueno y misericordioso? ¿A quién de vosotros le faltó algo estando conmigo? Y aun así ninguno arriesgó nunca su vida por mi causa.

22 Éste, en cambio, fue siempre el último entre vosotros; pero en un asunto de gran importancia para mí, arriesgó su vida. Pues sólo gracias a su actitud me libré de mis enemigos. ¿Acaso eso no justifica su ascenso?».

23 La servidumbre se conformó con la explicación y volvió a su trabajo.

24 «Así será también en el Reino de Dios», añadió uno de los jóvenes celestes. «Habrá mayor alegría por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que nunca pecaron».

Capítulo 141

Preparativos para un desayuno festivo. Invitación a los pobres.

Comida para los tres leones

1 Entre tanto el desayuno estaba ya preparado

2 y los servidores vinieron para indicárselo a su dueño.

3 Este lo revisó todo e invitó a todo el grupo a la mesa del gran salón.

4 Cuando José entró, se quedó muy sorprendido porque tuvo la sensación de encontrarse en un pequeño templo de Salomón en Jerusalén.

5 Toda la construcción era obra de Maronio Pila que, como ex-prefecto de Jerusalén, conocía bien aquel templo.

6 Lleno de alegría, José exclamó: «Realmente, hermano Cirenio, ¡no has podido tener una idea más acertada que esta!

7 No falta más que el santísimo y el Templo estaría completo.

8 Bueno ¡hasta el velo está! Detrás, claro, faltará el arca de la alianza».

9 «Hermano, yo pensaba que el santísimo lo traerías tú... ¿Para qué pensar en uno artificial?».

10 Con estas palabras de Cirenio José despertó de su sueño y volvió a la realidad.

11 En esto el Niño llamó a Cirenio y cuando empezó a hablar, todos los ángeles se postraron ante Él.

12 «Cirenio, hiciste mucho para prepararle una alegría al hombre más puro de la Tierra. Pero se te ha escapado un detalle.

13 Mira: Hoy das un banquete formidable

14 y ofreces lo mejor y lo más exquisito de los tres continentes.

15 Haces bien. Pues en toda la eternidad no ha habido hogar en ningún otro mundo del espacio infinito que haya recibido mayor honor que ahora el tuyo.

16 Porque te encuentras ahora delante de Aquel ante quien todos los poderes celestiales cubren su faz.

17 José te indicó que el santísimo en este Templo está vacío y tiene toda la razón.

18 No está bien dejarlo así.

19 Por eso manda a tus servidores que vayan a buscar a los pobres, a los ciegos y a los inválidos

20 y que en el santísimo imitado les preparen también una mesa con un festín. Mis siervos los esperarán allí.

21 Así el santísimo cobrará vida y representará al santísimo Padre de manera viva y mucho mejor que el arca de la alianza de Jerusalén que ahora está vacía.

22 Y ordénales también que traigan tres machos cabríos para echárselos a los leones, pues ellos también necesitan alimento».

23 Cirenio besó al Niño y en seguida siguió su consejo.

24 Y en menos de una hora el santísimo testimonial estuvo repleto de pobres y también los leones fueron atendidos.

Capítulo 142

Discusión amistosa entre Cirenio y José sobre la distribución de los asientos

1 Después de que todo estuvo organizado, José levantó los ojos al cielo y dio gracias al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

2 Solamente entonces, con los suyos, tomó asiento en la parte peor de la mesa, regiamente preparada.

3 Pero en seguida intervino Cirenio :

4 «¡Oh, no, amigo mío! ¡Eso no es posible porque la fiesta está dedicada a ti y no a mí!

5 ¡Tu sitio está en la presidencia de la mesa y ni mucho menos aquí, al final de ella!

6 Por eso permíteme que, junto con los tuyos, te lleve personalmente allí.

7 Aquí, al final, se sentarán los que vienen de mi parte porque así lo dispuse».

8 «Mira, Cirenio, precisamente porque soy tu amigo y hermano más sincero, me quedaré con los míos en este sitio.

9 Porque mira: no pierdes nada con que yo me quede aquí.

10 Sin embargo perderás mucho ante los grandes funcionarios del estado si no los colocas en la presidencia.

11 El arreglo no está mal, ¡déjalo así! Que lo mundano tenga en el mundo sus privilegios. En el Reino de Dios la situación será completamente contraria; pues en la mesa de Abraham, Isaac y Jacob, los últimos serán los primeros».

12 «¡Venga, hermano! ¡He esperado este día con tanta ilusión, este día en que a ti, hijo de reyes, pueda honrarte realmente!

13 Que ahora, al verte sentado ahí abajo, mi ilusión ha disminuido a la mitad...

14 ¡Ven y siéntate por lo menos en el centro, más cerca de mí!».

15 «Pero hermano, ¡no seas niño!

16 Sabes perfectamente que siempre he de permanecer dentro del Orden que el Señor me dicta en el corazón.

17 ¿No querrás incitarme a que rompa con este Orden?

18 Deja que a la cabecera se sienten los dignatarios y los ostentosos y tú, como patrón, siéntate donde quieras porque todos los sitios de la mesa te corresponden.

19 Hazlo así. Por la vajilla de oro tus dignatarios comprenderán que les concedes los mejores puestos, incluso el tuyo, y se sentirán muy honrados».

20 A Cirenio le pareció evidente y, con Tulia, tomó asiento en el centro de la mesa.

21 Los demás invitados se organizaron como estaba previsto.

22 Los dignatarios quedaron satisfechos ocupando toda la cabecera, Cirenio estaba contento en el centro

23 y José era feliz porque aun en una fiesta tan pomposa pudo quedarse con los suyos, en el lugar que le correspondía según el Orden de Dios.

Capítulo 143

El capitán curioso desea saber más sobre Dios

1 El banquete matinal duró cerca de una hora y, mientras se comía, se tocaron los más diversos temas.

2 Un capitán que había participado en la excursión a la montaña, se dirigió a uno de los tres ex-sacerdotes subalternos:

3 «¿No es verdad que tenemos una doctrina que hormiguea de dioses donde quiera que uno mire?

4 Aunque yo mismo nunca he sentido presencia alguna ni vi a ninguno de ellos.

5 He soñado con mil cosas diversas , ¡pero nunca con una divinidad!

6 De toda la humanidad actual, ¿quién podría afirmar que ha visto o hablado a Júpiter o a cualquiera de las otras divinidades?

7 ¿No somos humanos iguales a aquellos de quienes dicen que en épocas primitivas tuvieron trato con los dioses?

8 Entonces no comprendo por qué los dioses nos han abandonado ahora de tal manera y permanecen totalmente indiferentes hacia nosotros...

9 ¿No podrías tú, como ex-sacerdote, darme alguna explicación plausible acerca del comportamiento de los dioses?».

10 «Apreciado amigo, ante todo te ruego que no me vengas con disparates como estos.

11 Porque nuestros dioses no son nada más que quimeras surgidas del pantano de nuestra ignorancia.

12 Y como en nuestra ignorancia no vemos otras cosas sino nuestras propias fantasmagorías, nos apegamos a ellas y nos las representamos como dioses,

13 construyéndoles templos en los que, luego, adoramos los productos vanos de nuestra propia insensatez.

14 Esos son los dioses a los que les construimos tantos templos en Roma, que resultan una plaga.

15 Es cierto que existe un Dios verdadero que siempre ha sido santo. Sólo que nosotros, con nuestros corazones tan impuros, no podemos verle, aunque sí vemos sus obras.

16 Si quieres saber más acerca de este Dios único, entonces dirígete a aquel judío tan puro. Te juro que él te hará conocerle mejor».

17 El capitán quedó satisfecho con esta respuesta, pues era la respuesta que buscaba hacía ya mucho tiempo.

18 Por eso se dirigió a José y le formuló su deseo.

19 «Buen hombre», le respondió José, «todo necesita su tiempo. En cuanto hayas madurado, todo esto te será revelado. Pero, de momento, confórmate con esta promesa».

Capítulo 144

José quiere ver la reproducción del santísimo.

El Niño Jesús establece condiciones. Elucidación posterior del capitán

1 Una vez despachado así el capitán que buscaba a Dios, José le dijo a Cirenio:

2 «Hermano, tengo muchas ganas de ver el santuario, ¿entramos ahora?».

3 Cirenio accedió encantado a la demanda de su amigo, al que apreciaba tanto.

4 En esto el Niño, enderezándose, reprendió a José:

5 «Oye, fiel padre nutricio de mi cuerpo físico: Hace un momento tú mismo le has dicho al capitán que busca a Dios: “Todo necesita su tiempo y en cuanto hayas madurado, te será revelado. Por el momento confórmate con esta respuesta...”.

6 Ahora Yo te digo lo mismo respecto a esta imitación ejemplar del santísimo:

7 Esto de entrar en el santísimo requiere su tiempo porque ninguno de vosotros estáis aún bastante maduros para ello.

8 Pero el día que lo estéis, haré que mis ángeles os lo abran.

9 ¡Así que, por el momento, conformaos con esta promesa!».

10 José y Cirenio se miraron con asombro y la perplejidad del uno superaba la del otro.

11 «¡Esto empieza bien!», exclamó José. «¡El Niño, todavía en pañales, me da órdenes!

12 ¿Qué hará el día que tenga diez o bien veinte años?».

13 Ante este reparo María intervino: «Pero José, ¿es posible que también tú puedas vacilar en la fe?

14 ¡Y eso que la sumisión absoluta de los ángeles te demuestra Quién es el Niño!

15 Los muchos milagros que nos rodean también son pruebas incontrovertibles de esta gran Verdad.

16 Yo, por supuesto, percibo perfectamente el sentido de estas palabras del Niño.

17 Haz lo que Él dice y estoy segura que en seguida soplará otro viento».

18 «¿Que haga qué?».

19 «Orienta al hombre que busca a Aquel que le parece tan lejano y demuéstrale sabiamente lo cerca que está».

20 Sonriendo a José, el Niño añadió:

21 «Pues sí, ¡tu mujer tiene toda la razón! ¡Ve y saca de dudas al capitán!

22 Porque mira: A los que piden, buscan y llaman, a ellos hay que abrirles la puerta de mi Reino que durante mucho tiempo estuvo cerrada.

23 No me señales precisamente con el dedo, porque mi hora aún no ha llegado. En fin, tú mismo dijiste que todo necesita su tiempo».

24 José besó al Niño y en seguida se dirigió al capitán.

25 «Ven y escucha, pues voy a cumplir tu deseo».

26 Y el capitán le escuchó con mucha atención.

Capítulo 145

El capitán pregunta por el Mesías venidero.

El Templo vivo en los corazones de los hombres

1 José inició al capitán en los principios básicos de la doctrina divina, incluso hizo alusiones al Mesías venidero.

2 Con estas palabras el capitán empezó a meditar y después de algunos minutos le preguntó que para cuándo se esperaba la llegada del Mesías.

3 «El Mesías que liberará a todos los hombres del yugo de la muerte y que unirá la Tierra repudiada con los Cielos, ya está presente».

4 «Si ya ha venido, dime entonces dónde se encuentra y en qué se le conoce».

5 «No me está permitido señalártelo con el dedo.

6 Pero puedo indicarte como estaba anunciada su llegada:

7 “El Mesías será el hijo eternamente vivo de la Divinidad suprema.

8 Será concebido de manera milagrosa por una virgen pura, únicamente por el poder del Altísimo.

9 Nacerá con toda la plenitud de la suprema potencia divina en su carne.

10 Y cuando viva físicamente en la Tierra, sus siervos y mensajeros celestiales descenderán desde los Cielos a la Tierra y le servirán secretamente, aunque a los ojos de muchos hombres, también visiblemente.

11 Con palabras y hechos traerá la felicidad a aquellos que le siguen y actúan de acuerdo con su Palabra; y Él encenderá sus corazones en amor hacia Él.

12 Pero aquellos que no quieran aceptarle serán juzgados por su Palabra omnipotente que Él escribirá en el corazón de cada cual.

13 Sus palabras no serán como las del hombre mortal sino que estarán llenas de poder y de Vida. Y aquel que las acepte, nunca sentirá la muerte.

14 Su naturaleza será mansa como un cordero, será delicado como una paloma,

15 y todos los elementos obedecerán a su más ligero hálito.

16 Bastará con que suavemente mande a los vientos, y estos se desencadenarán, azotando los mares hasta el fondo.

17 En cuanto su vista pase con por encima de las aguas agitadas, éstas quedarán lisas como un espejo.

18 Y en cuanto dirija su aliento hacia la Tierra, esta abrirá sus antiguas tumbas y tendrá que liberar a todos los muertos para que tengan vida.

19 El fuego será un refresco para aquel que lleve viva la palabra del Mesías en su pecho”.

20 Aquí tienes, mi querido capitán, las características esenciales que te permitirán conocer al Mesías. De modo que podrás fácilmente hacerlo.

21 No me está concedido indicarte dónde se encuentra, pero seguro que pronto y fácilmente le encontrarás».

22 Estas palabras de José surtieron tamaño efecto sobre el capitán que casi no se atrevió a abrir la boca.

23 Algo más tarde se volvió hacia el sacerdote con quien había hablado antes y le preguntó:

24 «¿Has podido oír desde aquí, lo que el sabio judío me ha dicho?».

25 «Te digo que cada una de sus palabras penetró profundamente en mi alma maravillada».

26 «Dime, ¿qué será de nuestros dioses en cuanto un Mesías tan particular se presente con su poder divino en plena acción?».

27 «¿No experimentaste hace tres días la fuerza extraordinaria de la tempestad?

28 Y en la montaña, el fin repentino de nuestro antiguo templo de Apolo y las demás señales, ¿acaso no te llamaron la atención?

29 Te digo que dentro de poco también a Roma le tocará la misma suerte: ¡Los templos quedarán reducidos a polvo!

30 Y donde hoy todavía hacen sacrificios a Júpiter, en poco no verás sino escombros. Por el contrario los hombres construirán templos vivos en sus corazones.

31 Dentro de ellos, parecidos a sacerdotes, cada hombre podrá ofrecer sacrificios vivos a su Dios verdadero y único, cuando y donde quiera.

32 Y eso es todo lo que puedo decirte; por lo tanto, no me preguntes más. Si quieres saber más, los jóvenes de allí saben más que yo».

Capítulo 146

El grupo entra en la reproducción perfecta del santísimo

1 El capitán dejó de hacer más preguntas al sacerdote, para dirigirse hacia José.

2 A este le contó todo lo que el sacerdote subalterno le había dicho

3 y le preguntó qué actitud debería adoptar frente a todo ello.

4 José respondió: «De momento, todo lo que te han dicho, tómalo al pie de la letra;

5 todo lo que sigue, espéralo con paciencia y harás bien.

6 Pues mira: El santo Reino del Mesías no consiste en hacer preguntas y recibir respuestas,

7 sino en paciencia, amor y mansedumbre, y en la entrega cabal a la Voluntad de Dios.

8 Nada se consigue de Dios precipitando las cosas, nada por la fuerza y menos aún porfiando.

9 Cuando al Señor le parezca que te conviene, ya te iniciará en revelaciones más elevadas.

10 Ante todo procura desarrollar un amor vivo al Dios que te revelé. A través de tal amor pronto llegarás a donde quieres llegar.

11 Te digo que tal amor en un solo momento puede darte una respuesta más viva que lo que puedas averiguar con un millón de preguntas muertas».

12 «Muy bien, cumpliré con todo lo que me dijiste. Pero aún necesito saber cómo podré llegar a amar a tu Dios, teniendo en cuenta que todavía conozco demasiado poco de Él».

13 «A Dios ámale como amas a tu hermano o como amarías a tu novia,

14 y ama a tu prójimo como hermano o hermana en Dios. Haciendo esto, le amas también a Él.

15 En donde sea, siempre, procura hacer el bien y la Gracia de Dios estará contigo.

16 Sé misericordioso con todos, y Dios te concederá misericordia verdadera y viva.

17 Sé mesurado en todas las cosas, sé manso y paciente. Rehuye el orgullo y la envidia, como si se tratara de pestilencia.

18 ...Y el Señor encenderá una gran Llama en tu corazón.

19 La Luz poderosa de esta llama espiritual ahuyentará de ti todas las tinieblas de la muerte, y dentro de ti mismo recibirás una revelación que explicará viva y maravillosamente todas tus preguntas.

20 Pues mira, éste es el camino correcto hacia la Luz y la Vida que emanan de Dios, ¡por él tienes que andar! Así es como se manifiesta el verdadero amor a Dios».

21 Con esta sólida doctrina recibida de José, el capitán dejó de hacer más preguntas y se puso a meditar.

22 En el mismo momento los jóvenes abrieron la cortina ampliamente, con lo que José supo que había llegado el momento de entrar en el santísimo reproducido.

23 De toda la sala les llegó el gran júbilo de gratitud de los pobres saciados.

24 Cuando el esplendoroso Cirenio, y José, y María con el Niño entraron, la alegría de los pobres aumentó aún más.

25 Los tres no pudieron evitar que esta escena les hiciera llorar muchas lágrimas de alegría y de piedad.

26 Había muchos ciegos, cojos e inválidos entre los pobres.

27 María, en secreto, rezó por ellos. Luego tomó el paño que usaba para el Niño y limpió con él los ojos de los ciegos. Instantáneamente recobraron la vista y parecía que las exclamaciones de gratitud no iban a tener fin. Después de un rato, el grupo se retiró a la sala principal.

Capítulo 147

Curación de los enfermos y enseñanza de los ángeles.

El capitán en busca del bienhechor

1 Pasado cierto tiempo, el grupo volvió a la reproducción del santísimo y de nuevo fueron recibidos con la mayor alegría.

2 Los cojos, inválidos y demás achacosos imploraron: «Madre maravillosa que ayudaste a los ciegos, ¡te rogamos que también a nosotros nos libres de nuestros grandes sufrimientos!».

3 «¡No me imploréis a mí porque yo no puedo socorreros, pues no soy más que vosotros, una sierva débil y mortal del Señor!

4 No obstante Aquel a quien llevo en mis brazos, Él sí puede curaros, porque en Él reside la eterna plenitud de la Omnipotencia divina».

5 Pero los enfermos no prestaron atención a las palabras de María sino que gritaron aún más alto: «Oh, madre maravillosa, ¡ayúdanos y líbranos de nuestro sufrimiento!».

6 En esto el Niño se enderezó, extendió su mano sobre los enfermos y en el mismo momento todos se curaron.

7 Los cojos brincaron como los ciervos. Los tullidos se pusieron derechos como los cedros del Líbano y también todos los demás achacosos quedaron curados de sus males.

8 Y los ángeles les impusieron silencio y les anunciaron la llegada del Reino de Dios a la Tierra.

9 Este acontecimiento hizo que el capitán despertara de su meditación y se juntara con los demás en el santísimo.

10 Allí se dirigió a José y le preguntó: «Apreciado amigo, ¿qué ha pasado? Pues ya no veo ni un solo enfermo...

11 ¿Es posible que todos hayan sido curados milagrosamente? ¿O tal vez su lastimoso estado anterior era sólo una quimera?».

12 «Ve y pregúntales a ellos mismos. Seguro que podrán contar mejor lo que les ha ocurrido».

13 El capitán, siempre con ganas de hacer preguntas, siguió el consejo.

14 Pero todos le dieron la misma respuesta: «¡Fuimos curados por un milagro!».

15 Por eso, el capitán volvió a José.

16 «¿Quién de vosotros hizo este milagro? ¿Quién de vosotros tiene semejante poder milagroso? ¿Quién entre vosotros es indudablemente un dios?».

17 «¿No te dije que te dirigieras a los mismos pobres curados?

18 Vuelve allí y ellos te lo dirán».

19 De nuevo el capitán se dirigió a los pobres para sonsacarles algo sobre el sanador milagroso, y estos le respondieron:

20 «¡Dirígete a aquel grupo grande de allí, pues de entre ellos surgió el milagro de nuestra curación!

21 Nos parece que la pequeña judía es la portadora del poder, pero en qué forma, ¡eso sólo lo sabrán los dioses!».

22 Es evidente que con estas respuestas el capitán adelantó poco.

23 Como José se dio cuenta que se encontraba en un atolladero, le aconsejó: «Eres un romano rico... ¡Cuida ahora de estos pobres, por amor a Dios, y recibirás más aclaraciones».

Capítulo 148

El capitán y Cirenio rivalizan en hacer el bien

1 Sin pensárselo mucho, el capitán preguntó a Cirenio:

2 «¿Supongo que su alteza se ha enterado de lo que el sabio judío aconsejó a mi modesta persona?

3 Estoy decidido a seguir inmediatamente su consejo.

4 Por eso ruego a su alteza que me permita admitir y sustentar a todos estos pobres como si fueran mis propios hijos».

5 «Mi apreciado capitán, siento mucho que no puedo concederte ese noble placer,

6 porque ahora mismo yo los he tomado a mi cargo.

7 Pero no te preocupes, porque todavía quedan muchos pobres.

8 Cumple con ellos el consejo que el sabio judío te dio y tendrás el mismo mérito».

9 El capitán hizo una reverencia ante Cirenio y continuó su discusión con José.

10 «¿Qué hago ahora, puesto que Cirenio se me ha adelantado? ¿Dónde buscaré ahora a los pobres? Porque los de Zoán están todos aquí reunidos».

11 Con una sonrisa sutil José le respondió:

12 «Oh, amigo mío, en todas las partes de la Tierra siempre habrá escasez de lo que sea, ¡pero nunca de pobres!

13 No hace falta que sean precisamente ciegos, cojos u otra clase de inválidos...

14 Ve y visita a las familias en sus casas y, en seguida, tendrás oportunidad de convencerte de los diversos apuros en que se encuentran; será muy fácil que encuentres una buena aplicación a tus riquezas.

15 Ya ves que esta ciudad ha quedado más bien como una ruina que como un centro próspero.

16 De modo que bastará con que visites las moradas afectadas y te quedará bien claro que tu preocupación por la escasez de pobres ha sido vana».

17 «Sabio amigo, así mirado, por supuesto que tienes razón.

18 Pero esos pobres poco podrán decirme sobre el Mesías, tanto ellos como yo somos paganos ante ti;

19 mientras que estos de aquí ya han tenido tantas experiencias milagrosas que , poco a poco, habrían podido revelarme algo interesante».

20 «Pero vamos, apreciado amigo, ¿acaso piensas que la revelación espiritual viene de los pobres?

21 ¡Nada de eso! Porque la revelación mora en el amor de tu propio corazón y de tu propio espíritu. Si practicas el amor altruista, entonces, a través de la llama de este amor se te encenderá una Luz , y no por la boca de los pobres».

22 El capitán quedó conforme con esta explicación y en adelante ya no preguntó lo que debía hacer.

Capítulo 149

Un viejo barco cartaginés reparado milagrosamente por los ángeles

en sábado

1 Cirenio dio orden al capitán para preparar un barco que al día siguiente pudiera llevar a los pobres a Tiro.

2 Pero este observó: «Alteza, según tengo entendido no hay en el puerto sino un barco cartaginés muy viejo, que debe estar en un estado fatal.

3 Y en esta ciudad no hay constructores navales. No hay más que algunos carpinteros que apenas saben ligar las tablas de una balsa.

4 De modo que hay poca probabilidad de que alguien pueda arreglar ese viejo barco».

5 «¡Espera, verás como en seguida habrá solución!

6 Pues, tanto el sabio judío como sus cinco hijos son carpinteros muy experimentados.

7 Voy a pedirle consejo y estoy convencido que su juicio será el mejor».

8 De modo que Cirenio se dirigió a José y le explicó el asunto; pero este puso en seguida un reparo:

9 «No habría problema si justamente hoy no fuera nuestro gran día del sábado, día en el que no podemos hacer trabajo alguno.

10 Tal vez haya por aquí algunos carpinteros no sujetos a nuestra ley acerca del sábado. Yo les podría orientar sobre lo que tienen que hacer».

11 En ese momento el Niño se enderezó, se dirigió hacia José y dijo: «¡Para hacer el bien un sábado es igual que otro día !

12 La consagración del sábado no consiste en la ociosidad de todo un día sino en las buenas obras.

13 Moisés ordenó su consagración, calificando cualquier trabajo rudo como profanación del sábado;

14 pero cumplir el sábado con la Voluntad de Dios como cualquier otro día ¡eso nunca lo prohibió!

15 En la ley, por ninguna parte se lee que los sábados haya que dejar perecer a un hermano.

16 Y Yo, el Señor del sábado, os digo: ¡Haced el bien, incluso los sábados, y los consagraréis de la mejor forma!

17 Si tú, José, no te atreves arreglar el barco por miedo a violar la ley de Moisés, entonces mis siervos lo harán en un instante».

18 «Hijo divino, ¡tienes toda la razón! Pero como envejecí dentro de la ley, ahora de ninguna manera quiero transgredirla ni tan sólo en apariencia».

19 Acto seguido el Niño llamó a los jóvenes.

20 «De modo que lo haréis vosotros, porque José considera más a la ley que al legislador y al sábado más que al Señor del sábado».

21 Con la velocidad del pensamiento los jóvenes abandonaron la sala, arreglaron el barco y volvieron en un instante.

22 Todos se maravillaron de semejante rapidez y muchos no querían creer que el barco estuviera arreglado. Pero no tardaron mucho en llegar mensajeros del puerto para avisar a Cirenio que el barco estaba en las mejores condiciones.

23 En seguida todo el grupo se fue para visitarlo y todos se admiraron por la habilidad de aquellos jóvenes.

Capítulo 150

Visita al magnífico barco

1 Cirenio inspeccionó el barco minuciosamente y calculó su cabida.

2 Según él cabrían hasta unas mil personas.

3 Haciendo sus cálculos, también se dio cuenta de la solidez y elegancia del barco.

4 No parecía ni viejo ni reparado, sino más bien como recién salido del molde,

5 porque por ninguna parte podían verse las juntas y la madera no presentaba nudos, ni anillos, ni fibras o poros.

6 Cirenio, bajando del barco y volviendo al grupo, se dirigió directamente a José.

7 «Ahora ya he dejado de admirarme por los milagros, porque me resulta claro que para Dios todo es posible.

8 Sé muy bien que este barco no está arreglado sino hecho de nuevo.

9 Porque al Señor lo mismo le da crear un mundo entero que un barco como éste; en cierto sentido, la misma Tierra no es más que una especie de barco que lleva a los hombres por el mar del universo.

10 Pero otra cosa: Estoy en gran deuda contigo y preocupado porque jamás podré recompensarte...

11 Este barco que antes no valía ni una libra de plata porque no servía ni para leña, ahora vale más de diez mil libras de oro.

12 Pues, ahora se puede viajar con él hasta Britania, pasando por las columnas de Hércules1818, o hasta la India, rodeando toda Africa.

13 ¡Una obra como ésta no se puede pagar con oro!

14 Y esto, apreciado amigo, es lo que me preocupa...

15 Si el oro te importase algo, en nombre de tu Dios, que ahora también es el mío, antes de siete días tendrías las diez mil libras.

16 Pero sé muy bien que el oro es un horror para ti. Por eso estoy triste de tener que quedar como deudor de mi mejor amigo».

17 José tomó la mano de Cirenio, la apretó contra su pecho. Quería hablar, pero no podía, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

18 En cambio, el Niño tomó la palabra: «Mi querido Cirenio Quirino, te digo: Si en mi nombre no hubieras acogido sino a un solo hombre, ya habrías hecho entonces más de lo que valen diez mil de estos barcos.

19 Pero cuidaste de varios cientos, y eso en muy poco tiempo, por lo que Yo, para compensarte en sentido humano, te debería muchos de estos barcos.

20 Porque mira, para mí una persona vale más que un mundo entero lleno de ellos. Por eso olvida tu deuda imaginaria.

21 Lo que haces a los pobres, a mí me lo haces. Pero la recompensa no te la daré aquí en la Tierra sino que el día que te mueras, en seguida, despertaré tu alma y serás idéntico a estos siervos míos que arreglaron el barco».

22 Llorando, Cirenio prometió que, en adelante, iba a emplear toda su vida en el bien de la humanidad necesitada.

23 «Amen», dijo el Niño, y le bendijo.

Capítulo 151

El capitán en busca de los necesitados

1 Después todos volvieron al palacio de Cirenio a la ciudad donde los estaba esperando un buen almuerzo preparado de acuerdo con la tradición judaica.

2 Cada cual se sentó en el mismo sitio que había ocupado antes y comió con buen apetito.

3 Solamente al final del almuerzo, Cirenio se dio cuenta de que el capitán no se encontraba entre los convidados.

4 Todos los romanos sentados a la mesa se extrañaron por su ausencia.

5 Cirenio se dirigió a José para preguntarle si sabía dónde se había quedado el capitán.

6 «No te preocupes por él», le respondió José, «porque se fue a visitar los necesitados de la ciudad.

7 Por supuesto, de momento está más bien movido por el deseo de hallar la Luz interna que por el interés de los pobres.

8 Pero eso no perjudica su intento porque en la misma búsqueda ya se le abrirá por sí mismo el camino verdadero».

9 Cirenio se alegró mucho por ello y, dentro de su corazón, alabó al capitán.

10 Mientras los demás romanos se entretenían en conjeturas sobre su ausencia, se presentó de buen humor ante el grupo que, inmediatamente, le asedió con mil preguntas.

11 Pero el capitán, pese a ser gran aficionado a hacerlas, era poco amigo de dar respuestas.

12 Por eso, sin perder tiempo, se dirigió a Cirenio para pedirle perdón por haberse ausentado del almuerzo.

13 Pero Cirenio le dio la mano y dijo:

14 «De veras, aunque estuviéramos delante del enemigo y abandonases el campo de batalla para realizar este intento tuyo, no tendrías que justificarte ante mí.

15 Ahora veo claramente que hay más mérito en hacer el bien a un solo hombre que si ganásemos para Roma todos los países de la Tierra.

16 Dios ve más valor en un solo hombre que en todo lo demás del mundo.

17 Por eso, ante Él, hacemos algo mejor cuidando de nuestro prójimo materialmente, y mejor aún espiritualmente,

18 que enfrentándonos en el campo de batalla a miles de los enemigos más malvados.

19 Ante Dios vale infinitamente más ser un bienhechor de sus hermanos que el héroe más glorioso de este mundo insensato».

20 Y el Niño añadió: «Amen, así es, Cirenio Quirino.

21 Continúa en este camino. No hay otro que lleve con tanta seguridad a la Vida eterna como éste. ¡Quien tiene el amor también tiene la Vida!».

Capítulo 152

Cirenio, precursor de Pablo. Predicción sobre la caída de Jerusalén

por la espada de los romanos

1 Luego los jóvenes corrieron de nuevo la cortina y todo el grupo volvió cerca de los pobres.

2 El Niño los bendijo con la vista y luego, con voz muy cariñosa, se dirigió a Cirenio:

3 «Mi querido Cirenio Quirino, mira: Estos siervos míos que ahora ves como adolescentes delicados, controlan en mi nombre toda la creación.

4 Todos los mundos y todos los Soles les tienen que obedecer a la más ligera señal.

5 De modo que ya ves que les concedí un poder infinito.

6 Así como a estos siervos míos les he entregado toda la creación para que la mantengan en orden, a ti te entrego estos mundos de Vida mucho más importantes.

7 Te digo: Estos hermanos son más que un universo lleno de astros

8 y un niño en una cuna es más que toda la materia del eterno espacio infinito.

9 Por eso sé consciente de la grandiosidad de la dádiva que recibes de mí y de lo grande que es aquello que te confío.

10 Guía a estos necesitados en el verdadero camino hacia mí con todo amor, con mansedumbre y paciencia, y llegará el día que no serás capaz de abarcar la recompensa por lo grande que será.

11 Yo, tu Señor y Dios, te nombro precursor en el reino de los paganos para que aquel19 que les mandaré un día sea recibido favorablemente.

12 También voy a mandar a un precursor a los judíos,

13 pero te digo que no lo tendrá nada fácil. Lo que él conseguirá con el sudor de su rostro, tú lo lograrás durmiendo.

14 Por ello les será quitada la Luz a los hijos de Israel para dárosla a vosotros en toda plenitud.

15 Ahora, como Niño, deposito en ti la semilla que un día me dará un árbol con mucha fruta noble para mi Reino.

16 Pero a la higuera que en tiempos de Abraham planté en Salem20, ciudad que Yo construí con mis propias manos en la persona de Melquisedec, la maldeciré porque no da más que hojas.

17 Ciertamente siempre esperé... Muchas veces mandé buenos jardineros para que la abonasen; pero nunca produjo fruto.

18 Por eso la ciudad construida por mis manos para mis hijos, caerá destruida por vosotros, los extranjeros, antes de que pase un siglo. Ocurrirá que el hijo de tu hermano levante la espada contra Salé.

19 Así como tú acoges ahora a estos necesitados como hijos, así también Yo os acogeré a vosotros, extranjeros, como hijos míos que expulsarán a los hijos de Israel.

20 Guarda estas palabras para ti y actúa según ellas. Yo siempre te bendeciré con la invisible corona de mi eterno Amor y de mi eterna Gracia. Amen».

21 Con estas palabras todos quedaron pasmados. Los rostros de los ángeles tocaron el suelo y nadie se atrevió ni a abrir la boca para hacer un comentario.

Capítulo 153

Pregunta de Cirenio sobre la Divinidad del Niño

1 Sólo después de un buen rato Cirenio se apartó de los demás para preguntarle a José:

2 «¿Has oído lo que el Niño me dijo?

3 ¿Has oído cómo, por una vez, con toda franqueza dijo: “Yo, tu Señor y Dios”?

4 Considerando su Omnipotencia y el hecho de que sus siervos siempre se prosternan en Tierra cuando el Pequeño habla... ¡el Niño es realmente el verdadero y eterno Dios único y Creador del mundo y de todas las cosas que existen en él!

5 Amigo, ¿qué me dices? ¿No es así?».

6 José quedó un tanto desconcertado; pues tomaba al Niño por un hijo perfecto de Dios, pero de ninguna manera por la misma Divinidad.

7 Por eso, después de un rato de reflexión, le respondió: «Tomar al Niño por Dios mismo, me parece una osadía.

8 Los judíos son hijos de Dios, de modo que también sus descendientes.

9 Y eso ya desde la época del padre Abraham que también era hijo de Dios, de modo que también sus descendientes lo son.

10 Además siempre ha habido profetas que, cuando hablaban, era Dios el que hablaba por su boca; y eso siempre en primera persona.

11 Una vez habló por la boca de Isaías: “Yo soy el Señor, tu Dios, que agita las olas del mar hasta que se levantan. Mi nombre es Sebaot.

12 Yo pongo Mi Palabra en tu boca y te cubro con la sombra de mis manos para que Yo plante el Cielo y prepare la Tierra. Y al pueblo de Sión le digo que es mi pueblo”.

13 Ves, aunque el profeta hablaba en primera persona como si él mismo fuera el Señor, ¡de ninguna manera lo era! Pues era el Espíritu santo del Señor el que de esta manera hablaba por la boca del profeta...

14 Lo mismo debe ocurrir ahora. Dios despierta en este Niño un profeta de gran poder y habla por su boca como entonces lo hizo por la del pequeño Samuel».

15 Cirenio quedó conforme con esta explicación. Pero en eso el Niño los llamó a ambos.

16 «José, veo que sabes muy bien que el Señor hablaba por boca de los profetas y eso, en general, en primera persona.

17 ¿Pero acaso ignoras lo que el Señor dice en Isaías?21:

18 “¿Quién es este que viene de Edom, con vestidos bermejos de Bosrá, hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder?

19 Yo, El que enseña justicia, maestro para salvar.

20 ¿Por qué es bermejo tu vestido y tus ropas como del que ha pisado en lagar?

21 Pisado he Yo solo el lagar, y de los pueblos nadie fue conmigo. Los pisé con mi ira y los hollé con mi furor.

22 Y su sangre salpicó mis vestidos, y el día de la venganza está en mi corazón. El año de la redención de los míos ha llegado.

23 Miré y no había quien ayudara, y me asombré de que no hubiera quién me sostuviese.

24 Y con mi ira aplasté a los pueblos y los embriagué de mi furor”.

25 José, ¿conoces a Aquel que viene de Edom y que ahora vino aquí y te dice: “Soy Yo, El que enseña justicia, maestro para salvar?”».

26 Al oír estas palabras, José cruzó las manos sobre su pecho y, en su interior, adoró al Niño.

27 Después de un rato, Cirenio dijo en voz baja a José: «Hermano, con este discurso del Niño que para mí, por cierto, es demasiado sabio, me parece que yo tenía razón».

28 «Pues sí, también yo tengo esa impresión... Y, en vista de ello, más te vale guardar silencio si no quieres sufrir las consecuencias».

29 Cirenio grabó esta advertencia en su corazón y la tuvo presente toda su vida.

Capítulo 154

Conversación del ángel con el capitán curioso

1 Al poco el capitán se acercó a Cirenio y le preguntó cuántos hombres necesitaba aquella noche a su servicio.

2 Porque sabía que esa misma tarde Cirenio mandaría que pusieran su equipaje a bordo, así como también provisiones para varios cientos de personas que iba a llevar a Tiro.

3 Pero Cirenio le miró y dijo: «Mi apreciado amigo, si no hubiera pensado en ello hasta ahora, ¡vaya chasco!

4 El abastecimiento de los pobres que irán en el nuevo barco ya está previsto para hoy, y de manera que a ninguno de los viajeros le falte nada.

5 ¿No te fijaste en lo rápidamente que los jóvenes arreglaron el viejo barco cartaginés?

6 De la misma manera se realizará el abastecimiento.

7 En lo que se refiere a mis propios barcos, ya hace tiempo que están abastecidos con todo, y hasta para un año y para mil personas si fuera necesario.

8 De modo que no necesito a tus hombres. Que se queden a tu servicio».

9 El capitán se extrañó no poco de la respuesta de Cirenio que, en general, daba mucha importancia a los honores militares.

10 Luego le preguntó: «Alteza imperial, ¿quiénes son estos jóvenes? Da la impresión que fueran auténticos magos egipcios o tal vez semidioses de Persia».

11 «No son ni lo uno ni lo otro.

12 Pero si te empeñas en saber quiénes son, ¿por qué no vas a preguntárselo a uno de ellos? Hazlo y lo sabrás sin intervención mía».

13 El capitán hizo una reverencia ante Cirenio e inmediatamente se dirigió a uno de los jóvenes.

14 «Oye, joven sumamente amable, encantador y primoroso... Vaya... Sabes, con tu belleza sobrenatural... me estás desconcertando... y se me paraliza la lengua...

15 Pues sí, ¿qué era, pues?... ¿Qué, en realidad, es lo quería preguntarte?».

16 El ángel, mostrando su belleza celestial más y más, dijo al capitán:

17 «Bueno, amigo de hacer preguntas, ¿quién lo sabe mejor que tú mismo? Adelante, ¡para mí será un placer responderte!».

18 Pero el capitán estaba totalmente cautivado por la inmensa belleza del joven y no podía pronunciar ni una sola palabra.

19 Después de haberle mirado un buen rato con la boca abierta, encontró palabras para pedirle un beso.

20 El joven se lo dio, y le dijo: «¡Para que haya una unión eterna entre nosotros! Además te recomiendo que mantengas estrecho contacto con ese sabio que te dará mucha sagacidad».

21 Al oír estas palabras, el capitán se apasionó de tal manera por el joven que olvidó hacer su pregunta.

22 Este amor le atormentó hasta la tarde; fue un pequeño castigo por su tendencia a preguntar tanto. Pero esa misma tarde fue curado de la aflicción y al mismo tiempo perdió las ganas de acercarse más a ninguno de aquellos jóvenes.

Capítulo 155

Cirenio se preocupa por el barco. José predice una aventura en alta mar

1 Por la noche cenaron y se prepararon para salir el día siguiente.

2 Cirenio y su séquito sabían muy bien que el nuevo barco cartaginés estaba todavía sin carga y alimentos. Por eso, en secreto, Cirenio empezó a preocuparse.

3 Pero uno de los jóvenes se le acercó y le tranquilizó: «Quirino, ¡no te preocupes por ello ni en secreto!

4 Porque todo está ya en el mejor orden.

5 Tú, toma medidas para que durante tu ausencia todo quede arreglado en tu palacio. De todo lo demás ya nos ocuparemos nosotros en el nombre del Señor Dios Sebaot».

6 Cirenio le creyó con profunda fe y, en lo que se refería al barco, ya no se preocupó en absoluto.

7 Luego hizo que buscasen al capitán y le confió el cuidado de su palacio.

8 Cuando este volvió a sus ocupaciones habituales,

9 Cirenio hizo que llamaran al jefe de la guarnición para devolverle los poderes militares sobre la ciudad de Zoán.

10 Pues, en presencia del prefecto, el jefe de la guarnición no podía mandar al ejército según su propio parecer.

11 Dadas las órdenes, Cirenio se dirigió hacia José.

12 «¡Cuánto os debo a ti y especialmente a tu Hijo tan santo!

13 ¿Cómo, cuándo y de qué manera podré pagarte jamás una deuda semejante?

14 Me diste a Tulia y me salvaste milagrosamente la vida.

15 ¡No puedo enumerar todos los beneficios extraordinarios recibidos de ti durante mi corta estancia aquí!».

16 «No hace mucho tiempo que yo mismo estuve en una situación muy penosa

17 y en Tiro te apareciste a mí como un ángel salvador.

18 Ves, de esta manera una mano del gran cuerpo de la humanidad lava la otra.

19 Pero no tratemos más este asunto. Ya es de noche y me costará una hora llegar a casa. Por eso permíteme que ahora me vaya.

20 La bendición del Señor está contigo y los tuyos, de modo que puedes irte tranquilamente de aquí.

21 Y estos tres leones llévalos contigo a bordo porque aún te prestarán buenos servicios.

22 Pues, tendréis que afrontar a una gran tempestad que os arrojará a la costa de Creta, donde hay piratas que os atacarán.

23 En esta situación los tres leones os serán muy útiles».

24 Cirenio se asustó ante semejante expectativa, pero José le tranquilizó y le aseguró que nadie sufriría daño alguno.

Capítulo 156

La gratitud de Maronio, de los tres sacerdotes y de Tulia

1 Luego Maronio Pila y los tres sacerdotes se acercaron a José para darle las gracias por todos los beneficios recibidos.

2 Este les advirtió que guardaran silencio sobre todo lo que allí habían visto,

3 lo que Maronio y los tres sacerdotes le prometieron solemnemente.

4 Después se presentó Tulia y, profundamente conmovida, se arrodilló ante María, llorando lágrimas de gratitud.

5 Pero esta se inclinó para levantarla.

6 «Que seas bendecida en el nombre de Aquel que descansa en mis brazos. ¡Agradéceselo siempre a Él en tu corazón y encontrarás tu salvación en Él!

7 Pero reprime tu lengua y no nos descubras,

8 porque vendrá el día en que el Señor mismo se revelará ante el mundo».

9 Con estas palabras María se despidió de Tulia que todavía sollozaba.

10 José tenía aún que hacerle una advertencia a Cirenio:

11 «También muchos de los de tu séquito han sido testigos de varios milagros. En su propio bien, recomiéndales que guarden silencio, porque cada traidor que en esta cuestión puramente divina no sepa callarse, sufrirá la muerte».

12 Cirenio le prometió que nadie se enteraría de nada.

13 Luego José le recordó los ocho menores de edad que quería mandar para su educación.

14 «Esa será mi primera tarea, nada más llegar allí. Pero me queda todavía otro problema por resolver.

15 Porque este año tendré que presentarme en Roma a causa de Tulia.

16 Y mi hermano Augusto César a quien en aquellos días le mencioné ciertas cosas, esta vez, seguramente, me hará más preguntas.

17 ¿Qué voy a decirle? ¿Hasta qué punto puedo introducir a este hombre noble en nuestro secreto?».

18 «A solas puedes decirle mucho.

19 No obstante, adviértele que mientras guarde el secreto, también conservará su dignidad imperial.

20 Pero en cuanto suelte una sola palabra por la razón que fuere, Dios le castigará instantáneamente.

21 Y si se rebela contra el Todopoderoso, en el mismo instante él y Roma perecerán».

22 Cirenio le agradeció el aviso. Luego José le bendijo y volvió con los suyos a la casa de campo.

Capítulo 157

Conversación amorosa entre el Niño Jesús y Jacobo.

El Niño pierde repentinamente la palabra

1 Ya fuera de la ciudad, María entregó el Niño a Jacobo porque estaba cansada por haberlo llevado durante todo el día en brazos,

2 y Jacobo era feliz por poder cargar su querido pequeño hermano.

3 Abriendo los ojos, el Niño dijo: «Mi querido Jacobo, ¡parece que me quieres realmente con todo tu corazón!

4 Pero si un día me volviera muy pesado, ¿continuarías queriéndome tanto como ahora?».

5 «Oh, mi hermanito más querido, ¡aunque tuvieras mi propio peso, te llevaría en mis brazos con el corazón ardiendo!».

6 «Ahora, por supuesto, no te peso.

7 Pero día llegará en que seré una gran carga para ti.

8 Por eso haces bien en empezar a acostumbrarte ya a mi peso con cariño.

9 Y una vez que vengan los tiempos pesados, me llevarás con la misma facilidad, pese a cargarme entero, que ahora siendo un niño.

10 Te digo que el que antes no me haya llevado como Niño, el día que tenga que soportar mi peso integral, sucumbirá.

11 Quien me lleva en su corazón con la misma ligereza que tú ahora me llevas en brazos, a él, cuando Yo esté en edad madura, no le pesaré más que ahora te peso a ti».

12 Jacobo no podía comprender el sentido de estas elevadas palabras. Acariciándolo, preguntó al Niño:

13 «¿Es posible que también como hombre te dejarás llevar así?».

14 «Tú me amas con todas tus fuerzas y con esto me conformo...

15 Tu ingenuidad me agrada más que la sabiduría de los sabios que calculan y determinan mucho de antemano, mientras que sus corazones están más fríos que el hielo.

16 Lo que hoy aún no comprendes, lo comprenderás en tiempo oportuno.

17 Mira: Todavía soy solamente un niño menor de edad.

18 Pero hablo contigo como si fuera un hombre hecho y derecho.

19 Si continuase así, sería un ser de naturaleza ambigua: Para la vista un niño pequeño y para el oído un hombre maduro.

20 Eso no puede continuar... Así que, durante un año, guardaré silencio, y eso para todos menos para ti.

21 Tú continuarás oyéndome, aunque únicamente dentro de tu corazón.

22 Cuando, en adelante, volváis a oírme hablar, será de manera natural. Mientras vuestra vista vea que estoy creciendo, vuestros oídos no oirán más que palabras infantiles.

23 Todo esto te lo he revelado para que mientras tanto no te decepciones. Amen».

24 Desde aquel momento el Niño se comportó igual que cualquier otro niño de su edad.

Capítulo 158

Celo de José por la santificación del sábado

1 Llegados a la casa de campo, en seguida José mandó a sus cuatro hijos mayores que atendieran a los animales y que después se acostaran.

2 Pero los hijos volvieron al momento.

3 «Padre, ¡qué cosa más sorprendente! Las vacas y los burros están atendidos y además sus artesas y pesebres están llenos hasta arriba... ¿Cómo te explicas eso?».

4 José salió el mismo para examinar el asunto y comprobó que las palabras de sus hijos eran ciertas.

5 Por eso volvió para preguntar a los ángeles todavía presentes, si todo aquello había sido obra suya, pues era sábado.

6 Ellos asintieron.

7 Algo indignado les preguntó: «¿Cómo es posible que seáis siervos del Señor y no santifiquéis el sábado?».

8 «Hombre puro», le respondió Gabriel, «¿cómo es posible que nos hagas semejante pregunta?

9 ¿No ha pasado el día de hoy como todos los demás? ¿Acaso el Sol no se levantó y se puso como cualquier otro día? ¿Acaso hoy no sopló el viento como los demás días?

10 Cuando estuvimos en la costa, ¿no viste que las olas tenían el mismo vaivén que todos los días? ¿Por qué no habrán querido respetar el sábado?

11 ¿Cómo es que hoy comiste y bebiste? ¡También respiraste y no impediste a tu corazón que latiera!

12 ¡Hombre temeroso del sábado!, mira: Todo lo que existe y todo lo que sucede en el mundo subsiste únicamente por la energía que el Señor nos concedió para que podamos dirigirlo y mantenerlo.

13 Si a nosotros se nos ocurriera descansar un solo día, dime, ¿no perecería toda la creación instantáneamente?

14 Por eso únicamente consagramos el sábado mediante nuestra actividad por amor al Señor ¡pero ni mucho menos mediante la ociosidad!

15 De modo que el verdadero reposo en el Señor consiste en un corazón lleno de verdadero amor hacia Él y en una continua actividad según este amor.

16 La celebración del sábado mediante la ociosidad es una insensatez y un horror para Dios.

17 Tómate esto a pecho y no vaciles en hacer el bien el sábado, y te volverás semejante al Señor».

18 Después de estas palabras todos los ángeles se postraron ante el Niño y desaparecieron.

19 José grabó estas palabras en su corazón y en adelante ya no guardó los sábados tan temerosamente.

Capítulo 159

Confusión de Eudosia causada por la desaparición repentina de los maravillosos jóvenes

1 Nada más desaparecer los ángeles, Eudosia preguntó a María quiénes eran.

2 Pues, era todavía pagana y no sabía nada de los secretos extraordinarios del Cielo.

3 El hecho de que en tales ocasiones también los paganos pudieran ver a los ángeles, se debía a la visión interna que les fue abierta en ese lapso de tiempo.

4 De modo que su desaparición no fue otra cosa que la suspensión repentina de la visión interna y espiritual de los observadores.

5 Es por eso por lo que Eudosia, después de la desaparición de los ángeles, tuvo la sensación de haberse despertado de un sueño profundo.

6 Todas sus reacciones fueron de nuevo totalmente naturales y todo lo que había visto y oído durante aquel día le parecía ser producto de un sueño muy vivo.

7 Por eso, habiendo vuelto a su estado natural pagano,

8 su pregunta era perdonable.

9 Pero María le respondió: «Mira, Eudosia, todavía te quedarás más tiempo con nosotros; y todo lo que de momento te parece enigmático, se aclarará.

10 Por hoy vamos a dormir, pues estoy muy agotada».

11 Eudosia tuvo que conformarse con la promesa, pero dentro de su corazón el desasosiego aumentó.

12 También José tenía sueño y dijo: «Hijos míos, como ya es de noche, cerrad las puertas y acostémonos.

13 Como mañana de todos modos es postsábado y no trabajamos, aún podremos tratar muchas cosas.

14 Por hoy alabad al Señor y haced lo que os he dicho.

15 Tú, Jacobo, prepara la cuna, ponla al lado de la madre y adormece al Niño.

16 Y tú, Eudosia, acuéstate también y, en el nombre del Señor, te deseo que tengas un buen sueño».

17 Eudosia le hizo caso y se fue a su habitación. También se acostó, pero no le venía el sueño,

18 porque su corazón ardía a causa de la desaparición de los jóvenes.

19 Resulta que se había enamorado de Gabriel y no sabía a qué atenerse, pues el objeto de su corazón había desaparecido inesperadamente de su vista.

20 Cuando todos los demás ya dormían, Eudosia se levantó y abrió la ventana para mirar afuera.

21 De repente, Gabriel apareció delante de ella y le dijo:

22 «Tienes que calmar tu corazón... Porque mira: Yo no soy un ser humano como tú sino un espíritu, un mensajero de Dios.

23 Reza al Niño, porque Él es el Señor. Él tranquilizará tu corazón».

24 Con estas palabras desapareció de nuevo y Eudosia se sintió algo aliviada.

Capítulo 160

Sueño de Eudosia y testimonio del Señor

1 Por la mañana, una hora antes de salir el Sol, en la casa de José ya estaban todos de pie como de costumbre. También el Niño estaba despierto y, de vez en cuando pataleaba en su cuna y profería unos sonidos infantiles como si estuviera cantando.

2 Jacobo le entretuvo a su manera, haciéndole muchas señas con las manos, cantando y silbando.

3 María estaba todavía durmiendo y José absorto en su oración matinal. Por eso le reprochó lo que hacía y le pidió que tuviera más prudencia delante de él y de la madre.

4 Jacobo se justificó: «¿Ves como el Señor del Cielo y de la Tierra se distrae con la forma que tengo de entretenerle?

5 ¿No deberíamos hacer siempre todo aquello que a Él le complace?

6 ¡Al Señor le gusta lo que le estoy haciendo! ¿Cómo puedes molestarte por ello?

7 Estoy convencido de que la madre duerme tan a gusto, precisamente porque nos lo estamos pasando muy bien.

8 Por eso te pido que consideres mi comportamiento como justificado y que, mientras que el Señor esté contento, no me vuelvas a hacer reproches si alguna vez cumplo mi cometido un poco a lo loco según tu criterio».

9 «Está bien; y sabes que me alegro de que te entiendas tan bien con el Niño.

10 Pero en adelante no hagas tanto ruido cuando veas que alguien duerme y el otro está absorto en sus oraciones».

11 Jacobo reconoció que la crítica de su padre estaba justificada.

12 Luego le preguntó: «Padre, cuando rezas a Dios como acabas de hacer, ¿a qué divinidad te estás dirigiendo en el fondo?

13 Según todo lo que ahora sé del Niño, de ninguna manera puede ni podrá jamás haber un Dios mayor o más verdadero que este mismo Niño, y el testimonio más manifiesto del Cielo lo confirma.

14 Si conforme a los profetas y a los muchos milagros esta es la absoluta realidad, entonces ¿qué?...

15 Si el profeta dice: “¿Quién es este que viene de Edom, con vestidos bermejos de Bosrá, hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo, El que enseña justicia, maestro para salvar”, entonces ¿qué?...

16 ¿Quién es el Niño que ayer pronunciaba ante ti estas palabras sobre Él mismo? Pues un ser humano no podría decir esto de sí mismo, y por otro lado no hay más que un sólo Dios...

17 ¿Quién, entonces, es el Niño que dice: “Soy Yo, El que enseña justicia, maestro para salvar”?».

18 José se quedó perplejo: «Jacobo, hijo mío, ¡tienes razón! ¡Ahí delante la cuna lo haces mejor que yo aquí, orando en un rincón retirado!».

19 En aquel momento, arrebatada de felicidad, salió Eudosia de su dormitorio, bonita como la aurora, y cayó de rodillas ante la cuna para adorar al Niño.

20 Media hora más tarde se levantó y exclamó: «¡Sí, sí, Tú eres y no hay otro aparte de ti!

21 Esta noche, en mi sueño, vi un Sol en el cielo que parecía hueco y que daba poca luz.

22 Pero luego vi a este Niño en la Tierra y el Niño brillaba como miles de Soles. Desde Él se proyectó un intenso rayo de luz hacia el débil Sol y lo llenó del todo con un brillo intenso.

23 Vi como subían y bajaban por este rayo los mismos ángeles que había aquí, incontables ángeles, y todos tenían su rostro constantemente dirigido hacia el Niño... ¡Oh, suma magnificencia!».

24 Este testimonio hizo que José abandonara definitivamente el rincón donde oraba y que considerara ante todo al Niño. En adelante rezaba muchas veces al lado de la cuna.

Capítulo 161

María y José preocupados por el silencio del Niño

1 Luego también María se despertó y se fue a un cuarto contiguo para lavarse y cambiarse de ropa.

2 Poco después volvió, pareciéndose a un ángel por ser tan hermosa, buena, piadosa y sumisa a la Voluntad del Señor.

3 Le dio un beso a José y a Eudosia otro y un fuerte abrazo.

4 Después, llena de amor, se arrodilló delante la cuna y, rezando, dio al Niño el pecho.

5 Luego, como de costumbre, pidió que preparasen un baño para el Niño.

6 Y el pequeño Jesús chapoteaba en el agua y hacía oír sonidos inarticulados.

7 Una vez vestido, María le preguntó cómo se encontraba con la ropa tan limpia,

8 muy acostumbrada a que el Niño le respondiera.

9 Como los demás, excepto Jacobo, ignoraba que el Niño ya no iba a hablar.

10 Por eso todos se extrañaron de que no respondiera a su madre.

11 Preocupada, María le rogó que por lo menos dijera algunas pocas palabras. Pero el Niño continuó con sus sonidos inarticulados, y nada de palabras.

12 María y José se asustaron y temieron que ¿quién sabe? los ángeles se podían haber llevado al Niño divino al Cielo, dejándoles un niño normal.

13 Pues los relatos sobre cambios de niños eran muy populares entre los judíos.

14 Ambos lo examinaron concienzudamente para asegurarse de que todavía era el mismo,

15 pero no pudieron encontrar la menor diferencia.

16 En esto María tuvo una idea:

17 «Guardad el agua del baño, buscad a un ciego y traedle aquí, porque, hasta ahora, este agua siempre tuvo un milagroso poder curativo.

18 Si el ciego se cura, entonces confirmará que el Niño es el auténtico; y si no, habrá sido Voluntad del Señor darnos otro niño en el lugar del suyo».

19 En aquel momento Jacobo hizo intención de hablar, pero el Niño se lo prohibió bien perceptiblemente en su corazón.

20 En seguida José mandó a su hijo mayor a la ciudad para que buscase un ciego.

21 Después de hora y media volvió con uno, y María le lavó los ojos con el agua del baño; pero el ciego continuó ciego.

22 Con este resultado todos se pusieron tristes; únicamente Jacobo continuó entreteniendo al Niño tan contento como antes.

23 El ciego, sin embargo, empezó a quejarse porque pensaba que le habían gastado una broma.

24 José le consoló, prometiéndole como recompensa sustento para toda su vida. Con eso el ciego quedó contento.

25 Al observar la alegría de Jacobo, José le reprendió por su gran falta de respeto ante su padre.

26 «Yo estoy de buen ánimo porque sé a qué atenerme», contestó este, «mientras que vosotros estáis tristes porque no lo sabéis... Acaso ignoráis que no se debe probar a Dios?».

27 Dichas estas palabras, Jacobo sopló sobre el ciego que en el mismo momento quedó curado. La admiración de todos se concentró en Jacobo y nadie sabía a qué atenerse.

Capítulo 162

José interroga a Jacobo sobre su poder curativo

1 Sin tardanza José preguntó a Jacobo que de dónde provenía tal poder curativo de su aliento.

2 Y Jacobo le respondió: «Oí una voz dentro de mí que me dijo:

3 “¡Sopla tu aliento sobre el ciego y volverá a ver!”.

4 Creyendo firmemente en esta voz dentro de mí, hice como me dijo y ahora el ciego ve».

5 «Eso es evidente.

6 Pero yo quería más bien saber desde dónde te vino esa voz tan potente y cómo la sentiste».

7 «Pero padre, tú ves muy bien al Niño que tengo en mis brazos...

8 ¡Tiene que ser El quien me ha hablado de esta manera tan milagrosa!».

9 José continuó preguntando:

10 «Entonces, a tu parecer, ¿es todavía el auténtico Niño? ¿No puede haber sido cambiado?».

11 «¿Quién o qué poder podría ser capaz de cambiar al Todopoderoso?

12 ¡Te habrás fijado bien en los ángeles, que se prosternaban cada vez que el Niño hablaba tan milagrosamente! ¿Cómo iban a hacer semejante jugarreta al Todopoderoso?

13 Para mí el Niño sigue siendo el original. Y eso es tan cierto como que nunca he creído en las historias sobre intercambio de los niños».

14 «Hijo mío, ¡con eso me das una prueba poco contundente sobre tu fe!

15 Tú sabes muy bien que David dice22: “¿Por qué se amotinan las gentes y los pueblos piensan vanidad?

16 Están los reyes en el país, y los príncipes conjuran contra el Señor y contra su ungido, y dicen:

17¡Rompamos sus coyundas y echemos sus cuerdas lejos de nosotros!”.

18 Estas palabras tienen un sentido espiritual, hijo mío: Los reyes son los poderes y el país el gran reino de los poderes invisibles...

19 ¿Pero qué es lo que traman y de qué hablan? ¿No evidencian estas palabras la posibilidad de que esas fuerzas pudieran apoderarse también del Señor?».

20 «Por supuesto, pero sólo si el Señor lo consintiera.

21 Al principio del mismo salmo oyes la pregunta: “¿Por qué se amotinan las gentes y los pueblos piensan vanidad?”.

22 ¿No te parece que ahí David quería señalar la impotencia de tales fuerzas ante el Señor?

23 Además, luego el mismo salmo dice claramente:

24 “El que mora en los Cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos, y vendrá el día en que les hablará en su furor, y con su ira los atemorizará”.

25 A mi juicio estas palabras del gran salmista justifican suficientemente mi fe;

26 pues, me confirman que el Señor siempre seguirá siendo el Señor. De modo que un cambio es imposible».

27 José estaba sorprendido por la sabiduría de su hijo, y él y todos los suyos quedaron convencidos que el Niño era el auténtico.

Capítulo 163

Llegada de los ocho adolescentes de Tiro. María, profesora

1 De esta manera el antiguo orden volvió a casa de José.

2 Él y sus hijos fabricaban diversos utensilios de madera y los vendían en la ciudad por precios módicos.

3 Eso, por supuesto, lo hacían entre las labores de la casa.

4 María y Eudosia confeccionaban vestidos y hacían bordados artísticos para familias ricas, y también cuidaban la casa.

5 María era bastante hábil en toda clase de labores artísticas e hizo vestidos enteros de punto.

6 Y Eudosia era buena costurera.

7 De esta manera la familia ganaba lo necesario para su sustento y todavía les sobraba algo para dárselo a pobres necesitados.

8 Transcurridos tres meses, llegaron los ocho adolescentes de Tiro, desde luego acompañados por amigos de confianza de Cirenio,

9 que traían una enorme pensión en forma de ochocientos libras de oro.

10 Pero José la rechazó: «Acepto a los jóvenes, pero el oro no lo admito porque en él mora la maldición del Señor.

11 Por eso volved a llevároslo. Cirenio ya sabrá porque no puedo ni quiero admitirlo.

12 Saludadle de mi parte y decidle que mi bendición siempre le acompaña.

13 Decidle también que en espíritu le acompañé durante su viaje de vuelta y que fui testigo de todo lo que le ocurrió.

14 Siempre que le amenazaba un peligro le bendije.

15 Que no se aflija por la pérdida de los tres leones en la isla de Creta, porque tal fue la Voluntad del Señor, al que conoce».

16 Luego bendijo a los amigos de Cirenio, y con gran alegría admitió a los ocho adolescentes que, en seguida, se encontraron como en su casa.

17 Los amigos de Cirenio recogieron el oro y volvieron a toda prisa a Tiro.

18 José alabó a Dios por el aumento de los suyos, bendijo a los ocho y los entregó al cuidado de María, eximia profesora que en el Templo se había perfeccionado en las más diversas materias.

19 En adelante los niños aprendieron a leer y a escribir el griego, el hebreo y el latín, pues en aquella época era preciso conocer estas tres lenguas.

20 La gente de educación algo elevada tenía que saber por lo menos el latín, que entonces tenía la misma importancia que hoy día el francés23.

Capítulo 164

Un año tranquilo en la casa de José.

Jacobo cura a un niño de una familia negra

1 Desde entonces no ocurrió nada extraordinario en casa de José.

2 Aquel estado de tranquilidad duró un año entero, hasta que el Niño Jesús aprendió a andar y a hablar, y a jugar con los ocho jóvenes.

3 Entonces se les presentó una familia negra que tenía un niño muy enfermo.

4 Pues, habían oído en la ciudad que en esta casa había un médico milagroso que curaba toda clase de enfermedades.

5 El enfermo era un niño de diez años que estaba terriblemente atormentado por un espíritu maligno.

6 El espíritu le sacudía día y noche, hinchándole el vientre. De esta manera le causaba grandes dolores.

7 Ora le empujaba hacia el fuego, ora hacia el agua.

8 Pero, al entrar en casa de José, el espíritu se mantuvo tranquilo y no se movía.

9 José preguntó al padre del niño, que hablaba el griego, cuál era el problema,

10 y este le contó detalladamente lo que le estaba pasando al niño.

11 Entonces José llamó a Jacobo, que ya tenía 16 años y que, como de costumbre, se ocupaba del Niño, y le explicó la calamidad que padecía la familia.

12 Jacobo, acariciando al Niño, le habló dentro de su corazón.

13 En voz alta, en hebreo, el Niño Jesús le respondió:

14 «Querido hermano mío, mi hora aún no ha llegado ni lejanamente. Pero acércate tú mismo al niño enfermo cuya generación lleva la señal de Caín24,

15 tócale con el índice de la mano izquierda en la región del esternón y el espíritu maligno le abandonará para siempre».

16 Jacobo hizo lo que el Niño le decía.

17 En esta ocasión el espíritu maligno sacudió al niño por última vez y gritó:

18 «¡Inclemente! ¿Qué quieres de mí? ¿A dónde voy ahora, si me arrojas de mi morada antes del tiempo?».

19 «Es la Voluntad del Señor», respondió Jacobo. «No muy lejos de aquí está el mar. ¡Allí en lo más profundo vivirás en el barro que será tu morada eterna! Amen».

20 En aquel mismo momento el espíritu maligno abandonó al niño que quedó totalmente curado.

21 Su padre quería pagar por la curación, pero José no aceptó nada; con lo que la familia negra se fue llena de paz.

Capítulo 165

Jacobo visita al pescador Jonatán

1 Otro medio año pasó sin que nada extraordinario ocurriera en la casa de José.

2 El Niño evitaba todo lo que podría dar motivo para ello;

3 era despierto y jugaba con los demás niños cuando estos tenían tiempo.

4 Por lo demás prefería estar con Jacobo y, cuando ambos estaban solos, le hablaba con sabiduría.

5 Pero con los demás niños hablaba como cualquier otro niño de dos años.

6 Resulta que en aquella zona vivía un emigrante judío que se alimentaba de la pesca.

7 Era muy alto de estatura e increíblemente fuerte.

8 En un antesábado, después del desayuno, Jacobo tomó al Niño y, con el permiso de José, se fue a visitar a aquel judío que vivía a una hora de camino.

9 Pues, aquel judío ya le había invitado muchas veces y ahora Jacobo fue a visitarle porque el Niño se lo había pedido secretamente.

10 Cuando llegaron allí, el pescador se alegró sobremanera y, en seguida, les presentó un pescado muy bien preparado.

11 Jacobo comió con muchas ganas y a su hermano pequeño le dio unos trozos bien elegidos.

12 Todo lo que su hermano le metió en la boca, el Niño Jesús se lo comió con buen apetito.

13 La satisfacción del pescador fue tan grande que se le escurrieron lágrimas de emoción.

14 Cuando, luego, Jacobo quiso volver a casa,

15 el pescador le insistió para que se quedara todo el día con él, y le dijo:

16 «Por la tarde te llevaré, junto con tu pequeño y encantador hermano.

17 Venir por el camino, te habrá costado una hora y media porque habrás tenido que rodear el brazo del mar que tiene poca profundidad.

18 Debido a mi estatura, lo más hondo del agua no me llega ni a las caderas.

19 Junto con el niño, te tomaré en brazos y lo vadearé. También os daré unos cuantos buenos pescados. Y en un cuarto de hora estaréis en casa».

20 Entonces el Niño dijo: «Jonatán, tienes buena voluntad. ¡Pero ya veremos si Yo y mi hermano no te pesaremos demasiado!».

21 Jonatán sonrió. «Oh, mi niño querido, ¡aunque pesaseis cien veces vuestro peso, todavía podría llevaros fácilmente!».

22 «Y ¿por qué no pruebas antes a llevarme solamente a mí en tus brazos, cruzar el brazo de mar y volver? ¡Así sabremos a qué atenernos respecto a tus fuerzas!».

23 Jonatán aceptó la prueba y con permiso de Jacobo tomó al Niño en brazos y atravesó el estrecho.

24 La ida fue aceptable, aunque Jonatán se admiró sobremanera por el peso increíble del pequeño.

25 Pero el Niño empezó a pesar tanto a la vuelta, que Jonatán tuvo que servirse de un palo muy gordo para, apoyándose en él, alcanzar la orilla con un último esfuerzo.

26 Dejando al Niño en el suelo, Jonatán exclamó: «¡Por Jehová! ¿Qué pasa aquí? ¡El mundo entero no pesa más que este niño!».

27 «Esto es cierto», dijo el Niño sonriendo, «pues, acabas de llevar mucho más que el mundo entero».

28 Todavía sin aliento, Jonatán preguntó: «¿Qué me dices?».

29 Pero Jacobo le propuso que cogiera el pescado y que los llevara a pie enjuto a casa. «¡Quédate esta noche con nosotros y mañana sabrás más!».

30 En seguida Jonatán cargó una gran cantidad de buenos pescados y acompañó a los dos a casa de José.

Capítulo 166

Jonatán y José, amigos de la infancia

1 José se alegró mucho por el regalo de Jonatán porque era un gran aficionado al pescado.

2 Sin rodeos Jonatán fue al grano.

3 «José, mi querido amigo de la infancia, quisiera saber más sobre tu niño, pues no me aclaro con él. ¡Porque no puede tener más de tres años pero habla tan inteligentemente como si fuera adulto!

4 Me habría gustado que Jacobo y el niño se hubieran quedado conmigo hasta la tarde y después te los habría traído vadeando el brazo del mar.

5 Cuando hice esta proposición a Jacobo, el niño me sorprendió contestándome:

6 “Jonatán, tienes muy buena voluntad, pero los dos, ¿no te resultaremos demasiado pesados?”.

7 Te puedes imaginar que, consciente de mi fuerza, el reparo me hizo sonreír.

8 Pero el niño insistió en que probara: Que lo llevara a él solo en los brazos y que vadeara el brazo del mar, y ya veríamos si pesaba demasiado o no...

9 Con el consentimiento de Jacobo tomé al niño en brazos y lo llevé por el brazo del mar.

10 La ida aún fue soportable, pero al volver me vi obligado a apoyarme en un palo para llegar a duras penas a la otra orilla.

11 Porque, y puedes creerme, el niño empezó a pesar de tal manera que tenía la impresión de llevar en mis brazos un peso como el del mundo entero.

12 Cuando llegué a la orilla, después de devolver el niño a Jacobo y recobrar fuerzas,

13 pregunté a Jacobo cómo era posible que el niño pudiera pesar como el mundo entero.

14 Y otra vez, sin ser preguntado,

15 el niño contestó que yo había llevado más que un mundo entero...

16 ¡Jacobo fue testigo de todo! Amigo mío, ahora te pregunto:

17 ¿Qué clase de naturaleza tiene? Pues, ¡no puede ser natural como nosotros!».

18 «Si estás seguro de que sabrás callarte, entonces te contaré algo de gran importancia».

19 «¡En el nombre de Dios y de todos los Cielos juro que prefiero mil veces perecer abrasado que revelar una sola palabra!».

20 Entonces José le llevó a su colina preferida donde le contó toda la historia del Niño.

21 Profundamente conmovido, Jonatán cayó de rodillas y desde la colina rezó al Niño que en aquellos momentos estaba jugando con los otros ocho niños.

22 Al final de su larga oración dicha en voz alta, exclamó: «Oh, ¡bienaventuranza de las bienaventuranzas! Dios mío, ¡mi Creador me ha visitado! ¡A Él, que lleva el mundo y los Cielos, le he llevado en mis propios brazos! Oh Tierra, ¿acaso mereces esta Gracia? ¡Sólo ahora comprendo las palabras del Niño divino: “Acabas de llevar mucho más que el mundo entero!”».

23 Luego, durante una hora, se quedó ensimismado.

Capítulo 167

La comida favorita del Niño: El corazón de Jonatán.

Testimonio de Jesús sobre Jonatán

1 Cuando Jonatán hubo terminado su devota oración, José le propuso:

2 «Sé que, aparte de los tres ayudantes con quienes vives en tu choza, estás solo.

3 De todos modos hoy, un antesábado, ya no irás a pescar. Por eso ¡quédate conmigo hoy y también mañana que es sábado!».

4 «Si no fuera por el Niño divino ya me gustaría quedarme,

5 pero soy un pecador en cuerpo y alma...

6 Pues desde que vivo entre los paganos casi no he considerado la ley de Moisés y vivo más bien como pagano que como judío.

7 De modo que no podré quedarme aquí donde habita el Santísimo».

8 «Tus razones son justas, pero aun así no puedo aceptarlas.

9 Porque mira: El Señor que hasta ahora se muestra magnánimo con los paganos, contigo lo será aún más porque eres un judío arrepentido.

10 Basta con que le ames, y puedes estar seguro que también Él te amará a ti.

11 Ya ves que los ocho niños y Eudosia son paganos; sin embargo, el Niño trata con ellos y los quiere mucho.

12 De modo que también a ti te aceptará con amor y tratará contigo como con su mejor amigo».

13 Al oír estas palabras, Jonatán se animó y los dos volvieron a casa donde los estaban esperando para la comida.

14 José llamó a todos para que tomasen asiento. Como de costumbre, María se sentó con el Niño al lado de José.

15 Todos empezaron a comer, sólo el Niño no quería la papilla de leche preparada para Él.

16 María y José estaban preocupados porque pensaban que el pequeño tal vez no se encontraba bien.

17 «¿Por qué os preocupáis por mí?», fue su reacción, «Jonatán me ha traído un alimento mucho más rico que me dejará verdaderamente satisfecho».

18 María pensaba que se trataba del pescado que iba a ser servido al final.

19 Pero en seguida el Niño protestó: «María, veo que no me has entendido;

20 pues no me refiero al pescado, pese a que este es mucho mejor que la leche de ayer, ya cuajada, que Joel aprovechó para preparar mi papilla, en vez de usar leche fresca.

21 Me refiero a la gran humildad de Jonatán y al gran amor que su corazón ya me mostró tantas veces sin conocerme.

23 ¡Jonatán es muy fuerte de constitución, pero te digo, María, que el amor de su corazón lo es todavía mucho más!

24 Y este su amor para conmigo es el alimento que ahora me está dando verdadera satisfacción. Bueno, también comeré su pescado, ¡pero la papilla cuajada no la quiero!».

25 Estas palabras hicieron que a Jonatán se le llenasen los ojos de lágrimas de alegría.

Capítulo 168

Indulgencia del Niño con Joel

1 Entonces María probó la papilla que Joel había preparado y la encontró realmente algo agria y cuajada.

2 Joel estaba en la cocina, friendo los pescados. Por eso María hizo que le llamasen.

3 Cuando llegó, le dijo con gesto adusto: «¡Prueba la papilla!

4 ¿Acaso no tienes respeto alguno por el Niño, por el padre José ni por mí, que haces algo así?

5 ¿Es que nuestras vacas y cabras ya no dan suficiente leche fresca?

6 ¿Por qué cogiste la leche de ayer, ya agria, que se puede aprovechar fría, pero nunca hervida porque de esta forma perjudica especialmente a los niños?».

7 Después de eso también José probó la papilla y ya iba a amonestar a Joel, cuando el Niño le detuvo:

8 «¡Oh, especie humana! ¿Por qué siempre quieres superarme en todo?

9 ¿Acaso mi observación sobre Joel no fue suficiente? ¿Por qué, después de mi crítica, queréis condenarle aún más?

10 ¿Pensáis que vuestra severidad me agrada? ¡En manera alguna! ¡Lo que a mí me gusta es el amor, la mansedumbre y la paciencia!

11 Es cierto que Joel, por su descuido, merecía una reprimenda.

12 Por esta razón le he criticado con mi observación, ¡y con eso ya basta! ¿Para qué más reprimendas?

13 Está bien que un padre castigue a los niños traviesos con el palo. Pero ante los hijos mayores siempre debe mostrarse como maestro sabio y manso.

14 Unicamente cuando un hijo se levanta contra él, entonces sí, hay que amenazarle.

15 Si está arrepentido, que el padre haga las paces con él.

16 Si no lo está, que el padre le eche de la casa y hasta de la patria.

17 Joel no ha cometido un delito, pues fue por el empeño con que se dedicaba a la preparación del pescado por lo que no tuvo tiempo suficiente para ir a ordeñar una cabra.

18 En adelante no le volverá a ocurrir, de modo que debe ser perdonado».

19 Llamando a Joel, el Niño continuó: «Oye, Joel, si me amas tanto como Yo te amo a ti, entonces, en adelante, ya no darás semejantes disgustos a tus padres».

20 Joel estaba contrito y pidió perdón a todos; pero al mismo tiempo las palabras del Niño le hicieron llorar de emoción.

21 «Ya está bien, hijo mío», le tranquilizó José,

22 «pero ahora ve y ocúpate del pescado».

23 «¡Sí, sí!, ¡corre!», añadió el Niño con entusiasmo, «porque sería una lástima que se quemara; ¡Yo también tengo muchas ganas de probarlo!».

24 Al ver al Niño tan preocupado por el pescado, los otros ocho niños se rieron porque el detalle les hacía mucha gracia.

25 Y también el mismo Niño Jesús se rió con ellos, contribuyendo de esta manera a que todos se pusieran de buen humor.

Capítulo 169

El Niño Jesús predice la divinización de María

1 Poco después Joel trajo los pescados fritos y los dejó en la mesa.

2 José sirvió a cada uno una buena porción, sin olvidarse de sí mismo.

3 Sólo al Niño no le sirvió, porque siempre comía del plato de su madre.

4 Pero esta vez el Niño Jesús no se conformó con el arreglo sino que reclamó una ración entera como la de todos los demás.

5 «Hijo mío, ¡tanto sería demasiado para ti!», objetó José,

6 «seguro que no podrías comértelo todo. Y si lo comieras, luego lo pasarías mal...

7 ¿No ves que a tu madre ya le di una porción más grande que a los demás porque tiene que atenderte?

8 Por eso permanece tranquilo, hijo mío, ¡no te quedarás con hambre!».

9 «Eso ya lo sé ... y muchas cosas más que tú no sabes.

10 No obstante, habría sido conveniente que también al Señor le hubieras dado una porción entera.

11 ¿Acaso sabes quién fue Melquisedec, rey de Salem? ¡Ya veo que no lo sabes!

12 Pero Yo lo sé y por eso te lo digo: El rey de Salem fue el propio Señor, pero aparte de Abraham nadie debía ni sospecharlo.

13 Por eso Abraham hacía tan profundas reverencias ante Él y le daba voluntariamente el diezmo de todo.

14 José, Yo soy el mismo Melquisedec y tú representas a Abraham.

15 ¿Por qué, pues, no quieres darme el diezmo de estos buenos pescados?

16 ¿Por qué me remites a la madre? ¿Quién, a tu juicio, ha hecho los peces del mar? ¿Acaso María o Yo, Rey de Salem desde eternidades?

17 Mira, Yo estoy aquí en lo que es mi propiedad desde eternidades ¿y tú no quieres ofrecerme una porción entera de pescado?

18 Vendrá el día en que los hombres ofrecerán a mi madre terrenal porciones considerablemente más grandes que a mí;

19 y Yo tendré que arreglarme con lo que me llegue de ella... contrariamente al orden de Melquisedec».

20 José no sabía qué responder. Por fin, partió su porción y dio la parte mayor al Niño.

21 Pero este insistió: «Aquel que me da algo y se guarda una parte para sí mismo, no me conoce.

22 El que quiera darme, que me dé todo; porque de lo contrario no lo aceptaré».

23 Con gran alegría, José dio también su parte al Niño.

24 Este levantó la diestra y bendijo las dos partes.

25 «Aquel que me da todo, lo gana centuplicado. Ahora, José, toma otra vez el pescado y come. Y sólo lo que sobra dámelo a mí».

26 José tomó el pescado y comió una gran parte con buen apetito. Pero al terminar sobraba todavía tanto, que aun habría sido suficiente para doce personas.

27 Y el Niño comió de lo que había sobrado.

Capítulo 170

Vana pregunta de Jonatán sobre la relación interior que José mantiene

con el Niño

1 Después de este intermedio que a Jonatán le causó muchas lágrimas de alegría y arrepentimiento, este dijo a José:

2 «¡Supongo que debes sentirte sumamente feliz cuando reflexionas sobre tu sublime misión!

3 ¿Qué sientes cuando miras al Niño y cuando tu corazón te dice: “He aquí, que el Niño es Dios Jehová Sebaot,

4 El que habló con Adán, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob,

5 El que por medio de Moisés salvó a nuestros antepasados del duro yugo de este país, y dio la ley en el desierto,

6 El que durante cuarenta años alimentó al gran pueblo en el desierto donde no crece nada salvo algunos cardos aquí y allí,

7 y que habló por boca de los profetas?”.

8 Oh, ¡dímelo! ¡Dime lo que sientes en presencia de Aquel que creó el Cielo y la Tierra,

9 que creó a los ángeles, a Adán y Eva y los vivificó con su hálito!

10 Cuando profundizas en pensamientos sobre todo ello,

11 ¿tal vez se te paraliza la lengua por la admiración ante Aquel que siempre fue?».

12 «Comprendo que me preguntes eso.

13 Pero dime tú mismo: ¿Qué alternativa me queda? He sido puesto ante un hecho consumado y tengo que admitir lo Supremo como si fuera algo corriente... Y si no lo hiciera así, ¿cómo lo soportaría?

14 Estamos ante el hecho de que Dios siempre seguirá siendo Dios y nosotros siempre sus criaturas, con lo que Él es todo y nosotros nada.

15 Esta relación, en términos de cálculo, es correcta; y aun con las reflexiones más sublimes no puedes cambiar nada. Tus cavilaciones son vanas.

16 Si tuviera un corazón grande como la Tierra y una cabeza grande como el cielo, y si pudieran producir sentimientos y pensamientos tan sublimes que los ángeles se estremeciesen ante ellos, dime:

17 ¿Qué servicio prestaría con todo eso a Aquel que lleva lo infinito en su diestra como yo podría llevar un grano de arena?

18 Con todo eso, ¿acaso me volvería más hombre y Dios se volvería menos Dios?

19 Ya ves que tu pregunta es vana. Todo lo que puedo hacer es amar al Niño de todo corazón y prestarle los servicios que pueda precisar de mí.

20 Pero los pensamientos sublimes los dejo aparte, porque sé muy bien que por más elevado que fueran no serían nada ante la grandeza de Dios».

21 Esta respuesta dio otro rumbo a los pensamientos de Jonatán que ya no hizo más preguntas de esta clase.

Capítulo 171

Las moscas en el tarro de miel

1 En la tarde del mismo día que, como ya se ha dicho, era antesábado, Jacobo se fue con el Niño a la colina preferida de José.

2 Poco después José y Jonatán le siguieron.

3 Como de costumbre, Jacobo había llevado un poco de pan de trigo, mantequilla y un pequeño tarro de miel.

4 Y de vez en cuando partía un trozo de pan para metérselo al Niño en la boca; pues le gustaba mucho el pan con mantequilla y miel.

5 Pero, cuando Jacobo dejó el tarro de miel en un banco para poder jugar con el Niño en la hierba de la colina,

6 pronto acudieron algunas abejas y moscas atraídas por su dulce contenido.

7 En seguida José llamó la atención de Jacobo, para que tapara el tarro.

8 Este fue rápidamente y quiso ahuyentar a los huéspedes no invitados; pero estos no le hicieron caso.

9 Entonces el Niño pidió a Jacobo que le entregara el tarro y dijo: «A ver si también a mí las moscas y las abejas me desobedecen».

10 Con el tarro en las manos, el Niño dio unos silbidos «ps-ps-ps» y los insectos se dispersaron,

11 y Jacobo preparó otro trozo de pan con mantequilla y miel, que el Niño comió con mucho apetito.

12 Jonatán, que conversaba con José sobre la sabiduría de los egipcios en la interpretación de los jeroglíficos, se había dado cuenta de este detalle, aparentemente poca importancia, y le preguntó a José si tal vez habría algún sentido más profundo en ello.

13 «A mí me parece que no», le respondió José. «Pues, no en todo pequeño acontecimiento hay un significado oculto.

14 Siempre que haya miel, se presentarán insectos para alimentarse de ella.

15 Como en mil otros casos, también este acontecimiento podrá servir de parábola, atribuyéndole un sentido espiritual; pero me parece que en la miel de hoy hay poco significado».

16 En aquel momento el Niño se le acercó corriendo y dijo de buen humor:

17 «¡Por esta vez, mi apreciado José ,fallaste el golpe!

18 ¿Qué es lo que dice Isaías de mí?25: “Comerá mantequilla y miel, para que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno.

19 Pero antes que el Niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, la Tierra que aborreces será dejada por sus dos reyes.

20 El Señor hará venir días sobre ti, y sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días cuales nunca hubo desde que Efraím fue apartado de Judá por el rey de Asiria.

21 Y en ese tiempo el Señor silbará a la mosca que está en el fin del río de Egipto y a la abeja que está en la Tierra de Asiria”.

22 Ya ves, José: El mismo sentido de las palabras del profeta se encuentra también en este acontecimiento.

23 Pero la hora de su revelación aún no ha llegado, aunque ya no tardará mucho.

24 Y más: ¿Conoces al Hijo de la profetisa, que se llama “Maher-salal-jaz-baz”?26

25 ¿Conoces al Hijo que nacerá de una virgen y se llamará “Emanuel”?

26 Mira: ¡Yo soy los dos! Pero todo eso sólo lo comprenderás el día que Yo, Maher-salal-jaz-baz y Emanuel, llame desde las alturas “¡padre!, ¡madre!”».

27 Después de decir eso, el se Niño volvió con Jacobo,

28 mientras que José y Jonatán arquearon las cejas y se admiraron profundamente por estas palabras y la correspondencia evidente entre las del profeta y dicho acontecimiento.

Capítulo 172

Respeto exagerado de Jonatán ante el Niño Jesús

1 Después de haberse recuperado un poco de su asombro ante la disertación del Niño, Jonatán dijo a José:

2 «Te digo que estaba decidido a quedarme hoy y mañana contigo, pero temo que no pueda cumplir mi propósito, porque ahora me parece todo demasiado santo.

3 Me parece como si estuviera en la cresta de una montaña muy alta donde el encanto del panorama seduce a los sentidos,

4 pero donde, inmediatamente, el aire más puro me dice:

6 “Animal humano de carga, pesado e impuro, ¡vete pronto a tu patria maloliente!,

7 porque aquí, donde en el éter más puro se mecen los espíritus más puros, no hay sitio para almas impuras”.

8 ¡El gran profeta Moisés fue tan puro! Y aun así, cuando quiso ver al Señor, Este le dijo:

9 “No podrás ver mi faz porque un ser humano no puede verla y vivir al mismo tiempo”.

10 ¡Y el mismo Señor, el anunciado de todos los profetas, se encuentra ahora aquí, en la plenitud de su Gloria!

11 ¿Cómo podría yo ser capaz de soportar su presencia visible aún más tiempo, teniendo en cuenta que soy pecador inveterado contra la ley de Moisés».

12 «Amigo mío, veo que conoces la ley esencial. Por eso no comprendo por qué prefieres volver a tu casa, en vez de observar esta ley de manera viva.

13 Ama al Señor con todas tus fuerzas y no recuerdes continuamente tus pecados. ¡Sabe que de esta manera agradas más al Señor que con tus continuos lamentos!

14 Espera hasta que el Niño insinúe que te vayas... Sólo si esto ocurre, puedes suponer que eres indigno de Él.

15 Mientras no sea el caso, ¡quédate! Pues, aquí estas verdaderamente en casa, ¡mejor que en cualquier otra parte!».

16 En aquel momento el Niño se acercó y dijo: «¡Muy bien José, que le hayas reñido por ser tan obstinado y no querer quedarse aquí, pese a que le quiero tanto!».

17 Y, dirigiéndose a Jonatán, continuó:

18 «¿Es posible que realmente no quieras quedarte aquí? ¿Qué mal te hacemos para que quieras marcharte?».

19 «Mi Dios y mi Señor, soy un pecador demasiado grande ante la ley de Moisés!».

20 «¿Cómo es eso? ¡Yo no veo pecado alguno en ti!

21 ¿Sabes quién es un pecador? Te lo digo: ¡Aquel que no tiene amor es un pecador!

22 Pero tú tienes amor, ¡de modo que ante mí no eres pecador! ¡Todos tus pecados ya te los perdoné, porque, desde todas las eternidades, soy el Señor de Moisés!».

23 Con lágrimas en los ojos Jonatán decidió quedarse; se acercó al Niño y lo acarició.

Capítulo 173

El Niño Jesús, ligero como una pluma. El peso de la ley de Moisés

1 Cuando Jonatán estaba acariciando al Niño, Este le propuso:

2 «A ver si pruebas a llevarme ahora, porque, seguramente, ya no te pesaré tanto como cuando cruzaste conmigo el brazo del mar».

3 Lleno de amor y de alegría, Jonatán tomó al Niño en sus brazos y lo encontró tan ligero como una pluma. Por eso exclamó:

4 «Señor, ¡cualquiera comprende esto!

5 ¡Al cruzar el brazo del mar me pesaste como un mundo y ahora me parece que no pesas más que una pluma!».

6 «Te digo, Jonatán, que a cada cual le pasaría lo mismo.

7 ¡Porque mi gran peso no es propiedad mía sino resultado de la ley de Moisés!

8 Cuando aún no me conocías sino únicamente a la ley de Moisés, y me llevaste en brazos, no fui Yo quien te pesó tanto sino sólo la ley.

9 Pero ahora, en tu corazón, acabas de reconocerme, al Señor de Moisés y de la ley, y ves que la ley ya no te pesa.

10 En adelante eso les pasará a todos los sustentadores de la ley...

11 En verdad te digo que para los que observan la ley al pie de la letra habrá llanto y crujir de dientes,

12 mientras que el Señor participará en las mesas de los pecadores, los curará y los aceptará como hijos suyos...

13 Iré a buscar los perdidos; curaré y salvaré a los enfermos y a los cautivos.

14 Pero los meros observadores de la ley, por no tener mérito alguno, habrán de irse de mi casa sin ser considerados.

15 Te digo que al publicano y al pecador les acogeré en mi casa,

16 pero al mero observador de la ley le cargaré con un gran fardo ante mí y mi casa.

17 Una prostituta me ungirá y entregaré la culpa de una adultera a los vientos;

18 pero maldito será el doctor de la ley o el escriba que me toque.

19 A quienes fueron víctimas del peso de la ley, los sacaré de sus tumbas.

20 Pero a los escribas que se atan a las letras de la ley, les achicaré la entrada a la Vida eterna al tamaño del ojo de una aguja».

21 José estaba consternado con estas perspectivas y dijo: «¡Pero hijo!, ¿qué cosas más horribles estás diciendo?

22 ¡También la ley fue dada por Dios! ¿Cómo podría ser un pecador mejor que un justo?».

23 «Es cierto que Dios dio la ley, ¡pero no para el intelecto mundano sino para el corazón! ¡Moisés proclamó toda la ley desde el amor a Dios!

24 La ley sigue en vigor, pero el amor se ha extinguido desde ya hace mucho tiempo.

25 Te digo que una ley que carece de amor no sirve para nada y aquel que la sostiene sin amor es su esclavo inanimado.

26 Por eso prefiero a un pagano y a un pecador libre antes que a un esclavo encadenado de la ley».

27 José se quedó callado, pues estaba reflexionando sobre estas palabras.

28 Pero el Niño se volvió hacia Jonatán y Jacobo, hablándoles de manera infantil.

Capítulo 174

Disertación del Niño referente al saber y al amar mucho.

Naturaleza de la Luna

1 Mientras tanto se hizo de noche y la Luna surgió sobre Zoán,

2 Jonatán admiró su forma perfecta y se regocijó de su luz sin decir nada.

3 José se dio cuenta y le preguntó: «¿Qué encuentras de extraordinario en el disco lunar para que lo mires con tanto interés?».

4 «Nada de particular, a no ser las manchas que siempre siguen siendo las mismas.

5 Cada vez que veo la Luna me pregunto sobre todo qué es y qué son esas manchas. ¿Por qué la vemos a veces entera, a veces en forma de una hoz y a veces no la vemos en absoluto?

6 Si sabes algo de ello, ¡dímelo! Pues me encanta charlar sobre tales cosas».

7 «Mi querido amigo, me parece que al respeto somos igual de ignorantes,

8 porque sobre la naturaleza de este astro no sé más que tú.

9 Pero supongo que el Niño podrá dar algunas explicaciones, ¿por qué no se lo preguntas?».

10 Con bastante deferencia, Jonatán preguntó al Niño por la naturaleza de la Luna.

11 Y el Niño le respondió: «Jonatán, si te mostrase la Luna, luego desearías ver también el Sol y después las incontables estrellas...

12 Dime: ¿Cuándo dejarás tu curiosidad por querer verlo y saberlo todo?

13 Te digo que el mucho saber hace que la cabeza se vuelva pesada y que la vida terrenal se torne conflictiva y por lo tanto incómoda,

14 mientras que con un corazón lleno de amor a Dios y al prójimo la vida terrenal se vuelve agradable, y se pierde todo miedo a la muerte porque este amor ya es en sí la Vida eterna.

15 Y a todo aquel que tiene la Vida eterna, vendrá el día en que le será presentada toda la creación;

16 porque los verdaderos amantes de Dios verán su semblante, que es su creación, realizada con su sabiduría y su eterna Omnipotencia.

17 Si la sabiduría y la Omnipotencia son el semblante de Dios, el Amor es su naturaleza básica desde todas las eternidades.

18 Pero me has preguntado por la Luna: Se trata de un satélite de la Tierra que tiene montañas y valles.

19 Desde la Tierra sólo se ve una cara que está desierta que no tiene ni agua ni fuego.

20 En la cara oculta hay vida humana, fauna y flora27, en su esfera propia y bajo su propia naturaleza.

21 La luz de la Luna proviene del Sol. Las fases de la Luna dependen de su posición que, al girar alrededor la Tierra, cambia continuamente. Las manchas oscuras son lugares de prueba.28

22 Ahora sabes mucho de la Luna, ¿estás satisfecho?».

23 Jonatán asintió y quedó absorto en pensamientos profundos.

Capítulo 175

Un eclipse lunar

1 Cuando María y Eudosia terminaron sus quehaceres, se fueron también a la colina.

2 El Niño corrió a su encuentro y dio saltos de alegría alrededor de su madre.

3 María lo tomó en sus brazos, lo acarició y le dijo en broma:

4 «Me parece que hoy pesas mucho... Supongo que habrás sido muy goloso y que habrás comido demasiado pan con mantequilla y miel».

5 «¡Qué graciosa! ¡Eso con un tarro de miel tan pequeño que Jacobo fácilmente habría podido ocultarlo en su puño cerrado!

6 ¡Luego un trozo de pan con el que había que tener cuidado para que no se lo llevara el viento como una hoja seca!

7 ¡Con esto poco se podrá aumentar de peso!

8 Tengo que confesarte que me he quedado con hambre y que ya espero la cena con muchas ganas.

9 José y Jonatán desde hace un buen rato se están tragando la luna llena y también tienen hambre, a pesar de que ya no necesitan alimento para crecer...

10 ¿Cómo iba Yo a saciarme con semejante merienda enana, Yo, que todavía tengo que crecer?».

11 «Pero hijo mío, ¡qué malote eres hoy!

12 Si José y Jonatán se hubieran tragado la Luna, ¡poco podría alegrarnos con su luz tan bonita!».

13 «No soy malote; lo que pasa es que tú no me has comprendido.

14 Acércate a ambos y verás como también a ti te harán tragar algo de la Luna».

15 Sonriendo, María se acercó a José y le preguntó qué le preocupaba tanto

16 y por qué él y Jonatán estaban tan entretenidos mirando la Luna.

17 José casi ni le hizo caso y le dijo: «¡No me molestes en mi contemplación, porque Jonatán y yo queremos resolver algo.

18 Pues, Jesús nos ha dado algunas indicaciones que tenemos que asimilar y digerir. ¡Así que déjanos ahora tranquilos!».

19 Despachada de esta manera, María miró al Niño que sonrió con cara de travieso.

20 «¿Ves? ¡José y Jonatán están todavía tragándose la Luna! Tendremos que tener un poco de paciencia. De modo que Jacobo puede muy bien traerme otro pedazo de pan y una naranja;

21 porque viendo como estos dos devoran la Luna, me está aumentando el apetito».

22 En seguida María llamó a Jacobo para que le trajera al Niño lo pedido.

23 «Pero ¿cuándo dejarán estos dos de estudiar la Luna?», se preguntó.

24 «Presta atención», le respondió el Niño, «porque en seguida habrá un eclipse lunar que durará casi tres horas.

25 Como ninguno de los dos conoce la causa, pensarán que realmente se han comido la Luna con los ojos, sobre todo Jonatán.

26 Y el fenómeno dará fin a su sesión contemplativa.

27 Luego ya les encenderé una Luz como siempre suelo hacer cuando hace falta.

28 Pero ambos tienen que atascarse antes en sus conjeturas y ver como las mismas se disuelven en humo».

29 Mientras el Niño pronunciaba estas palabras ya se podía observar un oscurecimiento lateral de la Luna.

30 Jonatán fue el primero que se dio cuenta y discutió el detalle con José.

31 Después de un rato este notó que la escotadura estaba aumentando.

32 Los dos se asustaron y en seguida José preguntó al Niño: «Hijo, ¿qué es lo que le pasa a la Luna?».

33 «¿No ves que estoy comiendo? ¿Por qué me molestas? ¡Espera hasta que Yo haya terminado mi naranja como vosotros la Luna, y luego ya veremos!».

34 Al oír esto José se calló. Pero, cuando la Luna estaba a punto de desaparecer, los dos se espantaron y tuvieron que volver a la casa, Jonatán totalmente convencido de haberse tragado la Luna.

Capítulo 176

Aclaración sobre el eclipse lunar

1 Después de haber llegado a casa, Jonatán continuó rompiéndose la cabeza con el fatal desenlace que iba a tener este asunto.

2 «Ay, ¡pobre de mí! ¡Mira, José, mira por la ventana y verás que ya no queda nada de la Luna!

3 ¡Vaya oscuridad que hay ahora ahí fuera!

4 En varias ocasiones he oído de paganos sabios que el hombre no debe contar las estrellas ni mirarlas con demasiada atención,

5 porque, de lo contrario, se arriesga a que caigan sobre la Tierra.

6 Y si por casualidad diera con su propia estrella del destino y esta se cayera, el pobre estaría irremediablemente perdido.

7 Como la Luna es un astro del cielo como los demás, es fácil que esté sujeta a las mismas leyes...

8 Así que es fácil que hayamos dado con la estrella de nuestro destino y que una parte haya caído a la Tierra; además vi volar unas cuantas partículas que se habrán desprendido de ella.29

9 Pero también cabe dentro de lo posible que ahora estemos poseídos por la Luna y nos volvamos sonámbulos, ¡vaya gracia para nosotros!

10 Una de estas dos desgracias nos habrá tocado porque es evidente que la Luna ya no está. Otra pregunta: ¿Dónde se habrá quedado?».

11 Pensativo, José observó: «Ahora recuerdo haber oído alguna vez que la Luna se oscurece de vez en cuando, y también el Sol, pero no puedo acordarme haberlo visto nunca.

12 A algunos ancianos les he oído que, a veces, los ángeles de Dios limpian estos dos astros

13 como nosotros limpiamos una lámpara cuando la mecha empieza a humear.

14 Se comprende que en ocasiones como éstas su luz puede ser afectada.

15 Cabe dentro de lo posible que sea así. ¡Eso de que un dragón empiece a tragarse estos astros es cosa de fábulas estúpidas, productos del puro paganismo!».

16 Mientras que José y Jonatán se abandonaban a más y más conjeturas, la Luna volvió a hacerse visible por el otro lado.

17 Los niños fueron los primeros que se dieron cuenta y gritaron: «¡La Luna vuelve!».

18 Los dos especialistas de la Luna miraron hacia afuera y sobre todo a Jonatán se le quitó un peso de encima.

19 En seguida José preguntó al Niño cómo había que entenderlo todo.

20 «¡Deja que antes la pobre Luna salga de la sombra que la Tierra está proyectando sobre ella», le respondió el Niño, «y luego ya veremos si, después de todo, la Luna ha quedado entera o no.

21 La Tierra no es un cuerpo infinito, sino tan redonda como la naranja que acabo de comer, y flota libremente en el espacio infinito que la envuelve.

22 Los rayos del Sol que no caen sobre la Tierra, pasan a su lado y alcanzan a la Luna donde esté.

23 Pero, si la Luna entra en la sombra de la Tierra, entonces tiene que oscurecerse obligatoriamente porque su luz, como la de la Tierra, viene únicamente del Sol. ¡Y con esto ya basta!».

24 José y Jonatán se quedaron boquiabiertos y no supieron qué decir.

Capítulo 177

Jesús profesor de ciencias naturales

1 Después de un rato de silencio, Jonatán se dirigió a José: «¿Quién habría podido imaginarse que la Tierra es una enorme esfera?

2 ¡Y que nosotros habitamos la superficie de tamaña esfera!

3 ¿Pero dónde está el mar? ¿Es que forma parte de esta esfera, o acaso la Tierra flota en él?».

4 De nuevo, el Niño tomó la palabra: «Para que por una vez dejéis de cavilar tanto y para que no terminéis con el reposo nocturno, parece que tendré que ayudaros a salir de vuestras elucubraciones.

5 ¡Acercaos todos! Y Tú, Jacobo, tráeme otra naranja tan preciosa como la de antes».

6 Este trajo la naranja pedida y el Niño explicó:

7 «Esta naranja representa a la Tierra. Y para que sea una fiel reproducción, quiero que tenga montañas, valles, ciudades, mares y ríos. Así sea».

8 En el mismo momento tuvo un globo terráqueo en la mano, una auténtica reproducción a escala muy reducida.

9 Se veían las montañas y los mares, los ríos y lagos, todo como en la realidad, aunque este globo, por el “¡así sea!” pronunciado, resultaba cien veces más grande que la naranja original.

10 Todos se acercaron a esta maravillosa reproducción de la Tierra para examinarla.

11 José no tardó mucho en descubrir Nazaret y Jerusalén, y quedó impresionado por su perfección.

12 Eudosia encontró su patria y Tebas,

13 y también encontraron Roma y muchos otros lugares conocidos.

14 Durante más de una hora todos estuvieron absortos en la contemplación del globo terráqueo.

15 También María estuvo absorta

16 e incluso los ocho niños estuvieron cautivados por la admiración.

17 Como un profesor de geografía, el Niño empezó a explicar la naturaleza de la Tierra y todos le comprendían.

18 Terminada la descripción, el Niño pidió a Jacobo que tomara un hilo y que colgase el globo en alguna parte, y le dijo:

19 «Para que mañana todos los curiosos tengan algo para estudiar.

20 Pero por hoy basta ya de Tierra y de Luna, y vamos a descansar, ¡después de la cena, por supuesto!

21 Porque mientras que vosotros os saciasteis con la Luna y con la Tierra, Yo me he quedado con ganas de comer y beber algo».

22 Joel, el jefe de cocina, fue en seguida a preparar la cena.

Capítulo 178

Buena intención de Jonatán. El Niño hace una contrapropuesta

1 Cuando la cena terminó, Jonatán se dirigió a José:

2 «Hermano, supongo que no tendrás mucho sitio en tu casa. Por eso, déjame que aproveche la noche tan preciosa para ir a la mía donde tengo un lecho a mi medida.

3 Y mañana, una hora antes de la salida del Sol, ya estaré de nuevo contigo».

4 «Si tu única preocupación es un lecho adecuado, puedes muy bien quedarte aquí sin cumplidos

5 porque en esta casa, que ahora es mía, no hay escasez de espacio.

6 Mira: allí en el antepatio ves una puerta que da acceso a un cuarto bastante espacioso.

7 En él te hemos preparado un buen lecho que será suficientemente grande para ti.

8 Por eso me parece que puedes muy bien quedarte aquí».

9 Pero Jonatán insistió: «Eres realmente muy bondadoso conmigo y se que aquí soy mejor acogido que en parte otra cualquiera.

10 También estoy convencido de que el lecho que me has preparado será muy bueno y suficientemente grande.

11 Pero te digo que hay algo que me atrae fuertemente a mi casa, tan fuerte que me gustaría más bien ir volando que a pie».

12 Entonces, José cedió: «La voluntad es tuya, de modo que eres libre de marcharte o quedarte».

13 Dirigiéndose al Niño, con toda humildad, Jonatán pidió permiso.

14 Y el Niño le dijo: «Si estás tan obstinado en irte, ¡entonces ve! ¡Pero no te olvides de volver!

15 Aunque te advierto que esta noche tu grande red no te reportará absolutamente nada.

16 Te mandaré un tiburón que te dará mucho trabajo hasta la mañana y estropeará tus mejores aparejos de pesca.

17 Y a pesar de todo no conseguirás cogerlo; pues con un solo golpe de cola que le devolverá la libertad va desbaratar todos tus esfuerzos».

18 Con estas perspectivas, Jonatán cambió de actitud y se dirigió a José:

19 «Entonces, por supuesto, me quedo aquí. En realidad, mañana quería traer un gran barril con buena pesca.

20 Esa era mi idea y por eso tenía tanta prisa por irme a mi casa.

21 Pero como ahora estoy enterado del resultado del lance, con mucho gusto prefiero quedarme contigo.

22 Si me muestras ya mi lecho, me acostaré. Y estoy seguro de que dormiré muy bien, ¡pase en casa lo que pase!».

23 En esto el Niño dijo: «Jonatán, así me gustas mucho más que cuando querías disimular las buenas intenciones de tu corazón.

24 Pero ahora te digo: Sí, vete a tu casa porque hoy, a medianoche, me prestarás un gran servicio».

25 Ante esta advertencia, Jonatán se levantó y, sin preguntar más, se fue de prisa a su casa. Las bendiciones de toda la familia le acompañaron.

Capítulo 179

Rescate de Cirenio y su séquito

1 Sobre las diez30 de la noche Jonatán llegó a su cabaña.

2 Sus tres ayudantes, con mujeres e hijos, estaban todavía trabajando pese a lo tarde que era, y con buenos ánimos se decían:

3 «¡Fue una buena oportunidad para nosotros que nuestro patrón se fuera de viaje! ¡Así, por una vez, podemos demostrarle que somos fieles servidores suyos!...

4 Hoy pescamos mil libras de atún, mil de esturión, tres tiburones, diez peces espada, un delfín y unas doscientas libras de otras especies de buena calidad.

5 ¡Nuestro patrón estará muy contento en cuanto vea tanta riqueza en pescado!».

6 En este momento Jonatán hizo que se enteraran de su presencia y todos vinieron corriendo a su encuentro, como si fuera su padre, y le anunciaron la buena pesca.

7 Jonatán los alabó y los abrazó. «Como estuvisteis tan aplicados, todavía os tocará cortar en cuatro trozos cada uno los grandes pescados y llevarlos al ahumadero.

8 Como hace tanto calor y para que el pescado no se estropee, prepararéis con arbustos aromáticos un humo muy denso. Y no os olvidéis de la sal, del tomillo y de las cebollas albarranas.

9 Los pequeños hay que guardarlos en los barriles grandes».

10 «Señor, todo eso ya lo hicimos durante el día; de modo que todo está ya arreglado».

11 Jonatán, después de haber examinado todo, dijo: «Hermanos e hijos, ¡esta no es una pesca ordinaria, aquí nos ayudó una fuerza superior!

12 Por eso vamos a esperar hasta medianoche, por si dicha fuerza superior espera alguna contribución de nuestra parte.

13 Seguro que habréis visto el eclipse de la Luna. Eso es una señal infalible de que hoy le ocurrirá una desgracia a alguien.

14 Por si acaso, preparad la barca grande que tiene una vela y diez remos fuertes».

15 En seguida los tres ayudantes cumplieron el encargo.

16 Nada más preparar la barca, se levantó un viento muy fuerte que empezó a agitar las olas del mar.

17 «¡No hay tiempo que perder!», gritó Jonatán. «¡Llamad a vuestros diez hijos para que remen! ¡Tú, maestro pescador, toma el timón y yo mismo les daré a los grandes remos de delante!

18 ¡Pero recoged la vela porque tenemos un fuerte viento en contra! Y ahora, en el nombre del Señor, ¡adelante!».

19 Después de haber remado algo más de una hora contra las olas, pudieron oír gritos de angustia que les llegaron desde lejos.

20 Entonces todos aumentaron sus esfuerzos y, quince minutos más tarde, alcanzaron un gran barco romano que había tocado fondo en un banco de arena y que se escoraba de manera amenazadora.

21 En seguida les tiraron escalas de cuerda y todas las personas, unas cien, fueron rescatadas. Entre ellas se encontraban Cirenio, Tulia y Maronio Pila.

Capítulo 180

Salvamento del barco de Cirenio. Llegada de José y los suyos

1 Cirenio preguntó al gigantesco Jonatán cómo se llamaba la región en la que se encontraban y cómo se llamaba él mismo.

2 «Debes ser forastero», le respondió. «Porque a pesar de tantas peculiaridades como tiene, te resulta desconocida».

3 «Amigo, muchas veces una región se parece a otra, y a la luz tan incierta de la Luna, a veces no se reconoce ni la propia patria.

4 Y esta dificultad aumenta cuando el alma acaba de pasar angustias mortales...

5 De modo que nos podrías decir cómo se llama la región a la que esta horrible tormenta nos ha desplazado».

6 Pero Jonatán no cedió y observó: «Señor, sabrás que a un recién rescatado no se le debe decir dónde se encuentra.

7 Porque, si se encuentra muy lejos del término de su viaje, entonces, encima del golpe que acaba de recibir, aún se entristece más.

8 Y si por casualidad la tormenta le ha dejado cerca de su destino, el arrebato de alegría tras lo pasado le puede costar la vida.

9 Por eso el salvador de náufragos debe ser discreto y sólo después de un tiempo prudencial debe comunicarles lo que desean saber».

10 Cirenio, al oír estas palabras de su salvador que le era todavía desconocido, reconoció:

11 «En verdad eres un salvador muy noble y no te falta la sabiduría necesaria. ¡Continuemos, para llegar pronto a la orilla!».

12 Jonatán le indicó que ya estaban entrando en la bahía que, al final, terminaba en un brazo de mar.

13 «Si estuviéramos en un lugar firme podríamos divisar ya mi cabaña de pescador.

14 Dentro de un cuarto de hora estaremos en tierra firme, pues ahora el viento nos favorece».

15 Con esta respuesta Cirenio se tranquilizó.

16 La barca atravesó la bahía rápidamente. Cuando llegaron y la barca estuvo amarrada, todos bajaron. En voz alta, Cirenio dio gracias al Dios de Israel por haber salvado a todo su séquito.

17 Como Jonatán aún no conocía a Cirenio, se sorprendió al oír que alababa al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

18 «Amigo mío», dijo, «ahora mi alegría es doblemente grande, al ver que salvé a un israelita; pues, ¡yo también soy hijo de Abraham!».

19 «Bueno, no soy precisamente israelita sino romano. Pero sé de la santidad de tu Dios y por eso le confieso a Él únicamente».

20 «¡Tanto mejor! Mañana ya hablaremos más ampliamente. Por ahora conviene que descanséis...

21 Mis chozas son espaciosas y están limpias. Hay paja en gran cantidad para acomodaros. ¡De modo que descansad! Yo, mientras tanto, volveré a vuestro barco; a ver si hay manera de sacarlo a flote».

22 «Pero, amigo, ¡esto puedes hacerlo mañana!».

23 «Pues no, porque mañana es sábado y todo trabajo tiene que interrumpirse. De modo que incluso antes de la salida del Sol todo tiene que estar arreglado».

24 Jonatán y sus hombres embarcaron de nuevo y, como el viento se había calmado un poco, llegaron pronto al barco de Cirenio. No les costó mucho ponerlo a flote porque, mientras tanto, la marea había subido y la luna llena les facilitó el trabajo.

25 Ataron el cable para remolcarlo y, llenos de alegría, volvieron a su puerto donde amarraron los dos barcos.

26 Todo este trabajo les había costado dos horas y cuando llegaron a casa, el Sol ya había salido. Luego descansaron durante tres horas.

27 Como Cirenio y su séquito durmieron casi toda la mañana, Jonatán fue el primero que se levantó.

28 Alabó a Dios en el Hijo de José, recordando lo que Este le había predicho.

29 Luego ordenó a las mujeres que limpiaran y prepararan los treinta mejores atunes, faena en la que él mismo y todos sus ayudantes colaboraron.

30 Cuando, después de una hora, el desayuno estuvo preparado, Jonatán mismo se dirigió a las chozas para despertar a los convidados rescatados.

31 Cirenio fue el primero que se despertó y estaba de muy buen ánimo. En seguida preguntó a Jonatán si sabía algo del barco, y este le respondió:

32 «¡Levántate, mira por esa ventana, y verás!».

33 En seguida Cirenio se levantó y, cuando vio su barco en buen estado en el puerto,

34 se entusiasmó. Y lleno de gratitud hacia su gigantesco salvador dijo:

35 «Apreciado amigo, tu noble modo de obrar merece una gratificación excepcional. ¡Por eso voy a recompensarte como a un emperador!».

36 «¡No te preocupes! ¡Ahora ven con tu séquito a desayunar!».

37 «¿Qué? ¿Encima de todo aún quieres agasajarnos? ¡Hombre de los más nobles!... En cuanto por ti sepa dónde estamos y quién eres, también te diré quién soy yo, ¡y tendrás tu recompensa!».

38 Todos los demás se levantaron y siguieron a Jonatán a la choza mayor donde el desayuno ya los estaba esperando. Todos comieron con buen apetito y alabaron al anfitrión.

39 Pero este los detuvo: «¡No me alabéis a mí porque toda alabanza corresponde a otro!

40 Pues yo no fui más que una simple herramienta de Aquel que ayer me avisó que esta misma noche prestaría un servicio de gran importancia.

41 Y ya sabemos que así fue: Te encontré en el mayor de los apuros y pude salvarte. Fue la Voluntad del Altísimo.

42 Yo he cumplido con esa santa Voluntad, y la conciencia de haber cumplido con la Voluntad de Dios por amor a Él es mi máxima recompensa. Aunque fueras el emperador, no podrías darme nada más grande.

43 Por eso, te ruego que no pienses en recompensa alguna para mí.

44 Ahora conviene más que arregles tu bonito barco y, en cuanto conozca el término de tu viaje, tal vez podré ayudarte con mi consejo y apoyo».

45 «Voy a decírtelo ahora mismo: Esta vez el destino de mi viaje es Zoán, en Egipto, porque soy el prefecto de allí.

46 Me llamo Cirenio Quirino y soy hermano del emperador».

47 Jonatán cayó de rodillas ante Él y le pidió perdón si es que había cometido alguna imprudencia.

48 Precisamente cuando Cirenio quiso ayudar a Jonatán para que se levantara, llegó José con los suyos, porque, como Jonatán había prometido volver muy de mañana, venían a su encuentro.

Capítulo 181

Reencuentro conmovedor del Niño y Cirenio

1 José no entró directamente en la choza sino que dijo a uno de los ayudantes de Jonatán que le informara de su llegada.

2 En seguida Jonatán se levantó y se disculpó ante Cirenio:

3 «Alteza imperial, pese a que siempre me mueven las mejores intenciones, de nuevo pido perdón por si he cometido una imprudencia debido a mi rusticidad.

4 Como soy de constitución maciza, también mi lengua de vez en cuando resulta algo patosa.

5 Pero ahora tengo que salir porque mi más noble vecino y amigo acaba de llegar para visitarme».

6 «Pero apreciado amigo que me salvaste la vida, ¡haz lo que te convenga sin consideraciones hacia mí que soy tu deudor!

7 Voy a vestirme un poco mejor y luego te seguiré».

8 Jonatán salió de la choza para recibir a su amigo.

9 Este, mientras tanto, se había acercado a la orilla del mar porque el gran barco le llamaba mucho la atención.

10 Corriendo, Jonatán fue detrás de José y los suyos, y los saludó.

11 También el Niño fue corriendo hacia Jonatán, que lo tomó en sus brazos y lo acarició.

12 José, admirando el gran barco, preguntó a Jonatán:

13 «¡Menudo barco! ¿De dónde ha salido?

14 ¿Es que han llegado visitantes o viajeros?

15 Es un barco de gran categoría como los que vienen de Roma».

16 «¡Pues mira! ¡Precisamente a causa suya tuve anoche que abandonar tu casa.

17 Ayer, una tormenta lo encalló en un banco de arena fuera de la bahía.

18 Por la Gracia de tu Niño, nuestro empeño en salvar el barco del naufragio tuvo éxito.

19 Los náufragos, unas cien personas, están todavía conmigo. Menos mal que tengo bastante espacio.

20 Es fácil que continúen el viaje hoy, pues, según me dijeron, su destino es Zoán.

21 Aún no saben dónde están porque no conviene decírselo demasiado pronto.

22 Se lo diré en cuanto decidan continuar su viaje».

23 A continuación, José le preguntó si los rescatados no le habían dicho quiénes eran y de dónde venían.

24 Jonatán le respondió: «Tú sabes muy bien que por el bien de los rescatados no se deben descubrir sus nombres,

25 porque eso, en un futuro viaje, les podría perjudicar».

26 Entonces el Niño intervino: «Oh, Jonatán, tienes realmente un corazón muy noble que no conoce la falsedad,

27 sólo ¡que tienes bien cogida la superstición!

28 ¡Pero dejemos eso ahora porque dentro de un momento de todos modos todo se aclarará!».

29 Nada más pronunciar estas palabras, Cirenio salió con su séquito para dirigirse al barco; o sea, precisamente hacia donde se encontraba José.

30 Al acercarse, Cirenio le dijo a Tulia: «Mira, fíjate en esta gente que está allí con nuestro anfitrión, ¿no se parecen a la familia por la que estamos viajando a Zoán?

31 En nombre del Dios vivo, ¡la semejanza es sorprendente! ¡Hasta el Niño que el anfitrión tiene en sus brazos podría muy bien ser el santo Niño de nuestro amigo de Zoán!».

32 En aquel momento el Niño pidió que lo dejaran en el suelo. Y en cuanto estuvo libre, se puso a correr en seguida hacia Cirenio.

33 Este se detuvo y lo observó con gran atención.

34 Cuando estaba ya a tres pasos de Cirenio, el Niño le habló.

35 «Cirenio, mi querido Cirenio, ¡mira como vengo corriendo hacia ti! ¿Por qué no vienes tú también corriendo hacia mí?».

36 En aquel momento Cirenio y Tulia reconocieron al Niño y los dos cayeron de rodillas ante Él.

37 Casi gritando, Cirenio exclamó: «¡Oh, Dios mío, oh mi Señor! ¿Quién soy yo, y dónde estoy, para que Tú, mi Creador, vengas a mi encuentro en este lugar que todavía me es desconocido?».

38 «Mi querido Cirenio, ¡estás en el lugar conveniente! Porque el lugar más acertado es aquel donde estoy Yo! Mira, ya vienen José y María, Eudosia, mis hermanos y los ocho niños que nos dejaste».

39 «Oh, santo Cielo, ¡esto es demasiada bienaventuranza a la vez para mí!». Cirenio empezó a llorar de tanta felicidad y no pudo hablar por su santa emoción.

Capítulo 182

Inclinar el corazón en vez de doblar las rodillas

1 José y María ya se estaban acercando, llorando de alegría por volver a ver a su amigo al que no habían visto hacía dos años.

2 El Niño continuó su conversación con Cirenio: «Es suficiente si, movido por el amor, inclinas tu corazón ante mí.

3 Pero las rodillas puedes muy bien mantenerlas rectas. Como tienes un gran séquito que aún no me conoce, es mejor que no me descubras con tu postura.

4 Así que levántate y pórtate como José y María, Jonatán, y todos los demás. ¡Y que también tu mujer se levante!».

5 Ambos se levantaron inmediatamente y Cirenio tomo al Niño en brazos.

6 Acariciándolo, dijo a José: «¡Cuánto me alegro!

7 Te confieso que mi corazón ya tenía muchas ganas de verte.

8 Resulta que en los últimos dos años los fastidiosos asuntos de Estado aumentaron sobremanera, y no podía librarme de ellos pese a las ganas que tenía de venir a verte.

9 Por fin lo he podido arreglar todo de forma que me permita visitarte durante algún tiempo.

10 Pero ahora, a punto de realizarse el deseo de mi corazón, mi viaje casi acaba en naufragio si este santo Niño no me hubiera mandado un salvador.

11 He de confesarte, amigo mío, que durante estos dos años tuve que aguantar mucho...

12 Tuve que enfrentarme a la persecución, a la traición y a la calumnia ante el emperador, y a otras cosas inauditas.

13 En estas ocasiones siempre tuve presente lo que el santo Niño me dijo hace dos años: que a aquellos que ama también los pellizca y les tira de todo lo que está a su alcance.

14 Y en verdad todas esas tormentas que afligieron mi mente no fueron otra cosa sino meras caricias de este mi Señor de todos los señores.

15 Porque donde quiera que se levantó contra mí una ola, ola que amenazaba tragarme vivo,

16 siempre se estrelló contra otra contraria aún más poderosa, sin dejar nada más que espuma.

17 De la misma manera, después de arrostrar un gran peligro que amenazaba acabar con todo, llegué sano y salvo aquí y me encuentro ahora en tu santa compañía. Y toda la tormenta que me amenazaba se convirtió en mero sosiego».

18 José le abrazó. «Sí, hermano mío, ¡es exactamente como dices!

19 En secreto sabía lo que te estaba pasando. Y siempre he alabado al Señor por quererte tanto.

20 Pero ahora mira hacia el sudeste, porque allí verás la ciudad e incluso fácilmente tu casa de campo.

21 Diles a tus servidores que se ocupen del barco y tú, ven con nosotros. Una vez en casa, podremos charlar extensamente sobre todo tanto como queramos».

22 Cuando Cirenio vio la casa, se quedó maravillado por todo lo que le estaba pasando.

Capítulo 183

Cirenio ruega a José que le explique las circunstancias de su viaje

1 Cuando Cirenio se hubo recuperado de su admiración, dijo a José:

2 «Sí, amigo mío, en seguida haremos lo que dices.

3 Pero, antes, hay que solucionar dos asuntos:

4 Primero: Mi salvador tiene que recibir una recompensa de príncipe.

5 Y segundo: Te ruego que antes me expliques cómo es posible que la tormenta me haya traído precisamente aquí, donde menos pensaba que iba a llevarme.

6 Porque desde Tiro ya estuvimos expuestos a un fuerte viento del este que, poco a poco, se transformó en un huracán.

7 Sólo Dios sabe por dónde nos habrá llevado durante diez días en alta mar.

8 Y cuando ayer al fin pude volver a pisar tierra firme con la ayuda de este gran salvador, estaba convencido de que nos encontrábamos en España, en las columnas de Hércules.

9 Sin embargo, he llegado precisamente aquí, al punto de destino de mi viaje...

10 Oh, amigo mío, ¡me harías muy feliz si me explicases esto un poco!».

11 «¿Y por qué no dices antes a tus hombres que inspeccionen el barco», le preguntó José, «a ver si todo está en orden?

12 Después, con la Gracia del Señor, ya te diré algo acerca de las circunstancias de tu viaje».

13 «Oye, amigo, hoy me pareces bastante extraño...

14 ¿Acaso me estás poniendo a prueba o cuál es tu intención?

15 Hoy es sábado, el día del Señor que siempre consideraste con tanto celo.

16 ¿Y precisamente hoy quieres obligarme a hacer ese trabajo? ¡No te comprendo!

17 ¡Que te conste que este pequeño santo que tengo en brazos ya habrá arreglado mi barco hace un buen rato!

18 ¿Para qué, entonces, servirán todas mis preocupaciones?

19 Me encontraba en un gran peligro y estaba muy preocupado. Pero mis preocupaciones fueron vanas, porque únicamente Él me salvó.

20 De modo que por hoy no pienso inquietarme por nada y dejo el barco como está. ¿De acuerdo?».

21 El Niño le dio un beso y dijo: «José sólo quería someterte a una prueba, y eso en mi nombre, porque antes de venir con Jonatán a la casa de campo, por fuerza querías recompensarle.

22 Pero te digo que no le des recompensa alguna, porque Yo mismo soy la mayor recompensa para él...

23 Así que ven con José y todo lo demás lo sabrás en casa».

Capítulo 184

José interpreta sabiamente el viaje marítimo de Cirenio.

Cómo el Señor conduce a los suyos

1 Cuando, salvo los ayudantes de Jonatán, toda la asamblea hubo llegado a la casa de José, en seguida este indicó a sus hijos que preparasen un buen almuerzo.

2 Para tal fin Jonatán les entregó una gran cantidad del mejor atún que había traído.

3 Luego José y María, Cirenio con el Niño en brazos, sus confidentes y Jonatán se fueron a la colina preferida de José.

4 Eudosia y Tulia, y también los ocho niños les siguieron.

5 Al llegar, todos se sentaron en los bancos fabricados por José, aprovechando la sombra de algunos árboles.

6 Una parte de la colina tenía mucha vegetación y, por la mucha sombra, se prestaba muy bien para aprovecharla durante el día.

7 La otra parte estaba despejada y era mejor para disfrutar del hermoso panorama, y por la noche para contemplar el cielo.

8 Después de un rato, Cirenio preguntó a José si ya le podía dar una explicación sobre su viaje marítimo.

9 «Sí, hermano», le respondió, «éste es el lugar adecuado y también el momento oportuno. ¡Oye, pues!:

10 El viento del este representa la Gracia del Señor que te empujó turbulentamente hacia Aquel que ahora se encuentra en tus brazos.

11 Pocos hay que sepan cómo y cuándo se manifiesta la Gracia de Dios;

12 de modo que tampoco tú te diste cuenta de lo que la misma te tenía preparado.

13 Pensabas que estabas perdido y que el Señor te había olvidado del todo.

14 ¿Ves?, cuando la Gracia todopoderosa del Señor hizo que encallases en un banco de arena, pensaste que estabas perdido... Pero precisamente entonces el Señor te agarró firmemente para que no te ocurriera nada.

15 Esta siempre fue y siempre será la manera cómo el Señor guía a aquellos que están en camino hacia Él.

16 Y, ahora, voy a decirte por qué el Señor te guió así: Cuando en Tiro corría la voz de que ibas a embarcarte para Zoán,

17 se juntaron unos cuantos asesinos pagados, que te siguieron para matarte en alta mar.

18 Por eso el Señor mandó un fuerte viento del este

19 que te alejó de tus perseguidores que ya no pudieron alcanzarte.

20 Y como tus enemigos no querían ceder, empleando todos sus esfuerzos para continuar tu persecución, la Gracia de Dios cambió el viento en huracán

21 que los ahogó en alta mar e hizo que tu barco se detuviera en el lugar apropiado, donde, con el salvamento, finalizó tu viaje.

22 Ahora ya sabes por qué de tu viaje marítimo tan turbulento».

Capítulo 185

Cómo hay que rezar para que agrade a Dios.

La razón fundamental de la encarnación del Señor

1 Al oír esta explicación, Cirenio se dirigió al Niño que tenía en sus brazos y exclamó:

2 «Oh, vida mía, ¡nunca mi lengua será digna de pronunciar tu nombre! Entonces, ¡todo aquello fue por tu pura Gracia, mi Señor y Dios!

3 ¿Pero cómo agradeceré haberme concedido esta Gracia tan maravillosa y cómo te alabaré por ello?

4 ¿Qué puedo yo, estúpido pobre hombre, ofrecerte a ti, Señor, que eres tan sumamente misericordioso conmigo y me proteges con todo tu corazón?».

5 «Mi querido Cirenio, te amaría aún mucho más si no suspirases siempre tanto ante mí...

6 Pues, estos suspiros no sirven para nada, ni a mí ni a ti.

7 Te digo que vale más que estés con ánimo más sereno y que me amas con todo tu corazón,

8 como también a todos los demás hombres».

9 «Oh, vida mía, ¿acaso no debo adorarte, mi Dios y mi Señor?».

10 «Por supuesto, ¡que sí! ¡Pero de ninguna manera soltando exclamaciones sin fin! Puedes rezar con tu espíritu que es tu amor para conmigo

11 y en la verdad de este amor que es una verdadera Luz que emana de la llama del amor.

12 ¿Acaso piensas que las oraciones de los hombres me hacen crecer más y ser más poderoso de lo que de por sí soy?

13 ¿Quieres saber por qué, desde mi eterna infinitud, me proyecté en este cuerpo?: Para que las oraciones de los hombres sean amarme, amarme más y más...

14 ¡Pero que con las oraciones no gasten ni la lengua ni tampoco los labios, porque eso deshonra tanto al adorador como al adorado! Pues, es una actividad estéril, un instrumento de los paganos.

15 ¿Cómo te comportas ante tus buenos hermanos y amigos cuando te encuentras con ellos?

16 Te alegras de verlos, los saludas y los abrazas.

17 ¡Haz lo mismo conmigo y nunca te pediré más!

18 Ahora, ¡ten ánimo! ¿Y por qué no te fijas en tus niños? ¡A ver si aprecias lo mucho que han aprendido!

19 Porque con tu alegría también a mí me darás una, una alegría cien veces mayor que con tus suspiros sin fin».

20 Con estas palabras del Niño, Cirenio se sintió feliz. En seguida llamó a los ocho niños y les hizo las más diversas preguntas.

21 Las respuestas fueron tan claras y minuciosas, que Cirenio se quedó profundamente sorprendido.

22 Alabó al maestro y a los niños les ofreció regalos como recompensa.

Capítulo 186

Regalo del joven Sixto a Cirenio: una disertación sobre la naturaleza y la forma de la Tierra

1 El mayor de los tres niños31 se acercó a Cirenio y le dijo:

2 «Padre Quirino Cirenio, vemos que estás contento porque hemos podido contestar a todas tus preguntas.

3 En reconocimiento por tus preocupaciones y tu amor para con nosotros, me gustaría hacerte un pequeño regalo, ¿lo aceptarás?».

4 Cirenio sonrió ante la pregunta del chico y le dijo:

5 «Mi querido Sixto, me alegra tu ofrecimiento. Pero tendrás que darme alguna explicación sobre qué se trata,

6 porque sólo después podré decirte si puedo aceptarlo o no».

7 «Pues no se trata de una cosa

8 sino de una ciencia que seguramente todavía te es desconocida».

9 «Si es así, mi querido Sixto, puedes regalarme cuanto quieras

10 y lo aceptaré todo de buen grado».

11 Animado por la respuesta de Cirenio, el chico continuó:

12 «De modo que si es de tu agrado, entonces, escucha:

13 Seguro que hasta ahora aún no has oído qué forma ni qué aspecto tiene nuestra Tierra.

14 A tu juicio, ¿qué forma tiene la gran Tierra que nos lleva y que por la Gracia de Dios nos alimenta a todos?».

15 Cirenio se quedó perplejo y no supo qué responder. Por eso confesó:

16 «Oye, pequeño, tu pregunta me desconcierta, porque no puedo darte una respuesta concreta.

17 Existen unas cuantas hipótesis acerca de la naturaleza de la Tierra, pero la realidad puede ser muy distinta.

18 Ahora expón tu idea. Voy a escucharte y luego te daré mi opinión».

19 José le hizo al chico una señal y este fue a buscar el globo terráqueo que el Niño había creado la noche antes a partir de una naranja.

20 Al verlo, Cirenio se sorprendió, pero preguntó:

21 «¿Entonces éste es el regalo del que me hablaste?

22 ¡Pero tú mismo me dijiste que no se trataba de un objeto sino de una explicación científica!».

23 «Padre Quirino Cirenio, te comprendo. Pero este objeto no te lo puedo regalar porque no es mío.

24 No obstante, lo preciso para que puedas entenderme».

25 Luego, como si fuera un profesor y con la ayuda del modelo, el chico empezó a explicar la naturaleza de la Tierra con tanta precisión que Cirenio quedó profundamente sorprendido.

26 Cuando Sixto hubo terminado, el Niño se dirigió a Cirenio y le confirmó:

27 «Así es. Y para que te quede un recuerdo, guarda esta pequeña Tierra como tuya hasta que un día en mi Reino te toque una mayor».

Capítulo 187

La gran alegría de Cirenio con el modelo del globo terráqueo

1 Cirenio estaba tan entusiasmado con este regalo que no cabía en sí de alegría.

2 Después de examinar el globo por todos lados y haberse convencido de la relación entre todos los puntos conocidos por él, de nuevo recuperó la palabra.

3 «¡Esto es un testimonio palpable para todos nosotros de Aquel que, en su tiempo, creó la Tierra!

4 Pues, qué le podrá costar más al Omnipotente, ¿crear una Tierra tan grande como la que nos lleva o una pequeña que sirva de modelo para nuestra instrucción?

5 A mi juicio para Él no hay diferencia.

6 Oh gran Dios, ¡qué plenitud infinita de perfecciones de toda clase debe morar en ti, para que la realización de tales milagros pueda resultarte tan fácil!

7 Quien con su corazón se adentra dentro de ti, resulta ya bienaventurado, aún en este mundo;

8 y dichoso es quien con todo amor te lleva en su corazón.

9 ¡Ahora las inclinaciones vanas de los hombres mundanos me parecen repugnantes!

10 ¡Pobre de mi hermano Augusto! Si supiera lo que sé y conozco yo ahora, ¡su trono inestable le repugnaría!

11 Oh, mi pequeño Jesús, ¡te resultaría tan fácil demostrar a mi hermano con tu Omnipotencia lo fútil y terriblemente sucio que es su trono!».

12 «Cirenio, fíjate en todas las criaturas de la Tierra

13 y entre ellas las encontrarás buenas y malas respecto a ti.

14 ¿Acaso piensas que por eso no son iguales para mí?

15 El león es cruel y en su ira no respeta la vida del ser que fuere.

16 ¿Acaso se comportó contigo de la misma manera?

17“Claro que no”, me respondes en tu mente, “porque este rey del desierto me salvó dos veces la vida”.

18 Lo mismo ocurre con tu hermano. Él no puede ser como tú y tú no puedes ser como él.

19 Hice que se desarrollara tanta diversidad de criaturas porque conforme a mi eterno Orden resultan indispensables.

20 Por eso tenía que ser así, que tu hermano fuera tal como es y que también tú fueras como eres.

21 Si tu hermano dijera: “Señor, no sé lo que soy ni lo que hago, pero tu fuerza se halla en mí y yo actúo de acuerdo con ella”,

22 entonces él sería justo como tú, y deberías dejar de preocuparte por él. Un día, de todos modos, las obras de cada cual serán manifestadas».

23 Estas palabras del Niño hicieron que los pensamientos de Cirenio sobre su hermano volvieran a ser más positivos, y de nuevo se dedicó a su pequeña esfera de la Tierra.

Capítulo 188

Afirmación solemne de Cirenio sobre su amor al Señor.

Una prueba instantánea: La muerte de Tulia

1 Mientras Cirenio estaba nuevamente entretenido con el estudio del globo terráqueo, el Niño le pidió que le soltara porque le gustaría correr un poco por la colina.

2 Cirenio le dejó cuidadosamente en el suelo y observó:

3 «Vida mía, aunque te suelte de las manos,

4 de mi corazón ¡jamás!, ¡porque allí vives sólo tú, tú que eres mi único amor!

5 En verdad te digo que mientras te tenga a ti, el mundo entero con todos sus tesoros no significa nada para mí».

6 El Niño se paró y le dijo:

7 «Vaya, a pesar de mis ganas de correr un poco, veo que ahora tendré que quedarme contigo porque me quieres tanto.

8 Si hubieras continuado contemplando tu globo terráqueo, entonces me habría aburrido contigo;

9 pero como de nuevo diriges tu corazón y toda tu atención hacia mí, tendré que quedarme contigo...

10 Dime, mi querido Cirenio, ¿qué va a decir tu mujer que seguramente te oyó cuando afirmaste que me amas únicamente a mí?».

11 «Señor, mientras te tenga a ti, ¡poco voy a preguntar por mi mujer ni por el mundo entero!

12 Oh, mi Jesús, ¿acaso puede haber una bienaventuranza mayor que amarte sobre todo y ser amado por ti?

13 Por eso prefiero olvidarme de Tulia antes de ceder ni un ápice de mi amor para contigo».

14 «Atención, Cirenio... ¿Si te sometiera a una prueba? ¿Piensas que tu fe continuaría inquebrantable?».

15 «Conforme a mi ánimo actual podrías convertir en polvo la tierra de debajo de mis pies y quitarme a Tulia mil veces si eso fuera posible. ¡Pero mi amor hacia ti continuaría siendo el mismo!».

16 En ese mismo momento Tulia cayó muerta en el suelo como si le hubiera alcanzado un rayo.

17 Todos se consternaron profundamente. Le trajeron zumo de limón y se lo administraron,

18 pero todos esfuerzos eran vanos, Tulia estaba muerta.

19 Cirenio, cuando comprendió que estaba realmente muerta, cubrió su rostro y una gran tristeza se apoderó de él.

20 «Pero Cirenio, ¿cómo quedas ahora ante mí», le preguntó el Niño, «Mira, ¡toda la Tierra está todavía intacta y tu mujer no murió ni mucho menos mil veces como lo insinuaste... No obstante, ¡te desesperas como si hubieras perdido todo el mundo!

21 ¿Acaso ahora ya no me tienes a mí en la misma plenitud de antes, cuando lo era todo para ti? ¿De dónde viene semejante tristeza?».

22 Cirenio suspiró profundamente y dijo con voz lastimera: «Ay, Señor, mientras la tenía no era consciente de lo mucho que significaba para mí. ¡Unicamente su pérdida me abrió los ojos!

23 Por eso lloraré durante toda mi vida por ella, que era una compañera tan digna y fiel».

24 Entonces el Niño suspiró y dijo: «¡Vaya criaturas veleidosas!, ¿dónde está la constancia de vuestros corazones?

25 Si en mi presencia vuestras reacciones son así, ¿cómo serán cuando ya no esté entre vosotros?

26 Cirenio, ¡cuánto significaba Yo para ti hace algunos momentos!, ¿y cuánto ahora?

27 Ocultas tu rostro ante mí y ante el mundo, y tu corazón está tan lleno de tristeza que apenas quieres oír mi voz...

28 En verdad te digo: ¡así aún no me mereces!

29 Pues aquel que ama a su esposa más que a mí, ¡no me merece! ¿Acaso no soy más que una mujer creada por mí?

30 Te digo que en adelante mejores tus pensamientos, ¡porque de lo contrario ya no verás mi semblante en este mundo!».

31 Dirigiéndose a José, el Niño continuó: «¡Llevad a la muerta a su cuarto y ponedle en un sudario!».

32 «Pero Hijo mío», dijo José asustado, «¿es posible que nunca ya vuelva a la vida?».

33 «No me preguntes sino haz lo que te dije; mi tiempo aún no ha llegado.

34Sabe que cuando Cirenio confesó su amor para conmigo, esta mujer se volvió celosa y estos mismos celos la mataron tan repentinamente. ¡Pero no me preguntes más, sino haz lo que te he dicho!».

35 En seguida José cumplió las órdenes del Niño.

36 Todos se dirigieron a Cirenio para consolarle por la muerte tan repentina de su mujer.

37 Pero de pronto este descubrió su rostro y se enderezó como un verdadero héroe.

38 «Queridos amigos, no me consoléis en vano porque ya he encontrado consuelo en mi propio corazón;

39 y uno mejor no me lo podríais dar.

40 Oíd, el Señor me había dado esta mujer tan digna de manera maravillosa y ahora también ha vuelto a llevársela, pues Él es el Señor de toda Vida.

41 Por eso, ¡que le sea sacrificado todo y que su santo nombre sea alabado eternamente!

42 No deja de ser un golpe duro para mi corazón de hombre terrenal. No obstante, ¡tanto más vivificador resulta para mi espíritu!

43 Porque, de esta manera, el Señor me ha liberado. Y ahora, libre de todos lazos terrenales, le pertenezco únicamente a Él; pues, es el único santo habitante de mi corazón. Ya que Él es mi eterno consuelo, ¡no vengáis a consolarme vosotros!».

44 El Niño se volvió a Cirenio y dijo:

45 «Amen. Como un soplo de viento pasarán los años de nuestra actividad en la Tierra. Después estarás allí donde estaré Yo eternamente entre aquellos que me aman como tú. ¡Así será para siempre!».

Capítulo 189

José invita a Cirenio a comer.

Este rechaza la invitación porque está satisfecho con el Señor

1 Los hijos de José vinieron para anunciar que la comida estaba preparada.

2 Cirenio se estaba dedicando al Niño como antes, cuando José se dirigió a él para preguntarle si no podría comer algo para aliviar su tristeza.

3 «Amigo mío, ¿acaso piensas que puedo tener hambre?», le respondió.

4 «¿Cómo iba a tener hambre en compañía de Aquel que en cada momento alimenta y sacia a miríadas de seres?

5 Y referente a la supuesta tristeza que me atribuyes, te pregunto desde la plenitud de mi amor para con mi Creador:

6 ¿cómo iba a estar triste en compañía de nuestro Señor?

7 Mira, cuando tú te desprendes de un solo grano de trigo, depositándolo en la tierra donde más tarde se pudrirá, el Señor hace surgir cien de él.

8 Lo mismo pasa aquí: Dónde el Señor se lleva uno, luego restituirá mil.

9 Es cierto que Él se llevó a la celosa Tulia, ¡pero a cambio Él se dio a sí mismo!

10 Oh, hermano, ¡qué recompensa más extraordinaria por una pérdida de tan poca importancia!

11 A cambio de mi mujer, ¡ahora le tengo a Él en mi corazón, y Él será eternamente mío!».

12 José se admiró: «Hermano, ¡creciste ante el Señor! ¡Fuiste un pagano y ahora eres mejor que muchos israelitas!

13 Yo mismo tengo que confesarte que tu corazón y tus palabras me dejan avergonzado...

14 Pues nunca he podido ver en mí mismo una entrega tan incondicional a la Voluntad del Señor».

15 «Yo sé muy bien por qué te elegí a ti, José», intervino el Niño. «Pero nunca fuiste más grande ante mí que precisamente ahora, al reconocer tu debilidad ante un pagano.

16 Ya que atestiguaste que Cirenio es mejor que muchos israelitas, Yo afirmo que:

17 Cirenio es más que Abraham, Isaac y Jacob, más que Moisés y los profetas, y más que David y Salomón, cuyas acciones fueron justas;

18 pues, fueron hechas con una gran fe y un gran temor de Dios en sus corazones.

19 Pero Cirenio es el primero en haber sido despertado por mi Amor, y esto es más que toda la antigua alianza que estaba muerta, en tanto que Cirenio está muy vivo...

20 Conoces la magnificencia del Templo de Jerusalén que es una obra de la sabiduría salomónica.

21 Este Templo está tan muerto como su constructor que renegó de mí por las mujeres.

22 Sin embargo Cirenio, con su gran abnegación, me ha construido un gran Templo nuevo y vivo en su corazón, donde Yo viviré eternamente. ¡Lo que es más que toda la sabiduría de Salomón!».

23 Con estas palabras del Niño, Cirenio empezó a llorar de felicidad, y José y María las grabaron profundamente en sus corazones.

Capítulo 190

Resurrección de Tulia

1 Cuando Cirenio se tranquilizó, el Niño se dirigió de nuevo a él:

2 «Tu corazón, por supuesto, está ahora saciado; de una saciedad que te durará eternamente.

3 Pero tu cuerpo precisa del alimento natural, por la misma razón que el mío.

4 De modo que los dos podemos muy bien volver a la casa donde nos está esperando el pescado bien preparado que Jonatán trajo.

5 Tengo que confesarte que el pescado me gusta mucho más que la comida insípida que los judíos preparan para sus niños; ya se me está haciendo la boca agua.

6 ¿Me prometes que después de la comida jugarás conmigo y con tus niños?

7 Aún no eres nada viejo, ¡de modo que puedes muy bien correr y saltar un poco con nosotros!».

8 Este lenguaje infantil encantó a Cirenio de tal manera que se olvidó del todo de la muerte de Tulia, a pesar de que todos los demás la estaban llorando.

9 Había algunos entre el séquito de Cirenio que a causa de su hilaridad empezaban a sospechar que, tal vez, había perdido la razón.

10 Llevado por la misma preocupación, Maronio se dirigió a él para preguntarle cómo se encontraba.

11 Pero el Niño se adelantó y respondió en su lugar:

12 «Oh, Maronio, ¡no te preocupes por este amigo mío, porque durante toda su vida nunca ha estado tan lejos de cualquier locura como precisamente ahora!

13 Me alegraría si tú mismo estuvieras tan sano como él y dejaras de hacer preguntas como ésta en mi presencia.

14 Ahora ven con nosotros a la mesa; a ver si un buen trozo de pescado te ayuda a reponerte».

15 Cuando Cirenio con el Niño, José y María, Jonatán, Eudosia y los ocho chicos volvieron a casa, Maronio les siguió como si estuviera andando sobre ascuas.

16 Todos los demás del grupo lloraban la muerte de Tulia y no participaron en la comida.

17 Nada más terminar la comida, el Niño se dio mucha prisa por salir al aire libre, para jugar con Cirenio y sus ocho niños.

18 Pero María intervino: «Oye, Jesús, esta vez no está bien que juguéis. Por un lado es sábado y, por otro, tenemos un muerto en la casa; de modo que no vais a jugar sino que os quedaréis bien quietos y modosos».

19 Pero el Niño le contestó: «Mujer, ¿qué clase de espíritu te incita a que hables de esta manera conmigo?

20 ¿Acaso el sábado es más que Yo? ¿Y acaso la mujer muerta es más que mi Voluntad?

21 Pero para que veas que Yo estoy por encima del sábado y por encima de la mujer muerta, y para que esta no perturbe mi alegría, ¡que despierte!».

22 Nada más pronunciar estas palabras, Tulia se levantó de su catafalco y entró en la sala.

23 El Niño dispuso que le dieran algo de comer. Y sin pérdida de tiempo, salió con Cirenio al aire libre, mientras que todos los demás quedaban maravillados por la resurrección.

Capítulo 191

Una carrera entre Jesús y Cirenio

1 Una vez que Cirenio y los niños estuvieron al aire libre, el Niño Jesús señaló un árbol y preguntó:

2 «Cirenio, ¿qué distancia puede haber desde aquel árbol hasta aquí?».

3 «Podrían ser unos doscientos pasos».

4 «A ver, hagamos una carrera y ya veremos quién es el primero».

5 Cirenio sonrió diciendo: «Oh, Señor, si es a base de fuerza natural entonces supongo que Tú serás el último de todos».

6 «¡Eso habrá que verlo! ¡Corramos!».

7 Todos se pusieron a correr con todas sus fuerzas y el Niño Jesús fue el primero en alcanzar la meta.

8 Al llegar al árbol totalmente sofocado, Cirenio jadeó:

9 «¡Ya sabía yo que Tú no ibas a correr con las fuerzas naturales!

10 Porque a ti te llevan fuerzas invisibles, mientras que a mí sólo me llevan mis pesados pies».

11 «¡Una vez más te has equivocado, porque también tus pies están tan animados por fuerzas invisibles como los míos.

12 La única diferencia es que Yo soy un Maestro en ellas, y tú apenas un principiante...

13 Si las entrenas bien, también podrás servirte de las fuerzas como el Maestro.

14 ¡Pero volvamos y veamos quién es ahora el primero que llega a la plaza de delante de la casa!».

15 Cirenio se inclinó rápidamente hacia el Niño, lo levantó y se puso a correr. Fue el primero que llegó a la plaza, y con ventaja.

16 El Niño sonrió y dijo: «¡Fue divertido! y, a la vez, lograste aprender...

17 Pues descubriste al Maestro y, cogiéndole, tú mismo te volviste maestro.

18 Y la conclusión de todo es: ¡En adelante nadie llegará a ser maestro por sí mismo!

19 Sólo quien coge al Maestro, se volverá maestro gracias a Él.

20 Poco importa quién corre más rápido. No obstante, cada cual debe esforzarse por llegar lo más pronto posible y el primero a la meta fijada por mí.

21 Quien organiza el curso de su vida en base a sus propias fuerzas, será el último.

22 Pero el que lo hace como tú en la segunda carrera, llegará el primero a la meta.

23 Ahora me gustaría otro juego. ¡Verás como nos divertiremos!».

Capítulo 192

Un juego significativo. Los hoyos que representan la vida y su orden

1 El Niño se dirigió a Sixto, por ser el mayor entre los hijos de Cirenio, y le dijo:

2 «¿Ves el camino de tierra pisada? Ve y prepara en él una fila de diez hoyos a un palmo de distancia entre sí. Ya conoces el juego.

3 Luego trae las diez canicas que Jacobo nos ha preparado para que juguemos con ellas. Las tiraremos como tú mismo me has enseñado».

4 Sixto hizo en seguida lo que el Niño le pedía.

5 Cuando los diez hoyos estuvieron preparados y las canicas listas, el Niño le dijo a Cirenio:

6 «Ahora déjame para que pueda explicar cómo funciona el juego; ¡pero que los demás no me interrumpan, porque quiero explicárselo a Cirenio Yo mismo!».

7 Acto seguido el Niño se dirigió a Cirenio y le dijo:

8 «Mira, el juego funciona así: A tres pasos de estos hoyos tiras una canica.

9 Si el tiro es bueno y cae en el décimo hoyo que es el más lejano, entonces serás el rey del juego. Si cae en el noveno, serás ministro, en el octavo comandante.

10 En el séptimo gobernador, en el sexto juez, en el quinto sacerdote, en el cuarto campesino, en el tercero padre, en el segundo una madre, y en el primero un niño.

11 Cuando los hoyos estén ocupados, ya te explicaré las demás reglas».

12 Sonriendo, Cirenio tomó una bolita y la lanzó, y esta cayó en el primer hoyo.

13 El Niño le preguntó: «¿Estás conforme? De lo contrario, como eres principiante, puedes hacer un segundo tiro».

14 «Jesús, mi Vida, ¡me quedo donde estoy!».

15 «Pues bien», le respondió el Niño. Y, dirigiéndose a los otros niños, continuó: «Ahora os toca a vosotros, uno detrás otro. Yo tiraré el último».

16 Todos los niños lanzaron sus bolitas, pero sin ocupar todos los hoyos, porque hubo hoyos en los que cayeron dos o tres bolitas.

17 Finalmente le tocó al Niño y, como siempre, acertó el décimo hoyo.

18 Entonces una niña se quejó y dijo: «Vaya, ¡el pequeño Niño Jesús siempre tiene que ser rey!».

19 Pero el Niño le respondió: «¿Por qué te afliges por ello? Tú tiraste antes que Yo, ¿por qué lo hiciste mal?».

20 «¡No me guardes rencor por eso, de lo contrario te mandaré uno de esos ratones a los que tanto temes!».

21 La niña ya no dijo nada y se conformó con su hoyo que era el segundo.

22 Como el noveno, el octavo, el séptimo y el sexto hoyo habían quedado vacíos, Cirenio dijo al Niño:

23 «Mira, Vida mía, nos hemos quedado sin ministro, sin comandante, sin gobernador y sin juez.

24 ¿Quién se encargará de estos puestos fundamentales?».

25 «Estos cargos los tendré que desempeñar Yo mismo», le respondió el Niño, «porque de todos los cargos no ocupados tiene que ocuparse el más cercano desde el hoyo del rey».

26 «Si el puesto de ministro estuviera ocupado, los siguientes tres puestos sin ocupar estarían a su cargo; pero como se quedaron desocupados, estos cuatro cargos recaen al rey. Como ahora las responsabilidades están definidas, ¡pasemos al juego mismo!».

Capítulo 193

Continúa el juego significativo, un juego que demuestra las reacciones de los seres humanos. Las leyes establecidas por el Niño como rey del juego

1 Dirigiéndose a Cirenio, el Niño continuó: «Ya que soy rey, todos vosotros debéis obedecerme siguiendo la costumbre de obedecer al rey.

2 Estas son mis leyes: Tú, hoyo del sacerdote debes ser sabio, bueno y serio;

3 si te ríes cuando alguien se burle de otros, serás sancionado y perderás tu puesto.

4 Tú, hoyo del labrador, sé activo porque en caso de pereza pasarás hambre.

5 Tú, hoyo del padre, ten mucho amor a tus hijos y edúcalos para que se vuelvan hechos y derechos; de lo contrario se burlarán de ti.

6 Tú, hoyo que representas a la madre, tienes que ser buena ama de casa, temerosa de Dios, para que tus niños de pecho se vuelvan sabios.

7 Y tú, mi buen y querido hoyo del niño, sigue siendo como eres: un constante instructor de los sabios, a los que sensibilizarás a la Sabiduría de Dios.

8 Ya conocéis las reglas que hay que observar minuciosamente.

9 Y si alguien quiere que Yo le conceda una Gracia, tiene que pedírmela de rodillas.

10 Ahora id, actuad, y dejadme solo. Tú, Cirenio, puesto que te ha tocado ser niño, debes ir con la madre y el padre».

11 A un niño y una niña les tocó ser sacerdotes, por lo que se fueron con aire solemne a un sitio algo elevado.

12 A dos niñas y un niño les tocó el hoyo del labrador. Estos se apartaron y se dedicaron a la tierra como si tuvieran un trabajo de gran importancia.

13 Luego, a un niño y una niña, les tocó representar al padre. Una feliz coincidencia, porque en su corazón el buen padre tiene que personificar también a una madre.

14 Sólo a una niña le toco ser la única madre que se fue con el niño32. Pero la madre recelaba de su niño; no se atrevía hablar con él ni a darle consejos sabios.

15 Por eso dio media vuelta y se dirigió al rey33 para que le concediera la gracia de darle otro cargo.

16 El rey la mandó a los sacerdotes que, al verla venir, empezaron a reírse.

17 En seguida el rey los llamó, los destituyó de su cargo porque se habían reído en vez de ser sabios y formales, y los colocó entre los labradores.

18 Pero estos no tardaron mucho en empezar a pelearse entre sí, de modo que el rey tuvo que intervenir. Les echó una reprimenda y los llamó al orden.

19 Entonces volvió la madre, insistiendo en que le diera otro cargo.

20 El rey decidió: «Como representas el Amor en su Sabiduría, ¡sé el sacerdote!».

21 Pronto vino el padre y se quejó de haberse quedado sin mujer, porque la madre se había vuelto sacerdote.

22 Y el rey dijo: «¡Entonces toma al niño y sé lo que es una madre!».

23 Y así fue. Pero el sacerdote empezó a exigir a los labradores que le trataran con sumo respeto.

24 Pronto se armó un gran lío. De modo que el rey tuvo que pararlos: «Ya veo que no os ponéis de acuerdo. Así que ¡repitamos el juego!».

Capítulo 194

Cirenio en el hoyo del ministro. La niña descontenta. Remedio eficaz del “rey” para la intimidación. El milagro de los ratones

1 De nuevo le tocó a Cirenio tirar la bolita el primero. Esta vez alcanzó el noveno hoyo y sus hijos le aplaudieron.

2 «¡Buen tiro, padre Cirenio, ¡de niño has subido a ministro!

3 Si tiras otra vez, es fácil que alcances el hoyo del rey».

4 «Hijos míos, estoy contento ya con este honor. ¡Tomad las canicas y continuad con vuestro turno!

5 ¡Y procurad sobre todo dar en el hoyo del niño que es el que os corresponde más que ningún otro!».

6 El siguiente fue Sixto que, al caer en el hoyo del niño, se puso muy contento.

7 Luego la niña mayor tiró su bolita y de nuevo le tocó el hoyo de la madre.

8 «Vaya», dijo, «¡otra vez tengo que ser la madre!».

9 Pero el Niño Jesús cogió la bolita del hoyo y se la devolvió.

10 «¡Tómala, descontenta, y procura no volverte madre!».

11 Pero de nuevo la bolita cayó en el hoyo de la madre, por lo que la niña empezó a llorar de rabia.

12 «Vaya, criatura dominante, ¡cómo se nota en ti la naturaleza primordial de la mujer!

13 ¿Qué haré contigo, naturaleza de serpiente y garra de leona?

14 ¡Que venga un ratón, rápido, para que te atemorice! ¡Con eso cambiarás de tono!».

15 Al escuchar estas palabras, la niña se echó llorando a los pies del Niño Jesús.

16 «Mi querido Jesús, ¡no me hagas eso! ¡Tengo horror de los ratones y las ratas!

17 ¡Prefiero mil veces ser la madre a que se me acerque un ratón!».

18 «Entonces, por esta vez, te dispenso del ratón.

19 Pero la próxima vez que te vuelvas impertinente, vendrán diez ratones a la vez, y te chuparán los pies».

20 La niña se quedó quieta y con paciencia observó cómo los demás niños iban ocupando el resto de los hoyos.

21 Ni siquiera se molestó cuando vio que una segunda niña ocupaba el hoyo del padre, pese a que otras veces siempre se había escandalizado cuando ese hoyo no era ocupado por un chico.

22 Al final el Niño tiró una bolita que, de nuevo, cayó en el hoyo del rey.

23 Entonces, para disimular su rabia, tuvo que morderse los labios.

24 Pero el Niño, sonriendo, cogió una pequeña rama, tocó con ella todas las bolitas y sopló por encima de los hoyos; y en el mismo instante las bolitas se convirtieron en graciosos ratones.

25 Al verlos, la niña empezó a armar un gran escándalo y abandonó el lugar.

26 Entonces salió José de la casa y, alarmado, preguntó: «Pero Jesús, ¿qué le estás haciendo otra vez, para que la pobre niña grite tanto?».

27 «Es envidiosa, como siempre, ¡y por eso le mandé algunos ratones!».

28 José sonrió y se dirigió a la niña para calmarla. Mientras tanto los demás niños continuaron con el juego, porque no vieron la transformación de las bolitas en ratones.

Capítulo 195

Conversación de Jesús con la niña obstinada

1 Después de un rato la niña volvió y, en seguida, el Niño le preguntó si quería jugar de nuevo con ellos.

2 «Me gustaría mirar. Pero no quiero participar porque si algo me irrita con demasiada facilidad,

3 en seguida te vuelves rudo y vienes con ratones y ratas».

4 «¿Pero por qué eres tan tonta en molestarte en asuntos en los que no pierdes nada salgan de una manera o de otra?

5 Confórmate con lo que el destino te traiga y en adelante no te molestarán ni ratones ni ratas.

6 Fíjate en mí: Siempre soy el último que tira la bolita y no me molesto a pesar de que me corresponde la preferencia.

7 ¿Por qué te irritas si como niña deberías ser la paciencia personificada?».

8 «¿Acaso es culpa mía tener este temperamento? ¿Acaso me lo impuse yo misma? Soy como soy, y no puedo ser de diferente manera...

9 Y como sé que soy así, prefiero no jugar para evitar cualquier disgusto con ratones».

10 Dando media vuelta y hablando como consigo mismo, el Niño dijo: «Ya ves: Los hijos del mundo se rebelan contra Ti, y critican tu Obra porque no te conocen.

11 Pero una tiradas más y luego otra, y los hijos del mundo pensarán diferentemente sobre Ti».

12 Volviéndose de nuevo hacia la niña, continuó: «¿A quién, entonces, le echas la culpa que seas tan delicada y de que hasta ahora no estés nunca conforme con tu suerte?».

13 «Vaya, Jesús, ¡cuando empiezas a hacer preguntas es cosa de nunca acabar!

14 Y te vuelves un niño terriblemente impertinente.

15 ¿Qué sé yo quién puede tener la culpa de que sea como soy?

16 Ya que tú mismo eres algo así como un profeta, un niño prodigioso que sabe hablar con Dios, ¿por qué no se lo preguntas a Él? Él será el más indicado para decirte por qué soy así».

17 El Niño dio un paso hacia ella y le dijo: «Jovencita, si me conocieras, hablarías de otra manera...

18 Pero como no me conoces, hablas como si se te desatara la lengua.

19 ¡Mira el Sol allí arriba! ¿Qué te parece que es y Quién le habrá dado su brillo?».

20 La niña empezó a perder la paciencia y se quejó: «Vaya, cuando quieres marear a alguien con tus preguntas, ¡siempre te dirijes a mí!

21 Escucha, ¡allí te quedan otros siete niños, pero ya veo que a ellos siempre los dejas en paz! ¿Por qué no te vas de una vez allí con tu manía de preguntar?».

22 «Niña, escucha, ¡ellos están sanos y no precisan remedio; pero tú tienes el alma enferma!

23 Por eso me gustaría ayudarte, pero como eres tan terca, tan increíblemente terca...

24 Que sepas y que nunca olvides: Si a un ángel de los Cielos de Dios le fuera concedida la Gracia de que le hiciera preguntas como te las estoy haciendo a ti, entonces su suma bienaventuranza excitaría su amor de tal manera que el fuego de este amor aniquilaría instantáneamente toda la Tierra.

25 Y ahora apártate de mí; ya no te quiero porque eres más terca que una mula».

26 Disimulando sus lágrimas, la niña se fue. Y Jesús volvió con sus compañeros del juego para continuar en su función de rey.

Capítulo 196

Más discordia en el segundo juego. El tercero y último juego.

Se restablece el orden básico de la Vida

1 Pero en el transcurso del segundo juego hubo aún más discordias.

2 El ministro fue demasiado temido porque se trataba de Cirenio mismo: El comandante, el gobernador y el juez casi no se atrevían a estar en contra suya, por lo que en secreto estaban disconformes con este arreglo.

3 Sobre todo estaban descontentas las niñas que representaban al gobernador y al juez porque sin el consentimiento del ministro no podían hacer nada.

4 Unicamente Sixto estaba muy contento en su hoyo del niño.

5 Al ver estas discordias, el Niño llamó a todos los participantes para empezar un nuevo juego.

6 En el tercer juego Cirenio dio en el hoyo del rey y al Niño le tocó el del niño.

7 Todos los niños se alegraron al ver que también al Niño Jesús, que entonces tenía dos años y cuatro meses, esta vez le tocaba el hoyo del niño.

8 Hasta la niña terca acudió y lo celebró: «Ves, Jesús, ¡éste es el lugar que te corresponde; me alegro de que también a ti, por una vez, te haya tocado ese hoyo tan aburrido!».

9 «Mira, el hoyo del ministro está todavía desocupado. A ver si tienes suerte y le das».

10 Finalmente la niña aceptó, tomó una bolita y dio en el hoyo del ministro.

11 Loca de contento, porque por una vez su ambición quedaba satisfecha, dijo en plan de broma:

12 «Ahora, mi querido Jesús, ¡alégrate!, porque si eres desobediente, ¡yo sabré castigarte!».

13 «Supongo que sabes que los niños están a salvo de la ley. ¿Entonces, qué vas a hacer conmigo?».

14 «¡Deja que empiece el juego y verás si el ministro tiene poder sobre los niños o no!».

15 Cirenio, como rey, abrió el juego y luego cada uno se fue a su sitio para ejercer su cargo.

16 El ministro incitó especialmente al sacerdote para que de ninguna manera recibiera al niño.

17 Del mismo modo tampoco los otros quisieron prestar oídos al niño.

18 Conforme a las reglas del juego, este se dirigió al rey para quejarse de semejante desamparo.

19 «Siento mucho no estar aún suficientemente enterado de las reglas del juego», reconoció este,

20 «pero como de nuevo se han introducido discrepancias en él, a pesar de todas las reglas, puedo muy bien volver a convocar a toda la pequeña asamblea y, si quieres, podemos proceder a un nuevo lanzamiento inmediatamente».

21 Y el Niño le respondió: «Sí, Cirenio. ¡Un nuevo lanzamiento, el último y definitivo, eternamente!...

22 Llama, pues, a todos los niños para que comience la última tentativa».

23 Y Cirenio los llamó a todos, distribuyó las canicas y el último juego empezó.

24 Esta vez todos los niños, y también Cirenio, dieron en el hoyo del niño, y sólo Jesús dio en él del rey.

25 En ese momento el hoyo del rey se volvió incandescente y su canica empezó a brillar como el sol del mediodía.

26 Jesús tomó la bolita radiante, la metió en el hoyo del padre y preguntó:

27 «Cirenio, ¿comienzas a comprender el significado de este juego?».

28 «Señor, ¿cómo voy a comprenderlo?».

29 «Entonces oídme, ¡voy a explicároslo todo!».

Capítulo 197

El Niño explica el significado del juego.

En la condición de niños todos reconocerán al Padre eterno

1 El Niño empezó a hablar como el doctor de una sinagoga: «He aquí el significado de este juego.

2 Se trata de la Creación y de que antes de ella, desde todas eternidades, Dios era el Señor.

3 El primer lanzamiento: Los antiguos espíritus se despiertan y no soportan la Gloria de Dios,

4 con lo que no hay orden en este juego que dura desde Adán hasta Noé, y desde Noé hasta Moisés.

5 La niña terca representa al mismo tiempo el amor y el mundo que rechaza al Amor.

6 En los tiempos de Noé el mundo recibe su castigo mediante castigos e intimidaciones como él de esta niña con los ratones.

7 Pero el mundo no mejora sino que, poco a poco, vuelve a caer en la idolatría y quiere altares, una divinidad visible y muchas ceremonias.

8 El Señor convoca de nuevo el juego y con Moisés hay un segundo lanzamiento.

9 Al principio todo parece ir bien. Pero una sola vez que Moisés vuelve la espalda, el becerro de oro ya está hecho.

10 La niña no deja de fastidiar, con el resultado de que, finalmente, es castigada según la advertencia hecha.

11 De modo que el diluvio fue más bien un escarmiento que un castigo.

12 Pero el castigo del pueblo en el desierto fue un verdadero castigo tras el fuego, como en los tiempos de Sodoma.

13 Si nada más tirar las canicas el juego sale bien, es por puro miedo; porque a este juego le falta la madre, el amor, que se había ido porque no pudo reinar.

14 Este juego mosaico perdura hasta la época actual34 y es un fracaso por tanta indignación y miedo continuo.

15 De nuevo el Señor convoca a la pequeña asamblea. Hay un nuevo lanzamiento y Él se vuelve niño.

16 Entonces viene el amor y demuestra cierta alegría por el estado impotente del Señor.

17 En fin, también el amor entra en el juego y alcanza el primer escalón del trono.

18 Y desde allí persigue al Señor hasta su muerte y, durante mil y aproximadamente novecientos años, no le deja en paz e instiga a todos contra Él.

19 A esas alturas, hasta la misma soberanía mundana concluye que así no se puede continuar,

20 y hay un último lanzamiento en el que el Señor vuelve a ser el antiguo soberano. Su sumo ardor enciende la esfera de su clase y su lanzamiento es de la mayor Gracia...

21 Y, desde la clase del niño, todo el pueblo reconocerá al Padre cuando este, como tal, con todo el poder de su Amor se le acerca cada vez más.

22 Y después de este lanzamiento ya no habrá otro, porque el Padre seguirá eternamente siendo el Padre...

23 Este es el sentido del juego.

24 Pero ahora volvamos a la casa para ver qué está haciendo Tulia despierta. ¡Seguidme!».

Capítulo 198

Cuadro profético sobre el culto a María

1 Cuando el pequeño equipo de juego entró en la casa, casi nadie se dio cuenta, porque todos todavía estaban ocupados con Tulia.

2 Algunos la consolaban y otros la atendían con celo exagerado; pues temían que pudiera volver a morirse.

3 Incluso hasta María y Eudosia estaban ocupadas con ella y le traían los más diversos fortificantes y refrescos.

4 Los hijos de José, incluso Jacobo, estaban preparando la cena.

5 Solamente José y Jonatán se habían apartado y estaban hablando de recuerdos.

6 Ellos fueron los únicos que se enteraron de la vuelta del pequeño grupo y se levantaron para recibir al Niño y a Cirenio.

7 El Niño fue directamente hacia José y criticó:

8 «¡Estos insensatos!, ¿cuánto tiempo todavía consolarán y reanimarán a la resucitada?

9 Ya hace buen rato que su estado es perfecto y no volverá a morirse antes de su debido tiempo. ¿Qué quieren estos insensatos?».

10 «¿Qué nos importa?», le contestó José. «Dejémosles la alegría, pues no perdemos nada con ello».

11 «Cierto es, y en realidad también a mí me da igual. Pero hay algo que sí debería importar:

12 Ya que una resucitada merece semejante admiración, entonces el Salvador, por lo menos, no debería caer del todo en el olvido».

13 «Hijo mío, ¡tienes toda la razón! ¿Pero qué podemos hacer?

14 Si te presentase como el Salvador te descubriría demasiado pronto ante aquellos que aún no te conocen.

15 Y si se lo insinuases en su alma, entonces caerían en un juicio.35

16 Por eso dejémosles como son. Nosotros, mientras tanto, nos hemos apartado un poco para entregarnos al espíritu y a la Verdad.

17 En cuanto se hayan cansado de prestar tanta atención a la romana, volverán a reunirse con nosotros».

18 En esto el Niño dijo: «Ved en ello un cuadro del futuro:

19 Porque vendrá el día en que los que estén bajo nuestro techo36, se ocuparán de la misma manera con la romana37 muerta por razones mundanas.

20 Y, entre los romanos38 y la romana, rendirán un gran culto a María.

21 Pero aun así los que estén bajo nuestro techo no congeniarán con nosotros sino que seguirán siendo lo que ya son ahora: paganos. Y a mí no me considerarán, sino únicamente a María...

22 El grupo de mis verdaderos compañeros siempre será muy reducido y ante el mundo quedará siempre en la sombra.

23 Tulia fue una mendiga.

24 Mi agua viva le dio la vista y luego se volvió una primera dama en el gran reino de los paganos.

25 Sus celos le causaron la muerte, pero fue resucitada para que viviera.

26 Ahora vive, pero a mí no me ha descubierto...

27 ¿Acaso tendré que atraer su atención por medio de un juicio?

28 Todavía esperaré algún tiempo, a ver si la romana se levanta y viene a mí, su reanimador.

29 José, ¿comprendes esta parábola?».

Capítulo 199

Significado de la encarnación del Señor

1 José le respondió afirmativamente:

2 «Hijo divino, te he comprendido perfectamente.

3 Pero tengo que confesarte que se trata de una predicción poco agradable.

4 Porque si después de tu venida la mayor parte de la humanidad seguirá siendo pagana o idólatra como antes, para qué sirve entonces tu encarnación?

5 ¿Para qué semejante humillación de tu eterna santidad? ¿Acaso sólo quieres salvar a una minoría? ¿Por qué no a todos?».

6 «¡Pero ¡cuántas preguntas más vanas!», le respondió el Niño.

7 «¿Te has fijado alguna vez en las estrellas del cielo? Y más allá de lo que ves, hay incontables más, nunca vistas por los mortales. Ahora óyeme bien: Cada estrella es un mundo con seres humanos libres.39

8 Y mira: ¡A todos ellos les concierne mi venida!

9 ¿Cómo y por qué? Una vez que estés en mi Reino, lo comprenderás con toda claridad.

10 De modo que no te desconciertes por mi predicción sobre los hombres de esta Tierra;

11 pues tengo un número incontable de ellos y todos precisan de mi venida aquí.

12 Porque así lo exige mi eterno Orden, del cual esta Tierra y también todas las demás surgieron sin número y sin fin.

13 Puedes estar seguro de que en la Tierra todo sucederá como lo he predicho.

14 Pero aun así, la eternamente santa finalidad de mi descenso no será ni mucho menos en vano. Oye, pues:

15 Todos los mundos, Soles y Tierras siguen sus órbitas infinitamente distintas.

16 En todas partes el orden es diferente y reinan leyes diversas;

17 no obstante, en el conjunto todos encajan en mi gran orden fundamental y corresponden a la gran finalidad principal, como los miembros del cuerpo corresponden a su función.

18 Lo mismo se dará con los hombres de la Tierra. Pues llegará el día en que todos reconozcan en su espíritu que no hay más que un Dios, un Señor y un Padre, y sólo una perfecta Vida en Él.

19 ¿Cómo y cuándo? Esto es asunto de Aquel que acaba de decírtelo.

20 Antes tendrán aún que soplar muchos vientos40 por el suelo de la Tierra

21 y tendrá que caer mucha lluvia41 del cielo y mucha madera42 habrá de quemarse hasta que se pueda decir:

22 “He aquí un solo rebaño y un solo Pastor, un solo Dios y un solo hombre que personifica incontables hombres, un Padre y un hijo que personifica incontables hijos”».

23 Como consecuencia de estas palabras del Niño a Cirenio, a Jonatán y a José se les pusieron los pelos de punta.

24 «Hijo mío», dijo José, «¡tus palabras se vuelven cada vez más incomprensibles, maravillosas y terribles!

25 ¿Quién podría concebir su sentido tan infinitamente profundo? Por eso, háblanos conforme a nuestro entendimiento, porque de lo contrario nos ahogaremos en la profundidad de tus palabras.».

26 Con una sonrisa significativa el Niño dijo: «José, precisamente hoy estoy de humor para haceros revelaciones que aún os harán temblar.

27 Y de todo ello deberíais sacar la conclusión de que en mí realmente mora el Señor de la eternidad, y que ahora está entre vosotros... ¡Escuchadme, pues!».

Capítulo 200

Más revelaciones del Niño: Muerte y resurrección de Jesús

1 «José», continuó el Niño, «si te digo que un día los hijos del mundo se apoderarán del Señor y lo matarán con ayuda de Satanás...

2 Que lo cogerán como a un ladrón asesino para arrastrarle a la justicia mundana inspirada en el espíritu del infierno...

3 Y que dicha justicia clavará al Señor de la Gloria en la cruz...

4 Si te digo que le pasará todo aquello que los profetas, cuyas palabras te son bien conocidas, han vaticinado, ¿qué dirás?».

5 Con estas palabras del Niño los tres se asustaron sobremanera y José protestó violentamente:

6 «Jesús, divino Hijo, ¡que no te ocurra esto!

7 ¡Que la mano que ose tocarte sea eternamente maldita! ¡Y que el alma de esa criatura sufra eternamente los mayores martirios por su sacrilegio!».

8 Cirenio y Jonatán se unieron a la protesta de José.

9 «Si una cosa parecida es posible, entonces seré el tirano más cruel a partir de hoy», exclamó Cirenio.

10 «Doscientos mil soldados experimentados están a mis órdenes y una sola señal mía basta para traer muerte y destrucción al mundo!

11 ¡Antes de que un desvergonzado diablo de hombre pueda poner sus manos satánicas en este Niño, mandaría matar a todos los de la Tierra!».

12 Con una sonrisa el Niño dijo: «Quedarían todavía tus soldados... ¿Quién acabaría con ellos?

13 Mira, mi querido Cirenio: Aquel que sabe lo que hace y comete una injusticia, es un pecador.

14 Pero el que aun cometiendo una injusticia no sabe lo que hace, a ese le será perdonada.

15 Aquel que no quiere hacer injusticia alguna por sí mismo, pero al ser obligado no se opone y la comete, es un esclavo del infierno y atrae su propio juicio.

16 El infierno sabe muy bien que es más fácil tratar con instrumentos ciegos que conscientes.

17 Por esta razón mantiene continuamente a los ciegos a sueldo. Y precisamente esos ciegos son los que clavarán en la cruz al Señor de la Gloria.

18 Pero como vas a castigar a un ciego, si este tropieza en el camino con una piedra y se rompe brazos y piernas?

19 Por eso, ¡detén tu poder que traería al mundo más desgracia que justicia!

20 Y para que lo sepas ya: Aunque los hombres en su ceguera den muerte a su cuerpo físico, lo que no afectará en absoluto ni a su Espíritu, fuerza ni poder, Él, de inmediato, resurgirá por su propia Omnipotencia...

21 Y, precisamente de esta manera, abrirá a toda criatura el camino a la Vida eterna».

22 Las palabras alteradas de Cirenio habían llamado la atención de todos los que estaban ocupados con Tulia, de modo que todos quisieron acercarse al pequeño grupo.

23 Pero el Niño los rechazó: «¡Preocupaos de lo vuestro, porque lo que nosotros estamos discutiendo no es para ciegos como vosotros!».

Capítulo 201

Una predicción triste: El Señor y sus seguidores

serán menospreciados por el mundo

1 Entre los rechazados también se encontraban María, Eudosia y Jacobo.

2 A pesar del desaire sufrido, María se acercó al pequeño grupo y Eudosia y Jacobo le siguieron.

3 María se inclinó hacia el Niño y dijo con un suspiro:

4 «¡Oye, hijito mío, estás bastante impertinente, hoy!

5 Si ahora, ya, me echas, ¿qué harás de mí el día que seas mayor?

6 Mira, ¡no debes ser tan duro con la mujer que te llevó debajo del corazón y que sufrió tantas penas por ti!».

7 El Niño la miró con cariño pero le dijo con seriedad:

8 «¿Cómo es que me llamas “hijito mío”? ¿Acaso ya no te acuerdas de lo que el ángel te dijo?

9 ¿Cómo te dijo que debías llamar a Aquel a quien ibas a dar a luz?

10 Dijo: “El santo que nacerá de ti será el Hijo del Altísimo”.

11 Siendo así, ¿cómo es que me llamas “hijito mío”?

12 Si fuera tu hijo, te dedicarías a mí más que a Tulia.

13 Pero como no lo soy, ella está más cerca de tu corazón que Yo.

14 Cuando vuelvo a la casa después de jugar, no hay nadie que me reciba con el corazón ardiente.

15 Soy como el pan de cada día para los empleados de una casa; y nadie abre los brazos para recibirme.

16 Pero si se presenta una chismosa, es recibida con todos los honores.

17 Es lo que pasa con Tulia, y eso después de que Yo le haya devuelto la vida...

18 De mí, del Salvador que da la vida, casi ni tomáis nota.

19 Dime tú misma si eso está bien.

20 ¿Acaso no soy más que cualquier chismosa entrometida del mundo y más que Tulia?

21 Ay, futuros seguidores míos ¡preparaos! Pues, os cabrá la misma suerte que ahora me cabe a mí:

22 En cuanto vuestros protectores reciban la visita de sus chismosas, os relegarán a cualquier rincón asqueroso, sólo para que no los molestéis».

23 Estas palabras penetraron profundamente en el corazón de María y se las tomó muy a pecho.

Capítulo 202

El Niño se queja de la poca atención que se le presta

1 A continuación Jacobo se dirigió al Niño.

2 «Oye, mi querido Jesús, cuando de vez en tanto te vuelves impertinente casi no hay quien pueda soportarte.

3 Supongo que también tendrás preparada para mí una reprimenda como la de la madre María.

4 Si quieres, puedes quejarte también de mí, pero te diré que estoy triste porque no me has invitado a ese juego que me habría gustado mucho».

5 «Oh, Jacobo, ¡no temas si te digo algo,

6 porque conozco muy bien tus continuas atenciones conmigo.

7 Además, ¡tantas veces nos toca la misma suerte!...

8 ¡Cuántas veces sales conmigo, y a la vuelta me llevas en tus brazos aunque sea desde la ciudad, donde tenías que hacer algo y me llevaste!

9 ¿Acaso viene alguien a nuestro encuentro? Salimos sin compañía. Volvemos, y no hay ni un alma que nos reciba.

10 Solos salimos, solos volvemos...

11 Pero si acaso nos retrasamos un cuarto de hora, entonces ya nos está esperando un sermón.

12 Y cuando estamos en casa, no debemos decir esta boca es mía; de lo contrario no faltarán broncas.

13 Dime, charlando tanto de las cosas más diversas, ¿acaso formamos parte de sus interesantes temas, aunque no fueran más que unas pocas palabras al día?

14 Si algún conocido de la ciudad anuncia su visita para cierto día,

15 entonces todos se alegran durante los días que faltan, y la visita da todavía motivo para charlar después durante otros tres días.

16 Cuando el amigo llega, todos vienen corriendo a su encuentro; y cuando se va, todos le acompañan hasta al umbral de su casa.

17 Pero si nosotros salimos y volvemos, en nuestra casa no hay ni un gato que tome nota de nosotros.

18 Pero cuando se presenta uno de esos chismosos elocuentes, entonces pronto oiremos las palabras: “Jacobo, ahora vas a salir un poco con el Niño”.

19 Salimos sin demora, y sin compañía, sabiendo que no es oportuno que volvamos antes que el chismoso se haya dignado volver a su casa, y además bien acompañado...

20 Sólo cuando vienen Cirenio o Jonatán, entonces también nos consideran a nosotros; si no, les estorbamos en sus importantes reflexiones.

21 Por eso no pienses que voy a decirte algo que te aflija. Pues en lo que se refiere a la importancia que nos dan y al cariño que nos tienen, estamos en las mismas condiciones...

22 Si durante todo el día no nos movemos y si no abrimos la boca, entonces somos unos “niños bien educados”. Y aparte de esta afirmación, ¡nada! ¿Acaso estás satisfecho con semejante recompensa? Yo, por lo menos, ¡no!».

23 Al oír estas palabras, María y José se inquietaron sobremanera. Pero en seguida el Niño los tranquilizó: «Lo pasado pasó... ¡Pero en adelante podría ser algo mejor!».

Capítulo 203

Diferencia entre disimulo y prudencia

1 «Y ahora me vas a escuchar a mí», dijo José al Niño,

2 «aunque lo que voy a decir no es para que lo oigas Tú, sino más bien para que lo oigan los demás.

3 Pues, sé muy bien que tú lees hasta mis pensamientos más íntimos.

4 Es verdad que muchas veces somos indiferentes contigo;

5 pero tal indiferencia no es más que una máscara que disimula el profundo respeto que te guardamos y que también disimula nuestro gran amor hacia ti, todo ello para no descubrir tu presencia ante el cruel mundo.

6 No hay quien conozca el mundo mejor que Tú; por lo que también tienes que ser el primero en reconocer que nuestro comportamiento ante la gente ha tenido que ser así.

7 No obstante, te ruego que nos perdones la aparente indiferencia de nuestros corazones que, aun así, en tu presencia siempre se iluminan como la aurora.

8 Teniendo en cuenta lo que dijiste, en adelante nos comportaremos contigo según los impulsos del corazón».

9 «Lo que dices es cierto», observó el Niño, «pero aun así hay una considerable diferencia entre el disimulo y la prudencia:

10 Detrás de una máscara el alma se enfría, mientras que la prudencia la calienta.

11 Además, ¿para qué una máscara cuando con la prudencia se consigue lo mismo? ¿Para qué el disimulo cuando la sabiduría ofrece miles de recursos naturales que mantienen la discreción.

12 Yo soy el Señor al que todo el infinito tiene que obedecer a la menor señal; pues todo lo que existe no es más que una idea mía realizada, una palabra pronunciada por mi boca.

13 Siendo así, ¿cómo disimular tus sentimientos va a ser un medio más eficaz que mi eterna Omnipotencia para mantener mi seguridad ante el mundo?

14 Un solo hálito de mi boca y ¡toda la creación visible dejaría de existir!

15 ¿Acaso piensas realmente que precisamos tu indiferencia simulada para protegernos contra la persecución del mundo? ¡Por supuesto, que no!

16 Y sabe que no guardo el incógnito por miedo al mundo, ni mucho menos.

17 Si el mundo en su maldad me reconociera, caería en un juicio43. Es únicamente para evitar semejante juicio por lo que guardo el incógnito...

18 De modo que en adelante sed sabios y prudentes a causa de la salvación del mundo.

19 Pero absteneos de toda clase de farsas porque, aun con los mejores propósitos, siempre siguen siendo atributo del infierno.

20 Y tú, María, ¡vuelve a tu amor inicial! Porque si no, un día sufrirás mucha aflicción por haberme tratado ahora a través de una máscara fría puesta delante de tu corazón».

21 Estas palabras del Niño partieron el alma de María que, con el impulso de todo su amor, lo levantó y estrechó contra su pecho; y lo acarició con todo el calor de su amor maternal.

Capítulo 204

Parábola del rey pretendiente

1 Después de haberle acariciado un buen rato con este cariño sublime, María le preguntó toda preocupada:

2 «Mi Jesús, ¿volverás a amarme, a tu sierva, como esta sierva te amará eternamente?».

3 El Niño le sonrió cariñosamente y dijo:

4 «Pero ¡vaya disparate de pregunta!

5 Si Yo no te amase más que tú a mí, ¿qué sería de ti?

6 Aun si me amases con el fuego de todos los Soles, este amor no sería todavía nada en comparación con el Amor con el que amo al hombre más malvado aun dentro de mi ira.

7 Y aun mi misma ira es más Amor que el mayor amor del que tú serías capaz.

8 De todo ello puedes deducir la dimensión de mi verdadero Amor hacia ti...

9 ¿Cómo habría podido elegirte nunca como progenitora si no te amase más de lo que toda la eternidad jamás podrá comprender?

10 ¿Ves como tu pregunta ha sido más que vana...?

11 Pero ahora ve buscar a Tulia, porque tengo que hablar de algo muy importante con ella».

12 Inmediatamente María se fue a buscar a la mujer de Cirenio.

13 Tulia entró toda tímida, y el Niño tomó en seguida la palabra:

14 «Tulia resucitada, ¡oye!: Había una vez un gran rey, soltero de gran belleza masculina y dotado de una sabiduría verdaderamente divina.

15 Este rey se dijo: “Voy a buscar una esposa, pero tendrá que ser en un lugar lejano donde nadie me conozca;

16 porque quiero tener una mujer que me ame por mi mismo, por mi sabiduría y no porque soy un gran rey”.

17 De modo que se fue a tierras lejanas y llegó a una ciudad donde en breve trabó conocimiento con una familia.

18 La hija elegida se alegró mucho; pues, en seguida se dio cuenta de la gran sabiduría del pretendiente.

19 Pero el rey pensó: “Veo que me quieres porque mi sabiduría y mi apariencia te atraen.

20 Pero voy a ponerte a prueba, y veremos si realmente me amas. Me disfrazaré de mendigo y te molestaré unas cuantas veces

21 sin que sepas quién se oculta en realidad tras el disfraz.

22 Y el mendigo llevará consigo una cosa mía que atestiguará su íntima relación conmigo.

23 Después será evidente si me amas verdaderamente o no”.

24 El rey lo hizo tal como lo había pensado.

25 Poco después de que aparentemente el rey hubiera partido de viaje, el pretendido mendigo se presentó a la hija de la familia y le dijo:

26 “Estimada hija de esta familia acomodada, soy un pobre y sé que tienes muchas riquezas.

27 Cuando tu admirable novio se fue de viaje y pasó por el portal de la ciudad donde yo estaba sentado, le vi y le pedí una limosna.

28 Se detuvo y me dijo: ‘No llevo conmigo nada que te pueda dar. Lo único que tengo es un obsequio de mi novia, que es muy rica.

29 Preséntate ante ella sin tardar y, en mi nombre, muéstrale el regalo. Seguro que te dará lo que necesitas con la misma certeza que si fuera yo mismo.

30 Tan pronto como vuelva se lo recompensaré mil veces’. Esto es lo que me dijo”.

31 Oyendo esto, la novia se puso muy contenta y le auxilió.

32 El mendigo se fue y volvió después de algunos días.

33 La novia hizo que le dijeran que viniera otro día, porque de momento tenía visita.

34 De modo que el mendigo volvió otro día y pidió que le anunciasen a la novia.

35 Esta vez le dijeron que había salido con algunos amigos, con lo que el pretendido mendigo, entristecido, tuvo que marcharse.

36 Pero cuando llegó al portal de la casa, se encontró con ella que, rodeada de amigos, no le hizo caso.

37 No obstante, el mendigo le dirigió la palabra: “Estimada novia de mi amigo, ¿cómo es posible que le ames si no prestas oído a un amigo suyo?”.

38 “Yo quiero distracción; y en cuanto vuelva tu amigo, volveré a amarle”.

39 Al día siguiente el mendigo volvió y de nuevo la encontró del mejor humor en medio de una compañía muy alegre.

40 Por eso le preguntó: “¿Pero cómo es posible que ames a tu novio? ¡Veo que estás muy alegre en su ausencia - una ausencia por tu causa!”.

41 Y la hija le despachó, diciéndole: “¡Vaya exigencia! ¿Acaso no es suficiente que le ame mientras está aquí? ¿Para qué amarle en su ausencia? Además, ¿quién sabe si él me ama?”.

42 Entonces el pretendido mendigo arrojó su vestido andrajoso y dijo a la no poco sorprendida novia:

43 “Mira, ¿ves? No estaba de viaje, sino que he estado todo el tiempo aquí para poner tu amor a prueba.

44 Ahora resulta evidente que casi no te acordabas de tu novio... Y a quien te mostró la señal de tu juramento, lo rechazaste y le pusiste en ridículo porque tu compañía mundana te gusta más.

45 Y aquel que ahora está delante de ti es el gran rey al que pertenece todo el mundo.

46 Ahora este rey te devuelve mil veces tanto como le diste. Pero a ti misma te vuelve las espaldas para siempre, de modo que no volverás a ver su semblante...”.

47 Tulia, ¿conoces a este rey y a este mendigo? ¡Soy Yo! ¡Y tú eres la hija!

48 En el mundo serás feliz. ¿Pero después? ¡La parábola te lo dice!

49 Yo te di la vida y una gran fortuna. ¿Cómo es posible que ya no te acuerdes de mí?

50 ¡Oh romana, nacida ciega! ¡Yo te di la Luz y tú no me reconociste!

51 Yo te di un hombre de los Cielos para marido... Y quisiste para ti hasta la parte de su amor que me corresponde a mí...

52 Moriste y Yo te resucité. A cambio aceptaste el homenaje del mundo, olvidándote de mí.

53 Ahora, como hice que te llamasen, tiemblas ante mí como una adultera...

54 Dime, ¿qué puedo hacer contigo?

55 ¿Acaso debería continuar mendigando a tu puerta?

56 ¡Te digo que no lo haré; voy a darte la parte que te corresponde y estaremos en paz!».

57 Estas palabras del Niño hicieron que todos los presentes se espantasen.

58 Sin más, el Niño invitó a Jacobo a dar un paseo a solas, y los dos no volvieron hasta muy tarde.

Capítulo 205

El manjar preferido de Jesús. La antigua y la nueva Tulia

1 A Tulia le costó un buen rato recuperarse del susto. Luego empezó a llorar amargamente y dijo:

2 «Oh, Señor, ¿por qué tuve que recibir la vista en esta casa, y por qué ser la mujer de Cirenio? ¿Para después tener que sufrir tanto por mi felicidad imaginaria?

3 ¿Por qué resucitaste la muerta?... ¿Por qué tuvo que volver la vida a mi corazón?

4 ¿Acaso nací para el martirio? ¿Por qué precisamente yo, mientras que miles de otros viven tranquila y felizmente sin conocer las lágrimas del dolor?».

5 Movida de compasión, María la consoló.

6 «Tulia, ¡no debes rebelarte contra el Señor, tu Dios y mi Dios!

7 Ya sabes que es propio del Señor exponer a duras pruebas precisamente a aquellos que ama.

8 Reconócelo en tu corazón y despierta de nuevo tu amor hacia Él. Y verás como olvidará su amenaza y te aceptará de nuevo en su Gracia.

9 En muchos casos, por medio de los profetas, Él amenazó a los malvados y les anunció su exterminio para el día siguiente, indicándoles hasta el lugar donde los perros lamerían su sangre.

10 Pero si a continuación el malvado se arrepintió e hizo penitencia, Él en seguida dijo al profeta: “¿Acaso no ves que está haciendo penitencia? ¡Por esa razón no le castigaré!”.

11 Cuando Dios eligió a Jonás para que anunciase a los ninivitas su exterminio por haberse entregado a toda clase de pecados,

12 el profeta no quiso ir y contestó: “Señor, sé que muy raras veces ejecutas las amenazas que haces anunciar a los profetas.

13 Por eso prefiero no ir, para que cuando, seguramente, vuelvas a tener piedad de ellos, mi credibilidad de profeta no quede perjudicada”.

14 Ves que hasta ese profeta tenía sus dudas justificadas sobre la ira de Dios...

15 Ahora te aconsejo hacer lo mismo que hicieron los ninivitas y verás que la Gracia del Señor de nuevo será contigo».

16 Con estas palabras Tulia recobró el valor, empezó a mirar en su interior y pronto descubrió bastantes faltas en sí misma.

17 «María, oh, ¡te digo que ahora empiezo a ver más claramente por qué el Señor me castiga de esta manera!

18 Veo que mi corazón está lleno de pecados y de impurezas. ¿Cómo podré jamas purificarlo?

19 ¿Cómo podría atreverme a amar al más santo de todos los santos con un corazón tan impuro?».

20 «Precisamente por ello tienes que amarle, consciente del arrepentimiento de tu culpabilidad. Sólo tal amor puede purificarte ante Él».

21 Muy tarde, el Niño y Jacobo volvieron al fin a casa. El Niño se dirigió directamente a María y pidió algo para comer. En seguida le sacó pan con mantequilla y miel.

22 «Todavía veo otro alimento», dijo el Niño, «¡dame también de ello! Se trata del corazón de Tulia... Ya que me lo has preparado, ¡dámelo ahora!».

23 Con estas palabras del Señor, Tulia cayó llorando de rodillas ante Él.

24 Al verlo, María suplicó al Niño: «Señor, ¡ten piedad de esta pobre que sufre tanto!».

25 «¡Desde hace mucho tiempo tengo piedad de ella!», le respondió el Niño, «porque si no, nunca la habría resucitado. Ella misma era la que no quería hacer caso de mi misericordia. Pues prefirió disputar conmigo en su corazón, en vez de recibirme en él.

26 Pero como ahora me ha dado su corazón, he hecho con ella lo mismo que hice con los ninivitas».

27 Pronunciadas estas palabras, el Niño se acercó a Tulia y le dijo:

28 «¿Sabes? hoy ya estoy bastante cansado. Hace días que no me has llevado en tus brazos y siempre me ha gustado mucho estar en tus brazos porque son muy suaves...

29 ¡Levántate ahora y tómame de nuevo, y siente la dulce bienaventuranza de tener al Señor de la Vida en brazos!».

30 El corazón de Tulia ya no pudo más.

31 Con todo el amor de su corazón tomó al Niño en sus brazos y, anegada en lágrimas, logró decir:

32 «Señor, oh Señor, ¡casi no puedo creer que después de tu terrible amenaza espantosa seas ahora tan misericordioso conmigo!».

33 «Porque despediste a tu antiguo yo que me repugnaba, mientras que ahora veo a una nueva Tulia, digna de mí...

34 Y ahora ya puedes calmarte, porque de nuevo te quiero mucho».

35 Esta escena conmovió a todos los presentes hasta hacerlos llorar.

Capítulo 206

Palabras sabias del Niño sobre las diferentes lágrimas

1 Cuanto más tiempo Tulia tenía al Niño en sus brazos, tanto más reconocía los errores de su vida, por lo que repetidas veces estalló en sollozos.

2 «Mi querida Tulia», le dijo el Niño, «éste es otro detalle que no me gusta de ti: ¿Por qué continuas llorando, teniéndome a mí en tus brazos?

3 Sería más conveniente que estuvieras contenta y alegre, porque no me gustan las lágrimas de los hombres que se vierten cuando no hacen falta.

4 ¿Acaso piensas que tus lágrimas purifican de tus pecados tu corazón ante mí?

5 ¡Eso es absurdo! Aunque tus lágrimas corran por tus mejillas,

6 si no pasan por tu corazón, poco lo limpian. Lo que es peor: Muchas veces las lágrimas son causa de que el corazón se cierre, por lo que luego ya no puede entrar nada en él, ni lo bueno ni lo malo...

7 Y esto causa la muerte del espíritu que mora en el corazón,

8 porque una persona triste siempre es un ser que anda ofendido, situación en la que no admite nada.

9 Yo no puse más que tres clases de lágrimas en el ojo del hombre: Las de la alegría, las de la compasión y las causadas por el dolor.

10 Estas me agradan. Pero las lágrimas de la tristeza, las del arrepentimiento y las de la cólera surgen de la compasión por uno mismo; son frutos de la propia cosecha y no tienen valor alguno para mí:

11 Las lágrimas de la tristeza surgen de un alma herida y piden recompensa. Si no llega, los sentimientos se transforman fácilmente en odio latente y luego en sed de venganza.

12 Las lágrimas de arrepentimiento son de origen semejante. Aparecen sólo después del pecado, y eso sólo cuando el pecado ya ha causado una consecuencia penosa.

13 No han sido vertidas por haber cometido el pecado sino por el castigo sufrido.

14 De modo que tampoco estas lágrimas mejoran el corazón, porque en este caso el hombre no rehuye el pecado por amor a mí sino por miedo a un posible castigo. ¡Y eso es peor que el pecado mismo!

15 En cuanto a las lágrimas de la ira, no merecen ni ser mencionadas porque proceden de una fuente que brota del infierno más profundo.

16 Las lágrimas de la ira no humedecen el ojo, pero sí las lágrimas del arrepentimiento.

17 Pero sécate también éstas de tus ojos, porque ya ves que no me agradan».

18 Entonces Tulia dejó de llorar, se secó los ojos y reconoció: «Señor, ¡eres infinitamente sabio y bueno!

19 ¡Qué feliz podría ser ahora si no fuese una pecadora!

20 Pero en Roma, por orden del emperador, tuve que venerar a un ídolo, hecho que me roe el corazón como un gusano malo».

21 «Mujer, ¡este pecado ya te lo perdoné antes de que lo hubieras cometido!

22 Pero fuiste celosa por el amor que Cirenio me tiene... ¡Esto es un gran pecado! No obstante, te lo he perdonado todo y como de nuevo me amas, estás pura. ¡Alégrate, pues, y sé feliz!».

23 Tulia y toda la familia se sosegaron y se reanimaron, y, todos alegres, se fueron a cenar.

Capítulo 207

El Niño predice una noche tormentosa

1 Después de la cena José bendijo a todos los participantes. También el Niño los bendijo y añadió:

2 «Ahora podéis ir a descansar. Y no os asustéis si durante la noche se presenta un pequeño temporal,

3 porque nadie sufrirá daño alguno.

4 Sed conscientes de que Aquel que está aquí con vosotros es también el Señor de las tempestades».

5 Pero los marineros de Cirenio se quedaron preocupados por el barco y uno de ellos dijo:

6 «Este Niño es un verdadero profeta porque predice las desgracias.

7 Por eso conviene que vayamos al barco de Cirenio, para estar seguros de que está debidamente amarrado ante una tormenta».

8 Entonces Jonatán se levantó.

9 «No os preocupéis por el barco, porque el Señor sabrá cuidar de él;

10 además dispongo allí de personal muy experimentado que ya se ocupará del barco del prefecto».

11 Todos se tranquilizaron y se retiraron para descansar.

12 María preparó un pequeño lecho al lado del suyo y acostó al Niño.

13 Habitualmente ella y Eudosia dormían en la misma cama.

14 Pero aquella noche Eudosia le confesó:

15 «María, estoy pasando mucho miedo debido a la tormenta anunciada.

16 ¿No podríamos, por esta vez, acostar al Niño en medio de las dos?

17 Así estaríamos bien protegidas contra cualquier peligro.».

18 El Niño sonrió por la preocupación de Eudosia y exclamó:

19 «Vaya, Eudosia, a veces eres bien lúcida, pero otras veces eres tonta de remate.

20 ¿Acaso piensas que para poder protegerte tienes que tenerme en brazos?

21 ¡Entonces estás completamente equivocada, porque mi brazo abarca mucho más de lo que te puedes imaginar!

22 Aun si te encontrases al final del mundo, ¡también allí podría protegerte igual que aquí!

23 Por lo tanto ¡tranquilízate! Si ahora vas a acostarte como de costumbre, mañana te levantarás sana y salva!».

Capítulo 208

José maldice la tempestad

1 Dos horas después de que todos se hubieron acostado, de repente un huracán sacudió la casa,

2 de modo que todos se despertaron.

3 Como no faltaban rayos acompañados por truenos impetuosos,

4 todos se atemorizaron y empezaron a temblar de miedo.

5 Pero cuando aún se añadió el aullido de diversos animales feroces, los invitados pensaron que su última hora había llegado.

6 Buscando protección, todos se refugiaron en el cuarto donde se encontraban José, Cirenio y Jonatán.

7 José se levantó, encendió la luz y procuró calmar a los acobardados,

8 y el gigantesco Jonatán y Cirenio le ayudaron.

9 Pero cuando, para colmo, aún aparecieron las cabezas de algunos tigres en las ventanas y pasaron sus garras por las verjas, entonces un miedo mortal se apoderó de los invitados.

10 Cuando hasta a José le pareció que los elementos estaban exagerando, se irritó y amenazó a la tormenta:

11 «En nombre de aquel que vive aquí y es el Señor de las eternidades, ¡cállate, monstruo!

12 ¡Y deja para siempre de molestar a los que necesitan descansar! ¡Así sea!».

13 El ímpetu con el que José dijo estas palabras, asustó a los presentes aún más que la misma tormenta.

14 Pero ni aun así la tormenta quiso hacerle caso, con lo que aumentó el ardor de su amenaza.

15 Los elementos, evidentemente, se rieron de él.

16 Entonces José se puso furioso y maldijo la tormenta desobediente.

17 En aquel momento el Niño se despertó y avisó a Jacobo que se encontraba al lado de su lecho:

18 «Anda, Jacobo, dile a José que retire su maldición, porque no conoce lo que ha maldecido.

19 Mañana sabrá la razón fundada de esta tormenta que, de todos modos, dentro de algunos momentos terminará».

20 En seguida Jacobo se dirigió a José y le repitió las palabras del Niño.

21 Entonces José volvió sobre sí y cumplió la petición del Niño. Pronto la tormenta se calmó y las bestias se dispersaron, y todos volvieron a acostarse.

Capítulo 209

Motivo de la tormenta: El exterminio de unos ladrones asesinos

1 Al día siguiente, como de costumbre, José se levantó muy pronto y repartió el trabajo entre sus hijos,

2 que, sobre todo, tenían que preocuparse de preparar un buen desayuno.

3 Luego salió afuera para examinar el daño que la tormenta había causado.

4 En seguida descubrió una gran cantidad de huesos humanos mordisqueados

5 y vio unos cuantos sitios manchados de sangre.

6 El escenario macabro le espantó y no podía explicarse lo que había sucedido.

7 Pero más adelante encontró también una gran cantidad de puñales y lanzas pequeñas, en gran parte manchadas de sangre.

8 Viendo todo aquello, una Luz empezó a encendérsele y le quedó claro cuál había sido la razón de la tormenta, y por qué esta había atraído a las bestias.

9 En seguida llamó a sus hijos para que recogieran las osamentas y las armas.

10 Al cabo de hora y media, estos habían hecho al pie de un árbol un montón de huesos y a su lado uno de armas manchadas de sangre.

11 Solamente después del desayuno José llevó a sus amigos Cirenio y Jonatán a tan macabro lugar.

12 Con las manos en la cabeza, Cirenio exclamó:

13 «¡Por el Dios todopoderoso!, ¿qué significa todo eso?

14 ¿De dónde han salido esta osamenta y las armas llenas de sangre?

15 José, amigo mío, ¿no intuyes algo que te dé Luz sobre el motivo de este horror?».

16 «Debe tratarse de piratas o de los amotinados que persiguieron tu barco.

17 Pero antes vamos a quemarlo todo,

18 y luego podremos reflexionar más profundamente sobre este asunto».

19 Cirenio estuvo de acuerdo y mandó a sus hombres a buscar madera.

20 Después de varias horas todo estaba quemado.

Capítulo 210

El Niño da tres vueltas por el lugar de la hoguera.

Sus palabras proféticas

1 Como así fue la Voluntad del Señor, aparte de los siervos de Cirenio ninguno de los invitados se enteró de aquella escena macabra.

2 Cuando Tulia, Maronio Pila, los demás militares de Cirenio, María y Jacobo con el Niño salieron aquel día por primera vez al aire libre, el orden estaba ya restablecido.

3 Maronio Pila, con su buen olfato, inmediatamente percibió el olor a quemado.

4 En seguida se dirigió a José: «Noble amigo, ¿no notas un olor a chamusquina?».

5 José lo llevó detrás de la casa y, con el dedo, le señaló el lugar de la hoguera.

6 Pero Maronio continuó preguntando para qué había servido el fuego.

7 Y José dijo: «Hemos quemado algo para evitar que llamase la atención a todo el mundo.

8 Cirenio fue testigo. Dirígete a él y te lo explicará todo».

9 De esta manera fue despachado Maronio y junto con él unos cuantos curiosos más.

10 Después el Niño les pidió a José, Cirenio, Jonatán y Jacobo que le acompañasen a ver los restos de la hoguera.

11 Llegados allí, el Niño dio tres vueltas corriendo alrededor del fuego, cogió un puñal medio quemado y se lo entregó a Cirenio, con las siguientes palabras:

12 «Ves, Cirenio, ahora tus enemigos han sido vencidos; con lo que su intrepidez se transformó en ceniza.

13 Aquí, en mi mano, tengo el resto que queda del enemigo, resto que se ha vuelto inservible.

14 Te lo entrego como testimonio para que, en adelante, no tomes venganza de aquellos que te persiguieron, o de los pocos que todavía queden.

15 ¡Tan inofensiva será tu ira hacia los pocos enemigos que te queden como inservible se ha vuelto lo que queda de este puñal!

16 Estos de aquí te siguieron desde Tiro y querían aniquilarte.

17 Pero Yo sabía el día y la hora en que ibas a encontrarte en peligro.

18 Por eso anoche, en el momento adecuado, hice que se levantara una tormenta que espantara a las bestias de las montañas.

19 Estas tenían que producir pánico entre los amotinados; de modo que, cuando las bestias los atacaron, se encontraron indefensos.

20 Lo mismo sucederá en el futuro: Un inmenso fuego, viniendo de lo alto, caerá sobre los huesos de los malvados y los reducirá a polvo y ceniza.

21 El Señor dará tres vueltas por el lugar del fuego del mundo y nadie le preguntará: “Señor, ¿qué estás haciendo?”.

22 Y sólo a la tercera vuelta la Tierra será liberada del último transporte de ira».

23 Todos arquearon las cejas, pero nadie comprendió el sentido de aquellas palabras.

Capítulo 211

El gran apetito del Niño

1 Más tarde, José preguntó al Niño cómo debía entender sus palabras.

2 Y el Niño le respondió: «José, preguntas en vano,

3 porque hay muchas cosas que no os serán reveladas mientras todavía estéis en la Tierra.

4 Pero aquel que después de esta vida entre en mi Reino espiritual, él será orientado con plena luz.

5 Por eso no me preguntes ahora por cosas que aún no te incumben.

6 De momento haz que traigan suficiente tierra para cubrir todo lo quemado».

7 José habló con Cirenio y este llamó a sus siervos para que hicieran el trabajo.

8 Entretanto había llegado la hora de la comida, y los hijos de José anunciaron que todo estaba preparado.

9 «Han preparado tres grandes pescados», dijo el Niño a José, «y Yo tengo mucho hambre. ¡Vamos, pues!».

10 «¡Muy bien! ¿Pero serán estos tres pescados suficiente para más de cien personas?».

11 «¿Acaso no los has visto? ¿Por qué dudas entonces?

12 Cada uno de los pescados pesa cerca de cincuenta libras, ¡de modo que habrá suficiente para doscientas personas!

13 Volvamos ahora a casa. Tengo unas ganas terribles de comer... ¡Sobre todo el buen pescado del Mediterráneo!».

14 José dio la señal para que todos fueran a comer.

15 Antes de llegar a la casa, Cirenio aprovechó para preguntar al Niño: «¿Es el Mediterráneo realmente un mar que se encuentra en medio de la Tierra?».

16 «Si lo es o no... De todos modos, si quiero que me comprendáis siempre tengo que hablaros a vuestra manera y con vuestras palabras.

17 Después de la comida puedes estudiar el pequeño modelo de la Tierra y tú mismo podrás verificar si la expresión está o no justificada».

18 Junto con Jacobo, el Niño se adelantó a los demás para sentarse en seguida a la mesa.

19 Cuando José llegó, el Niño le sonrió desde la mesa, con un trozo de pescado en la mano.

20 Este detalle le hizo mucha gracia a José. Pero, para guardar el decoro, le dijo:

21 «Hijo mío, ¡qué trozo más grande! ¿Piensas que podrás con él?».

22 Con una sonrisa aún más significativa, el Niño le respondió: «No te preocupes por mi estómago, porque tus antepasados ya cuidaron de tal manera de él con los malos y grandes trozos que frecuentemente me dieron, que nunca podrá volverse demasiado sensible...».

23 José comprendió muy bien lo que el Niño quería decir con aquellas palabras.

Capítulo 212

Jacobo y el Niño se quedan sin comer por no haber rezado

1 Como de costumbre, José bendijo la mesa.

2 Luego preguntó al Niño, si ya había rezado.

3 De nuevo el Niño sonrió y, en voz baja, dijo a Jacobo:

4 «¡Ahora prepárate, verás lo que nos va a pasar! Pues, ¡los dos hemos olvidado la oración y ya hemos probado el pescado...!

5 Responde lo mejor que puedas, porque si no, evidentemente nos tocará otro castigo y vamos a tener que ayunar un poco».

6 Jacobo, un tanto confuso, confesó: «Querido padre, te pido perdón, porque esta vez, los dos, hemos realmente olvidado la oración.».

7 Oyendo esto, José puso una cara sombría y dijo:

8 «Si habéis olvidado la oración, ¡olvidad también la comida hasta la noche! De modo que ya podéis salir para dar buenos paseos».

9 «¡Estamos listos!», dijo el Niño a Jacobo, con picardía. «¿Ves como nos quedamos sin comer?

10 Pero espera todavía un poco. Antes voy a decirle algunas palabras apropiadas a José.

11 Luego, tal vez, habrá manera de negociar un poco eso de los ayunos.».

12 En secreto, Jacobo le respondió: «Señor, ¡haz lo que te parezca mejor, y yo ya seguiré tu ejemplo!».

13 Entonces el Niño preguntó a José: «¿No estarás hablando en serio?».

14 «¡Por supuesto! Porque quien no reza, ¡que tampoco coma!».

15 «Vaya, ¡menuda rigidez!

16 Si Yo fuera tan inclemente como tú, entonces el castigo de ayunar les tocaría a muchos que hoy comen pese a no haber rezado...

17 Pero me gustaría saber a quién, según tú, Yo debería rezar, y por qué...

18 Y después también me gustaría que me dijeras a quién te diriges en tus oraciones, y a quién habría debido rezar el pobre Jacobo.».

19 «Tienes que rezar a Dios, el Señor, tu santo Padre, porque es santo, sumamente santo».

20 «En eso, por cierto, tienes razón.

21 Pero ahí hay un inconveniente fatal: Precisamente al Padre de toda Gloria al que rezas no le conoces...

22 Y todavía pasará mucho tiempo hasta que puedas reconocerlo porque la venda de tus antiguas costumbres te lo impide».

23 Dirigiéndose a Jacobo, el Niño continuó: «¡Salgamos, ya! Verás como también al aire libre se puede conseguir algo de comer, ¡y eso sin oración!».

24 Acto seguido, el Niño salió con Jacobo y no dejó que lo retuvieran.

Capítulo 213

María y Cirenio critican a José

1 Cuando el Niño y Jacobo se habían ido, María criticó a José:

2 «Oye, querido marido mío, ¡a veces eres un poco demasiado severo con el Niño divino!

3 ¿Qué más se puede esperar de un niño normal de dos años y cuatro meses?

4 ¿Quién más lo sometería a una disciplina tan severa?

5 Pero tú lo tratas con una rigidez propia de edad madura...

6 ¡Te digo que tus modos son intolerables! Aunque muchas veces se ve que lo amas, otras veces lo tratas tan rígidamente como si no le tuvieras afecto.».

7 Cirenio, Jonatán, Tulia, Eudosia y Maronio Pila estuvieron de acuerdo con María.

8 «Amigo», añadió Cirenio, «¡a veces realmente no sé a qué atenerme contigo!

9 Por un lado me enseñas a conocer al supremo Ser divino en el Niño,

10 y por otro, acto seguido, exiges de él que rece a Dios...

11 ¿En qué quedamos? El Niño, siendo el mismo ser divino, ¿cómo va a rezar a Dios? ¿No te parece hasta a ti mismo que esta exigencia es absurda?

12 Y en el caso de que el Niño no fuera Aquel al que reconozco y adoro,

13 entonces diría yo que tu exigencia, a un niño de cuna, es más que absurda.

14 ¿Porque quién va a exigir a un niño de dos años y cuatro meses que rece una oración?

15 Por eso no me debes tomar a mal el que yo, un pagano, te diga:

16 ¡Debes padecer una triple ceguera si no eres capaz de tratar al Niño siempre igual!

17 Te digo que mientras que el Niño no esté sentado aquí a mi lado, no tomaré ni un solo bocado.

18 ¿No es ridículo que pidas a Dios que bendiga los alimentos y al mismo tiempo lo despaches de la mesa porque no ha rezado conforme a tus costumbres?

19 Es evidente que por eso el Niño te ha preguntado a Quién rezas tú en realidad, y a Quién habría debido rezar Jacobo.

20 Pero a mí me parece que no has comprendido lo que el Niño quería decirte con estas palabras.».

21 Estas observaciones bien fundadas penetraron el corazón de José; de modo que salió para buscar a los dos.

22 Pero José los llamó en vano; pues ambos se habían alejado rápidamente y nadie sabía a dónde.

Capítulo 214

Los hijos de José en busca del Niño. La verdadera oración

1 Como José ya se estaba preocupando, llamó a sus cuatro hijos mayores y les dijo:

2 «¡Ayudadme a buscar al Niño y a Jacobo! ¡He pecado contra el Niño y ahora mi corazón está muy angustiado!».

3 Después de haberlos buscado a los dos durante más de una hora, los hermanos volvieron sin haberlos encontrado.

4 José, cada vez más afligido, salió de la casa. Apartándose de ella, empezó a llorar a lágrima viva por su imaginado pecado contra el Niño.

5 Llorando de esta manera, oyó una voz que le decía:

6 «José, hombre recto y justo, ¡no llores y no permitas que tu alma se aflija por lo que los hombres te dicen!

7 Porque Yo, a Quien andas buscando, estoy más cerca de ti de lo que piensas.

8 Sigue tu camino en la misma dirección y pronto tus ojos verán a Aquel que ahora te está hablando y a quien buscas».

9 Animado por estas palabras milagrosas, José continuó su camino durante media hora,

10 hasta que llegó a un monte de una altura de unas ciento setenta brazas.

11 «¿Será posible que tenga que subir allí, con el calor que hace?», se preguntó José.

12 De nuevo la voz le habló: «Sí, tienes que subir a este monte porque, únicamente en su cumbre, tus ojos verán al Señor al que no veías cuando estaba sentado a tu lado a la hora de la comida».

13 Oyendo esto, José se olvidó del calor y subió a paso ligero.

14 Pero al acercarse a la cumbre, vio que estaba envuelta en una niebla densa, poco común en las fechas de la Pascua.

15 Y mientras se extrañaba por este fenómeno, aparecieron el Niño y Jacobo de entre la niebla.

16 «Sube con nosotros a la cumbre», dijo el Niño,

17 «porque allí te convencerás de que aún no ha llegado la hora en la que el Señor debe ayunar.

18 Cierto es, no obstante, que un día vendrá la hora en que el Señor ayunará... Pero ahora ¡sígueme!».

19 Y, siguiendo al Niño, José llegó en seguida a la cumbre.

20 Una vez allí, la niebla se disipó; sobre una cruz de cedro pulido había un cordero asado, un cáliz con vino y un pan de trigo.

21 Profundamente sorprendido, José preguntó: «¿Pero de dónde habéis sacado todo esto? ¿Os lo han traído los ángeles o lo has creado Tú, Señor?».

22 Mirando hacia el Sol, el Niño dijo: «José, mira: También esta lámpara de la Tierra se alimenta en mi mesa.

23 Y te digo que en una sola hora consume más de lo que contiene la Tierra que te lleva, y nunca ha pasado hambre o sed... Y convidados como ella los tengo incontables e infinitamente más grandes.

24 Siendo así, supongo que no pensarás que Yo voy a ayunar si me despachas de la mesa porque no quiero adorarme a mi mismo... ¡Eso, al Señor, no le hace falta!

25 Ahora ven a mi mesa y come conmigo pero, por esta vez, sin tu oración tradicional.

26 Porque la verdadera oración es el amor para conmigo. Una vez que me tengas ese amor, puedes ahorrarte todo empeño de tus labios».

27 José se acercó, y comió y bebió de la verdadera mesa del Señor.

Capítulo 215

José lleva la cruz. El evangelio de la cruz

1 Después de esta comida celestial José se dirigió al Niño:

2 «Mi Señor y mi Dios, yo, un pobre anciano, ¡te ruego que me perdones porque es cierto que te he ofendido!

3 Por favor, ¡vuelve conmigo a casa, porque de ninguna manera puedo regresar sin ti! Y si lo hiciera, todos me harían la guerra y me castigarían con duros reproches».

4 «Me iré contigo porque no tengo la intención de instalarme aquí. Pero te impongo una condición:

5 Vas a llevar esta mesa mía en tus hombros, desde aquí hasta la casa.

6 No temas por su peso; aunque te pese un poco, ¡ni te agobiará ni te agotará!».

7 Sin reparos José tomó la cruz. Jacobo recogió lo que sobraba de la comida y los tres se pusieron en camino para volver a casa.

8 Después de un rato José dijo al Niño: «Oye, mi querido Jesús, ¡esta cruz me pesa bastante! ¿No podríamos descansar un poco?».

9 «Como carpintero muchas veces has acarreado cargas más pesadas que esta

10 y nunca te has permitido un descanso antes de haber llegado a tu destino.

11 Ahora, por primera vez, llevas una pequeña carga para mí, ¿y después de mil pasos ya quieres descansar?

12 Oh, José, ¡lleva mi suave yugo sin cansarte y un día en mi Reino recibirás la recompensa merecida!

13 Con esta cruz soportas mi fardo que con su ligero peso te manifiesta lo que Yo represento para ti en este mundo.

14 Y el día en que, en mis brazos, dejes atrás este mundo, esta cruz se transformará en el carro de fuego de Elías en el que, delante de mí, ascenderás sumamente feliz.».

15 José besó la cruz y, al continuar el camino, ya no le pesaba tanto.

16 De modo que la llevó sin descansar el resto que faltaba.

17 En la casa de José todos les estaban esperando con gran aflicción.

18 Cuando los vieron, todos dieron gritos de alegría y con los brazos abiertos vinieron corriendo a su encuentro.

19 María tomó enseguida al Niño en sus brazos y en un arrebato de amor lo acarició fervorosamente.

20 Cirenio, mientras tanto, se quedó estupefacto al ver que José llegaba cargado con una cruz, símbolo de la mayor vergüenza e ignominia.

21 El Niño se irguió en los brazos de la madre y dijo a Cirenio:

22 «¡Te digo que esta señal de la mayor vergüenza se convertirá en el símbolo del supremo honor!

23 Si tú no me sigues llevándola como José ahora, entonces, a su tiempo, no entrarás en mi Reino».

24 Al recibir esta advertencia, Cirenio no hizo más preguntas sobre la carga de José.

Capítulo 216

El régimen alimenticio de Moisés. El régimen según el Nuevo Testamento:

El Señor es el mejor cocinero

1 Conforme a la Voluntad del Niño, todos volvieron a entrar en la casa para sentarse a la mesa.

2 Pues, los tres pescados estaban todavía sin tocar.

3 Con la búsqueda del Niño habían pasado varias horas, de modo que mientras tanto los pescados se habían enfriado;

4 estado en el que los judíos no los debían consumir.

5 Como el Sol aún no se había puesto, su tradición les permitía recalentarlos.

6 Por eso José quiso tomar disposiciones inmediatas para que sus cuatro cocineros se pusieran a refreír el pescado.

7 Pero el Niño le detuvo: «No hace falta, José, porque en adelante también el pescado podrá ser consumido frío, sólo con la condición de que ya esté frito una vez.

8 Pero en vez de refreírlo, haz que traigan limones y un buen aceite,

9 y veréis que, preparado de esta manera, el pescado resulta aún más rico que simplemente refrito».

10 En seguida José cumplió el consejo del Niño y mandó traer un cesto lleno de limones y una tinaja de aceite fresco.

11 Todos los invitados estaban ya ansiosos por probar el pescado preparado de esta nueva manera.

12 Cirenio fue el primero que se sirvió un buen trozo. Añadió un poco de aceite y el zumo de un limón entero,

13 y quedó encantado de lo bien que sabía.

14 Animados por la buena experiencia del prefecto, también los demás invitados se sirvieron pescado y lo prepararon de la manera indicada; y todos estuvieron encantados de su gusto tan bueno.

15 José, después de haber consumido un buen trozo, dijo:

16 «Si alguna vez Moisés hubiera probado el pescado preparado así, ¡seguro que lo habría incluido en su dieta!

17 ¡Pero es evidente que él no entendía de arte culinario como Tú, mi querido Jesús!».

18 Con una sonrisa cariñosa y animada, el Niño le respondió:

19 «Mi querido padre José, ¡Moisés tenía sus motivos!

20 En aquella época estaban en el desierto y ya se sabe que “el hambre es el mejor cocinero”. Muchas veces el pueblo habría comido por hambre carne cruda para su propia perdición.

21 Por eso Moisés tuvo que recomendar en su dieta que los alimentos debían ser consumidos frescos y calientes.

22 Pero a partir de ahora, el Señor es el mejor cocinero, por lo que se puede muy bien comer un pescado frío con limón y aceite.

23 Os digo que el pescado frío pero bien frito corresponde al estado de los paganos... El jugo de limón corresponde a la fuerza que los une y concentra... Y el aceite corresponde a Mi Palabra dirigida a ellos.

24 Comprendes ahora por qué el pescado sabe mejor de esta manera?».

Capítulo 217

Motivo por el que el Mediterráneo puede llevar

este nombre con razón

1 Cuando todos fueron saciados con el pescado frío, agradecieron a José la buena cena y salieron al aire libre, porque el Sol aún no se había puesto del todo.

2 Y cuando la mayor parte del séquito de Cirenio ya estuvo fuera, el Niño le preguntó:

3 «Cirenio, ¿ya no te acuerdas de lo que me preguntaste en la hoguera cuando Yo alababa tanto el buen gusto del pescado del Mediterráneo?».

4 Cirenio reflexionó; pero como no podía acordarse de su pregunta, confesó:

5 «Señor mío, perdóname, pero tengo que reconocer que lo he olvidado del todo».

6 Como Cirenio estaba un tanto desconcertado, el Niño le recordó:

7 «¿No preguntaste si el Mediterráneo se encuentra en el centro de la Tierra?

8 Yo te dije que vieras el modelo del globo terráqueo, para que por medio de él elucidaras de si el Mediterráneo se encuentra realmente en el centro de la Tierra o no.

9 Como ahora tenemos tiempo para resolver este asunto,

10 ¿por qué no buscas el modelo de la Tierra y te convences?».

11 «¡Es verdad! ¡Si no me lo hubieras recordado, lo habría olvidado totalmente!».

12 Entonces Jacobo fue corriendo a buscar el pequeño globo a un cuarto lateral.

13 En seguida Cirenio localizó el Mediterráneo y lo señaló con el dedo.

14 De nuevo el Niño tomó la palabra:

15 «Bueno, Cirenio, ¿qué te parece? ¿Se trata del centro de la Tierra o no?».

16 «Entiendo bien las matemáticas euclidianas y ptolemaicas,

17 y por lo tanto sé por la planimetría que cualquier punto de la superficie de una esfera está en el centro de la superficie;

18 primero, porque tiene la misma relación con el punto central de la esfera, y segundo, porque todas las líneas que llevan a su punto opuesto, tienen la misma curvatura y longitud.

19 Según estos principios, el Mediterráneo lleva su nombre con cierto derecho.

20 Pero mirándolo bien, tengo que afirmar que cualquier otro mar también cumple las mismas condiciones y podría llevar este nombre con el mismo derecho».

21 «En principio tienes razón; ya ves que las relaciones euclidianas aquí no sirven.

22 Pero sí hay una razón por la cual este mar merece el nombre en exclusiva:

23 Porque el verdadero centro se encuentra allí donde está el Señor.

24 Y como Él ahora está donde está el Mediterráneo, aquí está también por lo tanto el centro de la Tierra.

25 He aquí unas reflexiones con las que Euclides nunca soñó; sin embargo son más correctas que las suyas».

26 La explicación despertó el interés de Cirenio.

Capítulo 218

La investigación vana sobre las relaciones divinas.

La ingenuidad infantil, camino hacia la verdadera sabiduría

1 Como Cirenio empezaba a preguntar más, el Niño Jesús le detuvo:

2 «Cirenio, preguntas en vano. Te he mostrado un dedo y ahora quieres la mano entera.

3 Eso no puede ser porque todo necesita su tiempo y su orden inmutable.

4 Cuando ves un árbol en plena flor, también te gustaría tener ya su fruto maduro.

5 Pero eso no es posible porque cada árbol necesita su tiempo y su orden.

6 Y como el tiempo y el orden surgen de mí desde todas las eternidades, no puedo proceder en contra de mí mismo.

7 Por eso, en lo que se refiere al tiempo y al orden, no caben concesiones.

8 Que te conste que te amo con la plenitud de mi fuerza divina; pero respecto al tiempo fugaz no puedo hacerte la concesión ni de un solo minuto...

9 Porque este tiene que fluir como la corriente de un río, continuo y sin cesar, hasta que haya alcanzado las grandes orillas de la inmutable eternidad.

10 Por consiguiente no continúes con tus investigaciones vanas sobre mis profundidades,

11 porque por ese camino no adelantarás ni un palmo, antes del tiempo debido.

12 Así que desiste de tus pesquisas, porque en su tiempo oportuno te lo revelaré todo sin que me lo hayas reclamado.

13 Ahora te habría gustado saber por qué el centro está allí donde Yo estoy...

14 Pero te digo que aún no puedes comprenderlo.

15 De momento, sobre todo, has de tener fe, y en ella debes desarrollar la verdadera humildad de tu espíritu. En cuanto tu espíritu, conforme a su verdadera humildad, haya alcanzado la profundidad necesaria, será posible que ojees lúcidamente mis profundidades.

16 Pero si continúas elevando demasiado tu espíritu con investigaciones, entonces este abandonará cada vez más sus profundidades vivas, con lo que también tú te apartarás y te alejarás de las mías.

17 Y más todavía : Desde ahora toda sabiduría profunda permanecerá oculta a los intelectuales del mundo,

18 mientras que a los sencillos, a los débiles niños y a los huérfanos les será revelada en el corazón.

19 Por eso vuélvete como un niño en tu mente y habrá llegado el tiempo en el que recibirás la sabiduría conveniente.».

20 Cirenio estaba profundamente sorprendido y dijo:

21 «Si es así, ¡entonces nadie debería aprender a leer y a escribir!

22 Porque si lo darás como dote a aquel que lo merece, ¿para qué, entonces, estudiarlo con tanto sacrificio?».

23 «Un estudio adecuado con humilde devoción es un fertilizante para el campo de la sabiduría y, por eso, forma parte de mi Orden.

24 No debes considerar los estudios como finalidad o tomarlos por la sabiduría en sí, sino únicamente como un medio para lograr la sabiduría...

25 Y en cuanto el campo esté fertilizado, ya vendré Yo y sembraré la semilla, de la que después brotará la verdadera sabiduría. ¿Me comprendes?».

26 Cirenio se calló y dejó de preguntar más.

Capítulo 219

La cruz impuesta como expresión del Amor

de Dios a los hombres

1 Después de esta conversación tan instructiva entre el Niño y Cirenio, José preguntó a Jesús qué había que hacer con la cruz que había traído a casa.

2 «Esta cruz ya tiene su dueño y su hogar», le respondió el Niño,

3 «pues, también vosotros decís: “Si el comerciante tiene buena mercancía, no se quedará mucho tiempo con ella;

4 porque en seguida se presentará un comprador interesado”.

5 Y mira: También Yo soy un comerciante de ese estilo... Pues, he traído una buena mercancía como oferta.

6 Y ya ha acudido un comprador que la ha adquirido por su amor hacia mí.

7 ¿Quién es? Es Jonatán, el robusto pescador.

8 ¡Con tanto pescado como nos ha traído tantas veces, no puede irse con las manos vacías! Pues una mano lava la otra:

9 A aquel que ofrece agua, que también le sea ofrecida agua.

10 A aquel que ofrece aceite, que también le sea ofrecido aceite.

11 A aquel que consuela, que también le sea dado consuelo eternamente.

12 Y a aquel que da amor, que también le sea dado amor...

13 Jonatán me ha dado todo su amor y por consiguiente, con esta cruz, también Yo le doy mi Amor.

14 En el agua y el aceite que vosotros me habéis dado, también había amor;

15 pero te digo, José: Prefiero el amor puro al que es con agua y aceite...

16 Ahora la cruz se ha vuelto signo de mi supremo Amor;

17 por eso se la he dado a Jonatán que me tiene un gran amor.

18 Sólo él me ama únicamente por mí, y eso es amor puro.

19 Él ya me amaba sin saber Quién soy, mientras que vosotros no me amabais con la misma intensidad, a pesar de saber Quién, en realidad, soy.

20 Y ves, eso era un amor con bastante agua... Por eso, en este mundo, nunca escaseará el agua en vuestros ojos...

21 Cirenio me amaba con aceite; por eso un día será ungido con el aceite de la Vida, como vosotros seréis refrescados con el agua de la Vida.

22 Pero en mi morada vivirán únicamente aquellos que me aman verdadera e incondicionalmente».

23 Este discurso del Niño causó un gran miedo a José; también Cirenio arqueó las cejas.

24 Pero el Niño añadió: «Bueno, no temáis por esto que vaya a privaros de la cruz, ¡porque todo corazón que da incondicionalmente amor, también recibirá incondicionalmente la cruz!».

25 Esta afirmación hizo que las almas de José y Cirenio se sosegasen.

Capítulo 220

La carne del cuerpo es un atributo pago del pecado

1 Con estas palabras del Niño Jonatán cayó de rodillas, movido por su profundo amor hacia Él, y lloró lágrimas de alegría y gratitud.

2 «¿Os dais cuenta de lo grande que es el amor que Jonatán me tiene?», preguntó el Niño a los demás.

3 «En verdad, os digo: Un día en mi Reino habrá un mundo para él por cada lágrima que ahora brota de sus ojos.

4 A pesar de que ya os he explicado el valor y la diferencia entre las diversas lágrimas, en esta ocasión os repito:

5 Para que una lágrima cuente ante mí, tendrá que ser tan grande como las de Jonatán».

6 Jonatán procuró reanimarse.

7 «Oh, Señor todopoderoso de mi vida, ¿cómo es posible que un pecador como yo pueda merecer tanta Gracia y misericordia de ti?».

8 «Jonatán, ¡pregúntate tú mismo cómo es posible que puedas amarme tan profundamente si fueras un gran pecador como supones!

9 ¿No es el amor hacia mí tan santo como lo soy Yo en mi Divinidad?

10 Si fueras realmente un gran pecador, ¿cómo podrías soportar semejante amor santo en tu corazón?

11 ¿No sabes que cada hombre es santificado en su corazón y renace totalmente nuevo gracias al amor que tiene a Dios?

12 Si estás lleno de este amor, dime, ¿qué puede todavía caber dentro de ti para que lo llames “pecado”?

13 Te digo que la carne de todo hombre es atributo del pecado44; por lo tanto ella ha de morir.

14 Incluso la carne de este cuerpo mío es un atributo del pecado; con lo que tendrá que morir como la tuya.

15 Pero como este tipo de pecado no es voluntario sino que te ha sido impuesto, tampoco grava tu espíritu libre.

16 Por eso tu mérito no es evaluado conforme a tu carne, sino únicamente conforme a las dimensiones del amor que das.

17 No se te preguntará “¿cómo era tu cuerpo?”; pero vendrá el día en que se te preguntará “¿cómo era tu amor?”.

18 Si tiras una piedra al aire, al poco volverá a caer a la Tierra.

19 ¿Sabes por qué? Porque la materia de la Tierra, que es amor en juicio45, la atrae; y también la piedra está repleta de este amor.

20 ¿Y sabes por qué las nubes y las estrellas no caen a Tierra? Porque el Amor celestial las atrae.

21 Como tu corazón está tan lleno de amor a Dios, el eternamente vivo, ¿a dónde te parece que este amor tuyo lleno de vida te llevará?».

22 Esta exposición llenó a todos los presentes de la mayor felicidad, porque ahora sabían a qué atenerse.

Capítulo 221

El Niño aleja los mosquitos molestos

1 Después de esta corrección de las ideas de Jonatán, José insinuó:

2 «Amigos, está haciendo una noche muy agradable. Antes de acostarnos podríamos muy bien salir un poco para dar un paseo al aire libre,

3 porque aquí dentro hace un calor sofocante.

4 Y si nos acostásemos ya, seguro que no podríamos dormir ni descansar».

5 «Yo soy de la misma opinión», observó el Niño,

6 «pero hay que reconocer que fuera, por las tardes, sería aún mucho más agradable si no hubiera tantos insectos molestos que revolotean».

7 «Es verdad. Si hubiera un remedio para alejar estos parásitos inoportunos, sin que fuera contra tu orden, entonces sería muy bienvenido».

8 «¡Se preparará rápidamente un remedio adecuado!

9 Trae una taza con leche de vaca tibia, déjala ahí fuera y verás como miles de mosquitos acudirán a ella y a nosotros nos dejarán en paz».

10 En seguida José llamó a sus hijos para que preparasen la leche.

11 Cuando esta estuvo expuesta al aire libre,

12 en seguida, en la penumbra, se pudo observar un enorme enjambre de mosquitos y otros insectos inoportunos que acudían a la taza.

13 Todos se admiraron por la eficaz de un remedio tan simple que podía atraer miles de mosquitos y concentrarlos encima de la taza donde se peleaban por la leche.

14 «¡Qué cosa más práctica!», exclamó Cirenio.

15 «¡Una insignificante taza de leche tibia puede salvarnos de estos insectos sedientos de sangre!

16 Voy a introducir este remedio en Tiro;

17 pues también allí, por las tardes y las noches, millones de estos insectos molestan a las personas».

18 Pero el Niño le interrumpió con la observación: «Es cierto que el remedio en sí es bueno. Sin embargo, no se puede aplicar en todas partes con el mismo éxito,

19 porque en cada sitio las circunstancias son distintas,

20 y las de aquí no existirán tan fácilmente en otros lugares.

21 Por eso, en ninguna parte este remedio será tan eficaz como aquí...

22 Pero ahora otra cosa: ¡A ver si os fijáis en aquel cometa de allí arriba, en el cielo!».

Capítulo 222

Comentario pagano sobre los cometas como

mensajeros de guerras y desgracia

1 Después de haber observado el cometa con gran interés, Cirenio dijo:

2 «¡Qué astro más extraordinario!

3 Es el primer cometa que veo, pero ya había oído hablar muchas veces de estos celestes mensajeros de la desgracia».

4 Animado por la observación de Cirenio, Maronio Pila se acercó y dijo:

5 «Como hace ya casi siete años que el templo de Jano está cerrado, muchos dicen que

6 ahora Roma tendrá una paz eterna porque el templo de Jano nunca estuvo cerrado durante tanto tiempo...

7 Y ante nuestros ojos, se presenta la señal horrorosa de que, dentro de poco, el templo del Jano estará abierto de nuevo

8 y que en los grandes campos del Marte habrá mucho jaleo».

9 José le preguntó si, en serio, tomaba a los cometas por mensajeros de guerra.

10 «Amigo, ¡es un hecho comprobado! ¡Te digo que habrá guerra y más guerra!».

11 «¡Vaya disputa que se va a armar entre estos dos!», observó Cirenio,

12 «porque José está todavía apegado a su Moisés, y Maronio Pila no puede liberarse de su superstición pagana».

13 «Estimado amigo Cirenio», se defendió José, «¡supongo que te consta que Moisés vale más que el templo del Jano en Roma!».

14 «Sin duda alguna. Pero aquel que tiene al propio Señor Jehová en persona, podrá muy bien dejar todo lo demás aparte, tanto al Moisés como al estúpido Jano, y eso de una vez para siempre.

15 Evidentemente, según leyendas antiguas no confirmadas, los cometas son considerados como mensajeros de la desgracia.

16 No obstante, opino que nuestro querido Jesús en su plenitud divina también es amo del aparente señor de la desgracia. ¿No te parece?».

17 «Por supuesto. Sin embargo, no se puede comparar a Moisés con Jano, ni aun en la presencia del Señor».

18 «No fue mi intención. Pero mientras tenga al Señor, tanto Moisés como Jano me importan poco».

19 «Mantén este adecuado pensamiento tuyo, Cirenio», aclaró el Niño,

20 «porque donde se trata de lo infinito, todas las dimensiones desaparecen, mientras que el cero puede valer millones».

21 Estas palabras del Niño sirvieron a José de lección, por lo que en adelante dejó de hacer propaganda de Moisés ante Cirenio.

Capítulo 223

Naturaleza de los cometas

1 Jonatán, como siempre con ganas de averiguar el por qué de las cosas, se dirigió a José:

2 «He aquí de nuevo algo como el eclipse lunar; seguramente el Señor nos podría sacar de nuestros ensueños.

3 ¿Qué te parece si se lo preguntásemos? ¿Crees que nos respondería?».

4 «Sólo hay que intentarlo.

5 Porque quien confía en el Señor, construye sobre una base sólida.

6 Ve al Niño que ahora está con su madre,

7 pregúntale y ya veremos qué te dice».

8 Con toda humildad Jonatán se acercó al Niño para hacerle la pregunta.

9 Pero el Niño Jesús se le adelantó y le dijo:

10 «Jonatán, ya sé lo que quieres. Y te digo que eso está fuera de tu entendimiento.

11 Pero anda a buscar una pequeña antorcha a la casa,

12 enciéndela y acércate con ella a la fuente de leche preparada para los mosquitos;

13 y te digo que verás un cometa con todas sus características».

14 Jonatán le hizo caso

15 y cuando con la antorcha encendida se acercó a la fuente de leche,

16 descubrió realmente una cola impresionante, formada por supuesto por montones de insectos diversos,

17 siendo la cabeza el cúmulo de encima de la fuente de leche.

18 Todos los que observaron este fenómeno

19 se admiraron por su semejanza con el cometa del cielo.

20 Jonatán preguntó al Niño cómo debía interpretar todo esto, pero la respuesta fue:

21 «Se trata de un secreto y no todos deben saberlo;

22 por eso, de momento, confórmate con lo que te he dicho.

23 De todos modos, mañana será otro día».

Capítulo 224

Más sobre la naturaleza de los cometas

1 Cuanto más cavilaba Jonatán, tanto más aumentaba su confusión.

2 El Niño era consciente de que Jonatán no podía asociar el cometa del recipiente de leche y el celestial.

3 Por eso se alzó y dijo:

4 «Mi querido Jonatán... Ahora, precisamente dentro de ti, está pasando algo que corresponde a la imagen del cometa de la fuente de leche:

5 La fuente de leche, muy grande, representa tu corazón, correspondiendo tu amor a la leche;

6 y encima de ella se encuentra también un enorme enjambre de mosquitos parecido al de encima de la fuente.

7 Este enjambre son tus pensamientos en parte bastante ridículos para relacionar la naturaleza de esos dos cometas.

8 Oye, amigo mío, ¿quién, en realidad, va a tomar la cabeza del cometa cósmico por una fuente de leche y su cola por una nube de mosquitos?

9 ¡Aquí sólo se trata de parábolas, pero de ninguna manera de una perfecta semejanza!

10 ¿Pero sabes acaso lo que es una parábola? ¿Y qué significa una fuente, y la leche dentro de ella...? ¿Y qué el enjambre de mosquitos...?

11 Ves, ¡no lo sabes! Por eso voy a darte una explicación:

12 La fuente representa un receptáculo para guardar substancias portadoras de la fuerza vital que emana de mí.

13 La leche es una de estas substancias.

14 En los insectos la fuerza vital actúa ya libremente,

15 pero si no es alimentada convenientemente, entonces se volverá débil con rapidez y no podrá desarrollarse para pasar a un grado más elevado y perfecto.

16 Bueno... El cometa cósmico no es otra cosa que un mundo relativamente recién creado que se encuentra en su camino de desarrollo.

17 Su núcleo es un receptáculo para recibir y conservar la fuerza vital alimenticia que emana de mí.

18 Esta fuerza vital, por el propio fuego que he metido en ella, se calienta de tal manera que se disuelve en vapores nutritivos.

19 Y para que estos vapores portadores de una fuerza vital ya más evolucionada no puedan disiparse y escapar así del nuevo cuerpo cósmico,

20 son absorbidos por una infinidad de microorganismos que los retienen en la esfera del cometa para que allí le sirvan para su desarrollo perfecto...

21 En esto se parecen el cometa celestial y él de nuestra fuente de leche.

22 Pero ahora deja de investigar más para que tu amor no sufra a causa de tus indagaciones».

23 Muchos escucharon esta explicación pero nadie pudo comprenderla; no obstante, bastantes creyeron que era verídica.

Capítulo 225

Perjuicios de un excesivo estudio profundo de las obras de Dios

1 Dirigiéndose al Niño, Cirenio le preguntó: «Dime, vida mía, ¿por qué no se debe investigar con profundidad tus obras?

2 ¿Cómo es posible que, según tus palabras, tales investigaciones puedan perjudicar al amor hacia ti?

3 Según mi parecer debería ser justamente lo contrario, porque precisamente al estudiar y comprender tus obras más y más profundamente, el amor hacia ti tendrá evidentemente que aumentar y ni mucho menos disminuir...

4 Ya ocurre así entre los hombres, porque cuanto más virtudes descubrimos en una persona, tanto más la apreciamos.

5 ¡Cuánto más, pues, habremos de amarte a ti, al Señor de toda Gloria, al conocerte más y más profundamente!

6 Por eso, vida mía, te ruego que me des más explicaciones sobre esta estrella tan particular,

7 porque mi corazón me dice que, cuanto más comprenda y conozca las profundidades de tu actividad omnipotente y sumamente sabia, tanto más profunda y abnegadamente podré amarte.

8 ¿Cómo podrá alguien amarte como a su Dios y Señor, sin antes haberte conocido y reconocido?

9 Precisamente el hecho de que nuestras almas te hayan conocido es el móvil de nuestro amor hacia ti.

10 Al igual que tuve que conocer y reconocer a mi mujer antes de poder acogerla en mi corazón. De lo contrario, sin haberla conocido, ¡seguro que nunca habría llegado a ser mi mujer!».

11 El Niño sonrió. «Vaya, mi querido Cirenio, si me impartieras más frecuentemente enseñanzas sesudas como estas, ¡llegaría a ser un hombre bien sabio!

12 Pues, ¡menudas novedades me has comunicado!

13 Pero ahora presta atención: Acabas de presentarte ante mí como un maestro porque, pese a mis advertencias de que una búsqueda demasiado intensa en mis obras perjudica al amor del hombre para conmigo, quieres probarme que lo conveniente es única y precisamente la investigación.

14 ¿Cómo, entonces, podría Yo, evidentemente alumno tuyo, enseñarte las cosas que ignoras?

15 Si conoces mejores causas para el desarrollo del amor que aquellos que te indica tu Creador, ¿cómo puedes implorarle que te dé una enseñanza más profunda?

16 ¿Acaso crees que por medio de argumentos racionales, establecidos por el hombre, Dios se dejaría persuadir como si fuera un juez según las leyes mundanas?

17 Oh, Cirenio, ¡estás muy equivocado!

18 Mira, únicamente Yo conozco mi eterno Orden que es la fuente de todas las cosas. ¡Y de este Orden también surgiste tú!

19 El amor de tu espíritu hacia mi es la esencia de tu propia vida.

20 Ahora, si este amor tuyo para conmigo lo quieres traspasar a mis criaturas para que de esta manera luego puedas amarme más,

21 y eso a pesar de que ahora me tienes delante de ti, palpablemente vivo, dime, ¿puede semejante proceso tener sentido para intensificar el amor?

22 Aquel que aún no me conoce y que aún no me tiene, por supuesto, puede muy bien elevarse hasta mí por medio de tus caminos;

23 pero cuando uno ya me tiene en brazos, ¿para qué pueden todavía servir semejantes rodeos?».

24 Cirenio quedó perplejo y un tanto tocado, y nadie hizo más preguntas sobre el cometa.

Capítulo 226

La Divinidad deja de manifestarse en el Niño

1 Una vez acabada la discusión sobre el cometa, el Niño se dirigió a José:

2 «Durante los dos últimos días me he comportado como dueño de esta casa y todos me habéis obedecido.

3 Pero ahora te devuelvo esta función y todo habrá de ser como tú dispongas.

4 En adelante seré como cualquier otro niño, porque ha de ser así; pues también mi carne debe desarrollarse a causa de vuestra salvación.

5 Por lo tanto, de ahora en adelante, ya no esperéis obras milagrosas por mi parte en este país.

6 Pero aun siendo así, no vaciléis en vuestra fe y confianza en mi Omnipotencia,

7 porque sigo siendo lo que fui desde eternidades y seguiré siempre siéndolo, eternamente.

8 Por lo tanto, nunca temáis al mundo que ante mí no representa nada; ¡pero guardaos de vacilar en vuestra fe en mí porque esto sería la muerte de vuestras almas!

9 Vuelve a asumir, pues, los cargos de amo de esta casa y llévala bien en el nombre de mi Padre. Amén.

10 Tú, Cirenio, vuelve mañana de buenos ánimos a Tiro, porque allí ya te están esperando asuntos importantes.

11 Mi Amor y mi Gracia te acompañarán. De modo que puedes estar tranquilo. Pero en todo lo demás arréglatelas con José, porque ahora él es el amo de la casa».

12 A continuación el Niño se dirigió a Jacobo.

13 «Tú ya sabes: Entre nosotros sigue todo como antes.

14 Mientras que todavía estemos en este país, vamos a atenernos a estos arreglos».

15 Tales palabras hicieron que José se entristeciera. Por eso rogó al Niño fervorosamente que, por favor, permaneciera con su Divinidad.

16 Pero en adelante el Niño se expresó como cualquier otro niño de su edad y en sus palabras ya no hubo rastro de nada divino.

17 Pronto tuvo sueño y Jacobo tuvo que llevarle a la cama.

18 Hasta altas horas de la noche todos cavilaron sobre la razón de este cambio en el Niño.

19 Los unos preguntaron a los otros, pero nadie supo dar una respuesta acertada.

20 Al fin José tomó una decisión:

21 «Sabemos lo que tenemos que hacer y con eso vamos a conformarnos.

22 Como ya es muy tarde, vale más que ahora vayamos a descansar».

23 Todos estuvieron de acuerdo y se fueron a dormir.

Capítulo 227

La despensa vacía

1 Al día siguiente, como de costumbre, José fue el primero que se levantó y salió para ver qué día hacía.

2 Todo señalaba un buen día. Luego volvió a entrar en la casa y despertó a sus hijos para que preparasen un buen desayuno para los invitados.

3 Los hijos se levantaron y fueron a ver las provisiones de la despensa.

4 Tras enterarse de lo que quedaba, fueron a decírselo a José.

5 «Oye, padre, no podemos preparar el desayuno,

6 porque en los últimos días la despensa ha estado tan solicitada que ahora, con dificultades, podremos preparar algo para diez personas.

7 Si tuviéramos la comida necesaria, el desayuno estaría preparado dentro de una hora..».

8 José se rascó la oreja y fue a la despensa para convencerse. Los reparos de sus hijos quedaron confirmados, y su embarazo aumentó considerablemente.

9 Aún tras mucho reflexionar no pudo encontrar solución que le salvara del atasco.

10 No sabía cómo salir del problema, cuando se presentó Jonatán. Este abrazó a su viejo amigo y le preguntó por qué tenía una cara tan preocupada.

11 José le llevó a la despensa y le explicó la razón de su embarazo.

12 Pero en seguida Jonatán le tranquilizó.

13 «¡No te aflijas, amigo mío!

14 ¡Te digo que mis despensas están completamente llenas! ¡Todavía me quedan unas cuantas miles de libras de pescado ahumado!

15 Así que llama a tus hijos para que vengan conmigo y dentro de hora y media tu despensa tendrá otro aspecto».

16 A José se le quitó un gran peso de encima y aceptó el ofrecimiento con gran alegría.

17 Aún no había pasado una hora y media, y Jonatán volvió con los cuatro hijos y una gran carga de pescado.

18 Los hijos traían casi 400 libras de pescado ahumado y Jonatán vino con tres barriles de pescado fresco, además de diez grandes panes de trigo.

19 Cuando José vio a los cinco tan cargados, se le llenó el corazón de alegría; se lo agradeció al Señor y luego abrazó a Jonatán.

20 En seguida hubo mucho movimiento en la cocina.

21 También María y Eudosia salieron de su dormitorio y en seguida fueron a ordeñar las vacas.

22 De esta manera fue preparado en media hora un desayuno abundante para más de cien personas.

Capítulo 228

Los auténticos y los falsos siervos de Dios

1 Cuando todos los invitados estuvieron ya levantados, José se dirigió a Cirenio para preguntarle si ya estaba preparado para tomar el desayuno.

2 «Por supuesto, amigo mío», le contestó Cirenio, «estoy listo y junto conmigo todo mi séquito.

3 Pero al mismo tiempo soy consciente que en tus despensas no tienes comida suficientes para poder alimentar durante varios días a más de cien personas.

4 Por eso, ahora mismo daré órdenes a mis siervos para que vayan a la ciudad y traigan los alimentos necesarios».

5 Pero en seguida José le hizo una contrapropuesta:

6 «Eso lo podrías hacer si se tratase de abastecer tu barco.

7 Pero tratándose de abastecer mis despensas, te digo que no te preocupes,

8 porque, primero, el desayuno está ya preparado y, segundo, tengo tantos alimentos en mis despensas que difícilmente los podréis consumir en ocho días».

9 Cirenio se admiró y dijo: «De veras: Si todas las demás evidencias que testimonian tu alta misión no pudieran convencerme de ella,

10 tu increíble altruismo, sí, sería un testimonio palpable.

11 Sí, de esta manera siempre se distinguirán a los verdaderos servidores de Dios de los falsos:

12 Los verdaderos serán siempre altamente desinteresados, mientras que los falsos siempre sacarán algún provecho;

13 porque los verdaderos sirven a Dios en su corazón y allí encuentran también la suprema y eterna recompensa,

14 mientras que los falsos, a causa del mundo, sirven a un espejismo de Dios modelado conforme a su propia mala índole.

15 Por eso buscan recompensas mundanas y cobran exageradamente la menor prestación.

16 Pues, nacido pagano, sé de primera fuente lo que los sacerdotes romanos cobran por cada paso que dan.

17 Un día yo mismo tuve que pagar cien libras de oro al sumo sacerdote por nada más que un consejo...

18 Pregunto: ¿Puede haber sido un verdadero servidor de un verdadero dios?

19 Tú, en cambio, ya me has agasajado durante tres días, y a pesar de haberme dado tantas enseñanzas, ¡no aceptas nada!

20 Ni siquiera para el sustento de mis ocho niños quieres aceptar algo...

21 ¡Con todas estas evidencias me resulta claro cómo se distinguen los verdaderos siervos de Dios de los falsos!».

22 «Hermano, ¡deja eso ahora», le dijo José, «porque incluso estas palabras no es a mí a quien corresponden!

23 ¡Siéntate ya! Siéntate a la mesa porque en seguida van a servir el desayuno».

24 Sin más palabras, Cirenio se sentó a la mesa.

Capítulo 229

El alegre desayuno. José habla sobre la bondad del Señor.

Encantadora escena entre el Niño Jesús y Cirenio

1 Cuando todos estuvieron sentados a la mesa, les sirvieron pescados muy bien preparados.

2 Cirenio no se podía explicar cómo José había podido conseguir tan de mañana tanta cantidad de pescado fresco.

3 José señaló al gigantesco Jonatán y dijo en plan de chanza:

4 «Ves, si tienes un amigo maestro pescador como éste, entonces no hay que esforzarse mucho porque los pescados vienen a tu encuentro».

5 Cirenio sonrió.

6 «Se ve que eso es evidente, ¡sobre todo cuando tienes a uno en la casa!».

7 Profundamente emocionado, José levantó las manos y añadió:

8 «Sí, hermano, ¡además a uno de quien todos nosotros nunca seremos dignos!

9 ¡Que Él bendiga este buen desayuno para que nos fortifique físicamente y a nuestro amor hacia Él, el Santísimo!».

10 Estas palabras de José hicieron que todos los invitados llorasen de emoción. Y todos alabaron al gran Dios en el Niño que estaba durmiendo.

11 Una vez terminadas las alabanzas, los invitados empezaron a comer.

12 Entonces el Niño se despertó por el buen olor que le anunciaba lo que había en la mesa.

13 Con un salto se levantó de su camita y, completamente desnudo, corrió hacia la mesa donde se encontraba la madre para pedirle de comer.

14 María le levantó en seguida y llamó a Jacobo:

15 «¡Corre y tráeme una camiseta limpia para el Niño!».

16 Jacobo no tardó en traer la camiseta pedida.

17 Pero esta vez el Niño no quiso que se la pusieran.

18 Entonces María se puso un poco nerviosa y le advirtió: «Oye, Hijo mío, ¡no es decente sentarse desnudo a la mesa!

19 ¡Si no te dejas vestir, tendré que reñirte!».

20 Al ver al Niño tan tierno, Cirenio, conmovido hasta las lágrimas, rogó a María:

21 «Querida madre, ¡déjamelo a mí, para que por una vez pueda acariciarlo así como está!

22 ¡Quién sabe si en este mundo tendré otra ocasión de que me toque tan infinita suerte!».

23 El Niño le sonrió y quiso ir con él.

24 María lo entregó a Cirenio que se emocionó al tenerlo sobre sus rodillas, donde el Pequeño perneaba alegremente.

25 Cirenio le preguntó qué trozo del pescado quería comer.

26 «¡El trozo blanco aquél que no tiene espinas!», le respondió el Niño, «¿Me lo das directamente en las manos?».

27 Cirenio le dio el mejor trozo y el Niño empezó a comérselo con muchas ganas.

28 Cuando ya hubo comido bastante, dijo a Cirenio: «¡Estaba muy rico! Y ahora ¡vísteme, tú!

29 Pues, cuando tengo hambre, entonces prefiero comer antes y vestirme después».

30 A continuación el Niño dejó de hablar y, todo quieto, dejó que Cirenio le pusiera su camisón.

Capítulo 230

La escena infantil continúa

1 Cuando el Niño estuvo vestido, Cirenio lo preguntó si no quería tomar otro trozo de pescado.

2 «Ya me gustaría tomar un trocito más», respondió el Niño,

3 «pero no me atrevo porque estoy seguro de que la madre va a reñirme».

4 «Oh, mi Niño querido, si yo te lo ofrezco, ¡seguro que no dirá nada!».

5 «Por supuesto, ¡mientras tú estés aquí, seguro que no dirá nada.

6 Pero en cuanto te hayas ido, me llegará una reprimenda severa.

7 ¡No te puedes imaginar cómo se pone mi madre cuando hago algo que no le gusta!».

8 A Cirenio, esta reacción del Niño le hizo mucha gracia. Por eso le preguntó: «¿Y si yo mismo riñera a tu madre por ser tan severa, ¿piensas que se volvería más indulgente contigo?».

9 «¡No hagas eso, te lo ruego! Porque entonces, en cuanto ya no estés aquí, ¡me tocará una reprimenda de madre y muy señora mía!».

10 Cirenio no dejó de tirarle de la lengua:

11 «Mi Niño divino, si tu madre es tan poco indulgente contigo, ¿cómo es posible que a pesar de todo la ames tanto?».

12 «Porque ella lo hace por su gran amor hacia mí; pues siempre está preocupada de que no me pase nada malo.

13 Ya que me quiere tanto, también Yo la quiero mucho. Y si alguna vez me riñe sin razón, también es con buena intención, por lo que igualmente merece mi Amor.

14 Ves, esa es la razón por la que también ahora me reñiría si me comiera aún un trozo más: Pues, teme que podría sentarme mal.

15 Que conste que no me haría mal. Sin embargo, ahora no quiero pecar contra las ideas meticulosas de mi madre.

16 Cuando hace falta, sé abstenerme y cumplir sus preceptos.

17 Pero cuando no es preciso, puedo muy bien hacer lo que a mí me parece bien...

18 Y entonces no me importa si mi madre me riñe o no.

19 Como ahora no es necesario que coma otro trozo de pescado, me abstengo, para que mi madre no me castigue en cuanto tú te hayas ido».

20 Con mucho amor al Niño, Cirenio continuó preguntando:

21 «Ya que tienes tanto respeto a tu madre terrenal, ¿por qué entonces, hace un momento, no querías aceptar que ella te vistiera?

22 ¿No te echará un sermón por ello, en cuanto me haya ido?».

23 «¡No cabe duda, pero eso me importa poco!».

24 «Ya te dije que a veces hago lo que Yo quiero y no pregunto si está bien visto o no.

25 Y entonces no importa si mi madre me riñe, pues, la mueve su buena intención».

26 Al oír esto, María sonrió y dijo en plan de broma:

27 «¡Espera, Tú, y prepárate, porque en cuanto estemos solos ya verás lo que te tocará por haberle contado eso de mí a Cirenio!».

28 «¡No estás hablando en serio!», dijo el Niño sonriendo, «porque cuando estás realmente enfadada, te lo veo en la cara que se pone toda roja. Pero ahora mismo estás guapa y tienes la cara blanca como Yo».

29 Estas palabras del Niño Jesús hicieron que todos se riesen y también Él sonrió. María le tomó en brazos y, acariciándole, le estrechó contra su pecho.

Capítulo 231

La gratitud de Cirenio

1 Poco después de aquella escena infantil el desayuno terminó y José rezó la oración de gracias.

2 Luego Cirenio se dirigió a él con las siguientes palabras:

3 «Amigo mío, los servicios que me has hecho, y también a mi hermano Julio Augusto Quirino Cesar en Roma, son de tanta importancia que jamás podré recompensártelos convenientemente.

4 Pero me resulta imposible dejarte sin recompensa alguna.

5 Bueno, ya sé que no admitirás una recompensa real...

6 Por eso he pensado lo siguiente: Es evidente que este año tu cosecha de cereales será muy escasa.

7 Y hay muchas personas que viven bajo tu techo:

8 Yo soy responsable de nueve y vosotros sois ocho. De modo que en total hacéis diecisiete personas.

9 Mi espíritu me dice que tus reservas de harina están acabándose y que también en tus despensas quedan pocos víveres.

10 tampoco te queda mucha comida para tus animales.

11 Ya ves que estoy bien enterado. Además sé muy bien que casi no os queda ropa ya.

12 Por eso, querido hermano mío, tendrás que aceptar por lo menos lo que de momento necesitas.

13 Me resulta muy claro que sería altamente ridículo que un mortal se propusiera sostener al Señor de todo el infinito que fácilmente podría crear incontables mundos con una sola palabra.

14 Pero también sé que ahora el mismo santo Señor del infinito no quiere hacer continuamente milagros que vayan en contra de su eterno Orden divino, porque cada vez acarrean un juicio46 sobre nosotros que somos seres creados.

15 De modo que por esta vez tendrás que admitir que te dé al menos lo que te haga falta,

16 ¡y no me lo vas a rechazar como de costumbre!».

17 «Pues sí, hermano, me parece que esta vez tendré que hacerte caso.

18 Pero antes de aceptar lo que sea, tendré que consultarlo con el Señor».

19 Entonces el Niño, que estaba jugando con Jacobo, se acercó corriendo y le dijo:

20 «José, ¡acepta todo lo que Cirenio te ofrece porque hay muchas bocas y pocos alimentos!».

21 Con este consejo del Niño, José aceptó la oferta de Cirenio

22 que en seguida le entregó mil libras de plata y setenta libras de oro.

23 José se lo agradeció de todo corazón.

24 Cirenio se puso muy contento: «Reconozco que se me ha quitado un peso del corazón. Y, como mi corazón me lo pide, en vez de irme hoy me iré mañana».

25 José se alegró mucho por esta decisión.

Capítulo 232

José, preocupado por los ladrones

1 Pero José no tenía una caja para guardar el dinero.

2 Por eso Cirenio mandó a sus siervos a la ciudad para que comprasen una.

3 No transcurrieron más de dos horas y trajeron un cajón de cedro muy bonito, que había costado diez libras de plata.

4 Lo llevaron al dormitorio de José, y en seguida sus hijos depositaron todo el pesado dinero en él.

5 Una vez que el dinero estuvo guardado, José reconoció:

6 «Ahora es la primera vez que soy rico en sentido mundano,

7 pues, nunca vi tanto dinero y menos todavía lo tuve.

8 Por otro lado hasta ahora nunca hubo nada en mi casa que pudiera atraer a un ladrón...

9 Sin embargo, desde ahora tendremos que tener los ojos y los oídos bien abiertos para proteger esta fortuna de los ladrones».

10 En seguida Jonatán procuró tranquilizarle:

11 «Puedo decirte muy bien a quiénes acuden los ladrones:

12 ¡Acuden los avaros!

13 Pero como tú eres lo contrario, puedes estar totalmente tranquilo. Pues de todos modos siempre das tres veces más de lo que uno te pide...

14 Por eso, diría yo, que acudirán más bien muchos necesitados. Pero ladrones ¡seguro que no!».

15 En esto, María se acercó a ambos y dijo a José:

16 «Recuerda que en la ciudad de nuestro padre David los tres sabios persas nos dejaron una gran carga de oro.

17 Ahora ya no nos queda ni un solo grano de todo ello, y eso, aunque no nos hayan robado nada.

18 Supongo que lo mismo ocurrirá aquí: No pasará ni un año y ya se habrá acabado todo, aun sin ladrones.

19 Así que quédate tranquilo. En una casa donde reside el Señor el oro no se conserva y los ladrones la rehuirán.

20 Porque ellos saben como tú y yo que les puede resultar fatal poner las manos en tesoros que se encuentran en lugares sagrados».

21 Y el Niño añadió:

22 «José, hombre fiel, ¡deja de mirar continuamente con tanta inquietud el cajón del dinero!

23 Pues tu aspecto da la impresión que estuvieras enfermo, lo que sentiría mucho...

24 Te digo que este dinero no pesará mucho tiempo sobre ti.

25 Anda y compra una gran cantidad de harina, de otros víveres y también de ropa, y el resto distribúyelo.

26 Así el cajón no tardará mucho en estar de nuevo vacío».

27 Con estas palabras del Niño, José se quedó tranquilo y recuperó el buen humor.

Capítulo 233

Ayuda de Jonatán tras su fe en Dios

1 José llamó a sus hijos y les dijo:

2 «Tomad esta libra de plata e id a la ciudad para comprar harina y todo lo demás que haga falta en la cocina.

3 Y nada más volver de la ciudad vais a preparar un buen almuerzo porque Cirenio nos honra un día más con su presencia».

4 Sin demora los hijos se fueron para cumplir la voluntad de su padre.

5 Entonces María se acercó a José para indicarle que también la leña estaba acabándose y que dudaba de que lo que les quedaba fuera suficiente para la preparación del almuerzo.

6 En su apuro José se dirigió a Jonatán que en seguida se ofreció:

7 «Hermano, dame tu gran hacha e iré al bosque que está al lado del monte,

8 y te prometo que en menos de tres horas tendrás una gran cantidad de leña».

9 Con el hacha en la mano, Jonatán se fue al bosque que pertenecía a la casa de campo, taló un cedro de considerable tamaño y lo ató con una fuerte cuerda para arrastrarlo así hasta la casa de José.

10 Cuando llegó, todos se admiraron de su increíble fuerza.

11 Los siervos de Cirenio intentaron arrastrar el árbol aún un poco más,

12 pero a pesar de que eran unos treinta hombres, no consiguieron moverlo ni un palmo, pues pesaba unas tres mil libras.

13 Viendo su esfuerzo vano, Jonatán les sugirió:

14 «En vez de gastar vuestras energías inútilmente, ¿por qué no tomáis unas hachas para ayudarme a hacer leña del árbol?

15 Seguro que este empeño será más del agrado del anfitrión de esta casa que vuestro vano intento de medir vuestra fuerza con la mía».

16 En seguida, sin rodeos, todos los siervos de Cirenio pusieron mano a la obra y, con la ayuda de Jonatán, en media hora todo el árbol quedó reducido a leña.

17 «¡Esto es magnífico!», exclamó José, fuera de sí de contento,

18 «¡porque a mí este trabajo me habría costado por lo menos tres días!

19 Y tú lo conseguiste en menos de tres horas!».

20 «Sin duda, amigo mío, una gran fuerza corporal no deja de ser una gran ventaja», observó Jonatán,

21 «¿pero qué es eso comparado con la fuerza de Aquel que vive en tu casa y ante cuyo aliento se estremece toda el infinito?».

22 A eso se le acercó el Niño que le advirtió: «Jonatán, ¡no me descubras! Pues Yo ya sé cuándo tengo que manifestarme.

23 Pero sabe una cosa: Si no hubiera sido por mi fuerza que te ha acompañado, ¡tampoco tú habrías podido traer el árbol! ¡Pero no digas nada a nadie!».

24 Entonces Jonatán comprendió por qué había podido arrastrar el pesado cedro con tanta facilidad.

Capítulo 234

Cirenio se encuentra en un aprieto por la visita de una delegación

1 Mientras los hijos de José todavía estaban ocupados con la preparación de la comida,

2 se presentó una espectacular delegación de la ciudad para saludar al prefecto.

3 Como Cirenio había venido de incógnito, no había informado a nadie en la ciudad.

4 Pero como aquella mañana habían visto allí a siervos conocidos de Cirenio y también a los hijos de José, sospechaban su presencia.

5 Por eso se reunieron en la ciudad y vinieron con gran esplendor, lo que a Cirenio, esta vez, le resultó fatal.

6 El coronel y el capitán que ya conocemos estaban al frente de la delegación de Zoán.

7 El coronel pidió mil perdones por haberse presentado tan tarde y añadió: «¡Sólo por una feliz coincidencia he sabido de la presencia de su alteza imperial!».

8 En secreto Cirenio estaba furioso por aquella visita tan inoportuna.

9 No obstante, por razones políticas, puso a mal tiempo buena cara y respondió a los visitantes con la misma amabilidad que ellos mostraban.

10 Al fin dijo al coronel: «¿No es verdad que nosotros, los dignatarios, a veces estamos comprometidos?

11 Un hombre común puede ir a done le da la gana y nadie se fija en él.

12 Pero nosotros sólo tenemos que pasar el umbral de la casa y se acabó el incógnito.

13 Sea lo que fuere, en nombre de mi hermano acepto con agrado vuestra impresionante visita de agasajo.

14 Pero aun así quede convenido entre nosotros que mi visita actual es de riguroso incógnito.

15 A ver si me entiendes: Mi presencia actual aquí no es oficial y por lo tanto espero vuestro silencio ante Roma.

16 Si me entero de lo contrario, el responsable sufrirá penosas consecuencias. De modo que repito: Esta visita mía es absolutamente incógnita para todo el mundo.

17 ¿Por qué? Basta que yo lo sepa y que nadie me venga con preguntas a este respecto.

18 Y ahora volved a la ciudad, cambiaos de ropa y volved unas tres horas antes de la puesta del Sol;

19 pues, estáis invitados a comer con nosotros».

20 La delegación hizo reverencias ante Cirenio y se fue.

21 «Ya ves», le dijo José, «he aquí el primer compromiso, consecuencia del dinero que nos has dado.

22 Como tus siervos fueron a la ciudad para comprar un cajón, allí los reconocieron, y tu presencia quedó descubierta.

23 De modo que se confirma lo que siempre decía yo: ¡En el oro y la plata mora la antigua maldición de Dios!».

24 El Niño, que se encontraba al lado de José, añadió sonriendo:

25 «Por lo que al oro orgulloso y a la plata altiva no se les puede hacer mayor menosprecio que distribuirlos entre los pordioseros en la medida adecuada.

26 Pero esto, mi querido José, ya lo estás haciendo desde siempre, por lo que la antigua maldición no te alcanzará, ni tampoco a Cirenio.

27 A mí este oro me deja totalmente tranquilo, porque aquí se encuentra en un lugar muy seguro».

28 José y también Cirenio se quedaron tranquilos con estas palabras y, con buenos ánimos, esperaron la llegada de los invitados.

Capítulo 235

El Niño descontento con su sitio en la mesa secundaria mal atendida

1 A la hora convenida la delegación volvió, esta vez más informalmente vestida, pero más numerosa.

2 De modo que la mesa resultaba demasiado pequeña para que José y su familia pudieran estar en ella.

3 Por eso, en secreto, el Niño se dirigió a él: «Padre José, haz que nos preparen una pequeña mesa en el cuarto contiguo,

4 y dile a Cirenio que no se incomode por eso

5 porque después de la comida ya volveré con él».

6 José siguió el consejo del Niño, pero Cirenio en seguida se opuso:

7 «¡Eso no! Porque cuando el Señor de todas los infinitos está entre nosotros, no le vamos a sentar en una mesa aparte.

8 ¡Sería el orden más grotesco del mundo!

9 Te digo que precisamente Él y tú tendréis que presidir la mesa, a su cabecera».

10 «Hermano mío», dijo José, «temo que esta vez tendremos que tener en consideración otras circunstancias.

11 Pues mira: Ahora hay muchos paganos entre nosotros, y una presencia demasiado cercana del Señor podría perjudicarlos. Por eso, como siempre, vamos a respetar la Voluntad del Niño».

12 El Niño se acercó y dio su aprobación con estas palabras: «Cirenio, José tiene razón. ¡Por eso hazle caso!».

13 Cirenio quedó conforme y, con su séquito y la delegación, se dirigió a la gran mesa,

14 mientras que José, María, el Niño con Jacobo, Jonatán, Eudosia y los ocho jóvenes de Cirenio se sentaron en una mesa más pequeña en el cuarto contiguo,

15 donde sirvieron una comida menos buena y en menor cantidad,

16 mientras que a la mesa de los invitados llegaron los platos de la mejor calidad y además en más abundancia.

17 «¡Oh suelo infame de esta Tierra!», exclamó el Niño, «¡que precisamente produzcas para tu propio Señor una calidad inferior!

18 Oh Tierra entre Africa y Asia ahora tan fértil, ¡por esto serás castigada con una gran infertilidad por los tiempos de los tiempos!

19 Si en esta mesa no hubiera algunos pescados, no podría comer casi nada.

20 Es una bazofia a base de leche con algo de miel, lo que no me gusta en absoluto, una cebolla albarrana frita47, aquí veo un pequeño melón y allí un trozo de pan medio seco, y un poco de mantequilla y miel...

21 Y se acabó el menú ¡en realidad todo son cosas que no me gustan! Aparte del pescado, por supuesto.

22 No quiero ni mucho menos que los invitados tengan una comida inferior a la nuestra,

23 pero tampoco es justo que a nosotros sólo nos llegue una comida que no se puede ni comparar con la suya!».

24 José procuró calmarle: «Querido Jesús, ¡no te enfades! ¡Ya ves que a todos nosotros nos toca la misma comida!».

25 «Pues, dame algo del pescado y por esta vez me conformo. Pero, en adelante, eso tendrá que cambiar porque no podré conformarme siempre con una comida ordinaria».

26 José nunca olvidó estas palabras.

Capítulo 236

El Evangelio básico de la Encarnación

1 Comiendo el pescado, el Niño preguntó a Jonatán: «¿Acaso este pescado puede ser de la mejor calidad?

2 ¡Te digo que no me gusta en absoluto

3 porque es duro y seco como la misma paja!

4 Considerando las muchas espinas fastidiosas que tiene, ha de ser de una especie bastante inferior».

5 «Sí, Señor», le respondió Jonatán, «se trata realmente de una especie muy ordinaria.

6 Ay, José, ¡si me hubieras dicho algo! ¡Con mucho gusto habría ido diez veces en vez de una sola, para buscarte el mejor pescado posible!».

7 José empezó a enfadarse con sus hijos por haber atendido su mesa de tan mala manera.

8 «¡Cálmate, José!», dijo el Niño, «eso no puede ser motivo para que nos enfademos!

9 Aunque es curioso que mis hermanos se hayan quedado, en la cocina, con lo mejor para ellos mismos, mientras que a nosotros nos han servido lo peor de todo...

10 Eso es poco loable, ¡pero aun así que les sea todo bendecido!

11 Veo que de todo el pescado me has dado el mejor trozo, pero incluso ni eso me entra, a pesar de que tengo mucha hambre.

12 Que conste que eso es una señal que este pescado es realmente malo.

13 ¡Toma este trozo y pruébalo, y te darás cuenta de que tengo razón!».

14 José probó el pescado y tuvo que confirmar que el Niño tenía razón.

15 Entonces se levanto y se fue a la cocina donde vio que los cuatro hijos estaban consumiendo con gran apetito un pescado de la mejor clase, un atún que tenía muy buena pinta.

16 Al verlo José perdió su calma y empezó a echarles una reprimenda sin igual.

17 Pero sus hijos se defendieron: «Mira, padre, a nosotros nos toca todo el trabajo pesado de la casa. ¿Por qué, entonces, daríamos un traspié si alguna vez comemos un trozo mejor que los demás que no trabajan?

18 Además, el pescado que servimos en tu mesa tampoco estaba tan mal.

19 Pero tanto mimáis al Niño que a veces es demasiado caprichoso. ¡Y entonces nada le parece bien hecho!».

20 «¡Basta ya!», fue la reacción de José, «y como me contestáis de esta manera, ¡nunca volveréis a preparar comida para mi mesa!

21 ¡En adelante María será mi cocinera y vosotros podréis prepararos lo que queráis! ¡Pero a mi mesa no os acercaréis más!».

22 José dejó a los cuatro cocineros plantados y, todavía muy excitado, volvió a su mesa.

23 Entonces el Niño se puso triste, empezó a llorar y a sollozar profundamente.

24 Muy preocupados, María, José y Jacobo lo preguntaron qué le faltaba y si le pasaba algo.

25 Suspirando, el Niño preguntó con voz dolorida:

26 «José, ¿es posible que pueda ser un placer tan dulce mostrarse poderoso ante los pobres y débiles, condenándolos a extremos tales por un delito tan insignificante?

27 ¡Cuántos cocinero pésimos tengo Yo en el mundo

28 que a mí, Padre de los padres, me habrían dejado morir de hambre si eso fuera posible!...

29 Te digo que todos ellos ya no saben nada de mí y tampoco quieren oír o saber más de mí.

30 Y ves: Aun así no salgo para condenarlos a pesar de mi indignación justificada.

31 ¿Es posible que ser señor pueda resultar un placer tan dulce?

32 Yo soy el único Señor de todo el infinito y fuera de mí jamás habrá otro. ¿Sabes por qué Yo, Creador y Padre de todos vosotros, quise volverme ante vosotros una débil criatura, reteniendo mi eterna e infinita Gloria divina?

33 ¡Para que este ejemplo de suma humildad despierte en vosotros la repugnancia contra vuestro antiguo espíritu dominador!

34 Pero precisamente en esta época de todas las épocas en la que el Señor de la Gloria se ha rebajado al nivel de sus criaturas para ganárselas en su humildad, los hombres quieren ser soberanos y dominar más que nunca.

35 Ya sé que fue únicamente por mi causa por lo que has condenado a los cuatro hijos.

36 Pero ya que reconoces que Yo soy el Señor, ¿por qué, entonces, te adelantaste a mí?

37 Mira: Nosotros, aunque nos hayan servido un pescado seco, no podemos decir que somos desgraciados; pues sabemos que sólo tenemos que pedir un pescado de mejor calidad y todo estará arreglado.

38 Pero los cuatro hermanos son ahora las criaturas más desdichadas del mundo porque su padre los ha condenado despiadadamente...

39 Te digo que semejante castigo por un delito tan insignificante es más que injusto.

40 ¿Qué sería de vosotros, humanos, si cada vez Yo os hiciera lo mismo que vosotros hacéis a vuestros hermanos, si Yo también fuera impaciente e intolerante como vosotros?

41 Tú ignoras por qué esta vez fuimos servidos tan mezquinamente, ¡pero Yo lo sé!

42 Por eso te digo: ¡Ve y revoca tu sentencia! Luego Jacobo te revelará el motivo de esta comida tan mala».

43 En seguida José llamó a los cuatro hijos.

Capítulo 237

Palabras humildes y cordiales de los cuatro hermanos al Niño

1 Los cuatro hijos se presentaron ante José, se echaron a sus pies, reconocieron su culpa y le pidieron perdón.

2 Entonces su padre les perdonó y revocó su sentencia.

3 Luego añadió: «Por mi parte os he perdonado de buen grado.

4 No obstante, entre todos nosotros, soy yo el menos perjudicado.

5 Pero aquí está el Niño del cual, ante mi gran disgusto, dijisteis

6 que es un mimado y por consiguiente a veces muy caprichoso; y que en tales ocasiones nada es de su agrado.

7 ¡Eso fue una provocación tremenda!

8 ¡Por eso dirigios sobre todo a Él, porque si no, es fácil que tengáis que sufrir las consecuencias!».

9 Con lo que los cuatro hijos se dirigieron al Niño:

10 «Querido hermano, ¿sabes que ante nuestro padre te hemos ofendido injustificadamente?

11 Por eso se ha enfadado con nosotros y nos ha castigado severamente.

12 ¡Sentimos mucho haber pecado contra los dos!

13 ¿Nos perdonas nuestro tropiezo y vuelves a considerarnos como hermanos tuyos?».

14 El Niño los miró con gran cariño, extendió sus pequeños brazos hacia ellos y, con lágrimas en sus divinos ojos, les respondió:

15 «¡Levantaos, queridos hermanos míos, y acercaos para que os pueda besar y bendeciros!

16 En verdad os digo: Quien viene a Mí como vosotros, a él le será todo perdonado, aun si hubiera pecado más veces que granos de arena hay en el mar e hierbas en la tierra.

17 Os digo que aún antes de que esta Tierra estuviera creada, Yo sabía de vuestros pecados y ya os los perdoné mucho antes de que vosotros existieseis.

18 Oh, queridos hermanos míos, ¡no temáis nada por mi parte! ¡Pues os amo a todos de tal manera que incluso un día moriré por vuestra causa!

19 Por eso no alimentéis el menor miedo ante mí, porque aun si me hubierais maldecido, no os habría condenado sino llorado por la dureza de vuestros corazones.

20 ¡Acercaos, pues, para que a cambio de haberme difamado un poco Yo os bendiga!».

21 Esta bondad sin par del Niño partió el corazón de los cuatro hermanos que empezaron a llorar como niños pequeños.

22 También todos los demás que estaban sentados a la mesa se conmovieron y no pudieron evitar las lágrimas.

23 Mientras tanto el Niño se levantó y se acercó a los cuatro hermanos. Después de haberlos besado y bendecido, les preguntó:

24 «¿Supongo, queridos hermanos, que ahora estáis seguros que os lo he perdonado todo?

25 ¡Y ahora os pido que nos preparéis un pescado mejor!

26 Pues, todavía tengo mucha hambre. Pero ni aun así me entra este pescado..».

27 Los cuatro hermanos se levantaron a toda prisa, besaron al Niño tan bondadoso y, sin perder tiempo, se fueron a la cocina donde lo más rápidamente posible prepararon un pescado de la mejor calidad.

Capítulo 238

Significado de la comida. Las fases del estado espiritual en la Tierra:

1: En general. 2: El judaísmo. 3: La iglesia griega.

4: La iglesia romana. 5: Las otras sectas cristianas

1 Cuando, por fin, también en la mesa de José todos se hubieron reconfortado, José preguntó a Jacobo:

2 «¿Quizás tú conoces el sentido espiritual y profético de esta comida que tan pobremente empezó y que al fin ha resultado tan suculenta?».

3 Con la mayor humildad y modestia Jacobo le respondió:

4 «Oh, sí, querido padre. En la medida en la que el Señor me lo revele te lo comunicaré fielmente. De modo que te ruego que me prestes atención».

5 Todos estaban pendientes de los labios de Jacobo.

6 «La comida escasa y mala que nos sirvieron representa la época venidera en la que el Verbo del Señor estará mutilado,

7 una época en la que sus siervos guardarán la mejor parte para ellos mismos,

8 mientras que a sus comunidades las alimentarán con los desperdicios, como los paganos a sus cerdos.

9 Los judíos serán parecidos a la cebolla albarrana48 frita,

10 porque esta especie que crece exuberantemente a orillas del mar de la Gracia divina, hasta que se fría enteramente en el fuego del Amor divino,

11 seguirá siendo una comida mala y escasa; aun así estará en la mesa del Señor, aunque nadie la tendrá en cuenta...

12 La fastidiosa bazofia de leche serán los griegos. Estos serán quienes, de entre todos, conservarán la palabra del Señor de la manera más pura.

13 Pero como la considerarán más bien sólo según la vida externa que llevan y no según la interna, se volverán insípidos como ella, que, aun así, contiene los mejores humores vitales; no obstante, tibia e insuficientemente cocida, queda mal en la mesa del Señor.

14 Pues, sin gusto y buen olor, no puede estimular al paladar del Señor.

15 El melón representa a Roma: Este fruto nace en un tallo que se extiende arrastrándose y culebreando hacia todos lados.

16 Produce muchas flores estériles y sólo muy pocas de ellas dan fruto.

17 Seguro que este, una vez llegado a la madurez49, desprenderá un olor intenso y agradable.

18 Pero si se corta el fruto y se prueba la pulpa, con frecuencia se notará que el sabor no corresponde a lo que prometía el olor.

19 Si uno consume el melón sin añadirle miel, fácilmente puede sufrir una indigestión

20 que en casos extremos puede llevar hasta a la muerte.

21 Y eso es lo que durante mucho tiempo sucederá en Roma: Entre los que se alimentan de este fruto50 habrá muchos51 a quienes les cause la muerte52. No obstante, también este fruto de mala categoría se encontrará en la mesa del Señor, aunque Él no lo tocará...

22 Bueno, quedan la mantequilla, el pan y la miel, y luego una miseria de pescados duros y secos.

23 La mantequilla y la miel son muy distintos y algo mejores, incluso de aspecto;

24 pero no hay calor en ellos y carecen del condimento principal, el fuego. Por eso, aunque estén en la mesa del Señor, Él no las alaba.

25 Sólo los pescados han pasado por el fuego. Pero como su carne carecía de grasa, resultaron secos como la paja. De modo que el Señor tampoco los puede comer.

26 Estos alimentos representan ciertas sectas que se separarán de las antes nombradas53.

27 Pero en ellas, pese a la mucha fe que profesen, se descubrirá poco o ningún amor, con lo que tampoco agradarán al Señor...

28 Este es, en pocas palabras, el significado de la comida. Os lo he transmitido todo como lo recibí; por eso no os puedo decir más».

29 La explicación llamó mucho la atención, no obstante, nadie la comprendió.

Capítulo 239

También los habitantes del Sol están destinados a ser hijos de Dios

1 Dirigiéndose a Jacobo, José reconoció: «Has hablado con suma sabiduría en el nombre del Señor, sólo que yo, como todos los demás, no hemos comprendido nada de todo ello.

2 Como finalmente también llegó a nuestra mesa un pescado delicioso

3 y como he reconocido la sabiduría divina en ti,

4 todavía me gustaría que me explicaras ahora el significado del pescado tan bueno que al fin vino...

5 Una vez que el Señor te ha revelado lo que es malo para todo el mundo,

6 seguro que también te revelará lo que es bueno».

7 «Mi querido padre, ¡esto no depende de mí!

8 No soy más que un instrumento del Señor y sólo puedo hablar cuando Él me suelta la lengua.

9 Por eso no me pidas algo que no me pertenece y que por lo tanto no te puedo dar, sino dirígete al Señor.

10 Si Él me lo revela, te lo transmitiré tal como me lo haya dado».

11 José siguió este consejo y se dirigió al Niño:

12 «Mi querido Jesús, ¡me gustaría mucho saber también lo que significa el buen pescado!».

13 «Ya ves, José, que aún no he terminado mi pescado. ¡Así que espera todavía un poco!

14 También Cirenio está todavía comiendo; de modo que aún nos queda media hora

15 en la que podremos tratar de muchas cosas».

16 Sin embargo, en seguida el Niño se dirigió a Jacobo y le sugirió:

17 «Mientras que todavía esté comiendo mi pescado, puedes hablar de todo lo que te venga a la mente..».

18 El Niño volvió a dedicarse a su pescado y Jacobo empezó a hablar:

19 «El buen pescado final representa el Amor del Señor y su inmensa Gracia, que Él hará llegar a los hombres en los tiempos en que todas las criaturas se encuentren al borde de los abismos de la muerte eterna.

20 Pero antes, los cocineros54 habrán de pasar por un gran juicio

21 y sólo después de tal época vendrán los tiempos de los cuales habló el profeta Isaías.55

22 Tiempos que perdurarán sobre la Tierra y ya nunca le serán quitados.

23 La Tierra y el Sol se volverán uno, y sus habitantes morarán en los grandes campos lúcidos del Sol y brillarán como ellos.

24 El Señor será Señor único y Él mismo será un solo Pastor, y todos los habitantes lúcidos serán un solo rebaño.

25 Así continuarán la Tierra y sus habitantes eternamente, y el Señor estará eternamente entre ellos, un Padre para sus hijos, desde eternidades.

26 Ya no existirá la muerte y aquel que viva allí, vivirá eternamente. No verá ni rastros de la muerte. Amén».

27 Jacobo dejó de hablar y toda la asamblea quedó perpleja de admiración por su gran sabiduría.

28 Sólo el Niño añadió: «Y Yo acabo de terminar mi pescado, ¡amén también!».

Capítulo 240

El Niño llama la atención a los huéspedes

1 En seguida el grupo se levantó de la mesa y todos agradecieron a Dios los alimentos naturales y espirituales recibidos.

2 Algunos salieron al aire libre. Sólo José, María y Jacobo con el Niño entraron al gran comedor donde Cirenio y sus invitados habían comido.

3 Cirenio recibió a sus queridos amigos con gran entusiasmo y en seguida quiso hacerles sitio.

4 Pero el Niño le detuvo: «¡Que no, mi querido Cirenio, quédate donde estás!

5 ¡Porque Yo estaré satisfecho únicamente si ocupo en tu corazón el sitio que me corresponde!

6 ¡El asiento de la mesa no me importa en absoluto!

7 Además, ahora voy a tomar el aire. En cuanto hayas terminado puedes seguirme».

8 Entonces el Niño salió corriendo y Jacobo le siguió. Una vez afuera, el Niño Jesús se juntó con los demás niños para charlar y jugar con ellos.

9 A algunos de los huéspedes de la ciudad les había llamado la atención que el Niño hablara tan sabiamente con Cirenio y además con semejante confianza.

10 Por eso le preguntaron a Cirenio cuántos años tenía el niño,

11 porque hablaba como un adulto y parecía estar en muy buenos términos con el prefecto.

12 «¿Por qué os preocupáis de eso, si sabéis que soy un gran amante de los niños?», les respondió Cirenio.

13 «Veo que os habéis dado cuenta que el Niño es sumamente inteligente.

14 La pregunta de cómo ha podido llegar a tamaño entendimiento a los tres años y seis meses que tiene,

15 la tendréis que hacer a sus padres que serán los más indicados para explicároslo.

16 Lo que no puedo entender es cómo vosotros, que sois los vecinos más próximos a la casa, aún no conozcáis más de cerca esta familia».

17 «¿Cómo vamos conocerla más de cerca si nunca sale?

18 Además tampoco tenemos tiempo para visitar a esta familia judía que es tan extraña que de todos modos nadie sabe cómo comportarse con ella.

19 Pues, tiene una aureola tan mística que no se sabe en qué terreno se pisa.

20 El pueblo dice que es muy pacífica y que hace mucho bien a los pobres.

21 Pero también hay quienes afirman que a veces han visto toda la casa envuelta en llamas vivas que, evidentemente, se encendían y apagaban a la orden de una voz secreta.

22 Por eso, en realidad, nunca nos hemos atrevido a tomar contacto con ellos;

23 pues se sabe que el anciano es un mago de categoría,

24 y no conviene entrar en contacto con gente de esta especie».

25 Cirenio no pudo evitar soltar una carcajada: «¡Bueno, si este es el concepto que tenéis sobre esta familia, entonces mantenedlo, y estará a salvo de vosotros!».

26 Los huéspedes le miraron boquiabiertos porque no sabían a qué atenerse.

Capítulo 241

Decisión malvada por parte de los huéspedes celosos

1 Un distinguido ciudadano de Zoán le preguntó a Cirenio cómo debía interpretar estas palabras:

2 «¿Cómo podría estar esta casa más segura tomando al anciano, aunque sea equivocadamente, por un mago de categoría?».

3 «Porque donde la mano protectora de la eterna Divinidad extiende su poder, el hombre mortal no consigue nada.

4 Esta casa, más que ninguna otra en todo el mundo, se encuentra bajo la protección de dicha Divinidad, y por lo tanto es invencible.

5 Que no se os ocurra meteros con ella porque inmediatamente sonaría vuestra hora».

6 Los huéspedes quedaron perplejos y cuchichearon entre sí:

7 «El prefecto sólo nos quiere asustar porque no tiene un ejército consigo.

8 Pero si en realidad pusiéramos las manos sobre la casa e incluso sobre él mismo, ¡pronto hablaría de forma diferente!

9 Levantémonos ahora para volver a la ciudad, y por la noche volveremos con refuerzos.

10 Y ya veremos si los ánimos del prefecto cambian o no».

11 Poco después toda la asamblea se levantó y salió al aire libre

12 donde los ciudadanos y el capitán pidieron permiso para volver a la ciudad.

13 Pero José los preguntó:

14 «¿Por qué os vais ya? Todavía queda más de una hora para la puesta del Sol.

15 Quedaos hasta la noche y todos juntos podremos acompañar a Cirenio al barco, como le corresponde;

16 porque esta noche saldrá para Tiro».

17 Pero los ciudadanos se disculparon: «Lo sentimos mucho pero aún tenemos un compromiso importante en la ciudad. Discúlpanos ante tu íntimo amigo..».

18 Entonces el Niño se acercó corriendo a José y le insinuó:

19 «¡Déjalos, que se vayan! Pues, ¡su compromiso en la ciudad trata de un asunto que servirá para mi glorificación!».

20 Esta observación del Niño Jesús convenció a José para dejar a los huéspedes que se marcharan y, junto con Jesús, se dirigió a Cirenio para informarle sobre el incidente.

21 «Oh, amigo mío, ¡a esta especie la conozco!

22 Está rabiando de celos porque te visité a ti y a ellos les di de lado.

23 Respecto a ti estoy muy tranquilo porque sé muy bien quién es tu protector».

24 «Oh», añadió el Niño, «¡el camino les va a quemar!

25 Porque ya esta noche querían pegarle fuego a nuestra casa...

26 Pero no tendrán tiempo para realizar su propósito, porque al llegar a la ciudad tendrán que preocuparse por otras cosas».

27 Nada más pronunciar estas palabras, y la mitad de la ciudad estuvo en llamas; y nadie pensó más en destruir la casa de José.

Capítulo 242

Cirenio se preocupa por los arruinados y por el incendio

1 Todos se espantaron al ver las llamaradas y la humareda que se levantaba.

2 Cirenio preguntó a José si no sería conveniente ir a socorrer a los desgraciados.

3 «A mi me parece que no vale la pena

4 porque con nuestros medios naturales no podemos hacer frente al fuego.

5 Y en lo que se refiere a los perjudicados, no tardarán en presentarse.

6 De modo que podemos muy bien quedarnos aquí, porque los necesitados ya vendrán».

7 El Niño añadió: «Y ya verás, José, que en esta ocasión tu cajón de oro y plata quedará considerablemente aliviado.

8 También tú, Cirenio, todavía hoy, antes de tu salida, serás aligerado de algunas libras de oro y plata.

9 Aquellos que secretamente amenazaron destruir nuestra casa, pronto volverán como amigos, profundamente humillados, y te pedirán que los apoyes. ¡Prepárate, pues!

10 ¡Pero no creas que Yo haya incendiado sus casas con mi poder!

11 ¡Eso ni pensarlo!, porque en mí no existe la menor inclinación a abrigar propósitos de venganza.

12 ¡Te digo que fue la propia servidumbre la que pegó fuego a las casas de sus patronos!

13 Porque alimentaba un odio antiguo contra ellos que desde siempre la trató dura y mezquinamente.

14 Hoy encontró la ocasión oportuna para vengarse de sus patrones

15 y la aprovechó para incendiar todos sus palacios.

16 De esta manera, y sin ayuda mía, estos hombres mundanos cayeron en el hoyo que intentaban cavar para nosotros».

17 Cirenio preguntó al Niño si no convenía perseguir a aquella servidumbre malvada para prenderla.

18 «¡Pues no!», dijo el Niño, «porque, sobre todo, ha prestado un buen servicio a sus roñosos patrones

19 y además están ya muy lejos con el tesoro robado.

20 Pero finalmente no escaparán a su merecido castigo, pues actuaron arbitrariamente por sus ganas de venganza.

21 Por eso, de momento, vale más que dirijamos nuestra atención a aquellos que precisan de nuestra ayuda.

22 Pues, los incendiarios tienen garantizada su recompensa

23 porque donde ellos estén, Dios los verá. Pues Él conoce sus caminos.

24 Y los puede alcanzar dónde y cuándo le parezca bien.

25 Dios es un juez muy justo y sabrá darles su merecido en medida justa».

26 En aquel momento María se acercó a ellos y, toda asustada, les llamó la atención sobre un grupo de guerreros armados que estaban acercándose a la casa.

27 Pero el Niño los tranquilizó: «¡No los temáis!, se trata de una guardia que el coronel mandó desde la ciudad para seguridad de Cirenio.

28 Y después todavía seguirá una gran cantidad de ciudadanos.

29 De momento basta con que os preocupéis por su alojamiento; todo lo demás ya se arreglará».

30 Tal como fue anunciado, así sucedió: Cirenio tuvo una guardia, a la que siguió un gran número de perjudicados.

Capítulo 243

El orgullo engendra la caída.

La generosidad de José con los perjudicados

1 Cuando los perjudicados por el incendio llegaron a casa de José, este se dio cuenta muy bien de que eran los mismos señores antes huéspedes suyos. Les preguntó:

2 «Bueno, mis estimados señores, ¿cómo van los importantes negocios que os obligaron a marcharos tan precipitadamente de mi casa?

3 ¿Acaso teníais tanta prisa porque debíais ir a incendiar vuestra ciudad?

4 ¿O, tal vez, se trataba de algo muy distinto que tenía que permanecer secreto ante mí?».

5 «Querido bienhechor de la humanidad, ¡ya que somos tan miserables, no nos pongas encima a prueba! ¡Ya ves que nos hemos vuelto unos mendigos!

6 ¡Si nos puedes ayudar en lo que fuere, seríamos voluntariamente siervos tuyos durante toda nuestra vida!».

7 «Los poderosos patricios de Roma entienden los asuntos de esclavos,

8 pero yo entiendo sólo de hermanos, se trate de señores o de mendigos.

9 Por eso voy a socorreros tanto como pueda.

10 Pero una vez que os hayáis recuperado, absteneos de negocios parecidos a los que queríais emprender hoy.

11 Porque tanto como os duele ahora que vuestros siervos y esclavos os hayan robado e incendiado vuestras casas,

12 tanto me habría dolido a mí si vosotros hubierais robado e incendiado la mía».

13 José no estaba seguro de cuánto les podría dar a cada uno de ellos. Por eso se lo preguntó a Cirenio.

14 «Espera un poco», fue la respuesta, «porque en seguida volverán los peones que mandé a buscar mi caja del barco.

15 Con ella en las manos ya veremos cuánto podremos dar a cada uno de los perjudicados».

16 En menos de una hora los peones volvieron con mil bolsas

17 cada una de las cuales contenía dos libras de oro y ocho de plata.

18 «Dales una bolsa a cada uno», dispuso Cirenio,

19 «y las que sobran guárdalas paro otros necesitados que todavía vendrán.

20 Pero durante el reparto no quiero estar presente para que la gente no me reconozca.

21 Por eso, ahora voy a acompañar a Jonatán a su casa y espero volver a verte por la noche».

22 José estuvo de acuerdo y, junto con sus hijos, empezó el reparto. Mientras tanto Cirenio, su séquito y Jonatán se marcharon.

Capítulo 244

Amor eficiente de José al prójimo

1 Hasta dos horas después de la puesta del Sol José estuvo ocupado con el reparto.

2 Como nadie quería volver a la ciudad, los invitó a que pasaran la noche en su recinto

3 porque todos tenían miedo a que las casas todavía intactas pudieran ser también pasto de las llamas

4 y al olor a chamusquina que sería insoportable.

5 Terminada la tarea, José preguntó secretamente al Niño si no sería imprudente dejar la casa sola para ir a la de Jonatán.

6 «¿Qué te importa la casa y su contenido?», dijo el Niño,

7 «pues, no es nuestra sino que pertenece a aquel que la compró junto con todo lo que tiene.

8 De modo que podemos muy bien ir a la de Jonatán que, sin duda, ya nos habrá preparado un buen pescado».

9 «Eso es seguro.

10 Pero considera que tenemos un cajón lleno de oro y plata, y tenemos vacas, burros y cabras.

11 ¿No cabe la posibilidad de que nos lo roben todo, ya que hay tantos huéspedes por aquí?».

12 «Eso es algo que está ahora fuera de mi entendimiento.

13 ¡Pregúntaselo a Jacobo que ahora está más iniciado que Yo en cosas como esas».

14 De modo que José hizo la misma pregunta a Jacobo. Pero este le respondió con otra:

15 «Padre, y si lo perdiésemos todo menos al Señor, ¿qué habríamos perdido en realidad?

16 El Señor nos acompañará hasta la casa de Jonatán. ¿Qué podemos entonces perder en la del prefecto?

17 ¡Deja que te roben el mundo entero! Porque mientras guardes al Señor, tendrás más que si todos los Cielos y Tierras fueran tuyos...

18 Hombre probo, ve con el Señor sin preocupaciones ni temor a la casa de Jonatán y verás como nada pierdes».

19 Las últimas palabras dichas por el Señor por la boca de Jacobo tranquilizaron a José de tal manera que este, sin más tardanza, se puso en camino hacia casa de Jonatán con todos los suyos.

20 Allí ya todos los estaban esperando.

21 Cuando los vieron, vinieron a su encuentro como los niños al encuentro del padre, entre ellos también Cirenio.

22 Como el Niño les había anunciado, los estaba esperando un pescado deliciosamente preparado.

Capítulo 245

Cirenio prepara su barco para la salida

1 Cirenio avisó a sus marineros que preparasen el barco para la salida.

2 Estos se fueron y, una vez en el barco, prepararon todo lo necesario.

3 José preguntó a Cirenio si por casualidad no había olvidado el precioso modelo de globo terráqueo que hacía pocos días le había regalado el Niño.

4 Con un sobresalto este se llevó las manos a la cabeza y exclamó: «¡El maravilloso globo!». Y quiso ponerse en camino para buscarlo el mismo.

5 Pero Jacobo le detuvo: «No vayas por el globo porque ya me di cuenta y te lo he traído.

6 Mira, se encuentra en aquel rincón, envuelto en un paño. De modo que no hace falta que vayas por él».

7 Cirenio estaba feliz y le felicitó.

8 En seguida tomó el recuerdo y lo llevó a la barca donde, con mucho cuidado, lo entregó al capitán para que lo pusiera en lugar seguro.

9 Cuando volvió se dirigió directamente a José.

10 «Oye, amigo mío, se me ha ocurrido una idea que tengo que seguir.

11 Ahora tienes mucha gente en tu casa y habrá algunos que se quedarán contigo.

12 Y no escapa a mi atención que los jóvenes que te dejé te causan muchas molestias, en particular los tres chicos.

13 Por eso he decidido que me los voy a llevar, por lo menos a los tres chicos, dejándote todavía a las cinco chicas».

14 «Haz lo que te parezca más conveniente

15 y mientras lo hagas con la recomendación del Señor, siempre estará bien hecho.

16 Por eso, pregúntaselo a Él y sigue su consejo».

17 Con profundo amor y respecto Cirenio se dirigió al Niño y repitió su pregunta.

18 «Sí, llévate a los tres chicos porque son muy traviesos y demuestran poca prudencia conmigo,

19 aunque no me importaría que Sixto se quedase aquí. No obstante, también él va cambiando y no me considera digno de atención.

20 Así que llévalo también contigo y trátalos con cierta severidad, porque de lo contrario se volverán muy mundanos.

21 Pero a las chicas puedes muy bien dejarlas aquí. A ellas las quiero mucho más porque me aman mucho más que los chicos.

22 De modo que no las amo más por ser muchachas sino únicamente por su mayor amor para conmigo».

23 Cirenio le agradeció su buen consejo y llamó a los tres jóvenes para que se fueran con él.

Capítulo 246

El Niño: Donde está vuestro corazón, allí también está vuestro tesoro

1 Cuando el barco estuvo listo para la salida, Cirenio se acercó al Niño, se puso de rodillas y le pidió su bendición.

2 «Oh, Señor, mi gran Dios y Creador, mi Padre desde las eternidades

3 que ahora, conforme a tu eterna Voluntad, estás pisando en nuestra forma humana este polvo terráqueo como débil criatura.

4 Tú, mi Señor omnipotente, ante cuya menor señal tiemblan todos los poderes de lo infinito...

5 Señor, ¡mírame con misericordia! Pues no soy más que un miserable gusano en el polvo...

6 Santo de todos los santos, ¡concede tu bendición a este gusano del polvo

7 y haz que tu santo nombre sea todo mi poder y mi fuerza!...

8 Mi querido Jesús, rey de mi corazón, ¡mírame con piedad porque soy un pobre y débil pecador, y ayúdame para que mi amor a ti crezca continuamente!

9 Y acepta mi amor como agradecimiento insignificante por la infinita Gracia y misericordia que me concedes con cada hálito».

10 A estas alturas Cirenio se conmovió tanto que rompió a llorar.

11 Con los mejores ánimos, el Niño le abrazó muchas veces y le dijo:

12 «No llores, mi querido Cirenio, ¡ya ves que te quiero mucho!

13 ¡Y este Amor mío hacia ti ya es la mayor bendición!

14 Te digo que si continúas tal como eres, entonces serás mío eternamente, y tu alma nunca sufrirá ni sentirá la muerte.

15 Tú me has pedido mi bendición, y Yo te pido ahora que no me descubras ante nadie.

16 No te lo pido a causa mía sino a la causa de los hombres del mundo

17 que sufrirían la muerte56 si me reconocieran antes del tiempo debido».

18 El Niño le dio muchos besos y le abrazó una vez más.

19 Todavía arrodillado, Cirenio extendió los brazos y dijo en voz emocionada pero baja:

20 «¡Oh Dios, mi gran Dios! ¿Quién soy yo para que Tú me beses con tu boca que hizo surgir toda la creación?

21 Oh Cielos luminosos, oh fuerzas de los Cielos, oh Tierra, ¡mirad aquí!

22 ¡El que nos creó está aquí delante de mí y me bendice con su mano omnipotente!

23 ¿Cuándo ocurrirá que tú, Tierra, conozcas las dimensiones de la Gracia concedida a esta época en la que los pies de tu eterno Señor y Creador pisaron tu suelo?

24 Oh suelo sumamente santo, que estás llevando al Señor, ¿será jamás posible que, con la debida humildad, reconozcas la grandeza de tal Gracia?

25 Oh santo lugar, ¡me cuesta dejarte atrás!».

26 Tomando las manos de Cirenio, el Niño le obligó levantarse y ya no le permitió que se arrodillase.

27 En aquel momento acudieron Tulia y Maronio Pila, y el Niño también los bendijo a ellos. Todos sentían mucho que de nuevo tuvieran que separarse.

28 Pero el Niño los consoló: «¡Que no, no nos estamos separando! ¡Porque donde está vuestro corazón, allá también está vuestro tesoro!».

Capítulo 247

La salida de Cirenio

1 María bendijo a Tulia y a sus compañeras

2 y José bendijo a Cirenio y su séquito, y añadió:

3 «Todavía tengo un deseo y espero que estés de acuerdo...

4 Déjame a las cinco niñas para siempre, para que en mí tengan un verdadero padre.

5 Pues tú, de todos modos, aún tendrás hijos propios que más tarde difícilmente se entenderían con ellas,

6 mientras que en mi casa siempre habrá armonía, y tú ahora conoces la causa tanto como yo».

7 Con mucho gusto Cirenio estuvo de acuerdo y le entregó las cinco muchachas para siempre.

8 Eso fue una gran alegría para José que las quería mucho; pues eran muy dóciles e inteligentes, y además de presencia encantadora.

9 El convenio hecho, Cirenio abrazó a José y se despidió de él con las siguientes palabras:

10 «Esperemos que sea la Voluntad de Dios que pronto volvamos a vernos».

11 El Niño que se encontraba al lado de José, añadió: «Amén. Y en el caso de que no fuera así, entonces, por cierto, volveremos a vernos en mi Reino.

12 Te digo que no nos quedaremos mucho tiempo en este país porque ya somos demasiado conocidos.

13 Pero el día que lo dejemos atrás, haremos una vida retirada para que nadie caiga en un juicio.57

14 Nosotros, que dentro del Amor nos hemos vuelto uno, dentro del espíritu siempre estaremos presentes, eternamente.

15 Donde está tu tesoro, allí también estarás tú con tu corazón en el que reside el tesoro principal.

16 Habiéndome vuelto un tesoro sublime en tu corazón, ya nunca estarás privado de mí.

17 Porque donde me encuentro acogido en el amor, allí está mi verdadera casa y nunca me retiraré de ella.

18 Por eso déjame siempre vivir en tu corazón y nunca estaré oculto para ti.

19 Pues, únicamente el amor puede soportar mi presencia, como un fuego la de otro...

20 Pero todo lo demás que no fuera también fuego, éste lo devorará.

21 También por eso me retiro del mundo, para que no se vuelva pasto de mi fuego.

22 Nunca preguntes: “Señor, ¿dónde estás?”, porque no te diré: “¡Aquí estoy!”.

23 Sino pregunta con cuidado a tu corazón, si me ama. Y en tu corazón que me ama te responderé:

24 “¡Aquí estoy!, ¡estoy en mi hogar, en toda la plenitud de mi Amor, de mi Gracia y de mi misericordia!”

25 Bien, y ahora sube tranquilamente a tu barco y un buen viento te llevará a Tiro. Amén».

26 En aquella ocasión el prefecto se despidió por última vez de José en Egipto y montó en el barco.

27 Con un buen viento de popa pronto el barco se alejó.

28 José y los suyos volvieron a la casa de Jonatán y se quedaron aquella noche con él.

Capítulo 248

Jonatán ve un barco en peligro

1 A la mañana del día siguiente, como de costumbre, José fue el primero que se levantó de toda la familia.

2 Justamente cuando quería despertar a los suyos, salió Jonatán de su choza para averiguar qué día hacía y si sería favorable para su pesca.

3 Al ver a José tan pronto de pie, le preguntó: «¿Pero cómo es posible que a estas horas ya quieras despertar a tu familia?

4 ¿No sería más prudente esperar hasta que se levante el Señor?

5 ¿No sería tal hora la más indicada para levantarse?

6 ¡Te ruego que dejes todavía dormir por lo menos a tu familia alguna hora más!

7 Pero tú, ¿por qué no vienes conmigo y con mis hombres para el trabajo matinal de las redes?».

8 La propuesta le gustó a José. De modo que dejó a su familia dormir y montó con Jonatán en una gran barca de pesca.

9 Los pescadores prepararon las redes y luego empuñaron con fuerza los remos,

10 con lo que al cabo de una hora llegaron al lugar donde abundaban los peces.

11 El Sol estaba a punto de levantarse cuando Jonatán divisó un barco romano a una distancia aproximada de una hora

12 y no sabía qué hacer.

13 Llamando la atención de José sobre el barco, Jonatán dijo pensativo:

14 «Sé que por allí hay muchos bancos de arena. Cabe dentro de lo posible que el navegante romano haya encallado en uno de ellos.

15 Será conveniente averiguar su situación, y eso sin pérdida de tiempo».

16 José fue de la misma opinión y en media hora llegaron allí.

17 Se trataba realmente de un barco romano que llevaba un mensajero de Cirenio a bordo.

18 Este rogó a Jonatán que hiciera todo lo posible para que el barco volviera a flote.

19 Sin tardanza, Jonatán cogió el cable de remolque del barco romano y lo ató a su barca

20 y, remando con todas las fuerzas, en menos de media hora consiguieron que el barco quedase a flote.

21 El mensajero le demostró su gratitud con una recompensa de príncipe y continuó su viaje hacia levante.

22 De modo que Jonatán volvió con una redada de oro y plata en vez de pescado, y, aquella mañana, ya no pensó en salir a pescar.

Capítulo 249

«En todas partes donde se me ama estoy en casa»

1 Cuando después de unas tres horas Jonatán y José volvieron con su pesca de oro y plata, todos estaban ya levantados, mirando hacia la ciudad donde todavía se levantaban grandes nubes de humo.

2 El Niño y Jacobo vinieron corriendo al encuentro de los pescadores que ya se estaban acercando a la costa.

3 Llegados allí, el Niño besó a ambos y preguntó a Jonatán cómo había resultado la pesca.

4 Abrazando al Niño con sumo cariño, este le respondió:

5 «Amor mío, hoy no hemos traído ni un solo pescado.

6 Sin embargo, y supongo que fue con tu ayuda omnipotente, pusimos a flote un barco romano encallado en el que se encontraba un mensajero de Cirenio.

7 Con el resultado de que cayeron muchos peces de oro y plata en mi red, de modo que la pesca propiamente dicha, hoy ya no hace falta».

8 «Todo eso no está mal», observó el Niño, «pero con las ganas que tengo de comerme un buen pescado fresco,

9 habría preferido que en vez de todos estos peces de oro y de plata me hubieras traído pescado del auténtico».

10 «Pero amor mío, ¡no te preocupes! ¿Ves los muchos viveros a lo largo de la costa? Están llenos de peces de la mayor calidad y no puede haberlos más frescos que estos. Vamos a sacarte algunos de allí».

11 «Si es así, entonces, por supuesto, te felicito por tu buena pesca de hoy.

12 Pero, en fin, ¡ya tengo muchas ganas! ¿Tardará mucho en estar preparado el pescado?».

13 «¡Que no, vida mía!, ¡dentro de media hora la mesa estará puesta!».

14 Entonces intervino José criticando: «Pero Hijo, ¡te estás comportando como un auténtico pordiosero!

15 ¡Ten en cuenta que aquí no estamos en casa, de modo que tampoco puedes comportarte como en ella!

16 A ver si tienes un poco de paciencia, ¡ya habrá algo!, pero mendigar en casa ajena, ¡eso no se hace!».

17 Pero el Niño fue de otra opinión: «¡Vaya, gracia!, Te digo que en todas partes donde se me ama estoy en casa.

18 Y cuando estoy en casa, puedo muy bien decir lo que quiero.

19 En fin, para que Jonatán no tenga que vaciar sus viveros sin compensación,

20 que eche la red inmediatamente y habrá una redada más que suficiente para todos nosotros».

21 Sin perder el tiempo, Jonatán siguió el consejo del Niño y pescó una gran cantidad del mejor pescado.

22 Dirigiéndose a José, el Niño dijo: «Mira, si puedo hacer esto, ¿acaso no puedo pedirle un pescado a Jonatán?».

23 Entonces José se calló y Jonatán se llenó de alegría y gratitud.

Capítulo 250

José encuentra su casa saqueada

1 Jonatán eligió diez de los mejores pescados y los entregó al cocinero para su preparación inmediata.

2 Luego ayudó a sus hombres a almacenar y ahumar el resto del pescado.

3 En un cuarto de hora los diez pescados estuvieron preparados y José y los suyos tomaron el desayuno.

4 Cerca de la hora de mediodía José advirtió:

5 «Ya es hora de volver a casa.

6 Y tú, Jonatán, podrías muy bien acompañarnos para pasar el día con nosotros».

7 Lleno de alegría Jonatán aceptó el ofrecimiento y confirmó:

8 «Nada me gustaría más; pues, ya sabes cuánto os quiero».

9 Jonatán preparó tres barriles del mejor pescado y los llevó consigo.

10 Cuando estaban cerca de la casa, se extrañaron mucho al ver que todos los perjudicados por el incendio se habían ido.

11 Y cuando estuvieron más cerca, vieron que la puerta estaba abierta. En seguida José dijo:

12 «Mala señal, ¡aquí habrán entrado ladrones!

13 Sólo esa especie huye después de haber limpiado una casa, porque una persona honrada se habría quedado.

14 Hijos, ¡examinadlo todo, a ver si queda algo!».

15 Los cuatro hijos examinaron la casa y la encontraron enteramente vacía, excepto el establo.

16 También la despensa había sido vaciada, y en el cajón de dinero, por supuesto, no quedaba ni una sola moneda.

17 Cuando José se convenció de la situación,

18 empezó a enfurecerse por tamaña maldad de hombres que no sabían expresar su gratitud de mejor manera.

19 De modo que lleno de ira exclamó: «¡Si me fuera concedido el poder de castigarlos severamente, en seguida haría llover fuego sobre ellos!».

20 Entonces el Niño se le acercó y le dijo: «Vaya, padre José, ¡te veo muy malo, hoy!

21 Si los ladrones no se me llevaron a mí, ¿cómo puedes enojarte así con ellos?

22 Lo que hicieron resultó un gran beneficio para tu casa, ¡fue una buena limpieza!

23 En verdad te digo: En el futuro, cuando una casa58 no esté limpia como esta, no moraré en ella.

24 Esta casa está ahora muy limpia de toda basura mundana y me gusta precisamente tal como está.

25 Primero, todas sus habitaciones están abiertas y, segundo, como está limpia del todo, es digna de que me instale en ella.

26 Por eso no les guardes rencor a los ladrones, para que su pecado no aumente».

27 Todos tomaron estas palabras muy a pecho.

28 «Veis», añadió el Niño, «como estos perjudicados por el incendio trataron la casa, así me tratan a mí los hombres; pero Yo no hago llover fuego del cielo.

29 Por eso, dejad de maldecir a quienes os hacen mal y seréis verdaderos hijos del Padre celestial».

30 Estas palabras del Niño consolaron a José de tal manera que se sosegó y, con buenos ánimos, entró en su casa.

Capítulo 251

María llora por la pérdida de toda la ropa y de los vestidos

1 Cuando todos estuvieron en la casa y también María y Eudosia se convencieron que sus armarios de ropa habían sido saqueados,

2 a las dos les corrieron las lágrimas. Y María se quejó ante José:

3 «Mira, ¡hasta el vestido que llevaba en el Templo me lo han robado!

4 Te confieso que todo esto lo siento mucho...

5 De poca ropa disponíamos y ahora teníamos que perder hasta lo más preciso...

6 Pues bien, que todo sea sacrificado al Señor, pero aun así me da pena porque era el único vestido que tenía para cambiarme.

7 ¡Pero lo que me duele más de todo es que también se han llevado la ropa del Niño!

8 ¡La única camisa que le queda es la que lleva puesta! ¿Cómo le conseguiré ahora otra?

9 ¡Ay Jesús!, pobre Niño, ¡ahora ya no podré cambiarte la camisa, ¡con lo que a ti te gustaba!».

10 Jonatán estaba profundamente conmovido. «Sublime y santa madre de mi Señor, ¡no estés triste!, ¡también yo tengo oro y plata!

11 ¡Con la mayor alegría te daré hasta la última moneda! ¡Y puedes utilizarlo todo conforme a tus necesidades!

12 Sé perfectamente que el Señor no se fija en mi oro ni en mi plata, porque El que viste todos los animales, las plantas, los árboles y todo el mundo tan maravillosamente, tampoco dejará a su madre terrena sin ropa.

13 No obstante, y eso a causa de mi propia felicidad, me encantaría ofrendarte todos mis tesoros.

14 Tómalos, ¡te los ofrezco de todo corazón!».

15 María le miro con cariño y reconoció:

16 «Oh, Jonatán, ¡eres un hombre muy noble! Tu buena voluntad es para mí como un hecho consumado.

17 Si fuera del agrado del Señor, te pediría una ayuda para el Niño.

18 Y aun si al Señor no le agradase, nunca dejaría de agradecértelo porque de tu corazón ya lo he recibido todo».

19 En aquel momento se acercó el Niño. «Jonatán, actúa de acuerdo con el deseo de la madre», le dijo, «y un día te cabrá una gran recompensa.

20 Resulta que ahora somos realmente pobres. Y además, por la salvación de los hombres, no debo hacer ningún milagro».

21 Jonatán no cabía en sí de contento y, más bien corriendo que andando, se fue a su casa y volvió en un mínimo de tiempo para poner todo su oro y toda su plata a los pies de María.

22 Ella y José lloraron de alegría y también a Jonatán le corrieron las lágrimas

23 porque no sabía cómo agradecer a Dios que le hubiera considerado digno de la gran Gracia de poder ayudar a María.

24 El Niño le bendijo y dijo a María: «Mira, ¡con eso la nueva camisa ya está garantizada!».

Capítulo 252

Jacobo habla sobre el milagro del grano de trigo

1 Al mismo tiempo los cuatro hijos de José atendieron los animales, ordeñaron las vacas y cabras. Y esta vez obtuvieron más leche y además más grasa que de costumbre.

2 Terminada la faena, dos de ellos fueron a un campo de trigo maduro donde cortaron algunas gavillas. Restregándolas, consiguieron llenar un gran cesto de trigo.

3 Los dos hermanos llevaron el cesto para moler el trigo en dos molinos manuales que José había fabricado.

4 Con la Gracia del Señor, del contenido del cesto de grano les salió doble cantidad de harina.

5 En tres horas todo el trabajo estuvo terminado. A la luz del Sol, la harina de los dos cestos presentaba un aspecto de primera clase.

6 Cuando José salió de la casa y la vio preguntó a sus hijos cómo habían elaborado esta harina tan buena.

7 Al oír su explicación y mirando las gavillas vacías, José observó:

8 «¿Cómo es posible? No veo más que diez gavillas ¿Con ellas habéis llenado los dos cestos?».

9 «Pues sí, padre, ¡así es! Con la Gracia de Dios, en el mínimo de tiempo hemos conseguido estos dos tiestos de harina de las diez gavillas

10 y su Bendición nos acompañó. Por eso nos resultó tanta cantidad».

11 José dio gracias al Señor y volvió a entrar en la casa para llamar la atención de los demás.

12 Todos estuvieron de acuerdo en que este aumento de la harina no podía haber sucedido de manera natural.

13 Siguiendo un impulso interior, Jacobo recogió un grano de trigo que se había caído y constató:

14 «Todos estáis sorprendidos por la gran cantidad de harina que ha salido de estas gavillas.

15 ¿Pero quién de nosotros ha reflexionado alguna vez sobre el hecho de que, después de poner un solo grano en la tierra, pronto sale una espiga con, tal vez, cien de ellos?

16 ¿No es este milagro diario bastante más importante que el de la cantidad de harina doblada?

17 Si no hubieran salido dos cestos de harina sino solamente uno, como de costumbre,

18 ¿acaso alguien se habría maravillado, pese a que en un solo cesto lleno de harina se manifiesta tanta dádiva milagrosa de Dios como en dos?

19 Estamos ya demasiado acostumbrados a milagros como éste.

20 ¿Acaso es justo que admiremos a Dios sólo cuando hace algo fuera de lo normal, mientras que todo aquello que sigue su orden diario, al que ya estamos demasiado acostumbrados, es de importancia mucho mayor? ¡Pues lo cotidiano, sin cesar, testimonia continuamente la misma eterna bondad, Omnipotencia y sabiduría, y el mismo eterno Amor de Dios!».

21 Todos quedaron admirados por las palabras de Jacobo y alabaron a Dios por haber dado tanta sabiduría a los hombres.

22 Los hijos de José cogieron la harina y fueron a preparar el almuerzo.

Capítulo 253

Un evangelio sobre ladrones.

El Niño muestra inflexibilidad ante malhechores inveterados

1 Al cabo de una hora estuvo preparado un buen almuerzo , consistente en cinco pescados muy bien preparados y en catorce panes de miel.

2 Pues la miel era lo único que los ladrones habían dejado en la despensa.

3 José y María prepararon un buen refresco con agua, limón y algo de miel.

4 Sólo cuando el almuerzo estuvo servido, los hijos se acordaron de los cubiertos que, como era de esperar en casa de José, casi todos eran de madera.

5 Pero incluso estos utensilios sin valor habían desaparecido.

6 De modo que José tenía la comida en la mesa, pero no había cubiertos.

7 Por eso se fue a la cocina y preguntó a sus hijos:

8 «Qué pasa, ¿por qué no habéis puesto los cubiertos?».

9 «Mira, padre, esto es todo que nos han dejado los ladrones: Una parrilla, dos ollas, un cucharón que casi ya no sirve, un cuchillo y un tenedor de madera. Todo lo demás se lo han llevado.

10 Incluso para la leche no nos queda sino una sola jarra».

11 Cuando José se hubo convencido de la situación, se llevó el cucharón, la cuchara y el cuchillo al comedor, y dijo a Jonatán:

12 «Mira, estos son los únicos cubiertos que nos quedan.

13 Ha sido por perjudicarme, ¡y eso merece su castigo!

14 Puedo comprender que roben por necesidad o porque haya objetos de valor. Pero en este caso no se trata ni de lo uno ni de lo otro.

15 Porque resulta demasiado evidente que todo fue más bien con la intención de fastidiarme, un descaro que incluso el Señor no debiera tolerar sin castigar a los ladrones».

16 Después de esta argumentación todos se sentaron a la mesa. Con el cuchillo que quedaba, José despedazó el pescado y, con el tenedor, dio un trozo a cada uno. Y, de la misma manera, repartió también el pan de miel.

17 Como el Niño no vio su plato habitual, preguntó si también se lo habían llevado.

18 «Así es», le respondió María, «porque si no, estaría ahora delante de ti».

19 «José tiene razón», continuó el Niño, «fue realmente con mala intención. Y esta hay que castigarla, ¡eternamente!

20 A quien hace el mal por ignorancia, ¡que se le instruya! Y que también se instruya a aquel que lo hace por encontrarse en la miseria.

21 Sin embargo, el que conoce lo bueno pero practica intencionadamente el mal, es un auténtico diablo del fondo del infierno; y a él hay que castigarle con el fuego».

22 Todos empezaron a comer, por supuesto con las manos.

23 Pero aún no habían terminado del todo, y afuera se escuchó un gran griterío.

24 Resulta que habían vuelto los ladrones que se habían llevado los utensilios de José para luego tirarlos.

25 Cada uno estaba rodeado por una serpiente incandescente y gritaba, pidiendo socorro. Pero el Niño no les hizo caso, sino que con su Omnipotencia los mandó a todos al mar, unos cien hombres, donde perecieron.

26 Esta fue la única ocasión en la que el Niño se mostró inflexible.

Capítulo 254

Griterío de los ladrones de la ropa ante la puerta de José

1 Poco después se hizo oír otro griterío que parecía venir desde la ciudad y un gran grupo de personas se acercaron a la casa de José.

2 «¡Otra de esas!», exclamó José: «¿Qué querrán estos ahora?».

3 «Seguro que el Señor lo sabrá mejor que tú y yo», contestó Jonatán.

4 «No os preocupéis por el tumulto», los tranquilizó Jacobo, «porque son los ladrones de la ropa.

5 El poder del Señor los ha alcanzado y ahora están pagando por el ultraje a las ropas santificadas.

6 Resulta que todo el que las toca se vuelve víctima de un fuego interno que lo reduce a cenizas.

7 Por eso corren acá y allá, y gritan y se lamentan. No tardará mucho y nos rogarán que vayamos a buscar la ropa en sus casas medio quemadas.

8 Eso podríamos hacer, pero el Señor ya les tendrá otra lección preparada».

9 Nada más pronunciar estas palabras y los ladrones de ropa estaban ante la puerta de José, gritando e implorando socorro.

10 José y Jonatán salieron afuera.

11 Allí había treinta hombres que gritaban desesperadamente:

12 «Oh Júpiter, dios omnipotente, ¡sálvanos! ¡Pecamos contra ti porque no te conocíamos!

13 ¡Pero ahora te hemos conocido! ¡Por eso te rogamos que nos mates o que vengas a buscar tu ropa a nuestras casas!».

14 Entonces el Niño salió de la casa y se dirigió a los malvados:

15 «¡Escuchad, ladrones malignos! ¡Puesto que os llevasteis la ropa, ahora la buscaréis vosotros mismos!

16 ¡De lo contrario os alcanzará la muerte!».

17 Al oír estas palabras, los ladrones exclamaron:

18 «¡Ese es el joven dios, a él tenemos que hacer caso! ¡De lo contrario estaremos perdidos!».

19 Todos se fueron corriendo y volvieron con la ropa robada, cogida con pinzas de hierro

20 porque ya tenían suficientemente claro que no debían tocarla con las manos.

21 Una vez que la ropa fue recuperada, el Niño los dejó que se fuesen, sin más castigo. José estaba contento y entró con la ropa en la casa.

Capítulo 255

La nobleza interna de María. Misericordia y amor con el enemigo

1 María quedó encantada por haber recuperado su ropa, y al mismo tiempo tuvo compasión de aquellos que se la habían llevado y devuelto.

2 «Seguro que a estos no les habrá llegado ningún oro», pensó ella, «y a causa de su miseria habrán cogido la simple ropa.

3 Ahora continuarán en apuros...

4 Ay, si todavía estuvieran aquí, con mucho gusto les daría los vestidos o les dejaría el dinero necesario para que pudieran comprarse alguno».

5 En aquel momento se le acercó el Niño y le dijo

6 «Madre, ¡hoy estás muy guapa! Si supieras lo guapa que eres, es fácil que te volvieras vanidosa».

7 María sonrió, mientras el Niño la acariciaba.

8 «No me digas, mi querido Jesús... ¿Acaso no soy igual de guapa, todos los días?».

9 «Por supuesto. Sin embargo, de vez en cuando lo eres algo más.

10 Pero hoy lo eres particularmente y te digo que estás rodeada de mil arcángeles, todos los cuales quieren estar lo más cerca posible de ti».

11 María no comprendió las palabras del Niño, pero miró alrededor para ver dónde estaban los arcángeles.

12 Como no vio nada, a no ser los objetos del cuarto, le preguntó al Niño:

13 «¿Dónde están los mil arcángeles? Pues no veo ninguno».

14 «¡Es que no debes verlos porque cabe dentro de lo posible que te vuelvas vanidosa!

15 Ante los arcángeles eres ahora tan guapa porque en tu corazón ha surgido una misericordia tan grande que se parece a la mía.

16 Es muy justo y conveniente someter a los enemigos a una penitencia humana y justa. Y que en esta Tierra así sea, para siempre.

17 Pero perdonar las faltas de todo corazón a los enemigos , y encima incluso hacerles el bien y bendecirlos, ¡eso es puramente divino!

18 Únicamente la infinita fuerza del Amor divino es capaz de realizar algo así,

19 porque el amor humano es demasiado débil para ello.

20 Ahora has conseguido actuar como Dios actúa, por eso eres ahora tan guapa. Pues Dios es la suma belleza y el supremo Amor.

21 ¡Y ahora continúa actuando como te lo pide tu corazón, y mi Reino de Amor se derramará en ti, un reinado donde tú serás la reina, eternamente!».

22 En seguida María pidió a Jonatán que fuera tras los ladrones.

23 Cuando volvieron, María los obsequió abundantemente con el dinero que Jonatán les había dado.

Capítulo 256

La sabiduría de José hace que los grandes

y los ricos de la ciudad se avergüencen

1 Los ladrones agasajados cayeron de rodillas y exclamaron:

2 «¡Tamaña bondad y benevolencia jamás han sido atributos de los hombres mortales! ¡Unicamente los dioses inmortales son capaces de gratificar a sus enemigos!

3 Nosotros, por haber pecado tan profundamente contra vosotros, que sois supremos dioses, sólo merecíamos un castigo.

4 ¡Sin embargo, en vez del castigo merecido, nos habéis agasajado y bendecido a pesar de nuestra acción malvada!

5 ¡Vuestra actitud nunca vista demuestra que sois soberanos celestiales!

6 ¡Que todos los hombres de la Tierra os rindan homenaje!

7 ¡Y que los tronos de los príncipes y todas sus coronas reverencien vuestra magnificencia!».

8 Entonces los ladrones se fueron llenos de gratitud y veneración.

9 Llegados a la ciudad, divulgaron la presencia de los dioses y todos los ciudadanos se estremecieron al enterarse de que había dioses tan cerca de ellos.

10 Pronto los dignatarios de la ciudad se presentaron ante José y le preguntaron si era verdad lo que la plebe difundía en la parte medio quemada de la ciudad.

11 «En lo que se refiere a la buena acción realizada, lo que dicen es verídico», les respondió José,

12 «porque así lo hizo mi mujer.

13 Pero el que nos tomen por dioses, deja a los dignatarios y ricos de vuestra ciudad en bastante mal lugar.

14 Porque de esta manera la pobre plebe pone vuestra gran inclemencia al descubierto, ya que en vosotros no puede ver la menor tendencia a hacer algo divino.

15 Actuad de la misma manera que mi mujer y todos los míos, ¡y pronto la plebe dejará de tomarnos por dioses!».

16 Cuando los dignatarios oyeron las palabras muy justas de José, se marcharon profundamente avergonzados.

17 Al fin quedaron convencidos de que José y los suyos no eran dioses, pero que José sí era un hombre sumamente sabio y bueno.

18 Desde aquel día, durante medio año, José y los suyos vivieron tranquilos y muy respetados y estimados por toda la gente.

19 El Niño, por su parte, ya no realizaba milagros, con lo que todo continuó de manera natural.

20 Jonatán se quedaba más tiempo en la casa de José que en la propia, porque allí era sumamente feliz.

Capítulo 257

Muerte de Herodes. Arquelao sube al trono.

El ángel del Señor indica a José que vuelva a Israel

1 Fue por las mismas fechas cuando murió Herodes, el infanticida, y su hijo Arquelao ocupó el trono.

2 Y así se lo dijo Jacobo a José y a María.

3 «Te lo creo de buen grado», le respondió José, «¿pero que es lo que cambiará para nosotros?».

4 «El Señor no me ha dado instrucciones que comunicarte.

5 De la misma manera que el Señor siempre te ha hablado por la boca de un ángel, también esta vez lo hará.

6 Pues no estaría dentro del Orden divino que un hijo indicara el camino a su padre».

7 «¿Entonces te parece que el Señor me hablará de esta manera?».

8 «Escucha, padre, ahora mismo oí dentro de mí:

9 “Esta noche, en un sueño clarividente, te mandaré mi ángel que te anunciará mi Voluntad.

10 Y tal como él te la revele, ¡cúmplela, inmediatamente!”».

11 Nada más escuchar estas palabras, José salió fuera para rezar, agradeciendo a Dios el aviso previo que le había llegado por boca de su hijo.

12 Se mantuvo profundamente absorto en su oración y, cuando volvió a entrar en la casa para descansar, ya habían pasado tres horas.

13 Mientras daba a sus miembros el debido descanso después de un día de mucho trabajo, y ya profundamente dormido, en un sueño se le apareció el ángel del Señor que le dijo:

14 «¡Levántate, toma al Niño y a la madre, y vuelve a Israel, porque los que atentaban contra la vida del Niño ya murieron!».

15 En seguida José se despertó y se levantó para avisar a María.

16 «¡Hágase siempre la Voluntad del Señor!», respondió ella,

17 «pero ¿por qué hablas únicamente de nosotros tres? ¿Acaso tus hijos tienen que quedarse aquí?».

18 «Por supuesto, ¡que no! Lo que el ángel me dijo se refiere a todos los míos.

19 Muchas veces el Señor habló a los profetas como si se tratase únicamente de ellos mismos,

20 sin embargo, sus palabras siempre se referían a toda la familia de Jacobo».

21 Todos quedaron convencidos y los hijos salieron afuera para preparar los animales.

22 Pero en seguida volvieron sumamente sorprendidos porque todo estaba ya preparado; por cada uno había un burro ya cargado con las cosas más imprescindibles para el viaje.

23 José entregó todo el inventario de la casa a Jonatán que aquella noche se había quedado con ellos, le bendijo y le recomendó que, dentro de un año, les siguiera a Nazaret.

24 También el Niño le besó y le bendijo. Y, con lágrimas en los ojos por la salida tan inesperada de sus amigos, Jonatán se despidió de ellos.

25 Mucho antes de la salida del Sol la pequeña caravana se puso en camino.

Capítulo 258

Llegada a Nazaret

1 Después de un viaje fatigoso de diez días José llegó con los suyos a Israel y descansó en un monte donde había gente que vivía da la cría de ganado.

2 José les pidió información acerca de la situación en su patria.

3 Le dijeron que Arquelao había sucedido a Herodes y que era aún más cruel que su padre.

4 José y los suyos se asustaron profundamente y un gran miedo se apoderó de ellos.

5 José pensó en volver a Egipto o, tal vez, a Tiro.

6 Aunque ya en Egipto supieron, a través de la boca de Jacobo, que Arquelao había subido al trono de su padre,

7 no se imaginaban que el nuevo rey superaba a su padre en crueldad.

8 De modo que José decidió volver a Egipto.

9 María procuró disipar la preocupación de su marido.

10 «Oye, José, fue el mismo Señor el que nos dio la orden de volver a Israel. ¿Por qué vas a temer más a Arquelao, que no es más que un rey de hombres mortales, que al Señor?».

11 «¡Tienes toda la razón, María!

12 Pero sé que los caminos del Señor a veces son incomprensibles... Sé que, ya desde Abel, en general conduce a los suyos a la muerte.

13 Por eso tengo ahora un gran miedo, porque quién sabe si el Señor nos tiene preparado algo parecido.

14 Y, conociendo ahora la crueldad del nuevo rey de Jerusalén, esta sospecha se concreta aún más.

15 Por eso nos volveremos mañana por la mañana.

16 Te digo que si el Señor quiere traernos la muerte, ¡entonces sería mejor que nos mandase leones, tigres e hienas en vez de a Arquelao!».

17 De modo que José estaba firmemente decidido a volver a Egipto.

18 Pero la misma noche el Espíritu del Señor se le aproximó en un sueño,

19 de modo que el Señor mismo le dio la orden de continuar hacia Nazaret.

20 Sin réplica José se levantó y, muy de mañana, todos se pusieron en camino.

21 Y, todavía el mismo día, alcanzó los lugares de Galilea.

22 Ya era de noche cuando llegó a Nazaret donde estableció su morada, para que se cumpla lo que dijo el profeta: «¡Le llamarán el Nazareno!».

Capítulo 259

Cornelio descubre la pequeña caravana

1 ¿Pero dónde estableció su morada?

2 En los primeros capítulos que tratan de la salida de José para Egipto, se mencionó que José pidió en Belén a la rica Salomé que arrendara su casa de las afueras de Nazaret.

3 Pero ella había hecho aún más; ella misma la había comprado con dos ideas:

4 En el caso de que José o uno de sus hijos volviera, devolvérsela como propiedad.

5 O, si hubiera lugar a ello, conservar esta casa tan sagrada como recuerdo de la noble familia.

6 Así que consideraba la casa de José como un santuario en el que no se atrevía vivir, y menos todavía arrendar.

7 Pero para, a pesar de todo, poder vivir cerca de la casa de José, se compró un terreno cerca de ella, donde construyó otra bastante confortable en la que vivía con su servidumbre.

8 Allí se encontraba frecuentemente con Cornelio que, precisamente el día que José volvió de Egipto, regresaba de un asunto oficial.

9 Hacía una noche maravillosa de luna llena y cielo enteramente despejado cuando Cornelio se presentó a Salomé.

10 Debido a la buena noche que hacía, los dos subieron a la azotea de la pintoresca casa que se encontraba muy cerca de la calle principal y a unas setenta brazas de la casa de José.

11 Muchas veces ambos dirigieron la vista a la antigua casa de la noble familia y, como en otras ocasiones, Cornelio recordó:

12 «Todavía veo nítidamente ante mí el acontecimiento de Belén como en un sueño sublime; ese caserío me lo recuerda continuamente.

13 Pero cuanto más reflexiono sobre aquel acontecimiento tan sumamente sublime, tanto más inexplicable se me vuelve».

14 También Salomé recordaba: «¡Eso!; tampoco yo comprendo cómo es posible que, con lo grandioso que fue el acontecimiento, todavía pueda continuar viva.

15 Todavía hay una gran diferencia entre tus sentimientos y los míos, pues yo no puedo menos que adorar continuamente al Niño en mi corazón;

16 mientras que para ti todo aquello es más bien sólo un acontecimiento histórico sublime.

17 Muchas veces he pensado que, si un buen día esta familia volviera, la bienaventuranza me mataría.

18 Si viviera allí, tan cerca, Dios mío, ¡qué sensación tan inimaginable!

19 ¡Te digo que sería como si todos los Cielos estuvieran reunidos aquí en esta azotea!».

20 «Lo mismo te digo yo, pues también para mí sería lo más grandioso...

21 Supongamos, no digo más que supongamos, que en este momento llegaran por allí y los reconociéramos desde lejos, ¿qué haríamos?».

22 «Amigo, ¡no insistas tanto! ¡Me moriría de alegría!».

23 Así absortos en sus ensueños,

24 Cornelio divisó al pequeño grupo que, todavía a cierta distancia, se estaba acercando.

25 «Mira, Salomé, y fíjate en aquella pequeña caravana, tan tarde como es...

26 ¿Y si fueran ellos, la sublime familia?».

27 Salomé casi se asustó y protestó: «¡Te ruego que no me hables continuamente de ellos porque cada vez despiertas de nuevo en mí unos deseos que no tienen solución! ¡Ay, no sé qué me pasaría!».

28 «¡Yo también creo que lo pasaría mal! Pero mira, la caravana se ha parado y una de las personas se acerca a nosotros! ¡Vamos a ver quién es!».

29 Los dos se acercaron a la persona. Se trataba de uno de los hijos de José que venía con una vasija para buscar agua.

30 Pero no le reconocieron porque así era la Voluntad del Señor, por el bien de ellos.

Capítulo 260

José quiere pasar la noche al aire libre

1 Cuando Joel hubo llenado su vasija de agua, aún les preguntó a ambos si todavía faltaba mucho para la misma Nazaret.

2 «Mira, por allí ya puedes vislumbrar las murallas de la ciudad», le respondió Cornelio,

3 «y un niño llegaría fácilmente en un cuarto de hora».

4 Joel les dio las gracias y llevó el agua a su pequeño grupo.

5 En seguida José le preguntó qué le habían dicho.

6 «Una mujer y un hombre vinieron a mi encuentro. Fueron muy amables. Me dieron agua y luego me dijeron que ya estamos en el término de la ciudad.

7 De modo que nuestro antiguo caserío debe de estar cerca de aquí».

8 «No hay duda. ¿Pero acaso sabes quién será el propietario , después de tres años?

9 ¿Quién sabe si nuestro antiguo caserío está todavía a nuestra disposición?

10 De modo que una vez más tendremos que dormir al raso,

11 y mañana ya veremos dónde encontrar un domicilio duradero.

12 Ahora ve con tus hermanos a buscar algo de leña para hacer un fuego.

13 Porque estas alturas son bastante frías por las noches, y conviene que podamos calentarnos un poco».

14 Los cuatro hijos fueron a la misma casa donde encontraron a los dos todavía levantados.

15 y les pidieron fuego y algo de leña.

16 En esta ocasión Salomé y Cornelio preguntaron quiénes eran para ver hasta que punto se podían fiar de la caravana.

17 Los hijos respondieron: «Venimos de Egipto y somos la gente más honrada del mundo.

18 Nuestra idea es quedarnos en Nazaret y adquirir una propiedad.

19 Pues, estrictamente hablando, somos nazarenos. Sólo que un contratiempo nos obligó a salir para Egipto.

20 Pero como dicho contratiempo se resolvió, hemos vuelto para buscar una morada».

21 Al enterarse de estos detalles, Salomé y Cornelio les dieron fuego y leña abundante.

22 Los hijos volvieron y en seguida encendieron fuego para que todos pudieran calentarse un poco.

Capítulo 261

Salomé y Cornelio sospechan de la pequeña caravana

1 Salomé y Cornelio reflexionaron todavía mucho tiempo sobre quiénes podrían ser los de la pequeña caravana.

2 Cornelio dijo: «Hay que reconocer que estos cuatro hombres ni jóvenes ni mayores se parecen mucho a los hijos del noble hombre al que conocimos en Belén.

3 También la manera como hablan muestra el típico deje nazareno.

4 Según me escribió mi hermano desde Tiro, es posible que aquel hombre milagroso emigrara a Egipto.

5 ¿Si se tratara de la misma persona que se llamaba José?

6 ¿Por qué no vamos allí para examinar al grupo de más cerca?

7 Y si realmente fueran ellos, ¡no deberíamos perder ni un segundo en agasajarlos de la mejor forma!».

8 Con estas palabras de Cornelio, Salomé quedó casi arrebatada de entusiasmo y, entre suspiros, aprobó:

9 «Sin duda, amigo mío, debe ser como tú dices, ¡seguro que es la familia santa!

10 Ahora mismo voy a despertar a mi servidumbre para que venga con nosotros al encuentro de la familia que acampa allí».

11 Entonces Salomé se fue para despertar a su servidumbre.

12 Al cabo de media hora todos estaban en pie en casa de Salomé.

13 Cuando Cornelio vio que todos estaban preparados, animó a Salomé:

14 «¡Adelante, pues, y ya veremos quienes son!».

15 A la orden de Salomé todo el grupo se puso en marcha hacia donde José y los suyos estaban acampados alrededor de un fuego modesto.

16 Ya muy cerca, Cornelio observó:

17 «Mira, Salomé, la mujer al lado del fuego, ¿no podría ser ella la joven María con su hijo?

18 ¡Y el anciano podría fácilmente ser aquel hombre milagroso que conocimos en Belén!».

19 Salomé arqueó las cejas y, poco a poco, empezó a percibir que todo era tal como Cornelio le estaba diciendo.

20 Entonces empezaron a fallarle las fuerzas y se desvaneció.

Capítulo 262

Vuelta al antiguo caserío

1 Cuando Salomé se reanimó de su desmayo, dijo a Cornelio:

2 «Permíteme un pequeño descanso e iré a comunicarles que su caserío está a su disposición».

3 «Espera, mujer, como estás todavía demasiado débil, déjame que vaya yo para anunciarles en tu nombre lo que has hecho por ellos.

4 Porque estarán muy cansados y necesitarán un alojamiento lo antes posible.

5 Por eso, ahora mismo iré en tu lugar».

6 «Tienes razón, Cornelio, pero ya me he recuperado. De modo que iremos juntos».

7 Llegados al grupo, en seguida Cornelio tomó la palabra:

8 «Dios, el Señor de Israel, esté con vosotros, con mi compañera Salomé y conmigo.

9 Me parece tener claro quienes sois. Y no cabe duda de que tú seas el mismo José que hace tres años emigró a Egipto con su joven esposa María para escapar a la persecución de Herodes.

10 Por ello venimos a toda prisa para recibirte e introducirte en tu propiedad».

11 José también saludó y preguntó:

12 «Apreciado hombre, ¿quién eres para que puedas darme semejantes informaciones?

13 Dime tu nombre y te seguiré con mucho gusto».

14 «Noble anciano, soy el prefecto de Jerusalén

15 y mi nombre es Cornelio. Soy el mismo que allí en Belén pudo prestarte un servicio.

16 Así que no te preocupes por nada; ¡y esta es mi amiga, la Salomé de Belén, que cumplió con tu encargo!».

17 En aquel momento Salomé ya no pudo resistir, se echó a los pies de José y exclamó con voz trémula:

18 «¡Que suma alegría para mí, pobre pecadora, que mis indignos ojos puedan volver a veros!

19 ¡Venid! ¡Venid a vuestra casa, porque la mía no merece semejante Gracia!».

20 José estaba conmovido y, con lágrimas, dijo:

21 «Oh, gran Dios y Padre, ¡siempre llevas al viajero fatigado al mejor camino!».

22 Abrazó a Cornelio y a Salomé, y todos fueron al antiguo caserío de José.

Capítulo 263

Salomé entrega el caserío en el mejor estado

1 La servidumbre de Salomé y el séquito de Cornelio les ayudaron a llevar el equipaje a la casa.

2 Salomé condujo el grupo a la vivienda del caserío que estaba bien instalada y conservada.

3 Todas las camas eran nuevas y estaban muy limpias, de modo que José se quedó sorprendido por la gran limpieza.

4 También el establo estaba bien arreglado y cuidado.

5 José estaba impresionado por lo bien que Salomé lo había cuidado todo para él.

6 «Querida amiga, ya ves que soy pobre y no tengo idea de cómo puedo recompensarte y agradecértelo todo».

7 «Pero mi amigo más sublime», le respondió Salomé con lágrimas en los ojos,

8 «¿qué tengo yo en este mundo que no haya recibido de Aquel que ahora está descansando en los brazos de su madre?

9 Teniendo en cuenta que lo recibí de Aquel que está contigo, ¿cómo, entonces, podría jamás considerarlo mío?

10 Oh, ¡el Señor, el santo desde todas las eternidades, no vino a nosotros en un mundo ajeno

11 sino entrando en su eterna propiedad.

12 Por eso no hay nada que pudiéramos darle, a no ser lo que ya es suyo.

13 De modo que lo que dices sobre una hipotética deuda ante mí es entera y absolutamente vano. Pues ya tengo una recompensa completa por haber sido considerada digna de poder hacer algo por ti...

14 Y eso tanto más porque siento en todas las fibras de mi ser que soy la más indigna para ello».

15 En aquel momento a Salomé ya no le salieron las palabras. Se calló, pues, y lloró de amor y felicidad.

16 Entonces el Niño se despertó.

17 Poniéndose de pie en las rodillas de María, se volvió hacia Salomé y Cornelio, y los miró a ambos con mucho cariño.

18 «¡Salomé y Cornelio, sois vosotros!», exclamó. «Ya veis que dormía, pero vuestro gran amor me despertó.

19 Ah, ¡eso es dulce y agradable, y siempre lo será!

20 Pero en adelante dormiré ante los hombres en la intimidad de mi esencia. Pero todo aquel que venga a mí con un amor profundo como el vuestro, él me despertará para sí por todas las eternidades.

21 Ahora, Salomé, ve a descansar. ¡Pero mañana me prepararás un buen desayuno!».

22 Salomé se encontraba sumamente feliz: Por primera vez había oído hablar al Señor...

23 Todos alabaron a Dios y se fueron a descansar.

Capítulo 264

El plato favorito del Niño

1 A la mañana siguiente, a primera hora, había ya mucho movimiento en las dos casas. Salomé estaba en la cocina ocupada preparando el desayuno, que consistía en pan de miel, una sopa de pescado y algunos pescados de primera calidad.

2 Hasta truchas había que allí se encontraban en los torrentes de las montañas.

3 Cuando todo estuvo preparado, Salomé fue a la casa de José para invitarle, junto con los suyos.

4 «Pero mujer, ¡no te metas en tantos gastos por nosotros!», objetó José, «porque mira:

5 También mis hijos están preparando un desayuno.

6 De modo no deberías haberte molestado tanto por nosotros»

7 «Pero amigo, ¿rechazarás el trabajo de tu sierva? ¡Ven!», insistió Salomé.

8 José estaba profundamente conmovido, llamó a todos los suyos y se fueron a casa de Salomé.

9 Llegados allí, Cornelio los recibió con gran amabilidad

10 y José se alegró mucho cuando, a la luz del Sol, le reconoció del todo.

11 Luego entraron todos en un precioso comedor donde el desayuno ya los estaba esperando.

12 Cuando el Niño vio los pescados en la mesa, se puso muy contento y fue corriendo hacia Salomé.

13 «¿Quién te ha dicho que el pescado me gusta tanto?

14 Ha sido un acierto porque precisamente el pescado es mi plato favorito.

15 El pan de miel y la sopa de pescado también me gustan mucho.

16 Pero entre todas las comidas prefiero ante todo el pescado.

17 Como cuidas tanto de mí, ya te quiero mucho».

18 Ante semejante elogio infantil Salomé quedó tan conmovida que empezó a llorar de nuevo.

19 «Salomé, ¿por qué lloras siempre que tienes una gran alegría?», le preguntó el Niño Jesús, «pues te digo que no soy amigo de lloros.

20 ¡Deja de llorar cuando te alegras y te querré aún más!

21 ¿Sabes que me gustaría mucho comer el pescado sentado en tu regazo?

22 Pero no me atrevo hacerlo porque de nuevo llorarás por tanta alegría».

23 Salomé se animó tanto como pudo y le respondió:

24 «Ay, Señor, ¿quién podrá verte sin tener lágrimas en los ojos?».

25 «Pues fíjate en mis hermanos: Ellos no lloran cuando me ven, a pesar de verme cada día».

26 Entonces Salomé se calmó y todos se dirigieron a la mesa donde el Niño se sentó en su regazo.

Capítulo 265

Cornelio tranquiliza a José acerca de Arquelao

1 Terminado el desayuno, José rogó a Cornelio que le informara lo más exactamente posible sobre Arquelao.

2 «Créeme, amigo, si no estuviera bajo nuestro absoluto control, entonces sería diez veces más cruel que su padre.

3 Pero con fundada razón hemos limitado sus atribuciones al mínimo, de modo que sólo puede recaudar impuestos, y eso según nuestros criterios.

4 Y cuando los tributarios se nieguen a pagarlos, tiene que dirigirse a nosotros.

5 Si no colabora, podemos presentarle en todo momento la orden de su destitución firmada por el emperador y declararle fuera de la ley ante el pueblo.

6 De modo que no tienes que temer absolutamente nada por parte suya.

7 ¡Ay de él si se permitiera pecar contra las reglamentaciones!,

8 porque entonces, al día siguiente, el rey se volvería esclavo de Roma, desterrado y fuera de la ley.

9 Bueno, me parece que no hace falta que te explique más para que te tranquilices.

10 Y en lo que se refiere a mí, ahora soy prefecto de Jerusalén. Mi hermano Cirenio es en cierto sentido vice-emperador de Africa y Asia, y los dos somos tus amigos...

11 De modo que mejor garantía, en sentido mundano, no puede ser concedida a nadie en la Tierra.

12 ¡Y el que da la mayor garantía para tu seguridad y paz, vive, por supuesto, en tu propia casa!

13 De modo que puedes estar muy tranquilo y ejercer tu profesión sin miedo ni recelo.

14 En cuanto a los impuestos, ya encontraré una rúbrica que no te pesará mucho».

15 Con estas palabras de Cornelio, José se tranquilizó del todo.

16 Entonces, Cornelio se fijó en las cinco muchachas de Cirenio y en Eudosia que le parecía conocida, aunque no la reconocía.

17 Por eso quiso saber más respecto a ellas.

18 José le explicó todo tal como había sido, sin ocultar los sucesos sobrenaturales.

19 Con este relato, Cornelio supo que José había tratado a su hermano Cirenio con suma amabilidad y con un gran altruismo.

Capítulo 266

Cornelio explica el sistema romano de las cartas secretas

1 Luego Cornelio preguntó a José si Cirenio sabía que él había abandonado Egipto.

2 porque si no, sería mejor informarle.

3 «Queda con tu hermano como te parezca conveniente», le respondió José,

4 «pero de todas formas te ruego que le indiques que no me visite demasiado pronto.

5 Y en el caso de que viniera, que venga al amparo de la noche para que nadie se entere de su visita.

6 Porque de lo contrario llamaría la atención sobre mi casa, lo que perjudicaría la paz divina en ella».

7 Cornelio le tranquilizó:

8 «Los romanos somos maestros en viajar de incógnito.

9 Mañana en cuanto llegue a Jerusalén, mi primer asunto será escribir una carta secreta a mi hermano para informarle que tú estás aquí.

10 Tal vez la mandaré con el mismo Arquelao que no se enterará de su contenido aunque la enviara sin sellar».

11 José quiso saber cómo iba a preparar la carta.

12 «No hay cosa más fácil que eso.

13 Pues, se toma una larga tira de papiro de la anchura de un dedo.

14 Esta tira se enrosca alrededor de un palo redondo, de manera que sus bordes se unan perfectamente.

15 Así enroscada la tira, se escribe el secreto en el sentido longitudinal del palo, por encima de todas las espirales.

16 Una vez terminado el mensaje, se quita la tira del palo y se le manda al destinatario abierta.

17 Resulta que Cirenio tiene un palo idéntico al mío,

18 sin el cual sería imposible descifrar el mensaje,

19 porque en la tira no se ven más que algunas sílabas y, por lo demás, sólo letras sueltas e incompletas».

20 «Comprendo perfectamente. De modo que puedes muy bien escribir a tu hermano

21 porque así, por supuesto, nadie se enterará del secreto».

22 Luego Cornelio se dirigió a Eudosia para conversar con ella.

Capítulo 267

Cornelio pregunta sobre lo divino en el Niño

1 Cornelio llegó a saber por Eudosia todo lo que le interesaba y,

2 de esta manera, vio confirmado que el relato de ella correspondía con el contenido de la carta de su hermano Cirenio.

3 Por eso, de nuevo, se dirigió a José:

4 «Ahora estoy perfectamente informado

5 y ya no preguntaré más por qué abandonaste Egipto, a pesar de que allí estabas muy bien instalado.

6 Ya sé que no harías nada que no te fuera mandado por tu Dios.

7 Y como siempre actúas conforme a su Voluntad, también tus acciones estarán siempre justificadas ante Él y ante todo el mundo que piense y actúe como yo.

8 Pero todavía queda una cosa que me gustaría que me dijeras antes de mi salida para Jerusalén:

9 Aún recuerdo muy bien los acontecimientos milagrosos sucedidos cuando nació tu hijo.

10 Ahora mismo tengo más bien la impresión de que todo lo prodigioso de Él se ha perdido. Dime, ¿cómo debo interpretar esto?».

11 «Tu pregunta me sorprende

12 porque supongo que has oído hace poco la conversación entre Él y Salomé.

13 ¿Acaso hablan todos los niños de esta edad con tanta sabiduría?

14 ¿No te parece que tales palabras salidas de la boca de nuestro Niño de tres años equivalen en importancia a cualquiera de los fenómenos que acompañaron su nacimiento en Belén?».

15 Cornelio no estuvo conforme. «Ese detalle no me coge de sorpresa

16 porque algunas veces oí en Roma que Niños de un año ya hablaban, pese a que su nacimiento había sido absolutamente natural.

17 Por ello tengo que confesar que tu hijo prodigioso no satisface mis grandes esperanzas».

18 En aquel momento el Niño se acercó a Cornelio y le recomendó:

19 «Oye, Cornelio, confórmate con el yugo que puse en tus hombros

20 porque si quisieras cargarte con un mayor peso de mi Voluntad, para eso tendrías entonces que transformarte antes en una montaña de granito.

21 Así que no exijas más de mí antes de su tiempo debido.

22 Pero cuando haya llegado la hora, ya haré por ti y por el mundo más de lo preciso».

23 Al oír esto, Cornelio dejó de preguntar más y dio orden de que le preparasen el equipaje para su viaje.

Capítulo 268

Cornelio fija la placa de exención tributaria en casa de José

1 A las pocas horas, todo estuvo preparado para el viaje. Pero antes de partir Cornelio aún fue a la casa de José para colocar una placa metálica con la efigie del emperador y su firma.

2 Aquella placa, colocada en la puerta, era la señal imperial de exoneración tributaria, conforme a la cual el tetrarca del país no podía ejercer ningún derecho sobre la casa en cuestión.

3 Terminado este trabajo, Cornelio escribió en latín debajo de la placa:

4 «Este sello romano de exoneración tributaria fue concedido por Cornelio, prefecto de Jerusalén, en virtud del decreto y de la voluntad de Cesar Augusto, y con plenos poderes de la ciudad de Roma».

5 Luego Cornelio se dirigió a José:

6 «Bueno, apreciado amigo, ahora tu casa y tu profesión están exentos de cualquier impuesto que Arquelao pudiera exigirte.

7 Sólo tendrás que pagar la pequeña tasa que corresponde al Cesar, que no es gran cosa, ya sea en Jerusalén o aquí en Nazaret, en la delegación imperial, contra recibo.

8 De modo que ahora estás protegido de toda clase de persecución por parte del tetrarca.

9 Pero coloca todavía una reja encima de la placa para que nadie te la robe ni borre mi apostilla».

10 José dio las gracias a Dios por tanta ayuda y bendijo al romano.

11 Entonces el Niño se acercó a Cornelio:

12 «Si ahora me prestas un poco de atención, entonces, en recompensa, te daré una gran sorpresa:

13 Acabas de hacer un gran bien a José y a toda su familia.

14 Por eso te digo que también Yo, un buen día, le haré algo parecido a toda tu familia.

15 A pesar de que este caserío no es propiedad de José sino de Salomé porque ella lo compró,

16 te recompensaré multiplicadamente el gran bien que le hiciste.

17 Con tus propias manos colocaste el sello de exoneración y añadiste la apostilla...

18 Así también Yo, un buen día, esparciré mi Espíritu sobre ti, los tuyos y tu casa, por lo cual recibirás la eterna libertad de los Cielos de Dios y tras ella la Vida eterna en mi Reino».

19 Cornelio levantó al Niño, lo besó y sonrió por las perspectivas tan particulares que este le anunció.

20 Pues, ¿cómo iba a comprender lo que el Niño Jesús le había hablado con una sabiduría tan profunda?

21 «Eso lo comprenderás el día en que mi Espíritu venga sobre ti», añadió el Niño, y se fue corriendo hacia Jacobo.

22 Entonces Cornelio se puso en camino.

Capítulo 269

José tiene la intención de visitar a los parientes;

extraño comportamiento de Jesús

1 Cuando José, con la ayuda de Salomé, hubo arreglado la casa de acuerdo con sus conveniencias, dio las gracias a Dios por haber sido acogido tan favorablemente en la Tierra de sus padres.

2 Al día siguiente encargó a sus cuatro hijos mayores que cuidasen la casa durante todo el día y, dirigiéndose a María, dijo:

3 «Aquí, en Nazaret y sus alrededores, tenemos mucha parentela y también muchos buenos amigos y conocidos.

4 Por eso prepara al Niño y junto con Jacobo, y si quieres con Eudosia y las cinco niñas,

5 aprovecharemos el día para visitarlos.

6 Seguramente ya hace mucho tiempo que nos echan de menos y se alegrarán de volver a vernos.

7 Quién sabe si en esta ocasión conseguiré un trabajo para ganar lo necesario para nuestro sustento».

8 A María la idea le pareció muy bien y lo preparó todo para tal fin.

9 Unicamente el Niño no quería acompañarlos , al principio. Sólo con algunas palabras cariñosas de María se dejó vestir y animar para acompañarlos.

10 Pero el Niño dijo: «¡Con la condición de que nadie me lleve en brazos!

11 Porque adonde vayáis, Yo andaré entre vosotros.

12 ¡Y no me preguntéis por qué lo quiero así! Porque no voy a decir por las buenas por qué hago una cosa o por qué dejo de hacerla».

13 «¡Está bien...!», le respondió María, «pero me temo que en cuanto te canses querrás que te lleven en brazos».

14 «¡No te equivoques! Porque nunca me canso cuando no quiero.

15 Sin embargo, cuando quiero, también me canso.

16 Pero entonces mi cansancio resulta una perdición para los hombres, porque únicamente el pecado del hombre puede obligarme a que me canse...

17 Ahora, sobre todo, os advierto que nadie de vosotros me descubra,

18 porque ya es suficiente que vosotros sepáis que Yo soy el Señor.

19 Para vosotros este conocimiento no es un juicio porque vuestros corazones son de los Cielos.

20 Pero si los hombres del mundo lo supiesen antes del tiempo debido, entonces caerían en un juicio y tendrían que morir.59

21 Es por ello por lo que no quería acompañaros desde el principio.

22 Pero como ahora ya estáis advertidos, iré con vosotros.

23 Bien entendido: Iré andando para que la Tierra sepa por mis pasos Quién está ahora pisando su suelo».

Capítulo 270

La Tierra tiembla bajo los pasos de Jesús

1 Cuando José y su familia se pusieron en camino, el Niño andando entre María y José, a cada paso que Él daba, todo el grupo notaba un formidable temblor del suelo.

2 José, intranquilo por el fenómeno, preguntó a María:

3 «¿También tú sientes que a veces el suelo tiembla y se agita?».

4 «Pues sí, ¡y a veces bastante fuerte! Y además: Después de parecidos terremotos frecuentemente se presentan tormentas...

5 ¡Espero que no nos sorprenda una de ellas mientras estemos en camino o en la ciudad!

6 Vaya, ¡continúan los temblores como nunca había visto antes!

7 ¡Seguro que los seguirá una tormenta terrible!».

8 «No se ve ni una sola nube en el cielo», dijo José,

9 «pero aun así cabe dentro de lo posible que tengas razón.

10 Si estos temblores no terminan pronto, entonces será mejor que no entremos en la ciudad».

11 Mientras todavía seguían caminando hacia la ciudad, se encontraron con mucha gente que salía de ella espantada y que les advirtió:

12 «¡Id adonde queráis, ¡pero no entréis en la ciudad!

13 ¡Porque hace menos de media hora que ha empezado un gran terremoto y es posible que aún se caigan más casas!».

14 Por un momento José dudó si debía continuar o no.

15 Pero Jacobo se dirigió a él y le dijo en secreto:

16 «Padre, no temas nada, porque este terremoto no perjudicará a nadie ni dentro de la ciudad ni tampoco en sus alrededores».

17 Con lo que José comprendió de dónde venían los temblores

18 y animó a los suyos a entrar en la ciudad.

19 Cuando los que huían de ella vieron que el anciano continuaba su camino pese a las advertencias,

20 se preguntaban entre ellos: «¿Quién puede ser este hombre que no teme a un terremoto?».

21 Pero a pesar de todas las conjeturas que hicieron, nadie le reconoció.

22 Siguiendo el ejemplo de José, también los ciudadanos quisieron volver a la ciudad.

23 Pero en cuanto el Niño continuó su camino, la tierra volvió a temblar. Así que los ciudadanos continuaron huyendo, mientras que José, sin miedo alguno, entró con los suyos en la ciudad.

Capítulo 271

José es recibido calurosamente

1 En la ciudad toda la gente corría de un lado a otro, gritando de miedo y con desesperación:

2 «¡Dios, el Señor de Abraham, Isaac y Jacob nos ha visitado para castigarnos!

3 ¡Rasgad vuestros vestidos, poned ceniza en vuestras cabezas y haced penitencia para que el Señor tenga misericordia de nosotros!».

4 Algunos que se encontraban cerca de José le preguntaron si no iba también a rasgar su ropa.

5 Pero José les dijo: «Oh, hermanos, ya que queréis hacer penitencia, hacedla con el corazón en vez de con las vestiduras.

6 Porque el Señor no tiene en cuenta el color de la ropa ni si está desgarrada,

7 sino que se fija únicamente en el corazón cuyas cualidades son las que le importan,

8 porque en él se puede ocultar malos pensamientos, codicia, mala voluntad,

9 impudicia, prostitución, fornicación, adulterio, etc.,...

10 Si veis algo así en vuestros corazones, ¡sacadlo!, y obraréis mejor que rasgando vuestra ropa y cubriendo vuestras cabezas con ceniza».

11 Cuando los asustados nazarenos oyeron estas palabras de José, retrocedieron y muchos de entre ellos se preguntaban:

12 «¿Quién será este hombre que pronuncia palabras dignas de un profeta?».

13 El Niño sacudió el brazo de José y le dijo sonriendo:

14 «¡Muy bien hablado, José!, ¡es precisamente lo que les hacía falta a estos ciegos!

15 Bueno, continuemos nuestro camino, pero que ahora el suelo descanse».

16 Acto seguido José y los suyos entraron en casa de un amigo de José que era médico en Nazaret.

17 Cuando este le vio, se sobresaltó y le estrechó entre los brazos.

18 Casi gritando, le preguntó: «José, hombre, ¿de dónde vienes tú en esta hora de aflicción?

19 ¿Dónde estuviste durante todos esos tres últimos años?

20 ¿De dónde vienes ahora? ¿Y qué buen viento te trajo aquí?».

21 «Amigo, déjanos entrar y danos agua para que podamos lavarnos los pies, luego ya te lo contaré todo».

22 En seguida el médico cumplió el deseo de José.

Capítulo 272

José se indigna con Arquelao

1 Cuando José y los suyos se lavaron los pies, entraron en el salón del médico donde había varios enfermos en tratamiento. Allí se sentaron todos y, en pocas palabras, José le explicó los puntos principales de su huida a Egipto.

2 El médico, al saberlo, se enojó contra Herodes, y más todavía contra su hijo vivo, Arquelao.

3 Según él, esta fiera era aún mucho más malvada que su padre.

4 «En fin», le dijo José, «todo lo que me cuentas sobre Arquelao, ya lo sabía antes de venir aquí.

5 Pero hasta en este punto el Señor ha cuidado de mí.

6 Pues, ahora vivo en una casa libre de impuestos y con los derechos de un ciudadano romano. Por eso no tengo que ver nada con esa fiera».

7 «Oh, amigo, ¡no te fíes! También mi casa tenía la placa imperial de exoneración

8 pero hace poco, los esbirros de Arquelao arrancaron la placa del portal durante la noche, y al día siguiente se llevaron mis bienes de la manera más vil.

9 Es fácil que te haga la misma jugada. Así que ¡ten cuidado!

10 Para este demonio no hay nada sagrado. Y lo que no se lleva él, se lo llevarán sus recaudadores y los publicanos».

11 Entonces también José se puso furioso contra Arquelao y exclamó:

12 «¡Que esa fiera lo intente y sufrirá las consecuencias!

13 ¡Porque tengo la palabra del prefecto, de que si Arquelao no respeta el privilegio de Roma, será tratado como reo de alta traición!».

14 «¡No te fíes demasiado de tales privilegios!

15 Porque no hay nadie más zorro que esta bestia griega si se trata de librarse de responsabilidades por un crimen cometido.

16 ¿Sabes qué hizo cuando me quejé ante la jurisdicción romana?

17 Acusó del procedimiento arbitrario a su propio abogado, y lo arrojaron al calabozo.

18 Y cuando reclamé la indemnización, me la negaron con la siguiente contestación:

19 “Como hay pruebas evidentes de que el rey no participó en este robo, tampoco se puede recurrir contra él; eso corresponde al delincuente que procedió arbitrariamente.

20 Pero al abogado no se le encontró nada. De modo que el daño afecta al propietario, como en el caso de cualquier robo ordinario”.

21 Y así me despacharon. Me devolvieron la placa y volvieron a colocarla en la puerta. ¿Por cuánto tiempo? ¡Eso lo sabrá únicamente Arquelao!».

22 Al oír esto, José se irritó, sin saber qué decir.

23 Pero el Niño le aconsejó «¡No te enfades por ese impotente porque todavía existe un Señor que puede más que toda Roma!».

24 Con estas palabras del Niño José se tranquilizó, mientras que el médico arqueaba las cejas; pues aún no conocía al Niño.

Capítulo 273

Admiración y predicción del médico acerca del Niño tan sabio

1 Pasado un rato, el médico tomó la palabra.

2 «En el nombre del Señor, ¡que Hijo más prodigioso tienes! Pues habla ya tan sabiamente como un sumo sacerdote en el Templo del Señor delante del santísimo.

3 No dijo más que algunas pocas palabras, pero estas me penetraron hasta los tuétanos.

4 Por cierto... En tu relato me dijiste que el motivo de tu huida a Egipto fue el Niño y me nombraste ciertos acontecimientos memorables con ocasión de su nacimiento.

5 Eso me hizo pensar que este Niño, con el tiempo y tras una educación en la escuela de los esenios, llegaría a ser un gran profeta.

6 Pero sus últimas palabras me han convencido que no precisa la educación de los esenios,

7 porque ya de por sí es un profeta de primera categoría, parecido a Samuel, Elías e Isaías»

8 José quedó un tanto desconcertado con estas palabras y no supo que contestar a su amigo.

9 En aquel momento el Niño se volvió hacia José para insinuarle:

10 «¡Déjale en su creencia, porque también él ha sido elegido para el Reino de Dios, aunque tampoco debe llegar a saber demasiado a la vez!».

11 Cuando el médico escuchó estas palabras, exclamó completamente sorprendido:

12 «¡Sí, José!, ¡se confirma lo que te he dicho! Pues, ¡ya es un profeta!

13 Él nos revelará la llegada del Mesías prometido

14 porque ahora mismo ha hablado del Reino de Dios y dijo que también yo sería elegido para él.

15 Ahora entiendo por qué este pequeño Samuel te consoló hace un momento hablando de un Señor que es más poderoso que toda Roma.

16 Sí..., en cuanto venga el Mesías, por cierto que Roma sufrirá la misma suerte que Jericó en tiempos de Josué».

17 Pero el Niño corrigió al médico: «¡Oh, no, amigo!, ¿qué estás diciendo? ¿Acaso ignoras que está escrito que de Galilea no vendrá profeta alguno?

18 Y si es así, Quién podrá entonces ser Aquel que surja del tronco de David?

19 Te digo que el día que el Mesías venga, Él no levantará la espada contra Roma,

20 sino que Él vendrá únicamente para que su Reino espiritual sea anunciado en la Tierra por sus mensajeros».

21 El médico arqueó las cejas y tras algunos momentos de reflexión observó:

22 «De veras, ¡en tu persona Dios ha visitado a su pueblo!».

23 José era de la misma opinión, pero no añadió nada.

Capítulo 274

El Niño prueba la fe de los enfermos y cura a una niña paralítica

1 Después de esta conversación el Niño dio unas vueltas por la sala y preguntó a los enfermos qué les pasaba y por qué les parecía que habían contraído sus enfermedades.

2 Todos los enfermos le contestaron: «Eso, niño adorable, ya se lo hemos dicho al médico, que nos prescribirá una cura.

3 Pero ante sus amigos no sería conveniente reconocer nuestros pecados que, por cierto, son la causa de nuestros males.

4 Pregúntale a él y el mismo te confirmará que eso no se hace».

5 Pero el Niño sonrió y les preguntó:

6 «¿Acaso tampoco estaríais dispuestos a decirme el motivo de vuestras enfermedades si hubiera alguna probabilidad de que os pudiera ayudar?».

7 «¡Por supuesto que sí! Pero para ello tendrías que aprender todavía mucho,

8 y hasta que puedas ser médico pasará mucho tiempo todavía».

9 Pero el Niño insistió: «¡No os equivoquéis! Porque ya soy un médico experimentado y he llegado a una perfección que me permite curar instantáneamente.

10 Os digo que el primero de vosotros que confíe en mí, será curado el primero y eso instantáneamente».

11 Entre los enfermos había una niña paralítica de doce años a la que le gustó el Niño.

12 «Ven, mi pequeño médico, ¡quiero que me cures!».

13 El Niño acudió corriendo hacia la paralítica y le dijo:

14 «Como tú eres la primera que me ha pedido que venga, también serás la primera en curarte.

15 Mira: Conozco la causa de tu dolencia de la que son responsables tus padres.

16 Pero tú eres sin pecado. Por eso te digo:

17 ¡Levántate, camina libre de dolores y acuérdate de mí!

18 Pero no digas a nadie que fui Yo quien te curó».

19 En el mismo instante la niña estuvo curada, se levantó y caminó sin la menor molestia.

20 Viéndolo, también los demás enfermos le rogaron que les curara.

21 Pero el Niño no vino a ellos porque no se lo habían pedido antes.

Capítulo 275

El Niño enseña al médico cómo curar a los enfermos.

José lleva a la niña curada a su casa

1 Ante la curación milagrosa de la niña a la que juzgaba absolutamente incurable, el médico no se pudo contener.

2 Totalmente desconcertado por el asombro, se dirigió a José:

3 «Hermano, te ruego que continúes tus caminos

4 porque mi corazón se angustia.

5 Pues no soy más que un pecador y en este Niño mora evidentemente el Espíritu del Señor.

6 Y ¿cómo podría un pobre pecador subsistir ante el Espíritu omnipotente del Altísimo que lo ve todo?».

7 Entonces el Niño se acercó a él y le dijo:

8 «Vaya, ¿por qué te vuelves ahora tan insensato y me temes?

9 ¿Qué mal te he hecho para que me tengas tanto miedo?

10 ¿Acaso te parece que la curación de la Niña fue un milagro?

11 ¡Verás como no! ¡Procura tratar tú mismo a los demás enfermos de la misma manera y en seguida mejorarán!

12 Ve y despierta en ellos la fe. Luego imponle las manos, y en el mismo momento quedarán curados.

13 Pero antes tú mismo tienes que creer firmemente en que de esta manera les puedes ayudar y que realmente lograrás su curación».

14 Nada más oír estas palabras del Niño, el médico sintió una gran fe, se acercó a los enfermos e hizo como el Niño le había aconsejado.

15 Todos los enfermos quedaron curados en el mismo momento, pagaron al médico sus honorarios y alabaron a Dios por haber concedido semejante poder al hombre.

16 De esta manera tan oportuna el prodigio del Niño quedó disimulado ante los ojos del mundo,

17 mientras que el médico adquirió así una gran fama.

18 Muchos enfermos de la comarca acudieron a él y allí encontraron su curación.

19 Como la niña vio que el médico curaba de la misma manera milagrosa, al fin quedó convencida de que el Niño simplemente se había servido de la misma técnica.

20 El Niño no se quejó por ello, pues había sido Él mismo quien había concedido tal poder al médico para no ser centro de admiración.

21 No obstante, José dijo a la niña: «Recuerda que toda fuerza viene de lo alto.

22 Y como estás sin rumbo, ven a mi casa donde encontrarás tu sustento».

23 En seguida la niña se unió a José para irse con él.

Capítulo 276

La santa familia visita al maestro Dumás

1 Antes de marcharse, José le preguntó al médico si sabía de algún trabajo de carpintería para él, y este le acompañó a ver a un amigo que era maestro de escuela en Nazaret y que se llamaba Dumás.

2 Una vez llegados, el médico se dio la vuelta y José entró.

3 Pero Dumás no le conoció a primera vista.

4 Cuando José le preguntó si realmente no se acordaba de él,

5 Dumás se rascó la oreja y reconoció:

6 «Te pareces bastante a un cierto José que hace tres años se metió en líos por una doncella del Templo.

7 Aquel hombre, por lo demás muy devoto, se fue entonces a Belén con todos los suyos para inscribirse en el censo.

8 Lo que después fue de él lo desconozco.

9 Te pareces considerablemente a aquel hombre al que aprecio mucho. Pero supongo que no serás él».

10 «Y si fuera yo, ¿no me darías un trabajo de carpintería?

11 Estoy otra vez aquí y vivo en mi antiguo caserío».

12 «Ah, es verdad, ¡ahora te reconozco del todo! ¡Eres realmente mi antiguo amigo y hermano José!

13 Pero por Dios, ¿de dónde sales ahora?».

14 «Hermano, sobre todo dame un trapo mojado para que pueda limpiarme los pies,

15 y luego te contaré lo preciso».

16 Dumás mandó que trajesen un trapo mojado y una jarra de agua para que también los acompañantes de José pudieran lavarse los pies.

17 Luego se fueron todos a la escuela donde José, en pocas palabras, le relató su historia de tres años.

18 Mientras tanto el Niño se entretuvo con algunos alumnos allí presentes que aprendían a leer y escribir.

19 En seguida uno de los niños le leyó algo en voz alta, aunque cometiendo algunas faltas.

20 Sonriendo, el Niño le corrigió con esmero.

21 Entonces todos los alumnos acudieron a Él y le preguntaron cuándo y dónde había aprendido a leer tan perfectamente.

22 «Bueno, ¡nací así!», fue la respuesta del Niño.

23 Todos los niños se rieron y fueron a contárselo a Dumás.

24 Este, alertado, empezó a sonsacar a José sobre las facultades del Niño.

Capítulo 277

José cita a Sócrates ante el filósofo Dumás

1 Como José vio que Dumás se esforzaba enormemente por entender de dónde procedían tales facultades maravillosas del Niño, le dijo:

2 «Amigo, sé muy bien que estudiaste la sabiduría de los griegos y recuerdo que muchas veces me recitaste unas frases de Sócrates que decían:

3 “El hombre no necesita que se le enseñe, basta con despertar su espíritu para que este le revele lo que ya está presente en su subconsciente.

4 Así llega a saber todo lo que pueda necesitar para toda la eternidad”.

5 Eso me lo recitaste muchas veces como sabio profesor de la juventud.

6 Y como este principio tuyo fundamental es evidentemente incontestable, ¿para qué, entonces, buscar más?

7 Lo que ahora ves no es sino una confirmación sensible de este principio fundamental de Sócrates:

8 En este Hijo mío, a causa de un proceso específico muy particular en su naturaleza, el espíritu fue despertado muy pronto. De modo que la persona de este Niño ya posee bastante para toda la eternidad.

9 Así que no hace falta que le demos más de lo que ya posee de por sí.

10 ¿No te parece eso tan correcto como que dos y dos son cuatro?».

11 Entonces, poniéndose las manos en la cabeza, Dumás dijo lleno de unción:

12 «¡Así es! Yo fui quien di a los judíos cabezas huecas algo que oler de la tal sabiduría griega.

13 Por supuesto no figuras entre ellos porque prácticamente fuiste el único con quien podía filosofar sobre el divino Sócrates, Aristóteles, Platón y otros.

14 Cierto es que también nosotros tenemos hombres célebres como los profetas y los primeros grandes reyes de este pueblo,

15 pero no sirven para la vida práctica tanto como los antiguos griegos.

16 Pues nuestros profetas siempre utilizan un lenguaje que tal vez ellos no comprendían entonces mejor que nosotros ahora.

17 Ah, ¡los antiguos griegos son otra cosa!

18 Se explican en términos claros. Por lo tanto son de la mayor utilidad para los hombres prácticos.

19 Eso se debe evidente a que fueron maestros del pueblo como yo».

20 José no pudo evitar una sonrisa, porque en sus recuerdos veía ante sí la imagen nítida del antiguo admirador de los griegos, y al mismo inveterado apologista de sí mismo.

21 José aún hizo un gesto afirmativo para que Dumás no sospechase de Jesús.

22 Pero el mismo Niño se dirigió a Dumás y dijo:

23 «Vaya amigo, ¡bastante poco iluminado y bastante necio eres todavía si menosprecias los sabios judíos ante los filósofos griegos,

24 porque los profetas hablan inspirados por Dios, mientras que los griegos sólo hablan con fines mundanos.

25 Y como todavía estás lleno de espíritu mundano pero vacío del Espíritu de Dios, lógicamente comprendes lo mundano mejor que lo divino».

26 Esto resultó un tremendo golpe bajo para Dumás que bostezó con aire de sabio y, como para sí mismo, recitó en lengua latina:

27 «Dixit puer ille! Ergo autem intelligo eius ironiam quam acerbam. Dixi!»60

28 Sin nada más, Dumás se retiró y dejó a José plantado, de modo que este se marchó.

Capítulo 278

Pelea con los siervos de Arquelao

1 Cuando José se hubo alejado de la casa de Dumás, dijo a los suyos:

2 «Una cosa os digo: Me parece que habremos de admitir la posibilidad de ser recibidos en todas partes de la misma manera.

3 Así que diría que nos olvidemos de toda nuestra parentela y de nuestros amigos de antes,

4 porque el ejemplo de Dumás nos muestra suficientemente de lo que son capaces las personas si hieres un poco su amor propio.

5 Por eso me parece que vale más que volvamos a casa. ¿Qué dices, María?».

6 «Ya sabes, José, que ante ti no tengo una voluntad propia, pues tu voluntad es siempre también la mía, y eso conforme a lo requerido por el Orden santo del Señor.

7 Aun así diría: Como el Señor en persona se encuentra entre nosotros, deberíamos preguntarle su parecer».

8 «Tienes razón, María, y en seguida sabremos lo que nos conviene hacer».

9 Pero aún antes de ser llamado, el Niño dio su opinión:

10 «Aunque en todas partes me fuera bien, mejor todavía sería estar en casa.

11 Porque mi tiempo aún no ha llegado. Y si voy con vosotros no podré ocultar la plenitud de mi Divinidad hasta el punto que nadie la note.

12 Por esta razón es mejor que me quede en casa porque allí lo que mora en mí no llamará tanto la atención.

13 José, si en adelante tienes trabajo fuera, ve con tus otros hijos,

14 pero a mí déjame en casa porque allí no te causaré tantos problemas».

15 De modo que José volvió a su caserío.

16 Cuando llegaron encontró a sus hijos en un altercado violento con algunos esbirros de Arquelao.

17 Estas sanguijuelas en seguida habían olido que alguien se había instalado allí, y no tardaron en acudir para cobrar el tributo a su manera.

18 Como los hijos de José les habían mostrado la placa de exención, se pudieron violentos y querían arrancarla del portal.

19 Fue precisamente el momento en el que José llegaba, por lo que les preguntó: «¿Con la autorización de quién queréis hacerlo?».

20 «¡Somos siervos del rey y actuamos según su derecho!».

21 «¡Y yo soy un siervo del Dios todopoderoso y hago que os larguéis de aquí según el Suyo!».

22 A estas palabras de José se apoderó de los esbirros un pánico tan enorme que se marcharon tan rápidamente como sus pies podían llevarlos.

23 Y en adelante ya no hubo visitas de esta especie a la casa de José.

Capítulo 279

Durante dos años el Niño no hace milagros

1 Dos años pasaron sin que nada de extraordinario ocurriera en la casa de José.

2 La noticia de su vuelta a Israel también había llegado a Cirenio, pero este no podía visitarlo porque precisamente en aquella época estaba sobrecargado con asuntos de estado.

3 Lo mismo le ocurría a Cornelio.

4 Pues cada vez que preparaba un viaje para visitar a Salomé, surgían asuntos oficiales que se lo impedían.

5 Así lo quiso el Señor, para que el Niño pudiese crecer en Nazaret en toda intimidad.

6 De modo que hasta en Nazaret se desconocía por completo la naturaleza del Niño.

7 Unicamente el médico ya citado llamó mucho la atención por sus curaciones milagrosas,

8 hasta que se estableció un proverbio que se aplicó a los enfermos:

9 «¡Si no te cura Nazaret, ni el mundo entero te curará!».

10 De todos modos, Salomé andaba siempre muy preocupada por ayudar a José en lo que fuera y el Niño pasaba mucho tiempo en su casa.

11 De esta manera transcurrieron dos años y al fin llegó Jonatán.

12 José fue sumamente feliz al volver a ver a su antiguo amigo y también el Niño dio grandes saltos de alegría alrededor de su gran pescador.

13 Jonatán se había quedado sin familia porque todos los suyos habían muerto en Egipto a causa de una epidemia de fiebre amarilla.

14 Cuando ya había pasado tres meses en casa de José, Jonatán le preguntó si no habría manera de encontrarle un trabajo cerca de Nazaret.

15 En aquel momento el Niño se hizo oír:

16 «Sabes, mi querido Jonatán, aquí no son por lo general de muy buena índole y son muy egoístas.

17 De modo que las perspectivas prometen poco. Pero si vas al mar de Galilea, que no está tan lejos de aquí, allí la pesca es todavía libre.

18 Pronto encontrarás un buen hogar y, con relativamente poco esfuerzo, siempre conseguirás redadas de pescado de la mejor calidad.

19 Si luego traes tu pesca aquí al mercado de Nazaret, tendrás buena venta».

20 Sin tardar, Jonatán le hizo caso y, una vez allí, pronto encontró una viuda que tenía una pequeña casa al lado del mar de Galilea.

21 La viuda simpatizó con él, le acogió en su casa y poco después ambos se casaron.

22 De este modo Jonatán volvió a su ocupación habitual y, como siempre vendía su pesca a precio modesto, hacía un buen negocio por todas partes.

23 Por supuesto, sin olvidarse de traer cada semana una gran carga del mejor pescado a José y a Salomé.

24 Aparte de eso no hubo durante aquellos dos años más acontecimientos dignos de mencionar.

Capítulo 280

El Niño de cinco años juega al lado de un arroyo.

Los doce hoyos y los doce gorriones de barro

1 Cuando el Niño tenía algo más de cinco años, un día se fue a un arroyuelo cerca del caserío de José.

2 Hacía un día espléndido y le acompañaron unos cuantos niños.

3 Pues todos los niños de la vecindad le querían mucho porque siempre era muy alegre y sabía muchos juegos infantiles.

4 Por este motivo también esa vez le siguieron con gran alegría.

5 Cuando el pequeño grupo llegó al arroyuelo, el Niño Jesús preguntó a sus compañeros de juegos si era legítimo jugar el sábado.

6 Estos le respondieron: «Los niños menores de seis años no están sujetos a la ley y, como ninguno entre nosotros los ha cumplido, podemos muy bien jugar el sábado. Nuestros padres nunca nos lo han prohibido hasta ahora».

7 «Está bien, ¡entonces juguemos!

8 Y para que aun así no demos motivos a que nadie se escandalice por nuestra causa, os enseñaré algo impresionante, solo y únicamente a vosotros.

9 ¡Pero tenéis que estar completamente tranquilos!».

10 Los niños se sentaron en la hierba y todos se quedaron realmente quietos.

11 Con un pequeño cuchillo el Niño Jesús cavó doce hoyos redondos en el camino, muy transitado y los llenó con agua del arroyuelo.

12 Después tomó arcilla y en unos momentos modeló doce pájaros en forma de gorriones, y colocó uno al lado de cada hoyo.

13 Una vez ordenados los gorriones de arcilla, el Niño Jesús preguntó a sus compañeros de juegos qué podría significar esto.

14 «Simplemente lo que se ve», respondieron ellos, «doce gorriones de arcilla al lado de doce hoyos llenos de agua».

15 «Eso por supuesto. Pero al mismo tiempo este cuadro tiene un significado muy particular.

16 Os lo voy a explicar: Los doce hoyos representan las doce tribus de Israel.

17 El agua pura que contienen representa el Verbo de Dios que es igual por todas partes.

18 Los gorriones inanimados representan a los hombres en su estado actual,

19 porque los hombres también se encuentran al lado del agua viva del verbo de Dios. Pero como son tan del mundo como estos gorriones de barro, se encuentran inanimados al lado de la fuente llena de vida y ni quieren ni pueden tenerla en cuenta

20 porque, a causa de sus pecados, están muertos.61

21 Por este motivo viene ahora el Señor Dios Sabaoth para vivificar a aquellos muertos que se encuentran en su máxima aflicción. De modo que podrán volver a levantarse para subir a los Cielos».

22 Al pasar por allí un judío viejo se enteró del juego de los niños y se escandalizó. Como conocía a José, entró en su casa y armó un gran alboroto, que cómo era posible que profanase el sábado, permitiendo a los niños que jugasen de esa manera.

23 José en seguida le acompañó y, simulando enfado, riñó a los niños sólo para contentar a aquel judío.

24 A eso el Niño Jesús exclamó: «Ya vemos, ¡eso forma parte de la gran aflicción62! En consecuencia, gorriones de barro, os doy la vida. ¡Volad, pues, y volad hacia los Cielos!».

25 Súbitamente los gorriones de arcilla se levantaron y se fueron volando.

26 Todos se sorprendieron profundamente y el fanático judío ya no dijo nada.

27 Este fue el primer milagro del Niño cuando tenía cinco años.

Capítulo 281

Jesús castiga a un niño perverso.

Llega el juez mayor para condenar a José

1 Pero aún acudieron unos cuantos judíos más.

2 E hicieron muchas preguntas para enterarse de lo que había pasado.

3 Entre ellos se encontraban los padres de un niño pendenciero al que mimaban mucho, pues era hijo único.

4 A este niño de siete años Jesús ya le había reprochado repetidas veces su manía de pelearse, pero eso sin resultado.

5 Porque a cada nueva ocasión que se le presentaba, siempre volvía a enfrentarse con los demás y a estropear el juego.

6 También esa vez este niño había participado en el juego. Pero después de presenciar el milagro, se indignó, cogió una rama de sauce y gritó:

7 «¡Ya que los gorriones de barro han volado,

8 ahora, con esta rama, haré que también vuele el agua!».

9 Con estas palabras el niño Anás empezó a dar latigazos al agua para sacarla de los hoyos.

10 En aquella ocasión el Niño divino perdió la paciencia y exclamó con severidad:

11 «¡Criatura maligna y estúpida! ¿Tú, un diablo apenas revestido de carne y piel, tú quieres destruir lo que Yo he construido?

12 Oh, infame, a quien Yo podría aniquilar con un solo hálito, ¿quieres enojarme y hacerme siempre frente?

13 Mira: Para que tu insensatez y tu maldad te sean manifiestas, te consumirás y así estarás durante tres años... ¡Que te quedes seco como esta rama con la que diste latigazos a mi agua!».

14 A estas palabras del Niño divino, el niño maligno se consumió de tal manera que sólo se veían huesos cubiertos de piel

15 y se quedó tan débil que no podía mantenerse en pie y menos todavía andar.

16 Con sus corazones entristecidos, los padres tomaron al niño escuchimizado y lo llevaron a casa.

17 No tardaron mucho en presentarse en la de José, exigiéndole que castigase al Niño Jesús por su acción.

18 Y como José no estuvo de acuerdo, le denunciaron ante el juez mayor.

19 Cuando también éste se acercó a la casa de José, el Niño vino a su encuentro y le preguntó:

20 «¿Por qué vienes aquí, vienes para juzgarme?».

21 «No vengo por ti sino por tu padre».

22 «¡Entonces vuélvete lo más rápido que puedas porque de lo contrario tu sentencia recaerá sobre ti mismo!».

23 Un gran miedo se apoderó del juez ante estas palabras e inmediatamente dio media vuelta y ya no quiso saber nada del asunto.

24 He aquí el segundo milagro del Niño en las mismas fechas.

Capítulo 282

El Niño Jesús es atropellado intencionadamente.

La recompensa del mozo pastor

1 La paz había vuelto a la casa de José porque el juez mayor ya no admitió queja alguna contra él.

2 Ocho días después, José tuvo que ir a un pueblo vecino para examinar una obra.

3 Como el Niño quería acompañarle, lo llevó de buen grado con él.

4 Pero para ir allí, José tuvo que pasar delante de la casa de los padres del niño atrofiado que alimentaban un gran odio en contra suya y del Niño.

5 Cuando estaba acercándose a su casa, ellos le vieron de lejos.

6 El padre, rabioso, llamó a un mozo de la misma índole,

7 que normalmente cuidaba sus ovejas y le dijo:

8 «Mira, ¡allí está subiendo el carpintero y su engendro pestilencial!

9 A ver si bajas corriendo a su encuentro y cuando estés a su altura le das un empujón que acabe con él para siempre!

10 ¡Y que luego venga el viejo bribón a acusarme!

11 ¡Ya le haré entender que la ley declara a los niños menores de doce años irresponsables de sus acciones!».

12 Cuando el amo del mozo pastor aún le prometió una gran recompensa a condición que el Niño realmente resultara muerto,

13 este salió aprisa de la casa y se puso inmediatamente a correr hacia Jesús.

14 En este momento el hijo consumido exclamó desde su cama:

15 «Ay, ¡cómo corre Anás al encuentro de su propia muerte! ¡Qué tristes estarán sus padres! ¿Cómo has podido hacer eso?

16 Padre, te lo digo tal como lo veo: ¡José es justo y su hijo es santo!».

17 El niño consumido ya no dijo más y el padre empezó a reflexionar sobre sus palabras.

18 Cuando el mozo pastor alcanzó al Niño Jesús, le dio un golpe tremendo en el hombro.

19 Pero este ni siquiera se cayó, sino que con voz alterada exclamó:

20 «¡Lo hiciste por la recompensa! Cada obrero merece su paga, y para ser justo: ¡A tal obra, tal pago!

21 Tu obra era darme la muerte, de modo que también tu merecido es la muerte».

22 En ese mismo momento el mozo pastor cayó muerto al suelo.

23 José se espantó al verlo, pero el Niño le tranquilizó:

24 «¡No temas por mí!, porque igual que le ha sucedido a este mozo, lo mismo le sucedería al mundo entero si le diera por empujarnos».

25 Entonces José continuó su camino y como lo quiso el Niño, dejó al mozo atrás en el suelo.

Capítulo 283

Los ruegos del padre del pastor muerto

1 Cuando José llegó al pueblo donde tenía que examinar la obra,

2 le habían seguido muchas habladurías, propaladas sobre todo por el padre del niño consumido.

3 Este, en seguida, había alertado a los padres del pastor para incitarlos en contra José.

4 Desesperados, estos corrieron hacia él y le gritaron:

5 «¡Lárgate de aquí, junto con tu hijo maldito, cuyas palabras en seguida se vuelven hechos consumados!

6 ¡Los niños deben ser para los hombres una bendición de lo alto!

7 ¡Pero el tuyo sólo vino para nuestra perdición!

8 Por eso, ¡apártate de aquí, mensajero de la desgracia!».

9 Entonces el Niño levantó la voz: «¿Qué pensáis entonces que representáis para mí?».

10 Y, dirigiéndose al padre del niño consumido, continuó: «¿Acaso no fuiste tú mismo, padre del Anás, quién incitó al joven pastor a que me matara?

11 ¿Acaso no le prometiste darle una buena recompensa si realmente lograba darme muerte? ¿Y no le aseguraste que él, menor de edad, saldría inmune porque aún no estaba sujeto a la ley?

12 Fíjate, ¡lo mismo pensaba Yo también!

13 Pues como mi Espíritu prematuramente despertado me ha dicho que Yo tampoco estoy sujeto a la ley, pensé dar su merecido al mozo.

14 Y si por mi causa llevas al padre José ante los tribunales, ya sabremos interpretar eso de la minoría de edad...

15 Ves, Yo pensé como tú y actué de acuerdo con tu ejemplo. Entonces: ¿Cómo es posible que ahora condenes tu manera de proceder, sólo porque la llevamos a cabo nosotros?».

16 Las palabras del Niño Jesús espantaron al padre del niño consumido

17 porque comprendió que este Niño conocía hasta los pensamientos y decisiones más secretas de los hombres,

18 y que por eso habría que ponerse en guardia ante Él.

19 Junto con él todos los alborotadores abandonaron el escenario.

20 Unicamente el padre del niño muerto se quedó delante de José y, llorando por su hijo, se lamentó: «Matar es muy fácil, ¿pero vivificar...? Por eso ¡que nadie mate, a no ser que también sepa devolver la vida!».

21 «Eso también lo podría hacer yo si quisiera», dijo el Niño. «Pero tu hijo ha sido un malvado, y es por ello por lo que no quiero hacerlo».

22 El padre, atisbando una esperanza, rogó y continuó rogando al Niño que, al fin, le contestó: «A ver mañana, ¡hoy no!».

Capítulo 284

El Niño consuela a las mujeres. Promesas maravillosas

para todos aquellos que tengan buena voluntad

1 El padre del pastor difunto no quería apartarse de Jesús por haber entendido que Este podría resucitar a su hijo.

2 Pero José le aconsejó: «Amigo, te advierto que no seas pesado; pues mi Hijo actúa de acuerdo con su Orden inalterable.

3 De modo que no conseguirás nada a base de insistencia, aun gritando cuanto puedas.

4 Por eso lleva a tu hijo a tu casa y acuéstale en su cama como si estuviera enfermo. Y mañana ya habrá mejora».

5 Al fin, el padre cogió a su hijo muerto y aceptó el consejo recibido.

6 Sólo después José pudo atender al dueño de la obra y concluir un contrato de trabajo con él.

7 Sin más contratiempos José volvió a casa donde María, Eudosia y Salomé vinieron a su encuentro.

8 Les relató todo lo que le había sucedido en su corto camino, y las tres se asustaron de tanta maldad de los hombres.

9 Pero el Niño les aconsejó: «No os extrañéis tanto por la maldad de los hombres, porque de lo contrario vuestro estado de estupefacción en este mundo sería continuo».

10 Sorprendida, Salomé se dirigió a María y dijo:

11 «¡Este Niño divino no necesita más que abrir la boca y ya le brotan las palabras más sabias!

12 ¡Que suma sabiduría emana de Él!

13 Oh, María, ¡eres sumamente bienaventurada por ser la madre de este Niño!».

14 Ahí intervino el Niño: «¡Y tú, Salomé, eres sumamente bienaventurada por haber comprado una casa para tu Señor

15 y eres testigo de que Él realmente habita en ella!

16 Por supuesto, hay una diferencia entre la que durante algún tiempo me llevó debajo de su corazón

17 y mi verdadera ama de llaves que me ha acogido para siempre en su casa:

18 Cuando una madre lleva un niño en su vientre, ¿qué hace en realidad para que este se anime, para que crezca y para que luego nazca?

19 ¿No es todo ello una obra de Dios, en la que la voluntad del hombre no cuenta en absoluto?

20 Pero si alguien acoge a un niño, le da un hogar, le cuida y le alimenta para siempre, dime, ¿no es eso más?

21 Por ello te digo: Aquellos que en adelante, igual que tú, me acojan espiritualmente en sus corazones, ¡para mí serán como mi madre, mis hermanos y mis hermanas!».

22 Todos se tomaron estas palabras muy a pecho y se fueron a casa, todavía absortos en sus reflexiones.

Capítulo 285

El pastor resucitado teme al santo Niño

1 Al día siguiente, precisamente a la misma hora que el mozo pastor había atropellado al Niño Jesús el día anterior, el muerto resucitó en la cama. Todavía un poco torpe, se levantó y preguntó qué había ocurrido y por qué se encontraba en la cama.

2 Su padre le relató todo lo que había sucedido.

3 Entonces el joven se llenó de miedo y dijo:

4 «Ay, padre, ¡ese es un niño terrible! ¡Y quien tema por su vida debe evitarlo!

5 ¡Te ruego que me busques un trabajo lejos de aquí donde pueda estar seguro de que ya no me encontraré con él!

6 Pues, ¡si me lo encontrase es posible que me matara otra vez!

7 Pero de ninguna manera vuelvas a mandarme con mi antiguo amo, ¡porque él me incitó a hacer el mal!».

8 «Hijo mío, yo, sobre todo, doy gracias a Dios por tenerte resucitado.

9 ¡Por eso ya no te colocaré en parte ninguna,

10 sino que te quedarás conmigo mientras yo viva.

11 No hay el menor motivo para temer al hijo de José, porque mira:

12 Es evidente que precisamente este Niño te devolvió la vida a la hora anunciada.

13 Siendo así, ¿cómo podría el Hijo de José ser tan terrible como tú te lo imaginas?

14 Te digo que terrible es aquel que mata sin poder devolver la vida.

15 Pero aquel que puede matar sin derramar sangre y que después puede devolver la vida, no puede ser tan terrible como te parece.

16 Y ahora vamos hacer algo muy bueno: Iremos a visitar al carpintero para darle las gracias por haberte resucitado.

17 Desde hace mucho tiempo sé que José es un hombre sumamente honesto y devoto a Dios».

18 Con estas palabras de su padre el hijo perdió el miedo y le acompañó.

19 Fue todavía en su propio pueblo donde se encontraron con José, sus cuatro hijos mayores y también con Jesús que aquella vez quiso acompañarles.

20 Cuando el joven vio al Niño Jesús, le faltó poco para desmayarse porque su miedo volvió

21 y creyó que iba a morir otra vez.

22 Pero Jesús mismo vino a su encuentro y le tranquilizó:

23 «Jorás, ¡no tengas miedo de mí! ¡Sabe que te quiero más que al mundo entero!

24 Porque si no te quisiera tanto, no habrías recuperado la vida...

25 Mi Amor es tu Vida, ¡eternamente!».

26 Cuando el joven oyó al Niño hablar de esta manera, en seguida recobró el ánimo y continuó jugando con Él durante toda la tarde.

27 Y éste le enseñó muchos juegos educativos, con lo que el joven quedó muy alegre y contento.

Capítulo 286

El juez de la aldea acusa falsamente a Jesús.

Los testigos falsos. El Niño reprende a José

1 Cuando, al día siguiente, José y sus cuatro hijos mayores volvieron al trabajo en aquel pueblo, el Niño Jesús también los acompañó.

2 Una vez allí, el juez de la aldea se acercó a José y se quejó:

3 «Oye, carpintero, no conviene que siempre arrastres a tu hijo contigo

4 porque despide una exhalación venenosa y los niños que le tocan

5 pronto caen enfermos, se mueren o se vuelven ciegos o sordos».

6 Oyendo tamaña mentira, José dejó el hacha y dijo al juez:

7 «¡Trae las víctimas que sufrieron tales males por culpa de mi Hijo inocente

8 e iré con ellos al Templo para presentar el caso ante el sumo sacerdote de Dios!».

9 Resulta que este juez había sido sobornado por el padre del niño consumido

10 que estaba buscando motivos para imputarle delitos al Niño, cuantos más, mejor.

11 Por eso el juez ignoró las palabras de José. Pero sí fue al pueblo para volver al poco tiempo con muchos niños que sufrían diversas deficiencias horribles.

12 En seguida se los presentó a José, acusándole: «Ves, ¡Todo eso se lo debemos a tu venenoso hijo!

13 Estos niños han jugado muchas veces con él, y ves, ¡aquí tenemos los espléndidos resultados!

14 ¡Por eso dispensa a nuestra aldea de tus visitas y guarda tu peste en tu casa!».

15 Entonces José perdió la paciencia, tomó al Niño aparte y, apelando a Su conciencia, se quejó:

16 «¿Por qué haces cosas así? ¿No ves que esta gente sufre por ello y por consiguiente ahora nos odia y nos persigue?».

17 «Las palabras que acabas de pronunciar no provienen de mí sino de ti.

18 Repetiste las palabras del juez, que es un mentiroso, y no las mías eternamente verdaderas.

19 Pero aun así no te amonestaré por sus palabras prestadas.

20 No obstante, ¡este juez sobornado merece castigo por su atrevida calumnia!».

21 En el mismo momento el juez quedó ciego y todos los que habían estado a su favor se espantaron profundamente.

22 Algunos empezaron a gritar:

23 «¡Huyamos de aquí, porque cada palabra de este Niño se vuelve un hecho consumado!».

24 Cuando José vio que el juez se había quedado ciego y que eso le acarrearía aún muchos contratiempos,

25 se precipitó sobre el Niño y le dio un tirón de orejas para castigarle a causa de los hombres.

26 Entonces hasta el Niño se excitó y con voz severa le criticó:

27 «¡Confórmate tú con el hecho que buscan y que, aun buscando, no encuentran!

28 ¡Te digo que esta vez no actuaste sabiamente! ¿Acaso no sabes que Yo63 soy tuyo?

29 ¿Por qué entonces quieres causarme pena, si Yo soy tuyo? Ay, ¡en adelante no me hagas más eso!».

30 Algunos momentos después José reconoció su error, levanto al Niño y lo acarició con mucho cariño.

31 Todos los espectadores se dispersaron porque tenían un gran miedo del Niño.

Capítulo 287

Por sed de gloria, el rabino Pirás Zaqueo quiere tener a Jesús como alumno en su colegio. Jesús avergüenza al rabino hipócrita

1 Unos tres meses después, cuando José había terminado su trabajo en aquel pueblo, vino a visitarle desde la ciudad un cierto Pirás Zaqueo, ocasión en la que también conoció al Niño, después de haber oído hablar mucho de Él.

2 En realidad vino únicamente por el Niño.

3 Este rabino tenía poco trabajo porque por allí tenía fama de ser sólo de «segunda categoría», aunque el mismo estimaba en mucho su sabiduría.

4 De modo que vino únicamente por el Niño porque se dijo:

5 «Este muchacho ha de tener mucho talento.

6 A ver, si puedo llevármelo a mi colegio para poder ganar en fama a mi rival con los rápidos progresos que haga».

7 Por eso, durante su visita, se dedicó casi exclusivamente al Niño Jesús, le hizo muchas preguntas y siempre obtuvo las respuestas precisas.

8 Cuando le hubo examinado de esta manera, Pirás Zaqueo se dirigió a José, confesándole:

9 «Hermano, habida cuenta de los pocos años que tiene, el pequeño es extraordinariamente inteligente.

10 Siendo así, es una pena que aún no sepa leer y escribir.

11 ¿No te gusta matricularle en mi colegio?

12 Le enseñaré todas las ciencias. También aprenderá cómo saludar a los adultos y honrarlos como a los padres y abuelos.

13 Y luego también aprenderá a amar a sus compañeros de juegos con los que, según dicen, se comporta despiadadamente con frecuencia.

14 Bueno, finalmente también tendrá que aprender la ley de Moisés, la historia del pueblo de Dios y la sabiduría de los profetas».

15 «Muy bien, amigo», le respondió José, «pero antes de que le lleves a tu colegio, vale más que hagas una pequeña prueba ante algunos testigos que se encuentran aquí.

16 A ver, por ejemplo, si le enseñas todas las letras, explicándoselas bien y luego comprobarás si se las sabe o no.

17 Así conocerás fácilmente su talento para aprender».

18 Sin pérdida de tiempo, el rabino pronunció muy claramente ante el Niño las letras, desde alfa a tau, y se las explicó lo mejor posible.

19 Cuando quiso comprobar el resultado, el Niño le miró arqueando las cejas y le contestó:

20 «¡Rabino hipócrita! ¿Cómo quieres enseñar a los alumnos la beta, tú que nunca entendiste el significado del alfa?

21 ¡Explícame con toda sabiduría el alfa y libremente creeré lo que me digas acerca de beta!

22 Pero sabe que Yo no preciso tu enseñanza acerca de las letras, su construcción y su significado, Yo te las explicaré con su verdadero significado».

23 Y el pequeño Jesús empezó a descifrar el alfabeto al perplejo rabino, asegurándose de vez en cuando que este lo había comprendido bien.

24 Todas las respuestas del rabino resultaron tan torpes e incompletas que los presentes tuvieron que reírse.

25 Dándose cuenta de la sorprendente sabiduría de Jesús y de su propio fracaso, el rabino se levantó y confesó ante los presentes:

26 «¡Ay de mí! ¡He quedado completamente confundido y por querer que este niño viniera a mi colegio no conseguí más que mi propia vergüenza y la mofa y el escarnio!

27 Ay, José, ¡aparta este niño de mí porque no puedo soportar la severidad de la expresión de su rostro y la agudeza de sus palabras!

28 ¡Con su sabiduría sabrá dominar el fuego y el agua! Ciertamente, ¡este niño no es de este mundo!

29 ¡Que me vuelva un leño para siempre, si este niño no nació mucho antes de la creación de este mundo!

30 ¡Pobre de mí! ¡Aquí estoy como un tonto! Vine solicitando un alumno, ¡y me encontré con un maestro con cuyo intelecto jamás podré compararme! Ay, amigos, ¡compadeceos de mi humillación!: ¡Un niño desairó a un anciano!... ¡Esto es mi perdición!

31 Por eso, José, ¡líbrame de este niño porque tiene que ser algo muy poderoso, un dios o por lo menos un ángel!».

32 Todos los presentes empezaron a consolar al profesor, pues les daba pena su gran aflicción.

Capítulo 288

Jesús aclara su misión a Pirás Zaqueo.

¿Dónde está el arriba y dónde el abajo?

1 Viendo la gran aflicción de Pirás Zaqueo, Jesús le sonrió y le dijo:

2 «¡Que de tus tonterías aún resulten buenos frutos y que los ciegos de corazón vean!

3 Escucha insensato, ¡parece que llevas a Dumás como a una viga en el ojo!

4 Oye, pues: Yo soy de arriba y he venido para maldecir a los hombres según a lo mundano que hay en ellos

5 y, a continuación, para llamar a todo lo que está arriba,

6 porque así es la Voluntad de Aquel que está en mí y que me ha mandado para vuestra salvación».

7 Con estas palabras del Niño Jesús quedaron curados todos los enfermos de los alrededores que padecían alguna dolencia que los ataba a la cama.

8 También se curaron aquellos cuya índole mundana había sido alcanzada por la maldición del Niño, salvo el niño consumido.

9 Éste, a causa de su padre, tenía que cumplir la maldición del Niño durante los tres años vaticinados.

10 Pirás Zaqueo se levantó y salió con José al aire libre donde le insistió:

11 «Aquí fuera nadie puede escucharnos.

12 Por eso te ruego ahora que me expliques el caso de tu hijo

13 porque, como ya he constatado, no es de origen natural».

14 «Amigo, si nos pusiéramos a hablar de la naturaleza del Niño, no terminaríamos ni hoy ni mañana.

15 Además Él mismo no me permite divulgar secretos según me venga en gana.

16 Mira, ¡ahora mismo se está acercando hacia nosotros!

17 Ten valor y ámale, y Él te comunicará todo lo que pueda ser para tu propio bien».

18 Cuando el Niño se encontró a su lado, el rabino se animó y le rogó:

19 «Oye, mi pequeño prodigio más querido, dime algo acerca de tu naturaleza».

20 El Niño le sonrió y le hizo la pregunta: «Sabio hombre, ¿sabes dónde está el arriba y dónde el abajo?

21 Porque mira: La Tierra es redonda como una esfera en cuya superficie viven los hombres y las criaturas.

22 Unos viven abajo y otros viven arriba. Cada día la Tierra da una vuelta alrededor de su eje, con lo que diariamente eres transportado muchos miles de millas. Dime, ¿cuándo estás arriba y cuándo abajo?».

23 El profesor se quedó boquiabierto por de esta inaudita exposición y no supo qué responder.

24 Pero el Niño se rió al ver la cara perpleja de Pirás Zaqueo y le dijo:

25 «¡Anda, sabio! ¿Qué quieres enseñar si no sabes que eso depende únicamente de la luz?

26 ¡Arriba es donde hay luz, y abajo donde hay noche!

27 Yo, desde siempre, estoy en lo más alto de la luz. Como en ti todavía existe oscuridad, estás abajo. Por eso, en tu noche, no puedes percibir mi naturaleza». Después de decir eso, el Niño se fue corriendo.

28 «¡Lo que me faltaba!, pues, ¡ahora sé tanto como antes!», constató el rabino ante José. «¡Menuda explicación me ha dado! ¡A ver si me dejas un rato solo porque quiero reflexionar un poco acerca de ella!».

29 A eso José dejó al rabino a solas en el jardín.

Capítulo 289

Jesús, una Luz para los paganos y un juicio para los judíos.

El profesor huye

1 Durante una hora Pirás Zaqueo estuvo meditando sobre las palabras del Niño, sin poder aclararse con ellas.

2 Repetidas veces se preguntó:

3 «¿Qué o quién puede ser este niño? ¿Acaso es Elías que aún debía volver?

4 ¿O Samuel u otro profeta resucitado?

5 Pero este niño nació en Belén, y se sabe que de allí no vendrá ningún profeta.

6 Pero sí consta que el Mesías vendrá de allí.

7 ¿Y si este niño fuera el mismo Mesías

8 que debe surgir de la estirpe de David?

9 Me suena que José es un verdadero descendiente de David.

10 Según las apariencias podría haber algo verdadero en todo ello.

11 Pero como no hay pruebas, ¿quién lo creerá?

12 Aunque tan sólo por los talentos que este niño manifiesta, uno se ve obligado a creer que podría ser el Mesías.

13 Sin embargo, la placa romana de exención lleva precisamente a la conclusión contraria,

14 ¡porque se supone que el Mesías tendría que ser un enemigo jurado de los romanos!...

15 ¿Pero cómo concuerda eso con semejante amistad con ellos que le han hecho ciudadano romano?

16 Entonces, por supuesto, podría llegar a ser un gran general romano y al mismo tiempo un Mesías para los paganos...

17 Para nosotros eso sería una espada de dos filos...

18 ¡Voy a contarle todo esto al sumo sacerdote y seguro que me reportará grandes ventajas!».

19 En aquel momento el Niño volvió con Jacobo al jardín y se dirigió directamente al profesor:

20 «Pirás Zaqueo, ¡vale más que se te vayan las ganas de denunciarme ante el sumo sacerdote,

21 porque al tercer paso que dieras te alcanzaría la muerte!

22 Ya has conocido mi poder, ¡que eso te sirva de advertencia!

23 Y te digo que tus pensamientos sobre un Mesías para los romanos han dado en el blanco.

24 Pues, así será: Una Luz para los paganos y un juicio para los judíos y todos los demás hijos de Israel!».

25 Irritado, el profesor le contestó: «Si es así, ¡entonces apártate de nosotros y júntate a los paganos!».

26 «Yo soy el Señor y hago lo que quiero, y tú no tienes ni voz ni voto.

27 Por eso, ¡cállate y vete de aquí si no quieres correr el riesgo de que te pegue!».

28 Estas palabras del Niño hicieron que Pirás Zaqueo huyera de la ciudad a todo correr.

29 De esta manera José se vio libre de aquel visitante tan pesado y pudo volver a dedicarse a su trabajo.

Capítulo 290

Cordialidad de algunos vecinos en casa de José. Los niños juegan

en la azotea. Zenón se rompe la nuca. Jesús resucita al muerto

1 Pasado algún tiempo, un antesábado64, en los que, por lo menos durante la tarde, en general se trabajaba poco o más bien nada,

2 el gran aprecio mutuo entre vecinos dio ocasión a que los niños de la vecindad vinieran a la casa de José.

3 Acompañados por sus padres llegaron a hacerles una visita.

4 A las niñas les encantaba la agradable compañía de las cinco hijas de Cirenio que eran guapas y amables.

5 Como Jesús siempre estaba alegre, los niños le querían mucho.

6 Porque les enseñaba muchos juegos interesantes y educativos con los que se entretenían mucho,

7 y también les contaba, en forma de parábolas, historias emocionantes que les encantaban.

8 Aquella vez, como había llovido y el suelo estaba todavía húmedo, los niños eligieron la azotea de la casa para jugar en ella.

9 Durante bastante tiempo todo estuvo tranquilo porque Jesús les contó algunas historias interesantes.

10 Pero más tarde, hacia la noche, hubo más movimiento en la azotea porque Jesús había organizado un juego con dados en el que frecuentemente había que dar saltos.

11 Entre los once niños presentes había uno que se llamaba Zenón y al que le gustaban mucho las apuestas. Este, por medio de diversas cabriolas arriesgadas que hacía, procuraba despojar a los compañeros de juegos de alguna moneda que habían ahorrado.

12 En esa ocasión, contra de la Voluntad de Jesús, apostó once niqueles:

13 Se trataba de dar tres vueltas andando por encima de la barandilla de la azotea sin perder el equilibrio.

14 Si las tres vueltas le salían bien, los demás niños le tendrían que pagar once niqueles.

15 Y si perdía, también perdería sus once niqueles.

16 Los demás niños estuvieron de acuerdo, por lo que Zenón se subió a la barandilla de un salto. Pero en seguida tuvo vértigo, cayó al suelo y se rompió la nuca.

17 Los padres del niño muerto subieron corriendo a la azotea lamentándose; con sufrimiento e ira cogieron a Jesús y quisieron maltratarle.

18 Pero Jesús se soltó de sus brazos, corrió hacia al niño muerto y le llamó en voz alta:

19 «Zenón, ¡levántate y da testimonio de mí ante tus padres ciegos! ¿Acaso es verdad que Yo te he empujado y matado?».

20 En aquel mismo momento el niño se levantó y reconoció:

21 «Oh, Señor, ¡ni mucho menos!

22 ¡Todo fue a causa de mi avidez por ganar!

23 Y como este pecado mío me mató, ¡viniste Tú, oh Señor, y me devolviste la vida!».

24 Oyendo esto, los padres de Zenón cayeron de rodillas ante Jesús y adoraron la fuerza de Dios en el Niño.

25 «¡Que eso te sirva de escarmiento!», le advirtió Jesús a Zenón, «y en adelante abstente de parecidos juegos en los que uno arriesga la vida. ¡Recuerda que te lo advertí!».

26 Los padres de Zenón lloraron de gratitud y se fueron a su casa.

Capítulo 291

Los vecinos piden consejo a José por ser amigo de Cornelio.

A tal pueblo, tal gobierno

1 En otra ocasión, también en un antesábado, de nuevo varios vecinos vinieron con sus hijos para visitar a José. Le querían pedir consejo por un asunto que les pesaba mucho.

2 Pues aquellos vecinos sabían que guardaba buenas relaciones con Cornelio, el prefecto de Jerusalén.

3 Resulta que en las mismas fechas José había recibido desde Tiro un escrito de Cirenio. Porque nada más haber vuelto de Roma, este quiso saber cómo estaban todos, en particular el pequeño Jesús.

4 De aquella carta los vecinos no sabían nada.

5 Tampoco tenían idea alguna de la relación amistosa entre José y Cirenio.

6 José estaba a punto de sacarla para consolarlos

7 y para asegurarles que iba a interceder de un modo eficaz ante el gobernador contra el tetrarca,

8 tanto más cuanto que Eudosia y las cinco chicas eran de Cirenio.

9 Pero entonces intervino el Niño y dijo en tono resuelto:

10 «¡No, José, no! ¡No lo hagas porque el Señor soy Yo!

11 Si sacas la carta, ¡entonces golpearé la tierra! Pues, ¡Yo soy el Señor de Roma, no Cirenio ni Augusto!

12 Te digo que si el pueblo fuera mejor que el tetrarca, entonces Yo ya sabría ir al encuentro de Arquelao.

13 Pero como el pueblo no es ni pizca mejor que él, ¡que el tetrarca les pese con su mismo peso, porque el pueblo es tan avaro como él!

14 ¿Acaso no está escrito: Ojo por ojo, diente por diente? Entonces también vale: ¡Avaricia por avaricia y envidia por envidia!

15 De modo que Arquelao es una verdadero médico para el pueblo despiadado; que continúe siéndolo hasta el día de su muerte».

16 Al oír estas palabras, los vecinos se escandalizaron y criticaron:

17 «¡Vaya, la clase de Mesías que nos hacía falta!

18 ¡A nosotros nos riñe y al pagano de Arquelao lo alaba!».

19 En esto el Niño dio una patada en el suelo y dijo:

20 «¡Tiembla, tierra, para que tus hijos ciegos se enteren que Yo soy tu Señor!».

21 Y al decir estas palabras, salió fuego del lugar golpeado y el suelo tembló con gran intensidad.

22 Todos los presentes se asustaron sobremanera y gritaron:

23 «¡Vamonos de aquí porque cerca de este niño no estamos seguros!».

24 Y todos se fueron. De esta manera José se salvó de un gran compromiso.

Capítulo 292

Jesús resucita a un siervo vanidoso de Salomé

1 Cuando Jesús había ya cumplido los seis años, sucedió que Salomé mandó que arrancaran un árbol enfermo y que lo cortasen para hacer leña.

2 En aquella ocasión uno de sus siervos, queriendo presumir de sus ganas de trabajar, dijo a sus tres compañeros:

3 «¡Dejadme que corte la leña yo solo y acabaré el trabajo tan pronto como si lo hubierais hecho vosotros tres!».

4 A sus tres compañeros no les importaba dejarle el trabajo y el honor.

5 Así que el siervo tomó su hacha bien afilada y puso manos a la obra con mucho empeño,.

6 Pero en su celo dio un golpe en falso y en vez de a la madera se dio en el pie y se lo rajó desde el dedo hasta el talón.

7 Al caer al suelo, gritó pidiendo auxilio. Acudió mucha gente pero nadie tenía nada para vendarle el pie.

8 Por eso el joven hombre murió, debido a la pérdida de sangre.

9 Alarmados por el gran griterío, también en la casa de José se enteraron de que allí había pasado algo.

10 Jesús acudió corriendo y se abrió paso entre la gente.

11 Cuando llegó cerca del muerto, en seguida tomó el pie rajado entre sus manos. Lo apretó fuertemente y lo curó en el mismo momento.

12 Luego tomó la mano del joven siervo y le dijo:

13 «Escucha, joven vanidoso, ¡levántate y continúa cortando la madera!

14 ¡Pero en adelante olvida tu vanidad y nunca pretendas hacer más de lo que tus fuerzas te permiten.

15 De esta manera, evitarás en el futuro accidentes de esta clase.

16 Ten en cuenta que también tus compañeros reciben sus fuerzas de Dios, ¡de modo que no los desprecies, donde y cuando fuere!

17 Si alguna vez alguno de ellos holgazanea intencionadamente, entonces el Señor ya sabrá encargarse de él.

18 Pero a ti no te corresponde darte aires de juez ante él, marcando un ritmo de trabajo exagerado y vano».

19 El joven siervo se levantó como si no le hubiera ocurrido nada y continuó cortando leña.

20 Todos los presentes cayeron de rodillas ante Jesús y exclamaron:

21 «¡Honra y Gloria a la fuerza de Dios en ti porque el Señor te ha concedido tanto poder divino!».

22 Pero Jesús volvió corriendo a su casa porque no quería oír el elogio de los hombres.

Capítulo 293

Jesús rompe el cántaro altamente apreciado por María

y trae agua en su abrigo

1 María guardaba todavía el cántaro con el cual había ido a buscar agua cuando el ángel le comunicó el mensaje sagrado.

2 Apreciaba aquel cántaro de tal manera que para ella era una reliquia casi sagrada.

3 Por eso no le gustaba que nadie se sirviera de él para beber agua.

4 Un buen día, unos ocho después del milagro en casa de Salomé, María y Jesús se quedaron solos.

5 María lavaba ropa y necesitaba más agua fresca.

6 Por eso llamó a Jesús y le pidió que fuera a buscarla:

7 «Te doy incluso el cántaro que entonces fue bendecido por ti».

8 Jesús tomó el cántaro y fue con él al pozo donde José estaba ocupado con un trabajo.

9 Llegado allí, dio con el cántaro demasiado fuerte contra una piedra y este se rompió en muchos pedazos.

10 Una de las muchachas que estaba con José lo vio y comentó: «¡Ay, olvídese del cántaro sagrado de la señora! Ay Jesús, ¿no podías tener un poco más de cuidado?

11 Tu madre se llevará un buen disgusto! ¡Prepárate!».

12 Fingiendo un poco estar enojado, el Niño respondió a la muchacha:

13 «¿Qué te importa lo que Yo hago? Tú, ¡ocúpate de tu propio trabajo!

14 A pesar del cántaro roto, ya llevaré agua a casa en la cantidad debida».

15 «¡Aquí me tienes toda curiosa por saber cómo lo vas a hacer sin cántaro!».

16 A eso Jesús tomó su pequeño manto rojo por las puntas, lo llenó de agua y, sin derramar una sola gota, lo llevó a María.

17 Todos se admiraron por este milagro y le siguieron a la casa.

18 Pero cuando María le vio, se asustó y exclamó: «¡Hijo, ¿qué ha pasado con el cántaro?».

19 «¿Sabes que este cántaro ya desde hace mucho fue una contrariedad para mí?

20 Por eso puse su fuerza milagrosa a prueba, en una piedra. Y ves, ¡no tenía ninguna! ¡Se rompió!...

21 Opino que donde estoy Yo, debería importar más que un simple cántaro que no tiene más valor que cualquier otro».

22 María tomó estas palabras muy a pecho y no dijo nada.

23 Tampoco la muchacha dijo nada, pues quería mucho a Jesús.

24 «¡Así me gustas mucho más que dándole a la lengua sin necesidad», le dijo Jesús.

25 La muchacha estuvo contenta de que la reprimenda por parte de Jesús resultara tan suave y se puso a hilar.

Capítulo 294

Dos años sin milagros. José siembra todavía en el séptimo mes

y el mismo Jesús echa la simiente. Curación del niño consumido

1 Después de este milagro, durante casi dos años, Jesús se mantuvo quieto, siempre obedeciendo a José y a María.

2 A los ocho años de edad hubo un año de muy mala cosecha debido a que una gran sequía secó todos los sembrados.

3 Ya estaban en el séptimo mes y por ninguna parte se veía nada verde. En muchos lugares tenían que matar el ganado por falta de pasto o había que comprar grano o heno traído de Egipto o de Asia Menor, a un precio muy elevado.

4 José y los suyos se alimentaban principalmente del pescado que Jonatán les hacía llegar cada semana, y a su ganado José le daba cañas, también mandadas por Jonatán.

5 De modo que ya estaban en el séptimo mes, cuando aparecieron las primeras nubes y cuando empezó a llover, escasa pero periódicamente.

6 Al verlo, José animó a sus cuatro hijos mayores: «Enyugad los bueyes en el arado y, en el nombre del Señor, vamos a sembrar algo de trigo.

7 A pesar de lo avanzado de la temporada, quién sabe si el Señor tal vez bendiga la siembra al que Él nos mandó como hijo y hermano nuestro.

8 Como durante los últimos dos años no realizó milagros, casi ya nos olvidamos de su majestad.

9 ¿Pero quien sabe si esta sequía tan fatal no es una consecuencia del olvido en que cayó Aquel que es tan santo?».

10 Jesús, que ya tenía ocho años, se acercó a José y le dijo: «¡Muy bien observado! Pero vosotros mismos nunca me olvidasteis. Por eso iré contigo para echar el trigo en los surcos».

11 Todos se alegraron sobremanera y dijeron:

12 «Muy bien, ¡porque donde nuestro querido Jesús siembra, con certeza habrá buena cosecha!».

13 «Estoy totalmente de acuerdo. En verdad os digo: De mi parte no caerá ni un solo grano en vano en la tierra».

14 Siguiendo al arado, José sembró al lado izquierdo y Jesús al lado derecho.

15 De esta manera labraron el campo en media jornada.

16 No tardó en caer abundante lluvia. Pronto el trigo germinó y tres meses más tarde llegó a la maduración esperada con algo de impaciencia.

17 Entonces se hizo patente que las espigas que Jesús había sembrado tenían unos quinientos granos cada una, mientras que las de José tenían sólo entre treinta y cuarenta.

18 Todos quedaron sorprendidos. Pero sólo cuando estuvieron trilladas en la era se pudo apreciar realmente la bendición del Señor,

19 pues, por diez fanegas de trigo que habían sembrado recogieron diez mil, una cosecha jamás vista antes.

20 Como entonces José tuvo trigo en semejante abundancia, guardó setecientas fanegas para él y las otras nueve mil trescientas las distribuyó entre los vecinos.

21 Muchos de ellos vinieron para alabar el poder divino en el Niño Jesús.

22 Pero este les llamó la atención sobre el amor a Dios y al prójimo:

23 «El amor vale mucho más que la alabanza y el adecuado temor a Dios vale más que cualquier sacrificio».

24 En aquellas fechas también se curó el niño consumido.

Capítulo 295

José y María deciden llevar a Jesús al colegio.

El profesor pega al Niño y se vuelve mudo y loco

1 Desde entonces, nuevamente el Niño Jesús dejó de hacer milagros y se comportaba como cualquier otro niño.

2 Le gustaba mucho estar con José cuando este estaba ocupado en fabricar aras, yugos, sillas, mesas, camas, etc., ocasiones en las que a José nunca le salía nada mal.

3 Como al Niño le faltaba poco para que cumpliese los diez años de edad, sin que se viera nada que le distinguiera de los demás niños,

4 José propuso a María: «Mira, la gente nos censura porque criamos a Jesús sin mandarle a ningún colegio, con el gran talento que tiene.

5 Sé muy bien que Jesús no precisa la enseñanza del mundo

6 no obstante me parece que le deberíamos mandar a un colegio para taparle la boca a los vecinos.

7 Y como precisamente ahora inauguraron dos escuelas nuevas en la ciudad, cuyos maestros parecen muy experimentados, a ver si probamos con uno u otro de ellos».

8 María estuvo de acuerdo porque también a ella la necesidad le parecía evidente.

9 De modo que José llevó a Jesús a un maestro.

10 Este admitió al Niño y propuso: «Como tantos griegos viven entre nosotros, primero aprenderá el griego y sólo después el hebreo.

11 Tengo entendido que se trata de un niño muy particular y por eso le tengo un poco de miedo...

12 No obstante, haré todo lo que pueda. Pero tendrás que dejármelo del todo».

13 José estuvo de acuerdo y dejó al Niño en casa del maestro.

14 Una vez allí, durante tres días Jesús disfrutó de toda libertad; sólo al cuarto día el profesor lo llevó a clase.

15 Le escribió el alfabeto en la pizarra y empezó a explicárselo.

16 Después de haberlo recitado varias veces, le hizo preguntas para ver de lo que el Niño podía acordarse.

17 Pero Jesús hizo ver que no sabía nada de todo aquello y no respondió.

18 Durante tres días el profesor se afanó por conseguir algo de Él, fatigándose a sí mismo y al Niño, pero sin recibir respuesta alguna.

19 El cuarto día el profesor perdió la paciencia y, amenazándole con un fuerte castigo, insistió en que le respondiera.

20 Entonces Jesús le contestó: «Si eres verdaderamente un maestro y si realmente conoces las letras, entonces muéstrame el sentido fundamental del alfa y Yo te revelaré él del beta».

21 Entonces el profesor se puso furioso y le pegó con el puntero en la cabeza.

22 Sintiendo el dolor, el Niño le criticó: «¿Es esa tu manera sabia de disimular tu incapacidad?

23 ¡Te digo que no estoy aquí contigo para que me zurres! Pues, ¡eso no es manera de enseñar y educar a los hombres!

24 Como me pegaste en vez de darme una respuesta válida, ¡ahora vuélvete mudo y loco!».

25 En ese mismo instante el profesor se cayó como un poseso; de modo que tuvieron que atarle y llevarle a otro recinto.

26 Jesús volvió en seguida a casa donde inmediatamente se explicó:

27 «¡La próxima vez me buscáis un profesor que no entre en clase con una vara en la mano! ¡Él de esta vez ya está sufriendo las consecuencias!».

28 José ya sospechaba lo que había ocurrido y por eso comentó ante María: «Con esto queda claro que a Jesús no le podemos soltar de las manos porque castiga a todos los que no están de acuerdo con Él».

29 María asintió y nadie se atrevió a reprocharle nada a Jesús.

Capítulo 296

El segundo maestro visita a José.

Jesús le agradece su sinceridad y cura al primero

1 Pasadas algunas semanas, se presentó el segundo maestro en casa de José para hacerle una visita amistosa.

2 Pues, poco antes José le había fabricado unos cuantos nuevos bancos y sillas, y una mesa para su aula. En aquella ocasión, descubriendo que se trataba de un hombre muy sincero, había hecho amistad con este maestro.

3 Así el profesor también llegó a conocer al Niño Jesús cuya naturaleza serena y modesta le gustaba.

4 Por eso preguntó a José si el Niño ya había aprendido a leer en algún colegio.

5 «Amigo», le respondió José, «ya lo he procurado con dos maestros, pero ninguno pudo con Él.

6 Pues, en este Niño mora un poder muy particular.

7 Basta con que un maestro le trate un poco rudamente y ya está perdido,

8 porque una sola palabra de la boca del Niño es suficiente para que el maestro sea castigado horrorosamente.

9 Hace poco eso ocurrió con uno de ellos, que hasta ahora sigue siendo un demente».

10 «Ya lo sé. ¡Pero aquel hombre era un verdadero tirano para todos sus alumnos!

11 Si me tocase a mí el enseñarle, yo no tendría miedo a un castigo».

12 Jesús que estaba presente, le preguntó: «¿Qué piensas enseñarme?».

13 El profesor atrajo al Niño cariñosamente hacia sí, le acarició y luego le dijo:

14 «Me gustaría enseñarte a leer y escribir, y eso de una manera amistosa. Luego te introduciría en la Escritura para que la entiendas».

15 «Muy bien, si tienes alguna Escritura contigo, entonces dámela y haré una prueba para ti».

16 En seguida el profesor sacó un rollo de papiro, se trataba de Daniel, y lo entregó a Jesús.

17 Sin rodeos, el Niño empezó a leer y a explicarlo de manera tal que todos los presentes se maravillaron.

18 Oyendo al Niño, el profesor exclamó:

19 «Oh, Señor, ¡ten piedad de mí, que no soy más que un pobre pecador! ¡Porque este Niño no es un ser de esta Tierra!

20 Ahora comprendo por qué ningún maestro puede con Él!

21 ¡Este Niño entiende más que todos los maestros de todo el mundo! Por eso, ¡que se quede en casa contigo!».

22 Este testimonio agradó al Niño que dijo: «Como eres tan sincero, a causa de ti: ¡Que se cure el otro maestro! Amén.

23 ¡Y tú, continúa con tu corazón tan sincero como lo es ahora y siempre serás un verdadero maestro! Amén».

24 Con estas palabras el Niño se apartó y el maestro volvió a su casa, completamente absorto en sus reflexiones.

25 Y a la misma hora el otro maestro quedó curado.

Capítulo 297

Una culebra muerde a Jacobo que muere. Jesús le resucita.

Resurrección del niño Caifás y del carpintero Mallás

1 Desde entonces el Niño permaneció en casa y durante un año se mantuvo tranquilo y obediente, realizando pequeños trabajos.

2 Durante un año no hizo nada extraordinario.

3 Pero en el undécimo año realizó tres milagros importantes.

4 Un día, en primavera, a José se le acabó la madera.

5 Por eso mandó a Jacobo y a Jesús a un bosque cercano para que allí recogieran leña menuda.

6 Sin tardar ambos se fueron para cumplir el encargo de José.

7 Pero Jacobo lo recogía todo tan rápido que casi siempre se adelantaba a Jesús, de modo que a Él le quedó poco por recoger.

8 En su afán por trabajar, Jacobo se descuidó y cogió una rama debajo de la cual había una culebra venenosa que le mordió en la mano.

9 Horrorizado, Jacobo se desmayó. En seguida la mano se le hinchó y el joven murió.

10 De un salto Jesús estuvo a su lado, le sopló la herida y en seguida Jacobo volvió en sí,

11 mientras que la culebra se hinchó y reventó.

12 Entonces Jesús le advirtió: «Oye, Jacobo, ¡no por mucho madrugar amanece más temprano! Te digo que en todo trabajo mundano hecho con demasiado afán, mora la muerte.

13 Por eso vale más ser perezoso ante el mundo y tanto más celoso para el espíritu en cualquier ocasión que se presente.

14 ¡De modo que los celosos materialistas en su afán por lo mundano siempre encuentran la muerte del alma!

15 Yo iré por los que son ociosos para el mundo y los tomaré eternamente a mi servicio. La misma recompensa daré a los que con gran afán trabajaron durante todo el día que a los que no trabajaron sino una hora.

16 ¡Bienaventurado el perezoso para el mundo y ¡ay del celoso por él! El primero será mi amigo, mientras que el segundo será mi enemigo».

17 Jacobo nunca olvidó estas palabras y organizó su vida de acuerdo con ellas, y no le importaba si alguna vez le llamaban «el perezoso».

18 Pero desde entonces fue tanto más activo en el corazón.

19 Dos días después murió el hijo único de una vecina que era viuda y lloró mucho por la pérdida.

20 Jesús y Jacobo fueron para visitar al niño difunto.

21 Cuando Jesús vio lo mucho que lloraba la viuda, tuvo compasión de ella. Cogió al niño muerto de la mano y le dijo:

22 «Caifás, ¡te digo que te levantes y que jamás ya aflijas el corazón de tu madre!».

23 La viuda no cabía en sí de alegría y exclamó: «Oh, ¿quién puede ser este hijo de José para que con una sola palabra despierte a un muerto? ¿Es un dios... o un ángel?».

24 «¡No hagas más preguntas!», le respondió Jesús mismo, «sino ve y prepárale leche para que se cure del todo».

25 En seguida la viuda fue a calentar algo de leche y se la dio a su hijo.

26 Todos querían empezar a adorar a Jesús, pero este se fue corriendo para unirse a algunos niños que por allí estaban jugando.

27 Mientras Jesús jugaba, se cayó un carpintero de una casa que estaban arreglando y murió en el mismo momento por haberse desnucado.

28 En seguida se presentó una gran muchedumbre que lamentó la muerte de la víctima.

29 Al oír el tumulto, también Jesús y Jacobo acudieron y se abrieron paso a través de la multitud.

30 Llegado al muerto, Jesús le dijo: «Mallás, ¡levántate y vuelve a tu trabajo! ¡Pero en adelante clava las tablas mejor, porque de lo contrario te caerás otra vez!

31 Pues, no importa cuánto has trabajado sino cómo fue tu obra. Y te digo que en la ambición siempre mora la muerte».

32 Después de estas palabras Jesús se alejó y el carpintero se levantó y continuó su trabajo como si no hubiera ocurrido nada. Pero las palabras de Jesús las guardó en su corazón.

33 Como estos tres milagros ocurrieron en las mismas fechas, los vecinos quisieron empezar a adorar al Niño.

34 Pero Jesús se lo prohibió y durante las semanas siguientes no se dejó ver en el pueblo.

35 Mientras tanto en la casa de José estos milagros dieron motivo para muchas conversaciones.

Capítulo 298

Breve relato sobre la presencia en el Templo del Niño de doce años

1 Desde entonces Jesús se retiró y hasta las bodas en Caná de Galilea ya no hizo milagros en público.

2 Sólo a los doce años con ocasión de la fiesta pascual, vino por primera vez a Jerusalén donde hizo un milagro en el Templo; pues, manifestó su sabiduría ante los doctores de la ley, tal como consta en los Evangelios.

3 Como yo, Jacobo, no estaba presente, el Señor me lo reveló más tarde. En resumen ocurrió lo siguiente:

4 En la gran aglomeración de gente que había en el Templo, José y María perdieron de vista a Jesús y pensaron que seguramente Él se había ido con Salomé u otros parientes, y que ya estaba en el camino de vuelta.

5 De modo que los dos siguieron a la caravana de Nazaret y la alcanzaron por la noche en un albergue entre Nazaret y Jerusalén.

6 Como Jesús no estaba allí, se asustaron sobremanera y volvieron durante la noche a Jerusalén con algunos acompañantes.

7 Allí llegados, José se dirigió inmediatamente al prefecto Cornelio.

8 Este los recibió muy amistosamente y José le explicó cómo habían perdido al Niño.

9 Cornelio le dio una guardia romana con la cual podía registrar todas las casas.

10 De esta manera José registró casi toda Jerusalén y aun después de una búsqueda de tres días no encontraron al Niño.

11 Los dos empezaron a pasar angustia y devolvieron la guardia a Cornelio que no encontró manera de consolarlos.

12 Como el día ya estaba muy avanzado, Cornelio les ofreció que se quedasen con él.

13 «Gracias, amigo mío, esta noche me quedaré contigo», le respondió José. «Pero antes tengo todavía que subir al Templo para ofrecer un sacrificio a Dios desde el fondo de mi corazón entristecido».

14 Cornelio les comprendió y José y María subieron al Templo.

15 Y allí le encontraron, sentado entre los doctores de la ley, enseñándoles y respondiendo a sus preguntas de manera tal que quedaban maravillados.

16 Pues les explicó los pasajes más ocultos de los profetas, los orientó sobre las estrellas, sus órbitas, su luz fundamental y sus luces desde el segundo hasta el séptimo orden.

17 Asimismo les describió la naturaleza de la Tierra y les explicó las relaciones entre materia, alma y espíritu.

18 Y les demostró la inmortalidad del alma de una manera tan convincente que todos exclamaron:

19 «De veras, ¡nunca hubo algo parecido! ¡He aquí un niño de doce años, cada una de cuyas fibras es más sabia que todos nosotros juntos!».

20 En aquel momento José y María se acercaron a Jesús y se quejaron:

21 «¿Por qué nos has hecho esto? ¡Hemos pasado tres días buscándote angustiados por todas partes y ahora te encontramos aquí!».

22 Pero Jesús le contestó preguntando: «¿Por qué lo hicisteis? 65

23 ¿No conocéis la casa de mi Padre y que en ella tengo que actuar conforme a su Voluntad?».

24 Los dos no comprendieron estas palabras; pero Jesús en seguida les siguió de buen grado a la casa de Cornelio donde pasaron la noche.

25 Los doctores consideraron a María dichosa por tener un hijo tan extraordinario.

26 A partir de entonces Jesús se retiró del todo y vivía y trabajaba como cualquier otro hombre, y hasta la edad de treinta años ya no hizo milagros públicos.

Capítulo 299

Explicaciones importantes acerca de la naturaleza de Jesús

y relación en Él entre lo divino y lo humano

1 A continuación, las Escrituras dicen: “Jesús crecía en Gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres, sumiso y obediente a sus padres, hasta que empezó con su Doctrina”.

2 Podría surgir la pregunta: ¿Cómo podía Jesús, el eterno Ser divino, crecer en Gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres, siendo Él Dios desde todas las eternidades?

3 ¿Y, además, ante los hombres?

4 Para entender estas relaciones correctamente es preciso que a Jesús no se le considere como al Dios único de por sí perfecto

5 sino como a un hombre en quien la eterna Divinidad se encarnó manteniéndose aparentemente inactiva, de naturaleza parecida a la de todo hombre en el que el espíritu está encarnado.66

6 Y todo lo que cada hombre tiene que hacer, según el Orden divino, para librar al espíritu dentro de sí,

7 todo lo tuvo que hacer también el hombre Jesús para liberar a la Divinidad en Él y para volverse uno con ella.

8 Cada hombre ha de tener en sí ciertas flaquezas que son las ataduras del espíritu, ataduras que mantienen el espíritu sujeto como si se encontrase en una cápsula firme.

9 Sólo cuando el alma, que está mezclada con la carne, por medio de una adecuada abnegación se ha fortificado de tal manera que es capaz de acoger al espíritu liberado y mantenerlo con ella, sólo entonces las ataduras del espíritu pueden ser suprimidas.

10 De ahí resulta que únicamente mediante diversas tentaciones el hombre puede volverse consciente de sus flaquezas y darse cuenta dónde y cómo está todavía atado su espíritu.

11 Si luego el hombre renuncia precisamente a estos puntos con todo su corazón, entonces suelta las ataduras del espíritu y en la misma medida fortifica el alma.

12 Una vez fortificada el alma con todas las antiguas ataduras del espíritu, este fluirá libremente en ella

13 y así alcanza toda la celestial plenipotencia del espíritu, volviéndose eternamente uno con él.

14 Es precisamente desprendiéndose de una atadura tras otra como el alma crece en fuerza espiritual, es decir, en Gracia y sabiduría.

15 La Gracia es la eterna Luz del Amor que ilumina todas las infinitas e incontables cosas, sus relaciones y sus caminos, y la sabiduría es la visión clara del eterno Orden divino en sí.

16 Así es tratándose de hombres, y las mismas relaciones se aplicaron también al hombre divino Jesús.

17 Su alma era parecida a la de cualquier hombre, pero afectada de tantas más flaquezas cuanto que allí se trataba del todopoderoso Espíritu divino mismo que tenía que ponerse ataduras extremadamente fuertes que permitieran mantenerle atado a su alma.

18 Por eso el alma de Jesús tuvo que pasar por las mayores tentaciones, renunciando a sí mismo, para desprender de Dios las ataduras de su Espíritu. Y, fortificándose con ellas, el alma de Jesús se preparaba para la recepción de su infinitamente libre Espíritu de Dios y para volverse así completamente uno con Él.

19 A eso es a lo que se refería: «El alma de Jesús crecía en Gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres..»., y eso en la medida en que el Espíritu de Dios se unía sucesivamente con el alma de Jesús, que de por sí ya fue divina y que, en el sentido propio, fue el Hijo.

Capítulo 300

Vida y luchas en el alma de Jesús desde los doce

hasta los treinta años. Epílogo y bendición del Señor

1 Y ¿cómo vivió Jesús, el Señor, desde los doce hasta los treinta años?

2 Continuamente era vivamente consciente de la todopoderosa Divinidad en Él. Sabía dentro de su alma que todo lo que abarca el infinito obedecía su menor señal y que así tenía que ser eternamente.

3 Al mismo tiempo sentía en su alma un gran impulso de dominarlo todo.

4 El orgullo, el afán de imperar, una libertad ilimitada, las ganas de una vida regalada y de mujeres, y también la ira, eran las flaquezas principales de su alma.

5 Pero con la Voluntad de su alma luchaba contra todas estas poderosas y mortales inclinaciones del alma.

6 El orgullo lo combatía mediante la pobreza, evidentemente un remedio bastante violento precisamente para Aquel a quien pertenecía todo y que a pesar de ello no podía considerar nada como suyo...

7 El afán de imperar lo dominaba mediante una obediencia voluntaria a aquellos que, como todos los demás hombres, no eran nada ante Él.

8 A pesar de que eso le costaba muchísimo, restringía su libertad ilimitada y eterna sirviendo a los hombres en los trabajos más ínfimos como un esclavo.

9 Las ganas enormes de una vida regalada las combatía frecuentemente con la libre Voluntad de su alma mediante ayunos.

10 El deseo de mujeres lo combatía por medio del trabajo pesado, con una alimentación escasa, con la oración y por el trato con hombres sabios.

11 Hay que reconocer que precisamente en ese punto tenía que combatir mucho, pues su apariencia y el tono de su voz tenían un gran atractivo,

12 por cuyo motivo también las cinco hijas de Cirenio, todas sumamente guapas, estaban rendidamente enamoradas de Él, rivalizando entre sí para gustarle más.

13 Tal amor, por supuesto, le agradaba. Sin embargo, siempre tenía que decirles que no le tocasen.

14 Como Él, además, con una sola mirada, siempre descubría las malas intenciones de los hombres y veía su astucia, hipocresía y egoísmo,

15 se comprende que fácilmente se le podía irritar, enfadar y ofender.

16 Pero entonces Él moderaba su naturaleza divina con su Amor, y en eso siempre hubo misericordia.67

17 Así organizó Jesús su vida a través de una continua y durísima abnegación, con el fin de restablecer el eterno Orden perturbado.68

18 De ello se puede fácilmente deducir que Jesús, como Hombre, pasó los siguientes dieciocho años bajo continuas tentaciones y luchando contra ellas...

19 ... Ahora, después de esta revelación para el bien de cada uno, sólo queda pendiente la revelación de la controversia en el Templo69 con los sabios y los doctores de la ley y que ahora, como muchas otras, no puede figurar aquí.

20 Por eso conformaos de momento con esto. Lo demás seguirá en cuanto vosotros digáis a vuestro siervo:

21 «¡Ven, hermano, ven en nombre del Señor y quédate y vive con nosotros!».

22 Terminada esta obra, mi bendición y mi Gracia estén con vosotros, ¡hoy y siempre! Amén.